Capítulo 20

 

El regalo de Riley llegó el viernes por la tarde. Phoenix lo abrió para asegurarse de que era tan bonito como le había parecido en el ordenador y descubrió emocionada que era incluso mejor. En cuanto pudiera reunir el dinero suficiente, pensaba pedir otra copia para ella.

«Le va a encantar», pensó. Esperando poder dárselo antes de que saliera para la cabaña, corrió a casa de su madre para llamar al móvil de Jacob.

Lizzie, que estaba sentada junto a la mesa, la miró malhumorada.

–No se lo merece. No se merece nada –protestó.

De modo que Phoenix se volvió en cuanto Jacob contestó y bajó la voz.

–¿Jacob?

–Hola, mamá, ¿qué pasa?

–Quería saber si tu padre anda todavía por casa.

–Ha salido hacia la cabaña a las nueve, ¿por qué? ¿Has cambiado de opinión? Porque, si quieres ir, puedo darte la dirección. Tenemos en el móvil esa aplicación que me permite ver dónde está en cada momento. Además, les ha dejado la dirección a los padres de Tristan.

Phoenix se había pasado toda la semana contemplando la posibilidad de ir y había estado a punto de ceder. Incluso había llegado a parecerle una opción segura cuando Jacob había empezado a convencerla. Pero su madre siempre había estado allí para recordarle lo tonta que sería si volvía a confiar en Riley otra vez. Y a Phoenix no le cabía en la cabeza que pudiera estar interesado en ella. De modo que su madre tenía que tener razón.

–No he cambiado de opinión –le dijo a Jacob–. Yo solo… tengo un regalo para él y había pensado que podía dárselo esta tarde.

–Deberías llevárselo a la cabaña. Le encantaría que fueras.

Una vez más, estuvo a punto de sucumbir a la tentación. Y probablemente lo habría hecho si su madre no hubiera estado escuchando la conversación.

–No quiero molestarle ni a él ni a sus amigos. Esperaré hasta que vuelva a casa –dijo.

Pero después de colgar, Jacob volvió a llamar e insistió en que apuntara la dirección. Por algún motivo, tenía mucho interés en que fuera y, tras otras tres horas de deliberación, Phoenix se dirigió al tráiler de su madre y llamó a un taxi para que fuera a buscarla.

A lo mejor era una locura, una insensatez, como decía Lizzie. Pero cuando miró hacia el tráiler de su madre y observó hasta dónde se podía llegar al intentar caminar siempre sobre seguro, se dio cuenta de que el miedo podía llegar a encarcelar a una persona con la misma severidad que la Prisión Central de Mujeres de California.

Así que decidió liberarse y acudir a la fiesta.

 

 

La cabaña resultó ser una mansión. Un edificio maravilloso de madera, piedra y cristal. Y la madera era el único elemento que recordaba a una cabaña. Un lugar como aquel no soportaba el adjetivo «rústico».

–Muy bonito –dijo el taxista con un silbido.

Ni siquiera podían verla al completo. Les faltaba toda la parte que quedaba fuera del alcance de los focos de la fachada delantera. Le había costado tanto encontrar un medio de transporte que ya era de noche. Eran casi las diez.

Phoenix no dijo nada. Aquel comentario no requería respuesta. ¿Habría cometido un error pagándole a aquel hombre para que la llevara hasta allí? ¿Cómo demonios se le había ocurrido? Para empezar, no se le daba bien socializar, ¿y estaba a punto de irrumpir en la fiesta que Riley celebraba en el lago sin llevar siquiera un traje de baño?

El conductor rodeó el taxi.

–¿Señora?

Phoenix se frotó la frente. Todavía estaba a tiempo de dar marcha atrás. Podía pedirle que la llevara a su casa y…

–Sí, eh… siento cambiar de planes en el último momento, pero he decidido regresar.

–¿A Whiskey Creek?

Phoenix asintió.

–¿Le parece bien? –le preguntó al taxista.

–Lo siento, pero tengo otro cliente en San Francisco a media noche y ya voy a tener problemas para llegar a tiempo.

–¡Ah!

Ni siquiera se le había ocurrido pensar que a lo mejor no podía llevarla aunque estuviera dispuesta a pagarle otros cien dólares por el viaje de vuelta.

El taxista señaló hacia la cabaña.

–Estoy seguro de que se divertirá.

Phoenix bajó del taxi. ¡Maldita fuera! Ella no pintaba nada en una fiesta como aquella. No debería haber ido.

