Capítulo 3

El duque dudó un momento.

La chica juntó las manos como si estuviera rezando y levantó la mirada al cielo.

Él estaba seguro de que ella se iba a arrojar al agua.

Se acercó un poco y dijo:

—¡Sería una insensatez hacer eso!

La muchacha se sorprendió y lanzó un grito.

Instintivamente se echó para atrás y lo miró.

El duque advirtió que era muy bella.

Tenía unos enormes ojos asustados en un rostro pequeño y cabellos rubios que parecían un halo.

—¡Va… váyase! —exclamó ella y su voz sonó muy asustada.

—Tengo la sospecha —repuso el duque con calma—, de que piensa arrojarse a esas aguas tan agitadas que están debajo de usted. Le suplico que no lo haga.

—Eso no es… asunto… suyo —tartamudeó la chica—. ¡Váyase! ¡Quiero estar… sola!

—Si persiste en cometer semejante tontería yo me veré obligado a fingir como héroe —continuó diciendo el duque—, y como éste es el único traje que poseo, no me gustaría dar el aspecto de un perro mojado.

La chica aspiró antes de decir:

—No veo… por qué deba usted… intervenir. Yo pensaba que… no habría nadie… por aquí y ahora…

—Está reconsiderando el hacer algo tan descabellado. Le aseguro que por difícil que pueda resultar, la vida es algo muy preciado.

Mientras lo decía, el duque pensó que era muy extraño que él estuviera hablando así.

Sin embargo, le parecía un crimen dejar que aquella niña, pues era poco más que eso, decidiera terminar con su vida.

El duque se dio cuenta de que ella estaba temblando y después de un momento le sugirió:

—Le diré lo que vamos a hacer. Nos sentaremos debajo de los árboles y usted me explicará por qué desea hacer algo tan drástico como acabar con su vida. Si me convence de que no hay otro remedio, entonces yo seguiré mi camino sin decir más nada.

La chica dudó.

Él advirtió que ella estaba decidiendo si debería arrojarse al agua en ese instante.

Para evitarlo él extendió la mano y tomó la de la joven.

—Venga —dijo él con tono autoritario—. Yo le hice una proposición y usted debe aceptarla.

De alguna manera él había debilitado la fuerza de voluntad de ella.

La muchacha dejó que él la alejara del estanque y que la condujera hasta donde había un conjunto de árboles.

El duque la condujo hasta allí, llevándola de la mano.

Cuando llegaron junto a los árboles él la soltó y se sentó sobre la hierba.

Después de un momento de indecisión la chica lo imitó.

La falda de muselina de su vestido se extendió cuando ella se dejó caer sobre el pasto.

El duque la miró, pensando que era imposible que alguien pudiera ser tan bella.

En realidad parecía un ángel muy joven que había caído del cielo por casualidad.

Sus ojos experimentados le dijeron también que el vestido que usaba era de muy buena calidad.

Asimismo, vio que alrededor del cuello llevaba un collar de perlas perfectas.

Ella no lo miraba de frente, su vista se dirigía hacia el otro lado del río.

Él estaba seguro de que estaba absorta en sus propios problemas.

—Dígame —dijo él con su voz más convincente—, por qué ha venido hasta aquí para ponerle fin a su vida tan joven.

—No hay… otra cosa que… pueda hacer —respondió la chica.

—Empecemos por el principio —invitó el duque—. ¿Cómo se llama?

—Alysia.

—Yo me llamo Theo —dijo él—. Theo Field.

Ella se volvió hacia él antes de decir:

—Estoy segura de que lo bautizaron como Theodore.

El duque se sorprendió.

—¿Por qué lo supone?

—Porque es griego y supongo que si usaba el nombre completo cuando estaba en el colegio los demás compañeros se burlaban de usted.

El duque se quedó atónito.

Era cierto que antes de ir a Eton él había insistido en que todos lo llamaran Theo.

Sin embargo, ni una sola mujer de las que él había conocido ya en plena juventud, le había comentado que aquello era una abreviatura de Theodore.

