Capítulo 6
En febrero del mismo año, Jorge, Nancy y Escarlata, ésta última acompañada de Arturo, viajaron a Florencia para visitar a Julieta.
A pesar de que volvió a España para pasar la Nochebuena con ellos, se negó a quedarse para celebrar el Año Nuevo, lo que levantó las sospechas de Jorge pese a llevarse con ella a Miranda. Lo pasó con Tiziano y su familia, en la cual, estaba totalmente integrada.
Llegaron a mediodía, Julieta les esperaba en el aeropuerto. Nada más aterrizar Nancy se quejó del frío que hacía en aquella ciudad. Después de seis meses alejada de ella, casi había olvidado sus impertinencias. Aquella actitud quejica hacía presagiar que la semana sería dura de llevar.
Les acompañó a un hotel situado en el centro. Según le explicó su padre, para poder visitar la ciudad con mayor comodidad. Para estar más cerca de ellos esos días, Julieta dejaría el piso de Valeria y compartiría la habitación con su hermana. A pesar de tener fijada fecha de boda para el final de verano, Jorge no permitió que Escarlata y Arturo durmiesen juntos.
—Estás guapísima. Qué bien te ha sentado el cambio —le dijo admirada Escarlata.
—Gracias. Estoy tan contenta de que estés aquí… Quiero enseñártelo todo. Ya verás, vamos a pasarlo genial.
—Sí. Tengo muchas ganas que pasemos tiempo juntas.
—Esta noche vamos a salir. Así podréis conocer a mis amigos.
Abandonaron juntos el alojamiento, y se dirigieron a uno de los lugares más típicos de la ciudad para comer. Después del almuerzo, estuvieron dando un paseo por la Piazza Della Signoria y visitaron la Galería de los Uffizi.
—Papá, vamos a estar aquí una semana. No hace falta que seas tan intenso —dijo cansadísima Escarlata.
—Cariño, siete días son pocos para visitar esta ciudad, ¿verdad, mi vida? —respondió Jorge rodeando con el brazo a Julieta, besándola en la cabeza.
—Sí, papá, pero mañana todo seguirá en el mismo sitio y si sigues a este ritmo vas a agotarlos y no querrán salir esta noche.
—¿Vais a salir? —preguntó algo decepcionado—. Os quería invitar a cenar.
—Jorge, déjalas. Hace mucho que no se ven y querrán hablar de sus cosas. Invítame a cenar a mí —le sugirió Nancy.
Puesto que no le quedó más remedio, debido a la escasa acogida que tuvo la idea, Jorge salió a cenar a solas con su mujer. Así que aprovechó para llevarla a un romántico restaurante que le recomendó el simpático jefe de recepción.
Minutos más tarde Julieta, Escarlata y Arturo dejaron el hotel camino al centro, donde habían quedado con Valeria y el resto de chicas de la facultad, además de con Tiziano y Filippo.
Todavía Julieta no se había atrevido a hablarle de él a Escarlata. La conocía bien, y sabía que se escandalizaría con aquella relación, preguntándole como de costumbre, si estaba loca.
Escarlata por su parte se había percatado de que algún cambio se estaba produciendo en Julieta. Se mostraba más segura e incluso se había atrevido a rebatir a su padre, cuando antes de salir, éste le dijo que aquel vestido le parecía demasiado corto. Si bien era verdad, que la discusión no fue a más gracias a que Nancy le convenció de que le sentaba de escándalo.
Dentro del bar les esperaba Valeria. Tras las presentaciones, mientras Arturo charlaba con alguno de los chicos que se encontraban en el grupo, las dos hermanas reían a carcajadas. Ambas echaban de menos la felicidad que sentían una al lado de la otra. Él ya trabajaba como arquitecto en un pequeño estudio. Era siete años mayor que Escarlata, pero estaba encantado con el ambiente juvenil de la ciudad, rodeado de estudiantes que le hacían recordar sus años universitarios. Siempre fue un todoterreno, esa clase de persona que se adapta a todo.
De repente, un chico se acercó despacio, se colocó detrás de Julieta rodeándola por la cintura y le olió el pelo. Para sorpresa de Escarlata, su hermana respondió al gesto abrazándolo y dándole un beso en los labios al girarse.
—Esta es mi hermana Escarlata y este Arturo, su novio.
—¿Qué tal? Soy Tiziano. —El chico saludó con dos besos a Escarlata y tendió la mano a Arturo.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo Escarlata casi sin reparar en Tiziano, tirando del brazo de Julieta para separarla del grupo.
—Vamos al baño. Ahora volvemos —dijo Julieta, sonriente.
Una vez que se retiraron lo suficiente, Escarlata empezó el cuestionario indignada porque no le hubiese contado nada.
—¿Tú estás loca? ¿Qué haces besándote con ese tío?
—Estamos saliendo.