El taxista le tendió entonces la pequeña y maltrecha maleta que Lizzie le había pedido prestada a su madre y le dio las gracias cuando le dio una propina de diez dólares. Después, la dejó frente a la puerta de la cabaña de Simon O’Neal… el mismísimo Simon O’Neal, una de las estrellas de cine más importantes del país.

Como si el hecho de que Riley estuviera allí no fuera suficiente.

–Esta vez sí que la he hecho buena.

Miró a su alrededor, preguntándose si habría otra manera de salir de allí, pero apenas había tráfico en la estrecha y serpenteante carretera por la que había llegado hasta allí. Aquello no le dejaba muchas opciones. Al fin y al cabo, era imposible salir de aquel lugar en autobús.

En otras palabras, estaba atrapada.

Dejó escapar un largo suspiro y sacudió la cabeza.

–¡Qué tonta soy!

Era evidente que Riley le gustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Si no fuera así, con regalo o sin él, no se habría puesto en aquella situación.

Pero ya estaba allí y lo único que podía hacer era intentar salir lo mejor parada posible.

Subió con la maleta los tres escalones que conducían a la casa y continuó cargando la maleta por la zona de la entrada, puesto que no tenía ruedas, a diferencia de la mayor parte de las maletas fabricadas durante los últimos veinte años. Después de dejarla en el suelo, permaneció frente a la puerta durante cerca de un minuto y llamó al timbre.

Le abrió Simon en persona. A Phoenix se le trabó la lengua de tal manera que casi no podía hablar.

–Eh… mm, vengo al cumpleaños de Riley. Estoy invitada.

Simon arqueó las cejas como si fuera una sorpresa y Phoenix comprendió por qué. Debía de ser muy distinta al resto de invitados. Y era muy probable que Riley ni siquiera la hubiera mencionado. No tenía ningún motivo para hacerlo.

Tuvo que reconocerle a Simon el mérito de abrirle la puerta sin vacilar apenas.

–Genial. Cuantos más seamos, más nos divertiremos –dijo–. Pasa. Estamos todos en la parte de atrás.

A Phoenix se le antojaba un poco descarado entrar en aquella casa con la maleta, pero no podía dejarla en la puerta. Afortunadamente, Simon la agarró antes de que pudiera hacerlo ella.

–Déjame llevarte la maleta.

Phoenix no estaba segura de si debería hacer o no mención a su fama. ¿Debería felicitarle por su última película? Imaginó que sería lo más educado. Él debía de saber que le había reconocido. No había mucha gente en los Estados Unidos que no supiera quién era. Pero nunca le había visto actuar, no había visto ninguna de sus películas. Solo le había visto en los periódicos que a veces había en la biblioteca de la cárcel, cuando alguna de las funcionarias, o cualquier otra persona, los donaba. Y no creía que fuera una buena idea mencionar la prisión.

–Tienes una casa preciosa –dijo en cambio.

–Gracias.

Simon inclinó la cabeza como si hubiera algo en Phoenix que no terminara de comprender, pero ella había esperado aquel tipo de reacción, de modo que no se ofendió.

–Siento haber llegado tan tarde –se disculpó–. No he podido venir antes.

–No importa –dejó la maleta en la entrada–. Bueno, de momento, dejaremos aquí la maleta. Mi esposa te enseñará tu habitación dentro de un momento. Hasta entonces, puedes ir a por una nubecita gigante y derretir unas cuantas más, como está haciendo todo el mundo.

Phoenix agradeció que estuviera siendo tan atento.

–Suena delicioso.

Pero tenía miedo de atragantarse si intentaba comer algo antes de tener los nervios bajo control.

–Por ahí –le indicó Simon.

La condujo a través de varias habitaciones muy elegantes que, sin duda, habían sido decoradas por algún profesional. Phoenix intentaba no quedarse embobada mirándolo todo, pero nunca había estado en una casa tan opulenta. Aunque, quizá, no fuera «opulenta» la palabra más adecuada. No era una casa pretenciosa. Pero destilaba calidad.

En el cuarto de estar había una enorme chimenea de piedra y una pared de cristal con vistas a la terraza. Phoenix vio a un nutrido grupo reunido alrededor de una hoguera, pero no fue capaz de determinar quién era quién. No hizo contacto visual con nadie por miedo a descubrir a alguien mirándola horrorizado o con desprecio. Porque, aunque aquel fuera el caso, no le quedaría otra opción que salir a la terraza cuando Simon le abriera la puerta y la instara a cruzarla.

–Riley, viene alguien a felicitarte.

Simon tuvo que elevar la voz para que le oyeran en medio de aquel bullicio, pero los invitados de Riley se volvieron uno a uno y se hizo el silencio.

