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Abuelo Garnier: «Una mujer que sonríe agitadamente es como un perro cuando mueve la cola: no es que esté contenta; está nerviosa».

 

Por alguna razón, Tyson se sentía mejor. A pesar de que la policía le estuviera dando la lata para que devolviera a Braden a su madre. A pesar de tener que responder a las preguntas de un detective sobre su relación con Rachelle. A pesar de que esta estuviera haciendo lo posible por destruirlo.

Resultaba asombroso lo que una mujer desnuda podía hacer. No veía nada, pero tener a Dakota en el jacuzzi frente a él había logrado lo que varias copas de vino no habían podido: estaba empezando a dejar salir parte de la ira que había crecido en su interior desde que hablara con el detective Donaldson. El natural aumento de las hormonas probablemente contribuía también, pero era algo más. Dakota tenía que creerlo, o no se habría quitado la ropa. Una virgen de veintiséis años no se metería desnuda en un jacuzzi con un hombre en quien no confiaba. Y estaba tan cansado y atosigado que el voto de confianza le sabía a gloria.

–Yo digo que te quedes con Braden –dijo Dakota, hablando por primera vez desde que entrara en el jacuzzi.

Él se removió un poco para que uno de los chorros le masajeara la columna vertebral.

–Pensé que dirías eso.

–Por eso me lo has preguntado, ¿verdad?

Tenía razón. Tyson no consideraba la posibilidad de devolver a Braden a su madre. «A veces tienes que cuadrarte», le habría dicho su abuelo. Dios sabía que cuando a Reed Garnier se le metía algo en la cabeza, nadie podía convencerlo de lo contrario. Y Tyson sabía que había heredado la vena testaruda de su abuelo. Solo estaba reflexionando sobre lo que su decisión podría costarle, y no se refería a dinero. Pasaría de ser un ídolo del deporte a un hombre que utilizaba su fama y posición para aprovecharse de mujeres inocentes.

–Eres demasiado dulce, ¿lo sabías?

Dakota se echó el pelo húmedo hacia un hombro.

–¿Qué te hace decir eso?

–¿Te has bañado desnuda alguna vez?

–No.

–¿Estás nerviosa?

–¿No es evidente?

–Un poco. Pero sigues aquí –dijo él con una suave carcajada.

Ella le respondió con una sonrisa ladeada.

–Trato de compensarte por lo que ocurrió en la caravana.

Quería preguntar hasta dónde estaría dispuesta a compensarlo. Estaba pensando otra vez en una sesión de reconfortante sexo, y en el solaz que hallaría con ella en su cama. Pero no quería agradecer la confianza que había puesto en él haciéndole semejante proposición. No deseaba apartarla de él. Dakota parecía la única que estaba de su lado.

–No me debes nada.

–¿Entonces está funcionando?

–Tal vez demasiado bien.

–¿Qué se supone que quiere decir eso?

–Nada... pero a menos que quieras ver más de lo que habíamos acordado, te sugiero que te des la vuelta. Creo que es hora de que vaya dentro.

–¿Tan pronto? –preguntó ella, sorprendida.

Demasiado tarde, le parecía a él. La había puesto a prueba, ella había estado a la altura de las circunstancias, y a él lo acosaría toda la noche su deseo insatisfecho.

–Estoy cansado –mintió él, saliendo de la bañera, pero cuando se dio la vuelta, vio que Dakota no se había tapado los ojos ni había desviado la cabeza como él había esperado. Lo miraba abiertamente, con una expresión llena de curiosidad y admiración.

–¿Dakota? –aferró con la mano la toalla, pero la mantuvo separada de su cuerpo. No era la primera vez que una mujer lo veía desnudo, pero ninguna lo había mirado como Dakota en ese momento.

–Lo has dejado a mi elección, ¿verdad? –respondió ella.

Era cierto. Y lo que ocurriera a continuación también sería elección suya.

–¿Y?

–Qué hermoso eres.

