Capítulo 10

—Pamela, creía que habíamos acordado fijar una fecha para la boda en cuanto yo llegara —dijo Fletcher, sentándose a cenar con ella y sus hermanas.

—Fletch, es posible que haya decidido no casarse contigo, después de todo —Jill le sonrió dulcemente, pero lo miraba con enfado.

—Ya basta, Jillian —le dijo Pam. Jill no sabía lo certeras que eran sus palabras—. He estado ocupada, Fletcher.

Este frunció el ceño.

—¿Demasiado ocupada como para planificar una boda que los dos sabemos que debe celebrarse?

También ella frunció el ceño, ya que no deseaba discutir semejantes asuntos delante de sus hermanas.

—Podemos hablar de esto luego, Fletcher —tuvo la convicción de que, por diferentes motivos, a ninguno le ellos le gustaba postergar el tema.

Gracias a sus hermanas, la cena no había sido agradable. Prácticamente habían ignorado a Fletcher. Y éste, después de una ausencia de casi una semana, había querido ser el centro de atención y no le había gustado que lo soslayaran. Al final de la cena, Pam sentía los nervios tan a flor de piel que tenía ganas de que sus hermanas se fueran a acostar y de que él se marchara.

—Oh, casi lo olvidaba —dijo Fletcher mientras ella lo acompañaba a la puerta—. Mi avión privado hizo una parada para repostar en Denver y cuando fui a comprar una revista, vi el Denver Post de hoy. Tu amigo sale en la portada con una mujer muy hermosa pegada a su costado cuando asistieron a una gala benéfica el fin de semana. Según el diario, existe la posibilidad de una boda —sonrió feliz—. Supuse que querrías verlo, así que te he guardado el artículo.

Confusa, ella enarcó una ceja.

—¿De qué estás hablando?

—De esto —sacó el artículo doblado de un bolsillo interior de la chaqueta y se lo entregó.

Ella lo desplegó y le costó contener un jadeo audible. Ante sus ojos estaba el hombre del que se había enamorado, elegante con un esmoquin y una mujer muy hermosa al lado. Los dos sonreían para la cámara. Aunque no había ningún artículo asociado con la foto, el pie de página ponía: ¿Romance a la vista para ellos?

Tragó saliva y miró a Fletcher, quien la observaba con intensidad.

—Pareces molesta por la foto, Pamela. ¿Hay algún motivo para ello?

Alzó el mentón.

—Te equivocas —mintió—. No me molesta —pero era todo lo contrario. Hacía unas noches Dillon y ella habían pasado unas horas juntos. Le había dicho que tenía que volver a Denver. En ese momento supo el porqué.

Fletcher sonrió.

—Creo que ha llegado la hora de acelerar los planes nupciales —dijo, tomándola por la cintura y pegándola contra él.

Eso la sorprendió, porque nunca antes había sido tan directo con ella. Encontrarse tan próxima a él no la ayudaba ni la estimulaba. No surtía el mismo efecto sobre ella que conseguía Dillon. Porque a éste lo amaba, y la idea de no significar nada para él, de que sus palabras hubieran sido una gran mentira, era demasiado.

—¿Acelerar? —logró preguntar.

—He intentado ser paciente, pero, por encima de todo, te quiero como mi esposa, Pamela. Soy consciente de que no me amas, pero creo que, con el tiempo, llegaras a hacerlo. Te ofrecí matrimonio para ayudarte a salvar una situación mala, pero es evidente que ya no lo consideras de esa manera. Y tal vez la idea de perder tu hogar y asegurar el futuro de tus hermanas no cuenta tanto como antes.

—No es verdad.

—Entonces, demuéstralo. Ya no quiero una fecha para la boda. Ahora quiero una boda real. Esta semana. Algo muy íntimo. Aquí, el viernes. Haz que suceda o el sábado nuestro compromiso quedará roto.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Me estás forzando a casarme?

La sonrisa de él se amplió.

—No, cariño, es tu elección. Buenas noches, Pamela —abrió la puerta y se marchó.

Pam se quedó donde estaba y miró la fotografía que tenía en la mano. Ladeó la cabeza para estudiarla. Dillon sonreía. La mujer sonreía. Se preguntó si habrían estado sonriendo únicamente a la cámara o el uno al otro.

