Capítulo 8
—No lo entendemos, Pammie. ¿Por qué Dillon ha dejado de venir a cenar?
Pam miró a Nadia desde otro lado de la mesa del comedor, sabiendo muy bien cómo funcionaba su hermana menor. La machacaría con la misma pregunta hasta obtener lo que considerara una respuesta satisfactoria. Pero no sabía si la respuesta que iba a darle sería satisfactoria, aunque a juzgar por los tres pares de ojos clavados en ella, Nadia no era la única que quería oír lo que tenía que decir.
Podría facilitarse las cosas y echarle la culpa a las tres, afirmando que eran las que lo habían espantado y que Dillon había sido bien consciente de sus pequeñas tramas para emparejarlos, prefiriendo no tomar parte en ellas.
Pero no sería la verdad.
En más de una ocasión Dillon había afirmado que disfrutaba de la compañía de sus hermanas y que le recordaban a las primas que tenía en Denver. Y los trucos de ellas no parecían haberle molestado nada.
—¿Pammie?
La voz suave de Nadia la devolvió al momento. Antes de que pudiera abrir la boca para contestar, Paige habló con tono desanimado.
—No le caemos bien, ¿verdad? Igual que a Fletcher.
La suposición de su hermana la dejó atónita.
—Eso no es verdad. A Dillon le caéis muy bien las tres y le encanta cenar con nosotras, pero tiene el diario de nuestro bisabuelo y en los últimos dos días se ha dedicado en exclusiva a leerlo. No debéis olvidar el motivo por el que vino a la ciudad —respiró hondo antes de continuar—. Y en cuanto a Fletcher, os equivocáis con él. Le caéis bien.
—Entonces, ¿por qué planea mandarnos lejos una vez que os hayáis casado? —demandó Nadia con expresión beligerante.
A Pam le sorprendió la pregunta de su hermana.
—¿De dónde diablos has sacado una idea tan absurda? Fletcher no planea nada semejante para después de casarnos.
Nadia frunció el ceño y mostró una cara preocupada.
—Sí que lo planea. Se lo dijo al padre de Gwyneth Robards, y el padre se lo contó a su madre, y Gwyneth los oyó hablar y nos lo contó a nosotras.
Pam frunció el ceño. Gwyneth Robards era la mejor amiga de Nadia. Su padre, Warren Robards, era el propietario de una cadena de tiendas deportivas diseminadas por todo el estado. Fletcher y él eran buenos amigos. Pam no era dada a prestarle atención a los cotilleos. Deseó que tampoco su hermana lo hiciera.
—Nadia, es imposible que Fletcher pueda hacer algo así.
—¿Estás diciendo que el padre de Gwyneth mintió?
Pam volvió a fruncir el ceño.
—Lo que digo es que Gwyneth debe de haber malinterpretado lo que oyó en la conversación de sus padres. Repito, es imposible que Fletcher pudiera decir algo así.
Lo que no agregó fue que Fletcher sabía por qué se casaba con él: para salvar el hogar de la familia, para asegurar el futuro de sus hermanas y para mantener junta a la familia. Aunque fueran a perder la casa, sus hermanas regresarían a California con ella o todas se quedarían en Gamble y saldrían adelante.
—Volviendo a Dillon, Pam —intervino Jill—. No me importa todo lo que tenga que leer, a veces tendrá que parar para comer. ¿Lo has invitado a cenar alguna de las últimas tres noches?
Nerviosa, se mordió el labio inferior. La primera noche no lo había invitado a cenar porque habían planeado el encuentro secreto en la academia. Y no lo había invitado ninguna de las dos últimas noches porque había necesitado estar a solas para recobrarse de la noche de pasión que habían compartido.
—No —respondió al final—. Como he dicho, Dillon tiene mucho que leer. Él mismo lo dijo la última vez que estuvo aquí.
—Entonces, ¿volverás a invitarlo?
Sintió un nudo en el estómago. Otra vez tres pares de ojos estaban centrados en ella.
—Sí, lo invitaré, pero dependerá de él venir. El motivo de que se presentara en Gamble es averiguar cosas de su bisabuelo y no entretenernos a nosotras.
Como si la respuesta las hubiera dejado satisfechas, sus hermanas siguieron cenando y la conversación giró en torno al día en la escuela. Le alegró que el interés general hubiera pasado a otra cosa, aunque el suyo permaneció en Dillon.