A Phoenix le ardía la cara de tal manera que tuvo la sensación de estar dentro de la hoguera en vez de a su lado. Y aquello fue antes de que la persona que estaba delante de Riley se apartara y Phoenix le descubriera sentado con una mujer muy atractiva en el regazo. Aquello le revolvió el estómago. Por un instante, se preguntó si el invitarle a llegar hasta allí no habría sido una broma intencionada y cruel.

Pero entonces se dio cuenta de que todo el mundo iba con su pareja.

¿En dónde se había metido? Cuando Riley le había pedido que fuera, lo había hecho sonar como si fuera a ser una gran fiesta con gente de todo tipo. Por supuesto, ella había dado por sentado que habría algunas parejas, puesto que muchos amigos de Riley estaban casados, pero no sabía que Kyle y él irían con sus respectivas citas. Era lógico que Simon no hubiera sabido decirle dónde iba a dormir. Debía de estar preguntándose qué demonios iban a hacer con ella y si Riley de verdad esperaba que se quedaran las dos mujeres.

–¡Phoenix! –Riley se levantó tan rápido que estuvo a punto de tirar a aquella mujer rubia al suelo–. No… no sabía que ibas a venir.

–Lo siento. No pensaba venir, pero al final… al final…

No fue capaz de acabar la frase. No se le ocurría ninguna excusa que justificara aquel cambio de opinión puesto que la única razón por la que había ido eran sus ganas de estar con él. Pero tenía que decir algo. Todo el mundo la estaba mirando con la boca abierta. Así que sacó el regalo que llevaba bajo el brazo y se lo tendió.

–Solo quería darte esto.

Era evidente que le había pillado por sorpresa. No debería haberse presentado sin avisar. Tanto su cita como todos los demás intercambiaron miradas interrogantes, preguntándose qué demonios era todo aquello.

Afortunadamente, Ever Harmon, cuyos padres eran propietarios de un hostal cuando Phoenix estaba en el instituto, y quizá todavía lo fueran, se levantó al instante.

–¡Phoenix! Cuánto tiempo. Casi no nos hemos visto desde, eh, desde que volviste. Siéntate aquí.

Callie y su marido empujaron la silla que habían estado compartiendo hacia Eve, para que Phoenix pudiera sentarse a su lado. El resto de las sillas estaban ocupadas.

Phoenix parpadeó, sintiéndose impotente. No quería sentarse. No quería interrumpir su diversión. En aquel momento, lo único que quería era desaparecer. Pero no tenía escapatoria. Todavía no.

–Gracias.

Se prometió a sí misma que se quedaría una media hora haciendo sándwiches de galletas, chocolate y nubecitas, puesto que Kyle estaba ya entregándole un elegante pincho para derretir las nubecitas. El hecho de que lo único que hubiera utilizado Phoenix en su vida para hacerlo hubiera sido una percha vieja daba una idea de hasta qué punto estaba fuera de su elemento.

Media hora, se recordó. No podía irse nada más llegar sin generar una situación más incómoda todavía. Lo primero que tenía que hacer era intentar atenuar de alguna manera su error, intentando comportarse como si no tuviera ninguna importancia. Después, encontraría la manera de escapar de la fiesta y de volver a casa, aunque tuviera que ir andando.

 

 

Riley sintió el peso del regalo de Phoenix en las manos y deseó poder apartarla a un lado para tranquilizarla y darle las gracias por haber ido hasta allí. Pero la mujer a la que había invitado estaba a su lado, tan estupefacta como todos los demás ante aquella inesperada intrusión. La única manera de aliviar la vergüenza de Phoenix era desviar la atención abriendo el regalo.

–Pesa mucho –dijo–. No tengo ni idea de qué puede ser.

Esperaba que le regalara una pulsera. Había estado a punto de encargar una pulsera cerca de media docena de veces. Pero aquel paquete era demasiado pesado y voluminoso.

Todo el mundo se acercó mientras rasgaba el papel. Tenían tanta curiosidad como él por ver lo que Phoenix le había llevado. Habían oído hablar mucho de ella, algunos en labios de Riley. Él siempre había creído de tal manera en su culpabilidad que, aunque nunca le hubiera deseado ningún mal, siempre había justificado el mantenerla alejada de Jacob.

Deseó haber permanecido en contacto con ella o, al menos, haber hablado con ella en algún momento. Años después comprendía que haberse distanciado tanto de Phoenix había sido una pérdida para los dos. Si algo se había hecho evidente desde su regreso era precisamente eso.

