Capítulo 3
>Mirando por el cristal, Pam vio el coche de Dillon en el instante en que se detuvo delante de la casa. Bebió un sorbo de su café mientras lo observaba, agradecida por la situación de la ventana, que siempre le daba la visión de la aproximación de cualquiera. Por lo que le habían dicho, su bisabuelo había construido adrede la casa de esa manera, con el fin de disponer de ventaja sobre cualquiera que se presentara sin que él lo supiera.
Ese día aprovechó al máximo esa ventaja.
Después de parar el coche, lo vio bajar. Dillon se dedicó un momento a estudiar su hogar y eso le brindó la oportunidad de estudiarlo a él.
Era alto… ya lo había notado la noche anterior. Pero la noche anterior no había podido contemplarlo plenamente a placer, y en ese momento apreció lo que veía. Buenos hombros. Un abdomen firme. Un pecho musculoso. Muslos duros. Llevaba unos vaqueros y una camisa azul que revelaba unos brazos fuertes; y en la cabeza lucía un sombrero Stetson negro.
Suspiró, pensando que invitarlo a que volviera quizá no hubiera sido una buena idea. Miró la mano que sostenía la taza de café y el anillo de diamante que Fletcher le había puesto allí hacía una semana.
Sí, era una mujer prometida que en unos meses iba a casarse con un hombre agradable. Pero estar prometida, o casada, en realidad, no significaba que no pudiera apreciar a un fino espécimen de hombre cuando lo veía. Además, su mejor amiga de la universidad, Iris Michaels, la censuraría si no lo inspeccionaba bien y luego la llamaba para darle los mejores detalles.
Parpadeó sorprendida y a punto estuvo de quemarse la lengua con el café cuando Dillon la miró directamente a través de la que siempre había considerado su ventana secreta. ¿Cómo había podido saber de esa vista lateral? Para cualquier otra persona, parecería una pared a la sombra de un enorme roble.
Sólo había un modo de averiguarlo. Apartó la silla de la mesa y se puso de pie. Al dirigirse hacia el salón, decidió que tal vez fuera mejor que él no supiera que había estado sentada observándolo desde que llegó.
Abrió la puerta despacio y disfrutó de la oportunidad de estudiarlo un poco más sin que él la viera, ya que estaba concentrado en mirar una bandada de gansos en vuelo. Se hallaba con las piernas un poco separadas y las manos en los bolsillos. Había algo en esa postura en particular, especialmente en él, que hizo que deseara quedarse ahí mirándolo.
Los cinco años que había vivido en Los Angeles, había estado rodeada de hombres que podían dejar boquiabierta a una mujer por el asombroso atractivo que exhibían. Pero ninguno le llegaba a la suela de los zapatos al hombre que tenía en ese momento en su patio. Exhibía unas facciones bien delineadas, huesos faciales nítidos, mandíbula firme y labios carnosos. Bajo el sombrero, llevaba el pelo bien corto.
Pasó un segundo, quizá dos. Y de pronto él giró la cabeza y miró en su dirección.
La había sorprendido.
Y de inmediato quedó envuelta en ese intenso escrutinio.
Fue incapaz de hacer otra cosa que devolverle la mirada al tiempo que se preguntaba por qué lo hacía. ¿Por qué todos sus sentidos, todos su ser, se concentraban únicamente en él? Pensó que eso no estaba nada bien.
Al menos, eso era lo que le decía la mente, pero el sentido común aún no había llegado a esa fase. Se hallaba cautiva en el campo de los ojos más oscuros que jamás había visto.
En alguna parte de una distancia no muy lejana, oyó el sonido de unos frenos que atravesó el momento. Sólo entonces pudo apartar la vista y dirigirla hacia el patio.
Después de respirar hondo, volvió a mirarlo, pertrechada con los mismos sentidos sobre los que hacía un rato había perdido el control. Sonrió y dijo:
—Buenos días, Dillon.
Supo que durante ese momento fugaz en que sus miradas se encontraron, algo había pasado. Igual que la noche anterior. No sabía bien qué era, pero sí que había pasado. Y supo también que fingiría todo lo contrario.
