V
Abuelo Garnier: «Jamás pises una boñiga de vaca en un día caluroso».
Tras la llamada, el silencio se apoderó de la casa, excepto por la televisión y los ocasionales grititos de Braden mientras gateaba por el salón. Dakota no podía dejar de preguntarse qué le habría dicho ese tal Greg Higgins a Tyson, pero era obvio que no le había gustado nada.
Unos minutos más tarde, el crujido de las escaleras la alertó de su llegada. Apareció con pantalones cortos, una camiseta de los Stingrays y zapatillas de deporte.
No se había afeitado. Tal vez estuviera tratando de pasar desapercibido, algo obvio por otra parte pues de no ser así no habría decidido ocultarse en aquella cabaña oculta en medio de un bosque.
–¿Tienes hambre?
–No –dijo él, e hizo un gesto con la cabeza en dirección al bebé–. ¿Qué tal está?
–Bien. Ha desayunado cereales, un plátano en puré y un biberón de zumo.
Braden dedicó a su padre una resplandeciente sonrisa. Pero Tyson siguió ceñudo.
–¿Y tú?
Dakota había tratado de no mirarlo. Sabía que su labio y el moratón de la mejilla tendrían peor aspecto que si le hubiera dado tiempo a disimularlos con maquillaje.
–Mejor –contestó ella mientras aclaraba otro plato.
–Déjame ver.
–No hay nada que ver –dijo ella sin darse la vuelta.
–Mírame. ¿Tan mal está?
–Está bien –contestó ella, tratando de eludir la cuestión.
Tyson no respondió, pero se quedó en el centro de la habitación, mirándola. Dakota podía sentir su mirada y, finalmente, cedió y se dio la vuelta.
–Maldita sea. Te dio un buen golpe.
–Mañana estará mejor.
–¿Y el moratón de la mejilla?
–Tengo algo que me ayudará a cubrirlo. Ni siquiera lo verás.
–Que no se vea no quiere decir que no esté.
¿Qué podía decirle ella? Se había acostumbrado a ocultar sus heridas. El corte del brazo aún no se le había curado y tenía miedo de que se le infectara.
–Voy a correr un rato –añadió y sacó una botella de agua del armario que había encima del frigorífico.
–Va a llover. Tal vez prefieras correr dentro. Gabe tiene dos cintas de correr en la parte de atrás –dijo ella, metiendo otro plato en el lavavajillas.
La sala de musculación y entrenamiento ocupaba un espacio como el del salón, el comedor y la cocina juntos, y estaba mejor equipado que algunos gimnasios profesionales. Dakota había estado dando una vuelta, imaginando el aspecto que tendría si pudiera hacer ejercicio todos los días.
–No me importa que llueva un poco. Correr en el sitio nunca me ha gustado.
Se fue y Dakota se quedó sola con Braden.
Tyson se obligó a correr cuesta arriba tan rápido que sintió que le ardían los pulmones. En el mundo de la competición en el que él se movía tenía que ser mejor, más rápido, más fuerte. Siguió hasta que creyó que iba a desfallecer si no paraba. Empezó a dolerle la rodilla, sabía que cualquier preparador le diría que se lo tomara con calma, pero estaba cansado de ceder a la debilidad. No estaba preparado para dejar la liga profesional. Aún le quedaban por lo menos cinco años.
Si su cuerpo cooperaba.
Se dijo que los patrocinadores no importaban, siempre y cuando él pudiera jugar. Seguiría teniendo un trabajo bien remunerado. Y si jugaba bien, podría acallar el escándalo provocado por las acusaciones de Rachelle.
–Maldita –dijo en voz alta.
Desacostumbrado a la altitud, finalmente se detuvo y se agachó para llenar los pulmones del aire fresco.
Se dio cuenta de que tenía que volver a California y ver a Rachelle. Tal vez hablando con ella podría hacer que recuperara el sentido común. Sabía que era poco probable.¿Pero qué otra opción tenía? No renunciaría a Braden. Pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados y dejar que arruinase su reputación y hasta su carrera.
El viaje a California no resultó la visita rápida que había previsto. Rachelle no respondía a sus llamadas y, después de tres días, terminó presentándose en su casa sin avisar, y allí se encontró con un hombre que decía ser su guardaespaldas.
–Me temo que tendré que pedirle que se vaya, señor Garnier –el enorme indio samoano no quitó la cadena del cerrojo, y habló por el hueco–: Podría meterse en un buen lío si no lo hace.
Garnier no se sintió intimidado por el corpulento guardaespaldas. En su trabajo se enfrentaba a hombres que pesaban más del doble que él.
–¿Por qué? Solo quiero hablar con ella.
–Lo siento, pero está violando una orden de alejamiento.
–¿Una qué? –Tyson elevó la voz de pura confusión. Las órdenes de alejamiento las expedían los jueces para hombres agresivos y peligrosos. Él no había pegado a una mujer en su vida.
El hombre le enseñó unos papeles por el hueco de la puerta.
–Considérese notificado.
Tyson miró los documentos de aspecto oficial.