Cuando terminó de desenvolver el regalo, se encontró con una fotografía en la que aparecía él llevando a Jacob a hombros cuando este tenía dos años. Al ir girando las páginas, descubrió que Phoenix había incluido en aquel álbum casi todas las fotografías que le había enviado. En algunas aparecía solo Jacob, como en una en la que salía a los tres años con un cuenco en la cabeza y los espaguetis resbalándole por la cara. En otras aparecían juntos. Había también fotografías de grupo, de Jacob con sus diferentes equipos en las fiestas de cumpleaños. En una de ellas se veía a Riley con un disfraz de payaso, porque el payaso al que habían contratado se había echado atrás en el último momento.

Solo por amor podía uno ponerse un traje así.

–¡Hala! Es precioso –exclamó Gail.

Se oyeron otros tantos murmullos de admiración. Riley había visto otros álbumes como aquel, pero nunca se había tomado la molestia de crear uno. Ni siquiera habría sabido por dónde empezar. Era evidente que Phoenix había puesto un gran esfuerzo y dedicación en aquel proyecto, lo que lo hizo mucho más significativo para él.

Invitó a su cita a ocupar la silla que acababan de dejar libre para así poder terminar de ver el álbum. Aquella mujer, cuando no estaba comiéndose a Simon con la mirada, se mostraba demasiado afectuosa con él, algo que Riley había soportado hasta entonces por darle una oportunidad. Como Kyle le había dicho, tenían que ser más tolerantes. Cualquier mujer quedaría deslumbrada al ver a Simon. Pero aquel exceso de familiaridad le molestaba estando Phoenix delante. No quería que viera a Candy tan cerca de él. Hacía que su relación pareciera algo que no era.

Le encantó ver a Jacob creciendo ante sus ojos, y también las citas sobre padres e hijos que había añadido Phoenix.

Las fotografías de las dos últimas páginas no se las había proporcionado él. Las había hecho Phoenix cuando había ido a su casa y habían estado jugando en la piscina. Era la primera vez que él las veía. El recuerdo de lo que se habían divertido aquella noche dio lugar a una luminosa sonrisa, que se ensombreció al ver la última fotografía. Él pensaba que el álbum terminaría con la fotografía que se habían hecho los tres juntos. Y la fotografía estaba allí, tal y como esperaba. Pero Phoenix se había recortado a sí misma, como si pensara que estaban mejor sin ella.

Aquello le afectó. Phoenix se negaba a reconocer que sus sentimientos estuvieran cambiando Pero aquel álbum era algo especial y le servía como prueba de que Phoenix no había superado lo que sentía por él, a pesar de lo que quería hacerle creer. De modo que reavivó su lánguida sonrisa.

–Gracias. No podías haberme hecho un regalo mejor.

Aunque Phoenix asintió, lo hizo con un gesto vago, poniéndose a la defensiva. Mantenía la mirada fija en la puerta. Riley sabía que se estaba arrepintiendo de haber ido y estaba deseando marcharse.

–En serio –dijo, esperando convencerla–, me encanta.

–Me alegro –contestó–. Jacob es un buen chico y tú has sido muy buen padre para él.

–¿Cómo lo has hecho? –preguntó Gail.

Gail tenía muchísimo dinero y podría contratar a cualquiera para que le hiciera todos los álbumes que quisiera, pero le preguntó a Phoenix por el programa que había utilizado como si pensara hacerlo ella misma. Callie, Olivia, Levi, Noah, Addy y los demás admiraron también la creación de Phoenix, algo por lo que Riley les estaría siempre agradecido. Sus amigos estaban haciendo todo lo posible para que se sintiera bienvenida. Pero cuando cesaron las preguntas y la conversación giró hacia Baxter, un amigo que había roto recientemente con su novio y no había podido asistir, Phoenix se levantó y Riley supo lo que iba a decir a continuación.

–Será mejor que me vaya –le dijo en una aparte, sugiriendo así que prefería marcharse sin que nadie lo notara.

Pero Eve la oyó y replicó:

–No estarás pensando en irte, ¿verdad? ¡Pero si acabas de llegar!

Todo el mundo volvió a quedarse en silencio y Phoenix se descubrió convertida en el centro de la conversación, una posición que Riley sabía que odiaba.

Se aclaró la garganta.

–Me temo que sí. La verdad es que no esperaba quedarme.

Tenía que ser mentira. Riley habría apostado cualquier cosa a que no se había desplazado hasta allí a aquellas horas solo para entregarle un regalo. Pero comprendía los motivos por los que quería marcharse. Estaba intentando evitar una situación embarazosa para ambos. Y se quedó estupefacto cuando vio que se dirigía a Candy antes de marcharse.