Ni tampoco que se trataba de un nombre griego.

—Tiene usted razón en lo que me acaba de decir —respondió él—, mas me interesa saber cómo es que usted sabe que mi nombre es griego.

—Mi padre era un… Don en Cambridge y profesor de idiomas —respondió Alysia—. Él le enseñaba el griego a sus alumnos y también me lo enseñó a mí.

—¿Y su padre está de acuerdo con lo que usted piensa hacer? —preguntó el duque.

—Papá está muerto —respondió Alysia—. Y le aseguro que… es lo único que… puedo hacer.

En su voz había un tono de desesperación que no se le escapó al duque.

—Eso es lo que estoy esperando que me explique —dijo él—. Así que empiece por el principio.

Mientras él hablaba pudo darse cuenta de que Alysia miraba hacia la dirección por donde él había venido.

Entonces supuso que ella temía que si se demoraba demasiado tiempo en contarle lo que había sucedido, alguien podría aparecer.

Y evitarían que ella se ahogara.

El duque no comprendía por qué parecía adivinar lo que la chica estaba pensando.

Pero estaba casi seguro de que aquello era la verdad.

—No hay… otra cosa que yo… pueda hacer —repitió angustiada—. Le juro que… no la hay.

—Pero necesita convencerme —insistió el duque—. De otra manera tendré que tratar de localizar a su familia.

—¡No, no, usted no debe… hacer tal cosa! Eso es… algo que usted…

De pronto se detuvo.

Juntó las manos y expresó:

—Yo… se lo diré todo… entonces… me… comprenderá.

—Eso es lo que estoy esperando escuchar —dijo el duque.

Y se reclinó en el tronco de un árbol mientras hablaba.

Aquello ciertamente era algo muy poco común y que nunca le había ocurrido antes a él.

—Papá, que como ya le dije era un Don en Cambridge, —huyó con mi… madre y ambos fueron muy… felices.

Sollozó antes de poder continuar haciendo un esfuerzo.

—Por desgracia, papá murió… en un accidente cuando montaba. Eso le destrozó el corazón a mamá y la hizo… sentirse muy… infeliz.

—Pero de seguro usted la ayudó —murmuró el duque.

—Yo… traté de hacerlo —aseguró Alysia—, no obstante, ella lo único que quería… era morirse para reunirse con… papá.

El duque se dio cuenta de que la muchacha luchaba por contener las lágrimas.

—¿Qué ocurrió? —preguntó él.

—Un hombre que… había conocido a mis padres llegó a la casa… de manera inesperada: ¡Y le pidió a mamá que… se casara con él!

—¿Por qué de manera tan precipitada? —preguntó el duque.

—No sucedió de… inmediato —aclaró Alysia—. Lo estoy contando… muy mal… pero Miles Maulcroft, así se llama ese hombre, comenzó a frecuentarnos día tras día, trayéndole regalos a mamá y halagándola hasta que… por fin ella aceptó… casarse con él.

En un segundo los ojos de Alysia se llenaron de horror cuando dijo:

—¡Es… un hombre… horrible! Yo desconfié de él… desde que… lo vi por primera vez.

—Pero su madre se casó con él —repuso el duque.

—Sí, por supuesto y supongo que… de cierta manera, eso la hizo… un poco más feliz porque ya no… estaba sola.

Alysia se cubrió los ojos con la mano como si no pudiera soportar pensar en aquello.

Una vez más miró hacia atrás.

No se veía a nadie y el duque sugirió con delicadeza:

—Continúe. ¿Qué sucedió después?

—¡Mamá murió! Ella se… fue debilitando… poco a poco y ahora yo… estoy casi segura de que… mi padrastro… la mató.

El duque se puso tenso y se sentó muy erguido.

—¿Será posible? ¿Cómo lo hizo y por qué?

—Yo comencé a… sospecharlo después de que murió mamá y él descubrió que ella me legó todo su dinero.

—¿De veras supone que él la mató?

