Capítulo 13

 

Riley no estaba seguro de que le apeteciera ir al Black Coffee aquel viernes. Desde que su hijo era mayor, normalmente era uno de los más asiduos del grupo. Disfrutaba poniéndose al día con sus amigos durante veinte o treinta minutos antes de ir a cualquiera que fuera la obra en la que estuviera trabajando. Pero sabía que todo el mundo tendría muchas preguntas para él aquella mañana. La última vez que habían estado juntos había terminado irrumpiendo en el cuarto de baño de mujeres y dándole a Buddy Mansfield un puñetazo en pleno rostro. Y, aunque había recibido varios mensajes de sus amigos después de aquel incidente, además de unas cuantas llamadas, no había contestado a casi ninguna de ellas.

Se había dicho a sí mismo que evitaría aquel encuentro. Era difícil explicar lo que estaba sintiendo por Phoenix; no quería sentirse comprometido a nada.

Pero, al final, al ver los coches de sus amigos en el aparcamiento de la cafetería, no pudo resistirse.

–¡Hola!

Dylan estaba hablando por el teléfono móvil, pero le saludó con un movimiento de cabeza. Riley le hizo un gesto con la mano y fue a buscar un café antes de sentarse con Eve, que dirigía un hostal al final de la calle. Eve vivía con su prometido, Lincoln, en Placerville, pero continuaba recorriendo a diario la media hora que la separaba del hostal. Cheyenne, la mujer de Dylan, también estaba allí, con su bebé de cinco meses sentado en su sillita.

–Esta semana estamos de servicios mínimos, ¿eh? –dijo mientras le daba un beso al bebé en la cabeza.

Eve miró el reloj.

–Todavía es pronto. Ted y Sophia también se pasarán por aquí. Y Kyle.

Aquella referencia a Kyle le recordó que Callie, la amiga que se había sometido a un trasplante de hígado, había estado reservando cierta información que, supuestamente, quería compartir con el grupo.

–¿Y Callie y Levi?

Cheyenne miró hacia la puerta.

–Hablando del rey de Roma.

Callie y Levi llegaron seguidos de cerca por Kyle, por el hermanastro de este, Brandon, y por la esposa de Brandon, Olivia.

–Ahora sí que estamos casi todos.

Pasaron varios minutos hasta que todo el mundo pidió y se instaló en su mesa habitual, una mesa situada en una esquina, pero a Riley no le importó. Le gustaba que todo el mundo estuviera ocupado. Y pensaba asegurarse de que permanecieran así mencionando el secreto de Callie. Pero Dylan le arruinó el plan sacando a relucir la pelea con Buddy en cuanto colgó el teléfono.

–¿Cómo está Mansfield, fortachón? –bromeó Dylan.

Riley estuvo a punto de soltar un taco, pero consiguió contenerse.

–Estoy seguro de que está bien. Apenas fue una ligera escaramuza.

–No tan ligera –le corrigió Eve–. Yo estaba aterrada. Nunca te había visto así.

Riley se encogió de hombros.

–No tenía ningún derecho a meterse con Phoenix, ni con nadie.

Se produjo un momento incómodo durante el que pensó que alguien iba a repetir el argumento de su madre: «mató a su hermana, ¿recuerdas?».

Pero nadie lo hizo.

–Por cierto, tu nariz está bastante bien.

–Ya he dicho que solo fue una escaramuza.

–Phoenix estaba avergonzada porque habías tenido que intervenir –dijo Levi.

–Estaba mucho más que avergonzada –añadió Dylan mientras se sentaba–. Tenía tanto miedo de que pudieran hacerle daño a Riley que se retorcía como un gato salvaje para que la soltara. No sé qué pensaba que podía llegar a hacer, pero estaba decidida a ayudar.

–Es una mujer muy luchadora –musitó Riley.

–¿Qué te hizo perder los estribos de esa manera? –preguntó Callie–. Podías haber llamado a la policía.

–Ya habría terminado todo para cuando hubieran llegado –replicó–. Hice lo que tenía que hacer.

–¿Y ella te lo ha agradecido? –preguntó Olivia.

Riley bebió un sorbo de café.

–Quiere mantenerme al margen de su vida. Y, teniendo en cuenta nuestra historia, supongo que es comprensible.

Dylan estiró las piernas.

–¿Y qué es lo que quieres tú?

–Que todo el mundo deje de atormentarla. Al fin y al cabo, es la madre de Jacob.

