Capítulo X

LAS paredes del inmenso despacho estaban cubiertas de madera oscura, una espesa alfombra cubría todo el suelo, y la mesa de trabajo parecía la cubierta de un acorazado.

Además, había un inmenso diván que ocupaba todo un ángulo de la pieza, butacas esparcidas como a boleo y un bar construido con la misma clase de madera que las paredes.

El millonario había rebasado los cincuenta años, era alto, empezaba a perder su esbeltez y eso parecía disgustarle. Sus ojos de ave de presa tenía tonalidades aceradas mientras miraban avanzar al detective desde la puerta a la mesa.

—¿Y bien, señor Buchanan? —gruñó.

—No le haré perder el tiempo. ¿Recuerda una fiesta dada en casa del señor Shaw hace doce días?

—Perfectamente.

—¿Asistió Peter Brake a ella?

—Sí.

—¿Qué sucedió allí?

—¿Qué sucedió con Brake, quiere decir?

—Ciertamente.

—Que bebió como un cosaco. Le dio por ahí esa noche. Todos bebimos mucho, pero él ganó el premio.

—¿Y cómo salió de la fiesta? Porque imagino que no estaría en condiciones de conducir.

—Eso no lo sé. Imagino que alguno de los sirvientes pediría un taxi por teléfono. Y ahora, deje que sea yo quien haga las preguntas, si no le importa. ¿Por qué ese interés por el pobre Brake?

—Trato de establecer los pasos que dio aquella noche, eso es todo.

—Eso no es nada. ¿Por qué?

—Le diré algo, señor Terence… Algo sucedió la noche de la fiesta… Sea lo que sea, fue una circunstancia que interfirió en los propósitos inmediatos de Peter Brake.

—Quisiera que concretara usted un poco más. Detesto las vaguedades, Buchanan.

—Lo siento, pero de momento esto es todo lo que puedo decirle. ¿Recuerda quiénes más asistieron a la fiesta? Eso me ayudaría enormemente…

—No veo por qué razón he de ayudarle sin saber qué es exactamente lo que usted anda buscando.

—Tal vez para ayudar al propio Brake.

Las espesas cejas del millonario saltaron hacia arriba, estupefacto.

—Usted debe andar mal de la cabeza —refunfuñó—. Peter está muerto, de modo que no veo cómo podría usted ayudarle.

—Quizá se lleve usted una sorpresa a este respecto, señor Terence. Gracias por todo.

Se encaminó a la puerta. Antes de llegar a ella, el millonario exclamó:

—¡Aguarde un minuto, Buchanan…!

—¿Sí?

—Vuelva aquí.

—No hay nada más que yo pueda decirle sobre este asunto.

Abrió la puerta y salió, dejando a un millonario iracundo y desconcertado. O quizá preocupado.

Poco a poco, descolgó el auricular y pidió a su secretaria principal que le pusiera en comunicación con Parker Shaw.

Esperó, tambaleándose nerviosamente con los dedos sobre la mesa.

—¿Parker…? —exclamó al fin—. Habla Terence… Acaba de estar aquí un detective privado interesándose por los pasos de Brake la noche de la fiesta. Tú estuviste allí. Me gustaría saber qué persigue ese individuo concretamente… ¿Cómo? Bueno, tuve la impresión de que sólo conocía mi nombre, de cuantos asistimos…

Escuchó unos instantes y luego añadió:

—Bueno, pensé que si se entrevistaba contigo quizá tú pudieras averiguar qué es lo que anda buscando. Todo lo que yo sé… ¿Qué? Bien, llámame en todo caso., Colgó y echándose atrás en el sillón basculante encendió un cigarrillo. Estaba desconcertado y eso era algo que no le sucedía en mucho tiempo.

* * *

Llamó por teléfono a su despacho y cuando oyó la suave voz de su secretaria, preguntó:

—¿Ingresó el cheque esta mañana, linda?

—Fue lo primero que hice al llegar. ¿Va usted a venir un día de éstos, señor Buchanan?

—Quizá. ¿Hay algo ahí que —requiera mi atención inmediata?

—Aquí exactamente no. Pero sí en la jefatura de policía.

—¿De veras?

—Ignoro en qué anda metido, pero el capitán Sheridan está desgañitándose intentando saber dónde puede localizarle.

—Sheridan puede esperar. ¿Es eso todo?

—De momento, sí.

—Muy bien. Siga cuidando el negocio, pelirroja, y un día de éstos le aumentaré el sueldo.

Colgó, para volver a discar otro número. Esta vez, el de la policía.

