Capítulo 4

Pam miró el reloj de pared de la cocina. Dillon llevaba más de una hora en el desván y se preguntó cómo le irían las cosas. En más de una ocasión pensó en subir para averiguarlo, pero se había contenido. En cambio, decidió concentrarse en los guiones de las nuevas obras que le habían entregado sus alumnos.

El teléfono interrumpió sus pensamientos y sin necesidad de mirar el reconocimiento de llamada tuvo la sensación de que sabía de quién se trataba. Suspiró y alzó el auricular.

—¿Hola?

—¿Cómo estás, Pamela? Soy Fletcher.

—Estoy bien. ¿Cómo va todo por Laramie?

—Perfecto, pero he recibido una llamada y me veré obligado a trasladarme a Montana a comprobar una de mis tiendas de allí. Una tormenta de nieve ha causado un fallo eléctrico que ha durado un par de días y gran parte de nuestros artículos refrigerados han quedado destruidos.

—Siento oír eso.

—Yo también. Significa que volaré a Montana a entrevistarme con el representante de la compañía de seguros. Puede que tarde unos días y quizá no regrese hasta el fin de semana.

No podía mentir y decir que lamentaba oírlo, pues no era así. Había considerado que ambos necesitaban espacio y ésa era la manera de conseguirlo. Desde que aceptó casarse con él, Fletcher prácticamente había estado viéndola a diario.

—Podrías hacerme feliz y venir a pasar unos días aquí conmigo —dijo él. Aún no se habían acostado juntos, aunque él había insinuado el tema en varias ocasiones, y ella lo había evitado.

—Gracias por la invitación, pero tengo mucho que hacer aquí. Además, he de quedarme por mis hermanas.

No necesitaba verlo para saber que probablemente tuviera la mandíbula tensa. Desde que se prometieron, no era la primera vez que había intentado convencerla de salir fuera de la ciudad con él.

Fletcher guardó silencio unos momentos y, cuando volvió a hablar, a Pam no le sorprendió el cambio de tema.

—¿Y dónde está Westmoreland? ¿Ha aparecido hoy?

No había ningún motivo para mentir.

—Sí. De hecho, sigue arriba, en el desván, repasando algunas cosas.

—¿Y por qué no pudo llevarse las cosas para repasarlas en el hotel?

Tanto el tono de Fletcher como sus palabras la irritaron.

—No vi ningún motivo para que lo hiciera. Lamento que, evidentemente, a ti eso te cause problemas.

—Sólo velo por ti, Pamela —comentó tras una breve pausa—. Sigo considerando que no lo conoces lo suficiente como para estar sola con él.

—Entonces, imagino que tendrás que achacarlo a juicio erróneo por mi parte. Adiós, Fletcher.

Sin esperar la posibilidad de que dijera algo, colgó. Echaría chispas durante unas horas y luego volvería a llamarla para disculparse en cuanto comprendiera lo controlador que se había mostrado.

Se sentó a la mesa y alzó otra vez los papeles, decidida a desterrar a Fletcher y su actitud hasta más tarde.

Había aceptado casarse con él y lo haría, ya que el futuro de sus hermanas y no perder el hogar de la familia lo eran todo para ella.

Dillon cerró el diario y se levantó para estirar las piernas. Esa mañana había llamado a Ted Boston, su director de negocios, para ver cómo iban las cosas en la empresa y no le sorprendió que Ted le confirmara que todo estaba bajo control. Había convertido su firma en un negocio multimillonario con trabajo duro y la contratación de la gente adecuada.

Miró su reloj de pulsera y le costó creer que ya hubieran pasado dos horas. Observó el diario. Al menos, parte de su curiosidad había quedado satisfecha en lo referente a lo que le había sucedido a Lila, la esposa del predicador de Georgia.

De acuerdo con lo que Raphael había compartido con Jay, el viejo predicador había estado abusando de su joven esposa. Los miembros de la iglesia habían hecho la vista gorda en la creencia de que lo que sucedía detrás de las puertas cerradas de un matrimonio era asunto de ellos, en especial cuando de por medio había un predicador.

