Capítulo 26
Phoenix estuvo muy callada durante el partido. Riley estaba seguro de que no había dicho más de dos palabras durante las nueve entradas. Estaba rodeada de los amigos de Riley y con la mirada fija en el campo. Cada vez que alguien le ofrecía algo, un perrito caliente, un chicle, o unas pipas de girasol, rechazaba el ofrecimiento con la cabeza.
Eran muchas las personas que la miraban fijamente. Y Riley también podía oír los susurros: «¿No es esa la mujer que mató a Lori Mansfield?». «Riley no habrá vuelto con ella, ¿verdad?». «Es muy guapa, eso hay que reconocerlo, pero, vaya, no sé cómo puede meter a una asesina en su vida, y mucho menos en su cama. Como no tenga cuidado, cualquier noche terminará recibiendo un navajazo».
Sabía que también Phoenix los oía, aunque fingiera no hacerlo. Y le entraban ganas de responder y hacer callar a todos, pero sabía que no les quedaba más remedio que soportar aquellas lenguas viperinas. Con el tiempo iría apagándose el interés y todo el mundo se acostumbraría a la vuelta de Phoenix y a verlos juntos.
Al final, sus padres no aparecieron. Riley imaginó que pondrían alguna excusa ridícula. Le dirían que estaban ocupados, o demasiado cansados, pero él imaginaba que habían evitado a propósito el partido al saber que iría Phoenix. No querían que les vieran con ella, no querían que nadie pensara que aprobaban aquella relación. Estaban esperando la gran confrontación de aquel fin de semana con la esperanza de hacerle entrar en razón y conseguir que pensara lo mismo que ellos.
Pero, para entonces, era muy posible que también él tuviera muchas cosas que contar.
Durante los días siguientes, Jacob estuvo pasándose por casa de Phoenix al acabar el entrenamiento y Riley iba a verla al salir del trabajo. El tráiler de Phoenix era pequeño, caluroso y mucho más humilde que su casa, pero pasaban mucho tiempo allí. Phoenix pensaba que lo hacían porque les gustaba que les hiciera la cena y, al fin y al cabo, ya tenía que cocinar para su madre, y, quizá, también disfrutaban saliendo de su entorno habitual. Porque en ningún momento hacían mención al calor o a las muchas cosas de las que carecía. Tampoco intentaron convencerla de que fuera a su casa. Parecía bastarles con estar donde estaba ella.
El miércoles, Riley llevó una televisión pequeña y un montón de DVD y disfrutaron de un maratón de películas. Cuando, alrededor de la media noche, Jacob se quedó dormido en el sofá, Phoenix tuvo la sensación de que Riley tenía ganas de llevarla al dormitorio. No habían vuelto a dormir juntos desde que habían estado en la cabaña. Los dos habían tenido mucho trabajo. Y, cuando no estaban trabajando, Jacob estaba con ellos. Pero, por mucho que Phoenix ansiara acariciar a Riley, tenía miedo de que su hijo pudiera despertarse.
–¡Dios mío! Echo de menos poder estar contigo –susurró Riley mientras permanecía tras ella en la cocina, a donde había llevado Phoenix los cuencos que habían utilizado para las palomitas.
–A lo mejor podemos quedarnos a solas este fin de semana –susurró ella en respuesta.
Pero los dos sabían lo que iba a suceder al día siguiente. Riley iría a buscarla a las diez y la llevaría a casa de sus padres, donde habían quedado con Penny Sawyer. Con aquella perspectiva en el horizonte, Phoenix no iba a poder pegar ojo.
–No tendrás miedo de ver a Penny, ¿verdad? –le preguntó Riley.
Como Phoenix continuó lavando los platos, la hizo volverse hacia él.
–Estoy aterrada. Tengo miedo de que la creas. Preferiría que no quisieras oír lo que tiene que decir.
–Ya no estoy tan ilusionado como antes.
Phoenix se secó las manos.
–¿Eso qué significa?
