VI
Abuelo Garnier: «No dejes que la realidad absorba toda tu vida robándole el espacio a los sueños».
Era tarde, pero todas las luces de la cabaña estaban encendidas. Tyson se preguntó si Dakota estaría levantada porque Braden estaba revoltoso otra vez. Hasta casi esperaba que fuera así. Dakota se había hecho cargo de su hijo con total facilidad, como si cuidar de un niño fuera lo más sencillo del mundo, y él se sentía como un idiota.
–¿Necesita alguna otra cosa, señor Garnier?
Tyson se dio cuenta de que seguía sentado en el taxi, mirando hacia la cabaña.
–No, gracias –contestó él pagando al hombre, y esperó a que sacara su maleta del maletero. Aunque el vuelo de Los Angeles a Boise no era largo, estaba agotado. Probablemente fuera porque su estancia en California había sido una pesadilla.
Durante la vista en el juzgado, Rachelle había esgrimido la foto en la que aparecía escalando la verja de su casa, y había declarado que la había estado llamando día y noche, y que casi había echado la puerta abajo para llegar hasta ella. Gracias al testimonio de su guardaespaldas, el juez había hecho efectiva la orden de alejamiento. Él había solicitado llegar a un acuerdo, pero Rachelle se había negado a hablar con él a menos que le devolviera al niño.
Lo que más le dolía era que Rachelle no actuaba por remordimiento por haberse desprendido de su hijo. Eso podría haberlo entendido y hasta perdonado. Pero a Rachelle no le importaba Braden, sino el dinero.
El taxista arrancó y el vehículo se alejó, dejando tras de sí una nube de humo. El olor a humo resultaba extraño en aquel lugar donde reinaba el aroma a pino y el aire puro, y por un momento se sintió, él también, fuera de lugar. Había una mujer dentro de la cabaña que estaba cuidando de su hijo, pero no la conocía ni a ella ni a su hijo.
–Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer –masculló, repitiendo las palabras que su abuelo habría dicho. Tenía que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, cargar con la responsabilidad por sus errores y continuar. ¿Qué otra opción le quedaba si quería ir con la cabeza alta? Ninguna.
Inspiró profundamente y entró.
Le sorprendió escuchar música. No era la música country típica de la zona, sino clásica, y el volumen estaba alto.
–¿Dakota?
No respondió aunque era obvio que estaba por allí. Había una copa de vino en la encimera y el fuego crepitaba en el hogar. El aroma a orégano y ajo se filtraba desde la inmaculada cocina dándole un aspecto mucho más acogedor que el que tenía al irse de allí. Vio una cesta llena de frutas y verduras en un extremo de la encimera; también pan casero envuelto en plástico junto a las frutas.
Subió al piso de arriba con la bolsa y asomó la cabeza en la habitación del bebé. La luz estaba encendida, pero la cuna estaba vacía. Percibió el sutil aroma a talco y, a regañadientes, reconoció el aliento de vida que Braden y Dakota estaban insuflando en la cabaña tan vacía cuando él llegó. Se asomó a la habitación de Dakota. Vacía también. Aunque allí no olía a talco, sino a salsa de espaguetis y pan casero, y a algo más que solo podía ser olor de mujer.
Desde luego no era el aroma caro que asociaba con su madre, pero tampoco se parecía a las fragancias pegajosas de las mujeres con las que solía salir. Y sin embargo le gustó. Lo suficiente para demorarse allí un rato.
El leve rumor de una televisión llamó finalmente su atención desde el final del pasillo. Vio una luz que escapaba de una puerta entornada, la puerta de su habitación. Tyson la abrió y vio que la cama estaba hecha. Dakota estaba en una mecedora con Braden en los brazos, ambos dormidos.
Tyson puso la bolsa en la cama y se acercó a despertarla. Pero entonces vio algo que lo dejó de una pieza. Llevaba puesta una vieja sudadera y unos calzoncillos suyos. Aún estaban abiertos los cajones de los que los había sacado. Enarcó las cejas sin comprender.
–¿Ahora eres una travesti?
Dakota dio un respingo al oír su voz, y Tyson tomó en brazos al niño, que se removió un poco, pero no se despertó, para evitar que lo dejara caer en la alfombra.
–¡Tyson! –exclamó ella, parpadeando rápidamente. Cuando se dio cuenta de que no estaba en su habitación, se sonrojó–. Lo siento. Esto... esto no es tan extraño como parece.
Tyson tenía bastante curiosidad por oír la explicación.
–¿Y cómo es eso?
