Capítulo 11

 

 

 

Tras dos noches en la que apenas pudo conciliar el sueño, Mario se dirigió a casa de Íñigo para buscar consuelo. A su llegada le esperaba una nueva sorpresa.

            ¿Todavía estás en la cama? Son las nueve y media —preguntó Mario mientras entraba en el salón sin que nadie la invitase a pasar.

            Ya, pero es sábado, Mario.

            ¿Me haces un café?

            Aquí no. Bajamos a tomarlo. —La respuesta nerviosa de Íñigo lo delató.

            ¿Qué te pasa? No está Carlota, ¿verdad?

            No, Carlota está en Londres con su hermana.

            ¿Pero está…?

            Miranda.

            Joder Íñigo, no me lo puedo creer. Lo tuyo es muy grave. Te traes a Miranda a casa…

            Vinimos anoche a recoger algunas cosas y… nos liamos.

En vista de que no se podía esconder, ésta decidió salir de la habitación y saludó a Mario sin querer mirarlo.

            Hola Miranda.

            —¿Qué tal Mario?

            Bueno, ¿a qué has venido?le preguntó Íñigo.

            Quería hablarte de Julieta, pero me imagino que ya lo sabrás todo —respondió Mario de forma irónica.

Estaba bastante molesto por el vínculo que su hermano estaba iniciando con ella. Que tuviesen una aventura le parecía bien, pero no le gustaba la relación tan estrecha que estaban creando.

            Sí, me ha contado un poco por encima.

            Miranda, esta tarde he quedado con Jorge para hablar sobre lo que me contaste. Sólo quiero que lo sepas.

            Mejor evita mencionar a Ignacio Tesler —le aconsejó su hermano.

Íñigo conocía la historia mejor que él, y sabía que oír ese nombre relacionado con Julieta haría enfurecer a Jorge.

            ¿Por qué?, creo que debe conocer con detalle lo que su hija ocultabadijo en tono acusador.

¿Cómo puedes ser tan cínico, Mario? ¿Tú nunca has escondido un secreto? —le preguntó irritada Miranda.

Nonegó con rotundidad.

Íñigo contemplaba la escena desde el sofá intentando mantenerse al margen de la conversación, previendo que el diálogo entre ellos no terminaría bien.

¡Vamos! ¿Quieres qué hablemos de Karen Wilson y de cómo tuviste que abandonar en mitad del curso las clases de emergencias médicas porque su marido os pilló en la cama? ¿O prefieres que lo hagamos sobre Stacy McDouglas, aquella compañera de clase que seguía llamándote después de volver de Washington? ¿Vino a verte cuando ya habías vuelto con Julieta, verdad? La lista es interminable Mario Mascaró y para tu desgracia yo la conozco entera.

Vale, Miranda. ¡Suficiente! —gritó Íñigo con la intención de que no llegase más lejos con las acusaciones.

La forma en que Mario miró a su hermano le dejó petrificado. No entendía cómo había podido contárselo todo. Parecía que a estas alturas Íñigo aún no entendía que no todo valía para llevarse una mujer a la cama. Existían ciertas cosas que no podían usarse para tal fin y una de ellas era traicionar a un hermano.

Tras el ambiente de hostilidad creado en la casa, Miranda tomó la decisión de marcharse dejándolos solos. Intuía que a causa de su incontinencia verbal tendrían una larga discusión.

Por supuesto al salir, mantuvo la cabeza alta y apenas miró a Mario. Ella había hecho lo correcto, defender a su amiga.

Íñigo continuaba sentado en el sofá, con la cabeza entre las manos, incrédulo de por lo que acababa de presenciar. Mario daba vueltas alrededor de la mesa de comedor atusándose el pelo dejando entrever su nerviosismo.

No me puedo creer que se lo hayas contado todo. No todo vale, Íñigo. Creo que estás yendo demasiado lejos con este capricho.

No es un capricho, Mario. Voy a dejar a Carlota.

Esto es lo que faltaba. Mamá se va a poner como loca.

