Capitulo 8
— ¿Qué tal te ha ido hoy en el colegio? —le preguntó Parker a su hijo, tirándole la pelota de rugby con una espiral perfecta. Dalton la atrapó contra el pecho y se la devolvió.
—Bien.
— ¿Y qué tal os lleváis Holt y tú últimamente?
Dalton se encogió de hombros y siguió moviéndose tras la pelota. Melody River, la madre de Holt, le había dicho la semana pasada a Parker que Dalton tenía problemas para expresar sus sentimientos, y Parker se había propuesto corregir aquello. No quería que Dalton tuviera problemas de ningún tipo. Quería a su hijo más que a nada en el mundo.
—Holt es un niñato —dijo Dalton.
—Ésa no es una forma muy amable de hablar de tu mejor amigo.
—Pero es cierto —dijo el niño, de mal humor. Dalton no parecía muy arrepentido, y Parker tuvo la tentación de dejarlo pasar. Su hijo se había expresado sin problemas, y aquél era el objetivo de aquella conversación. Además, era injusto enfadarse por algo que Parker también había pensado durante todos aquellos años. Holt era divertido, incluso carismático algunas veces, pero tenía tendencia a lloriquear por cualquier cosa y a fanfarronear de unas habilidades atléticas que no poseía. Llamarlo niñato no era muy agradable, pero resumía la personalidad de Holt.
—Antes eras muy amigo suyo. ¿Qué ha ocurrido?
—Se está volviendo un enorme... —Dalton se quedó callado, como si estuviera eligiendo la palabra cuidadosamente— bebé.
— ¿Podrías darme un ejemplo?
—El otro día empezó a llorar porque Anthony le robó los deberes y echó a correr.
— ¿Y qué habrías hecho tú?
—Yo lo habría perseguido.
— ¿Y si no se hubiera dado por vencido?
—Sí se habría dado por vencido. Sabe lo que le pasaría si no lo hiciera.
Parker parpadeó. Aquello era exactamente lo que le tenía preocupado. Aunque su hijo apenas se peleaba con nadie, últimamente había tenido un par de peleas en el colegio.
—Los problemas no se resuelven a puñetazos, Dalton. Ya hemos hablado de esto.
Su hijo lo miró como queriéndole decir «sé realista, papá»
—En ese tipo de situación, sí. Yo no voy a ir a quejarme a la profesora, y mucho menos empezar a llorar.
Parker supo que tenía, que oponerse con más fuerza a la violencia, pero también sabía que si él tuviera diez años y hubiera tenido el mismo problema, tampoco habría ido a quejarse ni se habría puesto a llorar.
Eso le llevaba a creer que los demás tenían razón cuando le decían que su hijo necesitaba una influencia más... suave. Por un instante recordó a Hope Tanner, su pelo castaño, su rostro ovalado y sus ojos verdes, los más asombrosos que había visto nunca. Los de Dalton eran muy parecidos. ¿Habría sido Hope una buena madre? No podría haberle dado a Dalton más de lo que él mismo le había dado, se dijo, y la apartó de su mente. Ella se marcharía pronto.
—No es malo que un chico llore por ciertas cosas, ¿no te parece? —preguntó él.
—Dame un ejemplo.
—Pues... por echar de menos a su madre.
—Yo no echo de menos a mi madre. Ni siquiera la recuerdo —dijo Dalton, y se quedó pensando un momento—, Supongo que si te ocurren determinadas cosas, sí puedes llorar, como por ejemplo que te corten un brazo, o que disparen a tu mejor amigo, o algo así.
—No tiene que ser algo tan dramático —dijo sorprendido por las palabras de su hijo.
—No estoy muy seguro de lo que estás intentando decirme, papá —dijo Dalton, frunciendo el ceño—. No voy a llorar porque alguien me quite los deberes.
—No me refiero a unos deberes. Sólo si... necesitas desahogarte por algo. Por alguna cosa de las que los niños les cuentan a sus madres... Espero que sepas que siempre me lo puedes contar a mí. Sé que piensas que llorar es sólo de niñas —insistió—, pero no es verdad. Nosotros sentimos las mismas cosas, y no es nada vergonzoso.
Dalton miró a su padre como diciéndole « ¿no podríamos jugar sin hablar?»
— ¿Estás bien, papá? —le preguntó.
—Sí, ¿por qué?
—Porque me dices cosas raras. No tienes que darme una mala noticia, ¿verdad?
—No, por supuesto que no.
—Y no vas a empezar a llorar, ¿verdad? Porque eso sería... gracioso.
Parker se sintió aliviado. Era evidente que su hijo no quería que su padre fuera demasiado sensible.
—Puedes estar tranquilo. No voy a llorar.
—Eso está bien —Dalton también estaba aliviado, pero parecía un poco inseguro—. ¿Es por el abuelo y Phoebe? ¿Van a venir a visitarnos de nuevo?