–No suelo entrar a ponerme tu ropa. Después de meter a Braden en la cama, quise darme una ducha, pero... se frotó la cara en un intento de aclararse la mente–, las tuberías del pasillo suenan mucho y no quería despertarlo. Por eso vine a tu cuarto de baño.
–¿Y la ropa?
–Braden empezó a llorar cuando estaba saliendo de la ducha. Como ya había echado toda la ropa sucia a la lavadora, tuve que buscar rápidamente algo que ponerme.
–Y resultaron ser mis calzoncillos.
–Tus pantalones se me habrían caído –dijo ella, mordiéndose el labio con timidez–. Lo siento.
–No lo sientas –dijo él, encogiéndose de hombros–. Yo también te robaría la ropa interior si tuviera prisa.
Dakota lo miró no muy segura de si estaba bromeando y Tyson sonrió para mostrarle que era así. Ya que sabía que no era una fan obsesionada con él no le importaba que llevara puesta su ropa. Estaba distraído imaginando la explicación de Dakota, preguntándose lo que habría sido llegar a casa y encontrársela desnuda en su habitación.
Su cuerpo no tardó en reaccionar. Dakota tenía un cuerpo curvilíneo y suave, y unas piernas preciosas. De pronto le pareció mucho más atractiva que una de esas mujeres delgaduchas. Se dijo que lo pensaba porque toda ella era diferente, o tal vez fuera algo más básico. Tal vez fuera el aroma a talco, salsa de espaguetis y flores que flotaba a su alrededor. Nada hacía sospechar que fuera una gatita sexy. Más bien irradiaba... seguridad.
Sintió el impulso repentino de enterrar la nariz en su cuello y buscar solaz en la suavidad de su piel, el tipo de solaz que no había experimentado en el último año y medio. Hasta que se levantó y sus pechos rebotaron contra la sudadera, atrayendo su atención hacia ellos, y deseó tocar otras partes de su cuerpo. Aunque había hablado a diario con ella desde Los Angeles, básicamente seguía siendo una extraña que estaba desnuda bajo su ropa, y le pareció algo increíblemente erótico.
Tuvo que aceptar la realidad de que le apeteciera un poco de sexo después de año y medio, pero no quería sexo duro de película porno, sino un poco de sexo reconfortante. Y aquello le asustó mucho porque era la prueba de que se estaba haciendo mayor. Era un jugador de la liga profesional de fútbol americano, por todos los cielos. Se suponía que tenían que interesarle las conejitas de Playboy, no las mujeres del montón más bien rellenitas.
Frunció el ceño para que ella no pudiera adivinar lo que estaba pensando y retiró la vista de sus pechos. Pero cuando se encontró con su ojos, supo sin lugar a dudas que Dakota se había dado cuenta de lo que había estado mirando.
–Iré a meter a Braden en la cuna –murmuró casi sin aliento, y salió.
Una vez acomodado en la cuna, Dakota se fue a su habitación y se quitó la ropa de Tyson. Después tiró la sudadera sobre un montón de ropa que había en la cesta, y metió los calzoncillos en la lavadora con las prendas blancas, tratando en todo momento de no pensar en el deseo que había visto en su rostro minutos antes. No estaba acostumbrada a vislumbrar ese tipo de expresión, pero sabía que no había confundido la mirada de apreciación en sus ojos.
¿O sí? ¿Por qué iba a mirarla de esa forma? No era guapa y él podía tener a cualquier mujer.
Pero ella estaba allí, y los deportistas profesionales no eran conocidos precisamente por su carácter selectivo. Por culpa de Rachelle, la reputación de Tyson era más baja que la de la mayoría. ¿Entonces por qué se sentía halagada y excitada? Sería una estupidez liarse con él. Tyson solo la utilizaría y, en cuanto a ella, aparte de los magreos típicos con los chicos con los que había salido en el instituto, carecía de experiencia. Hacía más de un año que no tenía ni una cita.
Los ojos de Tyson relampaguearon en su mente y de nuevo sintió un hormigueo en la piel igual que antes en su habitación. Era evidente que sus latentes impulsos sexuales estaban emergiendo. Antes, delante de él, todo su ser se había puesto a temblar anhelando que la tocara.
–No seas estúpida –murmuró.
–¿Cómo dices?
Dakota se giró y vio a Tyson en la puerta.
–Lo siento. Solo estaba pensando en voz alta.
–No hace falta que la laves –Tyson indicó la ropa de él que se había puesto antes–. Solo la has tenido puesta un rato.
–No importa. Me siento ridícula. No te esperaba esta noche, aunque debería haberlo pensado al ver que no me habías llamado.