Tyson tensó los músculos al sentir que la sangre se le arrebataba en la entrepierna. Fue lo único que pudo hacer para no meterse en el agua y hacerle una demostración de lo que le estaba pidiendo. Pero consiguió contenerse, porque no estaba seguro de que ella supiera que le estaba pidiendo algo.

Su conciencia le aconsejaba no decir lo que tenía en la punta de la lengua, pero no pudo contenerse.

–Podría enseñarte unas cuantas cosas, si quieres.

–Sobre...

Tyson se permitió bajar la vista por primera vez hasta donde el agua se arremolinaba alrededor de sus pechos.

–Usa la imaginación.

Dakota cerró la boca y tragó con dificultad.

–Tal vez cuando pierda unos kilos más.

A él le daba igual su peso. Lo que sentía tenía que ver con algo más que un cuerpo perfecto. Se sentía atraído por la persona, por todo lo que convertía a Dakota Brown en lo que era; quería que su dulce inocencia suavizara la herida que le había dejado Rachelle y borrara de su existencia el desencanto y la amargura.

Pero no le apetecía presionarla. Gabe se la había recomendado. Además, tenía que considerar otras cosas, como si era inteligente dejar que su relación llegara a ese nivel. Había posibilidades de que Dakota se tomara el sexo demasiado en serio y la cosa no terminara bien, y no quería convertirla en una cínica en sus relaciones como él.

–Ya sabes dónde encontrarme –y se metió en la casa.

 

 

Dakota se quedó media hora más en la bañera, el tiempo necesario para recuperar el ritmo del pulso. Justo cuando pensaba que estaba sentenciada a una vida de obligaciones y pobreza en una pequeña ciudad sin nadie que despertara un interés romántico en ella, la vida la ponía en una situación en la que tenía que vivir en una cabaña con uno de los hombres más atractivos de Estados Unidos, y que además era un buen tipo.

Y acababa de hacerle proposiciones.

Se asomó por encima de la bañera y, utilizando la copa de Tyson, se bebió el resto de la botella. Tal vez fuera atractivo, y mucho mejor persona de lo que los periódicos decían, pero de ninguna manera dejaría que la viera en su estado actual. No después de haber visto el cuerpo de Tyson. Dios, no tenía ni un gramo de grasa.

Pero por otro lado, tal vez fuera su oportunidad de experimentar algo que no olvidaría en la vida. Tampoco iba a mirarla en detalle. Simplemente, se aprovecharía de la situación de tenerla tan cerca y disponible. Probablemente no tardaría más de quince o veinte minutos en enseñarle lo que se había estado perdiendo. Incluso en Dundee la gente se permitía relaciones de una noche.

Quería otra copa. Cuanto más bebiera, antes superaría el nerviosismo. Pero la botella estaba vacía. Empezaba a sudar por efecto del vapor caliente que había hecho que le aumentara la temperatura. Tenía que entrar.

Pero Tyson estaba dentro. Aunque se hubiera ido a su habitación, podría sentir su presencia. ¿Qué iba a hacer?

«Aprovecha la oportunidad», le dijo una vocecilla en su interior. «Vive la vida».

Estaba casi segura de que era el vino el que hablaba, pero no era tan mal consejo. ¿Por qué no? ¿Qué daño podía hacerle? Su vida era tremendamente aburrida. Independientemente de lo que ocurriera después, una noche con Tyson sería interesante.

 

 

Tyson se había puesto unos vaqueros, había encendido la tele y se había pasado la última media hora dando vueltas por la habitación. Aunque sabía que tenía que irse a la cama, pero no podía dormir. ¿En qué había estado pensando? No podía tocar a Dakota. Sería demasiado arriesgado. Podría empezar a sentir algo por él y sufriría cuando se marchara. Podría enfadarse y decir que se había aprovechado de ella y empezar a comportarse como Rachelle, y entonces tendría suerte si pudiera convencer a alguien de que no era una rata. Podría poner a Gabe en su contra, y entonces perdería a un buen amigo. Incluso podría quedarse embarazada. Dudaba mucho que estuviera tomando precauciones si era virgen y él no llevaba consigo más que dos preservativos. Pero podrían suceder muchas más cosas, y aparte de la inmediata satisfacción de obtener lo que quería, ninguna buena.