–Siento haber interrumpido la velada. De verdad. Pero me han enviado hoy el álbum por correo y… y quería que lo tuviera el día de su cumpleaños. Pero no estamos saliendo… ni nada parecido. Tenemos… tenemos un hijo juntos, pero hace diecisiete años que no somos pareja. Solo somos amigos y, en realidad, desde hace muy poco tiempo.

Candy extendió los brazos, sorprendida por el esfuerzo que estaba haciendo para explicarse. Pero, por lo que ella sabía, Candy y él podían llevar meses saliendo. El hecho de que Jacob hubiera insinuado durante la barbacoa que su padre no estaba saliendo con nadie era lo de menos. Él no tenía por qué saber lo que hacía Riley cuando no estaba en casa.

–Gracias por la aclaración –dijo Candy, como si estuviera a punto de echarse a reír.

Riley apretó los dientes. Aquella mujer no comprendía su historia. No comprendía lo que estaba haciendo Phoenix para asegurarse de no volver a interponerse en su camino, para no interferir en su vida amorosa.

Una vez más, fue Eve la que intentó relajar la situación.

–Me alegro de que hayas venido. Y me gustaría que pudieras quedarte.

Riley no sabía si estaba fingiendo la decepción que reflejaba su voz, pero le alivió que pareciera sincera, y también que estuviera intentando apoyar a Phoenix.

Aunque sabía que aquello no iba a convencer a Phoenix. Necesitaba salir de allí y nada de lo que pudieran decir iba a hacerla cambiar de opinión.

Phoenix inclinó la cabeza.

–Quizá la próxima vez.

Algunos de los amigos de Riley le miraban como si le estuvieran preguntando si quería que también ellos la abordaran. Él deseó poder darles alguna indicación de que así era. No estaba preparado para verla marchar. Quería que se sintiera mejor antes de irse. Odiaba pensar que iba a volver a casa castigándose a sí misma por haber vuelto a confiar en él. Aquello era culpa suya, no de ella. Pero detenerla no sería justo para Candy, ni para Phoenix, puesto que no iba a poder estar con ella tal y como quería. De modo que no se manifestó ni en un sentido ni en otro y prefirió concentrarse en cuestiones más prácticas.

–¿Y tienes como marcharte?

Phoenix se alisó el vestido de verano que Kyle y él le habían comprado. Se lo ponía cada vez que quería estar atractiva, una prueba más de que su visita a la cabaña no había sido tan intrascendente como ella pretendía.

–Sí, me están esperando.

Riley imaginó que había sido lo suficientemente precavida como para pedirle a cualquiera que la hubiera llevado hasta allí que esperara hasta que comprobara cuál era la situación en el interior, de modo que asintió.

–De acuerdo. Te llamaré cuando vuelva a casa.

Phoenix inclinó la cabeza y desapareció entre la multitud y Riley intentó dejar que marchara sin salir tras ella. Si tenía un coche esperándola, llegaría a su casa sana y salva. Siempre podría reembolsarle lo que se había gastado, y pensaba hacerlo. Un taxi hasta el lago debía de costar una fortuna.

Pero en el último segundo, le dirigió a Candy una mirada de disculpa y salió detrás de Phoenix. Sabía que no era muy elegante, pero tampoco lo había sido Candy mostrando un interés tan obvio en Simon. Y no podía permitir que Phoenix se fuera sin pedirle disculpas por la presencia de Candy, sin decirle que se alegraba de que al final hubiera cambiado de opinión y hubiera decidido reunirse con ellos. También quería asegurarse de que tenía dinero para pagar a quienquiera que la fuera a llevar a casa.

–¡Phoenix!

Esta todavía no había salido del cuarto de estar cuando se volvió.

–No hace falta que interrumpas la velada –le dijo, señalando hacia la hoguera de la terraza–. Siento haber venido por sorpresa. No era consciente de que era… este tipo de fiesta.

Porque él mismo había pensado que tendría más posibilidades de que accediera a ir si la describía de forma diferente…

–Claro que no. Tenía miedo de que no vinieras si te lo decía. Pero como al final rechazaste la invitación, Kyle decidió invitar a una amiga de la chica con la que iba a venir. No había visto a Candy en mi vida. Y estaba sentada en mi regazo porque no teníamos sillas suficientes y ha insistido en sentarse encima de mí cuando me he levantado para cederle la mía.

–No tienes por qué darme explicaciones –le dijo como si no la afectara en nada su vida sentimental–. No debería haber cambiado de opinión en el último momento.