–Como ya te comenté cuando te llevé al partido, tenía ciertas esperanzas. Pero… –esbozó una mueca–, ahora se han hecho añicos.
–¿Qué ha pasado?
–Contraté al detective privado de Corinne para que investigara para mí. Hizo algunas búsquedas sobre el pasado de Penny e incluso llegó a localizar al exmarido.
–¿Y qué querías de su ex?
–Es habitual que la gente comparta secretos con sus parejas. Esperaba que me dijera que había admitido haber sido ella la causante del accidente.
–¿Y no lo ha hecho?
–Yo creo que sí, pero él continúa siéndole lo suficientemente leal como para no divulgar un secreto que podría causarle problemas.
–Entonces no tenemos nada. Solo más mentiras.
Riley apoyó la cabeza en su frente.
–Lo siento. Esperaba que todo saliera bien.
–¿Eso significa que podemos cancelar la cita de mañana y seguir como hemos estado hasta ahora?
–Si cancelo la cita parecerá que estoy asustado, que tengo miedo de oír la verdad, o que no estoy dispuesto a enfrentarme a ella. Yo debería ir. Pero puedo responder por ti. Tú no tienes por qué estar allí.
–¡No señor! Sí tú vas, también iré yo. Por lo menos, si Penny me ve, no le resultará tan fácil mentir. Aunque, desde luego, fue capaz de hacerlo en el tribunal.
–Nada de lo que pueda decir me convencerá de que no eres una persona maravillosa –le aseguró.
La besó varias veces, hasta que sus besos se hicieron tan apasionados que Phoenix tuvo que apartarle.
–Delante de Jacob, no.
Riley no se quejó. Se limitó a despertar a Jacob para llevarle a casa.
Phoenix pensó que iba a tener que pasar sola el resto de la noche, ocho horas sufriendo por aquella reunión. Pero Riley llegó menos de una hora después, solo, y se quedó hasta el amanecer antes de regresar a su casa para estar en su propia cama cuando Jacob se despertara.
–Me siento como si esto fuera El día de la marmota –dijo Phoenix mientras Riley aparcaba en la acera de la casa de sus padres.
–¿El día de la marmota?
–¿No has visto esa película? Mi madre la tiene. La vimos la noche que llegué a casa. Actúa Bill Murray en ella. La verdad es que no le presté demasiada atención. La vi sobre todo por ella. Pero el protagonista revive el mismo día una y otra vez.
Riley pareció confundido por la comparación.
–Este día no se parece a ningún otro. Hace diecisiete años que no ves a Penny.
–Pero vuelvo a tener la sensación de estar adentrándome en arenas movedizas, como en el partido de béisbol de ayer, en la excursión a la cabaña o cuando fui a la cafetería después de salir de prisión. Pero esto… –se mordió el labio–, esto es lo que más miedo me da.
–No permitiré que Penny te trate mal –le aseguró Riley.
–La que me preocupa es tu madre. Esta es la vez que más cerca voy a estar de ella desde que rompimos.
Riley se echó a reír.
–No es tan terrible como crees. Y ahora no hemos roto. Eso cambia la situación.
–No hemos roto todavía. ¿Pero qué pasará cuando entremos en esa casa y Penny comience a vomitar su veneno?
–Ya te lo dije. No cambiará nada entre nosotros. Pensaba que lo de anoche te había convencido.
–Lo de anoche fue… memorable –sonrió con expresión traviesa–. Volvamos a casa, desnudémonos y olvidémonos de todo esto.
Riley avanzó para abrirle la puerta.
–Por apetecible que me parezca, antes tendremos que pasar por esto. No podemos echarnos atrás, o pensarán que han ganado.
Phoenix se inclinó detrás de él para mirar hacia la puerta.
–Ellos siempre ganan.
Riley la miró durante varios segundos, después, frunció el ceño como si se sintiera inseguro.
–A lo mejor deberías quedarte aquí. No tengo la menor idea de lo que pueden llegar a decirte. No voy a poder evitar que hablen y no quiero que te hagan daño. Te llamaré para que entres si creo que puede servir de algo.