—No.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No hay ningún problema —dijo Parker, con un suspiro. Su intento de poner a Dalton en contacto con su lado femenino no había sido muy fructuoso—. Creo que dan un partido de golf de los clásicos en la tele.
—De acuerdo —dijo Dalton—.Vamos a verlo.
Salvo por la alfombra de los indios navajos que cubría el suelo de azulejos y una televisión con vídeo en la que los niños veían películas de Walt Disney en la sala de guardería, La Casa de la Maternidad estaba tal y como Hope la recordaba. Incluso el ambientador relajante la llevaba años atrás.
—No es exactamente el ambiente de hospital que me esperaba —dijo Faith—. Es muy... acogedor.
—Ése es el atractivo principal de este lugar —dijo Hope, mientras se acercaba al mostrador de recepción. No reconoció a la recepcionista, y se fijó en el nombre de su tarjeta de identificación. Trish. Cuando ella había tenido a Autumn, la recepcionista era Devon, la nieta de Lydia.
— ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó Trish.
— ¿Está Lydia? —le dijo Hope, devolviéndole la sonrisa.
—Eso creo. Hace un momento estaba en su despacho.
—Por favor, ¿podría decirle que Hope Tanner quisiera verla?
—Claro. Espere un minuto, por favor.
— ¿Crees que se acordará de ti? —preguntó Faith, cuando la mujer se hubo marchado.
—Creo que sí —respondió Hope, mientras miraba a las mujeres embarazadas que estaban sentadas en el área de espera. En uno de los sofás había una mujer con su hijo recién nacido, y cuando le acarició suavemente la cabecita, Hope notó una punzada de envidia.
— ¿Hope?
Se dio la vuelta y vio que Lydia se acercaba por el pasillo. Tenía unas cuantas arrugas más, pero sus ojos seguían teniendo la misma amabilidad.
—Hola, Lydia —le dijo.
La mujer se acercó y la abrazó, pero dudó un instante, y Hope se dio cuenta de que no estaba completamente contenta de verla. Sintió la misma desilusión que había sentido con Parker Reynolds, y se dijo que probablemente Lydia había reaccionado así porque pensaba que estaba cometiendo un error al volver allí a reencontrarse con su pasado.
— ¿Qué te ha traído por Enchantment, querida? — le preguntó, antes de mirar con curiosidad a Faith.
—Te presento a Faith, mi hermana. Va a dar a luz en dos semanas, más o menos. No sabemos exactamente cuándo. Yo quería saber si podrías aceptarla en la clínica. Esta vez puedo pagar el coste —se apresuró a añadir.
—Nunca me preocupó que no pudieras pagar la primera vez —replicó Lydia—. El dinero sólo tiene valor para mí porque mantiene la clínica abierta, y así puedo trabajar en lo que más me gusta —después miró a Faith—. Hola, Faith. Veo que eres de Superior —dijo, y por la seriedad de su tono de voz, Hope supo que no había olvidado lo que aquello significaba.
Faith asintió.
—Bueno, eres bienvenida aquí. Yo ya no ayudo en los partos, porque he pasado a dedicarme a gestionar el centro, pero te asignaré al cuidado de una de las matronas, si os parece bien.
—Sí, muy bien —dijo Hope, mirando a Faith.
—Muy bien. ¿Por qué no le hacemos un examen a Faith? Así sabremos qué tenemos entre manos.
Siguieron a Lydia a través de un pasillo que conectaba con un edificio anexo nuevo. Aquello había cambiado más de lo que ella pensaba.
—Has ampliado la clínica —dijo Hope—. Las cosas deben de estar yéndote muy bien.
—Sí. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero nos va muy bien. Traemos al mundo a unos sesenta bebés al año. Ahora tenemos tres matronas a jornada completa y otra que nos ayuda en épocas de mucho trabajo.
—Me alegro de oírlo —dijo Hope. Notaba cierta tensión en Lydia, y le hubiera gustado que desapareciera—Tengo muchas ganas de ver a Devon de nuevo. Ella debe de ser una de tus matronas a tiempo completo, ¿no?
Al oír el nombre de su nieta, Lydia apretó los labios y se quedó pálida.
—No, Devon vive en Albuquerque y ha abierto una clínica propia.
— ¿De verdad? Pero ella siempre hablaba de quedarse trabajando aquí contigo y quedarse con la clínica cuando tú te jubilases...
—Cambió de opinión —interrumpió Lydia.
Hope no podía creer que abuela y nieta se hubieran distanciado. Siempre habían estado muy unidas. Al darse cuenta de que había tocado un tema delicado, cambió de conversación.
—Me encontré con Parker Reynolds ayer en el pueblo. Me dijo que todavía trabaja aquí.
—Sí. Ha estado con nosotros desde que terminó la universidad. Kim Sherman, la contable, y él, son las personas más prácticas de toda la plantilla. Nos mantienen con la vista fija en los objetivos.