–¿Esa es la única razón que tienes para protegerla? –preguntó Eve.

Riley enterró la nariz en la taza antes de contestar.

–Por supuesto.

Kyle no dijo nada, pero no paraba de moverse en la silla y estaba poniendo histérico a Riley. Casi le entraban ganas de darle un puñetazo a su amigo.

–¿Y tú no tenías que darnos una noticia? –preguntó Riley, volviéndose hacia Callie.

Callie se le quedó mirando fijamente.

–¿Perdón?

–Me han dicho que tienes algo que contarnos.

Callie se sonrojó y miró a su marido. Después, apareció en su rostro una enorme sonrisa y miró alrededor de la mesa.

–La verdad es que sí. Pensaba contároslo la semana pasada, pero se montó esa pelea. Después pensé que era mejor esperar a que Baxter estuviera con nosotros. Está pensando en volver a vivir al pueblo, como ya sabéis.

Cheyenne se inclinó hacia delante.

–Pero…

–Pero pueden pasar meses hasta entonces. Ni siquiera va a venir al cumpleaños de Kyle, así que, como Kyle ya ha soltado la liebre comentándoselo a Riley…

–¡Yo no he contado nada! –protestó Kyle.

Eve se aferró a la mesa.

–¿Qué te pasa?

Callie le agarró la mano a su marido.

–Levi y yo vamos a tener un hijo.

Se hizo el silencio mientras todo el mundo asimilaba la noticia. Riley jamás habría sospechado que su secreto fuera un embarazo. Había dado por sentado que no podía quedarse embarazada debido a sus problemas de salud y a todos los medicamentos que tomaba.

–¿De verdad? –Eve parecía perpleja, pero consiguió imprimir cierto entusiasmo a su voz–. ¡Es maravilloso!

Callie frunció el ceño ante aquel pésimo intento de mostrar alegría.

–¡Basta! Ya sé lo que estáis pensando todos. Tenéis miedo de que no pueda soportar el embarazo, de que me perjudique de alguna manera o de que los medicamentos que estoy tomando puedan afectar al bebé. Pero Levi y yo hemos hablado largo y tendido sobre esto, y también con mi médico, por supuesto, y hemos decidido que, a pesar de los riesgos, vamos a seguir adelante.

–¿Cuáles son los riesgos? –preguntó Brandon, tan preocupado y sorprendido como todos los demás.

Pocas veces había un silencio como aquel mientras tomaban el café.

–No quiero pensar en ellos. Prefiero concentrarme en que hay muchas mujeres que han sufrido experiencias como la mía y han conseguido dar a luz con éxito. El médico dice que no hay ningún motivo por el que Levi y yo no podamos formar una familia.

Riley vio que una sombra cruzaba el rostro de Levi, pero este ocultó al instante aquella sombra de duda y le dio un beso a Callie en la sien.

–Todo va a salir bien –le aseguró.

–¿Cuándo darás a luz? –preguntó Olivia.

–Justo antes de Navidad –anunció con una sonrisa–. Estas van a ser las mejores fiestas de nuestra vida.

Riley deseó entonces no haberle sonsacado aquella información a Callie. ¿Qué prisa tenían en enterarse de que iban a tener que pasar preocupados los siguientes siete meses?

En realidad, la noticia le enfadó. Él jamás habría permitido que la mujer a la que amaba corriera un riesgo como aquel.

 

 

Phoenix había pasado los tres últimos días haciendo pulseras. Tenía muchos pedidos que enviar. También había estado levantándose temprano para limpiar el tráiler y cocinar comidas saludables para su madre. A última hora, se pasaba por la oficina de Kyle para ver si tenía más pedidos, mantenerse en contacto con sus clientes y empaquetar las pulseras que tenía ya hechas. Por suerte, había encontrado la manera de franquear los paquetes online y Kyle había tenido la amabilidad de permitir que sus paquetes salieran con el correo de la empresa. Aquello le ahorraba una considerable cantidad de tiempo. Ya no tenía que ir en bicicleta hasta el pueblo para utilizar internet o pasarse por la oficina de correos.

El viernes a última hora, cuando Kyle llegó a la oficina, encontró a Phoenix utilizando uno de los ordenadores.

–¡Pero si son casi las nueve! –exclamó–. Pensaba que te habías olvidado de apagar la luz.

–No, lo siento. Estoy hasta arriba de trabajo. Pero ya estoy a punto de terminar. Ahora tengo que ir a casa y hacer tres pulseras más.