Realmente, la voz del capitán Sheridan semejó el rugido de un huracán cuando supo quién le llamaba.

—¡Tienes treinta minutos para presentarte aquí! —estalló, con tanta violencia que el auricular vibró como una cosa viva—. ¡Treinta minutos, Irwin! Después, cursaré una orden de captura contra ti.

—¿Tan mal está la cosa? —rió el detective.

—¡Peor!

—¿Por qué, qué ha cambiado?

—¡Holstein!

—Oh, eso…

—Se encontraron huellas dactilares en todas partes, incluso en el cuchillo que sirvió para la carnicería.

—No serían las mías.

—¡Maldito seas! Eran las de Peter Brake, y tú has andado restregándome el nombre de ese tipo por las narices con mucho interés. De modo que date prisa o te encerraré hasta que te salgan canas.

—Ya me salieron hace tiempo, ¿lo has olvidado?

—¡Irwin, maldita sea! ¿Vas a colaborar o no?

—Desde luego que sí, pero a mi modo.

—¿Qué infiernos quieres decir con eso?

—Que tengo un cliente y debo defender mis ingresos, aunque sólo sea para pagar los impuestos. Te veré en cualquier momento.

—¡Nada de eso! Dentro de media hora, ni un minuto más.

—Sí, ya sé…

Colgó. Le hubiera gustado preguntar al policía cómo había relacionado las huellas encontradas con Peter Brake, porque no era probable que le tuviera fichado.

Pero hacer más preguntas hubiese acabado de enfurecer a Sheridan, y ese dato podría averiguarlo en cualquier momento.

Condujo el coche hacia el sur, buscando la salida a la carretera de la costa con la mente trabajando a toda presión.

Había averiguado mucho y nada. Hasta el momento, Brake llevaba ventaja en cuanto a cargar con el asesinato de Holstein, y probablemente si no encontraba nada mejor, los federales intentarían estrujarle también bajo la acusación de ser el autor del sabotaje al avión. El hecho de que en su lugar, y utilizando su nombre, hubiera viajado otro individuo le convertía en el principal candidato para los muchachos de Washington.

De pronto, se sorprendió preguntándose si no sería realmente Brake el culpable de ambos hechos. Si era así, y todo le acusaba, iba a verse metido en el peor lío de su vida, porque hasta ese momento lo único que había estado haciendo en concreto era mantenerlo oculto, ayudándole a eludir a la policía, convirtiéndose en su cómplice, ni más ni menos.

Masculló un juramento, disgustado.

El sol estallaba sobre el mar con reflejos dorados. Un día magnífico para tumbarse en la playa y no pensar en nada… Un día para pasarlo con Carol, por ejemplo.

Hizo una mueca y dejó de pensar en ella.

Estacionó el coche bajo el cobertizo al llegar. Descubrió el leve movimiento en la ventana y frunció el ceño. El asunto estaba durando demasiado.

Entró y encontró a Brake atareado mezclando unas bebidas.

Betty Rogers estaba sentada en el diván, y se puso rígida cuando le vio.

—¿Lo pasan bien? —gruñó, encendiendo un cigarrillo.

—¿Usted es quien me trajo aquí? —le espetó la muchacha.

—¿No se lo ha dicho Brake?

—Sí…

—¿Se encuentra bien, muchacha? Necesito hacerle un montón de preguntas.

Ella desvió la mirada hacia Brake, que en ese momento se le acercaba ofreciéndole una de las copas.

—Sí —murmuró—. Pero él tampoco sabe mucho de esto.

—En sus condiciones, es un milagro que sepa algo, pero usted es muy distinto. Brake, ¿le ha contado lo de Holstein?

—Sí.

—Bien, ya lo encontraron. Y han identificado las huellas como suyas.

—¿Están buscándome?

—Sí.

Peter Brake se estremeció violentamente. Desamparado, murmuró:

—Si usted no me ayuda, Buchanan, estoy perdido, porque ni yo mismo sé si lo maté o no.

—De eso, yo tampoco estoy seguro. Pero empecemos por nuestra amiguita. Veamos qué puede contarnos de este embrollo.

—Me ha dicho todo lo que sabe, Buchanan —se anticipó Brake, vaciando la copa—. Ella dice que alguien pagó por asesinarme.

—¿A ella?

La muchacha sacudió la cabeza.

—A Holstein —dijo—. Le dijeron que matara a Brake y le hiciera desaparecer, y para eso le pagaron cinco mil dólares.

—¿Quién?

—No quiso decirme el nombre… Dijo que cuanto menos supiera del asunto, mejor para mí.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace diez o doce días.

