17 La máquina de la experiencia
«Supongamos que existiera una máquina de la experiencia que pudiera suministrarte alguna experiencia que desearas. Unos neuropsicólogos maravillosos estimularían tu cerebro de modo que pensarías y sentirías que estás escribiendo una novela genial, o haciendo amistad con alguien, o leyendo un libro interesante. Durante todo el tiempo estarías flotando en un gran recipiente con electrodos conectados a tu cabeza. ¿Te conectarías a esta máquina para siempre, programando anticipadamente los deseos de toda tu vida? … Naturalmente mientras estuvieras en el recipiente no sabrías que lo estás; pensarías que todo está ocurriendo de veras … ¿Te conectarías? ¿Qué más nos importa, aparte de cómo sentimos interiormente nuestras vidas?»
«Entre el sufrimiento y la nada, me quedaría con el sufrimiento.»
William Faulkner, 1939
El creador de este experimento mental en el año 1974, el filósofo norteamericano Robert Nozick, piensa que las respuestas a sus últimas preguntas son, respectivamente: «No» y «Mucho». A simple vista, la máquina de la experiencia se parece mucho al cerebro en la cubeta de Putnam (véase capítulo 2). Los dos experimentos describen realidades virtuales en las que se simula un mundo que resulta completamente indiscernible, por lo menos desde dentro, de la vida real. Pero mientras que Putnam se interesa por la situación del cerebro en la cubeta, y por las implicaciones que tiene para el establecimiento de los límites del escepticismo, la principal preocupación de Nozick es la situación de las personas antes de conectarse a la máquina: ¿escogerían una vida conectada a la máquina? y, si lo hicieran, ¿qué nos revelaría su elección?
Cronología
«La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Sólo ellos pueden indicarnos qué hacer.»
Jeremy Bentham, 1785
Se trata de escoger entre una vida simulada de ilimitado placer, en la que cada ambición y cada deseo se colmaran; y una vida real marcada por todas las previsibles frustraciones y decepciones, la mezcla habitual de sucesos incompletos y de sueños incumplidos. Pero a pesar del evidente atractivo de la vida conectada a la experiencia de la máquina, la mayoría de la gente, cree Nozick, no escogería que la conectaran. La realidad de la vida es importante: queremos hacer determinadas cosas, no sólo experimentar el placer de hacerlas. Pero si el placer fuera lo único que determinara nuestro bienestar, si fuera el único elemento constitutivo de la vida buena, seguramente no escogeríamos la vida real, puesto que es mucho mayor el placer que obtendríamos conectados a la máquina de la experiencia. A partir de esta idea, Nozick infiere que, además del placer, existen otras cosas que consideramos intrínsecamente valiosas.
El utilitarismo clásico Esta conclusión da al traste con cualquier teoría ética hedonista (basada en el placer), y en particular con el utilitarismo, al menos en la formulación clásica que dio su fundador, Jeremy Bentham, en el siglo XVIII. El utilitarismo es la concepción para la cual las acciones deben juzgarse como buenas o malas en atención a su capacidad para incrementar o reducir el bienestar humano o la «utilidad». Desde Bentham se han propuesto múltiples interpretaciones de la utilidad, pero para él consistía en la felicidad y el placer humanos, y su teoría de las acciones correctas se resume en ocasiones como el fomento de «la mayor felicidad del mayor número posible».
Al utilitarismo no le asustan las conclusiones morales que se oponen a nuestras intuiciones habituales (véase el capítulo 17). Para Bentham, una de sus principales virtudes consistía en que proporcionaba una base racional y científica a las decisiones sociales y morales, a diferencia de lo que ocurría con las caóticas e incoherentes intuiciones en las que se basaban los llamados derechos naturales y la ley natural. Con el propósito de brindar este fundamento racional, Bentham propuso un «cálculo de la felicidad», de acuerdo con el cual las distintas cantidades de placer y dolor que producía cada acción podían medirse y compararse; la acción correcta en una ocasión dada podía determinarse entonces mediante un simple proceso de suma y resta. Así, para Bentham los distintos placeres difieren únicamente en cuanto a la duración y la intensidad, no en cuanto a su calidad; se trata de una concepción del placer considerablemente monolítica que parece vulnerable a las implicaciones de la máquina de la experiencia de Nozick. Dada su naturaleza inflexible, cabe sospechar que Bentham hubiera estado encantado de machacar la idea que el experimento mental de Nozick plantea. Sin embargo, a J. S. Mill, otro de los padres fundadores del utilitarismo, sí que le preocupaba limar algunas asperezas de la teoría.