—¿Qué? —exclamó totalmente incrédula.
En otro momento de su vida Julieta se hubiera amedrentado ante aquellas preguntas, pero su actitud había cambiado.
—¿Cómo qué estáis saliendo? ¿Y Mario?
—¿Mario? Él ha sido el que ha provocado todo esto. Lo está pasando fenomenal en Washington, pregúntale a Íñigo o a Miranda.
—¿Pero qué vas a hacer cuando vuelva?
—Ya lo pensaré, todavía falta mucho. Estoy en Florencia, ¿no? Pues voy a vivir lo que me ofrece Florencia, después ya veremos.
—Sin duda, estás muy loca.
—Vamos, relájate… —le pidió girándola sobre sí misma para que lo observase en la distancia—. Míralo, no me digas que no está bueno…
—La verdad es que sí—reconoció Escarlata, sonriente—es muy guapo.
Regresaron junto al grupo donde estaban los chicos, a quienes se había unido Filippo. Arturo ya había quedado con él para visitar edificios la mañana siguiente, ya que éste estudiaba arquitectura.
Siguieron disfrutando de la noche a pesar de que a Escarlata no se le hubiese pasado el enfado provocado por el hecho de que su hermana le ocultase la relación con Tiziano. No lo hizo porque sabía que se opondría, ella era una de las más acérrimas defensoras de Mario.
Julieta y Tiziano bailaban y se miraban como si estuviesen solos en el bar. Estaban tan a gusto juntos que lograban abstraerse de todo lo que les rodeaba, pero a veces, los ojos inquisidores de Escarlata les recordaban que no era así.
—Vente a dormir esta noche conmigo —le pidió él.
—No puedo. Mi padre quiere que le avisemos cuando lleguemos al hotel —respondió ella con fastidio.
—Quiero estar a solas contigo un rato —le confesó colocándole un mechón tras la oreja en un gesto cargado de ternura.
—Vente tú. Se lo voy a decir a mi hermana.
Tiziano se quedó apoyado en la pared del fondo, mirando cómo caminaba con decisión bajo las luces de colores, hasta llegar a Escarlata que pedía junto a Arturo copas en la barra.
—Escarlata, Tiziano se viene a dormir conmigo.
—¿Cómo? No puedes hacer eso —dijo con los ojos abiertos de par en par.
—Claro que puedo. Tú vas a dormir con Arturo, ¿no? Pues yo me llevo a Tiziano. —Y sin que ella pudiera añadir nada más se fue.
Escarlata, incrédula, veía cómo se alejaba contoneándose. Cuando llegó hasta Tiziano se agachó un poco, y bailando fue subiendo describiendo círculos con la cadera, rozando las piernas del chico con el trasero. Él la miraba divertido. Le dio un tirón de la coleta y la colocó delante, apoyando su frente sobre la de Julieta. Ayudado por una de sus rodillas consiguió que separase las piernas y metiendo la suya entre las de ella, comenzaron a bailar siguiendo el ritmo que marcaba la canción. Ajenos a todo lo que les rodeaba, sólo existían ellos y la música.
Escarlata estaba segura de que Julieta no se hubiese comportado de aquella forma fuera de Florencia. Nunca la hubiera imaginado en esa actitud con Mario, pero claro, él tampoco se hubiese prestado a ello.
—De verdad que no la conozco —le dijo asombrada a Arturo—. Verdaderamente, ese vestido era muy corto —añadió mientras les veía bailar.
—A mí me parece bien. Ya es hora de que haga lo que le dé la gana. Siempre la habéis tenido cohibida.
No le dijo nada a su novia, pero a Arturo le gustaba el cambio que había provocado en Julieta aquel chico tan sencillo y natural. Sin duda, su hermano y él le había caído bien.
Para volver, Tiziano les llevó en su coche. Al ver que tenía ese vehículo a su edad, Arturo no pudo aguantar la curiosidad y le preguntó si además de estudiar, trabajaba. Era la única forma.
—No, me lo ha comprado mi padre.
—¡Ah!, ¿es arquitecto?
—No —respondió con cara de extrañeza ante la pregunta—. Fue futbolista.
—¿De veras? —respondió entusiasmado Arturo, que era un fanático de ese deporte—. ¿En qué equipo jugó?
—En el Milán. A lo mejor sabes quién es. Se llama Fabio Ramanazzi.
—¡No me lo puedo creer! ¿Tu padre es Ramanazzi?
—Sí, respondió con una sonrisa ante la exagerada reacción del chico.
—Qué fuerte —le decía Arturo a Escarlata, que lo miraba avergonzada ante esa reacción.
—¿Te gusta el fútbol? —le preguntó Tiziano mirando por el retrovisor delantero.
—¿Qué si me gusta? —respondió eufórico.