—Yo recuerdo que cuando mamá estaba enferma ella me dijo que mi padrastro siempre le llevaba la comida a su habitación. Estoy segura de que… en cierta ocasión pudo ver… cuando él le ponía algo a uno de los platos… afuera de su puerta.

—Eso parece increíble, si él la amaba —opinó el duque.

—Cuando él empezó a maltratarme después de la muerte… de mamá yo… me di cuenta de que… lo único que a él pudo interesarle había sido el… dinero de ella. Él no tiene recursos y… mientras vivió en nuestra casa no tuvo que… pagar nada.

—¿Su madre era rica?

—Muy rica, pero antes había hecho un… testamento con los mejores abogados de Brighton. Es más, creo que sirven también al propio Rey.

—¿Y ella le dejó todo a usted?

—¡Todo! —Estuvo de acuerdo Alysia—. Mi padrastro se puso… furioso cuando se enteró de que… lo único que podía obtener era suficiente dinero como para… poder mantener la casa y… cuidar de mí. Pero también se dio cuenta de… otra cosa.

—¿Qué otra cosa? —preguntó el duque.

—Que aún eso sólo lo podría obtener hasta que yo me casara.

El duque pareció confuso.

—Estoy seguro de que eso quiere decir que su dinero sería para su futuro esposo y que su padrastro se quedaría sin nada.

—Sí y por eso él arregló un… matrimonio para mí.

El duque comenzó a entender lo que había ocurrido, pero esperó a que Alysia continuara su relato.

—Mi padrastro encontró a un noble empobrecido que… no vive lejos de aquí. Su casa está… en ruinas y sus fincas no producen otra cosa sino… hierbas. Yo me enteré de que… si Lord Gosforde se casa conmigo él le dará a mi padrastro… la mitad de mi fortuna.

—Supongo que usted se habrá negado a casarse con ese hombre —comentó el duque.

—Por supuesto que me he… negado —respondió Alysia—. Es un viejo de… sesenta años y… además, horrible. ¡Prefiero morir antes de permitir que él… me toque!

—¿Y por eso vino al remolino?

—El año pasado un borracho se ahogó aquí —dijo Alysia—. Tardaron mucho tiempo en encontrar su cuerpo.

—Tiene que haber otra salida —dijo el duque.

—Yo le he pensado mucho —explicó Alysia—. Si me escapo… no tengo adonde ir.

—¿Y la familia de su madre?

—Toda se molestó mucho cuando ella se casó con papá. Viven en el norte, cerca de… Liverpool. No tengo manera de… llegar hasta ellos.

El duque pensó que la gente muy rica que vivía en Liverpool, por lo general había hecho su dinero a través de la venta de esclavos.

Aquello era algo que él odiaba.

Sin embargo, le preguntó:

—¿Quiere decir que no tiene dinero?

—Mi padrastro jamás me da un centavo para comprar lo que necesito. El paga las cuentas de lo que yo adquiero y se queja hasta por el precio de un… vestido nuevo. Me hace ver… con crudeza, que él… quiere todo el dinero para su propio bolsillo.

—Entiendo que se trata de una situación desesperante —observó el duque—, y usted no puede casarse con ese tal Gosforde.

—Por supuesto que no —repuso Alysia—. Por eso el único recurso es… ahogarme.

El duque estaba tratando de recordar si alguna vez había oído hablar de Lord Gosforde.

Si éste era viejo y pobre, era muy poco probable.

Sin embargo, podía comprender muy bien el problema de aquella hermosa jovencita.

El horror que la invadía ante la idea de quedar atada a un hombre que podía muy bien ser su abuelo era lógico.

—¿Está segura de que no puede convencer a su padrastro de que se olvide de todo si usted logra que sus abogados le entreguen una mayor cantidad de dinero de la fortuna de su madre?

—Yo creo que mi madre ya había descubierto cuan avaricioso es mi padrastro. Quizá ella ya sospechaba que él estaba tratando de matarla. Dictó el testamento… poco después de que… comenzó a sentirse… enferma.

—No parece posible que un hombre pueda comportarse de esa manera —observó el duque de pronto.

