Capítulo 6

Pam observó las caras entusiasmadas de sus alumnos. El ensayo de Cuento de Navidad, de Charles Dickens, que iban a representar el mes siguiente en la Dream Makers Drama Academy, había ido a la perfección, sin que nadie olvidara su diálogo. No le cabía ninguna duda de que Shaunna Barnes, de nueve años, tenía una carrera artística en su futuro.

—¿Quieres que me quede y te ayude a ordenarlo todo? —le preguntó Cindy Ruffin un rato más tarde, cuando los alumnos se marchaban.

No había llovido como ella había predicho, pero sí caía una nieve ligera.

—No, está todo controlado —sonrió.

Cindy le había caído como un regalo del cielo. Su marido, Todd, había sido compañero de estudios de Pam y, como ella, se había marchado de Gamble para ir a la universidad.

Había jugado al fútbol profesional hasta que una lesión acabó con su carrera. Unos años atrás, después del huracán Katrina, Todd había decidido trasladar a su familia de Nueva Orleans a su pueblo natal. Todo el mundo se alegró con el regreso y al año lo habían convencido de que se presentara para alcalde.

—¿Echas de menos todo el brillo y el glamour de Hollywood? —le preguntó Cindy con una sonrisa.

Pam reflexionó en la cuestión. Una parte de ella sí lo echaba de menos, pero como aún no se había convertido en «parte de Hollywood», no había tenido que abandonar mucho. Había conseguido papeles en películas de bajo presupuesto y casi todas sus citas estaban planeadas por su agente con un fin publicitario. Pero la mayor parte de su tiempo libre lo había dedicado a estudiar los guiones para las audiciones.

—No, en realidad no lo echo de menos —respondió con sinceridad—. Al menos, no como llegué a pensarlo. Hay muchas cosas que me compensan aquí.

—Sí, puedo verlo —Cindy posó la vista en el anillo compromiso de Pam—. No has dado un anuncio oficial, pero apuesto que pronto habrá una boda. ¿Habéis fijado ya una fecha?

Pam tragó saliva al tiempo que se miraba la mano. Había vuelto a ponerse el anillo después de que Dillon se marchara. Siempre que pensaba en aquel beso que habían compartido, sentía que se sonrojaba. Nunca antes la habían besado de esa manera. Nunca.

Carraspeó y dijo:

—Todavía no.

Tras unos minutos de conversación Cindy se fue, dejándola sola en la amplia residencia que en ese momento albergaba la escuela de teatro. Varios de los dormitorios de la planta baja se habían convertido en oficinas y aulas, y a toda la planta alta se le habían quitado las paredes con el fin de transformarla en un estudio espacioso y diáfano.

El sótano enorme se había convertido en un pequeño set de cine donde se podían filmar diversas escenas. Había sido allí, en la Dream Makers, donde había protagonizado su primera película de bajo presupuesto para el grupo de teatro de Gamble. Jamás renegaría de sus comienzos humildes.

Miró su reloj de pulsera. Eran las siete pasadas. Pensó que dispondría de la oportunidad de estar un rato a solas antes de que Dillon llegara.

Dillon.

No podía pensar en él sin recordar el beso compartido antes. Y cada vez que eso sucedía, las sensaciones que le invadían el cuerpo eran demasiado numerosas, aunque siempre le provocaban un escalofrío acompañado de un hormigueo.

Se había marchado poco después, aduciendo que sería lo mejor, ya que no se sentía muy seguro de poder controlarse. Y ella lo había contemplado irse con el diario de Jay bajo el brazo mientras el deseo aleteaba en su estómago.

Fletcher la había llamado antes de salir de casa para informarle de que había llegado bien a Montana, pero que no volvería a Gamble el fin de semana, según lo planeado. La compañía de seguros se lo estaba poniendo difícil, por lo que no podría emprender la vuelta hasta comienzos de la semana siguiente.

Había preguntado por Dillon, si aún andaba por la ciudad, y Pam había sido directa. Le había expuesto que lo había vuelto a invitar a cenar para que terminara de repasar las cosas del desván. El tono de Fletcher le había indicado que eso no le había gustado nada.

