03 El velo de la percepción
¿Cómo vemos (y oímos y olemos) el mundo?
La mayoría de nosotros damos por descontado que los objetos físicos que nos rodean son más o menos como los percibimos, pero esta noción del sentido común plantea problemas que han llevado a algunos filósofos a preguntarse si es cierto que observamos el mundo exterior directamente. Desde su punto de vista sólo tenemos acceso a «ideas» o «impresiones» interiores o (en términos modernos) a «datos de los sentidos».
El filósofo inglés del siglo XVII John Locke acuñó una célebre metáfora para elucidar este asunto. Sugirió que el conocimiento humano es una especie de «armario completamente oscuro, con unas pocas aberturas tan sólo, por las que entran apariencias externas visibles, o ideas de cosas del exterior».
Pero la concepción de Locke plantea un problema grave. Podemos suponer que las ideas que entran en el armario son representaciones más o menos fieles de las cosas que hay afuera, pero en última instancia el que esas representaciones interiores se correspondan fielmente a los objetos externos (o a cualquier cosa, al fin y al cabo) es una inferencia. Nuestras ideas, que es a lo único a lo que tenemos acceso, forman un impenetrable «velo de la percepción» entre nosotros y el mundo exterior.
En su Ensayo sobre el entendimiento humano de 1690, Locke dio una de las explicaciones más exhaustivas de lo que se conoce como modelos «representacionales» de la percepción. Cualquier modelo que, como éste, incorpore ideas mediadoras o datos de los sentidos abre una brecha entre nosotros y el mundo exterior, y es en esta brecha en la que echa sus raíces el escepticismo sobre nuestras pretensiones de conocimiento. Sólo restableciendo un vínculo directo entre el observador y los objetos externos puede rasgarse el velo y derrotarse al escepticismo. Pero considerando todos los problemas que provoca este modelo, ¿por qué adoptarlo de entrada?
Cronología
El teatro cartesiano
En la modernidad se llama «realismo representativo» al modelo de percepción de Locke, para distinguirlo del realismo «ingenuo» (o del «sentido común») que adhiere cualquiera de nosotros la mayor parte del tiempo (e incluso los filósofos cuando no ejercen). Las dos posiciones son realistas en la medida en que asumen la existencia del mundo exterior con independencia de nosotros, pero sólo en la versión ingenua el color rojo es considerado como una mera propiedad del tomate mismo. Aunque Locke pesar sea posiblemente el primero que dio forma a la teoría, el modelo representacional de la percepción no se inició con él. A veces se califica despectivamente de «teatro cartesiano», porque, en efecto, para Descartes la mente es un escenario en el que las ideas (las percepciones) son observadas por un observador interior (el alma inmaterial). El hecho de que este observador interior, u «homúnculo», requiera también un observador interior para sí mismo (y así hasta el infinito) es sólo una de las objeciones que cabe plantear a esta teoría. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, el modelo sigue siendo muy influyente.
Cualidades primarias y secundarias La falta de fiabilidad de nuestras percepciones constituye una parte importante del arsenal del escepticismo para atacar nuestras pretensiones de conocimiento. El escéptico se atiene al hecho de que un tomate pueda verse rojo o negro dependiendo de las variaciones de luz para cuestionar en general nuestros sentidos como una vía fiable de conocimiento. Locke confía en que un modelo perceptual en el que las ideas interiores y los objetos exteriores se mantuvieran separados desarmaría al escéptico. Su argumento dependía fundamentalmente de una distinción adicional entre las cualidades primarias y secundarias.
«El conocimiento humano … no puede ir más allá de la experiencia.»
John Locke, 1690
El color rojo del tomate no es una propiedad del tomate en sí misma sino el producto de la interacción de varios factores, incluidos determinados atributos físicos del tomate, como su textura y la estructura de su superficie; las peculiaridades de nuestro sistema sensitivo; y las condiciones ambientales imperantes en el momento de la observación. Tales propiedades (o mejor dicho, no propiedades) no pertenecen al tomate como tal y se dice que son «cualidades secundarias».
Al mismo tiempo, el tomate tiene algunas propiedades verdaderas, como su forma y su tamaño, que no dependen de las condiciones en las que se observa, ni siquiera de la existencia de un observador. Éstas son sus «cualidades primarias», que explican y dan lugar a nuestra experiencia de las cualidades secundarias. A diferencia de lo que ocurre con nuestras ideas de las cualidades secundarias, las de las cualidades primarias (pensaba Locke) se parecen mucho a los objetos físicos en sí mismos y nos proporcionan su conocimiento. Por esta razón son las cualidades primarias las que más preocupan a los científicos, y las que resultan más cruciales para combatir el desafío del escepticismo, pues son nuestras ideas de las cualidades primarias las que constituyen una prueba contra las dudas escépticas.
«Así es como lo refuto»
En la actualidad la teoría inmaterialista de Berkeley se considera un tour de force de un gran virtuosismo, aunque también un tanto excéntrico. Aun así, irónicamente Berkeley se veía a sí mismo como el campeón del sentido común. Tras exponer con gran habilidad los inconvenientes de la concepción mecanicista del mundo en Locke, propuso una solución que le parecía obvia y que resolvía todos esos inconvenientes de un plumazo, disipando tanto la inquietud de los escépticos como la de los ateos. Pero lo que más hubiera mortificado a Berkeley hubiera sido saber que su lugar en el imaginario popular actual se limita al célebre pensamiento con el que Samuel Johnson refutó firmemente el inmaterialismo, que se encuentra en Vida de Samuel Johnson de Boswell: «Golpeando con todas sus fuerzas una gran piedra con el pie [exclamó]: “¡Así es como lo refuto!”».
«Una opinión extrañamente difundida entre los hombres es que las casas, las montañas, los ríos, y en una palabra todos los objetos sensibles, tienen una existencia natural o real, distinta de su ser percibido.»
George Berkeley, 1710
Encerrados en el armario de Locke Uno de los primeros críticos de Locke fue su contemporáneo irlandés, George Berkeley. Éste asumía el modelo representacional de la percepción en el que los objetos inmediatos de la percepción eran las ideas, pero al mismo tiempo sostenía que, lejos de contradecir a los escépticos, la concepción de Locke corría el riesgo de lograr que cualquiera se rindiera a ellos. Puesto que Locke estaba enclaustrado en su armario, nunca conseguiría comprobar si las supuestas «similitudes o las ideas de las cosas externas» se asemejaban realmente a las cosas externas. Nunca podría rasgar el velo y mirar del otro lado, de modo que se encontraba atrapado en un mundo de representaciones, y el escepticismo estaba servido.
Berkeley, que había expuesto los peligros de la posición de Locke de un modo lúcido, llegó a una extraordinaria conclusión. En vez de rasgar el velo en una tentativa de restablecer el vínculo entre nosotros y el mundo exterior, concluyó ¡que no había nada tras el velo! Para Berkeley, la realidad consiste en las propias «ideas» y las propias sensaciones. Así, está claro, ya estamos completa y adecuadamente vinculados, de modo que se evitan los peligros del escepticismo, aunque al precio… ¡de negar la existencia del mundo físico exterior!
De acuerdo con la teoría idealista (o inmaterialista) de Berkeley, «existir es ser percibido» (ese est percipi). Pero entonces ¿dejan de existir las cosas cuando dejamos de mirarlas? Berkeley acepta esta consecuencia, pues la solución está muy a mano: Dios. Todo lo que existe en el universo es concebido continuamente en la mente de Dios, de manera que la existencia y la continuidad del mundo (inmaterial) están garantizadas.
La idea en síntesis: ¿que hay detrás del velo?