No se lo digas. Todavía tengo que hablarlo con ella. ¿Me guardarás el secreto?

Sí, Íñigo. Yo conozco el significado de la palabra lealtad.

Lo siento de verdad.

Déjalo. Las cosas no pueden empeorar más.

Si hay algo que pueda hacer para que me perdones…

Sí, la hay.

Dime.

Primero localiza a Ignacio Tesler y después acompáñeme a Florencia.

 

 

No sabía cómo, pero Íñigo debía encontrar la manera de contactar con Tesler. Hubiese sido muy sencillo preguntarle a Miranda sin más, pero sabía que era preferible dejarla al margen.

Mientras su hermano hacía las labores de investigación, Mario puso al tanto a Jorge del paradero de Julieta, evitando como le aconsejaron, relatarle la parte en la que compartió su vida con él y la ex pareja de su madre. Íñigo tenía razón, para Jorge hubiese sido demasiado.

Para asombro de Mario, éste no se sorprendió de que su hija se hubiese marchado en busca de aquel chico que conoció años atrás. No en vano, tenía el mismo carácter que Adriana y a pesar de que pudieron contenérselo, todos sabían que era inevitable que su rebeldía terminara saliendo a flote.

Ahora que Jorge sabía que estaba bien, le otorgó a Mario la labor de traerla de vuelta. Si éste no lo conseguía, sería él quien fuese de nuevo a buscarla.

El tiempo corría e Íñigo era incapaz de descubrir nada que le ayudase a localizar a Ignacio Tesler. Rebuscó entre todos los papeles que Miranda guardaba en su carpeta de trabajo, en los cajones de su casa. Nada. Le molestaba hurgar en su intimidad, como le hubiese molestado a él que lo hicieran en la suya, pero debía arreglar el tremendo error que había cometido con su hermano. Ya fue incapaz de rastrear la pista de Julieta cuando se marchó. Ahora no podía pasar lo mismo.

Cuando casi se daba por vencido, mientras Miranda estaba en la ducha, registró los mensajes de móvil y allí encontró la respuesta. Uno enviado por Julieta hacía varios meses: Estoy en El Murano con Ignacio. Te veo luego.

 A la mañana siguiente, lo primero que hizo desde el bufete fue llamar al hotel en nombre del abogado del señor Tesler. La recepcionista le confirmó que el señor estaba allí alojado y le dio el número de habitación. Por fin lo había conseguido. Él ya había hecho la primera parte de su trabajo, ahora le tocaba a Mario.

En cuanto recibió la noticia, Mario se pasó por el despacho. Esperaba ansioso.

Si soy sincero, no creía que lo conseguirías.

            Pues ya ves que te equivocabas. ¿Cuándo vas a quedar con él?

            Intentaré que sea hoy mismo. Quiero acabar con esto cuanto antes.

Se despidió de su hermano, abandonó el edificio eufórico. El plan iba hacia delante, si todo salía según lo previsto, pronto estaría frente a Julieta. Una vez en soledad, sentado en su coche dentro del parking, se decidió a llamar a Tesler.

            Dígame —respondió el hombre.

Buenos días, señor Tesler. Soy Mario Mascaró, el…no le dejó terminar la frase.

Ya sé quién es —respondió con frialdad. Jamás esperaba aquella llamada.

Me gustaría saber si podemos vernos y charlar un rato.

No veo por qué no. ¿Le viene bien esta noche en el Bistró?

Sí, perfecto allí estaré a las diez.

Puntual a su cita, Mario esperaba sentado dentro del restaurante a que Ignacio Tesler llegase. Nunca lo había visto, así que no tenía ni idea de a quién debía esperar.

En cuanto entró, supo que era él. Vestido con un estilo impecable, al que acompañaba un perfecto físico, era de esa clase de hombre del que cualquier mujer se enamoraría nada más verlo.

Mario se levantó de su asiento y le tendió la mano educadamente para saludarlo. Tesler le correspondió con un frío apretón.