Antes de ir a la academia había pasado por el despacho de Lester Gadling para rogarle que volviera a comprobar los papeles de su padre con el fin de asegurarse de que no habían pasado algo por alto la primera vez. El abogado había parecido agitado por su visita, y le había dicho que haría lo que le pedía, aunque no esperaba que nada cambiara.

Después de llamar a sus hermanas y cerciorarse de que todo estaba bien y de que habían hecho los deberes, comenzó a recorrer las habitaciones, ordenando algo aquí o allá. Al acercarse las ocho, comenzó a sentir el nerviosismo que bullía en su interior. Y la misma oleada de deseo que la había dominado antes subió desde sus pies hasta el centro de su cuerpo.

No tuvo ninguna duda de que esa noche Dillon y ella harían algo más que besarse. Supo que compartirían la pasión más intensa. Los dos darían y los dos tomarían, y esperó que ninguno sintiera remordimientos. Una vez analizado todo y cómoda con la decisión alcanzada, reconocía que esa noche lo necesitaba. Lo deseaba y pretendía tenerlo.

Después de entrar en el aparcamiento vacío, Dillon apagó el motor y miró la hora. Como aún no eran las ocho, decidió quedarse un rato en el vehículo.

Adaptó el asiento para su estatura y, suspirando, estiró las piernas. Era como si el tiempo se hubiera arrastrado desde que había visto antes a Pam. Había estado a punto de volverse loco por la espera, por lo que había tratado de leer un poco más del diario. Hasta el momento, todo lo que Jay Novak había escrito era información sobre el negocio de la lechería y lo bien que trabajaban juntos Raphael y él. Al parecer, Jay no había sospechado nada sobre la relación entre Portia y su bisabuelo.

Volvió a pensar en Pam. Nada más verla, había llegado a él como nunca lo había conseguido otra mujer, y eso incluía a Tammi.

Miró otra vez la hora y con cada minuto que pasaba, aumentaba su deseo de estar otra vez con ella, abrazarla de nuevo. Quería acariciarle todo el cuerpo y probarla con los labios y la lengua. Se movió en el asiento porque empezaba a excitarse. A pesar del frío en el exterior, la temperatura del interior del coche subía.

Intentó concentrarse en otra cosa durante la espera. Pensó en el mensaje que unas horas atrás le había enviado Ramsey. Este había recibido una llamada airada de Carl Newsome. Al parecer, Bane frecuentaba otra vez a la hija del hombre, lo que hacía a éste tan infeliz como para amenazar al joven Westmoreland con causarle daño físico si no dejaba en paz a Crystal Newsome.

Dillon movió la cabeza. Hasta donde era capaz de recordar, Crystal Newsome había sido un picor que su hermano menor tenía que rascarse. Si Bane no se daba por aludido y dejaba a Crystal en paz, ese escozor podía meterlo en aguas turbias.

Miró otra vez el reloj, suspiró y bajó del coche. No recordaba cuándo había sido la última vez que había visto a una mujer de esa manera furtiva, pero al dirigirse a la entrada de la Dream Maker Drama Academy tuvo la impresión de que esa noche valdría la pena.

Pam oyó la llamada a la puerta justo al bajar de la escalera. Sin perder tiempo, fue a abrir. Eran las ocho en punto.

Al acercarse al cristal, pudo ver a Dillon al otro lado.

La miraba con una expresión intensa que le provocó un hormigueo por todo el cuerpo y un escalofrío. Se humedeció los labios con gesto nervioso y abrió la puerta.

Se apartó con rapidez cuando Dillon entró. Después de que él cerrara, le dedicó esa sonrisa con hoyuelos que le subió aún más la temperatura interior. Se había cambiado y en ese momento llevaba unos pantalones oscuros y una camisa azul. En vez del abrigo, lucía una cazadora negra de piel.

Se sintió ridículamente feliz de verlo y, a falta de mejores palabras, dijo:

—Hoy no llovió como pensé que sucedería.

—No, no llovió —dijo, y miró alrededor.