–¿Esta noche? Pero si es fin de semana. ¿Es que tú nunca te diviertes?

–Mañana por la mañana voy a llevar a Jacob a desayunar. Eso es una diversión.

Jacob no le había dicho si su padre se reuniría con ellos, pero ella le había dejado claro que podía invitar a Riley.

–Tu hijo ha jugado un partido increíble esta noche.

Una agradable calidez atravesó su cuerpo. Jacob le había enviado un mensaje para decirle que había conseguido eliminar a varios jugadores y habían ganado cinco runs. Sentía habérselo perdido, debería haber dejado el trabajo para ir a verle. Para ella, no había nada más importante que su hijo. Pero no había querido molestar a sus abuelos ni a nadie presentándose otra vez en un partido, puesto que también aquel se había jugado en casa.

Le había prometido ir a verle al siguiente, que jugarían contra el Ponderosa. Eso significaba que tendría que ir a Shingle Springs el martes. Ya solo le faltaba decidir cómo iba a ir. Estaba a cuarenta y cinco minutos en coche. Jacob le había dicho que su padre estaría encantado de llevarla, pero ella no se imaginaba pasando tanto tiempo a solas con Riley. No había vuelto a verle ni a ponerse en contacto con él desde la pelea con Buddy. Imaginaba que estaba enfadado con ella por haberle arrastrado a esa situación, aunque ella no había esperado, ni le había pedido, que interviniera.

–Me alegro mucho por Jacob –envió el último correo y se volvió para mirar a Kyle–. Irás al partido contra el Ponderosa, ¿no?

–¿El martes? No. Tengo varias reuniones que terminarán después de que haya terminado el partido y está muy lejos. Para cuando quisiera llegar allí, no merecería la pena el viaje.

Phoenix asintió.

–¿Por qué lo preguntas?

–Por nada, simple curiosidad.

–¿Quieres que te preste un coche? Tengo una camioneta antigua que utiliza mi capataz para moverse por la finca. Puedes llevártela si quieres.

–Gracias, pero tengo caducado el carnet de conducir.

–Riley irá.

–Sí. A lo mejor puedo ir con él –musitó.

Kyle debió de advertir el sarcasmo en su voz porque la observó con renovada atención.

–No le importará. De hecho, creo que hasta le gustaría.

–Sí, claro –respondió ella con una risa.

–Lo digo en serio.

Era evidente que Kyle no era consciente de lo que estaba diciendo.

–Así tendrían algo de lo que cotillear en el pueblo.

–No creo. Eres la madre de su hijo.

–Ya encontraré alguna manera de ir.

–¿Cómo va el negocio? –le preguntó Kyle mientras ella iba reuniendo sus cosas.

–Ahora mismo, floreciente. No tengo ni idea de por qué, pero mis pulseras parecen haber llegado al sur de California. Casi no doy a basto para cumplir con todos los pedidos, algo muy bueno, porque necesito el dinero. Así puedo contribuir a la manutención de Jacob. Riley siempre ha tenido que hacerse cargo de casi todo y me alegro de poder colaborar ahora con él.

–Eres única –la alabó Kyle con una sonrisa.

Phoenix le miró sorprendida. No era algo que oyera a menudo y Kyle parecía sincero.

–Gracias. Ahora me iré para que puedas cerrar la oficina.

–Voy a ir al Sexy Sadie’s con unos amigos esta noche. Si te apetece, puedes venir con nosotros –alzó las manos–. No te preocupes. No es una cita. Solo te lo propongo como amigo.

–¿Quién más estará? –preguntó.

–Riley, y el resto del grupo.

Phoenix elevó los ojos al cielo.

–Riley no quiere que tenga relación con sus amigos.

–No quiere que tengas relación con sus amigos varones y solteros, es decir, conmigo, puesto que Baxter es gay, pero seguro que le parecería bien que vinieras.

Riendo, Phoenix pasó por delante de él.

–Gracias de todas formas. Que os divirtáis.

–Mañana es sábado y la oficina estará vacía durante todo el día. Pero puedo dejarte una llave debajo de esa planta que hay al lado de la puerta por si quieres usar el ordenador.

–Si no te importa, te lo agradecería.

–Claro que no. Y la próxima vez que vaya al pueblo te haré una copia de la llave.

Phoenix asintió con una sonrisa y se dirigió hacia la calle, pero Kyle salió tras ella.