Por fin lo conozco, doctor Mascaró. Las mujeres hablan maravillas de usted como hombre. Como médico, prefiero no conocerlo, eso significa que mi salud es buena.

            Me gustaría poder decir lo mismo, pero entenderá que no me alegre de estar aquí con usted.

Tesler se limitó a sonreír ante la evidencia.

Se sentaron uno frente a otro, mirándose de forma desafiante en una mesa en el centro de la sala, como si debieran ser observados por el resto. Tesler examinaba cada gesto, cada movimiento de Mario intentando confirmar lo que Julieta le había advertido sobre él.

Evitando conversaciones vacías y formalismos, mientras Tesler colocaba la servilleta sobre sus rodillas, Mario preguntó directamente lo que quería saber.

            ¿Por qué buscó a Julieta?

            Bueno, me sorprende que me haga esa pregunta. Usted debería saber que su mujer es fascinante.

Mario se limitó a responder con una sonrisa irónica, haciendo a su vez un gesto de negación con la cabeza.

Además de tener relaciones con mujeres casadas, ¿a qué se dedica?

Refloto empresas y luego las vendo. Eso es todo. Después, en mi tiempo libre ejerzo de psicólogo con mujeres que se sienten abandonadas.

            Nunca he abandonado a Julieta.

            No creo que ella opine lo mismo. Mario, ha tenido entre las manos un tesoro y no ha sabido apreciarlo. Su mujer ha sido muy valiente tomando esta decisión.

            ¿Eso cree? Yo creo que esto no es más que una pataleta de niña consentida. Estoy seguro de que pronto volverá.

            ¿Siempre esta tan seguro de todo?

            Sí, la conozco demasiado bien  —aseguró.

            Yo no estaría tan convencido. Estuve con ella hace poco y parecía tener muy clara su decisión de no volver.

Terminará por volver conmigo. Se lo aseguro. No hay nada que usted le pueda ofrecer.

Ella todavía no ha hecho su elección, pero tranquilo yo me quedo fuera por voluntad propia. Este juego me parece de lo más interesante, pero me coge demasiado mayor —dijo con cara de desprecio. Yo le he ayudado a creer en sí misma, a liberarse de sus miedos. Doy por cumplido mi papel.

Entonces está todo claro, usted renuncia a luchar. ¿Me deja solo?Con aquellas preguntas Mario intentaba indagar hasta qué punto Tesler conocía la historia de su mujer y si realmente Miranda le había dicho la verdad.

No, ahora es cuando la cosa se pone más interesante. Todo queda entre usted y Tiziano. Con cada uno ha vivido una historia, y cada una le ha marcado de una forma. Ella tiene la última palabra.

En opinión de Mario, Tesler estaba totalmente equivocado. No había elección posible que hacer, en cuanto Julieta lo viese, tendría claro que su sitio estaba a su lado.

Por su parte Tesler, tras la conversación, pudo comprobar de primera mano esa altivez y aire de superioridad del que Julieta le había hablado. Tal vez, Mario Mascaró era muy joven y la vida se lo había puesto demasiado fácil.

 

 

Los días posteriores al encuentro con Tesler, Mario se dedicó a preparar el viaje a Florencia. Entretanto, Íñigo ahora trataba de averiguar dónde encontrar a Julieta. Sería absurdo ir a ciegas como hizo ella.

En esta ocasión lo tuvo más fácil, sobre la mesa de trabajo de Miranda, a vista de cualquiera, había un resguardo de una empresa de transporte a nombre de Julieta Ros con una dirección en Florencia. Cogió un trozo de papel y la anotó. Ya lo tenían todo. Si Miranda hubiera sabido los planes y cómo se sucederían los hechos en Florencia, habría quemado aquel trozo de papel.

Por primera vez en su relación, Íñigo le mintió y en lugar de Florencia le contó que iría con Mario a pasar unos días en Ámsterdam. En el estado en que se encontraba, a ella le pareció normal que quisiera ayudarlo, así que no sospechó nada. Tampoco lo hizo sobre la cena.