—Mi padrastro está determinado a que yo me case con Lord Gosforde. Cuando yo le dije que me negaba a hacerlo, me respondió que me iba a golpear hasta dejarme inconsciente si no lo hacía.

El duque aspiró profundo.

Le resultaba difícil imaginar que algún hombre, a menos de tener instintos bestiales, pudiera golpear a alguien tan pequeña y frágil.

Alysia era tan bella como una flor que acaba de abrirse.

De pronto decidió lo que debía hacer.

Se puso de pie y ayudó a Alysia a hacer lo mismo.

—Ahora que lo comprende —dijo ella—. ¿Me dejará sola, verdad?

—Por el contrario —contestó el duque—. Yo seguiré mi camino y usted me va a acompañar.

Ella lo miró, sorprendida.

—¿Que lo voy a… acompañar?

—Tengo mucho que caminar pero al llegar a mi destino, la llevaré con una señora que estará encantada de recibirla y eso nos dará tiempo para pensar qué hará usted en el futuro.

El duque estaba pensando en su abuela que vivía en la Casa Dower dentro de su finca.

Ella ya estaba envejeciendo, pero le gustaba tener a gente joven a su alrededor.

Y estaba seguro de que la noble anciana le daría la bienvenida a Alysia y encontraría un lugar para ella en su casa. Quizá la chica pudiera ser una lectora si a su abuela ya le fallaba la vista.

Él se dio cuenta de que Alysia lo estaba mirando como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—¿Lo dice… en serio? ¿De veras lo dice… en serio? —preguntó anhelante.

—Por supuesto que sí —aseguró el duque—. No esperará que yo continúe mi camino y la deje aquí para que muera. Es un día lleno de sol y estoy seguro de que nos esperan muchas aventuras.

Alysia rió con inseguridad.

—¿Cómo puede usted ser tan… bondadoso cuando apenas me acaba de conocer?

—Prefiero llevarla conmigo que dejar que se arroje a esas aguas sucias con su bonito vestido.

Habló de una manera que hizo que todo pareciera un absurdo y Alysia murmuró:

—Gracias… gracias por ser tan… bondadoso conmigo. Yo tenía miedo de que… usted quisiera llevarme de regreso a… casa, pero pensaba que si corría, él no podría… encontrarme.

—Yo no he corrido desde que salí del colegio —comentó el duque—, pero me daría mucha vergüenza si no pudiera alcanzar a una pequeña mariposa como usted.

Alysia volvió a reír.

Entonces dijo:

—¿De veras… es posible ir con usted? ¿No le causará mucha… molestia llevarme con esa señora tan buena que… usted mencionó?

—Eso es lo que pienso hacer —dijo el duque—, y creo que cuanto más pronto nos pongamos en camino, mejor.

—Sí, por supuesto —convino Alysia—. Es probable que pronto descubran que yo no estoy en la casa y como no salí a montar, mi padrastro se preguntará dónde puedo estar.

Y se estremeció cuando agregó:

—¿Y si él… nos alcanzara? Pudiera… hacerle daño a… usted. ¡Es un hombre muy… violento!

—Estoy seguro de podría enfrentarme a él —respondió el duque—. Pero como me disgustan las peleas, le sugiero que nos apresuremos a un lugar donde sea poco probable que ese hombre nos busque.

—Sí… sí, por supuesto —estuvo de acuerdo Alysia.

Y de inmediato comenzó a caminar junto al duque.

Éste pensó que cuanto más pronto se alejaran de la casa de ella sería mejor, así que caminó con prisa.

Después de recorrer un par de kilómetros, el duque se dio cuenta de que la chica estaba luchando por igualarle el paso.

Su respiración estaba agitada y su tez enrojecida.

El viento le había despeinado los cabellos formando pequeños rizos sobre la frente.

Su aspecto era encantador y angelical.

El duque se dio cuenta de que el ir acompañado por esa joven tan encantadora iba a despertar comentarios.

Sin embargo, él casi no habló hasta que sintió hambre.

