Capítulo V
EL capitán Sheridan, de la Brigada Secreta de Los Angeles, era un individuo taciturno, a quien la experiencia y las dificultades para elevarse hasta el puesto que ocupaba habían dado cierto aire ceñudo que conocían bien muchos individuos que pudrían sus huesos en las cárceles.
Tras escuchar a Buchanan envuelto en una cortina de espeso humo, gruñó:
—Ahora dime una sola razón por la cual deba complacerte. Con franqueza, yo no veo ni una sola.
—Bueno, tal vez pueda corresponderle antes de lo que imaginas.
—¿Quién, tú? —cacareó.
—Eso dije.
—Mira, esa catástrofe de aviación está siendo el asunto del año, no sólo aquí, sino en todo el país. Los federales y sus especialistas la han agarrado y no la soltarán hasta desentrañar el misterio. Se trata del peor sabotaje desde la guerra y murieron en él más de cien personas…
—¿Adónde quieres ir a parar con toda esta explicación?
—Sencillamente a esto: Si yo empiezo a interferir ante las narices de los muchachos del FBI querrán saber por qué lo hago, qué busco y por qué razón. Y no tendría una condenada razón que darles. ¿Lo ves ahora o estás bizco?
—Todo lo que pido es echar un vistazo a los equipajes que, según los periódicos, fueron recogidos por ese barco que acudió en auxilio del avión.
—Casi nada, ¿eh?
—¿Sí o no, Sheridan?
—No. A menos que hables un poco más.
El detective suspiró resignadamente.
—Está bien, tú ganas. Quiero revisar el equipaje de un tal Peter Brake, si es que fue recogido en el mar.
—¿Por qué?
—¡Cuernos, esto parece el tercer grado!
—Te conozco, por algo fuiste uno de mis mejores oficiales no hace tantos años. ¿Por qué, Irwin?
—Bueno. Tengo mis dudas respecto a ese equipaje y su dueño…
—Más claro.
Buchanan encendió un cigarrillo, como si se sintiera apabullado.
—Hagamos un trato —propuso—. Tú me facilitas el modo de que yo pueda examinar ese equipaje…, si es que existe. Luego, yo te proporciono uno de esos embrollos a los que eres tan aficionado… Un embrollo que llevará tu nombre a las páginas de los periódicos durante un mes como mínimo.
—A veces me gustaría retorcerte el pescuezo…
El policía descolgó el teléfono y pidió comunicación con la Oficina Federal de Los Angeles.
Mientras esperaba, comentó:
—Si tienes la idea de escabullirte sin dar nada a cambio de mis desvelos, ya puedes ir cambiando de plan, viejo zorro. Tengo un par de ideas para obligarte a soltar la lengua.
—¿Te he fallado alguna vez? —exclamó Buchanan, indignado.
—¿Alguna? Podría nombrar cincuenta sin pensar mucho… ¡Oiga! Quiero hablar con Frank Lovejoy —ladró a través del auricular.
Esperó unos instantes y luego dijo:
—¿Frank? Aquí Sheridan, de la Secreta… ¿Cómo te va? Sí, claro, lo contrario sería demasiada suerte…
Bueno sí, realmente, quiero algo… Es sólo un pequeño favor. Esos equipajes que se recuperaron del avión saboteado… ¿Qué? No, no, nada de eso, Frank. Es estrictamente fuera de la línea oficial. Oye, ¿hay alguna maleta o algo así de un tal Peter Brake? Sí, esperaré.
Buchanan gruñó:
—No veo que te pongan demasiadas dificultades…
—Aún no les he pedido nada. Espera y verás.
Instantes después la voz del teléfono vibró de nuevo. Sheridan emitió unos monosílabos y luego gruñó:
—Espera un segundo, Frank… —se encaró con Buchanan—. Hay una pequeña valija de Peter Brake entre los equipajes recuperados. Saben el nombre por la etiqueta sujeta al asa. ¿Y bien?
—Quiero echarle un vistazo…
—Bien —lo pensó un instante y tras esto habló de nuevo por el auricular—. Está bien, Frank. ¿Sería posible dar un vistazo a esa valija? Por supuesto, extraoficialmente… ¿Qué? Tú puedes conseguirlo, hombre. Es sólo ver su contenido, ni más ni menos. Ajá… Gracias, iremos ahí ahora mismo.
Colgó y sus ojos astutos se clavaron en el detective.
—Bueno, podemos examinar el contenido de esa maleta.
—¿Has dicho «podemos»?
—Oíste perfectamente. Iré contigo.
—No te fías de mí, ¿eh?
—Tanto como del demonio. Andando, tipo listo.
Cuando descendían las escaleras, Buchanan comentó cual si la cosa no tuviera la menor importancia:
—Tal vez fuera buena cosa que ordenases a alguien que siguiera al coche que me está siguiendo a mí.
El capitán se detuvo en seco.
—¿Por qué infierno no lo dijiste antes?
—Porque pensé que quizá fueran demasiadas peticiones a la vez. Pero es el caso de un sedán negro, con matrícula de la ciudad, viene tras de mí desde hace rato.
—Vamos a verlo.
Buscaron el coche sospechoso, pero no pudieron localizarlo por ningún lado.
Buchanan gruñó perplejo:
—Tal vez se cansó de esperar.
—O tú viste visiones. A veces, a los tipos listos los dedos se les antojan huéspedes.
—Puede que tengas razón…
Tomaron el coche del detective y salieron del aparcamiento a toda velocidad…