Capítulo 4
El cabalgar a través del parque montada en Glorious, con Georgina a su lado en Snowball, Lara pensó que nunca había sido tan feliz. Era una delicia indescriptible guiar el mejor caballo que había montado en su vida, y, además, poder disfrutar de la belleza de la mansión a un lado y del bosque de robles añosos, habitado por ciervos moteados, al otro. De nuevo se sentía como viviendo uno de sus sueños y pensó debía grabar en su mente hasta el más mínimo detalle para recordarlo cuando despertara.
La noche anterior, al retirarse a dormir, había dado las gracias a Dios por aquella inesperada felicidad que había entrado en su vida. Además, experimentaba una grata sensación de triunfo por haberse mostrado segura y dueña de sí ante lord Magor, pese a que éste era tal y como había imaginado siempre a los villanos de sus historias.
Al ver a Georgina, el caballero le había tendido una mano diciendo:
—Buenas tardes, mi pequeña señorita ¿cómo estás hoy?
Lara sintió que Georgina se acercaba más a ella mientras contestaba, ignorando la mano tendida:
—Muy bien, gracias.
Lord Magor miró entonces a Lara con expresión inquisitiva.
—¿Quién es tu acompañante? —preguntó a la niña—. ¿Qué ha pasado con la señorita Cooper?
Lara comprendió que Georgina no deseaba contestar, así que hizo una leve reverencia y dijo:
—Soy la señorita Wade, señor, y reemplazo a la señorita Cooper eventualmente, ya que ella está enferma.
—¿Enferma? Lamento mucho saberlo. —Pero la voz masculina no reflejaba mucho pesar. Lara se sintió observada por el hombre de una manera que le molestó, pues parecía examinarla y valorarla como a un caballo. Más también había una expresión en sus ojos que no habría dirigido a ningún corcel y sin duda habría asustado a la pobre Jane, pensó la muchacha.
—Le ruego que nos disculpe, señor —dijo—, pero llegaremos tarde a tomar el té.
Lord Magor sonrió de un modo que a Lara le desagradó.
—Parece que es usted muy estricta, señorita Wade. Espero que no sea demasiado severa con la pequeña y querida Georgina.
—Creo que está contenta con las lecciones que le doy, señor —replicó la joven—. Buenas tardes.
Y se alejaron antes que él pudiera contestar, ya que Lara estaba segura de que Georgina ansiaba tanto como ella perderle de vista. No miró hacia atrás, pero tuvo la sensación de que el hombre no se había movido del sitio y las observaba hasta que se perdieron de vista.
—¡Detesto a lord Magor! —exclamó Georgina cuando él ya no podía oírla.
—Entonces debemos tratar de no encontrarnos con él —contestó Lara. Le resultaba fácil comprender, dado el tipo de hombre que era, que Jane se sintiera indefensa ante él e incapaz de enfrentársele. Era una acción de lo más despreciable que un individuo de su posición asediara a una joven institutriz que temería perder su trabajo si se quejaba.
«¡Cómo me gustaría darle su merecido!», pensó Lara. No era muy probable que él intentara perseguirla en ausencia de Jane; pero a pesar de su falta de experiencia con los hombres, se había sentido incómoda bajo la mirada de lord Magor. Existía algo turbio en sus ojos.
Cuando el lacayo retiró la cena y le dio las buenas noches, Lara esperó hasta oír que bajaba las escaleras y entonces cerró con llave la puerta del aula. Se había asegurado durante el día de que tenía una buena cerradura y se preguntó por qué Jane, que había admitido que se encerraba con llave en su dormitorio, no cerraba también con llave la puerta de la sala de clases. Pero Jane, aunque buena y dulce, también era algo tonta y Lara, a pesar de su decisión de darle una buena lección a lord Magor, no tenía intenciones de colocarse en posición desventajosa cuando llegara el momento de enfrentársele.
Ahora prefirió alejar a lord Magor de sus pensamientos y se concentró en cabalgar hasta que dejaron atrás el parque, bordearon un espeso bosque y llegaron a la pista de carreras. Cuando el marqués se refirió a ella, Lara había pensado que se trataba de un terreno plano, quizá con algunos obstáculos para saltar. No esperaba que fuera una construcción semejante a las mejores pistas profesionales, de forma oval y con una cerca alrededor.
—¡Qué lugar tan espléndido para galopar! —exclamó.
Georgina la miró inquisitivamente.
—Cuando vengo aquí con un mozo —le dijo—, sólo me permiten galopar si él lleva una de las riendas.
—He observado cómo montas y estoy segura que puedes galopar sola.
—¡Por supuesto! —afirmó Georgina—. Y si vamos a echar carreras, tendré que manejar sola mi poni.
—Sí, pero me parece que debo darte alguna ventaja, ya que Glorious es mucho más grande que Snowball.
Mientras hablaba, Lara vio que del bosque surgía otro jinete y poco después se dio cuenta de que era el marqués quien se dirigía hacia ellas.
—¡Ahí viene tío Ulric! —exclamó Georgina y no parecía muy complacida.