–¿Quieres que te deje en casa de camino al Sexy Sadie’s?

–El Sexy Sadie’s está en la dirección contraria –señaló ella.

–No me importa. Solo me llevará unos minutos y me harás sentirme como un caballero.

–O sea, que te estaría haciendo un favor a ti –bromeó.

Kyle se echó a reír.

–Si es eso lo que tienes que creer para aceptar que te lleve, sí.

Ya era de noche y no había farolas al salir del pueblo. Phoenix ya había hecho aquel viaje tres veces aquella semana. No era un trayecto muy largo, pero…

–De acuerdo –contestó, y subió la bicicleta a la parte de atrás de la camioneta.

Pero, una vez en casa y después de que Kyle se hubiera marchado, no consiguió concentrarse en seguir haciendo pulseras. Tenía las manos cansadas, le dolía la espalda y no dejaba de pensar en la invitación de Kyle. No había estado en un lugar ni remotamente parecido desde que había salido de prisión y antes de que la encarcelaran ni siquiera tenía edad suficiente para frecuentarlos.

La idea de permanecer sentada en un lugar discreto, escuchando música y tomándose un refresco, era muy agradable. A lo mejor podía ir hasta allí en bicicleta y buscar un lugar seguro en una esquina desde el que poder ver a los otros divertirse.

 

 

La primera preocupación de Phoenix fue averiguar si Buddy Mansfield estaba en el Sexy Sadie’s. Si estuviera allí no podría quedarse. En cuanto la viera, empezarían de nuevo los problemas.

Pero mientras se deslizaba entre los numerosos clientes, se sintió a salvo. Ni siquiera vio a Kyle y a sus amigos. Miró el reloj. Eran casi las doce. Había tardado mucho en decidirse y arreglarse, así que debían de haber vuelto a casa.

Aquel era otro motivo de alivio, se dijo a sí misma mientras alisaba el bonito vestido de verano que Kyle le había regalado.

Alegrándose de pronto de haber decidido emprender aquella aventura, se sentó en una esquina. No esperaba gran cosa de aquella noche. Solo quería experimentar lo que era salir en el pueblo. Pensó que podría pedirse una copa. Si se caía de la bicicleta no le haría ningún daño a nadie, salvo a mí misma. Pero antes de que hubiera podido acercarse a la barra, un hombre grande y barbudo se acercó a ella.

Le ofreció invitarla a una cerveza, pero ella no quería deberle nada a nadie, ni siquiera algo tan nimio como una cerveza. Así que estuvieron hablando unos minutos, o intentando hablar por encima del sonido de la música. Después, él la invitó a bailar.

Cuando Phoenix intentó negarse, la agarró de la mano y tiró de ella hasta la pista de baile mientras sonaba Poison, de Alice Cooper. Como tenía ganas de oír aquella letra, I want to love you but I better no touch you, aceptó salir a bailar con él. Sospechaba que, si no lo hacía, estaría intentando convencerla durante toda la noche. Además, lo había echado mucho de menos durante aquellos diecisiete años. No había vuelto a bailar desde las pocas veces que lo había hecho en algunas fiestas del instituto, pero recordaba haber escuchado aquella canción una y otra vez cuando Riley había roto con ella.

Disfrutó el baile lo suficiente como para continuar en la pista durante otra canción. Y después aceptó las invitaciones de otros hombres. Incluso disfrutó de la copa que se había propuesto pedir, una copa de vino que paladeó sentada en la barra. Estaba empezando a sentirse relajada y feliz cuando se dio cuenta de que alguien la estaba mirando fijamente. Miró hacia el otro extremo del bar y descubrió a Riley.

¿De dónde había salido? Por lo visto, no se había marchado, tal y como ella había dado por sentado. Suponía que era porque se había sentido tan cómoda al pensar que no había nadie en el bar de quien tuviera que preocuparse que había dejado de mirar. Y había más gente que cuando había llegado.

¿Pero dónde estaba Kyle? No le veía por ninguna parte. Riley estaba sentado con un tipo al que no reconoció.

Phoenix curvó los labios en una sonrisa educada cuando hicieron contacto visual, después hizo un gesto con la cabeza para saludarle justo en el momento en el que se acercaba alguien para invitarla a bailar. Era un hombre tan borracho que parecía a punto de caerse, un hombre al que había estado intentando evitar. Pero dejar que la sacara a la pista de baile le proporcionó una excusa para no tener que ir a hablar con Riley. Así que dejó que aquel borracho desconocido la agarrara para bailar una canción de Journey.