—Es un día precioso, ¿no te parece? —añadió.
—Sí lo es —giró para caminar hacia ella.
Pamela tragó saliva. El andar de ese hombre era seguro, confiado y masculino. Eran unos pasos muy sexys, y lo perturbador era que parecían tan naturales como el sol de la mañana.
Dillon se detuvo ante ella, bajó la vista al suelo y luego volvió a mirarla.
—Aunque luego podría llover.
Ella asintió.
—Sí, podría —supo que intentaban volver a sincronizarse y a reducir la intensidad de lo que había pasado entre ellos.
—Espero no haber llegado demasiado temprano —indicó con voz ronca y profunda.
—No, no, está bien. Tomaba mi primer café del día. ¿Te apetece acompañarme?
Él se encogió los hombros enormes antes de sonreír y quitarse el sombrero.
—Mmm, no sé. Siento que ya absorbo demasiado de tu tiempo.
—No pasa nada. Además, quieres averiguar cosas de Raphael, ¿no?
—Sí. ¿Hay algo que puedas decirme aparte de que fue el socio de tu bisabuelo y que se fugó con tu bisabuela, Portia Novak?
Pam rió entre dientes y lo condujo por la casa hacia la cocina.
—Portia no era mi bisabuela —corrigió—. Unos años después de que se fugara, él conoció a mi bisabuela y se casaron —se sentaron a la mesa y continuó—: Estoy segura de que has oído algunas historias sobre Raphael y Portia —procedió a servirle una taza de café.
—En realidad, no. Siempre di por hecho que mi bisabuela Gemma había sido la única esposa de mi bisabuelo. Sólo después de que aparecieran mis familiares, los Westmoreland de Atlanta, y me explicaran nuestro parentesco, descubrí la existencia de Portia Novak y las demás.
Pam enarcó una ceja.
—¿Hubo otras?
Dillon asintió.
—Sí. Gemma fue su quinta esposa.
Sentía bastante curiosidad acerca de lo que le había sucedido a la esposa de un predicador llamada Lila Elms. Aunque ya estaba legalmente casada con aquél, ¿Raphael y ella habían fingido durante un tiempo encontrarse casados antes de que éste la abandonara por Portia, la esposa de Jay Novak?
Y luego, ¿qué había sido de Clarice, la esposa número tres? ¿Y de Isabelle, la número cuatro? Se rumoreaba que esas cuatro mujeres estaban conectadas de un modo u otro con Raphael. Si lo que habían descubierto hasta el momento era verdad, Raphael se había relacionado con las cuatro antes de cumplir los treinta y dos años, y todas habían estado casadas o prometidas con otro. La fama que tenía de ladrón de esposas era legendaria.
Dillon bebió un sorbo de café y por el momento decidió no informarle de que las otras, como Portia, eran mujeres que pertenecían a otros hombres, oficial o extraoficialmente. Pero aportó el nombre de una sobre la que ella quizá ya había oído hablar.
—Mi objetivo es averiguar qué le sucedió a Lila Elms.
—¿La esposa del predicador? Por lo visto, la conocía.
—Sí —bebió otro sorbo antes de preguntar—: ¿Cómo sabes tanto sobre todas estas cosas?
Ella rió entre dientes y se sentó con él a la mesa después de rellenar su taza.
—Por mi abuela. Siendo pequeña, podíamos pasarnos horas y horas vaciando vainas de guisantes en el porche, y ella me llenaba los oídos con la historia de la familia. Pero la única persona sobre la que no proyectó demasiada luz fue Portia. Por algún motivo, cualquier conversación que girara en torno a ella era tabú. Jay quería que fuera así y mi bisabuela respetó sus deseos.
Dillon asintió, tratando de concentrarse en lo que decía y no en la fluidez con la que sus labios se entreabrían cada vez que bebía café.
Sintió que las entrañas se le contraían y bebió un sorbo del suyo. Cuando antes había estado de pie en el patio y se había vuelto, sorprendiéndola mientras lo miraba, había intentado no especular con lo que pasaba por la mente de ella. Ni siquiera quería tomar en consideración la posibilidad de que se pareciera a lo que había estado pensando él.