–No puede acercarse a la señorita Rochester a menos de dos calles o lo arrestarán –lo informó el guardaespaldas–. La vista es dentro de seis días.
Sin poder creer lo que oía, Tyson revisó el documento. Era cierto.
–¡Espera! –Tyson metió la mano para evitar que el tipo le cerrara la puerta–. Lo único por lo que podrían arrestarme es por haber sido tan estúpido como para mezclarme con alguien como ella –dijo casi gritando.
El hombre miró con inquietud la mano de Tyson.
–Los policías están de camino.
–¡Esto es una locura! –exclamó él, tensando los músculos en un ataque de impotencia.
–Que sea futbolista profesional no le da derecho a ir por ahí acosando a las mujeres.
–¡Acosándolas! –esta vez sí gritó–. ¿Cuándo le he hecho yo algo? No es más que un parásito, eso es lo que es. ¡Y es mi dinero el que paga tu salario!
Ante el súbito estallido de Tyson, el samoano retrocedió.
–Está perdiendo los papeles –le advirtió–. Por favor, váyase antes de que la policía tenga que llevárselo a la fuerza.
–Mira –Tyson enrolló los documentos y se los metió en el bolsillo–. Puedes estar presente, si quieres o hacer que venga hasta aquí y hable conmigo a través del hueco. No voy a tocarla. Lo juro –dijo con un tono de voz considerablemente más bajo y levantó las manos para convencer al hombre de que iba en son de paz–. Solo quiero hablar con ella. Necesito que me cuente qué es todo esto.
Una voz de mujer dijo algo y Tyson supo que Rachelle se encontraba cerca, pero el guardaespaldas cerró la puerta antes de que pudiera hablarle directamente. Momentos después, el samoano abrió de nuevo la rendija.
–Lo siento. La señorita Rochester dice que no se siente segura.
Un pequeño músculo se contraía levemente en la mejilla de Tyson.
–¿Cómo puede decir eso?
–Piensa que no es usted estable.
Hasta ese momento, ni se le había pasado por la cabeza hacerle daño de verdad a alguien.
–Rachelle, ¿qué demonios estás haciendo? –vociferó–. Teníamos un trato. Conseguiste todo el dinero que pedías. ¿Qué más quieres?
–Quiero que me devuelvas a mi bebé –la oyó decir, y la puerta se cerró nuevamente.
Tyson golpeó con el puño la puerta de madera. Incluso rodeó la casa para ver si podía llamar la atención de Rachelle a través de alguna ventana. Esperaba que la policía llegara de verdad, pensando que tal vez ellos podrían ayudar a despejar aquel malentendido. Pero, evidentemente, Rachelle había llamado a la prensa también porque fue un periodista quien apareció primero y le sacó una foto trepando por la verja, la mandíbula tan tensa que parecía dispuesto a matar a alguien.
Tyson llevaba fuera diez días cuando Dakota vio su foto en la portada de una revista del corazón. Estaba comprando comida para Braden en Finley. El niño iba en el carro de la compra, pero harto de estar atado, no dejaba de extender los brazos con la intención de que lo tomara en brazos. Sin embargo, ella estaba demasiado atontada con lo que estaba leyendo.
Estrella del fútbol acosa a su examante. ¡Vaya titular! El corazón empezó a latirle muy deprisa cuando empezó a leer:
Tyson Garnier, el receptor de los Stingrays de Los Angeles, fue sorprendido el domingo tratando de colarse en la casa de la camarera de veinticuatro años, Rachelle Rochester. Aunque la pareja tiene un bebé de nueve meses, los amigos de la señorita Rochester dicen que nunca han sido pareja. Su compañera de piso, que accedió a hablar a condición de mantenerse en el anonimato, ha comentado a esta revista que Garnier empezó a obsesionarse con la señorita Rochester después de verla en el restaurante en el que trabajaba, hasta el punto de que la siguió hasta su casa e insistió en que lo acompañara a la suya. La camarera pasó fuera de su casa tres semanas, período durante el cual su compañera de piso llegó a ir a la policía dándola por desaparecida.
Según Ming Lee, el dueño del restaurante donde trabajaba la señorita Rochester, la joven simplemente desapareció. Cuando volvió y le preguntó dónde había estado, ella le dijo que la habían raptado.
Otra amiga de la señorita Rochester ha hecho algunas declaraciones más: «Cuando Rach apareció nuevamente, me contó una historia de lo más extraña sobre un jugador profesional de fútbol americano que la había tenido encerrada y la había convertido en su esclava sexual, obligándola a hacer todo tipo de perversiones».
Dakota se preguntó por qué no habría acudido la señorita Rochester a la policía si aquello era cierto. O tal vez lo había intentado, pero Tyson tenía contactos que lo habían ayudado a salir del cenagal. En contestación a sus preguntas, el artículo continuaba:
A la pregunta de por qué la señorita Rochester no acudió a la policía a denunciar el incidente, ha respondido su compañera de piso: «Me dijo que no lo hizo porque nadie la creería. Tyson Garnier es una estrella del fútbol. Todos lo quieren. Y ella solo era una camarera con apenas el graduado escolar, la pobre. Yo creo que le pagó para que no dijera nada».