–No. Ya he llegado hasta aquí. Veamos si Penny puede mentir como la última vez ahora que ya no soy una mujer embarazada, paralizada por el pánico y enfrentándome a una larga pena de prisión.
Bajó de la camioneta y Riley le tomó la mano mientras se acercaban a la casa.
–No tienes por qué ir de mi mano –le dijo ella.
–Lo sé –respondió, pero no la dejó marchar.
No llegaban tarde, pero, aun así, ya estaba todo el mundo dentro, como si sus enemigos se hubieran reunido por adelantado para diseñar una línea unificada de ataque.
A pesar de sus palabras anteriores, Phoenix se descubrió apretando la mano de Riley con más fuerza.
Todos los ojos se volvieron hacia ella. Phoenix ignoró la hostilidad del rostro de Buddy al igual que la expresión sombría de los demás. Incluso ignoró a la madre de Riley. Estaba más interesada en Penny, que alzó la cabeza, pero no fue capaz de mirarla a los ojos.
–Gracias por venir –la madre de Riley asintió mirando a Phoenix con un tenso, pero educado recibimiento.
Phoenix le devolvió el saludo en silencio.
–Los dos os acordáis de Penny –Helen señaló hacia una mujer alta y delgada que estaba a varios asientos de distancia–. Sugiero que empecemos y acabemos con esto lo más rápidamente posible.
Corinne tomó las riendas.
–Penny, sé que es difícil volver a contar lo que pasaste. Hemos llorado juntas por teléfono. Pero Helen tiene razón. Es mejor que nos cuentes cuanto antes la verdad.
Estaban tratando a Penny con una delicadeza exquisita. ¡A la asesina de Lori! Phoenix apenas podía creer lo irónico de la situación.
Penny se aclaró la garganta y cambió de postura, pero no dijo nada. Así que Corinne la apremió.
–¿Puedes contarnos lo que pasó el día que asesinaron a mi hija?
Fue algo casi imperceptible, pero a Phoenix le pareció ver a Penny encogerse antes de cuadrar los hombros.
–La verdad es la que dije en el juzgado. Nada ha cambiado.
Phoenix había imaginado que se sentiría cohibida, como le ocurría cada vez que abandonaba la seguridad del tráiler. Pero aquella sensación había desaparecido al ver a Penny. Aquella era la persona responsable de que hubiera pasado diecisiete años en prisión por un crimen que no había cometido, la persona que la había privado de pasar todos aquellos años con su hijo. Penny había salido de aquel terrible accidente sin sufrir ninguna consecuencia, pero aun así… exudaba cierto aire de desesperación, como si temiera terminar peor parada que la última vez.
¿Por qué? ¿A qué se debía? Continuaba siendo una mujer atractiva con aquella melena rubia y sus pómulos bien marcados. También iba muy bien vestida, con una falda larga, sandalias y una bonita blusa de mangas transparentes. Pero la ropa parecía tan nueva que Phoenix tuvo la impresión de que se había arreglado para la ocasión.
O de que se había disfrazado.
Phoenix recordó entonces que ella misma creía que los Mansfield le habían pagado para que fuera. Aquella reunión debía de tener alguna motivación para Penny. No podía ser un acto de justicia cuando ella misma había conseguido escapar a la justicia.
–¿Puedes darnos más detalles? –le pidió Corinne–. ¿Puedes contarnos lo que ocurrió paso a paso?
Continuaba hablando con mucha delicadeza, como si se estuviera dirigiendo a una niña asustada. A Phoenix le resultaba irritante, pero demostró ser efectivo.
Una vez empezó a hablar, Penny contó, básicamente, lo mismo que había contado ante el jurado. Pero continuaba sin ser capaz de mirar a Phoenix. Se detenía de vez en cuando y Corinne tenía que persuadirla para que continuara. Pronto estuvo tan nerviosa que comenzó a morderse las cutículas e interrumpió su relato para preguntar cuánto tardarían en llevarla de nuevo al aeropuerto.