—¿Estás listo para subir al desván?
La pregunta frenó sus pensamientos y la miró, y de inmediato deseó no haberlo hecho. En el acto cada músculo de su cuerpo pareció aflojarse al mismo tiempo que sentía una intensidad que lo hizo respirar hondo. Era hora de reconocerlo por lo que era: química sexual.
Conocía la teoría, pero jamás la había experimentado. Se había sentido atraído por mujeres, pero nunca había ido más allá de eso, simple atracción. Pero lo que empezaba a sentir era un elemento mayor que eso. Había vibraciones primitivas que no sólo emitía él, sino que también recibía de ella. Eso significaba que Pamela Novak estaba sintonizada con lo que sucedía entre ellos, aunque fingiera otra cosa. Entendía la renuencia que tenía a reconocer algo así. Después de todo, era una mujer prometida. Y no parecía alguien que le fuera deliberadamente infiel a su novio.
No obstante…
—Sí, estoy listo —repuso al final—. Pero primero me gustaría aclarar una cosa —vio que los labios le temblaron en un gesto nervioso antes de dejar la taza y mirarlo. Dillon intentó soslayar las sensaciones que lo recorrían cada vez que sus ojos se encontraban.
—¿Aclarar qué?
Tuvo que controlar el impulso de alzar los dedos y pasarlos por esos labios. Carraspeó.
—Sobre anoche y que apareciera sin avisar. Creo que pude haber molestado a tu novio, y lo lamento. No era mi intención causar problema alguno entre vosotros dos.
Ella se encogió de hombros con un gesto femenino.
—No causaste ningún problema. No te preocupes por eso —se puso de pie—. Creo que deberíamos subir al desván y ver lo que encontramos. Hay un viejo baúl que contiene muchos de los cuadernos y registros comerciales de mi bisabuelo.
Dillon asintió. Le había respondido a la pregunta y en la misma frase había cambiado de tema, lo que le indicaba que el tema de la relación que mantenía con Fletcher Mallard no estaba abierto a discusión.
Apartó la silla y se incorporó.
—Estoy listo; muéstrame el camino.
Lo hizo y a él le fue imposible no apreciar el trasero que se contoneaba mientras la seguía.
Con sus piernas largas, Pamela descubrió que a Dillon no le costó alcanzarla. No es que intentara dejarlo atrás. Pero durante unos momentos había necesitado recuperarse. Ese hombre tenía la habilidad de lograr que no pensara con claridad.
La siguió en silencio por las escaleras y en un momento sintió casi la necesidad de mirar de soslayo para verle el perfil. ¿Qué tenía Dillon que la afectaba como Fletcher nunca había conseguido afectarla? El corazón se le desbocó al notar que subía los escalones con una gracilidad innata que hizo que sus sentidos experimentaran vértigo.
Al llegar a lo alto, él se adelantó levemente a ella, como si supiera adonde iba.
—De no saber que es imposible, juraría que ya habías estado aquí —comentó Pam mientras continuaban hacia el extremo del pasillo que conducía a la escalera que daba al desván.
La miró y sonrió.
—Puede que te suene a locura, pero esta casa se parece mucho a la que tengo yo en Denver. ¿La construyó tu bisabuelo?
—Sí.
—Entonces, eso podría explicar algunas cosas, ya que la casa en la que vivo yo fue construida por Raphael. Pienso que le gustó el diseño y, cuando decidió construir su hogar, lo hizo con ésta en mente.
—Eso explicaría cómo supiste localizar nuestra ventana secreta —lamentó las palabras en cuanto salieron de su boca. Acababa de reconocerle que lo había estado espiando en el momento de llegar.
—Sí, por eso la conozco. Yo también tengo una igual y en el mismo lugar.
—Comprendo —pero, en cierto sentido, no comprendía, lo que hizo que experimentara casi tantos deseos como Dillon por descubrir cosas sobre Raphael.
Cuando llegaron a la puerta que llevaba al desván, la abrió. A juzgar por la expresión que puso él, era como si ya conociera la vista y eso la reafirmó en averiguar por qué la casa de Dillon era una réplica de la suya.