— ¿Y qué tal está la mujer de Parker? —preguntó Hope—. Recuerdo que estaba enferma.
—Siento decir que murió dos años después de que tú te marcharas.
—Oh, lo siento mucho —dijo Hope, pensando en cómo se habría enfrentado Parker a aquella terrible pérdida.
—Sí. Yo también lo sentí. Pero cuéntame qué ha sido de tu vida. Cuando te marchaste, sólo tenías diecisiete años, y ahora mírate.
—Gracias a ti, me hice enfermera obstetra —respondió Hope con orgullo.
— ¿Eres enfermera? Eso es fantástico. Pero no tienes nada que agradecerme, el mérito es tuyo.
—Tú me acogiste cuando no tenía dónde ir, Lydia. Nunca podré agradecértelo lo suficiente. Lydia cerró los ojos brevemente.
—No me des las gracias por nada —dijo, y rápidamente cambió de tema—. Bueno, y ¿te casaste? ¿Estás prometida? ¿Enamorada?
Hope se sentía menos orgullosa de su vida personal que de su vida profesional.
—Nada de nada.
— ¿Y tú, querida? —le preguntó Lydia a Faith. Faith abrió la boca, la cerró de nuevo y le echó a Hope una mirada de socorro.
—Ella está soltera —dijo Hope.
—Ah.
—Estoy casada. En cierto modo —corrigió Faith—. Quiero decir que... mi bebé es legítimo.
Antes de que Lydia pudiera responder, una mujer se cruzó con ellas por el pasillo.
—Ah... Gina —dijo Lydia—.Te estábamos buscando —tomó a Gina por el brazo y juntas entraron en una habitación—. Mira, te presento a Hope Tanner, una vieja amiga mía, y a su hermana Faith. Ésta es Gina Vaughn, nuestra nueva comadrona. Hope, Gina también era enfermera antes.
—Me alegro de conocerte —la saludó Hope. Gina asintió sonriendo.
—En realidad, Gina, quería decirte que te hagas cargo de Faith. Ella será una de tus pacientes —dijo Lydia. Gina miró rápidamente a Faith.
—Pues claro, encantada. Pero... ¿no estaba llevando nadie su embarazo?
—No. Acaba de llegar al pueblo, y no la ha visto ningún médico.
Si Gina se quedó sorprendida de que Faith nunca hubiera tenido cuidados médicos, no lo demostró. En aquella clínica acogían a todo tipo de mujeres, algunas sin seguro médico, y otras negligentes a la hora de cuidarse.
—¿Cuándo va a nacer? —preguntó Gina.
—Eso es lo que queremos que averigües. Hope, ¿te importaría esperar fuera?
—Por supuesto que no —Hope le apretó el brazo a Faith—. No te preocupes, cariño. Estaré en el vestíbulo, ¿de acuerdo?
Cuando salió, cerró la puerta tras ella. Iba por el pasillo pensando en el extraño recibimiento de Lydia cuando se tropezó con Parker Reynolds.
—Eh —dijo él, agarrándola del brazo para que recuperara el equilibrio. Sin embargo, por la forma en que se borró su sonrisa, Hope supo que tampoco estaba contento de verla en aquel momento. Quizá había esperado demasiado de aquella gente.
—Disculpa —murmuró Hope—. No te había visto.
—No pasa nada. ¿Dónde está tu hermana?
—Están examinándola en una de las salas. Está con Lydia.
—Entonces, ¿Lydia sabe que estás aquí? Ella asintió.
— ¿Y cuándo nacerá el bebé?
—Eso es lo que quieren saber.
—Me dijiste que sería dentro de poco, ¿verdad? ¿Un par de semanas?
—Sí, más o menos —dijo Hope, carraspeando. Aquél no era el Parker Reynolds que había conocido, el que bromeaba con ella cuando estaba sola y triste.
— ¿Cuánto vais a estar en el pueblo?
—Eso depende de Faith.
Faith y ella no tenían donde ir, y cabía la posibilidad de que se establecieran allí, si podía encontrar un buen trabajo. Sin embargo, no quería decirlo todavía.
—Claro —dijo él, y se metió las manos en los bolsillos—. ¿Y dónde os estáis alojando?
—En la cabaña de los Lorey.
—Es un sitio muy bonito.
—Sí, nos gusta mucho.
—Has cambiado mucho —dijo él, sorprendiéndola con aquel cambio de conversación tan repentino—.¿Te has casado? —le preguntó.
—No.
— ¿Estás prometida?
—No. Nunca he estado casada ni prometida.
— ¿Has estado sola todo este tiempo?
—Sí, supongo que se podría decir así.
—Pareces tan...
— ¿Qué?
—Diferente.
— ¿De qué?
—De antes —dijo él. Después, se marchó.
—Sí. Tú también has cambiado —murmuró mientras observaba cómo se metía en su despacho—.Y no ha sido para mejor.