Y todos sus problemas habían empezado con el sexo. Dudaba mucho que fuera buena idea.

Se dijo que tenía que tranquilizarse. No había de qué preocuparse. Dakota era demasiado tímida para acercarse a su cama...

De pronto un suave toque en la puerta interrumpió sus pensamientos. Se dio la vuelta y miró la puerta, sintiendo la misma oleada de deseo que lo había acometido en el jacuzzi. Ni todo el sentido común del mundo podría borrarlo. El deseo era una fuerza a la que no había que infravalorar. Sin embargo, él no podía dejarse llevar.

–¿Tyson?

El sonido de la voz de Dakota, un poco vacilante e insegura, le asustó. ¿Qué hacía liándose con una mujer como ella? Él necesitaba una mujer de mundo, alguien con quien tener una relación pasajera sin ataduras.

¿Como Rachelle?, le dijo una vocecilla.

–¿Estás dormido?

Con la esperanza de que su visita no tuviera nada que ver con la proposición que le había hecho momentos antes, atravesó la habitación y abrió la puerta. Dakota estaba en el pasillo vestida con un esponjoso albornoz y con una botella de vino y dos copas en las manos. Como si el vino no fuera una clara indicación de sus intenciones, tenía la completa seguridad de que no llevaba nada debajo.

«Ay, Dios...».

Fingió no darse cuenta del vino.

–¿Va todo bien? –preguntó con el tono más serio y formal que pudo conseguir.

Ella retrocedió un paso y se escondió el vino y las copas detrás de la espalda.

–Solo quería...

Él frunció el ceño como si estuviera impaciente por oír el resto.

–¿Sí?

Dakota también frunció el ceño, pero de confusión, aunque finalmente decidió mostrarle el vino.

–Pensé que tal vez te apetecería tomar una copa.

Él no quería tomar una copa. Quería meter la mano por el escote del albornoz y tomar en ella su pecho, abrir la prenda para poder verla. Pero ya había decidido que no podía tocarla. Tenía un montón de buenas razones. Solo que no podía recordarlas teniéndola delante, desnuda bajo el albornoz.

–Creo que ya he bebido suficiente.

Vio que Dakota se sonrojó hasta el cuello y se sintió fatal. Él le había hecho una proposición, ella había decidido aceptar, y entonces iba él y la rechazaba. Era el mayor de los cretinos y lo sabía. Pero mejor ser un cretino que lo que sería si dejaba que la situación fuera a mayores. Al menos estaba poniendo fin con decisión a la química existente entre ellos. Después de eso, no volvería a acercarse a él, ni dejaría que él se acercara a ella.

–Vale. Siento haberte molestado –dijo con voz apenas audible.

Tyson sabía lo difícil que debía de haber sido para ella reunir el valor para ir a su habitación. Pero no podía decirle por qué había cambiado de opinión porque ella le prometería que se estaba preocupando por nada. Y él la creería porque era lo que quería creer.

–Buenas noches –dijo, y cerró la puerta para no ceder al deseo de arrastrarla al interior con él.

 

 

Vestida con camiseta y pantalones cortos, Dakota corrió en la cinta más de una hora a la mañana siguiente. También levantó pesas hasta que le dolieron los brazos y las piernas, e hizo doscientos abdominales.

–Voy a... perder peso... aunque sea lo último que haga –dijo con la respiración entrecortada, hablándole a Braden, que jugaba en su parque. No quería volver a verse en la situación en la que se había encontrado la noche anterior delante de la puerta de Tyson, sintiéndose como una tonta. Estaba decidida a conseguir tan buen aspecto que ningún hombre se le resistiría.

Oyó una puerta que se cerraba. Braden soltó un gritito y Dakota le dirigió una pequeña mueca.

