Capítulo 7
Pam experimentó un cosquilleo en el estómago al mirar a Dillon a los ojos. Había terminado boca arriba entre sus muslos firmes y el torso poderoso sobre ella. En ese mismo instante sintió varias cosas. Se sintió capturada. Atrapada. Suya.
Desterró eso último de sus pensamientos. ¿Cómo podía estar prometida a un hombre y ser poseída por otro? En ese instante no quería verse confundida por nada, y desde luego no quería pensar en Fletcher. Era su momento, su interludio sensual, su hora para no dejar escapar algo que tal vez nunca más tuviera.
«Tú das. Yo tomo. Sin remordimientos».
Y por los ojos que la taladraban y los brazos que la encerraban por ambos lados, tuvo la impresión de que Dillon Westmoreland estaba más que dispuesto a tomar lo que tuviera que darle. Y no habría tiempo para remordimientos.
Él comenzó a bajar la cabeza y ella la alzó a su encuentro. En cuanto se tocaron, empezó a devorarla con un hambre y una necesidad que sintió hasta la misma punta de los dedos de los pies. Era un apetito distinto, que rayaba en la insaciabilidad. Como si no importara la cantidad de veces que la besara, jamás sería capaz de tener suficiente. Pero eso no significaba que no fuera a intentarlo. Y en ese caso, intentarlo significaba emplear la lengua para darle placer de un modo que había desconocido hasta encontrarse con él. Ningún hombre había dedicado tanto tiempo ni se había concentrado tanto en el detalle durante un beso. Era una práctica que Dillon había perfeccionado y Pam estaba satisfecha con la receta.
Lo daba todo y no retenía nada. Provocándola, tentándola, casi exigiéndole que lo correspondiera. Eso hizo y le devolvió el beso con la misma voracidad. Le rodeó el cuello con los brazos mientras le saqueaba con mayor profundidad la boca. En ese instante todo el sentido común de Pam voló al infierno.
Él quebró el beso al mismo tiempo que con las manos le recorría el cuerpo y la observaba. Desde el cuello comenzó un camino lento hacia el pecho. Al llegar a los senos y acariciarle los pezones enhiestos, a Pam la sacudió un placer intenso y casi olvidó respirar. Y cuando Dillon se inclinó para sustituir los dedos con la boca, sintió que el calor circulaba entre sus piernas.
Y cuando hizo que su lengua participara en el festín, jadeó.
De pronto se sintió llena, como si necesitara gritar y no pudiera. Lo más que podía hacer era acopio de energía suficiente para gemir. La boca de él le soltó los pechos y con la lengua empezó un sendero encendido hasta su ombligo. Pareció fascinado con el ombligo y con la lengua lo circundó en remolinos húmedos. Una y otra vez Pamela se sacudió y se relajó al ritmo que imponía su estómago.
Y cuando pensó que iba a regresar a su boca, él movió el cuerpo, le alzó las caderas y bajó la cabeza. En cuanto la punta ardiente de la lengua de Dillon entró en su núcleo femenino, ella emitió un gemido sonoro y él soltó un gruñido de satisfacción masculina. Por el modo en que empleaba la lengua en su interior, era evidente que disfrutaba con ese tipo de acto sexual. Le ofreció una entrega tan ardiente que se encontró al borde de las lágrimas. Estaba inmovilizada entre la lengua de Dillon y el colchón. Y comprendió que no pensaba soltarla hasta haberse saciado.
Y no iba a dejar que le metiera prisa.
Era meticuloso, empujándola una y otra vez hasta el borde del precipicio. No pudo contener la reacción y gimió sin ningún recato, aferrándose a los hombros poderosos.
E incluso unos momentos más tarde, cuando soltó un grito en el instante en que una marea de placer rompía sobre ella, la boca permaneció anclada en su núcleo, como decidida a saborear todo lo que tuviera que ofrecerle.
Sólo después, sintiéndose débil como el agua y jadeando en busca de aliento, levantó la boca y se retiró de ella. Se puso en cuclillas, se lamió los labios y le dedicó una sonrisa que casi le provocó otro orgasmo.
Mientras estudiaba las facciones de Pamela, Dillon pensó que no había nada más hermoso que ver a una mujer en el paroxismo del éxtasis. Y saber que él había sido el causante hizo que lo recorriera un torrente de deseo que le puso el cuerpo aún más duro.