Era evidente que Raphael no lo había considerado de esa manera. Había trazado un plan para arrebatar a Lila de las garras abusivas del otro… un plan que su familia no había apoyado. Después de llevársela a Texas, Raphael la había ayudado a establecerse en el pequeño pueblo texano de Copperhead, a las afueras de Austin. Raphael había sido un protector, nunca un amante, y antes de continuar con su vida, había comprado una pequeña parcela de tierra y se la había regalado para que pudiera iniciar una vida nueva.

Sonrió, pensando que al menos en el caso de Lila, había salvado a una esposa en vez de robarla. Dada la situación de la mujer, supuso que él habría hecho lo mismo. Había descubierto que, cuando se trataba del sexo opuesto, los hombres Westmoreland exhibían un sentido de la protección innato. Sólo lamentaba que Raphael hubiera cortado los lazos con la familia.

En ese momento, sintió que el estómago le rugía, recordándole que llevaba sin comer desde primera hora de la mañana y que ya había llegado la tarde. Una señal clara de que necesitaba regresar al hotel.

Pam había estado absorta en leer algunos de los guiones de sus alumnos cuando sintió un aleteo extraño en el estómago y que la piel de los antebrazos se le ponía de gallina.

Alzó la vista y se encontró con los ojos de Dillon cuando éste entraba en la cocina. Se preguntó cómo su cuerpo había reconocido esa presencia masculina antes que su propia mente. Y por qué incluso en ese momento la sensación de hormigueo en el estómago se intensificaba. Decidió hablar antes de que él tuviera la oportunidad de hacerlo, insegura de lo que podría causarle esa voz profunda y perturbadoramente sexy unida a las sensaciones que ya le había provocado.

—¿Cómo han ido las cosas? ¿Has descubierto algo de tu bisabuelo que no supieras antes? —esperó que no percibiera la tensión en su voz.

Él sonrió, y el efecto de esa sonrisa fue casi tan inquietante como si hubiera hablado.

Tenía hoyuelos y dientes muy blancos.

—Sí. Al menos, gracias al diario de tu bisabuelo, pude solucionar el misterio de Lila, la mujer número uno.

—¿Terminaron por casarse? —preguntó ella con curiosidad.

—Por lo que he leído, no. El marido de Lila era un hombre que abusaba de ella y ésta buscó la ayuda de Raphael para escapar de esa situación. Él la llevó hasta Copperhead, Texas, la acompañó mientras se establecía con una nueva identidad y salía adelante y luego continuó su camino.

Pam asintió.

—Eso explica por qué no estaba casado cuando vino a Gamble.

—Sí, pero no explica por qué huyó con la esposa de tu bisabuelo. Y hasta ahora, nada de lo que he leído lo explica, aunque no he terminado con el diario. Ni siquiera he llegado a la mitad. Jay a veces se va por las ramas y se pone a hablar del negocio de la lechería, pero por lo que he podido captar hasta ahora, Raphael y él eran amigos, lo que no explica cómo mi bisabuelo pudo traicionarlo de esa manera.

Pam guardó silencio unos momentos y luego preguntó:

—Entonces, ¿vas a tomarte un descanso antes de continuar con la lectura?

—No, se hace tarde y no será una buena idea estar aquí esta noche cuando llegue tu novio. Además, hoy ya he abusado de tu hospitalidad y te agradezco que me dieras la oportunidad de leer el diario.

—De nada —y antes de pensar en lo que decía, añadió—: Y me gustaría invitarte a que te quedaras a cenar. Estoy segura de que a mis hermanas les encantará oír lo que has descubierto hoy. Ayer despertaste su interés y ven esto como una especie de misterio familiar que debe resolverse. En un momento u otro, todo el mundo ha oído hablar de Raphael Westmoreland y cómo huyó con la primera esposa de mi bisabuelo.

Dillon se apoyó contra el armario de la cocina.

—Me sorprende que nadie en tu familia tuviera la suficiente curiosidad de averiguar lo que de verdad sucedió.