Lara no dijo nada. Se limitó a esperar hasta que el marqués, montado en Black Knight, se detuvo junto a ellas.
—Buenos días, Georgina —dijo—. Buenos días, señorita Wade. ¿Qué le parece mi pista de carreras?
—Estoy impresionada —contestó ella—. Georgina y yo estamos a punto de echar una carrera.
Hablaba con cierto tono desafiante, como si temiera que él se lo impidiera; pero en cambio, el marqués contestó:
—¡Excelente idea! Y como veo que usted monta a Glorious, tal vez resultaría interesante enfrentarlo a Black Knight.
Georgina le miró aprensiva al preguntar:
—¿Quieres decir que correrás con nosotras, tío Ulric?
—¿Por qué no? Pero como debemos darle oportunidad de ganar a Snowball, sugiero que tú empieces allí delante, donde termina la curva de la pista.
Señaló el lugar mientras hablaba y Lara se dio cuenta de que estaba casi a la mitad de la distancia que tendrían que recorrer para llegar a la meta, la cual estaba marcada con toda claridad.
—Llevaré a Snowball hasta allí, tío Ulric —dijo Georgina, muy contenta—. ¿Cómo sabré cuándo empezar?
—Yo gritaré uno, dos, tres, ¡ya! De modo que me escuches —contestó el marqués.
Georgina dirigió a Lara una sonrisa emocionada y empezó a alejarse. Estaba preciosa montando su poni blanco y con un bonito traje de amazona en algodón color rosa. Mirándola, Lara recordó de pronto su propia apariencia.
Llevaba un traje de montar negro que había pertenecido a su madre y que alguna vez fue elegante, ya que era de buena calidad, pero ahora estaba ya muy gastado. Pese a que la blusa de muselina blanca con que lo acompañaba era bonita, no podía creer que su aspecto fura tan elegante como el de las mujeres con las cuales solía cabalgar su señoría. Y lo que era peor: debido a que no usaba sombrero más que en ocasiones excepcionales, tampoco lo llevaba en esta ocasión. Ella y Georgina habían salido muy temprano, así que no esperaba que nadie las viera y simplemente se recogió el cabello en un severo moño sobre la nuca. Pero sabía que ya algunos mechones se le habían escapado y empezaban a rizarse en torno a su rostro. Se preguntó si al marqués no le molestaría que una institutriz fuera vestida con tal informalidad y si lo consideraría mal ejemplo para su alumna.
Como si adivinara sus pensamientos, el marqués dijo con voz seca:
—Se arregla usted de forma poco convencional, señorita Wade. Pero, al mismo tiempo, veo que sabe cómo sentarse en un caballo.
—Me sentiré muy molesta conmigo misma si después de esta mañana usted piensa que no soy capaz de montar como se debe los magníficos caballos de su cuadra, señoría.
—Me parece poco probable —contestó él, pero lo sabremos con certeza al final de la carrera.
Era como si le lanzara un reto en más de un aspecto y Lara tuvo la sensación de que la provocaba deliberadamente, como para ponerla nerviosa y obtener así una fácil victoria sobre ella. Más en seguida se dijo que era una presumida al pensar que él tomaba en cuenta sus sentimientos y que se ocupaba de ella más allá del interés natural que debía tener por la profesora de Georgina.
La niña ya había llegado al lugar que le indicara su tío. Agitó una mano en el aire y él le contestó de la misma forma. Después dijo:
—Imagino que también espera que le brinde alguna ventaja, señorita Wade, ya que Black Knight es, sin duda, mucho más rápido que Glorious.
—Sólo espero, señoría, que sea usted justo, como estoy convencida de que lo es en todo lo que se refiere a los deportes.
Le pareció ver que el marqués hacía una leve mueca, como si apreciase que ella dijera una verdad irrefutable, aún dejando en duda otros aspectos de su vida.
Temerosa de haber hablado de más, hizo adelantarse a Glorious mientras decía:
—Usted me indicará dónde debo detenerme, milord.
No se había alejado mucho cuando le oyó decir:
—Creo que ahí está bien y ahora, si está lista…
Volvió la mirada hacia Georgina y con voz clara y más alta a cada número, contó hasta tres y terminó con un fuerte «¡Ya!».
Lara observó que Georgina había soltado a Snowball casi desde el primer número y ella apenas pudo contener a Glorious hasta que la cuenta terminó. Se notaba que no era la primera vez que su caballo competía, ya que aumentó la velocidad en cuanto oyó los cascos de Black Knight que se le acercaba por detrás.
La pista era del mismo tamaño que una pública y al principio Lara mantuvo a Glorious con la rienda corta, decidida a ganarle al marqués si era posible. Sabía que él estaba a punto de alcanzarla y comprendió que el resultado no dependía de la supremacía de sus caballos, sino también de ellos mismos, de la personalidad y la destreza de cada uno.
No hubiese podido explicar con exactitud por qué pensaba esto. Sólo sabía que, debido a que el marqués era tan autoritario y desdeñoso con los que le rodeaban, sentía una necesidad urgente de derrotarle. Quería demostrarle que no podía salir siempre victorioso y menos sobre ella.