—Ven —lo invitó Pam al percibir la curiosidad de él—, deja que te muestre la academia —fue a tomarle la mano, pero en el último instante se lo pensó mejor. Como lo tocara en ese momento, perdería el poco control que todavía tenía. Los siguientes cinco minutos los dedicó a enseñarle el lugar y vio que él quedaba impresionado con lo que veía.

—¿Y la mujer que vivía aquí fue maestra tuya?

—Sí. Louise Shelton fue mi profesora de teatro y desempeñó un papel importante para que me dieran una beca y pudiera asistir a la universidad en California. Murió a los pocos meses de que yo volviera a casa después del fallecimiento de mi padre. Al morir, me dejó este lugar a mí, con unas condiciones.

—¿Qué clase de condiciones? —enarcó una ceja.

—Que nunca podría venderla y que se emplearía para lo que se había creado, una academia de artes dramáticas. Yo no tengo que permanecer aquí y dirigir la escuela, pero sí asegurarme de que se lleve como sé que Louise lo hubiera querido.

Él asintió y continuó caminando a su lado.

Una parte de ella era consciente de que estaban perdiendo el tiempo, cuando ambos sabían exactamente qué querían hacer y por qué habían quedado allí a las ocho.

Al llegar a las escaleras del sótano, Dillon aminoró la marcha para dejarla pasar primero y ella volvió a sentir la intensidad de su mirada.

Le costó pisar cada escalón con cuidado de no resbalar. Al llegar abajo, se volvió para esperarlo.

Y que la besara.

Experimentó la sensación de que él lo sabía. Y no importaba qué la había delatado. Lo que importaba era que Dillon era lo bastante intuitivo como para captar lo que ella quería y necesitaba y, en cuanto estuvo a su lado, posó las manos en su cintura y la pegó a él. Antes de que Pam pudiera volver a respirar, Dillon inclinó la cabeza y pegó la boca a sus labios.

Sabía que no se cansaría de beber de ella toda la noche.

Sumergirse en su boca, probarla de esa manera, con tanta intensidad, codicia y hambre, hacía que le palpitara todo el cuerpo. Un deseo denso comenzó a extenderse por él a un ritmo que apenas podía controlar.

Movió el cuerpo, necesitado de hacer que sintiera lo excitado que estaba, lo que se equiparaba con lo mucho que la deseaba. Y lo mucho que ella lo deseaba.

Supo que había comenzado a hacerse una idea correcta cuando le rodeó el cuello y también movió el cuerpo, adaptándolo al suyo para que la erección descansara entre la unión de los muslos. En ese momento sintió que era el único lugar idóneo para él.

No del todo.

El verdadero lugar para él era estar dentro de Pam. Diablos, era un hombre y, además, un Westmoreland. Conocía a los hermanos y los primos con los que había crecido y había conocido a los primos varones de Atlanta. Y si algo tenían en común estaba en los instintos básicos y primitivos. A todos los encantaba hacerle el amor a las mujeres.

Quería poseerla en cada sala y en cada posición que se le ocurriera, y más. Sabía que no le faltaría creatividad. Pero primero, empezaría por la boca, besándola con un anhelo que hizo que se preguntara dónde demonios había una cama cuando era necesaria.

Como si ella percibiera su agitación y lo que la causaba, apartó la boca, lo tomó de la mano y lo condujo por una zona que parecía el decorado de una comedia de enredo.

Con un suspiro, Pam se detuvo junto a una cama y Dillon buceó en sus ojos. Supo que iba a verse dominada por los nervios y decidió pronunciar las palabras que había dicho ese mismo día. Palabras que ella parecía entender y aceptar.

—Tú das, yo tomo. Sin remordimientos.

Lo miró un momento y luego sonrió relajada. Esa noche continuarían con los planes. No se harían preguntas ni sería necesario discutir nada. Lo que Dillon tenía en mente era estar dentro de ella, sentir esa humedad a su alrededor, atenazándolo y exprimiéndolo, y eso lo llevó a decidir que sí había un tema que tratar. La protección.

—He traído preservativos —anunció. No había necesidad de informarle de la cantidad, ya que podría asustarla.