Bajó de la cama en busca de sus pantalones. De un bolsillo sacó varios preservativos y dejó todos menos uno en la mesilla de noche. Luego se centró en ponérselo, consciente de que Pam seguía cada uno de sus movimientos.
Era un hombre que jamás había tenido problemas con su desnudez y la idea de que estuviera siendo inspeccionado de la cabeza a los pies no lo perturbó en lo más mínimo. Lo único que tenía en la mente era hacerle el amor a la mujer acostada en la cama. Y qué imagen ofrecía. Sexy. Desnuda. Expuesta. Daba la impresión de que tampoco ella tenía problemas con la desnudez, y eso lo alegró.
Regresó a la cama y la acercó a él. Necesitaba abrazarla, tocarla, besarla. Las bocas se encontraron y bajó la mano a los muslos separados. Introduciendo un dedo dentro de ella, le capturó el jadeo con un beso.
Incluso se tragó su gemido cuando comenzó a mover el dedo despacio dentro de ella, con caricias decididas y bien definidas, regocijándose en su humedad, aspirando su fragancia excitada.
Y mientras las bocas y las lenguas se devoraban con codicia, la necesidad se concentró en su erección palpitante.
Inseguro de que pudiera aguantar mucho más tiempo, se retiró un poco para reclinarla otra vez sobre el colchón mientras se situaba en posición, al tiempo que le abría los muslos y le aferraba las manos por encima de la cabeza.
Modificó otra vez la posición para alinear la parte inferior de su cuerpo en perfecta formación con el de Pam, con el extremo de su erección justo ante la entrada. Y entonces, mientras ella lo miraba, comenzó a bajar el cuerpo y a entrar. En cuanto su sexo estableció contacto con ese calor, quiso embestirla, pero sintió que era algo que debía saborear, aunque lo matara.
Y con cada centímetro que la penetraba, sentía como si literalmente muriera. Pamela era estrecha y los músculos de su cuerpo lo atenazaron. En respuesta a eso, le soltó las manos y la agarró por las caderas, dispuesto a entrar hasta donde pudiera.
Un mundo de placer absoluto comenzó a cerrarse en torno a él, envolviéndolo en la necesidad de moverse. La acercó por el trasero con el fin de penetrarla aún más, y con embates lentos y firmes, comenzó a reclamarla. Cada vez que entraba y salía de ella, sentía que perdía parte de su cordura al tiempo que el gozo se incrementaba.
Funcionó. Pamela comenzó a moverse con él, se unió a él. Enterrado en ella, comenzó a flexionar la parte inferior del cuerpo de un modo que le permitiera estar lo más cerca posible y empezó a embestirla con rapidez. Y cuando ella gritó su nombre, Dillon echó la cabeza atrás cuando el mismo placer que la desgarraba hizo lo mismo con él.
Y el nombre que gimió Dillon fue el de ella. El cuerpo en el que estallaba era el de ella. Y los labios que sabía que debía probar en ese mismo instante eran los de ella.
Todo era sobre ella, al igual que su capacidad de hacerle sentir cosas que ninguna otra mujer podría lograr de ese modo tan diestro y satisfactorio. Unas emociones que no pudo definir, y no sólo en el ámbito físico, activaron sus músculos y potenciaron el apetito que sentía por ella. Hacerle el amor no sólo era bueno, sino brutalmente estupendo. Tanto, que notaba los sentidos destrozados y a medida que las sensaciones seguían recorriéndola y se traspasaban a él, experimentó una satisfacción que supo que únicamente encontraría con Pamela.
Pam se preguntó si alguna vez volvería a tener la capacidad de moverse, aunque ni siquiera supo si quería hacerlo. En los brazos de Dillon, con las piernas y los brazos entrelazados y los cuerpos todavía conectados íntimamente, se sentía exhausta, deliciosamente saciada de una manera que hizo que casi ronroneara.
Tal como se hallaban, no tenía que mover la cabeza para mirarlo a los ojos, ya que él la miraba con el mismo asombro y satisfacción sexual que sentía ella. Eso era lo que Iris había querido que experimentara al menos una vez en la vida, y en ese instante se alegró de haberlo hecho.
Había usado músculos que nunca antes había empleado. Sólo podía permanecer atónita mientras su corazón intentaba calmarse.