Al mismo tiempo advirtió que el marqués había sido muy considerado al colocar a Georgina en un lugar de la pista que la mantenía fuera del alcance de sus caballos y permitía ganar a Snowball. La pequeña alcanzó la meta sólo unos segundos antes que llegaran ella y el marqués, galopando casi juntos.
Durante un momento, Lara pensó que había ganado; pero en seguida, con una maniobra de jinete soberbio, el marqués cruzó la meta un poco delante de ella.
Necesitaron algún tiempo para aminorar la velocidad que llevaban Black Knight y Glorious y, cuando dieron la vuelta para regresar donde estaba Georgina, ésta gritó entusiasmada:
—¡Gané! ¡Gané! ¿Ha visto cómo he ganado, señorita Wade?
—Desde luego. Montas muy bien. —Hablaba casi sin aliento, porque aún no había recuperado la respiración normal después del gran esfuerzo.
—El tío Ulric ha sido el segundo —observó Georgina mientras se acercaban a ella.
—Y yo la última —dijo Lara con una sonrisa—, pero Glorious lo ha hecho muy bien.
Se inclinó hacia delante para acariciar el cuello de su caballo y entonces oyó decir al marqués:
—Usted también, señorita Wade. Me parece que en esta asignatura, Georgina tiene una maestra muy eficiente.
—Gracias, milord. Realmente es un cumplido que aprecio mucho.
—Sólo menciono un hecho, señorita Wade —replicó él con su tono habitual seco y a Lara le pareció que los ojos masculinos se detenían en su caballo revuelto y su traje viejo.
Creía adivinar sus pensamientos de crítica, así que levantó la barbilla, desafiante.
—Gracias, milord, por esta experiencia inolvidable. Después se apartó de él y dijo a Georgina:
—Creo que debemos volver ya a casa o tu aya pensará que haces un esfuerzo excesivo para ser el primer día después de haber estado enferma.
—No estoy cansada y Nanny es una exagerada —se quejó Georgina.
—De todas maneras, debemos hacer lo que ella dice. Agradece a tu tío que te haya permitido correr con él y después tal vez puedas enseñarme un nuevo camino de regreso. Me encantaría conocer el bosque.
Sabía que había por allí otro camino, ya que el marqués había aparecido entre los árboles.
Obediente, Georgina, miró a su tío y dijo:
—Gracias, tío Ulric.
—Debemos repetir la carrera otro día.
Los ojos de la niña brillaron.
—¿Mañana? —preguntó.
—Salgo esta tarde para Londres —explicó el marqués—, pero volveré el próximo viernes y entonces nos pondremos de acuerdo.
—Quizá podamos dar dos vueltas a la pista —sugirió Georgina, esperanzada.
—Depende de la señorita Wade.
El marqués miraba a Lara al hablar, se tocó el sombrero y empezó a cabalgar alejándose de ellas. La joven no pudo dejar de notar su magnífico aspecto montando el semental negro.
El caballerizo jefe tenía razón al decir que era un jinete excepcional. Lara pensó, casi con desaliento, que por mucho que se hubiera esforzado, jamás habría podido ganarle.
—Tío Ulric ha estado mucho más amable que de costumbre —decía Georgina—. Y no parece haberse dado cuenta de que yo galopaba sola.
—Así es. Creo que nunca más necesitarás que te lleven las riendas.
—Deberá decírselo a los mozos de la cuadra. De lo contrario, cuando usted se vaya, me obligarán a cabalgar junto a ellos y no me harán caso si les digo que puedo hacerlo sola.
—Se lo diré al caballerizo jefe —prometió Lara, mas pensando que, antes de irse, debía procurar que el marqués diera la orden para que no hubiera malos entendidos.
Se preguntó si él se interesaría realmente por su sobrina y, pretendiendo averiguarlo, preguntó a la niña mientras cruzaban el bosque:
—¿No te parece que tu tío debe estar muy orgulloso de lo bien que sabes montar?
Georgina se encogió de hombros.
—Al tío Ulric no le intereso. Lo único que le gusta de mí es, supongo, que no sea chico.
Lara se sorprendió.
—¿Qué quieres decir?
—Si hubiera sido niño, me habría convertido en marqués cuando papá murió —explicó Georgina—. Mi padre siempre estuvo muy molesto porque yo no fui el hijo que esperaba, así que nadie me quiere en realidad.
Al principio, Lara se sorprendió de lo que oía, pero después se dio cuenta de que Georgina no hablaba de forma patética con el fin de despertar lástima: se limitaba a enunciar un hecho.
—Estoy segura de que eso no es verdad —se apresuró a decir.
—Lo es —afirmó la niña—. Si hubiera sido niño, me habría llamado George, como es costumbre en primogénitos de la familia… y he oído decir a los sirvientes que mamá rezaba y rezaba para tener un hijo y que cuando le dijeron que yo era niña, se echó a llorar.
Lara pensó en lo irresponsables que eran los criados al decir tales cosas delante de la niña. Era comprensible que Georgina hubiera meditado sobre ello, lo que unido a su carencia del estímulo musical, que tanto necesitaba, la había convertido en una criatura melancólica y sin interés por lo que la rodeaba.