—Y yo tomo la píldora —se mordió el labio inferior y añadió—: No me acuesto con Fletcher. Nunca me he acostado con él, por si te lo preguntas por cuestiones de sanidad.

Fletcher.

Sólo entonces recordó al otro hombre; eso hizo que le mirara la mano. Había vuelto a quitarse el anillo. Se preguntó por qué nunca había tenido intimidad con su novio.

Realmente creía que no podía ser una mujer que amara a un hombre y se acostara con otro. Lo que significaba que había algo oculto en su compromiso con Mallard. Tarde o temprano pretendía obtener algunas respuestas. Pero no en ese momento.

Lo único que quería en ese momento era parte de ella.

Durante mucho tiempo después de la partida de Tammi, había mantenido la guardia en alto con otras mujeres, y sólo había tenido citas cuando surgía la necesidad física del sexo como un modo de relajación, aliviar el estrés y mantener a raya su abundancia de hormonas masculinas. Pero había algo diferente en Pam, algo que había captado nada más verla.

Le daba vida a algo dentro de él y sabía que hacer el amor con ella sería algo más que desahogarse. Más que sexo fantástico. Tenía que ver con una conexión que jamás había sentido con otra mujer. Una conexión a un nivel tan elevado que hacía que le palpitaran las entrañas.

Le alzó el mentón, dominado por la necesidad de volver a sumergirse en esa boca, de intensificar la conexión que ya sentía. Y cuando automáticamente ella se pegó a su cuerpo, ahondó el beso y la rodeó con los brazos como si nunca quisiera dejar que se marchara.

Se concentró plenamente en la boca tal como había hecho antes, ese mismo día. Y con minuciosa precisión y magistral meticulosidad, se tomó su tiempo con la lengua. La penetró en zonas que la hicieron gemir y luego la movió de maneras que parecieron sacudirle los sentidos… si servían de indicio los sonidos que emitía. Disfrutó besándola, pero momentos más tarde quiso más. Se apartó un paso y se quitó la chaqueta.

Después de arrojarla sobre una silla, susurró:

—Desnúdame y luego yo haré lo mismo contigo —pretendía dejarla para el final… como se hacía con lo mejor. Unos ojos inseguros lo miraron de un modo que lo impulsó a preguntar—: Lo has hecho antes, ¿verdad?

Vio que tragaba saliva antes de decir con voz tensa:

—¿Qué parte?

Dillon enarcó una ceja curiosa.

—Cualquiera. Todas.

Ella se encogió de hombros.

—He tenido sexo antes, si es lo que quieres saber. En la universidad. Dos veces. Pero no fue bueno. Las dos veces acabó antes de empezar. Y jamás he desnudado a un hombre —bajó la vista un segundo antes de mirarlo otra vez ruborizada—. He dicho demasiado, ¿verdad? —musitó—. ¿He dado demasiada información?

Dillon no la consideró demasiada información. Lo que le acababa de decir era algo que necesitaba conocer. En ese momento era consciente de lo que Pam necesitaba y de cómo lo necesitaba. Haría que esa noche fuera una noche que ella no olvidara con facilidad. De hecho, planeaba ir despacio y se cercioraría de que cada aspecto de la noche permaneciera para siempre en el recuerdo de ella.

—No, me has dicho lo que necesitaba saber —repuso. De hecho, no le cabía duda de que debía haber más, como por qué el hombre con el que planeaba casarse no había cumplido con su deber. Pero ya llegaría el momento de hablar de Fletcher.

—Haré que desnudarme te resulte una gran experiencia —le sonrió, imaginando las manos de ella sobre todo su cuerpo—. Adelante, cariño, hazlo.

Ella le dedicó una sonrisa insegura antes de alargar las manos, y en cuanto sus dedos comenzaron a ocuparse de los botones de la camisa, Dillon sintió que el estómago se le contraía y le costó recordar que se suponía que debía ir a un ritmo pausado. Esa primera ronda sería de ella y quería que fuera especial, aunque el proceso lo matara.