Cada vez que pensaba en aquella noche y en todas las cosas que habían hecho y compartido, la recorría un cosquilleo interior y su cuerpo anhelaba una repetición. No albergaba ninguna duda de que, si viera a Dillon en ese momento, su cuerpo flaquearía. Y como intentara besarla, o incluso sólo sugerir que deseaba volver a llevarla a la cama, no sería capaz de negarse.
No lo había visto o hablado con él desde aquella noche. El día anterior Dillon le había dejado un mensaje en el contestador en el que le indicaba que había decidido cambiar de hotel y que se había ido a uno en Rosebud. A diferencia de Gamble, la ciudad vecina de Rosebud tenía repetidores para los teléfonos móviles y siempre había señal. Entendía que Dillon quisiera mantenerse conectado con el mundo exterior, ya que era un hombre de negocios.
Le había dejado el nombre del hotel, que apenas se encontraba a quince kilómetros de Gamble. Había pensado en llamarlo para comunicarle que había recibido el mensaje, pero al final se había convencido de no hacerlo. Sabía que volvería a verlo, porque tarde o temprano tendría que devolverle el diario. Esperaba que para entonces no pensara tanto en sus besos ni en la sensación que le causaban sus labios, o en lo agradable que le había resultado que la penetrara. Tensó los muslos ante el poder del recuerdo.
Se humedeció los labios y luego bebió un sorbo de su té frío por la necesidad súbita de aliviar la garganta, que de repente le ardía. Se obligó a concentrarse en lo que Gwyneth había creído oír acerca de los planes de Fletcher de enviar lejos a sus hermanas. Le preguntaría a éste acerca de la veracidad del rumor cuando la llamara esa noche. Supuso que la llamaría antes de que se marchara a dar su clase en la academia.
A mitad de la cena sonó el teléfono; apartó la silla de la mesa y cruzó la habitación para ir a contestar.
—¿Sí?
—¿Cómo van las cosas, Pamela?
Una parte de ella deseó poder sentir excitación, alguna agitación interior ante el sonido de la voz de Fletcher, pero nunca sucedía. El corazón le latió dolorosamente al comprender esa realidad.
—Todo va bien, Fletcher. ¿Cómo estás tú? ¿Has podido corregir el problema en Bozeman?
—Sí. De hecho, tengo buenas noticias. Puede que regrese a Gamble este fin de semana en vez del jueves.
Tragó saliva e intentó proyectar una voz jovial.
—Es una noticia estupenda.
—¿Y sabes lo que me haría muy feliz, Pamela?
No se atrevió a adivinarlo.
—No, ¿qué?
—Que ya hubieras establecido una fecha de boda cuando llegue. Sé que prefieres esperar hasta febrero, pero yo quiero casarme este año, así que me gustaría una ceremonia navideña.
De pronto sintió que un puño le atenazaba el estómago. Faltaba un mes para la Navidad.
—Es imposible que tenga todo preparado para entonces.
—¿Qué necesitas aparte de aparecer en la iglesia? Además, odio sacar el tema, pero me gustaría liquidar la hipoteca que hay sobre tu casa cuanto antes. Es uno de mis regalos de boda.
Pam entrecerró los ojos. A su propia manera pasivo-agresiva, Fletcher le recordaba el motivo por el que había aceptado casarse con él.
—Estoy seguro de que quieres que esa cuestión se solucione lo más pronto posible, ¿no? —añadió él.
—Sí, desde luego.
—Entonces, ¿tendrás una fecha para mí cuando llegue a Gamble? —inquirió.
Miró hacia el comedor, donde sus hermanas seguían charlando. Mostraban expresiones felices y ella estaba decidida a que siguiera siendo así. Las tres eran inteligentes y Pamela se había hecho una promesa en el funeral de su padre de realizar lo que fuera necesario para asegurarse de que recibieran lo mejor que tuviera que ofrecer la vida.
—¿Pamela?
Respiró hondo.
—Sí. Tendré una fecha para ti, pero no te prometo que sea este año.
Él no dijo nada durante un momento y luego ella captó la frustración en su voz.
—Empecemos con la fecha y esperemos que sea una que los dos aceptemos.
Sabiendo que probablemente fuera a preguntarle algo sobre Dillon, se anticipó con celeridad.
—A Nadia le preocupa algo, Fletcher, y estoy segura de que se trata de un malentendido, pero he pensado que lo mejor era mencionártelo.