—Mañana vamos a jugar. Solemos quedar una vez por semana mis hermanos, mi padre y un par de excompañeros con sus hijos. Mi tío Paolo y mis primos. ¿Te apetece venir?
—No puede. —Se adelantó Escarlata.
—¿Cómo que no puedo? Tengo que ir, cariño —le explicaba Arturo fuera de sí—. ¿Tú sabes cómo se van a poner en el estudio cuando lo cuente?
—Irá —dijo Julieta riendo ante la emoción que sabía que sentía su cuñado.
Llegaron al hotel, la recepción estaba completamente vacía a esas horas. Un somnoliento joven les dio las buenas noches tras el mostrador. Subieron entre risas en el ascensor. Después de pasar la noche con él, Escarlata pensaba que Tiziano era un encanto. A primera vista, no era el tipo de chico con el que ellas estaban acostumbradas a relacionarse, pero a Julieta se la veía feliz. Tampoco estaba mal que se divirtiese un poco si Mario también lo estaba haciendo.
Según el protocolo marcado por Jorge, las chicas llamaron a la puerta para que comprobase que volvían juntas, sanas y salvas. Fue Nancy la que hizo el chequeo de vuelta, ya que los ronquidos de Jorge le habían impedido escuchar la llamada.
Después, cada una se marchó a una habitación acompañada por su chico. Julieta entró en la suya seguida por Tiziano, cerró la puerta despacio y se apoyó contra ella. Por fin estaban solos. Sin hablar, no les hacía falta, se abalanzó sobre ella y la besó. Llevaba toda la noche deseando hacerlo. Su lengua buscaba de forma desesperada la de Julieta, mientras sin acabar aquel beso se quitaban la ropa.
En un par de minutos, ella ya estaba en ropa interior. A Tiziano le resultó fácil desprenderla de aquel vestido, cuando apenas él se había despojado de la parte de arriba. Se quedó frente a ella con el torso desnudo y el pantalón caído bajo el que asomaba un calzoncillo de marca.
Al verlo así, Julieta pensó que el cuerpo de Tiziano era perfecto, trabajado sin exceso, sólo para marcar los músculos. Le gustaba que estuviese cubierto por aquellos tatuajes, que en otro momento de su vida le hubieran horrorizado. Pero ahora todo era diferente. Pasó los dedos por el que tenía en el brazo, mientras miraba su pecho. Tiziano tiró de la gomilla para deshacerle la coleta, el pelo cayó suelto más abajo de los omoplatos. Se lo apartó, metiéndolo de tras de la oreja. Ella tembló.
—Estás en mi territorio. Hoy mando yo —le dijo Julieta mientras le daba un empujón en el pecho para tirarlo sobre la cama y se colocaba a horcajadas sobre él.
—Me gusta esta vista —le dijo acariciando su cintura.
Julieta recorrió con la lengua el abdomen de Tiziano hasta que llegó al punto donde tenía tatuadas las alas. Levantó la vista y le sonrió, pudo ver que se estaba mordiendo el labio inferior. Desabrochó el botón de los pantalones y ayudada por Tiziano, que levantó un poco la pelvis para facilitar la operación, lo sacó.
La escena, que era alumbrada por la tibia luz que salía de una lámpara de pie ubicada en uno de los rincones de la habitación, se reflejaba en el espejo situado junto a la cama. Pero a esas alturas, se conocían tan bien que aquella luz sobraba, no necesitaban ni siquiera verse. Habían conseguido tener química con sus cuerpos.
A la mañana siguiente, Tiziano salió temprano de la habitación para que Escarlata pudiese volver y que Jorge lo encontrase todo en orden.
Filippo esperaba en la recepción a Arturo, según lo acordado. Allí se cruzó con su hermano que salía del ascensor. Una sonrisa se le dibujó en la boca al verlo, sin duda, se merecía lo que le estaba pasando, era un buen tipo. Con un beso en la mejilla, Tiziano le dio el relevo simbólico de la familia.
Minutos después bajaron Arturo, Escarlata y Julieta que se encontraron con Jorge y Nancy, quienes venían del comedor donde servían el desayuno. Al enterarse del plan, a Jorge le pareció muy buena idea, por lo que se unieron.
En un momento de intimidad durante la ruta arquitectónica, Jorge preguntó a Escarlata quién era el chico que les acompañaba. Ella respondió que era el hermano de un amigo de Julieta. Sin saber muy bien por qué, presintió que la expresión “el amigo” de Julieta, escondía algo. Así que no dudó en animar a Filippo a que invitase a su hermano para que pasara con ellos el día.
Julieta estaba bastante molesta por la ocurrencia de su padre. Lo último que quería era que se conociesen, pero presionada por éste terminó llamando a Tiziano, que se reunió con ellos a la hora de la comida. Desde que llegó, Jorge no le quitó ojo de encima, observando todos sus movimientos intentando descifrar aquella misteriosa relación.