–Pero estoy encantado de que lo hayas hecho. Si lo hubiera sabido no habría hecho… otros planes.

–No te preocupes. Vuelve con los demás.

Pero él no quería volver. No era ella la que tenía que marcharse.

–Déjame acompañarte a la puerta por lo menos.

Phoenix le bloqueó el paso.

–No hace falta. Tus amigos te están esperando. No tienes que preocuparte por mí.

Pero ya había abandonado a sus amigos. Unos minutos más no supondrían ninguna diferencia.

–Prefiero verte marchar, me quedaré más tranquilo.

Se preguntó si le dejaría llevarla a alguna parte el sábado siguiente para compensar lo que había pasado y quería proponérselo mientras la acompañaba hacia el coche. Pero cuando abrió la puerta de la calle vio que no había ningún coche esperándola.

Phoenix suspiró mientras salía tras él.

–Supongo que al final el taxista ha tenido que marcharse.

Riley la miró con el ceño fruncido.

–Sabías que no había nadie esperándote, ¿verdad?

Phoenix no contestó.

–¿Entonces qué pensabas hacer? ¿Intentar volver caminando en medio de la oscuridad? ¡Te llevaría toda la noche, y eso si consiguieras llegar a salvo!

Phoenix continuó en silencio.

–¿Tienes idea de lo peligroso que es?

–Sé cuidar de mí misma.

–No, si esto es un indicativo de algo.

¿Cómo podía estar dispuesta siquiera a correr tamaño riesgo? ¿Por qué no podía decirle que no tenía manera de regresar a su casa y dejar que fuera él el que se encargara de todo lo demás? La seguridad de Phoenix tenía prioridad sobre la cortesía que le debía a Candy. Tenía prioridad sobre cualquier otra cosa.

Desde que había vuelto a Whiskey Creek, Phoenix había estado tan preocupada por no volver a sufrir una decepción que se había negado a confiar en él. Comprendía sus motivos, pero lo odiaba. Odiaba que no pudiera confiar en nada de lo que dijera o hiciera. Le había juzgado como una persona en la que no podía depositar su confianza y él no tenía ningún derecho a protestar por ello, aunque solo tuviera dieciocho años cuando había roto con ella.

Kyle cruzó en aquel momento la puerta con su maleta.

–¡Eh, te olvidas esto!

Phoenix no se había olvidado de la maleta. Pero sabía que no podía llevársela. Y Riley ni siquiera había considerado la posibilidad de que tuviera equipaje. Había estado demasiado preocupado por la sorpresiva aparición de Phoenix e intentando averiguar cómo salvar los pocos progresos que había hecho con ella.

¿Habría alguna manera de hacer las cosas bien? Si Candy no estuviera allí, podría haber pasado algunas horas con Phoenix en una situación que implicaba cierto interés sentimental, una situación en la que Phoenix no podría decirle, ni decirse a sí misma, que estaban juntos por su relación con Jacob. Y aquello era exactamente lo que pretendía cuando la había invitado: intentar reconstruir su confianza en él.

Al final, había manejado tan mal todo aquel asunto que era muy poco probable que Phoenix volviera a darle otra oportunidad.

–¿Dónde está el taxi? –preguntó Kyle, mirando a su alrededor.

Riley no contestó.

–Tú y tu maldito orgullo –musitó para Phoenix.

–Pensaba llamar a alguien –respondió ella–. No es para tanto. Seguro que puedo encontrar un taxi.

–A estas horas de la noche no, y creo que lo sabes –señaló la carretera que serpenteaba por la montaña–. Si no hubiera salido a acompañarte, habrías comenzado a caminar en medio de la oscuridad, te habrías ido a pie y…

–Y no habría tenido ningún problema. Hay mucha gente que se desplaza sin coche.

–¿Y cómo pensabas hacerlo tú?

–Pensaba ir hasta la autopista y, una vez allí, hacer autostop.

El miedo a que algún psicópata o un violador pudieran retenerla le enfureció.

–¡Y un infierno! –le dijo–. ¿De verdad crees que voy a permitir que te vayas de esa manera?

Phoenix le miró boquiabierta.

–¡Tú no tienes nada que decir sobre lo que yo haga o deje de hacer!

Alguien tenía que cuidar de ella. Phoenix pensaba que, como había sido capaz de soportar la prisión, sería capaz de sobrevivir a cualquier cosa, pero Riley recordaba la facilidad con la que la había tirado a la piscina. Si alguien intentaba hacerle daño, no tendría una sola oportunidad de resistirse.

