Capítulo 7
En apenas treinta minutos Paola, Fabio y Marco cruzaban el umbral de la puerta del hospital de Careggi.
Sentado en un frío banco de la sala de espera de urgencias, encontraron a un dolorido Tiziano que rompió a llorar como un niño al verlos. Se levantó y se dirigió hacia ellos.
—¿Cuándo pensabas decírnoslo? —el grito exaltado de Paola, retumbó en el silencio de la habitación.
—Ahora no, Paola —le reprochó Fabio mientras la separaba de su hijo, al que tenía cogido por el cuello del jersey.
—¿Cómo está? —fue la siguiente pregunta que le hizo.
—No lo sé. No me han dicho nada nuevo desde que os he llamado.
Fabio hizo un gesto con la cabeza a su hijo pequeño para que la sacase de allí y así poder hablar a solas con Tiziano.
—Mamá, vamos a tomar algo —sugirió Marco siguiendo las instrucciones de Fabio, que se sentó en el banco junto al mayor.
Era un hombre atractivo. Demasiado atractivo para ser padre, pensaba Julieta. Era el hombre más guapo que había conocido, no en vano, se ganó el apodo de Il Bello entre sus compatriotas. Su condición de deportista de élite le había dotado de un buen físico, que a simple vista no delataba sus cuarenta años. Parecía un hombre muy seguro de sí mismo. Unos vibrantes ojos azules resaltaban en su piel bronceada. Era una mezcla perfecta entre Tiziano y Filippo, como si hubiese querido dejar su huella en cada uno, cediéndoles lo mejor de su físico.
—Creía que me mataba —bromeó Tiziano intentando sonreír para relajar el ambiente.
—Ya sabes que parece más fiera de lo que es en realidad.
—Lo siento, papá —articuló sin levantar la vista del suelo rompiendo el incómodo silencio que se había creado entre los dos.
—Menudo susto nos has dado —respondió Fabio a la vez que pasaba el brazo sobre los hombros de su hijo—. ¿Cómo estás?
—Como una mierda. No he sentido más miedo en mi vida. Llevo cuatro meses sin dormir, dándole vueltas a la cabeza, pensando cómo serían las cosas y cuando por fin lo asimilo, sucede ésto. No es justo.
De nuevo se echó a llorar, tapándose la cara con las manos para que no le viesen el resto de personas con las que compartían la sala.
—Eh, vamos. —Fabio intentaba que su hijo se calmase. —Te entiendo perfectamente. Yo también tuve miedo cuando tu madre me dijo que estaba embarazada. Y ese miedo todavía no ha desaparecido.
Tiziano miraba a los azules ojos de su padre sin querer perder un ápice de la confesión que aquellos profundos océanos querían revelarle.
—Tú eres mi primer hijo, contigo lo he experimentado todo y todavía tengo pánico a fracasar. Todos los días me pregunto si lo estoy haciendo bien. Siempre he pretendido dejarte andar tus pasos, hacer tu camino y creo que no ha sido buena idea, porque sé que piensas que lo que haces para mí es indiferente… Pero te equivocas, eso que tú has sentido siempre como indiferencia, no ha sido más que miedo a no ser buen padre.
—¿Siempre he creído que te casaste con mamá porque ella estaba embarazada? Me he sentido culpable.
—Qué va. —Fabio rió al escuchar aquello. —Me casé con ella porque la quiero. A pesar de todo lo que hemos pasado no me imagino la vida sin ella. Tú lo único que hiciste fue adelantar un poco las cosas—. Le sonrió.
El doctor salió para darles noticias, rompiendo el momento de confesiones que se había creado entre padre e hijo. Era un hombre que estaba a punto de jubilarse. Un blanco bigote le daba aspecto serio, a pesar de que fue bastante cercano en su explicación. Directamente se dirigió Tiziano.