Mientras giraban con torpeza en círculo, cerró los ojos para evitar la tentación de buscar a Riley con la mirada. Quería que Riley pudiera hacer lo que le apeteciera, y también poder hacerlo ella, para variar. Pero el hombre que estaba bailando con ella continuaba abrazándola y empezó a bajar las manos.

–Basta –siseó, obligándole a apartar las manos cuando le agarró el trasero.

–¿Qué pasa?

Con una maliciosa sonrisa, la presionó contra su erección y ella estuvo a punto de separarse de él. Recordó entonces lo que había pensado unas semanas atrás, que debería acercarse al Sexy Sadie’s y elegir a alguien con quien acostarse para ver lo que era disfrutar del sexo siendo una mujer adulta. Tenía hambre de caricias. Pero comprendió lo vacía que la dejaría tan barato sustituto.

¿Quién iba a imaginárselo? Aunque fuera gentuza, no era capaz de irse a casa con un desconocido. Suponía que era una información positiva sobre sí misma.

Irritada con el manoseo de aquel borracho, le agarró las manos y se las colocó de nuevo en la cintura.

–No seguiré bailando contigo si no dejas de toquetearme –le advirtió.

Si por ella hubiera sido, habría abandonado ya la pista de baile, pero no quería que Riley pensara que volvía a tener problemas.

–¿Qué, ahora vas a hacerte la mojigata? –gruñó él.

–No, pero no me interesas.

–Vamos, dale a un pobre hombre una oportunidad –dijo, y le hociqueó el cuello.

Antes de que pudiera reaccionar, apareció Riley y le dio una palmada en el hombro a aquel borracho.

–Me toca a mí, amigo –le dijo.

–¿Qué? –el tipo tuvo que entrecerrar los ojos para poder ver con claridad.

–He dicho que a partir de ahora me toca a mí.

La interrupción pareció confundir a la pareja de Phoenix, pero Riley se comportó como si tuviera derecho a reclamarla, así que el borracho no discutió. Farfulló algo sobre que no sabía que Phoenix estaba acompañada y se marchó tambaleante.

Aliviada, pero confundida también sobre los motivos que podía tener Riley para acudir en su ayuda cuando no había ningún peligro, Phoenix le dirigió una sonrisa de agradecimiento.

–Gracias –le dijo, y comenzó a dirigirse hacia el borde de la pista.

Riley la agarró entonces del codo.

–¡Eh! ¿Adónde vas? La canción todavía no ha terminado.

Phoenix arqueó las cejas.

–¿Y eso importa?

–He salido a bailar –contestó Riley, y deslizó las manos en su cintura.

–No creo que sea una buena idea –protestó Phoenix.

Pero comenzó a moverse al ritmo de la música para no llamar la atención.

–¿Por qué no?

Phoenix bajó la voz y miró disimuladamente a su alrededor.

–No deberíamos estar juntos, y menos en un lugar como este.

–Estamos en un bar. Aquí viene todo el mundo.

–Ese es el problema. Y esta semana ya le has dado un puñetazo a un hombre que se estaba metiendo conmigo, algo que no está muy bien visto.

–Impedí que un matón le pegara a una mujer. ¿Qué tiene eso de malo?

–Te pusiste tú mismo en peligro en el proceso. La gente podría llegar a pensar algo equivocado.

–¿Como qué?

–Como que te importo.

–A lo mejor me importas –respondió él con una sonrisa traviesa.

Riley también había bebido demasiado. No había bebido tanto como el otro tipo, pero era imposible que estuviera pensando con claridad.

–¿Cómo terminaste después de… del altercado? –le preguntó. Su nariz parecía estar como siempre–. Llevo días preguntándomelo.

–Así que querías asegurarte de que estaba bien, ¿eh?

Phoenix advirtió el sarcasmo en su voz.

–Kyle me dijo que estabas bien.

–¿Has sabido algo de él?

–¿De Buddy? ¿O de Kyle?

Riley llevaba una colonia con una fragancia que a Phoenix le gustó.

–De Buddy. Sé que a Kyle le ves todas las noches.

–¿Le molesta?

–Claro que no. Pero ahora estábamos hablando de Buddy.

–No ha vuelto a molestarme.

–Eso es lo que tiene que hacer.