En cuanto llegaron Mario e Íñigo a Florencia, dejaron las maletas en el hotel y se fueron a la dirección que Íñigo había encontrado. Mario estaba inquieto, exaltado sólo con pensar en la cara que se le quedaría a Julieta al verlo allí. Cuando menos, le iba a importunar su nueva vida y eso le satisfacía. Si ella pensaba que se iría y él lo aceptaría sin más, estaba muy equivocada. No lo haría, y mucho menos desde que conocía su pasado.

Eran poco más de las doce cuando llegaron al portal. El conserje les interrogó sobre qué hacían allí y a quién pretendían visitar. Su aspecto cuidado y una historia convincente no levantaron sospechas, sin problemas les dejó pasar.           

            Llegaron frente a la puerta, tras ella no se percibía ningún sonido, aun así, llamaron al timbre. Como era de esperar nadie abrió, tal vez habían salido. A Mario no le importaba, tenían todo el tiempo del mundo, así que se quedarían allí.

            Vamos a dar una vuelta y después volvemosle sugirió Íñigo.

            Ni hablar, esperamos aquí. ¿A caso tienes algo mejor que hacer?

            Podemos visitar la ciudad ya que estamos aquí…

            Por la cara que puso Mario, su hermano obtuvo la respuesta. No se moverían del sitio hasta que hablase con Julieta.

            Las horas se eternizaban para Íñigo, que desesperaba sentado en el frío suelo de mármol con la espalda apoyada en la pared, mientras Mario lo hacía de pie. Cuando el ascensor se paró en aquella planta, la puerta se abrió y de él salieron Julieta y Tiziano, acompañados por Marco y Alexandra. Al verlos Íñigo se levantó de un salto y se colocó junto a la puerta.

            Mira quiénes son… mi mujer y su novio, con unos amiguitos…dijo Mario con gran sarcasmo.

            De forma automática, Marco se colocó delante de Julieta para protegerla. No hablaba mucho español, pero si el suficiente para entender que aquella visita no era de cortesía.

            No hace falta que cubras, no le voy a hacer nada —le dijo Mario.

            ¿Qué haces aquí, Mario? —le preguntó nerviosa Julieta, que se había aferrado con fuerza a la mano de Tiziano en busca de protección. De ese modo, también podía tenerlo controlado si la cosa se ponía fea. Conocía su carácter.

            He venido a llevarte a casa.

            No voy a ir a ningún sitio. Está es mi casa —respondió señalando la puerta del apartamento con el mentón.

            Una vecina, asomó tras la suya, alertada por el tono elevado de la conversación del pasillo. Para no llamar la atención, Tiziano sugirió que podían acabar con aquello dentro de casa. Abrió la puerta, los primeros en entrar fueron los hermanos Mascaró seguidos por Alexandra. Por último, lo hizo Julieta, escoltada por Tiziano y Marco, que no pensaban separarse de ella.

            Venga, Julieta, recoge tus cosas. Tenemos que irnos.

            Ya te ha dicho que no va a ir a ningún sitio. Así que puedes largarte cuando quieras —le dijo Tiziano.

            Tú no te metas. Contigo hablaré después.

            La paciencia de Tiziano se había acabado. Nadie le decía qué hacer y menos en su casa, así que se fue a por Mario y cogiéndolo del cuello lo estrelló contra la pared.

            ¡Tiziano, no! —le gritó Julieta mientras Marco forcejeaba con él para que lo soltase.

            ¿Tú lo arreglas todo a golpes? — le preguntó.

            Si es algo que me importa, sí.

            A ver Mario, si estás aquí porque te ha enviado mi padre dile que no voy a volver.

Si no vuelves, vendrá él por ti —le dijo Íñigo.

No hace falta que mi padre venga a buscarme de nuevo. Ya no soy una niña. Iré yo misma a darle las explicaciones que quiere.

¿Me vas a acompañar? —preguntó a Tiziano.

            Claro, voy a ir contigo hasta el final.

A ver si él es capaz de hacerte entrar en razón —dijo Mario.