Fue entonces cuando Phoenix se fijó en las llagas que tenía en las manos.
–¿Crees que Phoenix fue a por Lori? –preguntó Corinne, intentando, una vez más, que Penny se concentrara en el relato.
–Phoenix odiaba a Lori –Penny hablaba como un robot. Phoenix sospechaba que había ensayado aquella parte–. Estaba… celosa de ella. Quería estar con Riley.
Aquel era el móvil que le habían atribuido desde el primer momento. No había nada nuevo o inesperado, era lo mismo que había contado ante el tribunal.
Penny no embelleció la versión original, no recreó ningún diálogo de cuando estaban en el coche como, sin lugar a dudas, los Mansfield esperaban que hiciera. Aquello fue lo único que pudieron obtener de ella.
Llevar a Penny hasta allí no parecía haber aportado nada nuevo. A lo mejor aquella fue la razón por la que Helen, frustrada, decidió tomar las riendas de la reunión.
–Para ser justos, deberíamos escuchar también a Phoenix –le hizo a Riley un gesto con la cabeza–. Phoenix, ¿tienes algo que decir?
–Es mentira –dijo Phoenix–. Yo no giré el volante. Fue ella y lo sabe.
Penny no se levantó indignada como había hecho ante el juez. Pareció encogerse en la silla.
–¿Por qué? –preguntó Helen–. ¿Qué motivo podía tener Penny para girar el volante?
–Eso habrá que preguntárselo a ella –contestó Phoenix–. ¿Penny? ¿Por qué lo hiciste? ¿Y por qué permitiste que fuera a prisión por ello?
Penny movía la pierna nerviosa y parecía estar ausente. Una vez más, fue incapaz de responder.
–¿Penny? –insistió Helen.
Penny la miró con el ceño fruncido y adoptó una postura más combativa.
–No fui yo y no me importa lo que diga nadie. ¿Por qué iba a querer hacerle ningún daño? Yo no tenía nada contra Lori.
–No creo que quisieras hacer daño a nadie –dijo Phoenix–. Fue un accidente, ¿de acuerdo? Hiciste una estupidez porque pensabas que era divertido. Y terminó teniendo consecuencias trágicas.
Penny negó con la cabeza.
–¡No, claro que no! No es cierto. Ella… miente –dijo, señalando a Phoenix–. Ya os dije que me acusaría a mí.
Riley intervino entonces.
–Lo único que queremos es saber la verdad.
Penny se levantó, se tambaleó y estuvo a punto de caerse antes de recuperar el equilibrio.
–Ya he contado la verdad. No me puedo creer que estéis cuestionando mi integridad. No debería haber venido. Por mi parte, yo ya he terminado. He venido y he contado mi versión de la historia, como me pedisteis que hiciera. ¿Ahora quién va a llevarme al aeropuerto?
–Un momento –dijo Riley, alzado la mano–. ¿Tú versión? Eso es relevante, ¿no te parece?
–Quería decir que he contado lo que ocurrió –se corrigió Penny, un poco nerviosa.
Riley la miró con los ojos entrecerrados.
–Por supuesto. En ese caso, a lo mejor no te importa contestar unas cuantas preguntas.
Penny taladró a Corinne con la mirada antes de volverse hacia él.
–¿Qué preguntas? Ya he contado todo. No podéis retenerme aquí en contra de mi voluntad.
–Te hemos pagado el viaje –le recordó Corinne–. Y también vamos a pagarte por el tiempo que nos has dedicado, puesto que dijiste que podrías perder tu trabajo.
Así que había dinero de por medio. Por lo menos, aquello contestaba a una de las preguntas de Phoenix. Ya sabía los motivos por los que Penny se había mostrado dispuesta a hacer algo así. Estaba casi segura de que era adicta a las drogas. A lo mejor no ganaba suficiente en el trabajo. O, a lo mejor, aquella era la única manera de conseguir un ingreso. Los adictos a las drogas eran capaces de robar en un supermercado para conseguir menos de cincuenta dólares.