—No me habías dicho que tu padre estaba casado con Barbie —le dijo al ver a Nancy.
—Cállate, anda.
Nancy estaba empeñada en visitar todo lo típico de la ciudad para poder contarlo a sus amigas a la vuelta. Paseaba encantada con aquellos guías improvisados que los chicos les habían proporcionado, ajena a la verdadera situación o, al menos, eso creía Jorge. Pero no se le escapaba nada.
Ya casi no les quedaba nada por ver, así que los llevaron a la Piazza del Mercato Nuevo donde estaba el porcellino.
—Tenéis que tocar el hocico del jabalí y colocar una moneda en su boca. Si cae dentro de esta rejilla —señaló hacia abajo—, volveréis a Florencia —añadió Filippo.
Julieta fue la primera en intentarlo, colocó la moneda donde le indicó y ésta se coló directamente por una de las rendijas.
—Volverás —le dijo Tiziano levantándola del suelo en un abrazo.
—No, yo nunca me marcharé de aquí —susurró Julieta en su oído mientras él la mantenía en el aire.
Todas aquellas manifestaciones de cariño no terminaron de gustar a Jorge, que entendió que entre ellos había algo más que una simple amistad, por lo que se marchó de la cuidad buscando la forma de que su hija se alejase cuanto antes de ese chico.
Habían pasado dos meses desde que la familia de Julieta la visitó.
Como tantas otras noches, el grupo de amigos salió al cine. A esas alturas, el dominio que Julieta tenía del idioma le permitía hacerlo, por su parte Tiziano también había mejorado su nivel de español.
Al finalizar la película, abandonaron la sala y se sentaron en un escalón en la calle para que les diese poco el aire, Julieta no se encontraba muy bien. Ella a un lado, Valeria en el centro y Filippo junto a esta última rodeándola por los hombros.
Aprovechando que Tiziano se había alejado para saludar a una conocida, Carlo, un antiguo amigo, se sentó junto a Julieta y comenzó a hablar con ella. Sin motivo aparente, cada vez se acercaba más.
—¿Qué estás haciendo? —le gritó Julieta tan fuerte que Tiziano pudo oírla. Inmediatamente se acercó hasta donde estaban sentados.
—Ya te estás largando, Balzaretti —le dijo desafiante.
—Tranquilo, Ramanazzi. Que sólo estoy hablando con ella —le respondió en tono vacilante poniéndose de pie.
Sin decir nada más, Tiziano le propinó un puñetazo en la nariz a Carlo, que se echó las manos a la cara y, al ver la sangre respondió del mismo modo. Los dos chicos se ensalzaron en una pelea en plena calle sin que los que les rodeaban entendiesen muy bien a qué venía el espectáculo. Pocos eran conocedores del cúmulo de casualidades que se dieron esa noche.
—Filippo, ¡sepáralos! —le gritó Julieta.
Se colocó detrás de Tiziano, lo agarró como pudo por los hombros y tiró de él hacia atrás para separarlos. Los dos cayeron de espaldas en el suelo. Los amigos de Carlo, hicieron lo mismo con él y se alejan despotricando.
—¿Pero a ti qué te pasa? ¿Te has vuelto loco? —le gritó furiosísima Julieta.
—Tú no te enteras de nada, ¿verdad? —respondió Tiziano chupándose la sangre del labio y dejando entrever la punta de la lengua teñida de rojo entre los dientes.
Se dio la vuelta poniéndose la mano sobre la herida de la boca y se fue sin decir nada más. Los tres se quedaron de pie, viendo cómo se alejaba. A mitad de camino se volvió y gritó:
—Filippo, ¿te vienes o qué?
—No se lo tengas en cuenta, Julieta. Es su estúpida forma de decir que te quiere. Te llamo mañana —le dijo a Valeria, le dio un beso y salió corriendo para alcanzar a su hermano.
Una vez en casa, Valeria y Julieta se prepararon un vaso de leche antes de irse a la cama. Sentadas en el sofá, una frente a la otra, cavilaban sobre los motivos que podían haber llevado a Tiziano a reaccionar de aquella manera.
—Siento haberte fastidiado la noche. Este tío es idiota —se excusó Julieta.
—No te preocupes. Mañana cuando Filippo me llame, le preguntaré si sabe qué ha pasado. Me muero de curiosidad.
—Si te digo la verdad, me da lo mismo. Me marcho a la cama, últimamente tengo un sueño que me caigo.
Al día siguiente Valeria y Filippo se vieron. Mientras merendaban en una de las cafeterías más conocidas del centro, ésta le cuestionaba sobre lo acontecido de la noche anterior.
—¿Has hablado con Tiziano sobre la pelea de anoche? —preguntó Valeria a Filippo—. Menudo cabreo tiene Julieta.
