CAPITULO VI
Era la última noche de Douane en tierra, y esa circunstancia pesaba sobre ellos como una roca, El ventanal abierto, como cada noche, mostraba el brillo de las lejanas estrellas hacia las que el comandante volaría dentro de sólo unas horas.
Tendidos uno al lado del otro, él tenía sujeta en la suya la mano de Lesley. No hablaban, quizá porque ya se lo habían dicho todo en esa noche que ella desearía que fuera eterna, que no terminara jamás.
De vez en cuando se acariciaban, pero ya habían hecho el amor hasta el agotamiento y al fin gozaban de una silenciosa paz.
Lesley miraba de vez en cuando hacia la ventana, hacia la noche, temiendo el instante en que la primera luz del alba señalaría la hora de la separación.
Al fin, ella susurró:
—¿En qué piensas?
—No pensaba en nada, tenía la mente en blanco lo creas o no.
—¿Es posible que no estés inquieto siquiera?
—Desde luego que estoy inquieto y nervioso. Eso me ocurre cada vez que estoy a punto de iniciar un vuelo al espacio exterior.
—Se me ocurre que en esta ocasión deberías sentir algo más... ya que vas a luchar contra un enemigo que puede ser mucho más poderoso que vosotros. No sabes nada de esos seres, ni de la clase de armas que poseen, ni cuáles son sus intenciones...
—Eso no podemos saberlo hasta enfrentarnos a ellos. Sin embargo, es mejor que dejes de preocuparte. Nuestras astronaves son unas máquinas casi invencibles, perfeccionadas al máximo y tripuladas por unas dotaciones experimentadas y de una bravura demostrada en mil circunstancias y emergencias.
—Pero nunca en una guerra espacial.
El no replicó. Sintió en sus dedos la presión de la mano de la muchacha. Notó que era una mano que temblaba y la oprimió a su vez.
Inesperadamente, Lesley susurró:
—Sé que no volveremos a vernos nunca más, Rob.
—Eso es una perfecta estupidez.
—Lo sé. Esta es nuestra última noche, y ya falta tan poco para que amanezca...
Incorporándose sobre un codo, Douane se inclinó sobre ella. La miró a los ojos y se sorprendió al descubrir que la mirada de Lesley era profunda y angustiada, pero no lloraba.
—Métete en la cabeza que regresaré, como he vuelto después de cada expedición. No sé lo que tardaré esta vez, pero volveré así se interpongan en mi camino todos los planetas de la galaxia
—Bésame. Ni tú mismo crees lo que estás diciendo.
El abatió la cabeza y sus labios se encontraron. Acarició el cuerpo tenso y estremecido de la muchacha sintiéndola vibrar en sus manos.
Ella le rodeó el cuello con los brazos, apretándolo contra sus pechos desnudos. Douane musitó:
—¿Quieres otra vez?
—Aún no...
—¿Cuándo, entonces?
—Un minuto antes de que te vayas. Así me parecerá que estás más tiempo conmigo.
—Sigues obsesionada con lo mismo.
—Rob...
—¿Qué?
—Te quiero.
El sonrió.
—Menos mal que lo has dicho, porque nunca me había dado cuenta.
—Soy una tonta por estar tan preocupada. No me gustaría que te fueras a esa difícil misión creyendo que dejas atrás una mujer histérica y pusilánime. Quiero que te vayas como las otras veces, seguro de que vas a volver.
—¡Claro que voy a volver! Ya te lo dije antes.
—Estoy segura. Tú eres un ganador, Rob, siempre lo fuiste.
El se echó a reír. Sabía perfectamente que ella intentaba borrar toda preocupación de su mente en esos instantes finales de una noche como nunca antes habían vivido otra igual.
—Pensaré eso la próxima vea que juegue al póker.
Al fin, el alba se insinuó en el rectángulo de la ventana; las estrellas palidecieron y un soplo de aire tibio del océano acarició sus cuerpos desnudos, como un aviso de que el tiempo se agotaba.
Lesley dijo con voz ronca:
—Ahora, ámame, querido... ¡Ámame como nunca!
—Lesley...
Un sollozo rompió la garganta de la muchacha. Se aferró a él casi frenética.
—¡No hables! —rugió—. ¡Ámame por última vez!
—No será la última vez.
—¡Rob!
El la estrechó entre sus brazos. Aunque se negara a reconocerlo, experimentaba una tensión desconocida y, por primera vez, se confesó que tal vez ella tuviera razón en su corazonada y ésta fuera su última noche juntos.
Casi con furor la poseyó como impulsado por un viento del infierno. La oyó jadear en medio de silencioso llanto y sus dientes chirriaron odiándose a sí mismo porque no era así como hubiera querido que fuera esa última tormenta sensual.
Pero fue realmente una tormenta, un estallido que les vació de todo sentimiento dejándoles exhaustos, abracaos, jadeantes, doloridos y casi avergonzados por haberse dejado hundir hasta las profundidades de un torbellino que no tenía nada que ver con el amor.
La claridad del amanecer había borrado ya las estrellas, cuando Lesley murmuró:
—Vete ahora, Rob... ¡Vete!
—Les... no quisiera dejarte así...
—No puedes hacer nada por evitarlo. Sólo que no lo prolongues demasiado, Rob, por favor.
El se desprendió de sus brazos. Al separarse del cuerpo de la muchacha sintió como si desgarrara una parte de su propio cuerpo
Se dirigió a la ducha y después se enfundó en su uniforme, sin que ninguno de los dos dijera una palabra. Se ajustó el cinto, del que colgaba su reglamentaria pistola de rayos Lasser, y finalmente se detuvo junto al lecho.
Lesley no se había movido. Estaba aún tendida allí, mirándole con sus grandes ojos llenos de lágrimas.
Se inclinó sobre ella, la besó larga y dulcemente y, después, sin musitar una palabra, se fue.
Aunque entonces no podía sospecharlo, ella había tenido razón. Fue su última noche juntos en este mundo.