–Ni siquiera tiene trabajo–dijo Riley.
Pero Corinne estaba demasiado concentrada en ella como para reaccionar a su intervención.
–Creo que nos debes al menos unos minutos más –le dijo a Penny.
Riley esperó hasta contar con la plena atención de Penny. Entonces dijo:
–¿Conoces a un hombre llamado Roger Hume?
–Ese es… mi exmarido.
–Por lo menos ya estamos de acuerdo en una cosa. Roger es tu exmarido. Estuviste casada con él durante casi diez años, ¿correcto?
Phoenix no tenía la menor idea de adónde quería llegar. La noche anterior, cuando estaban lavando los platos, le había dicho que Roger no le había proporcionado la información que buscaba.
–¿Y eso qué importancia tiene? –replicó Penny–. Hace mucho que no estamos juntos. Él ya pertenece al pasado.
Los Mansfield, e incluso los padres de Riley, estaban tan concentrados en lo que allí estaba ocurriendo que les observaban con la boca abierta.
–Estáis legalmente divorciados desde hace años –continuó Riley–, pero os separasteis mucho antes. Por lo que me contó él, discutíais a todas horas por culpa de tu afición a las drogas.
Penny parecía tan estupefacta como confundida por el hecho de que Riley tuviera tanta información.
–No…
–He investigado tu pasado.
Penny parpadeó.
–¿Y eso qué significa?
–Tengo informes policiales que lo demuestran. Estuviste arrestada por intentar atropellar a Roger con tu coche, le pegaste e intentaste prender fuego a tu propio apartamento. En otra ocasión estuviste detenida por ir por la calle desnuda, ibas tan drogada que ni siquiera sabías quién eras o dónde estabas y…
–Quiero irme de aquí –le interrumpió.
Phoenix apenas podía oír nada por encima de los latidos de su propio corazón. ¿Qué estaba haciendo Riley?
–¿Qué clase de drogas consumes? –le preguntó él a Penny–. Porque es obvio que no las has dejado.
–Eso no es asunto tuyo. Esto no tiene que ver ni con mi adicción, ni con mis hábitos ni con ninguna otra cosa.
–Tiene mucho que ver con tu adicción. Has venido hasta aquí por dinero, ¿verdad?
–No –negó con la cabeza, pero era evidente que se trataba de una mentira–. Sufro una depresión y… estoy medicada. Pero hay muchas personas que sufren depresiones.
Riley chasqueó la lengua.
–Esto es un poco diferente. Roger me dijo que las cosas se pusieron tan mal que, de vez en cuando, desaparecías durante toda una semana. También me contó que te sentías perseguida por una terrible tragedia que había ocurrido cuando estabas en el último año de instituto y que no conseguías olvidar.
Penny movió la mano, señalando la habitación.
–¿Y acaso no estamos todos afectados por la muerte de Lori? ¡Yo iba en un coche que giró bruscamente y mató a un ser humano!
Riley bajó la voz, pero habló como si fuera indiscutible la veracidad de sus palabras.
–Porque agarraste el volante.
Penny parpadeó varias veces.
–¡No es cierto! ¡Y si eso lo dijo Roger, estaba mintiendo! Él no puede saber lo que ocurrió porque no estaba allí.
–Pero se lo contaste tú, ¿verdad? En un momento en el que estabas colocada, o triste, o eras incapaz de olvidar, compartiste con él tu oscuro secreto.
–¡Me habéis traído engañada! –se volvió hacia Corinne–. ¡Me dijiste que lo único que tenía que hacer era aparecer y contar mi versión, que me darías doscientos dólares por el tiempo que iba a invertir y me pagarías el billete de avión! Quiero mi dinero y quiero salir de aquí.
–¿Doscientos dólares? –preguntó Phoenix –. ¿Eso es lo único que hace falta para que mientas y vuelvas a hacerme daño otra vez?