Dakota había pospuesto su entrenamiento en espera de su llamada. Se había acostumbrado a hablar con él todas las noches hasta el punto de que esperaba con ansiedad esos breves minutos en los que le contaba lo que Braden y ella habían hecho durante el día.
–Vete a la cama. Ya nos preocuparemos por la colada mañana.
–Voy a poner una lavadora ahora mismo.
Cuando entró las dimensiones del cuarto de la lavadora parecieron encoger como por arte de magia, probablemente debido a que ella se sentía aún avergonzada y deseaba evitar toda proximidad.
–¿Qué tal va tu padre?
–Bien. Muchas gracias –dijo ella, o tal vez no tanto dado que no quería ni hablar con ella, como si tratara de hacer que se sintiera culpable por haberlo abandonado.
–Me alegro –Tyson la miró un poco más detenidamente–. Parece que el moratón ha desaparecido.
–No duró mucho.
–No habrá vuelto a hacer de las suyas, ¿verdad?
–Hace un par de días se emborrachó antes de que llegara Terrance y trató de prohibirle la entrada, pero al hacerlo tropezó y tiró una lámpara. Sin embargo, Terrance logró controlar la situación. Papá estaba durmiendo la mona cuando fui a verlo a la mañana siguiente. No se había hecho daño.
Al ver que Tyson no respondía, levantó la vista. No parecía estar prestándole atención, sino que miraba con el ceño fruncido la pila de ropa sucia en la que ella había tirado la sudadera.
–¿Prefieres que la lave antes que lo demás? –preguntó ella un tanto vacilante ante la expresión de él.
–¿Esto es sangre? –Tyson atravesó la habitación y tomó la prenda en las manos.
Indicó una mancha grande por el interior de la manga, y Dakota se puso nerviosa al comprender que la sangre era de la herida del brazo. Se había quitado el vendaje para ducharse y con las prisas al ponerse la sudadera no se había acordado de lo inflamada que estaba por la infección.
–Lo siento mucho –dijo, totalmente apesadumbrada–. Dámela. Quitaré la mancha con uno de esos quitamanchas...
–¿De dónde es? –la interrumpió él.
Dakota no quería decírselo. No podía creer que hubiera podido ponerse su ropa y encima manchársela con algo que a la mayoría de la gente le daba asco tocar por miedo a contagiarse de algo.
–Es del brazo... me he hecho un arañazo y no me había dado cuenta de que estaba sangrando cuando me puse tu sudadera. Pero puedo quitar la mancha –repitió.
–¿Cuándo ocurrió?
–Esta mañana.
–No debe ser un simple arañazo si te está sangrando tanto.
–No es nada.
–Entonces no te importará que le eche un vistazo.
Ella siguió haciendo lo que estaba haciendo sin prestar atención.
–Ahora no. Está en un lugar poco accesible.
–Llevas una camiseta debajo de esa sudadera, ¿no?
Dakota se dio cuenta de que si seguía negándose, Tyson se daría cuenta de que le estaba ocultando algo. De modo que quitó la sudadera de cremallera y se descubrió la herida con la esperanza de que tuviera mejor aspecto que antes. Trató de cubrírsela rápidamente de nuevo, pero él le agarró la mano en la que sostenía el vendaje y la arrastró debajo de la luz para ver mejor.
–Será canalla –murmuró al verla y, por alguna inexplicable razón, Dakota sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Se lo había hecho su padre. El hombre que la había criado. El hombre de quien no quería apartarse.
–Puede que se haya infectado un poco –consiguió decir, deseando que el pulso volviera a su ritmo normal y que Tyson la creyera. Era una estupidez por su parte preocuparse por ella. Solo estaba allí de paso.
–Desde luego es una herida profunda. Sobre todo para ser un arañazo. ¿Cómo fue?
–Con la rama de un árbol –contestó ella sin mirarlo.
–Me parece un corte demasiado limpio para habértelo hecho con la rugosa corteza de un árbol.
Era evidente que sospechaba que le estaba mintiendo. La situación que vivía con su padre era humillante y se sentía estúpida por mentir, pero la verdad solo le acarrearía más problemas a su padre. Y además, lo había hecho sin querer.
–Ahora tiene otro aspecto, pero cuando me lo hice no parecía grave.
–Ya.
–Te lavaré la ropa. No te preocupes, ¿vale? –dijo ella, zafándose–. Buenas noches –pero cuando intentó salir, Tyson se interpuso entre la puerta y ella.
–Dakota, no es un arañazo. Es más bien un corte.
Ella guardó silencio.
–Y parece de hace algunos días –añadió con suavidad. A Dakota no le gustó el tono de lástima que percibió en su voz.
–Me he estado poniendo un antiséptico –contestó ella.