—Entonces, ¿por qué no lo hizo, por qué no lo mató entonces?

Ella hizo un movimiento desalentado con las manos.

—Holstein tenía una mente retorcida como un sacacorchos… El ideó el plan. Conservar vivo a Brake, aunque prisionero, y sacarle más dinero al hombre que le había contratado, con la amenaza de contarle todo el propio Brake y dejarle libre… —Ya veo…

Peter Brake exclamó:

—¡Maldita sea, si pudiera saber quién es… si pudiera tenerlo en mis manos sólo cinco minutos…!

El detective le hizo callar con, un gesto brusco.

—¿Qué papel jugó usted en esta historia, Betty?

—Yo debía ocuparme sólo de vigilar a Brake. Lo trajo a casa inconsciente, después de recogerlo completamente borracho. Le golpeó con una «matraca» detrás de la cabeza para asegurarse, no obstante.

—Siga.

—Cuando Brake recobró el conocimiento no recordaba nada, ni siquiera quién era…, y yo le cuidé. Entonces odié a Holstein…

—Ella se portó bien conmigo. Buchanan —dijo Brake con voz rara.

Irwin enarcó las cejas y paseó la mirada de uno al otro.

—No vayan a ponerse tiernos ahora. Hay un trabajo endiablado por hacer.

Escúcheme, Betty, ¿no tiene ni una ligera idea de la identidad del tipo que pagó para asesinar a Brake, ni de la manera cómo se puso en contacto con Holstein, ni si tenía algún número de teléfono donde llamar…?

—No, lo siento… No creo que tuviera nada anotado.

Buchanan fue hacia el bar y se sirvió una dosis de whisky.

Volviéndose con el vaso en la mano, espetó:

—¿Era Holstein quien le proporcionaba las drogas, Betty?

Ella se sobresaltó.

—No… Él no quería que yo…, que yo tomara nada.

Eso coincidía con lo revelado por el rufián a quien golpeó, lo que indicaba que ella estaba siendo sincera.

—Está bien, va a tener que quedarse aquí un poco más, Betty. Espero que Brake sea una buena compañía.

—Lo es…, pero, ¿por qué hace esto por mí? Comprendo que ayude a Peter…, él es su cliente. Pero mi caso es distinto. Yo no voy a poder pagarle nada…

—Piense un poco, muchacha. Yo llegué hasta usted siguiendo el rastro de Holstein. Y el tipo que le mató no está dispuesto a correr riesgos. Usted es un riesgo para él, puesto que «sabe». Aquí estará segura por lo menos, y yo voy a necesitar su testimonio tarde o temprano.

—¿Quiere decir que también quieren asesinarme a mí?

—Probablemente.

Encendió otro cigarrillo y desentendiéndose de la muchacha se encaró con Brake.

—Usted asistió a una fiesta en casa de Parker Shaw, amiguito. Veamos qué recuerda de eso.

—¿Shaw, Parker Shaw?

—En la casa de éste. Un tal John Terence asistió también, y algunos otros, aunque ignoro quiénes fueron.

—Terence. ¡John!

—¿Le recuerda?

—Ese nombre me es familiar.

—¿Recuerda quién es Parker Shaw?

—No.

—El secretario privado del millonario Hulston. ¿Qué tenía usted que ver con él?

—No lo sé… ¡No lo sé, maldita sea! Voy a volverme loco, Buchanan. ¿Quién es Hulston?

—Se considera uno de los hombres más ricos de este país. Controla enormes intereses petrolíferos en todo el mundo, es propietario de varias compañías aéreas y de navegación… ¿No acude nada a su memoria?

Desalentado, Brake sacudió la cabeza con desesperación.

—Bien, veamos otra cosa… Estuve hablando con su secretaria. ¿Recuerda por lo menos cómo se llama ella?

—Tampoco… Le repito que mi mente está completamente en blanco.

Betty intervino vivamente:

—¿No cree que debería verle un médico?

—Ningún médico puede curarle la amnesia. Si ha de recobrar la memoria será por sus propios medios. Oiga, muchacha; se me ocurre que se interesa usted mucho por él, teniendo en cuenta que jugó un papel comprometido en su secuestro.

—Yo sólo lo cuidé. No supe lo que Holstein tramaba hasta que lo trajo a casa.

—Dejémoslo, es algo que ahora carece de importancia.

Sacó la copia de la carta que Carol le había facilitado y la entregó a Brake.

—Lea esto… Esta carta fue la razón de que usted preparase urgentemente ese viaje que debió haber emprendido, pero que no hizo, afortunadamente para usted.