—Debido al impacto, tu novia ha sufrido una rotura del saco uterino que ha hecho que pierda líquido. A consecuencia, como te dijimos antes cuando hicimos la ecografía, no había signos de actividad fetal. Le hemos dado unas pastillas y la expulsión ha sido limpia por lo que no tendremos que hacer legrado. Ahora necesita mucho descanso para recuperarse. Lo siento, muchacho.
Tendió su mano y Tiziano correspondió con un fuerte apretón. El médico se compadecía de él de verdad.
Su marido fue quien le comunicó el diagnóstico a Paola, que parecía haberse calmado pero volvió a alterarse, por lo que Fabio le sugirió salir a dar un paseo para que se relajase. Era lo único que podían hacer. Marco se quedó acompañando a Tiziano sentado en el pasillo.
—¿Qué hemos hecho mal, Fabio? —le preguntó caminando por la entrada.
—¿Qué crees que hicieron mal nuestros padres?
—Nada —respondió tras un silencio, mirando al suelo.
—Pues eso mismo hemos hecho mal nosotros, nada. Han crecido y ahora cada uno vive su propia historia. Tenemos que asumirlo. Creyeron que podían con esto ellos solos. ¿Ya no recuerdas como éramos a su edad?
Paola esbozó una leve sonrisa ante la pregunta. Ella misma había pasado por un embarazo siendo muy joven, de ahí su reacción. Por nada en el mundo hubiese querido que su hijo y aquella chica que tanto le gustaba se sintieran tan perdidos como Fabio y ella. Al mirar atrás no podía creerse que hubiesen conseguido sacarlos adelante ellos solos. Todos le decían que era una locura tener tres hijos con apenas veinte años, pero ahí estaban y se sentía muy orgullosa de sus chicos.
—¿Por qué no me ha dicho nada? Soy su madre…
—Paola, simplemente se ha asustado. La idea de tener que responsabilizarse de su propia familia le ha sobrepasado, eso es todo.
—¿Dónde está?
—Sentado en el mismo banco del pasillo, esperando que su madre lo abrace. Le ha impresionado tu reacción.
—Mi pequeño Tiziano…
—Vamos, siéntate a hablar con él. Lo necesita.
Tras una espera que para ellos fue eterna, les comunicaron que Julieta había pasado a planta y podían subir a la habitación. Sólo una persona tenía permitido acompañarla esa noche. Paola se negaba a dejarla sola con Tiziano. Ninguno quería irse, así que Fabio tuvo que mover sus hilos y consiguió que con ellos hicieran una excepción.
Mientras sus padres salieron a hablar de nuevo con el doctor, Marco se quedó en la habitación acompañando a Julieta y a su hermano. Se sentó en una silla junto a la cama donde ella descansaba, sosteniéndole la mano mientras dormía. El incómodo silencio que inundaba la habitación sólo era roto por el desesperado llanto de Tiziano, que tumbado sobre la cama de acompañante, ahogaba sus lágrimas tapándose la cara con una almohada. Aquella noche siempre sería recordada por Marco, que en contadas ocasiones lo había visto llorar, y nunca de esa forma tan desgarradora.
Julieta, que gracias a la medicación, durmió toda la noche, despertó al sentir el roce de la nariz de Tiziano con la suya. Estaba bastante dolorida. Al abrir los ojos vio su cara sonriente, intentando restar importancia a lo sucedido la noche anterior. Tenía que aparentar ser fuerte.
—¿Qué tal te encuentras? —le preguntó Tiziano acariciándole el pelo.
—Si me hubiesen dado una paliza, creo que me encontraría mejor —respondió intentando moverse.
—Esta tarde te darán el alta.
—Julieta, necesito el teléfono de tu padre para hablar con él y contarle lo que ha sucedido —dijo Paola.
En ese momento, lo último que quería era que Jorge estuviese al tanto de la historia, ahora que por desgracia todo había terminado.
—No. Por favor, Paola .Prefiero que mi padre no sepa nada.
—¿Pero… cómo no se lo vas a decir?