—¿Sí? No me ha hecho falta hablar con él, lo conozco y sé que cuando vio a Carlo tonteando con ella se volvió loco.
—¿Por qué?
—¿Te acuerdas de Claudia Meroni?
—¿La del instituto? Estaba anoche hablando con Tiziano cuando salimos del cine, ¿no?
—Sí. Claudia y Tiziano salieron juntos hace unos tres años, cuando llegamos aquí. Él estaba muy enamorado, fue su primera novia y le estuvo engañando con Carlo.
—Recuerdo que salían juntos pero no sabía por qué se había acabado.
—Desde entonces son enemigos reconocidos. Antes eran íntimos y ahora no se pueden cruzar sin llegar a las manos. Fueron inseparables, hasta que se les cruzó Claudia. Yo creo que al verle junto a Julieta creyó que podía pasar lo mismo y ha querido pararle los pies.
Esa misma historia, relatada a la perfección fue la que le contó Valeria a su amiga, que lejos de parecerle de lo más romántico, no le encontraba justificación alguna.
—¿Crees que por eso no ha vuelto a salir con nadie? —preguntaba Julieta con curiosidad.
—Estoy segura. Se volvió un canalla. Lo único que hace es utilizar a las tías, es su particular venganza contra Claudia. Hasta que has llegado tú. No sé qué has hecho, pero este Tiziano no es el de antes.
—Me da igual, lo de anoche fue una estupidez.
Pasados dos días Julieta no había respondido a ninguna de las llamadas que le había hecho Tiziano, por lo que él decidió enviarle un mensaje.
¿Por qué no me coges el teléfono? ¿No piensas volver a hablar conmigo? Rencorosa. Te espero esta tarde a las siete en el Ponte Vecchio.
Ahora, además de por el espectáculo ofrecido con la pelea, que días después la gente en la facultad seguía comentando, estaba molesta por no haberle hablado de Claudia. Pero aun así, acudiría a la cita, tenía muchas cosas que hablar con él.
A las siete y cinco, Julieta llegó al lugar en el que siempre quedaban cuando se citaban en el Ponte Vecchio. Tiziano le esperaba de pie, con la espalda y la suela de una de sus Converse apoyadas sobre una columna de los arcos que había en la galería, y las manos metidas en los bolsillos de esos característicos vaqueros caídos. Adrede se había puesto el jersey que tanto le gustaba a Julieta. Al verla, una enorme sonrisa, mezcla de alegría y alivio, se dibujó en su cara.
—Creía que no vendrías —le confesó.
—Ya ves que te equivocas. ¿Qué tal estas? —le preguntó tocando la herida que todavía se veía en el labio inferior.
—Bien, no ha sido nada. —Cogió su mano y la besó.
Estaba nervioso, tan nervioso como jamás lo estuvo. No era para menos, nunca había dado el paso que tenía pensado dar.
—¿Cuándo pensabas decirme que Claudia ha vuelto?
—Así que es eso… A mí ya no me interesa Claudia. No voy a volver con ella. Ahora estoy contigo. Desde que me dejó, no se había vuelto a acercar a mí hasta que no ha visto que he salido con otra chica en serio.
—¿Por qué no me contaste nada?
—Porque no pienso perder ni un minuto hablando de ella, Claudia es pasado. Fin de la conversación, ¿vale?
—No, quiero saber otra cosa. ¿Por qué le pegaste la otra noche a Carlo?
—Porque es un gilipollas. Ahora va a por ti y está muy equivocado si cree que va a tener algo contigo.
—Eso tendré que decidirlo yo, ¿no crees? —respondió molesta—. No te confundas, yo no soy tuya, ni de nadie. No puedes ir pegando a todo el que se me acerque. Si quiero irme con otro me iré y tú no podrás evitarlo, como tampoco pudiste evitar que se fuera Claudia.
Sin duda, Julieta le dio donde más le dolía. Todos esos años de rencor hacia las chicas se habían esfumado con ella y ahora la vuelta de Claudia traía sentimientos que creía olvidados. No podría soportar que alguien de nuevo le hiciese daño.
—Tienes razón, pero es que Carlo me saca de quicio. Perdóname, ¿vale?
La acercó hasta él y la abrazó muy fuerte sujetándola por la cintura. Ella lo besó en la mejilla. Aunque quisiera, no podía estar enfadada con él. Le quería demasiado.
Tiziano notó en Julieta una actitud fría, distante, no era la de siempre. Se comportaba como si algo le preocupase y así era.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Julieta no contestó, no sabía cómo decirle lo que le ocurría.
—Bueno, ¿qué querías decirme? —le respondió cambiando de conversación.
—No sé por dónde empezar. —Sabía que si cortaba el discurso le iba a costar acabarlo, así que lo soltó del tirón—. Nunca creí que acabarías siendo tan importante para mí. Mi plan era que fueses como todas, un rollo que al poco tiempo terminaría dejando y olvidando. Una más de mi larga lista —las manos temblorosas de Tiziano sostenían las de Julieta—. Pero me he equivocado, todo ha salido al revés de cómo esperaba.