Brake leyó el texto y luego levantó la mirada, perplejo:

—Señora Bowman —musitó—. Honolulú… ¡Dios, Buchanan, yo recuerdo a esa mujer, y el viaje! Yo debía haber ido a Honolulú…

Buchanan contuvo el aliento.

—¡Adelante, Brake, siga, inténtelo!

—Recuerdo eso… que iba a Honolulú para entrevistarme con la señora Bowman… La conocía hacía años.

—Esa carta…

—La carta…

Volvió a leerla, como asombrado.

Irwin dijo:

—En ella esa señora Bowman le recuerda que después de su última inversión de cien mil dólares aún no había recibido los comprobantes ni las acciones. Emplea un lenguaje familiar al tratar con usted, lo que demuestra que estaba acostumbrada a esta relación… ¿No recuerda nada más?

—No, lo siento…, pero lo conseguiré… ¡Lo conseguiré aunque tenga que golpearme de cabeza contra las paredes!

—Tómelo con calma. Aún no he terminado con las sorpresas. Usted perdió el avión de Honolulú, Brake, pero alguien lo tomó en su nombre. Utilizó su propio pasaje para subir a bordo.

Boquiabierto, el amnésico se quedó mirándole como si no pudiera dar crédito a sus palabras.

—¿Está seguro, Buchanan? —balbució.

—Sin duda. Incluso pagó un suplemento por exceso de equipaje… y lo hizo también a su nombre.

—Entonces, ese impostor debe haberse entrevistado con la señora Bowman…

—No.

—Pero si él fue con mi nombre…

—Alguien colocó una bomba en el avión, Brake.

De nuevo el aludido se tambaleé, incrédulo.

—¡No habla en serio! ¿Quiere decir que hicieron estallar el avión?

—Eso fue lo que sucedió exactamente. Sus restos se hundieron en el mar y sólo se salvó una azafata, que se encuentra en el hospital, muy grave.

—De modo…, de modo que si yo lo hubiese tomado, ahora estaría muerto…

—Ciertamente.

Tuvo que sentarse en el diván, al lado de la asombrada muchacha, porque sus piernas apenas podían sostenerle.

De pronto levantó la cabeza y sus ojos asustados se clavaron en el impasible rostro de Irwin.

—¡Un momento! —exclamó—. Por el modo como lo dice todo…, es como si sospechase que yo había colocado esa bomba.

—¿Qué le dio semejante idea?

—No lo sé.

—¿Lo hizo acaso?

—¡Condenación! ¿De qué lado está usted, Buchanan? Claro que no lo hice. ¿Olvida que después de la fiesta Holstein me echó el guante?

—No lo olvido. Y más bien creo que esa bomba fue colocada en el avión para terminar con usted. Pero eso nos crea —otro dilema, puesto que delataría a otro individuo dispuesto a matarle. Mucha gente con la misma determinación implacable contra usted.

—¿Quiere decir…?

Su voz se extinguió.

El detective dijo:

—Piénselo un poco. Un hombre paga a Holstein para que le mate y le haga desaparecer. Ese tipo ya está tranquilo, se ha librado de usted. Pero hay otro…, otro que sabe que usted va a tomar ese avión sin falta, y coloca un explosivo a bordo, sin importarle asesinar a más de un centenar de personas si con ello se libra de usted. Parece como si todo el mundo estuviera ansioso por quitarle de en medio.

—Es horrible. Y es más horrible aún no poder pensar en nadie…, no saber quién es… —«Quiénes son», Brake. Hable en plural.

—¡Tiene que descubrirles, Buchanan, malditos sean!

—Primero he de sacarle a usted de esto. Supongo que el nombre de James Foley tampoco le recordará nada…

—No. ¿Quién es?

—«Era» el tipo que se hizo pasar por usted al tomar el avión. El tipo que murió en su lugar, un matón recién salido de presidio.

—Lo que dije antes…, para volverse loco.

Buchanan aplastó el cigarrillo en un cenicero. Con aspecto sombrío, gruñó:

—Quédense aquí, los dos. Volveré tan pronto pueda, o cuando tenga algo más que discutir con ustedes. ¿Ha comprendido bien la situación, muchacha?

Betty asintió.

—No deben dejarse ver, ni responder al teléfono… Yo no les llamaré de ahora en adelante, y soy el único que sabe que están aquí. ¿Comprenden?

Cuando llegaba a la puerta, tras él, Brake dijo:

—Está usted ganándose bien el dinero, Buchanan…

Se encogió de hombros, cerró y cada vez más perplejo emprendió el camino de regreso a Los Angeles.