—¿Qué?
—Cree que las vas a enviar lejos cuando nos casemos. Le aseguré que no era el caso y…
—Es algo que se me ha pasado por la cabeza.
Pamela dejó de hablar en mitad de la frase. Apretó el teléfono con fuerza.
—¿Disculpa?
Él debió de percibir el tono de furia en su voz.
—Cálmate, Pamela. No es lo que piensas. Tienes unas hermanas inteligentes y creo que no reciben la educación que merecen en esa escuela pública de Gamble. Como sabes, yo fui a una escuela privada y recibí una educación superior. La mejor. Y sé que quieres que Nadia y Paige sean aceptadas en una buena universidad. Ir a un instituto privado no sólo les garantizará una buena educación, sino la entrada en las mejores universidades. Es lo que quieres, ¿no?
—Sí, pero…
—Y piensa que se relacionarán con gente que a la larga las beneficiará.
—Sí, pero no pienso enviarlas lejos de casa —susurró para que la voz no llegara hasta el comedor. Acababa de prometérselo a Nadia.
—Lo sé, por eso estoy buscando escuelas en Cheyenne. Eso no esta tan lejos —dijo, como si a ella fuera a alegrarle la noticia.
Pamela se apartó de la cocina y se acercó al salón, lo que le brindaría más privacidad.
—Por lo que a mí respecta, si no está en Gamble, está demasiado lejos.
—Pero velaremos por sus futuros. Allí hay una escuela privada maravillosa con excelentes alojamientos y gran seguridad.
Pam intentó mantener a raya su furia.
—Deberías haberme consultado primero, Fletcher.
—Iba a ser otro de mis regalos de boda. Sé lo mucho que significa para ti el futuro de tus hermanas.
Pam cerró los ojos.
—Podremos tratar más detenidamente el tema cuando vuelvas.
—No entiendo por qué estás molesta. Pensé que era lo que querías. Al menos, creo que fue lo que me dijiste que querías el día que aceptaste mi proposición de matrimonio.
No pudo decir nada. ¿Era justo enfadarse con él cuando ella había dicho todas esas cosas?
—Si no es lo que quieres, Pamela, entonces, no pasa nada. Yo quiero hacer lo que a ti te haga feliz —dijo con voz ronca.
Sin saberlo, sólo sirvió para frustrarla más.
—Lo sé, Fletcher, y agradezco todo lo que estás haciendo, pero deberemos hablar del tema cuando vuelvas.
—De acuerdo, cariño. Que tengas una buena noche. A propósito, ¿Dillon Westmoreland sigue en la ciudad?
Percibió la frialdad en su voz.
—No, de hecho, se ha ido de la ciudad —repuso. En realidad, no era una mentira, porque Dillon ya no se hallaba en Gamble. Fletcher no tenía por qué saber que sólo se había trasladado a un hotel en la vecina Rosebud.
—Supongo que consiguió aquello por lo que había venido y decidió continuar. Eso está bien. Puede que no lo veamos en bastante tiempo —indicó con arrogancia.
No le gustó la actitud de Fletcher.
—Sospecho que regresará en algún momento, porque aún tiene el diario de mi bisabuelo —pensó que lo mejor era prepararlo para que no le diera un ataque cuando volviera a ver a Dillon.
—Para lo que me importa, puede quedárselo. Ese hombre no me gusta.
Pam echó chispas para sus adentros. Él no era nadie para decidir si Dillon podía quedarse con el diario.
—Adiós, Fletcher.
—Adiós, Pamela, y espero verte el domingo.
Dillon sonrió al oír todas las voces de fondo durante la conversación telefónica con su hermano Micah. Graduado en la Facultad de Medicina de Harvard y sólo un par de años más joven que él, era un epidemiólogo que trabajaba para el gobierno federal. Todo el mundo a menudo bromeaba con que Micah era el científico loco de la familia.
—¿Vas a quedarte en casa mucho tiempo o sólo estarás el tiempo suficiente para asistir al baile benéfico del fin de semana? —le preguntó Dillon. El trabajo que realizaba para el gobierno lo llevaba a viajar por todo el mundo.
La gala benéfica a la que se refería era la que organizaba todos los años la familia para recaudar dinero para la Fundación Westmoreland, creada con el fin de ayudar en diversas causas comunitarias.
—Estoy por el baile y vendré al menos a pasar el Año Nuevo. Luego me iré a Australia durante unos meses.