A diferencia de las demás escaleras en la casa, los escalones del desván eran estrechos y Dillon se apartó para dejar que lo precediera. Pudo sentir el calor de la mirada de él en su espalda. Sintió la tentación de mirar por encima del hombro, pero sabía que no sería la acción más apropiada. De modo que hizo lo que consideró mejor y lo enfrascó en una conversación.
—En la cena mencionaste que eras el mayor de los quince bisnietos de Raphael —miró fugazmente por encima del hombro.
—Sí, y durante unos cuantos años, fui el tutor legal de diez de ellos.
Pamela giró con tanta celeridad que a punto estuvo de perder el equilibrio.
—¿Tutor de diez de ellos? —al verlo asentir, parpadeó asombrada—. ¿Cómo se produjo esa situación? —se hizo a un lado cuando llegó junto a ella, y notó que aún no había mucho espacio entre ambos, pero estaba tan ansiosa de escuchar la respuesta que no hizo movimiento alguno para apartarse.
—Mis padres y mis tíos decidieron irse juntos el fin de semana, a visitar a una de las amigas de mi madre en Louisiana. De regreso a Denver, el avión en el que viajaban tuvo problemas con un motor y cayó. Todos los que iban a bordo murieron.
—Oh, qué terrible.
—Sí, lo fue. Mis padres tenían siete hijos y, mis tíos, ocho. Yo era el mayor con veintiuno. Mi hermano Micah tenía diecinueve y, Jason, dieciocho. Mis otros hermanos, Riley, Stern, Canyon y Brisbane, estaban por debajo de los dieciséis —apoyó una cadera contra la barandilla y continuó—: Mi primo Ramsey tenía veinte y, su hermano Zane, diecinueve, mientras que Derringer tenía dieciocho. El resto de mis primos, Megan, Gemma, los mellizos Adrián y Aiden, y la menor, Bailey, también tenían menos de dieciséis.
También ella se apoyó en la barandilla, mirándolo llena de preguntas.
—¿Y servicios familiares no se opuso a que fueras tutor de tantos menores?
—No, todo el mundo sabía que los Westmoreland querrían permanecer juntos. Además —rió entre dientes—, nadie de nuestra zona quería ser responsable de Bane.
—¿Bane?
—Sí. Diminutivo de Brisbane. Es mi hermano menor y le cuesta comportarse. Sólo tenía ocho años cuando nuestros padres murieron y no lo encajó nada bien.
—¿Cuántos años tiene ahora?
—Veintidós y sigue con un carácter vehemente en más de un sentido. Desearía que en la actualidad hubiera algo más que retuviera su interés aparte de una mujer en Denver.
Pam asintió. No pudo evitar preguntarse si habría una mujer especial en Denver que también retuviera el interés de Dillon.
—¿Todos vivís tan próximos entre vosotros? —inquirió.
—Sí, el bisabuelo Raphael compró mucha tierra en los años treinta. Cuando cada Westmoreland cumple los veinticinco años, recibe unas cuarenta hectáreas de tierra, razón de nuestra proximidad geográfica. Al ser el primo mayor, heredé el hogar familiar, donde todo el mundo parece reunirse la mayor parte del tiempo. ¿Cuántos años tenías tú cuando murió tu bisabuelo? —le preguntó entonces Dillon.
—También murió antes de que yo naciera. Mi bisabuela vivió hasta que yo tuve dos años, así que tampoco recuerdo mucho de ella. Pero sí recuerdo a los abuelos Stern y Paula. Era el abuelo Stern quien solía contarme historias de Raphael, pero jamás mencionó nada sobre esposas pasadas u otros hermanos. De hecho, afirmaba que Raphael había sido hijo único. Eso hace que me pregunte cuánto sabía de verdad sobre su propio padre —hizo una leve pausa—. Supongo que la mayoría de las familias tienen secretos.
—Sí, como Raphael fugándose con la esposa del predicador —comentó él.
—¿Y piensas que al final terminó por casarse con ella?