Riley se inclinó en exceso hacia un lado y Phoenix tuvo que sujetarle.

–Espero que no estés pensando en conducir –le advirtió ella.

–He venido aquí con un amigo. Conduce él. Pero si quieres puedes llevarme tú.

–Muy bien. Aunque supongo que me va a costar un poco más pedalear.

Riley se echó a reír.

–Meteremos tu bicicleta en su camioneta y te llevaremos a casa.

–Puedo volver sola, gracias.

Aunque solo fuera para guardar las apariencias, intentaba mantener el cuerpo tenso y no estrecharse contra él.

–¿No puedes relajarte? –musitó Riley.

–No debemos acercarnos demasiado –contestó ella, aunque nadie parecía estar prestándoles atención.

–Solo estamos bailando, Phoenix. No estamos haciendo el amor.

Aquel comentario la hizo trastabillar. Le bastaba estar bailando con él para sentirse como si estuvieran compartiendo algo muy íntimo. No estaba segura de por qué tenía que ser tan distinto a bailar con otros hombres, pero lo era.

Se aclaró la garganta e intentó ahogar los recuerdos que estaban emergiendo a la superficie. El recuerdo de la boca de Riley sobre su seno, el de su mano entre sus piernas, el peso de su cuerpo sobre el suyo en la cama…

–No te he visto cuando he llegado –habló para intentar contener aquel flujo de imágenes eróticas.

–Mejor.

–¿Por qué?

–Porque si me hubieras visto no te habrías quedado.

–No te estoy culpando de nada –le aseguró Phoenix.

–Si tú lo dices.

–¿No me crees?

–Pareces encogerte cada vez que me acerco.

–Te estoy dando tu espacio. No quiero que pienses…

–¿Que todavía me quieres? Ya hemos hablado de esto. Ya sé que no me quieres. Ni un poquito. ¿Pero para demostrármelo tienes que bailar a un metro de distancia?

–No estoy a un metro de distancia.

–Pero estás tan tensa y a la defensiva que es como si lo estuvieras.

Y tenía sus razones para ello. Pero no quería que pensara que le estaba acusando de nada.

–No estoy a la defensiva. Estoy siendo muy amable.

Riley rio entre dientes.

–Podrías serlo más.

Phoenix temió por el rumbo que estaba tomando aquella conversación.

–¿Dónde estabas? –le preguntó, cambiando de tema.

–¿Cuándo?

–Antes.

–He salido un rato.

–¿Adónde has ido?

–Estaba con Kyle y otros amigos, pero estaban cansados y querían volver a casa. Después me ha llamado Sean, un subcontratista con el que trabajo en algunas ocasiones, para que saliéramos.

Cuando la canción terminó, no la soltó, aunque ella intentó alejarse.

–Una más –le pidió mientras comenzaba a sonar Glitter in the Air de Pink.

Cuando volvió a deslizar los brazos por su cuello, Phoenix deseó ser tan inmune a su contacto como necesitaba. Pero Kyle desató en ella tal avalancha hormonal que renunció a resistirse y se entregó a ella.

«Aguanta. Solo serán dos o tres minutos», se dijo.

Después podría poner alguna distancia entre ellos y reparar sus defensas.

–¿Dónde está Jacob esta noche?

–Ha ido a dormir a casa de un amigo.

De alguna manera, se las había arreglado para acercarla a él y estaba hablando contra su sien.

«Piensa en algo. En cualquier cosa que no sea él», se ordenó Phoenix.

–¿No tienes que trabajar mañana?

–No tengo que levantarme pronto. No empiezo hasta las nueve.

Intentó que se apoyara en él y frunció el ceño cuando Phoenix se resistió.

–Estás bailando como un robot –protestó–. ¿Quieres hacer el favor de dejar de resistirte?

Pareció satisfecho cuando cedió. Pero Phoenix sintió que se le aceleraba el corazón. Podía oír su vertiginoso latir en los oídos mientras la estrechaba contra él. Y, de pronto, ya no fue capaz de pensar en ningún otro tema de conversación. En nada que pudiera distraerla del calor y la firmeza del cuerpo de Riley.

Apoyó la mejilla contra su pecho y se concentró en sofocar el deseo que se inflamaba en su interior. «No puedes sentir esto por él», se decía continuamente. Se estaría arriesgando a sufrir con locura si pensaba en Riley en un contexto sexual. Pero entonces él deslizó las manos por su espalda, como si estuviera disfrutando del abrazo. Y, aunque no la manoseó como había hecho el otro tipo, fue una caricia… importante. Tan importante que Phoenix temió que aquel simple baile pudiera hacerla retroceder de golpe hasta el estado emocional en el que había estado diecisiete años atrás.