Entonces vio algunos techos de paja adelante de ellos.

Caminando junto al río habían llegado a una aldea.

—Veo casas a lo lejos —observó el duque—. Estoy seguro de que encontraremos alguna posada donde podamos comer algo.

Alysia dudó.

—Yo conozco esta aldea —repuso ella—. Algunas veces la he atravesado a caballo pues no está muy lejos de mi casa.

En su voz se reflejaba el miedo cuando añadió:

—Alguien… podría… reconocerme.

El duque pensó que aquello era muy probable.

Difícilmente habría otra chica tan bonita en los alrededores.

—No es necesario que usted entre a la aldea. Aguarde en el bosque, donde nadie la vea. Yo traeré la comida y haremos un día de campo.

—Estoy segura de que eso… será una molestia más para… usted —respondió Alysia—. Será mejor que usted coma en la posada y una vez que termine me traiga algo. Quizá… un emparedado.

—Déjelo a mi cuidado —dijo el duque—. Debemos ser muy precavidos en caso de que su padrastro ya la esté buscando.

Alysia miró hacia atrás como ya lo había hecho varias veces mientras caminaban.

—Estoy seguro de que él espera que yo esté escondida en el jardín o en el bosque —comentó ella—. Ese hombre nunca me ha querido pero… como pretende que me case con… Lord Gosforde, últimamente ha insistido en que yo coma con él y por las noches me encierra en mi habitación.

—¿Cómo pudo escapar hoy? —preguntó el duque.

—Me levanté muy temprano, até una sábana a mi balcón y bajé al jardín. No fue fácil pero lo logré. Corrí hacia el río ocultándome entre los arbustos para que nadie me viera.

El duque sonrió.

—Fue usted muy hábil.

—¡Yo estaba desesperada! Lord Gosforde iría a cenar esta noche y yo sé que mi padrastro y él iban a planear la boda.

—¿Y cuándo iba a ser ésta? —preguntó el duque.

—Mañana o al día siguiente. Mi padrastro necesita dinero con desesperación y no estaba dispuesto a esperar más.

El duque se imaginó a los dos hombres tramando sus planes.

Si, tal como Alysia lo sospechaba, Miles Maulcroft había matado a su esposa, tampoco dudaría en matar a la chica si ésta le causaba demasiados problemas.

Lord Gosforde estaba decidido a casarse con ella por su dinero.

Alysia pensaba que él era muy viejo. Pero al mismo tiempo era imposible que un hombre de cualquier edad, no se sintiera atraído por una mujer tan bonita y tan inocente.

El duque sabía que Alysia se iba a sentir impactada y quizá aterrada por lo que el anciano iba a intentar hacer con ella.

El duque nunca se había relacionado con jovencitas.

Sin embargo, sabía que había muchos hombres a quienes les gustaba desflorar a las vírgenes.

No importaba si eran sirvientas o de su propia clase.

Aquello le parecía despreciable.

Pensaba que un hombre que fuera capaz de golpear a Alysia debería ser fusilado.

Por fin llegaron a la aldea.

Justo antes de la primera cabaña, el duque divisó unos árboles a la entrada del patio de la iglesia.

Le pareció que sería un buen lugar para dejar a Alysia y dijo a esta que se escondiera lo mejor posible mientras él entraba en la aldea.

Alysia se escondió debajo de los árboles.

En seguida le preguntó con el temor de una niña:

—¿Va a… regresar?

—Usted sabe que no la voy a abandonar —repuso el duque con firmeza—. Ahora escóndase, pero no tanto que yo no pueda encontrarla pues eso retrasaría nuestro viaje.

Alysia lo miró confiada y respondió:

—Lo estaré esperando.

El duque se dirigió hacia la aldea.

Cuando llegó a ésta, miró hacia atrás pero no vio a la chica.

Comprendió que se encontraba detrás de algún arbusto y era muy poco probable que alguien que pasara mirara detrás de éstos.

La posada de la aldea era muy parecida a la de la noche anterior.