            No es necesario. He tenido mis motivos para hacer esto.

            Tú nunca me has querido, ¿verdad? —le preguntó Mario, con voz triste.

            Te equivocas, te he querido muchísimo y he sido muy feliz junto a ti. Pero ya no lo soy y tú tampoco, y creo que los dos nos merecemos serlo.

            ¿Qué nos ha pasado, Julieta? —le preguntó.

            Creo que se nos acabó el amor. Te has centrado tanto en ti y en tu carrera que te has olvidado hasta de preguntarme qué tal estaba. No ha sido tu culpa, sé que lo has hecho para darme lo mejor. Y te lo agradezco.

            En otras circunstancias, Tiziano se hubiese sentido tremendamente celoso al ver cómo Julieta acariciaba la cara de Mario mientras le decía esas palabras, pero aquel gesto sólo revelaba cariño. Entre ellos era cierto que la pasión y el deseo ya no existían. Mario también se percató y entendió que todo estaba acabado.

            Sin más, Mario e Íñigo salieron de la casa. La próxima vez que se encontrasen sería en España.

 

 

Tiziano aparcó el coche frente a la casa de Julieta. Quitó las llaves y le puso la mano sobre la rodilla. La apretó, ella pudo sentir a través de las medias el calor de aquel contacto. En vano intentaba disimular su nerviosismo, era consciente de que esa tarde se lo jugaba todo. Por primera vez iba a dejar clara su postura.

María les abrió la puerta y Julieta se lanzó a sus brazos nada más verla.

            Cuida mucho a mi niña —le dijo en el oído a Tiziano al saludarlo.

            Claro, no se preocuperespondió amable.

El sonido de los tacones de Julieta contra el parqué era lo único que se escuchaba en el camino desde la entrada hasta el salón donde esperaba su padre. Iba seguida por Tiziano, que también estaba inquieto. Desde el día del aeropuerto no había vuelto a ver a Jorge. Era la primera vez que visitaba esa casa y la forma en la que se había desarrollado todo hacía que nada estuviera a su favor.

Julieta suspiró profundamente antes de correr las dos alas de la puerta de madera del salón y encontrarse con que su padre no estaba solo. Nancy, Mario, Escarlata y Arturo les esperaban dentro.

            Veo que has pedido refuerzos. Creía que querías hablar conmigo en privado.

            Tú también vienes acompañadadijo Jorge levantándose del sillón para tenderle la mano a Tiziano.

Julieta saludó uno por uno a todos los asistentes a la reunión, de igual manera hizo Tiziano, que al recibir el fuerte apretón de manos de Arturo sintió su apoyo y complicidad. Por lo menos alguien estaba con ellos. Fue aquel gesto lo que le ayudó a relajarse. No estaban solos frente a todos.

No te preocupes. Vamos a hablar tranquilamente tú y yo. Por favor.Con un gesto extendiendo la mano, Jorge invitó a salir a los presentes.

            Tiziano se queda —anunció Julieta con gran seguridad.

Las cosas habían cambiado e iba a empezar a demostrarlo. La mirada de Tiziano se cruzó por primera vez con la de Jorge, al que se le notaba el paso de los años. No ocurría lo mismo con Nancy, que sin que su marido la viese, le dedicó una amable sonrisa de aprobación a su hijastra.

            Bien, entonces los demás también.Cada uno volvió a retomar la posición en la que se encontraba.

Nancy sentada sobre el brazo del sillón de Jorge, desde donde miraba con gran ternura a Julieta, sabía que a pesar de lo que pretendía aparentar lo estaba pasando muy mal. Escarlata volvió a hacerlo en un gran sofá blanco. Mario y Arturo en otro junto al de Escarlata, mientras Julieta y Tiziano continuaban de pie delante de la librería.

            Mejor que estemos todos. Así luego se evitan malos entendidosdijo Jorge. Por favor, explícanos por qué has decidido romper tu matrimonio.

            Mi matrimonio hace mucho que está roto, papá. Pero no creo que sea yo quien deba dar explicaciones primero.