Pam deslizó la camisa de Dillon por sus hombros y se maravilló de lo anchos que eran. No pudo resistir la tentación de tocarlos, asombrada por la fortaleza que sentía en ellos. Luego bajó las manos por el vello oscuro del torso y contempló ese abdomen duro y liso. Pensó que tenía un cuerpo hermosamente poderoso.

Decidiendo que deseaba comprobar más zonas de ese cuerpo, hizo que las yemas de sus dedos bajaran más. Y entonces oyó cómo él contenía el aliento y lo miró. Los ojos que la contemplaban estaban oscuros, brumosos y sensuales.

Sabiendo que no disponían de toda la noche, le soltó la hebilla del cinturón y se lo quitó para arrojarlo con la chaqueta y la camisa sobre la silla. Volvió a mirarlo.

—Necesito quitarte las botas y los calcetines antes de proseguir —musitó.

Él sonrió antes de sentarse en la cama para que pudiera hacerlo. Terminado eso, Pam retrocedió y Dillon volvió a incorporarse. Instintivamente, ella posó las manos en su cintura y le bajó la cremallera. Quitarle el pantalón no fue tan fácil como había pensado, principalmente por el tamaño de su erección. Costaba creer que la deseara tanto.

—¿Necesitas ayuda?

Alzó la vista.

—Todo irá bien en cuanto pueda conseguir que la cremallera pase de aquí.

Él rió entre dientes.

—¿De dónde?

Ella también rió antes de responder:

—Ya lo sabes. ¿Y por qué tienes que ser tan grande? —al oírse, no pudo creer que hubiera dicho esas palabras.

Después de debatirse unos momentos con la cremallera, al final ésta cooperó y pudo bajarle los pantalones y quitárselos. Satisfecha, dio un paso atrás. Sólo quedaba una prenda, los calzoncillos. Frunció el ceño, preguntándose por qué no había pensado en arrastrarlos con los pantalones.

—No es tan serio —comentó él con voz ronca.

—Puede que para ti no, pero sí para mí —le hizo un mohín juguetón—. Es mi primera vez y he de hacerlo bien.

Él sonrió.

—No. Puedes hacerlo mal y yo seguiré haciéndote el amor esta noche.

Sus palabras, al igual que su expresión decidida, le hicieron algo: la llevaron a anhelar eliminar esa última prenda. Sentía curiosidad por mostrar esa parte de él que más dificultades le había causado. Por el modo en que se ceñían los calzoncillos, se hizo una idea de lo bien dotado que estaba.

Introdujo los dedos en la banda elástica y con suavidad los bajó por sus caderas; descubrió que no le resultaba más fácil que con los pantalones. Pero lo que se reveló al quitárselos valió todo el esfuerzo. Ese hombre tenía un cuerpo perfecto vestido, pero desnudo resultaba aún más placentero a la vista. En realidad, nunca había visto a nadie tan grande y duro.

—¿Hay algún problema?

Alzó la vista y lo miró a los ojos, sintiéndose de pronto tímida e incómoda, insegura.

—Espero que no —musitó.

—No lo hay —aseveró él—. Continúa, tantea tu camino. Tócala —y con voz baja—: Conócela.

¿Conócela?

Nunca antes había acariciado el sexo de un hombre, pero, haciendo lo que le sugería, pasó primero los dedos por la punta y le fascinó su suavidad. Luego trazó un sendero por los costados con las yemas de los dedos y la maravillaron las venas hinchadas. Y cuando al fin sacó valor para cerrar la mano en torno a él, Dillon gimió.

Con rapidez, abrió los dedos.

—Lo siento, no era mi intención hacerte daño.

—No me lo has hecho. En realidad, todo lo contrario. Tu tacto es estupendo.

Sonrió al oírlo.

—¿De verdad?

—Sí.

—Mmm, en ese caso… —comenzó a subir y bajar la mano por la extensión de la gruesa erección. No apartó la vista de la cara de él y vio cómo los ojos se le ponían vidriosos y los labios le temblaban. Sonrió, satisfecha con sus esfuerzos y con lo que éstos le provocaban a Dillon—. No está mal para una aficionada, ¿no crees? —sonrió encantada y se sintió como si hubiera conseguido algo monumental y orgullosa consigo misma por lograrlo. Le dedicó unas caricias más atrevidas al tiempo que contemplaba cómo la erección alcanzaba un nivel superior de dureza y engordaba en sus manos.