Sin embargo, la comida resultó un poco mejor.

El duque le pidió al posadero que pusiera algunos trozos de jamón, queso y algo de ensalada en un hato.

—Hace un día tan bonito —comentó él—, que prefiero comer afuera en el campo y no sentirme encerrado entre cuatro paredes.

El posadero rió.

—Usted debe de ser uno de esos jóvenes elegantes que vienen de la ciudad —comentó él—. Están muy bien en el verano, pero en el invierno lo único que quieren hacer es permanecer junto al fuego.

—Bueno, ahora no hay necesidad de un fuego —respondió el duque—. Lo que sí necesito es un poco de su mejor sidra.

Como ésta era vendida por jarras, él se preguntó cómo le iba a hacer para poder llevarle un poco a Alysia.

De pronto tuvo una idea.

—Caminar con tanto calor me ha producido mucha sed, así que si me permitiera llevar una jarra de su sidra conmigo, le prometo que se la regresaré. Más si no confía en mí, le dejaré un florín en garantía.

El posadero estuvo de acuerdo ya que una jarra llena costaba menos de esa cantidad.

Por fin, el duque salió de la posada con la jarra llena de sidra y llevando la comida en un plato que también prometió regresar.

Mientras se alejaba, pensó que Harry se hubiera sentido orgulloso de él por haber podido improvisar todo aquello que jamás había hecho hasta entonces.

Alysia dejó escapar un grito de alegría cuando él llegó.

Ambos comieron del mismo plato y bebieron de la misma jarra.

—Ahora voy a regresar estas cosas —dijo el duque cuando hubieron terminado—. Después daremos un rodeo para evitar pasar por la aldea.

No se habían tardado mucho comiendo y se pusieron en camino.

Como hacía mucho calor el duque se quitó la chaqueta y se la colocó sobre el brazo.

—Permítame llevar su maleta —sugirió Alysia—. Supongo que usted se habrá dado cuenta de que no traigo conmigo absolutamente nada, sino lo puesto.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos y añadió:

—Quizá yo deba… regresar. Sólo seré un… estorbo para usted. Donde quiera que… lleguemos a la gente le parecerá… extraño verme en su compañía.

Alysia se ruborizó mientras decía aquello.

El duque comprendió que ella acababa de darse cuenta de que él era un desconocido a quien acababa de conocer hacía unas cuantas horas.

Por supuesto que a la gente le iba a intrigar la relación que habría entre ellos.

Como no quería que la joven se sintiera nerviosa ni incómoda, el duque respondió:

—Ya había pensado en eso. Usted fingirá ser mi hermana y estamos viajando a nuestra casa, en Berkshire, pero sufrimos un accidente. El caballo que nos llevaba se hirió una pata cuando una rueda se desprendió del carruaje.

Alysia lo escuchaba con los ojos muy abiertos como una niña a quien le acaban de contar un cuento antes de irse a la cama.

—Como nos aburrimos sin hacer nada proseguimos nuestro camino —continuó explicando el duque—. En cuanto el carruaje sea reparado y el caballo curado, éstos nos alcanzarán.

Alysia juntó las manos.

—¡Es usted muy listo! Eso es algo muy creíble, yo estoy segura que todos van a aceptarlo.

—Nos aseguraremos de que así sea —dijo el duque—. Como usted conoce estos lugares, ¿tiene alguna idea de dónde podríamos pasar la noche?

—A unos diez kilómetros de aquí hay una aldea donde existe una posada muy bonita. Nunca he estado dentro, pero una vez acompañé a mi madre a una reunión que allí se realizó.

—Supongo que será usted buena jinete —expresó el duque.

—Me encanta montar —dijo Alysia—, y era divertido cuando las dos cabalgábamos juntas, pero cuando mi madre se casó con mi padrastro todo fue diferente.

Y se detuvo un momento antes de continuar diciendo:

—Yo supongo que él siempre sospechó que yo no creía en los halagos que él le decía a mamá. Desde un principio tuve la sensación de que algo estaba mal.

—¿Quiere decir que él no amaba a su madre?