—Ya… —respondió ella abrumada, sin saber qué decir.
—Sé que no tenemos nada que ver. Míranos, tú eres una princesa y yo soy un macarra, pero te has ido metiendo poco a poco dentro de mí y ahora no quiero sacarte. Sólo de pensar que en unos meses tendrás que volver a España… No quiero separarme de ti, Julieta. No quiero que te vayas. ¿Has querido alguna vez a alguien de una forma tan fuerte que has sentido que no puedes ni respirar? —lo miraba fijamente, nadie le había hablado de aquella manera—. Pues yo te quiero así, Julieta. No te marches, quédate conmigo.
—No voy a ir a ningún sitio. Nunca voy a irme de tu lado. Yo también te quiero.
Al oír aquellas palabras, el corazón de Tiziano dio un vuelco. La volvió a abrazar más fuerte que antes. En ese momento podía haber en el mundo otro hombre igual de feliz que él, pero no más.
Estaba más seguro que nunca de su decisión, cruzaron al frente hasta el busto de Benvenuto Cellini, el lugar donde los enamorados colgaban candados. Sin desvelar sus intenciones caminaron cogidos de la mano, hasta que al llegar al sitio Tiziano se detuvo. La luz del atardecer caía sobre los techos de los edificios del centro histórico creando una atmósfera mágica, perfecta para lo que tenía preparado. Sacó del bolsillo de la chaqueta un candado y con un rotulador escribió “Julieta + Tiziano. Per sempre insieme”
—Si una pareja ata un candado en el Ponte Vecchio y después tira la llave al Arno, su amor durará para siempre. ¿Quieres? —le preguntó abriendo su mano derecha mostrando en la palma el candado y la llave.
Con un simple movimiento de cabeza asintiendo, Julieta cogió el candado, lo colocó en un hueco de la reja que rodeaba al busto y lo cerró. A continuación, tiró la llave al río, conteniendo la respiración mientras la veía caer.
—Ahora nada podrá separarnos —suspiró mirando a los ojos de Tiziano.
Hacía mucho que Miranda no le contaba nada sobre Mario, tampoco ella le volvió a preguntar. No le interesaba. Sólo le importaba Tiziano. Como le dijo en el Ponte Vecchio, las cosas habían sucedido de forma diferente a como él esperaba. Lo mismo le ocurrió a ella. En principio, pensaba que la dejaría a los dos meses siguiendo su modus operandi, pero llevaban ya cinco meses juntos y ninguno de los dos tenía intención de terminar con aquella relación. Todo iba de maravilla, eran felices juntos.
Nada lo podía estropear, salvo que se confirmasen sus sospechas y todo se fuera al traste. No dejaba de pensar como sería la reacción de Tiziano a la noticia. A pesar de que durante el día el sueño la vencía, se despertaba mil veces en medio de la noche pensando en lo que le tenía que decirle.
Llevaba un par de semanas en las que su malestar iba en aumento, cada vez tenía el estómago más revuelto, pensaba que provocado por los nervios. Sentía que el pecho le iba a estallar, ya ni siquiera podía usar sus sujetadores. Hacía dos meses que no tenía la regla. No le hacían falta más síntomas para confirmar lo que su cuerpo gritaba a los cuatro vientos. Le daba miedo hacer un test y confirmar lo que era una evidencia. Estaba embarazada.
¿Cómo podía haber pasado? Era una pregunta estúpida, sabía muy bien cómo había sido. Más bien tenía que preguntarse: ¿cuándo? Pero para esa pregunta también tenía respuesta.
Recordaba perfectamente aquella tarde lluviosa en casa de Tiziano, cuando él buscó en las habitaciones de sus hermanos un condón sin éxito. Los chicos tenían acordado que el que cogía el último los reponía, pero quien fuera el que lo usó, no lo hizo. Cegados por la pasión del momento, decidieron seguir adelante sin usar protección y ahora tendrían que pagar las consecuencias.
Dos días atrás había comprado el test. De hecho, lo llevaba en el bolso el día que quedó con Tiziano en el Ponte Vecchio, por si él quería que lo hiciesen juntos, pero después de lo del candado no se atrevió a decirle nada.
La incertidumbre estaba acabando con ella. Esa tarde Valeria había salido con su madre, aprovechando la soledad, se metió en el baño dispuesta a obtener una respuesta. Sacó la prueba del envoltorio y la metió unos segundos dentro de un vaso con la orina que acababa de recoger. La tapó y la colocó horizontalmente sobre la pila del lavabo sin querer mirarla. Los segundos no pasaban y cuando lo hicieron no se atrevía a destaparla. Se armó de valor, la abrió y pudo ver a pesar de las lágrimas, las dos rayas rosas pintadas. Estaba embarazada. Ya no era una suposición, era un hecho. Dentro unos meses, tendría un hijo de Tiziano.