–Sí, está aquí. Aunque no tengo muchas ganas de verlo.

«No pienses en lo ocurrido anoche. ¡Fue él quien te hizo proposiciones y no al contrario!».

Sin embargo, había sido ella quien se había presentado en su puerta con una botella de vino. Y él había actuado como si prefiriera comer gusanos a tocarla.

Distraída en sus pensamientos, no sacó la mano mientras ajustaba las pesas en una de las máquinas y se pilló un dedo.

–Ay –se quejó.

–¿Qué ocurre?

Tyson acababa de entrar en la habitación. Dakota percibió el tono de preocupación en su voz, pero le quitó importancia. Era evidente que no había aprendido a interpretar su comportamiento.

–Nada –dijo ella sin tratar de ocultar su mal humor, mientras se metía el dedo aplastado en la boca.

Tyson iba vestido con camiseta, pantalones cortos y zapatillas de correr. En cuanto Braden lo vio, se puso de pie en el parque sujetándose al borde, y empezó a dar saltos, pero Tyson lo ignoró por completo.

–¿Te has hecho daño?

–No –dijo ella, escondiéndose la mano detrás de la espalda.

–Déjame ver –dijo él, acercándose a ella, pero esta retrocedió al mismo tiempo.

–No es nada.

Él se detuvo.

–Y hablando de heridas, ¿cómo va tu brazo?

Las líneas que se veían alrededor de su boca y sus ojos sugerían que no había dormido muy bien. Dakota se alegró inmensamente. Ella también había pasado una noche horrible. No era fácil dormir cuando una no dejaba de castigarse por ser tan ingenua.

–Bien.

–Y en un día.

–Los antibióticos son geniales –dijo ella, encogiéndose de hombros.

–Déjame ver –insistió él con escepticismo.

–Se está curando. No es necesario.

Tyson se abalanzó sobre ella con tal rapidez que Dakota no tuvo tiempo de reaccionar y la sujetó por la muñeca. Esta trató de zafarse, pero solo consiguió golpearse el codo con otra máquina.

–¡Ay!

–Tranquilízate. Solo quiero echar un vistazo.

–No me toques. Estoy sudando –dijo ella, mirándolo furiosa, pero él no la estaba mirando. Y no parecía importarle el sudor pues ya le estaba retirando el vendaje.

–No está mucho mejor –dijo ceñudo.

Ella apartó el brazo con brusquedad.

–Los antibióticos no han podido hacer efecto aún.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque tardan unos cuantos días.

Los dos se sostuvieron la mirada y Dakota levantó el mentón.

–¿No quieres que te lleve al médico? Tiene que dolerte mucho.

Y tanto que dolía. Especialmente cuando el sudor entraba en contacto con la herida. Pero no quería ir a ninguna parte con Tyson, no podía ir al médico de la ciudad sin una explicación plausible, y dudaba mucho que su coche soportara un viaje hasta Boise. Los antibióticos terminarían haciendo efecto. No era más que una infección.

–Se curará. Dale un poco de tiempo.

Él no pareció convencido.

–Tal vez seas resistente a la medicación.

–Pronto lo sabremos –dijo ella, poniéndose con cautela el vendaje sobre la herida–. En cualquier caso, tú tienes tus propios problemas. El detective Donaldson llamó esta mañana. Llegará hoy sobre las tres.

No había tenido intención de mostrarse tan engreída, pero después de las fantasías sobre lo que podía haber pasado en el jacuzzi, sentir su contacto la había puesto nerviosa. Creía que las rodillas no iban a sostenerla.

–¡Da-da-da! –tarareaba Braden sosteniéndose en las paredes de malla del parque, pero Tyson siguió mirando a Dakota hasta que, finalmente, se dio la vuelta y se fue.

Oyó que la puerta principal se cerraba de golpe minutos después y supo que había salido a correr.

–Menos mal que se ha ido.

Pero no estaba contenta. Y Braden tampoco. El golpe de la puerta le asustó y, tras hacer un puchero, rompió a llorar.