—No estoy seguro —respondió—. Como estaba legalmente casada con el predicador, no sé cómo habría podido tener lugar un matrimonio entre ellos. Por eso siento curiosidad por saber qué fue de ellos al marcharse de Georgia.
—¿Pero su nombre, al igual que el de Portia, no aparece como de una esposa anterior en documentos que has encontrado? —preguntó ella, tratando de obtener una comprensión global de la vida que había llevado el bisabuelo de Dillon.
—Dos de mis primos de Atlanta, Quade y Cole, poseen una empresa de seguridad y realizaron una investigación, remontándose hasta comienzos del siglo XX. Se descubrieron viejas escrituras de tierras a nombre de Raphael y en ellas figuran cuatro mujeres diferentes como sus esposas. Hasta ahora sabemos que dos de ellas, la esposa del predicador y Portia Novak, estaban legalmente casadas. Sólo podemos suponer que Raphael vivió con ellas fingiendo que se hallaban casados —hizo una pausa y miró a su alrededor—. ¿Vienes a menudo aquí?
Su pregunta hizo que se diera cuenta de que llevaban quietos un buen rato y que se encontraban demasiado próximos, de modo que se dirigió hacia la puerta del desván.
—No tanto como antes. Regresé a Gamble el año pasado, cuando mi padre falleció. Como tú, soy la mayor y quería cuidar de mis hermanas. Soy su tutora legal.
Dillon asintió y dio un paso atrás cuando abrió la puerta. La noche anterior, durante la cena, había notado el modo en que había tratado con sus hermanas. Era evidente que tenían una relación estrecha.
—Ése de ahí es el baúl de mi bisabuelo. Tengo entendido que tu bisabuelo y él eran socios en una mantequería y lechería, negocio bastante rentable en su época. Sé que ahí hay guardados muchos registros del negocio, junto con algunas de las pertenencias de Raphael. Al parecer, se fue a toda velocidad cuando se marchó de Gamble.
Dillon la miró.
—¿Tienes algunas de las pertenencias de mi bisabuelo?
—Sí —se dirigió hacia el baúl—. No lo mencioné anoche durante la cena.
Comprendió el motivo por el que no lo había hecho.
Probablemente, su novio habría dicho algo al respecto. Era obvio que ese hombre podía establecer una discusión casi por cualquier tema.
En vez de seguirla de inmediato hasta el baúl, se quedó rezagado un momento y la observó. Lo intrigaba la posibilidad de que algunas de las pertenencias de su bisabuelo pudieran hallarse en el interior de ese baúl. Pero ella lo intrigaba todavía más.
Llevaba unos vaqueros y una bonita blusa rosa que añadía un toque muy femenino. Los vaqueros perfilaban unas curvas muy seductoras. Subir detrás de ella al desván había sido un infierno. Casi podría jurar que hasta había sudado.
Cuando ella vio que no la había seguido, giró y lo miró.
—¿Te encuentras bien?
No, no lo estaba. Una parte de su cerebro intentaba convencerlo de que, aunque era una mujer prometida, aún no se había casado, de modo que se hallaba disponible. Pero otra parte de él, la que no dejaba de mirar el anillo que llevaba en el dedo, sabía que hacerle cualquier insinuación sería cruzar una línea vedada. Pero no podía negar la tentación que sentía.
—Sí, estoy bien. Sólo abrumado —¡si supiera cuánto y por qué motivo!
—Entiendo cómo te sientes. Lo que dijiste anoche durante la cena también es verdad para mí. Quieres saber todo lo que puedas sobre tu bisabuelo, y lo considero algo admirable.
—¿Y si necesito volver? —preguntó, sabiendo que a ella no se le escapaba adonde quería llegar con la pregunta.
—Eres bienvenido las veces que sean necesarias. Dillon le mantuvo la mirada con intensidad mientras le preguntaba:
—¿Le parecerá bien a Fletcher? Como te dije antes, no quiero causaros ningún problema.