—Por favor, déjame que me haga a la idea yo antes. Cuando pueda se lo contaré, de verdad.
—Pero… —Paola pretendía insistir pero su marido la cortó.
—Déjala, ella ya es mayor y sabe lo que hace, ¿verdad? —le dijo Fabio dándole un guiño de complicidad.
—Sí, en serio. Cuando vuelva se lo diré.
Esa tarde abandonó el hospital y se trasladó a casa de Tiziano. El médico le había recomendado mucho reposo y Paola se opuso a que se fuese a su casa con Valeria, así que tendría que pasar allí las dos semanas de descanso que el doctor ordenó. Se instaló en la habitación de invitados.
A pesar de las buenas intenciones de Tiziano, no levantaba el ánimo. Se pasaba el día llorando en cada rincón donde podía asegurarse un poco de intimidad. Al varapalo que había sufrido con la perdida del bebé, tenía que añadirle que se acercaba el momento de acabar con todo y volver a casa para retomar su vida, como le había recordado Escarlata la última vez que hablaron.
—¿Cuándo vas a venir? El curso está a punto de terminar, ¿no?
—No sé, me gustaría quedarme un poco más.
—¿Un poco más? ¿No has tenido suficiente?
—¿A qué te refieres?
—Lo que quiero decirte es que si no crees que has hecho ya suficiente el tonto. —Escarlata ni siquiera sospechaba lo sucedido.
—No. No creo que este haciendo el tonto, Escarlata.
—Vamos, Julieta. Tu vida está aquí. Eso ha estado muy bien como entretenimiento, pero es hora de volver.
—No pienso hacerlo, Escarlata. No, de momento.
—Papá va a estar encantado cuando se entere. Espera que en unas semanas este aquí.
—Pues dile que lo siento, pero me quedo todo el verano.
En su intento por sacarla de la pena en el que estaba sumida, a Tiziano le pareció buena idea llevar a Julieta a pasar una temporada en casa de sus abuelos en la Toscana. Aquel lugar era su refugio desde pequeño. Siempre que necesitaba pensar, se marchaba a Radda. A ella le pareció buena idea, cualquier cosa le parecía bien con tal de no volver a España.
Radda in Chianti estaba situado a escasos treinta kilómetros de Florencia. Era un pequeño pueblo de aspecto medieval en el que vivían los padres de Fabio.
La abuela de Tiziano, una mujer menuda de pelo blanco recogido en un moño bajo, les esperaba en la puerta de casa con la mejor de sus sonrisas. Olivia, era de esa clase de mujeres que encaraba la vida de frente, por muchas veces que ésta hubiese querido derribarla. Trabajadora desde la niñez, afrontó la crianza de cuatro hijos en la soledad de una gran ciudad como Roma. Tanto ella como su marido se habían dejado la piel para sacar la familia adelante, y la vida ahora les recompensaba con la satisfacción del triunfo de su hijo Fabio.
Al salir Tiziano del coche, la abuela corrió a su encuentro. Para ella, Tiziano siempre fue único, era el primer nieto y llegó de una forma muy inesperada. Conocía su carácter a la perfección. Sólo le hacía falta mirarlo para saber cómo estaba. Por mucho que quisiera, no podía engañarla. En cuanto Olivia miró los ojos de su nieto supo que no estaba bien, a pesar de haberle dicho lo contrario cuando habló con ella por teléfono para avisarla de la visita.
—Nonna, está es Julieta, mi novia.
—Bueno… cuánto tiempo llevo esperando que me dijeras eso… —dijo la abuela en tono de humor.
—Nonna…
—No me habías dicho que era tan guapa.
—Ven —dijo Olivia cogiendo a Julieta por el brazo, ya verás que bien te sienta el aire de la Toscana.
Vivían en una gran casa de piedra, con muchas ventanas de las que colgaban maceteros de madera con coloridas flores, rodeada por todas partes de campo verde intenso. La parte delantera tenía un porche de piedra y madera en el que le gustaba sentarse a Tiziano para ver atardecer.