—Pues yo opino que eres muy afortunada —dijo Lara—. Personalmente prefiero ser mujer.
—¿Por qué?
—Porque los hombres tienen que ir a la guerra… y si son pobres tienen que trabajar mucho para sostener a su familia. Tú eres mujer, así que te lo dan todo resuelto.
Georgina lo pensó un momento y después replicó:
—Pero usted tiene que trabajar, así como la señorita Cooper.
Lara pensó que la niña era mucho más inteligente de lo que parecían creer en Keyston Priory.
—En efecto —repuso—. Tengo que trabajar porque mi padre no es rico, ya que dedica su vida a adorar a Dios y ayudar a la gente.
Georgina pareció interesada.
—¿Y a su padre le gusta ser pastor, aunque eso signifique ser pobre?
—Es lo que siempre deseó, y cuando haces lo que deseas, obtienes una felicidad superior a la que el dinero puede Proporcionar.
—Yo lo que quiero es cabalgar.
—Lo sé y eres muy afortunada al contar con alguien que te proporciona buenos caballos. De lo contrario, tendrías que trabajar duramente para comprarte uno.
Georgina se echó a reír como sí le pareciera una idea divertida.
—¿Y qué podría yo hacer para ganar dinero?
—Por suerte, no es probable que jamás necesites hacerlo. Pero estoy casi segura, Georgina, de que si trabajas mucho en la música, podrías ganarte la vida con ella.
Un brillo de excitación apareció en los ojos de la pequeña.
—Para ganar dinero con la música tendría que ser una pianista muy buena.
—Cierto, pero creo que lo serás si te esfuerzas lo suficiente.
Como la vereda que cruzaba el bosque se hizo mas estrecha y ya no podían cabalgar juntas, Georgina se adelanto y Lara se sintió segura de que iba pensando con toda seriedad en lo que le había dicho y que eso la haría interesarse aún más por su estudio del piano.
«Tal vez cometa un error al decírselo», pensó, «pero estoy segura de que tiene un talento poco común que debe ser cultivado. Sería una pena que, después que yo me vaya, le impidieran continuar sus lecciones de música».
Decidió que era otro tema sobre el que debía hablar al marqués, ya que tendría una idea más clara de las posibilidades de Georgina cuando él volviera de Londres.
Era un alivio pensar que también lord Magor se iría, y que al menos no tendría que preocuparse por él hasta el sábado siguiente. Como si pensar en aquel hombre provocase su aparición, cuando llegaron a la casa y dejaron sus caballos a cargo de un mozo que las esperaba ante la puerta principal, lord Magor apareció en lo alto de la escalinata.
Mientras Lara y Georgina subían, la joven se dio cuenta que la miraba y en sus ojos no había la crítica que le había parecido ver en los del marqués.
Por el contrario, su cabellera reluciente bajo el sol y la blancura de su piel en contraste con el traje oscuro, le hacían mirarla con admiración, pero de una manera sumamente desagradable.
—¡Buenos días, mi pequeña dama! —se dirigió con voz melosa a Georgina—. ¿Has disfrutado de tu paseo esta mañana?
—Mucho, gracias.
—Y usted, señorita Wade —continuó lord Magor—, parece la Diana Cazadora del museo del Louvre.
Lara había llegado ya a lo alto de la escalinata y se limitó a inclinar la cabeza ante las palabras del hombre.
Georgina corrió para adelantarse y cuando la joven pasó junto a él, agregó en voz baja para que sólo ella pudiera oírle:
—Algún día me gustaría mostrarle ese cuadro.
Por un momento, Lara creyó no haber oído bien; pero cuando quiso entrar en el vestíbulo, él extendió una mano para impedírselo.
—¿Estará aquí la próxima semana? Cuando la tocó, Lara se puso rígida.
—Tal vez, milord, pero ahora discúlpeme. Debo llevar a lady Georgina a su habitación.
Se zafó de la mano del hombre y anduvo con paso rápido y la cabeza levantada para alcanzar a Georgina, que ya subía la escalera. A su espalda escuchó la risa suave de lord Magor. Era la risa de un hombre, pensó, que deseaba algo y estaba decidido a conseguirlo.
Aquel mismo día, más tarde, al saber por el aya que el marqués y sus invitados ya se habían ido, se dijo que debía haberse equivocado al interpretar lo que había dicho lord Magor. Estaba atribuyéndole acciones imaginarias sólo porque le había asignado el papel de villano en su libro.
—Su señoría no volverá hasta el próximo fin de semana —le dijo a la señorita Nesbit—. ¿Traerá algún otro grupo?
—Imagino que sí. La casa siempre está llena de gente, pero nosotros vemos a pocas personas, ya que nadie quiere que la niña baje, por supuesto.
Lara no hizo ningún comentario por el momento, pero poco después inquirió, procurando que su tono fuese natural:
—Tal vez las amistades de su señoría deseen conocer a lady Georgina. ¿No es un error tenerla siempre encerrada aquí arriba?
El aya dejó escapar un sonido que era, sin duda, una exclamación indignada.