–Intenta alejarte de mí y lo comprobaremos. ¡Estoy dispuesto a hacerte volver a rastras!

Dirigiéndole una mirada con la que sugería que dejara de presionarla, Kyle se interpuso entre ellos.

–Riley no pretendía decir eso. Lo que te está diciendo es que deberías quedarte a jugar una partida de billar. Sabe que eres capaz de cuidar de ti misma y que esto es asunto tuyo, pero yo necesito una pareja y… –imprimió alegría a su voz para convencerla, haciendo que Riley se sintiera como un patán–, ese es el verdadero problema.

Phoenix inclinó la cabeza para mirar tras él.

–Por lo menos hay alguien que piensa con la cabeza.

Riley también tuvo que inclinarse para poder verla.

–¡Es peligroso que te vayas sola! ¿Eso me convierte en el malo de la película? ¿El intentar evitar que te hagan daño?

–Ni siquiera he tenido oportunidad de llamar a un taxi –replicó ella–. ¿Cómo sabes que no voy a conseguir uno?

–¡Son casi las once y estamos en medio de la nada! Sería una pérdida de tiempo y energía.

Eran muy pocas las posibilidades que tenía de encontrar a alguien que la llevara a su casa. Solo estaba intentando salvar la situación. Además, ni siquiera había pedido que le permitieran utilizar el teléfono. Había ido directa hacia la puerta. De modo que, ¿cómo y cuándo pensaba llamar a un taxi?

–Te resultará mucho más fácil mañana por la mañana –insistió Riley.

–¿Mañana por la mañana? –elevó los brazos al cielo–. ¡Estás con una mujer! Los dos estáis con una mujer.

–En realidad, no –le aclaró Kyle–. Lo que quiero decir es que, en realidad, Riley no está con nadie porque fui yo el que le pidió a esa mujer que viniera.

Phoenix elevó los ojos al cielo.

–De todas formas, no creo que haya sitio para mí.

Kyle señaló hacia la casa.

–Esta casa es enorme.

–Y vosotros sois un montón de amigos y todos necesitáis una cama.

Pero a Riley aquello no le preocupaba. Pensaba encontrar una cama para Phoenix aunque él tuviera que dormir en el sofá. Pero dejó que fuera Kyle el que respondiera, puesto que parecía tener más posibilidades de convencerla con aquella forma más amable y delicada de abordarla.

–No tantos como para que no quepa una persona más –contestó–. A Riley y a mí nos han asignado unas literas. De todas formas, somos demasiado altos para dormir en ellas. Así que puedes quedarte tú en nuestro dormitorio y ya buscaremos otra habitación para nosotros.

Phoenix negó con la cabeza.

–Os lo agradezco, pero…

–Pero nada –harto de dejar que fuera Kyle el que manejara la situación, Riley le apartó de su camino–. Además, será mejor que te quedes porque, si insistes en irte, voy a terminar llevándote a tu casa y mandando la fiesta de cumpleaños al infierno.

–No –respondió ella al instante–. No puedes marcharte. A todo el mundo le parecería muy raro que se fuera el invitado de honor. Y para cuando regresaras sería muy tarde. No quiero arruinarte tu fiesta de cumpleaños. Estás exagerando.

–¡Eres tú la que está exagerando! ¿Qué daño puede hacerte pasar aquí unas cuantas horas más? Te llevaré a casa, o conseguiré que alguien te lleve, pero mañana.

–Y he sido yo el que ha invitado a Candy, no Riley –añadió Kyle.

Phoenix le miró con el ceño fruncido.

–Por favor, deja de decir eso. No hay nada entre Riley y yo, así que eso es lo de menos.

–¿No has venido aquí porque querías estar conmigo? –le exigió saber Riley.

Fue evidente que a Phoenix la sorprendió que le hubiera atribuido aquella intención.

–No, no exactamente.

Riley puso los brazos en jarras.

–¿Entonces por qué has venido?

–¿Qué quieres decir? –tragó con fuerza–. Hoy es tu cumpleaños. Quería darte tu regalo.

Aquello no era todo. Una ex no hacía tal esfuerzo sin tener otra motivación. Podía haber esperado a que regresara a casa para darle el álbum.

–¿Entonces por qué no te quedas? –le preguntó–. Si no tienes ningún interés en mí, no debería importarte que tenga una cita, incluso en el caso de que al final decidiera seguir saliendo con Candy.

Cuando se miraron a los ojos, Riley pudo ser testigo del brillo desafiante que sus palabras habían provocado. Pero aquella era su intención. Phoenix sería capaz de quedarse solo para demostrarle que no le importaba.