Desde niño, cuando pasaban allí los veranos, disfrutaba acompañando a su abuelo al pueblo por las mañanas, cosa que a éste le encantaba. Ahora continuaban disfrutando de esos momentos de complicidad mientras Julieta se quedaba en casa con la abuela.
Una de las mañanas, Olivia, que ya estaba informada previamente de todo lo sucedido, mantuvo con Julieta una conversación que le descubrió al verdadero Tiziano.
—¿Te trata bien? —preguntó la mujer estirando masa para hacer pasta fresca.
—¿Quién, Tiziano?
—Sí
—Sí, muy bien —respondió Julieta un poco extrañada ante la pregunta.
—Es bastante mujeriego, ¿no?
—Bueno… eso dicen…
—Tiene a quien salir, debe ser el gen Ramanazzi. —La abuela tenía razón, a todos les gustaban demasiado las mujeres. —Tiene un carácter un poco difícil, le cuesta mucho expresar lo que siente.
—Ya me he dado cuenta.
—Lo ha pasado mal. Sus padres han vivido muchas etapas en su matrimonio hasta la estabilidad que tiene ahora.
—Algo me ha contado.
—Durante los primeros años se separaron varias veces. Filippo lo ha llevado de otra manera y Marco era muy pequeño todavía.
—Pero ahora sus padres se llevan muy bien, ¿no?
—Sí. Mi hijo Fabio es complicado, pero Paola lo ha sabido hacer muy bien con él. Es una gran mujer.
—La verdad es que sí.
—Si después de lo que ha pasado todavía sigue junto a ti, es porque realmente te quiere—. le explicó volviendo a hablar de Tiziano—. Su padre en la misma situación salió corriendo. Pensó que lo mejor era huir a Milán y dejarla a Paola en Roma con el bebé. Afortunadamente se dio cuenta de que estaba equivocado.
Julieta no entendía muy bien por qué la abuela de Tiziano le contaba aquella historia, pero pronto lo descubrió.
—Lo que quiero decirte con esto es que todas las parejas tienen sus momentos y a veces, necesitan tiempo para que la relación madure. Pero si son uno para el otro, por mucho tiempo que pase o por muchos obstáculos que les ponga la vida, conseguirán estar juntos. No lo olvides.
Las dos semanas para las que fueron a la Toscana, se convirtieron en dos meses. Aquel periodo de desconexión fue estupendo para Julieta que se dedicaba a leer, pasear, aprender recetas típicas de la cocina italiana y planear su vida con Tiziano. Pero poco tiempo después, al regresar a Florencia, volvió a toparse con la realidad. De nuevo con una llamada, esta vez de su padre.
—Julieta, ¿cuándo piensas volver?
—No voy a volver, papá.
—Claro que vas a volver. Ahí ya no estás haciendo nada. Mario ha llegado de Washington. Te está esperando.
—Papá, no voy a dejar a Tiziano.
—Esto era lo que me faltaba por oír. ¿Qué me importa a mí que no quieras dejar al chico ese? No te estoy preguntando si quieres o no quieres hacerlo. Vas a volver aunque tenga que ir yo a buscarte.
—Tú lo has dicho. Si quieres que vuelva, ven tú a buscarme.
Dos días después de aquella conversación, Jorge estaba en Florencia. A modo de cortesía le había concedido a Julieta una última noche para despedirse de Tiziano.
No se atrevió a decírselo antes. Sentada sobre el Puente de La Carraia, se lo confesó. Sabía que aquello lo mataría, que no se lo perdonaría jamás. Tampoco lo haría ella, pero su padre la había puesto en una encrucijada y lo último que quería era que sufriera por su culpa. Nunca le daba disgustos.
—Mañana vuelvo a España —le anunció con lágrimas en los ojos.
—¿Cómo? ¿Cuándo lo has decidido?
—No lo he decidido yo. Mi padre ha venido y no se marchará sin mí. Dice que no quiere perder también una hija.