—Yo sé bien lo que es correcto y lo que no. Y las damas que vienen aquí están demasiado ocupadas en agradar a su señoría. ¡En lo único que piensan es en acicalarse!
Era evidente el desprecio que reflejaba la voz de la señorita Nesbit.
—Dígame quiénes componían el grupo que acaba de marcharse —se atrevió a pedirle Lara—. Me gustaría saber si he leído algo sobre ellos en la prensa.
Por un momento le pareció que el aya se iba a negar, pero después mencionó una lista de nombres que le eran más o menos familiares: la condesa de Grey, la marquesa de Downshira, lady Louise Lesley…
Lara se estremeció ligeramente al escuchar el último nombre y supo que era el que quería escuchar.
—He oído hablar de las dos primeras y sé que lady Grey es una de las llamadas «Bellezas oficiales». Pero… ¿quién es lady Louise Lesley?
—¡Otra de esas engreídas que tienen los ojos puestos en su señoría! —contestó el aya, cortante—. Ha durado un poco más que las otras, pero pronto la despedirá como a las demás.
Su tono era tan duro que Lara no pudo evitar reírse.
—Es evidente que la tiene usted en su lista negra.
—Así es. ¡No apruebo para nada los devaneos de los aristócratas! Hasta la pobre y bella princesa Alejandra tiene que tolerar los coqueteos de su marido el príncipe de Gales. ¡No es sorprendente que la reina los desapruebe!
Incluso en Little Fladbury se sabía lo mucho que disgustaban a la reina los amigos de su hijo y todo el grupo de la mansión Marlborough. Divertida, Lara pensó que en toda Inglaterra habría multitud de ayas que repetían lo que indudablemente era la opinión de los miembros más estrictos de la población, reflejada con frecuencia en los periódicos.
—Me parece que tal vez el príncipe de Gales sea demasiado joven y se resiente de lo aburrido que debe de ser para él el castillo de Windsor.
—Aburrido o no, la reina nos gobierna a todos y se la debe obedecer. Comete un gran error cualquiera que piense lo contrario.
Y como si ya no tuviera nada más que agregar, la señorita Nesbit recogió la madeja con que tejía y que siempre llevaba consigo adonde fuera. Después salió del aula, pero ya Lara había logrado averiguar lo que deseaba.
Por la noche, cuando Agnes, la doncella que la atendía, preparaba su cama, le preguntó:
—Dime, Agnes, ¿tiene vestidos bonitos lady Louise Lesley?
—¡Oh, son preciosos, señorita! —exclamó la doncella—. He ayudado a su doncella a planchar algunos y nunca podrá imaginarse qué hermosos son, todos bordados con perlas y diamantes.
—¿Y lady Louise es muy bella?
—Eso opina su señoría y nosotros también. Viene con mucha frecuencia.
—¿Crees que se casará con el señor marqués?
Agnes la miró sorprendida.
—No es posible, señorita. Algunas veces la acompaña lord Lesley, pero la mayor parte del tiempo está de pesca en Escocia.
—¡Está casada! —exclamó Lara y pensó en lo tonta que había sido al imaginar, cuando escuchó la conversación entre lady Louise y su amigo Freddy, que había alguna posibilidad de que ella se casara con el marqués de Keyston.
Había pensado asignarle en su novela el papel de la joven que ansiaba que el duque le ofreciera un anillo de casamiento, pero a quien él eludía precisamente cuando pensaba que le había conquistado. Pero en cambio su romance era como los que había leído en algunas novelas: lady Louise era una mujer infiel a su esposo. Estaba segura que la condenarían, y con toda razón, tanto Nanny como toda la gente que escuchaba los sermones de su padre.
Era curioso, pero como el marqués le parecía tan cínico y distante, no había pensado en él como modelo del ardiente enamorado que deseaba como héroe de su libro. No podía olvidar lo triste y deprimida que parecía lady Louise al decir: «Estaba segura de poder retenerle, pero se aleja de mí y pronto no seré más que otra de las muchas mujeres pertenecientes a su pasado». ¿Cómo podía hablar así cuando ya tenía un marido? Y las otras mujeres que habían amado al marqués, ¿también eran casadas? Absorta, siguió recordando las palabras de lady Louise: «Tenía la convicción de que no se cansaría nunca de mí, como se cansó de Alice, Gladys, Charlotte…».
Algo desconcertada por el silencio de Lara, Agnes comentó:
—Tal vez no hubiese debido decirlo, señorita, pero como usted quería saberlo…
—Claro, Agnes: no te preocupes. Estaba pensando en las fiestas que deben de tener lugar aquí y cuánto me gustaría verlas.
—Habrá una el próximo fin de semana, señorita, y yo le puedo mostrar desde dónde puede ver a las damas cuando bajen a cenar. Siempre están muy hermosas y cuando viene el príncipe de Gales, como los caballeros lucen sus condecoraciones a ellos también se les ve imponentes.
No había duda que a Agnes le parecía muy emocionante y, en un impulso, Lara dijo:
—¡Me encantaría verlo!