–¿Qué daño puede hacerte lo que diga ahora? Ya estás fuera, ¿no? Ya no pueden hacerte nada y a mí me viene bien ese dinero.
Corinne se llevó la mano al cuello como si necesitara que alguien pusiera fin a todo aquello.
–¿Es verdad? –preguntó con voz ahogada–. ¿Es verdad lo que Riley está diciendo?
Preocupado, el marido de Corinne se levantó y posó la mano en su hombro.
–No le hagas caso, mamá –dijo Buddy–. Todo esto es culpa de Phoenix, que está intentando confundirnos. Fue ella la que…
–¡Eso es ridículo! –explotó Riley–. Sois vosotros los que habéis traído a Penny hasta aquí y ahora que tengo la oportunidad de hablar con ella, quiero saber la verdad. Si vosotros no queréis, o no podéis, aceptar que estáis equivocados, os podéis marchar.
Por el rostro de Penny comenzaron a rodar las lágrimas.
–¡Yo no lo hice!
–¿Entonces por qué dice tu marido que lo hiciste? –preguntó Helen.
A los ojos de Penny asomó tal miedo que a Phoenix le recordó a un animal acorralado.
–Está enfadado, amargado. ¡Es mi exmarido, por el amor de Dios! Algunos ex serían capaces de hacer cualquier cosa para vengarse de sus antiguas parejas.
–A mí no me pareció un hombre amargado –le discutió Riley–. Me dijo que una parte de él siempre te querrá, pero que necesitabas ayuda. Que habías caído tan hondo que no sabía si ibas a ser capaz de levantarte.
Penny cerró los ojos y se tapó la cara, pero las lágrimas continuaban fluyendo. Phoenix las veía gotear desde su barbilla.
–Di la verdad –continuó Riley, inflexible, insistente–. ¡Por una vez en tu vida, di la maldita verdad!
Penny comenzó a temblar.
–Yo no quería hacerle daño –susurró entre los dedos–. El cielo sabe que no quería hacer daño a nadie. Fue… un accidente. Nadie debería ser castigado por haber sufrido un accidente.
Phoenix estaba tan sorprendida de que por fin hubiera confesado su culpabilidad que tardó un segundo en registrarlo. Miró a Riley para asegurarse de que él también lo había oído. Después, miró a su alrededor y comprobó que todo el mundo estaba tan estupefacto como ella.
–Pero, aun así, empeoraste lo que tú misma habías hecho permitiendo que una persona inocente fuera a prisión –dijo Riley–. Por un accidente como ese, que no pretendía ningún mal, habrías estado en la cárcel durante cinco años como mucho. En cambio, dejaste que todo el mundo creyera que Phoenix había atropellado a Lori y que pasara diecisiete años en prisión. No ha podido criar a su hijo y, al volver a su pueblo, ha tenido que enfrentarse a personas que la creían culpable de haber asesinado a un miembro de su familia.
–¡Ya lo sé! ¡Pero ahora ya no puedo hacer nada para remediarlo! Todo eso pertenece al pasado.
Penny se derrumbó sobre la alfombra. Sollozaba con tanta intensidad que ya no era posible comprenderla. Gritaba algo así como que nunca había intentado hacer daño a nadie. Que todo pretendía ser una broma.
Cuando se puso en posición fetal, Phoenix se levantó y se acercó a ella. No estaba segura de cómo se sentía. No era que la estuviera perdonando exactamente. Para eso iba a necesitar mucho más tiempo. Pero sí sentía una profunda tristeza por Penny, aunque hubiera sido ella la que había recibido su castigo. Al final, Penny no había podido evitar las consecuencias. Su mentira había destrozado todo lo bueno que había en ella.
–Vamos –Phoenix la agarró del brazo y la ayudó a levantarse–. Supongo que no te van a dar los doscientos dólares que esperabas, pero Riley y yo te llevaremos al aeropuerto.