—¿Y qué pasa con nosotros?
—Te quiero. Algún día volveré. Lo prometo.
—No. Si mañana subes al avión, no te molestes en volver porque yo no te estaré esperando.
Sin decir nada más, Tiziano se levantó del puente lleno de rabia e incredulidad. No era posible que se marchase de aquella forma. Se alejó sumido en sus pensamientos. Contuvo las ganas de volver la cabeza para verla, pero estaba llorando y no quería que lo viese así. Julieta se quedó de pie, mirando como se alejaba. Nunca se perdonaría lo que acaba de hacer.
Todo estaba terminado. A la mañana siguiente, Julieta junto a su padre esperaba la llamada del vuelo en el aeropuerto. Llevaba pocas pertenencias para el tiempo que había pasado allí. Un ordenador portátil, varios libros, un vestido de Versace que le dio Paola y los regalos que le hizo Tiziano. Nada de ropa, la dejó toda en casa de Valeria, no la quería. A fin de cuentas no eran más que prendas y la mayoría todavía olían a él.
Jorge intentaba dar conversación a su hija para volver a la normalidad, pero ella no le hablaba. No lo hizo en muchos meses, le dolía demasiado lo que le había hecho. No creía que la quisiera tanto como decía si le obligaba a eso.
Antes de que estuvieran listos para pasar el control, apareció Tiziano.
—Julieta, no —le ordenó Jorge para evitar que se acercase al chico.
Ella hizo caso omiso y se dirigió corriendo hasta donde él estaba.
—No me puedo creer que vayas a hacerlo —le reprochó.
—Tengo que hacerlo, no me queda otra opción.
—Si te queda. Luchar por lo que quieres.
—No puedo hacerle esto a mi padre.
—¿Y a mí sí? Eres una cobarde —le dijo arrastrando cada una de las sílabas.
Ella no dijo nada, sólo bajó la mirada.
—No voy a pedirte que digas que no me quieres, porque sé que mentirías. Pero dime, ¿no ha habido nada en este tiempo que haya merecido la pena? ¿Han sido mejores años que has pasado con él? —preguntó refiriéndose a Mario.
—No, no lo han sido.
—¿Has vivido alguna vez más intensamente?
Julieta no respondió. No hacía falta, los dos sabían la respuesta.
—Adiós, Tiziano. Te seguiré queriendo… —le dijo mientras le besaba y respiraba por última vez ese aroma infantil y fresco.
Sin volver la cara se alejó cruzando el arco de seguridad, mientras Tiziano, lleno de ira, se quedaba de pie mirando cómo el amor de su vida se perdía entre la multitud llevándose su corazón.
Una vez en el avión, Julieta no despegó la vista de la ventanilla en todo el vuelo. Tampoco dejó de llorar, lo que hizo que Jorge se sintiese incómodo ante el resto de pasajeros que les rodeaban, que a veces, demostraban lástima por ella.
En cuanto llegó a casa, sin saludar a nadie se encerró en su habitación, de la cual no salió en una semana. Tampoco quiso recibir visitas, ni siquiera la de Miranda, hecho que despertó la preocupación de Nancy. Jorge por su parte continuaba seguro de que la decisión tomada era la correcta.
Durante el encierro voluntario, llamó todos los días a Tiziano. Éste no respondió a ninguna de las llamadas, sólo le envió un mensaje pidiéndole que se olvidase de él. Nada más.
La boda de Escarlata se acercaba, y como no quería estropear el día a su hermana, de forma inesperada, dos días antes, abandonó el retiro. Con varios kilos menos y bastante desmejorada, se dispuso a ir con Nancy y su hija Kate, que ya había llegado para el evento, al salón de belleza.
El día de la boda llegó y con él, el momento más temido por Julieta, el reencuentro con Mario.
Durante la ceremonia, no hubo ocasión de intercambiar ni una palabra. Ella se sentó en un lateral de la iglesia con los testigos de la novia y él hizo lo mismo en el otro, junto a los del novio.