—Déjemelo a mí, señorita. Pero no se lo diga a la señorita Nesbit. No aprueba que espiemos «la bajada de la escalera» como ella dice, pero si me lo pregunta, yo creo que es pura envidia.
Lara se echó a reír.
—Yo no siento envidia, sólo un gran interés.
Diciendo esto, pensó que era justo lo que deseaba para su libro. Sólo que cada vez que se enteraba de algo, la trama se complicaba más y más.
«Una cosa está clara: el villano indiscutible es lord Magor», se dijo, pero a continuación tuvo el desagradable pensamiento de que el marqués era también un buen candidato para ese papel. Al fin y al cabo, allí estaban Alice, Gladys y Charlotte, por no mencionar a lady Louise, para probar su villanía.
Al día siguiente, a Lara le pareció que toda la casa parecía más libre y feliz después de la partida del marqués. No había nadie en los grandes salones principales ni en los dormitorios principales del primer piso.
Georgina la llevó a conocer los salones y descubrió que todos eran muy acogedores y estaban llenos de exquisitos objetos artísticos.
—Éste es el salón de la reina —le explicó Georgina.
Lara observó que había en él retratos y reliquias pertenecientes no sólo a Isabel I, sino también a otras reinas que habían visitado la mansión a lo largo de los siglos. Había además el salón jardín, el salón azul, el salón plateado, que se había agregado posteriormente, y uno de baile que le quitó el aliento.
Finalmente visitaron la capilla. Era de estilo isabelino, tenía todavía los bancos tallados originales y algunas magníficas piezas de oro que, según le explicó el bibliotecario a Lara, habían permanecido ocultas cerca de doscientos años en los sótanos de la mansión, antes que las descubrieran. Resultaba impresionante y para Lara ofrecía una atmósfera de santidad y recogimiento.
Georgina se alejó para mirar algo y Lara aprovechó para arrodillarse y orar unos momentos con devoción, pidiendo ayuda para desarrollar en la niña el talento que había pasado desapercibido para los demás.
«Ayúdame, Dios mío, a hacerla feliz», rezó y de pronto, sin saber cómo, se encontró pidiendo que también el marqués fuera feliz. No se explicaba por qué pensaba tanto en él. Además, era difícil encontrar una razón para que un hombre con tantas posesiones no estuviera alegre y agradecido de que la vida fuera tan generosa con él.
«¿Qué es lo que le amarga?», se preguntó, mas en seguida decidió que no era asunto suyo. Si pensaba en él era porque no se parecía a ninguno de los hombres que había conocido o imaginado hasta entonces; eso era todo.
Los días pasaban con rapidez y cada vez que llevaba a Georgina a la sala de música, Lara sentíase más convencida de que la niña tenía una aptitud extraordinaria para la música. Al cabo de unas cuantas lecciones, era capaz de repetir al piano, de oído, todo lo que su maestra tocaba.
Lara estaba segura de que la forma en que tocaba las teclas y movía las manos revelaba, por sí sola, que la música formaba parte de ella y sólo se requería enseñarla para hacer florecer el talento que ya poseía. Pero pensó desalentada que esto era algo muy difícil de explicar. Sí, como Georgina pensaba, su tío no se interesaba por ella… ¿cómo lograr que cuando ella se fuese la niña tuviera buenos maestros y, por tanto, oportunidad de convertirse, si no en un genio musical, por lo menos en una buena intérprete?
«Sin embargo, haré que él me comprenda», decidió.
Salían a cabalgar todas las mañanas, lo cual era un placer indescriptible, y pronto Lara empezó a familiarizarse con los bosques y terrenos que rodeaban la mansión. Después se arriesgaron a ir más lejos y la joven descubrió lo bien cultivada que estaba la tierra y lo atrayentes que eran las granjas de los arrendatarios, que parecían surgidas de un libro de cuentos.
Cabalgaban a través de espesos bosques de abetos, se detenían junto a arroyos que corrían por bellas praderas y encontraban pequeños caseríos con la inevitable y vieja posada, su parque y su estanque de patos.
Había tanto que hacer, tanta gente a quien conocer y con quien charlar, que los días pasaban volando para Lara. Cuando se acostaba por la noche, se quedaba dormida en cuanto su cabeza tocaba la almohada.
La noticia que Agnes le dio una mañana fue toda una sorpresa:
—Milord regresa esta noche, señorita. ¿Y sabe quién llega mañana?
—No —contestó Lara.
—Pensé que la señorita Nesbit se lo habría dicho. ¡El príncipe de Gales!
—¿Se hospedará aquí?
—Sí, señorita. Y por supuesto, también viene su amiga, lady Brooke.
Los ojos de Lara se agrandaron. Había leído mucho acerca de lady Brooke en algunas revistas que una amable mujer de Little Fladbury le prestaba y en las cuales describían la belleza y la fortuna de aquella dama que se había casado con el hijo mayor del conde de Walwick. En todos los números aparecían dibujos de ella luciendo sus fastuosos vestidos.