Variedades del utilitarismo
El utilitarismo es, históricamente, la versión más relevante del consecuencialismo, es decir, de la concepción según la cual las acciones deben juzgarse como correctas o incorrectas a la luz de sus consecuencias (véase el capítulo 17). En el caso del utilitarismo, el valor de las acciones lo determina su contribución al bienestar o la «utilidad». En el utilitarismo clásico (hedonista) de Bentham y Mill, la utilidad es entendida como el placer humano, pero esta concepción se ha modificado y ampliado en distintos sentidos desde entonces. Las distintas versiones reconocen siempre que la felicidad humana depende no sólo del placer sino también de la satisfacción de una vasta gama de deseos y preferencias. Algunos teóricos también han propuesto ampliar el alcance del utilitarismo más allá del bienestar humano para abarcar otras formas de la vida sensible.
También existen diversas concepciones sobre cómo debe aplicarse el utilitarismo a las acciones. De acuerdo con el utilitarismo de acción o directo, cada acción debe evaluarse en atención a su contribución a la utilidad. En cambio, de acuerdo con el utilitarismo normativo, el desarrollo adecuado de la acción lo determinan distintas normas cuyo seguimiento general promoverá la persona inocente puede contribuir en determinadas ocasiones a salvar muchas vidas y, en consecuencia, incrementará la utilidad general, de manera que para el utilitarismo de acción éste sería un modo de actuar correcto. Sin embargo, como regla, matar a un inocente reduce la utilidad, de modo que el utilitarismo normativo sostiene que la misma acción es incorrecta, incluso aunque pudiera tener consecuencias beneficiosas en alguna ocasión particular. El utilitarismo normativo coincidiría así con nuestras convicciones comunes acerca de los asuntos morales, aunque los utilitaristas más recientes no se encomienden necesariamente a este principio: por distintas razones les parece incoherente cuando no objetable.
«Las acciones son correctas en relación con su capacidad para promover la felicidad, e incorrectas cuando tienden a producir lo contrario de la felicidad.»
J. S. Mill, 1859
Placeres elevados y bajos Los críticos contemporáneos se han apresurado a señalar hasta qué punto era limitada la concepción de la moralidad que brindó Bentham. Al suponer que la finalidad más elevada de la vida era el placer, aparentemente dejó de lado todo tipo de cosas que cualquiera de nosotros consideraría como inherentemente valiosas, tales como el conocimiento, el honor y los logros; Bentham propuso (éste es el cargo que le imputa Mill) «una doctrina digna sólo de cerdos». El propio Bentham, de un modo espléndidamente igualitario, se hizo cargo de la acusación: «Dejando a un lado los prejuicios —declaró—, la petanca es un juego tan valioso como las artes y las ciencias de la música y la poesía». Dicho de otro modo, si un juego popular produce una mayor cantidad general de placer, el juego es asimismo más valioso que las actividades más refinadas del intelecto.
A Mill le incomodaba la conclusión directa de Bentham y aspiraba a modificar el utilitarismo para evitar las críticas de sus adversarios. A las dos variables de Bentham para medir el placer —la duración y la intensidad—, Mill añadió una tercera —calidad— mediante la que introducía una jerarquía de placeres elevados y bajos. De acuerdo con esta distinción, algunos placeres, tales como los del intelecto y las artes, son más valiosos por naturaleza que los meramente físicos, y al atribuirles mayor peso en los cálculos de placer, Mill pudo concluir que «la vida del insatisfecho Sócrates es mejor que la de un tonto satisfecho». Pero esta adaptación tuvo su precio. En última instancia, uno de los atractivos aparentes del esquema de Bentham —su simplicidad— había perdido fuerza, aunque la operación del cálculo de la felicidad implica una considerable dificultad en cualquier caso. Pero existe un problema más serio: la noción de Mill de distintos tipos de placer parece exigir algún criterio distinto del placer para poderlos distinguir. Si la idea de utilidad la constituye algo más que el placer, Mill debería poder hacer frente a problemas como el que plantea Nozick, aunque entonces la cuestión tal vez sea hasta qué punto su teoría sigue siendo estrictamente utilitarista.
La idea en síntesis: ¿basta con la felicidad?