–Puedes hacer con Candy lo que te apetezca –replicó.

–No va a salir con Candy –le aseguró Kyle–. Ni siquiera le gusta.

Riley le dio a Kyle una palmada en la espalda.

–No necesita explicaciones. Ya la has oído. No le importa lo que yo haga porque no le importo.

–¡En ese sentido! –le aclaró ella.

–A lo mejor ya va siendo hora de que te enfrentes a la verdad. Me quieres aunque no quieras. Lo sé.

Phoenix abrió los ojos como platos.

–¿Pero qué estás diciendo?

Para ser sincero, no estaba seguro. Desde luego, aquello no estaba saliendo como habría querido. La necesidad que sentía de forzarla a comprometerse le estaba llevando a presionar con demasiada dureza. Tenía que intentar atemperar sus sentimientos y actuar con frialdad.

No entendía cómo era posible que estuviera haciendo las cosas tan mal.

–Nada, no importa. Ya está todo decidido.

–Estupendo. Me la quedaré, ¡aunque eso signifique que tengas que dormir abrazado a Candy! –le espetó.

–No dejes que te engañe –intervino Kyle–. No quiere estar con Candy.

–Kyle, no necesito tu ayuda.

Riley ya estaba suficientemente frustrado y tener a Kyle intentando arreglar las cosas solo servía para empeorar la situación.

Pero Kyle continuó sin inmutarse:

–La verdad es que tanto Candy como la mujer que ha venido conmigo parecen más interesadas en estar con Simon. Supongo que mientras él esté fuera, continuarán haciendo sándwiches de nubecitas y chocolate.

–Qué lástima –se burló Phoenix–. Odiaría que Riley se viera privado de su compañía. Está demasiado acostumbrado a conseguir todo lo que quiere.

–Creo que seré capaz de soportar la desilusión –dijo Riley.

¿O estaría intentando decirle Phoenix que, en realidad, no iba a conseguir nunca lo que esperaba de ella?

–Genial –Kyle batió palmas con fingido entusiasmo–. Entonces, ¿por qué no vamos al piso de abajo y jugamos una partida de billar antes de que empecéis a discutir de verdad? Le diré a Candy y a Samantha que pueden bajar cuando quieran.

Phoenix se frotó los brazos como si todavía no hubiera tomado una decisión y no le gustaran mucho las opciones que tenía.

–¿Voy a por las llaves de la camioneta? –le preguntó Riley–. ¿Nos vamos?

Phoenix dejó caer las manos.

–No.

–Entonces, ¿te quedas?

–Solo hasta mañana por la mañana –contestó a regañadientes, y se volvió hacia Kyle–. ¿Contra quién vamos a jugar al billar?

–Contra Riley y Lincoln.

Riley estuvo a punto de soltar una carcajada cuando la vio esbozar una mueca al oír su nombre. La había hecho enfadar, pero ya estaba harto de fingir. Tenían un pasado en común, un pasado difícil de superar. Pero no creía que el próximo tipo con el que saliera fuera a tratarla mejor de lo que lo había hecho él. Riley nunca le había deseado ningún mal, nunca había querido hacerle daño. Estaba empezando a pensar que el problema era que se habían conocido demasiado pronto…

–¿Quién es Lincoln? –le preguntó.

Fue Kyle el que volvió a contestar.

–El prometido de Eve.

–¿Es bueno al billar?

–Sí –Kyle señaló con la cabeza hacia Riley–. Riley y él han sido invencibles hasta ahora. Son los campeones. Pero podemos intentarlo. En cualquier caso, solo se trata de divertirse.

–No nos des por perdedores demasiado pronto –respondió ella secamente–. Todavía no me has visto jugar.

Kyle apretó los labios como si la estuviera analizando.

–Tú tampoco les has visto jugar a ellos.

–No me importa. Cien dólares a que ganamos.

Riley le agarró la maleta.

–Yo no apostaría tanto si estuviera en tu lugar.

–No tengo miedo a perder.

Cuando Phoenix le fulminó con la mirada, Riley deseó que las cosas no fueran tan complicadas entre ellos. Era tan fuerte la atracción que despertaba en él que la sentía incluso en aquel momento. Y sabía que también ella la sentía.

–Tú misma –respondió.

Entró de nuevo en la casa y dejó la maleta de Phoenix al lado de la puerta, pensando que ya se ocuparía de ella más tarde.

–Ve a buscar a Lincoln –le dijo a Kyle–. Phoenix y yo iremos preparando las bolas.