Pam se encogió de hombros.

—Supongo que tienes que entender cómo piensan algunas mujeres, y me refiero a mi bisabuela. Estoy segura de que no le importó en absoluto por qué su predecesora se largó con otro hombre, y cuanto menos hablara la familia sobre Portia, mejor —ladeó la cabeza y lo miró—. Bueno, ¿aceptas mi invitación para quedarte a cenar?

Las miradas de ambos se sostuvieron unos momentos.

—¿Y qué me dices de Fletcher? ¿Cómo va a llevar el hecho de tenerme dos noches seguidas sentado a tu mesa?

Ella se mordió el labio inferior con gesto nervioso Y luego alzó el mentón.

—No tiene nada de malo que invite a cenar a alguien a quien considero un amigo de la familia. Además, Fletcher estará unos días fuera de la ciudad.

Él asintió y decidió no leer nada entre líneas. Era una invitación a cenar, nada más. Mientras recordara que se trataba de una mujer prometida, todo estaría bien.

El único problema radicaba en que, cuanto más la veía, más atraído se sentía por ella. Y cuanto más atraído se sentía, más podía reconocer, sin importar que fuera algo honorable o no, que la deseaba.

Tragó saliva y adrede miró por la ventana, necesitado de un descanso del contacto visual que habían mantenido. Lo que acababa de admitir para sus adentros no estaba bien, pero era sincero consigo mismo. Eso significaba que, en cuanto pudiera encontrar todas las respuestas acerca de Raphael, y esperaba que fuera en un par de días, regresaría a casa.

Volvió a mirarla, sintió la atracción y, aunque ella tal vez jamás se lo reconociera a nadie, ni siquiera a sí misma, Dillon sabía que era algo mutuo. Sabía que debería preguntarle si podía llevarse el diario al hotel y dedicar los siguientes días a leerlo allí, lejos de tanta proximidad y de esa inusual química sexual que sentía siempre que estaban cerca.

Pero, por algún motivo, no pudo.

—Si estás segura de que no pasa nada, entonces me encantaría cenar contigo y con tus hermanas.

—¿Y estás segura de que va a volver a cenar esta noche, Pammie? —preguntó Nadia entusiasmada mientras ayudaba a su hermana mayor a poner la mesa.

Pam enarcó una ceja. No recordaba la última vez que Nadia o Paige se entusiasmaran tanto porque alguien fuera a cenar, y menos un hombre. La primera vez que invitó a Fletcher, casi sabotearon la cena hasta que tuvo que mostrarse severa y recordarles que debían mostrar la cortesía y los buenos modales de los Novak.

—Sí, dijo que iba a su hotel a cambiarse y que volvería.

—¿Y no crees que es muy atractivo, Pam? —inquirió Paige.

Después de dejar el último plato en la mesa, se volvió para mirar a sus tres hermanas. Aunque Jill no había manifestado alegría, Pam sabía que estaba ahí… se veía claramente en su cara. Lo único que no quería que pensaran sus hermanas era que la presencia de Dillon tenía algo que ver con su compromiso con Fletcher. Sabía lo que intentaban hacer, y era hora de que se cerciorara de que entendieran que no funcionaría.

—Sí, es atractivo, Paige, pero también lo es Fletcher. Sin embargo, yo no me caso con un hombre por su aspecto. No soy tan superficial y espero que tampoco lo seáis vosotras tres; y para dejarlo bien claro y que sepáis que lo que hacéis no funciona, me voy a casar con Fletcher.

Jill sonrió.

—No tenemos ni idea de qué hablas, Pam.

Esta puso los ojos en blanco y el sonido del timbre le cortó la réplica.

—De acuerdo, ése es nuestro invitado, así que quiero que os portéis bien y que recordéis que mi prometido es Fletcher.

Jill hizo una mueca y dijo:

—Por favor, no nos lo recuerdes.

—Nos alegra que hoy encontraras algo sobre tu bisabuelo, Dillon —Nadia sonrió.