Paola, la madre de Tiziano abrió la puerta y le saludó de forma cariñosa. Siempre lucía perfecta. La verdad es que nadie hubiese dicho que esa joven era madre, y mucho menos, la de aquellos tres chicos.
La primera vez que la vio, Julieta se quedó extrañada por su juventud y preguntó a Tiziano qué edad tenía. Él le contó que lo tuvo muy joven, con diecisiete años, por lo que ahora tenía treinta y siete.
—Mi madre se emociona al verte porque eres la única chica que ha estado en casa tantas veces.
—No seas grosero, Marco, y baja la ropa sucia —le reprimió su madre.
Paola trataba a su hijo pequeño como a un niño, a pesar de que tenía diecisiete años y un contrato de doscientos cincuenta mil euros al año en un equipo de fútbol de la serie B. Siempre decía que, después de haber tenido a sus dos hijos mayores, sin esperarlos y con solo quince meses de diferencia, la de Marco había sido la única maternidad de la que había disfrutado de verdad.
Éste era el más apegado a su madre, a pesar de que a ella se notaba que su ojito derecho era Tiziano. La relación de Paola con Marco era especial. Él aprovechaba cualquier momento para colmarla de besos y arrumacos, lo que a veces despertaba la envidia de sus hermanos como si de niños pequeños se tratase.
Julieta pensaba qué diría Paola si supiera que en las dos últimas semanas, aquel chico al que pedía que bajase la ropa sucia, había estado en casa con tres chicas distintas. Pero no era el momento para pensar esas cosas.
—Tiziano está en su habitación —le dijo con una tierna sonrisa.
—Vale, voy a subir. Gracias.
Abrió la puerta sin llamar y dentro estaba Tiziano, aún vestido con la ropa que usaba para ir a jugar al fútbol.
—Espero que sea importante. He dejado el partido a la mitad cuando me has llamado —le dijo mientras se desprendía de la camiseta para cambiársela.
Sin querer, Julieta clavó los ojos en las alas tatuadas que asomaban por el pantalón quedándose hipnotizada por unos segundos. Le resultaba arrebatador incluso vestido de aquella forma.
—¿Qué quieres decirme? —La pregunta la devolvió a la realidad.
Sin dar ningún rodeo, fue directa al grano.
—Estoy embarazada.
Lo soltó así, sin más. Rápido, como queriendo quitarse el peso de encima.
—¿Qué? —gritó Tiziano mientras se sentaba en la cama por la impresión.
—Estoy embarazada —repitió. Esta vez mientras las lágrimas rodaban por su cara.
El silencio inundó la habitación.
—¿No dices nada?
—No sé qué decir —respondió Tiziano pasándose las manos por el pelo.
—Mi padre me va a matar —dijo Julieta sin parar de llorar.
Había estado aguantando la tensión toda la semana y al confesar la noticia a Tiziano, se vino abajo.
—Nadie va a matar a nadie, ¿vale? —la consoló mientras la cogía del brazo acercándola a él y sentándola sobre sus rodillas para abrazarla.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella mientras lloraba acurrucada en su hombro.
—Tranquila, no llores. Ya lo pensaremos. —Le besó en el pelo, tenía que parecer fuerte. No quería que se diera cuenta de que él también estaba muerto de miedo.
Lo primero que hicieron fue visitar a un ginecólogo que confirmase el embarazo. Pasados un par de días, una vez que aceptaron la situación, decidieron seguir adelante. Sólo les faltaba comunicárselo a sus familias. Lo más complicado para Julieta.
Ella sabía que si a su padre le costaría hacerse a la idea de que tuviese un hijo de aquella manera, mucho más le costaría aceptar que el padre fuese un chico como Tiziano y que viniese de una familia como la suya.
Después de conocerlo en Florencia, le había aconsejado a Escarlata que le quitase la idea de seguir con él.
Tenía unas ganas tremendas de contárselo a Miranda y la llamó. Apenas su amiga pudo responder al teléfono, cuando se lo soltó de sopetón.
—Miranda, estoy embarazada.
—¿Cómo? ¿Qué?
—Pues eso, que estoy embarazada.
—¿Cómo ha sido? Quiero decir: ¿por qué ha pasado? Bueno… —Miranda estaba tan impresionada con la noticia que se estaba haciendo un lío—. ¿Y qué vais a hacer?
—Vamos a tenerlo. He tenido muchas dudas y todo tipo de ideas han pasado por mi cabeza, pero el otro día fuimos al ginecólogo lo oímos y se disiparon.
—¿Lo oíste?