—Me alegra oírlo. Mi plan es estar allí para la gala —indicó Dillon, pero una parte de él no se hallaba preparada para poner distancia con Pam, aunque fuera por poco tiempo.
—He oído que el sheriff Harper te ha convencido de que lleves a su hermana Belinda como pareja —comentó Micah con tono burlón.
Dillon puso los ojos en blanco.
—Tenía esa opción o que Bane pasara una noche en una celda por entrar en la propiedad de los Newsome en plena noche.
—Dime, ¿cómo marcha la investigación sobre el pasado de Raphael?
—Cada día descubro más información sobre nuestro bisabuelo —repuso.
Micah rió entre dientes.
—Mientras no sea nada que pueda importunarme con el Departamento de Estado… Apenas puedo controlar que se haya fugado con las esposas de esos otros hombres.
Dillon sonrió.
—Ya te conté la verdad de Raphael y Lila. Lo hizo para protegerla.
—Sí, pero seguimos sin saber qué hubo entre él y la segunda, Portia Novak. Será una discusión animada el Día de Acción de Gracias y también será la primera vez que todo el mundo estará en casa.
Después de unos minutos más de conversación, Micah le pasó el teléfono al resto de sus hermanos y primos. Todo el mundo quería saber qué información había descubierto sobre el bisabuelo. No les contó todo, pero consideró que por el momento les había revelado bastante.
Eran casi las seis de la tarde cuando se despidió de todos y colgó. Observó el diario que llevaba estudiando dos días. Le sorprendía que nadie en la familia Novak se hubiera tomado jamás el tiempo de leerlo. De haberlo hecho, habrían averiguado por qué Raphael se había llevado a Portia y por qué Jay le había dado su bendición.
Se acercó a la ventana de su nueva habitación. Fuera hacía frío, pero en nada parecido a la noche en que había quedado con Pam en la escuela de arte dramático. Respiró hondo al recordar esa noche y cómo había cambiado su vida. Esperaba que ella hubiera recibido el mensaje que le había dejado acerca del cambio de hotel. El de Gamble estaba más cerca de la casa de Pamela, pero ése apenas se hallaba a quince kilómetros.
No le había devuelto la llamada, por lo que se preguntaba si habría roto la regla de no tener remordimientos. ¿Habría regresado Fletcher a la ciudad? No tenía respuestas a esas preguntas, pero lo que sí sabía con certeza era que, si no recibía noticias de ella esa noche, iría a Gamble a verla. Todavía tenía el diario y el día siguiente sería un buen momento para devolvérselo.
De regreso a casa de la academia esa noche, Pam se afanaba en no recordar la conversación que había mantenido antes con Fletcher. Incluso trataba de darle algo de margen y creer que quería lo mejor para sus hermanas al tomar la decisión de que deberían continuar estudiando en Cheyenne y no en Gamble. Pero que no lo hubiera hablado con ella resultaba inaceptable.
Sabía muy bien lo unida que estaba a ellas. ¿Acaso pensaba realmente que podría dejar que se fueran a un internado privado y dejaran atrás a la familia y a los amigos? Para ella no había nada malo en las escuelas públicas. Ella misma había asistido a una y le había ido muy bien.
Subió un poco la calefacción. Hacía frío, aunque no tanto como la última noche que había regresado de la academia. Había sido la noche en que había pasado tres horas en los brazos de Dillon. No pudo evitar sonreír al recordarlo.
Había hablado con Iris, pero no le había contado nada a su mejor amiga. No había sido necesario. Según Iris, había algo en el tono de su voz. Sonaba relajada. Como si se hubiera tomado un tranquilizante. Rió entre dientes al recordar la conversación.
Pasó una señal en la carretera que indicaba el desvío hacia Rosebud. De inmediato sintió que algo se agitaba en la parte inferior de su cuerpo. No era algo gentil, sino una sacudida voraz. Trató de mantener la determinación de ir directamente a casa. Entonces comenzó a experimentar aleteos en el estómago y los pezones contra la camisa se le sensibilizaron.
Las reacciones físicas por las que pasaba su cuerpo sólo por saber que había una salida hacia Rosebud le provocaron un gemido. El hotel en el que estaba Dillon se hallaba a menos de diez kilómetros.
Le había dado el número de su habitación al dejarle el mensaje en el contestador, pero había hecho que pareciera que sólo lo hacía por motivos de información. Como si quisiera asegurarle que el diario estaba a salvo y en buenas manos.