            Mario, ¿tienes algo que decir? —sugirió Jorge.

            Sí, yo…

            No me refiero a Mariointerrumpió Julieta.

            Entonces no sé a quién te refieres. —La repuesta de Jorge fue contundente, nunca habría imaginado que sus hijas conociesen su secreto.

            ¿No prefieres que en lugar de hablar de mi matrimonio, lo hagamos sobre Ignacio Tesler? —le preguntó Julieta provocándolo.

El gesto de Jorge y Nancy cambió en un instante. Escarlata bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo. Los rostros de Mario y Arturo permanecían impasibles. La tensión llegó al máximo sólo con citar aquel nombre, y eso era la punta del iceberg. Se avecinaba una gran tormenta.

            ¿Qué sabes tú de ese hombre? —preguntó Jorge.

            ¿De verdad quieres que te lo cuente? —respondió desafiándole.

            Adelante, lo estoy deseando.

            Ignacio Tesler nos contó que has estado viéndote con mamá para hablar de nosotras hasta hace poco.Jorge las miraba sin saber qué responderles.

            Eso no es cierto. Fueron un par de encuentros cuando erais pequeñas.

            Por favor, papá —le reprochó Escarlata—. Hasta tenía fotos de los niños...

Jorge volvió a guardar silencio, ese no era el tema que quería tratar aquella tarde.

            Bien, ¿y qué tiene que ver Ignacio Tesler con que lo hayas dejado todo? —Dirigió sus ojos de nuevo sobre Julieta.

            Han mantenido una relación, Jorge. —Ahora era Mario el que daba las explicaciones.

Una mirada de odio se cernió sobre Mario desde la esquina en la que Julieta continuaba de pie. En cambio, el rostro de Mario se tornó victorioso ante el apunte. Su actitud desde que volvió de Florencia había cambiado de forma radical. Ahora que sabía que no tenía nada que hacer, su objetivo de nuevo era hundirla.         

            No era eso lo que estábamos hablando —interrumpió Escarlata intentando ayudar a su hermana.

            Ya hablaréis de eso en otro momento. Ahora yo creo que a tu padre le interesará más saber que tu hermana me puso los cuernos con ese tío, o que él —dijo dirigiendo la vista a Tizianola dejó embarazada hace años, ¿no crees?

            Tú eres un hijo de puta. —Tiziano se lanzó sobre Mario. Arturo tuvo que separarlos.

No te equivoques, todavía es mi mujerle respondió Mario.

Ya está bien, Mario.Arturo intentaba relajarlo.

¿Es verdad lo que ha dicho Mario? —preguntó temerosa ante una respuesta afirmativa Escarlata.

Por un momento todos se centraron en Julieta. Ni siquiera sospechaban que hubiese podido vivir una situación así. No respondió, se limitó a mirar a Tiziano y después al suelo mientras sin poder evitarlo lloraba.

No tienes que pasar por esto —dijo Tiziano cogiéndole de la mano para marcharse.

            No, no tengo nada que esconder.

Ya nos ha quedado claro que sí. Y si soy sincero prefiero no saber más detalles —respondió su padre.

Por favor, Jorge…le instó Nancy ante la dureza con la que la estaba tratando.

Sólo quiero saber una cosa más ¿Has tenido algo con Ignacio Tesler?La pregunta retumbó en la habitación. Todos ansiaban la contestación, pero ninguno esperaba que Julieta actuase de forma tan valiente. Si la repuesta era afirmativa Jorge quedaría humillado, destruido. Primero su mujer y después su hija. Ignacio Tesler era un mal nacido que había roto dos veces su familia.

No me he acostado con él una, ni dos, ni tres veces. He mantenido con él una relación de meses mientras seguía casada con Mario. No he sido tan valiente como mamá para dejarlo antes.

            No la nombres en mi casa. Sois iguales.

            ¿Cómo puedes ser tan hipócrita? —respondió Julieta.

Me has defraudado. Nunca hubiese esperado esto de ti.