Una encantadora sonrisa, acompañada de un guiño, fue su saludo al verla. Había olvidado por completo lo que le gustaba que Mario le sonriese así. Estaba distinto, más adulto, más mayor. Con ese chaqué parecía sacado de un anuncio, aun así, seguía prefiriendo a Tiziano.
A pesar de que durante el coctel intentó evitarlo, una vez llegada la cena, no podría zafarse. Nancy se había encargado de sentarlos codo con codo en la mesa.
En un momento de despiste, Mario se acercó a ella por detrás.
—¿Me equivoco o me estás esquivando? —le susurró al oído.
—¿Yo?, no tengo por qué —le dijo volviéndose.
—Ha sido imposible hablar contigo desde que volviste. ¿Qué tal estás?
—Bien. He estado ocupada.
Mario sonrió con superioridad. Jorge le puso en aviso contándole que había tenido una breve relación con un chico, y que con lo enamoradiza que era, se había empeñado en quedarse con él.
—No hace falta que disimules. Tu padre me ha contado lo sucedido.
—Entonces, entenderás que no me apetezca verte.
—Lo que no entiendo es cómo ha podido pasar.
—Perdona, pero la idea fue tuya.
—Bueno, eso ya da igual.
Una amiga de Nancy que le llamaba para saludarla, la salvó, dando por concluida la conversación.
Durante la cena, no tuvieron oportunidad de retomar el tema. Iñigo, Rodrigo, sus acompañantes y los hijos de Nancy, estaban pendientes de cada uno de sus movimientos, muertos de curiosidad.
—Tienes que comer algo —le regaño Mario entre dientes.
—Olvídame. Haré lo que quiera —le respondió Julieta de un modo poco propio de ella. — No somos nada.
El baile fue abierto por Escarlata y Jorge, seguidos por Arturo y su madre. A continuación Nancy salió con su hijo Ben y detrás, el resto de invitados que se animaron a acompañarles. Mario sacó a Julieta.
Sin esperarlo, se encontró realmente nerviosa. Tener a Mario a esa distancia y sentir su cuerpo contra el suyo le hacía sentirse, cuando menos, inquieta.
—Lo olvidamos todo y volvemos a estar como antes —le dijo. Mario hablaba con prepotencia, como si ella no entendiese lo que estaba pasando.
—Yo no puedo estar como antes. Mario, ¿no te das cuenta de que nada es igual?
—La que no se da cuenta de nada eres tú, Julieta. Tú has vuelto, yo también y retomamos donde lo dejamos. Era el trato.
—Pero han pasado cosas…
—Dijimos sin explicaciones…
—Mario, yo no quiero estar contigo.
—No pasa nada. Tengo todo el tiempo para reconquistarte. Y lo haré —le dijo mientras le besaba en la comisura.
Ella hizo ademán de retirarse. A él no le importó.
Durante los meses posteriores, Mario fue haciendo méritos para recuperarla. A pasar de lo sucedido en Washington, la seguía queriendo y no iba a dejar que se le escapase. Julieta tenía razón, la culpa había sido suya, él tuvo la idea.
Ella por su parte, continuaba llamando a Tiziano de vez en cuando sin recibir respuesta. Parecía que se lo hubiese tragado la tierra. Miranda le abrió los ojos. Si de verdad la quisiera habría vuelto a buscarla.
Fue el mismo consejo que le dio su abuela a Tiziano, que corrió de nuevo a La Toscana para huir de su dolor. Pero tuvo miedo de que ella no quisiera volver tras reencontrarse con Mario, así que ni lo intentó.
Julieta fue guardando los recuerdos de Florencia en un rincón de la mente, donde le permitiesen retomar su rutina, sin sospechar que varios años después serían despertados.
Habían pasado cinco meses cuando Mario la llevó a pasar un fin de semana en Londres. La actitud de éste, el tiempo y la ciudad hicieron el resto para que todo volviese a la normalidad.