Y pensándolo bien, se dijo que en ningún momento había salido el tema de si había una mujer especial en la vida de Dillon. Ella jamás se lo había preguntado y él nunca le había ofrecido información alguna. Lo único que sabía era que estaba divorciado, nada más.

Pero le había pedido que confiara en él mientras comprobaba algunas cosas. Mientras se le ocurría una alternativa.

Cerró los ojos un momento y se apoyó contra la puerta cerrada. ¿Había leído más que lo que debería en esa petición?

Decidiendo que el único que podía contestar a eso era el propio Dillon, se dirigió al teléfono, pero entonces se dio cuenta de que no tenía su número. Jamás se lo había dado. ¿Había tenido alguna razón para ello?

Miró su reloj de pulsera. Aún no eran las nueve, y Roy Davis, del River's Edge Hotel, probablemente dispondría de esa información de Dillon gracias a la ficha que éste debió rellenar al alojarse allí. Tendría que ofrecerle un buen motivo para que se lo diera.

Suspiró cuando el señor Davis contestó.

—River's Edge Hotel.

—Señor Davis, soy Pamela Novak. ¿Cómo está?

—Bien, Pamela, ¿y tú?

—Bien también. Me preguntaba si podría ayudarme.

—Desde luego. ¿Qué necesitas?

—El teléfono de la casa de Dillon Westmoreland. Sé que la semana pasada se alojó unos días en su hotel y necesito hablar con él. Se dejó algo aquí cuando vino a vernos —explicó.

—Un momento. Deja que compruebe las fichas.

Regresó al poco tiempo y le dio un número de teléfono.

—Gracias, señor Davis.

—De nada, Pamela.

En cuanto cortó, marcó con rapidez el número de Dillon. Contestaron a la tercera llamada.

—¿Hola?

Contuvo el aliento y las manos le temblaron al cortar. Había respondido una mujer.

—Y ahora, ¿cuándo te irás a casa? —le preguntó Dillon a la mujer sentada en el suelo que miraba una película en la televisión.

Había salido hacía unos momentos de la ducha y la había encontrado allí. Ramsey le había advertido de que lamentaría el día en que le había dado una llave de su casa a Megan. Su prima de veintiséis años era anestesista en uno de los hospitales locales. Era agradable tenerla hasta que se presentaba de improviso. Como en ese momento.

—¿Y por qué no estás en tu propia casa mirando tu televisor? —atravesó el salón de camino a la cocina.

—Es una peli de miedo y no me gusta verlas sola.

Él puso los ojos en blanco.

—¿Sonó el teléfono hace unos momentos?

—Sí, supongo que se equivocarían —repuso sin apartar los ojos de la pantalla—. ¿Te importa si duermo aquí esta noche?

—No. Además, es probable que ya me haya ido para cuando tú te levantes —repuso, abriendo la nevera.

Eso captó la atención de Megan, quien giró la cabeza para mirarlo por encima de la barra del mostrador del desayuno.

—Pero si acabas de volver.

—Y volveré a irme. Esta vez a Laramie. He de ocuparme de unos asuntos allí.

Bebió un trago de zumo de naranja del bote de tetrabrik mientras le daba vueltas a lo que iba a hacer en Laramie. No podía evitar pensar en Pam. La echaba mucho de menos. Se había sentido tentado de llamarla, pero como seguro que Fletcher había regresado, decidió contenerse. Todavía no quería agitar el oleaje. Esperaba que ella confiara lo suficiente en él como para decirle a Mallard que no pensaba casarse con él. Le había prometido una alternativa. Una opción por la cual no se sintiera obligada a casarse si no era por amor. Deseaba no haberse ido de Gamble o, mejor aún, haberle pedido que asistiera a la gala con él. Pero le había prometido al sheriff que llevaría a su hermana y se había sentido obligado a mantener la promesa. Pero en todo momento había extrañado a Pam.

Y luego se había sentido indignado al ver su foto en la primera página del periódico del día siguiente con una nota al pie que sugería que había algo entre ellos. Lo último que necesitaba era que Belinda se hiciera una idea equivocada, y menos cuando amaba a Pam. Por eso estaba tan decidido a poder ofrecerle una alternativa a la proposición de matrimonio de Mallard, para poder centrarse en capturarle el corazón tal como ella se había adueñado del suyo.