En ese instante no pudo evitar preguntarse si habría tenido otro motivo. ¿Esperaba volver a verla, a pesar de que ella le había dejado claro que lo compartido aquella vez había sido algo de una noche?
Pero la pregunta más importante era por qué ella contemplaba la idea de tomar la siguiente salida. Y supo la respuesta sin necesidad de reflexionar demasiado. Lo pensaba porque necesitaba verlo.
Necesitaba estar con él.
Suspiró hondo al girar en la salida a Rosebud y se negó a seguir cuestionando su cordura. Simplemente, se permitía un capricho que le estaría prohibido para siempre en cuanto se casara con Fletcher.
Dillon se hallaba a oscuras en la habitación. Había dormitado un poco después de cenar lo que le subieron del servicio de habitaciones y tomado un baño. La televisión estaba encendida, pero no la miraba. Sus pensamientos se concentraban en la mujer que deseaba.
Se preguntó qué estaría haciendo ¿Pensaría en la noche que habían estado juntos tan a menudo como él o la habría desterrado de su mente? Acababa de cambiar de posición en la cama cuando oyó que llamaban a la puerta. Dando por hecho que era la camarera que se presentaba para cerciorarse de que no necesitaba nada antes de cerrar el turno, se levantó y se puso unos vaqueros.
Abrió un poco la puerta para asegurarse de quién era y el corazón le dio un vuelco. De inmediato, abrió por completo.
Se negó a preguntarle a Pam qué hacía allí. Durante un segundo, dudó incluso de poder llegar a pronunciar alguna palabra, de modo que permanecieron en silencio largo rato, mirándose. Sí bajó la vista al dedo de ella. Había vuelto a quitarse el anillo.
Entonces ella rompió el silencio y sonrió.
—¿Vas a invitarme a pasar?
—Cariño, pienso hacer mucho más que eso —musitó con voz ronca.
Dio un paso atrás y Pamela entró en la habitación. Cerró la puerta detrás de ella.
—Supongo que te preguntas qué hago aquí —comentó con voz serena.
Él movió la cabeza.
—Hablaremos de las razones más tarde. Ahora mismo sólo quiero abrazarte. Hacerte el amor. Te he echado de menos.
—Y yo también a ti —repuso con sinceridad, preguntándose cómo podía ser después de sólo dos días, cuando no había extrañado a Fletcher para nada en el doble de tiempo que llevaba ausente.
Sabiendo que esa noche no disponían de mucho tiempo, observó su torso desnudo y musculoso y los vaqueros de cintura baja. Estaban abiertos y la cremallera apenas un poco subida, lo que significaba que se los había puesto con rapidez. Esperaba que se hallara listo para quitárselos con igual presteza.
Sintiendo el corazón casi fuera de control, Pamela miró la habitación. Vio el diario de su bisabuelo en el centro de un sillón orejero.
Volvió a mirarlo y supo que la había estado observando y a la espera de que diera un paso. Decidió hacerlo. Se apartó de la puerta, cruzó la habitación y, en cuanto quedó frente a él, en el acto Dillon la rodeó con los brazos.
—Espero no interrumpir nada —dijo, pasándole los brazos en torno al cuello.
Él le dedicó esa sonrisa con hoyuelos y Pam sintió que se le aflojaban las rodillas.
—Nada en absoluto. De hecho, estaba pensando en ti.
—¿Sí?
—Sí.
Y como si quisiera demostrárselo, la pegó a él y ella sintió la erección que no intentaba ocultar. La magnitud de ese tamaño cobijado en la unión de sus muslos fue dura y ardiente.
—¿Y en qué pensabas?
—En esto —la alzó en vilo y con un beso veloz le arrancó un jadeo.
Le tomó la boca con una codicia que la derritió al depositarla sobre la cama enorme. Y siguió besándola, con esa capacidad que poseía de lograr que lo olvidara todo menos a él y cómo hacía que se sintiera. Los muslos de ambos estaban pegados y, aunque se hallaban vestidos, Pam podía sentir cada centímetro duro y sólido de Dillon.
Despacio, se separó de sus labios y pudo verse reflejada en los ojos de él. Lo que vio fue a una mujer intensamente atraída por el hombre con el que se hallaba y que pensaba que no quería encontrarse en ninguna otra parte.