Hasta mucho tiempo después, cuando estaban ya de camino a casa, Phoenix no fue capaz de preguntarle a Riley por Roger.
–Me dijiste que no te había dicho que hubiera sido Penny la que dio el volantazo.
Riley la miró mientras conducía.
–Y no me lo dijo. Pero ella no lo sabía.
–¿La has engañado para que confesara la verdad?
Riley le colocó un mechón de pelo tras la oreja mientras le dirigía la misma sonrisa con la que Phoenix había soñado durante diecisiete años.
–Fue un farol. Pero era lo único que tenía. Gracias a Dios, funcionó. Pero me gustaría que hubiéramos podido hacerle firmar una declaración aceptando su responsabilidad.
Lo habían intentado, pero, para cuando a Riley se le había ocurrido la idea de camino al aeropuerto y se habían detenido para comprar papel, Penny ya estaba recuperada y se había negado. Habían ido en silencio durante todo el resto del viaje hasta Sacramento. Después, Penny se había bajado, había cerrado la puerta de un portazo y se había alejado caminando ofendida.
–De todas formas, no creo que hubiera valido ante un tribunal –dijo Phoenix–. Por lo menos, no sin haber sido firmada ante notario.
–Deberíamos contratar un abogado. Ojalá se me hubiera ocurrido traer a uno hoy, pero estaba demasiado preocupado pensando en cómo te iban a tratar y en el hecho de que iba a presentarme sin tener nada sólido. Ni siquiera se me ocurrió –sacudió la cabeza–. Aunque si hubiera grabado la conversación con el móvil, tendríamos al menos una prueba de la admisión.
–Tenemos testigos. Tus padres no mentirán, ¿no?
–No, pero estoy seguro de que los Mansfield preferirán mantener la boca cerrada. Estaban tan convencidos de que habías sido tú que les resultará muy violento que todo el mundo se entere de lo equivocados que estaban. Por suerte, por mucho que mi madre quiera a su mejor amiga, me quiere más a mí, así que podemos confiar en que dirá la verdad.
–Con eso me basta –dijo Phoenix–. No perdamos el tiempo con más discusiones. He oído hablar de expresidiarios que han denunciado pidiendo una compensación, pero no es fácil, sobre todo en un caso en el que no hay pruebas forenses que hagan incuestionable la culpabilidad. Y menos con alguien como yo. Aunque consiguiera que Penny repitiera todo lo que nos ha dicho hoy, dirían que puede tratarse de un fallo de memoria, o que fue coaccionada… o cualquier otra cosa. Es tal la burocracia que nunca acabaríamos. De hecho, creo que nos gastaríamos más dinero en el proceso del que podría llegar a recibir.
–Pero el sistema fracasó contigo. ¡Te han robado diecisiete años de vida! ¿Y qué me dices de tu buen nombre? ¿Es que eso no es importante para ti?
–Es posible que más adelante denuncie. Quién sabe si con el tiempo puede llegar a convertirse en algo importante para mí. Pero ahora mismo, cuando la gente que más me importa ya sabe la verdad, no quiero enfrentarme a ello. Lo único que quiero es dejarlo todo atrás, volver a empezar. Además, no ha sido un fallo del sistema, sino de la integridad de una persona. Ningún sistema puede compensar la falta de integridad.
–Lo dices en serio.
–Totalmente. Por lo menos, ya ha terminado todo. Y tu familia y tú sabéis la verdad. Es más de lo que me he atrevido a esperar durante mucho tiempo. Y ahora tengo muchas otras cosas que esperar.
–¿Estar con Jacob y conmigo… es suficiente?
–¿Qué más podría pedir?
Phoenix se sentía más ligera que el aire. Podría caminar por Whiskey Creek con la cabeza bien alta. No tendría que tener miedo a los Mansfield ni soportar el odio que habían desplegado hasta entonces contra ella. Podría ir a los partidos de Jacob sin ningún tipo de temor y sin motivo alguno para sentirse avergonzada.