Pero no podía creer lo que Agnes insinuaba y, viéndola tan sorprendida, la doncella le explicó en voz baja:
—Todos saben, señorita, que el príncipe está locamente enamorado de lady Brooke. Ella viaja a todas partes con él en su tren particular y su alteza suele hospedarse en Easton Lodge, que es la casa de lady Brooke.
—Así que está enamorado de ella… —murmuró Lara.
—Sí, señorita. El ayuda de cámara de su señoría dice que el príncipe no le quita los ojos de encima y a las fiestas que milady ofrece para él asisten todos sus amigos, como el marqués por ejemplo.
Hasta fecha reciente, los periódicos siempre mencionaban el nombre del príncipe junto al de la bella Lily Langtry, así que Lara sospechó que la razón de que los caballeros que formaban el círculo de la mansión Marlborough cambiaran con tanta frecuencia de pareja, era porque seguían el ejemplo de su alteza.
Consideró que sería indiscreto hablar de ello con Agnes; pero como deseaba saber más en beneficio de su libro, preguntó:
—¿Es lady Brooke la dama más hermosa que viene a Keyston Priory?
—Bueno, eso es difícil de decir, señorita —contestó Agnes—. Todas las amigas de su señoría son preciosas, pero lady Brooke es además dulce y agradable. Todos la admiran aquí… ¡igual que su alteza real!
Lara no pudo evitar decirse que su madre habría desaprobado aquella conversación, pero tenía que saber más.
—¿Vendrá también lady Louise este fin de semana?
—No estoy segura, señorita —repuso la doncella—. Pero lo sabré tan pronto como el señor Simpson le entregue al ama de llaves, la señora Blossom, la lista con la distribución de los dormitorios.
A la tarde siguiente, Lara no pudo contenerse de preguntar a Agnes quién aparecía en la lista y la doncella le dijo una serie de nombres, algunos de los cuales le parecieron conocidos y otros no. Uno de ellos no la sorprendió: el de lord Magor.
—¿Tiene lord Magor alguna… amiga en especial?
Agnes se encogió de hombros.
—Si me lo pregunta, señorita, yo opino que se conforma con ser amigo de milord.
Le pareció incomprensible a Lara. Si lord Magor podía elegir entre tantas bellezas, ¿por qué se interesaba por la pobre Jane… y tal vez por ella?
Se preguntó si sería porque le gustaban las mujeres que no eran tan elegantes como las que solían formar parte de aquellos grupos que visitaban Keyston Priory.
«Quizá», pensó, «como es tan imponente y desagradable, le gustan las mujeres tímidas y que se asustan de él, lo que no es probable que suceda con las grandes bellezas como lady Brooke o lady Grey».
Pero fuera cual fuese la razón, Lara estaba decidida a asegurarse de que la puerta de la sala de clases quedaba bajo llave. ¿O sería presunción pensar que lord Magor se interesaba por ella?
A las cinco de la tarde, toda la casa pareció salir de un letargo y convertirse en un panal lleno de industriosas abejas. Por doquier había doncellas que preparaban los dormitorios, a pesar de que se limpiaban todos los días y la señora Blossom, el ama de llaves, las inspeccionaba encontrando faltas hasta en lo que parecía perfecto.
—El tío Ulric regresa —avisó Georgina a Lara con una voz muy diferente a la que usaba antes para referirse a él—. ¿Cree que volveremos a competir como la semana pasada?
—Me parece que estará muy ocupado —le contestó Lara—, puesto que viene de visita el príncipe de Gales. Así que no debes desilusionarte si tenemos que correr solas.
—Es más divertido cuando tío Ulric participa, porque así son tres caballos en lugar de dos —observó Georgina con lógica irrebatible.
—Esperemos que recuerde que deseas verle.
La pequeña lanzó un suspiro y a Lara se le ocurrió que era inhumano por parte del marqués no darse cuenta de la monótona existencia que llevaba su sobrina a pesar de estar rodeada de lujos.
«Ésa es una cosa más de la que debo hablarle», se prometió a sí misma y después se rió de su propia presunción. ¿Quién era ella para decirle al marqués lo que debía hacer o no?
Pero sabía que por el bien de Georgina tenía que intentar convencerle de su talento musical y de que lo mejor para la niña sería que se invitara con frecuencia niños a la mansión.
—Debe de haber otros chiquillos de la edad de Georgina en los alrededores —le dijo al aya.
—Y si los hay ¿cómo vamos a recibirlos? —respondió, agresiva, la señorita Nesbit—. Debe darse cuenta de que como no hay una señora al frente de la casa, la vida de familia es algo que no cuenta aquí.
Lara sabía que esto era verdad. Cuando su madre vivía, era ella quien invitaba niños a tomar el té y quien procuraba que invitaran a su hija en otras casas, a pesar de que vivían en una parte muy aislada de Essex.
Pero aquí, estaba segura, las cosas eran diferentes. No se trataba sólo de que las familias de la localidad supieran de la existencia de Georgina y la invitaran a su casa. Era indispensable que, para iniciar el intercambio, a sus hijos se les invitara primero a Keyston Priory.
Lara tenía la solución, pero la dificultad residía en llevar su plan a la práctica y todo dependía del marqués. Pero era probable que ni ella ni Georgina le vieran siquiera durante todo el fin de semana.