–Eso no basta. Deberías ir al médico.
Dakota se sintió tentada de discutir. Pero sabía que contradecirlo solo haría que se empeñara más en meterse en sus asuntos y no quería que lo hiciera, así que capituló para que la dejara en paz.
–Si mañana sigue igual, iré al médico. Vete a dormir, ¿vale? –y sonrió a la fuerza, aunque esta vez Tyson la dejó ir.
Tyson estuvo dando vueltas por la habitación casi una hora antes de bajar para comprobar si Dakota estaba aún levantada. Estaban a cuarenta minutos de la ciudad más cercana, y no sabía dónde encontrar un médico, pero no quería esperar a la mañana para solucionar lo del corte. Había visto que la rojez ascendía por el brazo, lo que significaba que la infección se estaba extendiendo. Temía que pudiera ponerse peor si no actuaban rápido, pero dudaba que aceptara que la llevara al hospital. Fue a buscarla para hablar con ella, pero encontró la planta baja en silencio y a oscuras.
Vaciló ante su puerta, pero finalmente se retiró. Sin duda, tenía sus razones para no querer ir al médico y él sospechaba cuáles eran, aunque se debatía entre secundarlas o no. Por mucho que quisiera a su padre, alguien tenía que poner fin a la situación. Lo cierto era que mientras viviera con él en la cabaña, él se ocuparía de que Skelton no hiciera nada. Ya llegarían a algún tipo de acuerdo cuando llegara la hora de irse.
Pero mientras, tal vez podría pedir algunos favores y conseguirle la ayuda, y la discreción, que Dakota necesitaba.
La voz de Tyson en la planta de abajo la despertó a la mañana siguiente. Por un momento creyó que se había quedado dormida y Tyson estaba hablando con Braden, pero entonces oyó que el bebé jugaba tranquilamente en su cuna.
Supuso que Tyson estaría hablando por teléfono. Se levantó y se dirigió hacia el pasillo, pero entonces se detuvo delante del espejo. La noche anterior, Tyson la había deseado sexualmente, un segundo, sí, pero la había deseado.
En ese momento, con el pelo enmarañado y la marca en la mejilla de haber dormido sobre la colcha, se inclinaba más a pensar que todo había sido una fantasía. Sin embargo, sus pechos no estaban mal. Y juraría que se los había mirado.
Se subió la camiseta y se miró de forma inocente. Hacía mucho que no evaluaba su propio atractivo físico. Había dejado pasar los años en los que una joven exploraba su feminidad y atractivo saliendo con chicos. Los había desaprovechado. Y en ese momento se sentía como una mujer de mediana edad probablemente porque la mayoría de la gente con la que se relacionaba pertenecía a una generación mayor.
Pero no se había sentido mayor la noche anterior. Bajo la apreciativa mirada de Tyson, como si hubiera estado tentado de tomarla en brazos y llevarla a la cama, se había sentido joven y llena de vida.
–¿Dakota?
Ella dejó escapar un quejido, abochornada, y se bajó la camiseta. Tyson estaba en la puerta. Sintió que se le aceleraba el pulso al pensar que hubiera asomado la cabeza por la puerta y la hubiera pillado mirándose los pechos desnudos.
–¿Sí? –preguntó ella, tratando de mantener un tono neutro.
–Levántate. Nos vamos a la ciudad.
–¿Como que nos vamos?
–Quieres ir a ver cómo está tu padre, ¿no?
Sí y no, pero no importaba mucho. Lo haría de todos modos.
–Sí.
–Estupendo. Te llevaré.
–¿En el Ferrari?
–¿Por qué no?
–¿Y Braden?
Sobrevino un momento de leve vacilación, y pensó lo incómodo que debía de haber ido su hijo aquella noche.
–Supongo que habrá que ir en tu coche –dijo al fin.
Dakota no se habría imaginado en ningún momento que tendría que llevar a Tyson en aquel montón de chatarra. ¡Si ni siquiera estaba limpio!
–¿Y el desayuno?
–Desayunaremos fuera.
–¿Me da tiempo a darme una ducha?
–¿A qué hora abren la farmacia?
–¿La farmacia? A las diez. ¿Por qué?
–Son poco más de las ocho. Saldremos dentro de una hora.
–¿A qué vamos a la farmacia? –gritó ella, pero Tyson ya se había alejado y no podía oírla.
Dakota se levantó la camiseta nuevamente y se miró de perfil ambos lados. Definitivamente no estaban mal. Muchas mujeres pagarían por tener unos pechos como los suyos. Pero el resto de su cuerpo... Los dos kilos que había perdido no eran suficientes. Tenía que seguir entrenando.