Se sentía atesorada, protegida y deseada. No sólo por el modo en que la miraba, sino por la suave caricia de su mano al moverse por el muslo de ella, como si todavía tuviera que tocarla de alguna manera, incluso después de haber compartido un éxtasis sexual.
Movió los labios para decir algo, pero de ellos no salió ninguna palabra. No le importó, porque él se inclinó y volvió a capturarle la boca. Ella apoyó la mano en la mejilla de Dillon porque necesitaba tocarlo.
Cuando él quebró el beso, Pam se sintió perfectamente satisfecha y en el momento en que la soltó y salió de su interior para ir al cuarto de baño, experimentó una profunda sensación de pérdida. Esperó que regresara, y cuando apareció desnudo en el umbral de la puerta, las piernas largas y musculosas separadas, pensó que esa postura exhibía una atracción sexual tan masculina que estuvo a punto de babear. Le recorrió el cuerpo con la vista y lo principal que no pudo evitar notar fue que otra vez se hallaba plenamente excitado.
Verlo en ese estado provocó que se sintiera viva, promiscua, deseada. La mirada de él la quemó. Y cuando la fijó en la unión de sus muslos, experimentó un calor intenso en su núcleo femenino. Suspiró cuando avanzó despacio hacia ella.
Se detuvo junto a la cama y le ofreció su sonrisa masculina mientras se dedicaba a ponerse otro preservativo. Ella observó todo el proceso en el pesado silencio que reinaba en la habitación.
Y entonces se sentó en la cama y le abrió los brazos. Él apoyó una rodilla en el colchón, aceptó que lo recibiera y le plantó un beso en la boca. Y mientras la tumbaba, el pensamiento que no paraba de rebotar por la mente de Pam era que ésa sería su única noche juntos. Anheló con desesperación que pudiera durar.
Unas pocas horas después se encontraban completamente vestidos en el recibidor de la academia. Era poco más de medianoche y había llegado el momento de que se separaran. Juntos habían cambiado las sábanas de la cama. Luego ella había preparado chocolate caliente y se habían sentado a beberlo a la mesa de la cocina. Hablaron poco, ya que no quedaba nada por decir. Ambos se hallaban enfrascados en sus pensamientos.
Dillon tenía el diario de Jay Novak en el hotel, de modo que no podía emplear esa excusa para visitar su casa con el fin de leerlo. Pero quería volver a verla. Estar otra vez con ella. De hecho, pretendía formar parte de su vida.
Mentalmente trató de darle un sentido a esa decisión y, cuando al fin lo logró, suspiró. Ella había tocado una parte de él a la que no podía darle la espalda. Quizá Pam hubiera pensado que se trataba de una aventura de una noche pero, en lo que a él concernía, no era así.
No albergaba culpa alguna por no ser mejor que Raphael al irrumpir en el territorio de otro hombre. En todo caso, e incluso antes de besarla aquella noche, ya había descubierto que no era de Fletcher; al menos no del modo que tenía que serlo una mujer con el hombre que iba a casarse: en corazón, cuerpo y alma. Total y completamente.
Aún no era el momento de sacar el tema, pero por lo que había visto, Fletcher Mallard no era el hombre que Pam necesitaba.
Era él.
Algunos podrían considerar esa forma de pensar arrogante, quizá incluso egoísta, y probablemente tuvieran razón. Pero esa noche había pasado algo en aquella cama, algo que no podía descartar. Cada vez que la había penetrado había sentido más que placer sexual. Había experimentado una conexión que no podía explicar y una profunda y persistente necesidad de reclamarla.
No sentía que le estuviera quitando algo a Mallard, porque resultaba obvio que ese hombre no tenía ningún derecho sobre ella. Lo único que tenía era el anillo que Pam había vuelto a ponerse en el dedo. Y, aunque no le gustaba mucho verlo ahí, por el momento podía tolerarlo.
La observó. Ella tenía la vista clavada en la noche. Era hora de marcharse, pero ninguno se movía. Por algún motivo, Pamela había decidido casarse con Mallard. Le daría tiempo para que tomara otras decisiones… a su favor. Y, si no lo hacía, entonces intervendría. Era él quien la había introducido a la pasión y sería él quien continuara con las lecciones.
Mientras tanto, averiguaría qué influencia ostentaba Mallard sobre ella como para conseguir que aceptara entrar en un matrimonio sin amor ni pasión.