–Jamás olvidaré cómo han agachado la cabeza los Mansfield cuando Penny se ha derrumbado. Ni las disculpas que me han pedido tus padres.
–Estaban equivocados y ahora lo saben –entrelazó los dedos con los suyos–. ¿Y tú qué piensas?
Phoenix estudió su perfil mientras conducía. Su tono indicaba que estaba intentando cambiar el rumbo de la conversación, pero Phoenix no sabía hacia dónde.
–¿Sobre qué?
Riley sonrió de oreja a oreja.
–Sobre la posibilidad de hacerme una pulsera.
Riley estaba deseando contarle a Jacob lo que había pasado con Penny y sabía que Phoenix estaba más entusiasmada que él. Se retorcía las manos y cambiaba el peso de pie mientras permanecían en la puerta de Just Like Mom’s viendo cómo aparcaba Jacob frente al restaurante. Jacob sabía que tenían que darle una buena noticia porque le habían invitado a reunirse con ellos para celebrarlo con un helado. Pero no sabía qué iban a decirle.
–¡Eh!
Los tacos de las zapatillas deportivas de Jacob repiqueteaban en el camino mientras se acercaba. Había ido hasta allí nada más salir del entrenamiento, así que estaba sudoroso y tenía el uniforme cubierto de barro. Les había preguntado que si podía ducharse en casa antes de ir, pero tenían demasiadas ganas de verle.
–¡Hola! –Phoenix corrió hacia él y le abrazó.
Pero no debió de ser muy buena idea, porque rompió a llorar casi al instante.
Jacob desvió la mirada hacia Riley mientras le devolvía el abrazo. Parecía un poco inseguro y Riley le guiñó el ojo para indicarle que no tenía por qué preocuparse.
–Hoy hemos tenido una reunión con Penny –anunció Phoenix sorbiendo la nariz mientras le soltaba.
Jacob se llevó la mano hacia la gorra de béisbol y se la puso hacia atrás.
–¿Y? –su voz parecía incluso más insegura que su expresión.
–Por fin ha contado la verdad –le explicó Riley, puesto que Phoenix había vuelto a ceder a las lágrimas y estaba secándose la cara–. Ha admitido que fue ella la que causó la muerte de Lori.
–¿Estás de broma? –Jacob casi gritaba por la emoción y llamó la atención de un grupo que pasaba.
Pero el propio Riley tenía ganas de gritar al resto del mundo y confiaba en que Phoenix sintiera lo mismo.
Ella sonrió a través de las lágrimas y Jacob volvió a abrazarla.
–¡Mamá! ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
Phoenix reía mientras Jacob giraba abrazado a ella.
–Significa que ya no vas a tener dudas sobre mí ni a sentir que los demás piensan lo peor de mí.
–Nosotros ya creíamos en ti, ¿verdad, papá? –le aseguró Jacob–. Una persona como tú jamás haría algo así.
La imagen de Jacob abrazado a su madre con tal feliz alivio hizo que hasta Riley se emocionara. Temiendo que se le quebrara la voz, se aclaró la garganta en un intento de esconder sus sentimientos y asintió con la cabeza en vez de decir nada.
–¿Los abuelos lo saben? –preguntó Jacob mientras dejaba a su madre en el suelo.
–Sí –contestó Phoenix–. Y los Mansfield también. Todo se lo debemos a tu padre. Ha sido él el que ha conseguido que Penny admitiera que agarró el volante.
–¿Y cómo lo ha conseguido? –quiso saber Jacob.
Riley se había recuperado ya lo suficiente como para controlar la voz, así que la interrumpió antes de que Phoenix pudiera volver a contar lo ocurrido.
–Vamos dentro y allí le daremos todos los detalles.
–¡Es increíble! –le dijo Jacob a Phoenix.
Phoenix esbozó la sonrisa más radiante que Riley había visto jamás en su vida.
–Es maravilloso poder sentirme por fin libre, libre de verdad –dijo, y se deslizó bajo el brazo de Riley mientras entraban en el restaurante.