Este no pudo evitar devolverle la sonrisa, pensando que le recordaba mucho a su prima Bailey a la edad de Nadia. Proyectaba una gran inocencia, pero, si se miraba el tiempo suficiente en esos ojos grandes, también se veía una travesura jovial. Lo mismo podía decirse sobre Paige, aunque Jill era otra historia.

Algo en ella y en sus bromas esa noche le recordaban a Bane. La idea de que pudiera haber una Bane mujer lo asustó. Los ojos de ella brillaron cuando lo animó a hablar de la familia. Se preguntó si de verdad estaba interesada o si su curiosidad era un ardid. Lo que sí comprendía era que todo se reducía a lo mismo de la noche anterior. Por algún motivo, las hermanas de Pam no estaban contentas con el hombre que ésta había elegido para casarse. No hacía falta ser ingeniero para verlo.

—¿Te apetece algo más, Dillon?

Observó a Pam. Sus miradas se encontraron a través de la mesa y le sonrió al tiempo que luchaba contra el puño que le atenazaba las entrañas. Nunca había sido un hombre al que una cara bonita lo distrajera con facilidad, pero en las últimas cuarenta y ocho horas había conocido la verdadera experiencia de sentir las rodillas flojas y de que el corazón le palpitara desbocado en el pecho.

—No, y te agradezco la invitación a cenar.

—Cuéntanos más sobre Bane. Suena como alguien al que me gustaría llegar a conocer algún día —pidió Jill.

—No, no lo es —respondieron simultáneamente Dillon y Pam.

Se miraron y rieron. En ese punto estaban de acuerdo.

Pam se disculpó para ir a buscar el postre, una tarta de chocolate que ella misma había preparado. Dillon le sonrió a las tres jovencitas que lo miraron y, en cuanto Pam abandonó la habitación, lo acribillaron a preguntas que no se habrían atrevido a formular con su hermana mayor allí presente.

Nadia fue la primera. Sus ojos oscuros, tan hermosos como los de Pam, lo estudiaron.

—¿Crees que Pammie es bonita?

Dillon sonrió. Esa era fácil y contestó con sinceridad.

—Sí, lo es.

—¿Tienes novia? —fue el turno de Paige.

Rió entre dientes.

—No, no tengo novia.

—¿Estarías interesado en Pam si no estuviera prometida?

La pregunta de Jill lo habría dejado atónito de no haberse acostumbrado ya a la táctica que empleaba. Iba directa al grano y tenía la intención de responderle de igual manera.

—Pero la clave es que vuestra hermana está prometida, de modo que carece de importancia que pueda llegar a interesarme, ¿verdad? No obstante, y para contestarte, mi respuesta sería sí, estaría interesado.

—¿Interesado en qué? —preguntó Pam al regresar con una bandeja en la que había una tarta enorme.

—En nada —dijeron al unísono tres voces.

Pam enarcó una ceja al mirar a sus tres hermanas. Luego miró a Dillon y éste no pudo evitar sonreír y encogerse de hombros.

Compartir la cena con Pam y sus hermanas hacía que se sintiera como en casa y no supo si eso era algo positivo.

—Creo que necesito disculparme por cualquier cosa que mis hermanas hayan podido decir que te haya puesto nervioso esta noche —expuso Pam al acompañarlo al coche. Se había convencido de que ésa sería la única manera en que podría intercambiar unas palabras en privado con Dillon sin que sus hermanas estuvieran atentas a cada sílaba.

Él rió entre dientes.

—No estuvo tan mal. Disfruté de su compañía. Y de la tuya también. Y la cena fue maravillosa.

—Gracias —no dijeron nada durante unos momentos, luego ella preguntó—: ¿Volverás mañana? Para seguir leyendo el diario de Jay.

Al llegar al coche, Dillon se apoyó en él para mirarla.

—Sólo si a ti te parece bien. No quiero abusar de tu hospitalidad.