—No habrá ningún problema. Y ahora, ¿no piensas abrir el baúl? A lo largo de los años a mí me ha carcomido el deseo, pero siempre se nos dijo que estaba prohibido —sonrió—. Aunque he de reconocer que una vez desafié las órdenes y le eché un vistazo. En esa ocasión, no vi nada que captara mi interés.
Dillon sonrió y fue hacia ella. Como el de su casa, el desván era enorme. De niño, había sido uno de sus sitios predilectos en el que esconderse cuando quería estar solo. Esa habitación se hallaba repleta de cajas y baúles, pero todos se encontraban ordenados, en absoluto parecido al desván de su casa. Y había una única ventana triangular que permitía la entrada de suficiente luz diurna.
Arrodillándose, tiró de una llave pegada al costado del baúl. Momentos más tarde, alzaba la tapa. Había muchos papeles, cuadernos de contabilidad, un par de camisas de trabajo que habían envejecido con el tiempo, una botella de vino, una brújula y un diario de aspecto viejo.
Alzó la vista hacia Pam.
—¿Te importa si echo un vistazo?
—No. De hecho, dentro hay una carta.
Enarcó una ceja mientras abría el diario y allí estaba, en la primera página, una carta cuyo sobre se había vuelto amarillo. El nombre escrito seguía siendo legible. Simplemente ponía Westmoreland. Volvió a mirar a Pam.
—Como te he dicho, aunque el baúl estaba prohibido, una vez no pude resistir la tentación de espiar dentro. Así supe de la existencia de la carta.
Dillon sonrió mientras abría la carta. Ponía:
Quienquiera que venga a recoger las pertenencias de Raphael, sólo necesita saber que fue un hombre bueno y decente y que no lo culpo por marcharse y llevarse a Portia con él.
Estaba firmada por el bisabuelo de Pam, Jay. Volvió a guardar la carta en el sobre y la miró.
—Esto es muy confuso. ¿Crees que podrías aclararme algo?
Ella movió la cabeza.
—No, lo siento. Resulta extraño que un hombre no guarde animosidad alguna hacia el hombre que le robó a la esposa. Si mi bisabuelo no quería estar casado con ella, quizá Raphael le hizo un favor a Jay. Pero esa teoría parece forzada. La esposa de un hombre es su esposa, y Portia había sido la de Jay.
—¿Y qué me dices de Lila Elms?
Se encogió de hombros.
—No puedo decirte nada sobre ella, aparte de que debieron de separarse entre Atlanta y aquí, porque por todo lo que he oído, cuando Raphael llegó a Gamble lo hizo como un hombre soltero —miró su reloj—. He de hacer algunas llamadas de teléfono, así que voy a dejarte un rato. Quédate aquí el tiempo que te haga falta y, si me necesitas por alguna razón, estaré abajo, en la cocina.
—De acuerdo —la vio ir hacia la puerta del desván—. ¿Pamela?
Se dio la vuelta.
—¿Sí?
Le sonrió.
—Gracias.
Pam le devolvió la sonrisa.
—De nada.
En cuanto ella se marchó y cerró la puerta a su espalda, Dillon suspiró. Pamela Novak era una tentación que más le valía ignorar. Todo el tiempo que había estado en el desván, había tratado de que la conversación no decayera. Cualquier cosa con tal de suprimir el deseo que, desbocado, le recorría el cuerpo.
¿Qué tenía esa mujer que le sacudía los sentidos cada vez que se encontraba a tres metros de distancia? Le había resultado endemoniadamente duro mantener la compostura y el control en su proximidad.
Quizá su dilema surgiera de la comprensión de Pamela de la necesidad que tenía de indagar en la historia de su familia, en su deseo de conocer todo lo que pudiera acerca de Raphael Westmoreland. Hasta algunos de sus hermanos y primos no entendían qué lo impulsaba, aunque sí lo apoyaban. Era algo que les agradecía, pero el apoyo y la comprensión eran dos cosas diferentes.
Sin embargo, tenía el palpito de que Pamela sí entendía. Y que también estaba dispuesta a ayudarlo en lo que pudiera… aunque con ello despertara la ira de su novio.
Acercó una silla de un rincón y la situó delante del baúl. Sacó el diario de Jay Novak y comenzó a leer.