A la mañana siguiente Pam se levantó temprano y, antes de darse tiempo a pensárselo mejor, otra vez marcó el número de Dillon. E igual que la noche anterior, respondió una mujer. En esa ocasión con voz somnolienta.

Y otra vez colgó.

Sintió que el corazón se le estrujaba y supo que ya no podría depender de Dillon para que le aportara una alternativa. Había vuelto a casa y a los brazos de una mujer que, sin duda, significaba algo para él. Debía recordar que no le había prometido nada. Él daba. Ella tomaba. Sin remordimientos. Pero eso no impedía que sintiera el corazón hecho añicos.

Al menos había llegado a probar una pasión intensa y deliciosa que saborearía en el recuerdo en los años venideros.

Respiró hondo. Había tomado una decisión. Alzó el auricular del teléfono para establecer otra llamada. Esa a Fletcher. La voz de él, también somnolienta, la saludó pasados unos momentos.

—Hola.

—Fletcher, soy Pamela. Me cercioraré de que todo esté listo para nuestra boda el viernes por la tarde.

Dillon había tomado un avión a Laramie el lunes por la mañana y desde el aeropuerto había ido directamente al Banco de Gloversville. Allí lo recibió el presidente.

—Señor Westmoreland, reconocí su nombre de inmediato —dijo el hombre con una amplia sonrisa—. ¿Está analizando la posibilidad de hacer negocios en Gloversville? —preguntó, ofreciéndole un asiento en cuanto entraron en su despacho.

Dillon se alegró de haber reconocido a Roland Byers como alguien con quien había hecho negocios hacía unos años, cuando el hombre había trabajado en un banco en Denver.

—No, pero me gustaría que me proporcionara algo de información sobre uno de sus clientes.

Byers alzó una ceja mientras se sentaba detrás de su escritorio.

—¿Quién?

—Sam Novak. Falleció el año pasado y estoy ayudando a su hija a arreglar todos los asuntos del padre. Nos preguntábamos por qué su hipoteca no se canceló al morir él. El saldo era superior a un millón de dólares.

La cara del hombre reflejó confusión.

—Mmm, no veo cómo eso puede ser posible. Exigimos un seguro de vida sobre todos los préstamos por esas cantidades. Aguarde un momento mientras lo compruebo. No puedo darle ningún detalle del préstamo debido a las leyes de privacidad, pero sí puedo decirle si sigue activo.

Dillon lo vio llamar a su secretaria por el interfono y ofrecerle la información que necesitaba para buscar los documentos. En menos de cinco minutos, la mujer entró en la oficina con una carpeta que le entregó a Byers.

Éste tardó menos de un minuto en ojear los papeles, mirar a Dillon y decir:

—Tiene que haber algún error, porque nuestros registros muestran que el préstamo está pagado en su totalidad. Esa información, junto con los documentos pertinentes, le fueron entregados al abogado del señor Novak, Lester Gadling, hace casi un año.

—No puedo creer que de verdad pienses seguir adelante y casarte con ese tipo —dijo Iris con voz decepcionada—. ¿Qué pasa con Dillon?

Oír su nombre provocó las lágrimas de Pamela.

—No hay nada con Dillon. Fue una aventura, nada más.

—Pero pensé que él había dicho…

—No quiero hablar de ello, Iris. Y ahora, ¿podrás estar aquí el viernes?

—Por supuesto que podré, aunque preferiría no tener que ir. Pero si estás decidida a cometer ese gran error, lo menos que puedo hacer es ser testigo de que lo cometes.

En cuanto Dillon salió del banco y estuvo sentado en su coche de alquiler, sonó su teléfono móvil. Respondió de inmediato.

—¿Hola?

—Bane está en problemas. Te necesitamos en casa.

Respiró hondo, soltó el aire y movió la cabeza mientras se ponía el cinturón de seguridad.

—De acuerdo, Ramsey. ¿Qué ha hecho ahora?

—Fugarse.

—¡Qué diablos! —estalló—. Por favor, hagas lo que hagas, no me digas que se largó con Crystal Newsome.

—De acuerdo, no lo haré. Pero te diré que Carl Newsome esta vez va a asegurarse de que vaya a la cárcel.

No había nada como una amenaza de muerte para unir a los Westmoreland bajo un techo para otra cosa que no fuera una comida o una fiesta. Dillon miró a su hermano menor en el otro extremo de la sala y se preguntó si Bane iba a superar alguna vez esa mentalidad de chico malo. No se podía evitar quererlo aunque se deseara meterle a golpes algo de sentido común en la cabeza.