—Quiero mostrarte cuánto te he echado de menos —dijo con voz ronca, arrodillándose ante ella mientras le acariciaba la mejilla con la yema de un dedo.
Los músculos internos de Pamela se contrajeron ante la idea de lo que volvería a hacerle.
—Entonces, enséñamelo —pidió con osadía.
—Será un placer —susurró cerca de sus labios antes de iniciar una unión lenta y sensual.
Eso hizo que Pamela experimentara un palpitar gentil entre los muslos. Experimentaba todo lo que había sentido la primera noche, pero también algo diferente. Estaba en el modo en que introducía la lengua en su boca. La besaba con un sentido de la posesión que hacía que cada célula de su cuerpo se tornara hipersensible. Y cuando le liberó los labios, sólo pudo mirarlo, carente de palabras. Los ojos de Dillon exponían con claridad que la reclamaba allí mismo.
Unas campanas de advertencia sonaron en su cabeza. Sabía cuál debía ser su futuro. Él no. Tenía que casarse con Fletcher… carecía de elección en el tema. Era algo que él no entendería, pero que no podría evitar. No importaban los sacrificios que ella misma supiera que estaba haciendo. Lo principal eran sus hermanas.
Esperó que las vibraciones que empezaba recibir de él estuvieran equivocadas y que no considerara que iba a haber algo más que lo compartido esa semana. Quizá había cometido un error al presentarse allí esa noche. ¿Quitarse el anillo de compromiso le habría hecho pensar que se hallaba dispuesta a dejar de lado su futuro con Fletcher? Debía cerciorarse de que comprendiera que ése no era el caso.
—¿Dillon?
Alargó la mano y posó un dedo sobre sus labios, y como si comprendiera lo que pasaba por su mente, musitó con voz ronca:
—Aunque no poseo todos los datos, entiendo, cariño, más que lo que piensas, y creo que es hora de que tú también entiendas una cosa: sin importar con quién puedas estar prometida para casarte, eres mía.
Antes de que Pam pudiera asimilar esas palabras, bajó la cabeza y le dio un beso tan potente como una droga embriagadora. E igual de efectivo. Su cuerpo y su mente se fundieron en un espejismo de sensaciones tan poderosas que abandonó todo deseo de tratar de convencerlo de lo contrario.
Sólo recordó fragmentos de cómo le quitaba la ropa. Pero lo que recordó con suma claridad fueron los besos que le dio por todo el cuerpo desnudo una vez acabada esa tarea. Y grabó en la memoria la visión de Dillon desnudándose, poniéndose un preservativo, una tarea complicada dado el tamaño de su erección, antes de que regresara junto a ella.
En cuanto se alzó sobre ella y le poseyó la boca con otro beso, la consumió un deseo concentrado. Momentos más tarde, se apartó para emplear esa misma boca para bajar hasta sus pezones, succionarlos con gentileza y dejarla sin aliento.
Y entonces lo tuvo cerca de la cara, alzándole las caderas, abriéndole los muslos, levantándole las piernas para apoyarlas sobre sus hombros y penetrarla con una embestida fluida que hizo que gimiera el nombre de él. Pero no paró ahí. Continuó, y con cada embestida parecía transmitirle palabras que aún no había hablado, palabras que Pam sentía cada vez que sus ojos oscuros la observaban y respiraban al unísono, como una sola persona.
Unas lágrimas repentinas brotaron en sus ojos al darse cuenta de la profundidad, intensidad e inutilidad del amor que sentía por él. Sí, se había enamorado de Dillon. Y la idea de que ese hombre fuera suyo casi la abrumó y la conmovió hasta lo más hondo del alma.
Él vio las lágrimas caer por sus mejillas y se inclinó para secarlas con besos, como si poseyera la capacidad de arreglar todo lo que iba mal en su vida. Deseó que fuera tan simple, pero sabía que no lo era.
Le rodeó el cuello con los brazos cuando volvió a besarla en la boca y luego ella misma lo besó de todas las maneras con que había soñado besarlo en las dos últimas noches.
Él cedió y le entregó la iniciativa.
Cuando Pamela vivió la explosión que le sacudió el cuerpo y rebotó al de él, no fue capaz de contener el grito de placer. Y cuando lo sintió hundirse aún más hondo en ella, lo pegó con más fuerza a su cuerpo y le rodeó la espalda con las piernas, sabiendo que, sin importar lo que él pensara ni que ella ya sabía que lo amaba, eso era lo único que iban a tener juntos.