–No es verdad.
La voz la sacó de sus pensamientos. Bajó el periódico y vio a Gabe Holbrook en su silla de ruedas junto a las estanterías de los periódicos. A juzgar por el pelo negro húmedo, acababa de darse una ducha y también parecía haberse afeitado porque tenía un pequeño corte en el hoyuelo de la barbilla. Moreno, con aquellos profundos ojos azules, los anchos hombros y una sonrisa que desarmaba a cualquiera, estaba tan guapo como siempre.
–Solo quieren vender más –explicó.
–Ya –dijo ella, devolviendo la revista a su sitio. Tyson le había dado trabajo. Además, Braden era tan dulce y cariñoso que no podía imaginar que pudiera haberlo creado un ser tan retorcido como el que describía el artículo.
Personalmente, no tenía ninguna queja de él. Con ella se había comportado en todo momento con normalidad. Claro que ella no era el tipo de mujer por la que se obsesionaría ningún hombre, y menos uno tan guapo y famoso como Tyson. El único novio que había tenido había roto con ella cuando se dio cuenta de que no dejaría a su padre para irse con él a las reservas petrolíferas de Colorado.
–¿Dónde está Hannah?
–En el estudio. Tenía que hacer unas fotos hoy.
–Debería ir a que hiciera algunas a Braden.
–Veo que el trabajo te gusta.
–Me encanta.
–¿No te parece demasiado solitaria la cabaña?
–No. Al menos de momento.
Nunca había ido a un complejo turístico de lujo, pero estaba segura de que no sería mucho mejor que la cabaña de Gabe. Hacía ejercicio en el gimnasio, usaba el jacuzzi, salía a pasear por el bosque con Braden en la mochila de paseo que le había comprado, incluso había hecho fuego en la chimenea. Además, había plantado un huerto con productos de primavera y hasta conducía el Ferrari.
Lo único que emborronaba la perfecta estancia en la cabaña era la forma en que se comportaba su padre con ella cuando iba a verlo. La trataba como si lo hubiera traicionado al meter a Terrance en sus vidas.
–Creo que me estoy acostumbrando a lo bueno –le dijo a Gabe, riéndose.
–Te lo mereces, Dakota –dijo Gabe, poniéndose serio y haciendo que ella se sintiera incómoda. No quería que sintiera lástima por ella.
–Tyson volverá pronto –dijo ella, tratando de dirigir la conversación a un tema menos espinoso.
–No debería haberse ido.
–¿Por qué lo hizo? –preguntó ella, bajando la voz para que nadie la oyera. No era asunto suyo, pero esperaba escuchar algo que reforzara su fe en el padre de Braden.
–No habla de sus cosas, pero si tuviera que apostar, diría que la madre de Braden le está causando problemas.
–Sí que es mala suerte.
Gabe se detuvo a examinarla entonces.
–¿Estás adelgazando?
–Un poco. Pero aún tengo que adelgazar más –dijo ella con una tímida sonrisa.
–No mucho más. Estás fantástica.
–Gracias –dijo, sonrojándose.
–¿Disfrutas con el bebé?
Dakota tomó en brazos a Braden, que empezaba a llorar.
–¡Mucho!
El bebé se tranquilizó al instante y empezó a gorjear. Casi se rompió la naricilla en su afán por darle otro de sus húmedos besos.
Gabe se echó a reír.
–Cuánto está creciendo este niño. Será un buen defensa algún día.
Dakota lo abrazó con fuerza. Adoraba su cuerpo rollizo, especialmente los muslos gordezuelos y las muñecas que aún no se apreciaban.
–Tiene un percentil de altura de uno noventa y cinco, y ochenta y siete de peso. Lo busqué en Internet.
–Sí será grande, sí.
Dakota le rozó la sien con los labios, aspirando complacida el aroma de su jabón de bebés.
–No puede decirse que tenga un padre pequeño. Tyson medirá uno noventa y cinco o casi.
–Andará por ahí.
–Y Braden va a ser tan guapo como él.
Dakota vio que Gabe compuso una expresión de extrañeza, o tal vez fueran imaginaciones suyas.
–¿Ocurre algo? –preguntó Dakota.
Él pareció vacilar un poco, como si no estuviera seguro de si decir lo que pensaba.
–¿Qué pasa? –insistió ella.
–Espero haber hecho lo correcto.
–¿Qué quieres decir?
–Nada –sonrió nuevamente, pero no pareció una sonrisa tan sincera como la de antes.
–¿Gabe?
–No quiero que te hagan daño –dijo él, frunciendo el ceño–. Me pareció una oportunidad para ti, pero...
–Nadie va a hacerme daño –dijo ella, haciendo un gesto de despreocupación.
–Eso espero. Dios sabe que mereces mucho más de lo que tienes. Me gustaría verte conseguirlo. Pero...
–Tyson no se fijaría nunca en una chica como yo.
Gabe miró entonces a Braden.
–No me refería a eso.