Por suerte, lo habían encontrado antes que Carl, aunque les había llevado casi dos días enteros y viajar a cinco estados diferentes. Había quedado claro que ni Crystal ni él habían querido que los encontraran, y también que se habían estado divirtiendo tanto que no se habían tomado tiempo para pasar por Las Vegas para celebrar una boda rápida.

Eso había alegrado un poco a Carl Newsome. Algo había sucedido años atrás que había situado a los Westmoreland y a los Newsome en distintos bandos… algo acerca de una disputa por la propiedad de una tierra. Como resultado de ello, Newsome jamás permitiría que su hija se casara con un Westmoreland.

En ese momento se encontraban todos en la comisaría, donde Bane había sido acusado de secuestro, aunque Carl sabía muy bien que Crystal había ido por voluntad propia. Ella misma lo había reconocido. Incluso había ido tan lejos como para reconocer que había sido quien lo había planeado todo. Creía que estaba enamorada de Bane, pero con diecisiete años, sus padres consideraban que desconocía lo que era el amor. También Bane creía estar enamorado de Crystal.

—El juez ha tomado una decisión —anunció el sheriff Parker al regresar a la sala de conferencias—. Carl Newsome está dispuesto a retirar los cargos siempre y cuando Bane acepte no ver nunca más a Crystal.

Bane, que había estado apoyado contra una pared, se irguió y gritó airado:

—¡No voy a aceptar nada!

Dillon puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y le preguntó al sheriff:

—¿Qué pasa si no acepta?

—Entonces tendré que encerrarlo y, como ya violó la orden de alejamiento en la que prometía no pisar la propiedad de Carl, lo trasladaremos a la granja durante un año.

Dillon asintió y miró a su hermano pequeño, sostuvo la mirada de Bane un momento y luego le dijo al sheriff:

—Aceptará.

—¡Dil!

—No, Bane, ahora escúchame —cortó Dillon con voz firme que captó la atención de todos los presentes. Había retrasado su regreso a Gamble y eso no lo tenía muy contento, y menos después de averiguar que el abogado del padre de Pam le había mentido—. Crystal es joven. Tú eres joven. Los dos necesitáis crecer. Además, Carl ha mencionado que planea enviar a Crystal a vivir con una tía. Usa ese tiempo en terminar la universidad y en conseguir un trabajo en Blue Ridge. Y en tres o cuatro años, ella será lo bastante mayor y madura como para tomar sus propias decisiones. Esperemos que entonces ambos hayáis acabado los estudios y podáis elegir qué queréis hacer.

Vio la consternación en las facciones de su hermano.

—Pero la amo, Dil.

Sintió el dolor de Bane porque gracias a Pamela Novak, él conocía la intensidad del amor.

—Lo sé, Bane. Todos lo sabemos. Diablos, hasta el sheriff lo sabe, razón por la que hemos pasado por alto muchas de vuestras travesuras a lo largo de los años.

No hacía falta ser científico para saber que Crystal y Bane eran sexualmente activos. No quería recordar todas las veces que había regresado a casa y había descubierto que no habían ido al colegio o las llamadas que había recibido del sheriff después de encontrarlos a ambos aparcados en un lugar alejado cuando ni Dillon ni Carl habían sabido que no estaban en casa.

—Pero es hora de que finalmente crezcas y aceptes la responsabilidad de tus actos. Ve a la universidad, lábrate un futuro y luego reclama a tu chica.

Durante un momento, Bane no dijo nada y clavó la vista en el suelo. Todos guardaban silencio. Y entonces, miró al sheriff.

—¿Puedo verla primero?

El sheriff Harper movió la cabeza con pesar.

—Me temo que no. Carl, Crystal y su madre se han marchado hace un rato. Tengo entendido que la llevan al aeropuerto para subirla al siguiente avión con rumbo a algún lugar del sur, donde vive su tía.

Con los hombros encorvados por la derrota, Bane no dijo nada durante un rato aún más prolongado; después dio media vuelta y salió de la sala.

Ramsey se apoyó en la puerta con una taza de café en la mano y observó a Dillon preparar la maleta.

—¿Te marchas otra vez?

Asintió mientras seguía guardando cosas.