Terminaron de tomar el té en el aula y la niña preguntaba algo preocupada si les sería posible ir al salón de música, pese a que había invitados en la casa, cuando se abrió la puerta.
Lara miró hacia ella, esperando que por un inesperado golpe de buena suerte fuera el marqués quien entraba. Pero fue lord Magor el que apareció.
Lara se puso en pie con lentitud y Georgina la imitó. El caballero se dirigió a la niña con su voz irritantemente melosa:
—Hola, pequeña, qué alegría verte de nuevo. ¿Qué has hecho mientras tu tío y yo estábamos en Londres?
No esperó la respuesta, miró a Lara y prosiguió con lo que a ella le pareció una desagradable sonrisa:
—Espero que esté dispuesta a darme la bienvenida, señorita Wade.
Lara se sentó de nuevo junto a la mesa.
—Tomábamos el té, milord.
—Imaginé que así sería y aceptaré encantado una taza de sus preciosas manos.
Flirteaba con ella de una manera que a Lara le pareció afectada y teatral. De nuevo cruzó por su mente la idea de que debía recordar tomar nota de todo lo que dijera, palabra por palabra, para su libro.
—Llamaré para que traigan otra taza, milord.
—¡No se moleste, no se moleste! En realidad, lo que deseo es hablar con usted.
Los ojos de lord Magor recorrían el rostro de Lara y parecían apreciar el color de su cabello y la blancura de su piel. Pero cuando bajó la vista hacia su figura, ella tuvo la desagradable impresión de que la desnudaba con la mirada y le pareció un hombre odioso.
—Me temo, milord —le dijo— que no podemos pedirle que se quede con nosotras, ya que tengo que leerle a Georgina un libro antes que se vaya a la cama. Y como es una de sus lecciones, usted comprenderá que no podemos prescindir de ello.
Lord Magor se echó a reír.
—¿Trata de deshacerse de mí? Déjeme decirle, mi querida y severa institutriz, que si usted está decidida, yo también lo estoy. He venido a verla a usted y a mi sobrina adoptiva y no tengo intención de retirarme hasta que me apetezca.
Era una declaración de guerra y así lo comprendió Lara.
—Por supuesto, milord, comprendo su deseo de hablar con Georgina —repuso y se levantó para dirigirse a la puerta de su dormitorio.
—¿Qué hace, señorita Wade? —preguntó Georgina, nerviosa—. Dijo que me leería ese libro.
Aquello era algo con lo que la niña disfrutaba mucho, ya que Lara había encontrado en la biblioteca varios libros de relatos adecuados a su edad y Georgina los escuchaba sumamente interesada.
—Estaré en mi habitación —contestó Lara—. Si quieres que venga solo tienes que llamarme.
—¡La quiero ahora, en este momento! —exclamó Georgina, que se levantó y, sin hacer caso de lord Magor, el cual trataba de detenerla, corrió hacia Lara y la cogió de la mano.
—Léame ese libro —insistió.
Por encima de la cabeza de la niña, Lara miró a lord Magor.
—Lo lamento, milord, pero estoy segura de que comprenderá que el interés de mi alumna es lo más importante para mí.
Lord Magor se puso en pie y su expresión indicó a Lara que no le había gustado aquella breve pantomima con que le había derrotado.
—Muy bien, señorita Wade. Usted gana… por el momento.
Se encaminó hacia la puerta y, al llegar a ésta, se volvió.
—Buenas noches, Georgina. Le diré a tu tío que te sentías demasiado mal para charlar conmigo. Espero que eso no le haga pensar que no debes salir a montar a caballo mañana.
Era una amenaza que hizo enfurecer a Lara mientras la puerta se cerraba a espaldas del hombre.
—¿Qué… qué ha querido decir? —preguntó Georgina—. ¡No me siento mal! ¡Usted sabe que estoy bien, señorita Wade!
—Por supuesto que lo sé. Lord Magor trataba de ser desagradable porque te has negado a charlar con él.
—Pero si le dice al tío Ulric que estoy enferma no me dejará salir a caballo con usted mañana.
—Déjalo de mi cuenta. Te prometo que las dos cabalgaremos mañana y lord Magor no podrá impedirlo.
Recogió el libro que iban a leer y se dirigió al sofá.
—Ven y siéntate.
Pero al ver que la niña estaba realmente perturbada, agregó:
—Tengo una idea mejor. Vamos a la sala de música para ensayar de nuevo esa sonata que tan bien se te daba esta mañana.
Los ojos de Georgina brillaron excitados.
—¿Podemos hacerlo?
—¿Por qué no? Pero apresurémonos para que nadie nos lo impida.
Mientras bajaba con Georgina por una escalera lateral, Lara sentía que estaba imponiéndose a lord Magor y colocándole en una perspectiva adecuada. Había tratado de herirla a través de la niña, pero ella sabía que una vez que Georgina se concentrara en la música, no se preocuparía de la equitación y olvidaría a lord Magor.
Como estaba enfurecida, se dijo que Jane tenía razón: aquel hombre era un villano… y muy desagradable además.