En ese momento sus ojos se encontraron y Dillon supo, sin importar que Pam lo comprendiera o no, que ya era suya. Esa conclusión le sacudió el sistema nervioso y le proporcionó una renovada determinación. Necesitaba tiempo para pensar, aunque por el momento aceptaría las cosas tal como estaban.
En silencio, alargó las manos y comenzó a abotonarle el abrigo. Ella le sonrió sorprendida mientras lo estudiaba.
—Gracias. Cuidas mucho de mí.
Él le devolvió la sonrisa y no le contó la verdadera causa… a saber, que ya era suya.
—Has estado demasiado excitada como para pasar frío de repente.
Ella rió y le rodeó el cuello con los brazos.
—Sí, esta noche he estado excitada y todo gracias a ti. Eres especial, Dillon. Te conozco desde hace muy poco, pero es como si te conociera de toda la vida.
Él sentía exactamente lo mismo. Con Pam todo era diferente, y sin saber cómo, simplemente aceptaba que lo era.
También sonrió al preguntar:
—Jamás he creído en todas esas cosas paranormales, pero, ¿piensas que hemos estado juntos en otra vida?
—No —respondió—. Nada habría borrado de mi mente la clase de pasión que sentí esta noche si ya la hubiera compartido contigo una sola vez —repuso con una sonrisa—. Lo que he compartido contigo hoy es algo que nunca había vivido con otro hombre. Así que tiene que haber otro motivo para explicar por qué me siento tan libre y descontrolada contigo.
Él sentía lo mismo. Tenía que haber un motivo. Pero si ella consideraba lo compartido esa noche como una aventura casual, él no podía. Si Pam pensaba que iba a regresar a Denver sin mirar atrás, se equivocaba. Y mucho.
Y para demostrárselo, le acarició la mejilla y dijo:
—Esta noche ha sido muy especial para mí, Pam. Nunca he conocido a una mujer como tú.
La expresión de ella le reveló que no sabía cómo tomar sus palabras. No le importó, porque pronto lo descubriría. Bajó la cabeza y le capturó los labios con un beso lento pero codicioso. La sintió temblar bajo su boca y, cuando ella le abrazó el cuello con más fuerza, profundizó el beso.
En ese momento supo que había cometido un error al pensar que Tammi era la mujer de su vida. Pero tuvo la certeza de que con Pam no existiría un error igual. Podía ser un misterio para algunos que sintiera semejante certeza tan pronto, pero no para él.
Despacio y a regañadientes se retiró de su boca, pero durante un momento se negó a soltarla.
—Te acompañaré al coche y luego te seguiré a casa para asegurarme de que llegas a salvo —le susurró al oído.
Pam se apartó y lo miró con cautela en los ojos.
—No tienes que hacer eso.
—Claro que sí —«por motivos que ni puedes empezar a imaginar», pensó—. ¿Lista?
—Sí, pero… —estudió su cara—. Esta noche…
No continuó y con gesto nervioso se humedeció los labios, sin darse cuenta de que reavivaba el deseo en Dillon.
—¿Qué pasa con esta noche?
—Esta noche ha sido esta noche. Mañana todo seguirá igual. Estoy prometida a Fletcher.
La miró y silenció la respuesta que realmente quería darle, una que le dejara bien claro que resultaba evidente que su compromiso era algo nominal, y que sin importar todo lo demás, ella era suya y sólo suya. Sintió un nudo en el estómago al pensar en el sexo que acababan de gozar.
La expresión de ella indicaba que esperaba que él entendiera y aceptara sus palabras. No tenía sentido contarle que tampoco pensaba hacer eso. Lo primero era averiguar por qué se había prometido con un hombre como Mallard.
Así que, para ganar tiempo, le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Lo sé —dijo. Esas dos palabras eran las únicas que se sentía capaz de ofrecerle en ese instante—. Deja que te acompañe al coche.
Ella se negó a moverse mientras analizaba un momento su expresión.
—Mañana no necesitas ir a mi casa, ¿verdad?
Él tragó saliva. Pamela intentaba cortar los lazos esa misma noche. No albergaba remordimiento alguno sobre lo sucedido, pero sabía que no podía continuar.
—No, me tomaré los dos próximos días para quedarme en el hotel, relajándome y leyendo el diario. Si me necesitas para cualquier cosa, sabes dónde localizarme.
Ella asintió y entonces fue hacia la puerta. Él caminó a su lado. Le daría dos días y, si no iba a él, prometida o no, pensaba ir tras ella.