—No tengo ninguna queja —comentó con lo que sonó como un gemido atormentado. Vio que estaba maravillada con la reacción física de él—. Cuando termines de divertirte, será mi turno —afirmó en algo parecido a un ronroneo.

Lo espió a través de las pestañas y vio que tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Las venas se veían abultadas y tensas. Casi listas para estallar.

—Sólo hago lo que se me pidió. Me dijiste que la conociera —se defendió, aunque no pudo ocultar una sonrisa.

Después de llegar a la conclusión de que lo conocía bien, lo soltó, retrocedió y lo observó recobrar el control.

Entonces, él la miró y musitó:

—Ahora es mi turno de desnudarte.

Mirándola y pensando cómo estaría sin los vaqueros y el jersey, pensó que desnudarla sólo sería lo primero. Se la veía muy sexy con el cabello azabache derramándose sobre sus hombros y algunos mechones sueltos sobre la cara. Estar allí de pie, desnudo, sabiendo que muy pronto se encontraría dentro de Pam, hizo que todo el cuerpo le palpitara con intensidad.

—Ven aquí, Pam —murmuró y ella obedeció sin titubeos.

Cuando la tuvo a su alcance, la acercó tomándola por la cintura, y sin ninguna duda supo que podía sentir su dureza y su calor a través de los vaqueros.

Pero quería más. Quería darle más. Que sintiera más. Y con ese pensamiento en mente, le levantó el jersey y se lo sacó por la cabeza. Momentos más tarde lo arrojó sobre la silla. El sujetador negro de encaje era sexy, pero también debía desaparecer, y se concentró en quitárselo. Siguió la misma trayectoria que el resto de la ropa hasta aterrizar sobre la silla.

—Buena puntería —susurró ella con aliento cálido sobre su cuello.

—Gracias —respondió con voz ronca, clavando la vista en los pechos.

Eran unos montes plenos y simétricos sostenidos por unos hombros delicados y femeninos. Como si de imanes se tratara, centró los ojos en los pezones e, incapaz de resistir la tentación, le acarició las cumbres duras con la yema de los pulgares.

Pero quería hacer más que mirar y tocar. Quería probarlos, por lo que se inclinó y acercó la boca a una cima trémula de aspecto delicioso.

—Dillon.

En cuanto pronunció su nombre, él sacó la lengua y le lamió un pezón antes de introducírselo en la boca y succionarlo con intensidad. Ni siquiera trató de cambiar de postura cuando Pamela alzó la mano para sostenerle la nuca con el fin de retenerla donde estaba y que continuara con lo que hacía. Aunque en ningún momento él había pensado en parar. El sabor de los pechos lo estaba excitando y, con un movimiento fluido, pasó la boca al otro pezón para dedicarle la misma y codiciosa atención.

Cuando alzó la cabeza y se encontró con la mirada de ella, apenas pudo evitar que le temblara el cuerpo. Lo recorrió una necesidad tan imperiosa de hacerle el amor que tuvo que arrodillarse para quitarle los zapatos y los calcetines. Con el fin de retener el equilibrio, Pam apoyó una mano en su hombro y el contacto hizo que sus músculos ondularan por el bramido de las sensaciones que lo recorrieron. Apretó los dientes.

Cuando terminó, se puso de pie y, sin decir una sola palabra, alargó las manos hacia la cintura de sus vaqueros. De algún modo, logró mantener la compostura hasta que la tuvo delante sólo con unas braguitas sexys, negras y de corte alto. Le estaba costando no arrancárselas de un tirón.

Volvió a ponerse de rodillas y empezó a bajarle las braguitas por esas piernas largas y hermosas y respiró hondo cuando su fragancia lo envolvió. Alzó la cabeza y captó la expresión de deseo encendido en los ojos de ella.

Necesitó toda su fuerza para ponerse de pie, y sin perder más tiempo la alzó en vilo con gentileza, fue hacia la cama y juntos cayeron sobre el edredón.