Tenía que recuperar el control. Tenía que plantarse con un rotundo «no» en lo que a Riley se refería.

–Aguanta.

–¿Qué has dicho?

Phoenix no se había dado cuenta de que estaba pensando en voz alta.

–Nada.

Riley le alzó la barbilla para obligarla a mirarle.

–Sabes que lo siento, ¿verdad?

–Riley, estamos bailando demasiado pegados. Alguien puede vernos y llegar a una conclusión equivocada. Podrían contárselo a tus padres y tendrías que enfrentarte a otra discusión como la que tuviste en el campo de béisbol.

–No voy a permitir que mis padres me digan cómo tengo que vivir mi vida. Ya no tenemos dieciocho años, Phoenix.

–¿Y eso qué significa?

–Significa que deberías dejar de preocuparte de lo que piensen los demás.

–Claro que tengo que preocuparme de lo que piensen los demás. Y tú pareces haber olvidado que te estás haciendo vulnerable a las críticas y la desaprobación al estar conmigo.

–No tengo miedo.

Phoenix miró a su alrededor.

–Lo tendrías si supieras lo que es eso. Estar conmigo… estar conmigo podría hacer que todo el pueblo te diera la espalda. Si Jacob estuviera contigo, podrían llegar a entender que estuvieras hablando conmigo. Pero deberías intentar guardar las distancias cuando Jacob no esté.

–¿Y si no quiero guardar las distancias?

No iba a poder convencerle en aquel estado. Era evidente que, en aquel momento, no le importaba nada, excepto el alcohol que corría por sus venas, la música y la sensación de poder hacer lo que quisiera sin temor a las consecuencias.

–Estás borracho. No sabes lo que estás diciendo.

–A lo mejor ahora sé mejor que nunca lo que estoy diciendo.

–Estás diciendo cosas sin sentido.

Riley volvió a agarrarla por la barbilla.

–Dime solo una cosa. ¿Podrás perdonarme alguna vez?

–Cortaste conmigo a los dieciocho años. Si hubiera sido capaz de alejarme de ti con la misma facilidad que tú, no habría pasado nada.

–Pero tú continuaste siendo fiel a tu corazón. A tus sentimientos.

–¿Y? Tú significabas mucho más para mí que yo para ti. Eso no se puede evitar.

–Hice caso de quien no debí, Phoenix. Te amaba. Quiero que sepas que estaba enamorado de ti.

«¡Maldita fuera!». Phoenix sintió que todo se agitaba en su interior. Había deseado oírle decir aquellas palabras durante mucho tiempo. Quería que confirmara que no había estado tan sola en aquella relación como al final había parecido. Todo el mundo la había tratado como si fuera una estúpida por haber pensado que Riley podía llegar siquiera a apreciarla.

Pero aquello era algo más que la reivindicación de un sentimiento. Aquello… aquello era invitar a aquel antiguo anhelo a devorarla otra vez. La acechaban los mismos deseos que la habían hecho enloquecer en el pasado, como si fueran un monstruo capaz de ocultarse entre las sombras cada vez que intentaba acabar con él.

–Gracias.

Dejó de hablar entonces y esperó que también Riley lo hiciera. Tenía miedo de lo que pudiera decir a continuación, y de lo que ella pudiera responder. No podía pensar en el pasado ni intentar resucitarlo. Tenía que concentrarse en el presente y, en el presente, tenía todos los motivos del mundo para luchar contra lo que estaba sintiendo.

–Hueles muy bien –susurró Riley.

Estaban cada vez más cerca y Phoenix estaba perdida, cercada por la intimidad del momento y por la letra tan conmovedora de la canción, Have you ever whised for an endless night.

¿Había deseado alguna vez una noche sin fin? La estaba deseando en aquel momento y por eso decidió apartarse de Riley. La estaba haciendo desear cosas que jamás podría alcanzar.

No tenía ningún motivo para someterse a aquella tortura. No tenía ninguna razón para permitir que su debilidad por aquel hombre volviera a romperle el corazón.

–Es tarde, tengo que irme –dijo.

Y corrió hacia la puerta antes de que Riley tuviera alguna posibilidad de responder.