—No lo harás —rió—. Además, descubrir más sobre Raphael y Portia es como un puzzle a la espera de que se encajen sus piezas —supo que lo mejor sería sugerirle que se llevara el diario, de ese modo no tendría que molestarse en regresar al día siguiente, pero, por algún motivo, le fue imposible hacerlo—. Bueno, será mejor que te deje marchar. Nos vemos mañana —retrocedió, estableciendo cierta distancia apropiada entre ambos.

—Buenas noches —dijo Dillon.

Se sentó ante el volante, pero esperó hasta que Pam entró en la casa y cerró a su espalda. Vio que tres cortinas volvían a enderezarse en la planta de arriba y no pudo evitar reír ante la idea de que los hubieran estado espiando. Aunque no le sorprendió.

Al marcharse, movió la cabeza al recordar la reacción de sus propios hermanos y primos la primera vez que llevó a Tammi a casa, un año antes de casarse. Aunque sus padres y sus tíos habían intentado que el clan de los Westmoreland se comportara, había sido bastante obvio que Tammi no había sido muy bien recibida. Pero eso no lo había detenido de casarse con ella al año siguiente y de llevarla a casa como su esposa. En ese momento deseó que lo hubiera hecho.

Se ladeó y sacó el teléfono móvil del bolsillo de los vaqueros, con la esperanza de que esa noche pudiera captar una señal. Sonrió al cumplirse su deseo y de inmediato llamó a casa.

Ramsey contestó a la segunda vez que sonó.

—Residencia de los Westmoreland.

—Eh, Ram, soy Dillon. ¿Cómo van las cosas?

—Tan bien como cabría esperar. Bane se ha estado portando bien, así que es positivo.

«Sí, eso es positivo», pensó.

—Subí a la casa grande y recogí todo tu correo —dijo Ramsey.

—Gracias.

—¿Has encontrado algo sobre Raphael? —preguntó el otro.

—Sí —dedicó la siguiente media hora a poner a su primo al día acerca de lo que había leído en el diario de Jay.

—¿Y la bisnieta de Jay Novak de verdad se está mostrando agradable contigo? ¿Después de que Raphael se largara con la esposa de su bisabuelo?

Dillon rió entre dientes.

—Sí, funciona con la premisa de causa y efecto. Si Portia no hubiera abandonado a Jay, éste jamás habría conocido ni se habría casado con su bisabuela. No es necesario decir que a Pam no le causa ningún problema que Raphael huyera con la mujer.

—¿Pam?

Captó la curiosidad en la voz de Ramsey y supo la causa. Su primo era quien mejor sabía lo duro que le había sido lograr que la empresa inmobiliaria heredada de su padre y de su tío se convirtiera en una corporación multimillonaria, cuidando de los bienes de los Westmoreland y ocupándose de aquellos que aún eran dependientes mientras estaban en la universidad.

—Sí, se llama Pam, y antes de que lo preguntes, la respuesta vuelve a ser afirmativa, es hermosa. La mujer más hermosa que he visto —y sin darle tiempo a que pudiera decir algo, añadió—: Y está prometida.

—Mmm, ¿has conocido al novio? —quiso saber su primo.

—Sí, y es un imbécil.

Ramsey rió.

—¿Y cómo una mujer hermosa se ha prometido a un imbécil?

—No lo entiendo, pero no es asunto mío.

—Ésa es la diferencia entre tú y yo, primo. Yo lo haría asunto mío, en especial si fuera la mujer más hermosa que jamás haya visto. Además, ya sabes lo que dicen… no es fruto prohibido hasta que se celebre la boda.

—Ése no es mi estilo, Ram.

—Tampoco el mío, ya que soy un solitario, pero he aprendido que con algunas cosas debes saber cuándo y cómo adaptar las ideas, ser flexible y reestructurar el proceso de pensamiento. En particular si se trata de una mujer a la que deseas.

Dillon parpadeó.

—¿Qué te hace pensar que la deseo?

—Lo capto en tú voz. ¿Es que lo niegas?

Fue a abrir la boca para hacer exactamente eso, pero la cerró. No podía negarlo, porque su primo lo conocía tan bien que acababa de decir la verdad. Y la pregunta del millón era si pensaba hacer algo al respecto.