—Sí, Miranda y es una pasada. Es una sensación indescriptible, nadie podría decir que dentro de mi barriga está creciendo un ser cuyo minúsculo corazoncito late por sí solo.
Miranda estaba confundida, lo último que podría imaginar era a su mejor amiga criando a un hijo y mucho menos, haciéndolo lejos de ella.
—¿Se lo has dicho ya a tu padre?
—No.
—Pues se va a liar gorda, ya verás.
—Me da igual, por primera vez sé lo que quiero hacer y voy a hacerlo le pese a quien le pese.
Hacía mucho tiempo que durante las llamadas a Miranda, Julieta no le preguntaba por Mario. A pesar de que esta vez, tenía una historia bomba que contarle, tras la noticia no se atrevió a decirle nada.
Después de aquel día en el que Mario besó en el despacho a su profesora, lo único que hizo fue propiciar encontronazos con ella hasta que una tarde en una nueva tutoría, terminaron acostándose. Él al principio se lo tomó como un juego, pero se volvió loco cuando por fin lo consiguió. La buscaba, inventaba pretextos para verla, era una mujer muy segura de lo que quería, y eso le encantaba. Los encuentros se fueron haciendo más continuos aprovechando los viajes de su marido. Éste empezó a notar cambios en su comportamiento, lo que le hacía sospechar que algo estaba ocurriendo. Para comprobar de primera mano que estaba en lo cierto, una tarde volvió antes de lo previsto a casa y al entrar en la habitación se encontró a su mujer en la cama con Mario. Al día siguiente fue hasta el campus a buscar al chico y le sugirió de manera poco ortodoxa que se alejase de ella, recomendándole que empezase por dejar sus clases.
Habían pasado seis semanas desde que Julieta confirmó el embarazo. Lo seguían ocultando a pesar de que empezaba a notarse. Nadie se había percatado. Ellos eran felices. Una vez superado el miedo, a Tiziano le encantaba la idea de ser padre.
Le gustaba tumbarse apoyando la oreja en la incipiente barriga de Julieta y poner las manos sobre ella a modo de altavoz alrededor del ombligo cuando le hablaba. Incluso dormía rodeando su vientre, como queriendo proteger al ser que crecía dentro.
Un día salieron al cine. El tiempo era espléndido cuando Tiziano la recogió en su casa, pero mientras estuvieron dentro no cesó de llover. A la salida, el asfalto estaba muy mojado y la moto llevaba demasiada velocidad. De haber sabido que el tiempo cambiaría, hubiesen ido en coche, pero les pilló de improviso.
El pavimento estaba bastante mojado y sin poder evitarlo Tiziano perdió el control en una curva, derraparon y ambos cayeron de la moto. Él salió despedido y se golpeó contra el asfalto, ella salió volando sobre él y fue a parar unos metros más adelante. Se quedó sentanda en el suelo, bloqueada al ver sus manos teñidas de sangre. Alarmada, se miró por todos lados, tenía los brazos magullados, pero no era capaz de averiguar de dónde provenía. Se limpió en la camiseta, pero al tocarse el pantalón comprobó que se manchaban de nuevo.
—¿Julieta, estás bien? —gritaba Tiziano mientras corría hacia ella.
—Creo que sí —respondió dolorida.
Imprudentemente, Tiziano levantó la moto del suelo y él mismo la llevó al hospital. Una vez que comprobaron que no tenía nada, le dejaron marchar, pero Julieta se quedaría allí.
Por mucho que intentaba obtener información sobre su novia, nadie le decía nada. En ese momento entendió que era hora de pedir ayuda. Desesperado, llamó a casa. Por suerte sus padres no habían viajado ese fin de semana.
Su hermano descolgó el teléfono.
—Marco, ¿está mamá?
—Está cenando. ¿Qué quieres?
—Dile que se ponga.
—¿Para qué?
—¡Joder, Marco! ¡Qué más da! ¡Dile a mamá que se ponga al puto teléfono, ya! —Su voz sonaba desquiciada, por lo que el chico no dudó en pasarle el teléfono a Paola.
—Dime, Titi —respondió la dulce voz de la mujer al otro lado de la línea.
—Mamá, estoy en el Hospital de Careggi. Hemos tenido un accidente con la moto. ¿Puedes venir?
—¿Qué ha pasado, Tiziano? ¿Estáis bien?
—Sí mamá yo estoy bien, pero a Julieta le están haciendo pruebas, no sale y nadie me dice nada. —Su voz se entrecortaba por el nudo que le oprimía la garganta. —El médico sólo ha dicho que en la ecografía había ausencia de actividad embrionaria, o algo así.
—¿Cómo? —preguntó Paola sin entender lo que su hijo le explicaba. Sin duda, se había perdido una parte de la historia.
—Mamá, Julieta está embarazada.
—Vale, cariño. Salimos para allá. Quédate tranquilo.