Papá, no voy a volver con Mario. Quiero a Tiziano y quiero estar con él. Tienes dos opciones: aceptarlo, o perderme para siempre como hiciste con mamá. Tú elijes. Mi decisión ya está tomada.

¿Es tu última palabra?

Sí.

Después de esto, Julieta y Tiziano abandonaron la habitación. Al cerrar oyeron un murmullo. Acto seguido la puerta volvió a abrirse y apareció Nancy. La cogió de las manos en un gesto cariñoso.

            Aunque no lo creas, yo te apoyo. Te veo feliz y eso es lo más importante. Has tenido que pasarlo muy mal y créeme que lo siento.

Julieta esbozó una leve sonrisa ante sus dulces palabras.

            Ha sido muy duro para él, ya sabes que te adora. Tranquila —prosiguió—, yo lo haré entrar en razón.

Y con un beso en la mejilla, los despidió.

Llegaron a la habitación exhaustos después de la tarde tan intensa que acaban de vivir. A pesar del ofrecimiento de Miranda para que se quedasen en su casa, ellos prefirieron alojarse en un hotel.

Tiziano se tumbó boca arriba en la cama sobre la colcha color crema, desprendiéndose tan sólo de los zapatos. En aquel gesto tan típico suyo, se tapaba la cara con el brazo, dejando entrever por la camisa remangada el nombre de su madre. Cuánto hubiese agradecido uno de sus abrazos después de lo presenciado. Nancy le dijo a Julieta que su padre la adoraba y en cambio, la había tratado con una dureza pasmosa. Sin duda, ya no era una cobarde.

Ella se tumbó a su lado mirando al techo, apoyando la cabeza en la almohada. Ninguno de los dos dijo nada. Sobraban las palabras.

A la mañana siguiente, mientras Julieta terminaba de meter las cosas en la maleta llamaron a la puerta. Tiziano fue quien abrió. Al otro lado se encontraba Jorge, vestido de modo informal y con un gesto más amable que el día anterior.

            Hola, ¿puedo pasar? —preguntó.

            Adelante —le respondió Tiziano apartándose para darle paso.

            Te espero abajo —le dijo a Julieta cogiendo una bolsa de viaje y su chaqueta.

            Espera un momento —le dijo Jorge. Antes de que te vayas me gustaría pedirte disculpas por el espectáculo de ayer. Lo lamento de veras.

            No fue el mejor recibimiento, pero gracias. Le acepto las disculpas —respondió serio.

Y sin más dilación, cerró casi sin hacer ruido la puerta de la habitación dejándolos solos.

            Siempre que te alías con Nancy te sales con la tuya —le dijo en tono cariñoso.

            ¿Por qué dices eso?

            Cuando se marcharon todos estuvo hablando conmigo. Me hizo ver las cosas desde tu punto de vista y puede que tengas razón.

            Nancy es una mujer increíble. Me ha costado darme cuenta, pero me alegro de haberlo hecho.

No quiero perderte, cariño —confesó Jorge con las lágrimas asomando en los ojos—. Siento mucho lo que has pasado y me gustaría conocer la historia más adelante. Cuando esté preparado.

De acuerdorespondió Julieta.

Acepto la situación siempre que tú seas feliz.

Soy muy feliz, papá.

Sólo prométeme que si algún día no lo eres, volverás. Aquí siempre tendrás tu sitio.

Julieta se acercó a su padre que la estrechó fuertemente entres sus brazos como si todavía fuese una niña. Ambos necesitaban ese abrazo desde hacía mucho tiempo.

Le ayudó con el resto del equipaje y después bajaron juntos en el ascensor. Al abrirse la puerta encontraron al fondo del vestíbulo a Tiziano sentado en uno de los sillones de cuero. Al verlos se levantó. Jorge se acercó a él para darle un simulado abrazo de despedida. Cuando lo tuvo suficientemente cerca le susurró al oído:

Si no cuidas de ella, yo mismo la traeré de vuelta otra vez... Te vigilo de cerca. No lo olvides.

No se preocupe, lo haré.