—Sí, hace tiempo que debería haber estado en Gamble, y no he podido hablar con Pamela para explicarle mi demora.

Eso lo había molestado. En más de una ocasión había tratado de llamarla, pero o bien estaba fuera o bien no contestaba las llamadas, algo que no era capaz de entender. Estaba ansioso por reunirse con el abogado de su padre para averiguar por qué le había mentido a Pam, haciéndole creer que todavía quedaba un saldo importante que liquidar. Por alguna razón que no podía desterrar de la cabeza, tenía la impresión de que Mallard se hallaba detrás de los problemas económicos ficticios de Pam.

—Entonces, buena suerte. Espero que tu vuelo salga a tiempo. Se avecina una tormenta de nieve.

—Eso he oído —cerró la cremallera de la maleta—. Por eso quiero irme ahora. Espero que el avión despegue antes de que llegue la tormenta.

Ramsey bebió un sorbo de café.

—Supongo que vas en serio con Pamela Novak.

Dillon sonrió mientras recogía su abrigo.

—Sí, y pretendo casarme con ella.

Permaneció inmovilizado en el aeropuerto de Denver debido a la tormenta, y no llegó a Gamble hasta el mediodía del día siguiente. Lo irritaba no haber podido contactar todavía con Pamela. No hablaba con ella desde hacía justo una semana.

En cuanto aterrizó en la ciudad, fue directamente al despacho de Lester Gadling, decidiendo que primero le daría al hombre la oportunidad de explicarse antes de comunicarle a Pamela lo que había averiguado. Al llegar descubrió que el abogado había salido a almorzar, de modo que lo esperó.

Eran casi las tres cuando Gadling regresó. En el momento en que la secretaria le informó de que Dillon llevaba un rato esperándolo, lo miró nervioso antes de preguntarle si tenía una cita.

—No, pero necesito hablar con usted acerca de Sam Novak.

—¿Qué pasa con Sam Novak?

A Dillon no le gustó que la secretaria se encontrara presente y fuera toda oídos.

—Prefiero que tratemos el tema en privado —indicó.

Gadling pareció titubear un momento antes de preguntar:

—¿Y qué relación tiene usted con la familia Novak?

—Soy un amigo.

Momentos más tarde, lo siguió a su despacho y, en cuanto la puerta se cerró detrás de ellos, el abogado preguntó aún más nervioso:

—¿Y qué es lo que quiere saber?

Dillon no vaciló.

—Por qué ha hecho creer a Pam que debe parte de la hipoteca. Sé que no es así, de modo que más le vale darme una buena respuesta, señor Gadling. Y quiero saber qué ha pasado con esos pagos que ella le ha estado haciendo a usted cada mes.

—No tengo que contarle nada —aseveró el hombre.

Dillon le dedicó una sonrisa que todos los miembros de su familia reconocían y respetaban.

—No, no tiene que contarme nada. Pero siempre puedo llamar a la oficina del fiscal del distrito para denunciar un fraude legal.

Eso cambió la actitud de Gadling. Rodeó su escritorio y, para sorpresa de Dillon, sacó una botella de whisky, llenó una copa y se la bebió de un trago.

—Yo no quería mentir. Fue idea de Fletcher Mallard. Me está chantajeando.

Dillon lo miró largo rato y luego se sentó en el sillón que había ante el escritorio.

—Creo que necesita empezar por el principio.

El hombre comenzó a hablar. De vez en cuando Dillon cerraba las manos con fuerza al oír cómo Mallard había manipulado tanto a Gadling como a Pam para obtener lo que quería. Pam creía que Fletcher Mallard había acudido a su rescate, cuando en realidad había orquestado toda la situación y ella lo desconocía.

—Ahí lo tiene. Mallard estaba tan obsesionado con casarse con Pamela Novak que habría hecho cualquier cosa para tenerla a su merced.

Dillon apretó la mandíbula.

—Iré a la casa de los Novak a traer a Pam. Quiero que le cuente todo lo que me acaba de contar a mí.

El hombre pareció sorprendido por la petición.

—Eso puede resultar complicado.

Dillon adelantó el torso. Se negaba a aceptar una excusa de ese hombre.

—¿Y por qué va a resultar complicado, señor Gadling?

—Porque Mallard y ella van a casarse hoy. De hecho, probablemente la boda se esté celebrando mientras usted y yo hablamos.