—Yo no creo que él sea capaz de amar a nadie —respondió Alysia—. Nunca me llevaba a montar con ellos así que yo tenía que hacerlo en compañía de un palafrenero, pero ya no era lo mismo.

—No, por supuesto que no —estuvo de acuerdo el duque.

Él estaba imaginando lo bonita que estaría Alysia sobre uno de sus caballos.

Entonces pensó en que sería un error involucrarse más de lo que ya estaba con aquella encantadora chica.

Y decidió que la llevaría con su abuela y después hablaría con sus abogados para ver qué era posible hacer respecto a la fortuna de Alysia.

Por supuesto, evitaría seguirla tratando.

Tenía la incómoda sensación de que a cada momento se involucraba más.

Aquello era algo de lo que más tarde podría arrepentirse.

Por lo que a él concernía, alguien tan joven y bonita como Alysia no tenía nada que hacer en su vida.

Ella ciertamente no encajaba en la misma categoría de Lady Antonia ni en el lugar que ocupaba Cleone.

«Mi abuela cuidará de esta chica», se dijo, pero en realidad no podía permanecer impávido mientras veía cómo ella intentaba ahogarse.

Ellos siguieron caminando y ahora Alysia comenzó a hablar acerca del paisaje.

Alysia le habló sobre el folklore y al duque le pareció muy interesante.

Era obvio que era una joven muy inteligente.

En un principio, él lo había dudado pero ahora reconoció que aquello no era ninguna exageración.

Casi llegaban a la aldea de la cual Alysia había hecho mención cuando de pronto ella dijo:

—Theodore quiere decir regalo de Dios y como usted me ha traído la vida, quizá ése sea el regalo más grande que alguien pueda ofrecer.

—Eso es cierto —estuvo de acuerdo el duque—. Por lo tanto, debe tener mucho cuidado con lo que yo le he dado y jamás volverlo a arriesgar.

—Yo sabía que estaba mal… por supuesto que lo sabía —aseguró Alysia—, y oraba para alcanzar el perdón de Dios. Y cuando yo levanté la vista al cielo, usted habló y todo cambió.

Dio un saltito, siguió caminando y añadió:

—Ahora siento como si las nubes negras que me han estado amenazando se hubieran disipado y me siento feliz como lo era antes que mamá muriera.

—Así es como debe estar siempre —repuso el duque con voz grave.

Todavía faltaba un kilómetro para llegar a la aldea.

Ésta resultó ser más grande de lo que el duque anticipara.

Compuesta por numerosas cabañas y una antigua iglesia de piedra gris.

La posada ubicada en las afueras de la aldea resultó ser tan atractiva como le había dicho Alysia.

Ellos entraron y el duque vio a un hombre de aspecto agradable que estaba detrás de la barra.

—¡Buenas tardes! —saludó—. Mi hermana y yo esperamos que usted nos pueda dar alojamiento por esta noche. Hemos caminado mucho y nos sentimos muy cansados.

—¿Quieren habitaciones por la noche? —exclamó el posadero—. ¡Eso si que es un cambio!

El duque arqueó las cejas.

—¿No tiene muchos huéspedes?

—No hemos tenido ninguno desde hace tres meses —respondió el posadero—, pero les mostraré dónde pueden dormir…

De pronto se detuvo para decir:

—Les costará dos chelines la noche y me alegraré si me lo pagan por adelantado.

El duque puso una moneda de cinco chelines sobre la barra.

—Eso es por las habitaciones y el desayuno —dijo él—. Le pagaré por una buena cena después de que la haya disfrutado y como tenemos hambre, más vale que sea exquisita.

Era obvio que el posadero se sentía muy complacido de tener huéspedes.

Su esposa era una mujer de aspecto contrito que tenía muchas más arrugas en el rostro de las que debía tener por su edad.

La mujer subió por la escalera delante de ellos.

Les mostró dos habitaciones amuebladas con parquedad, pero inmaculadamente limpias.

—Nos encantan nuestras habitaciones —dijo el duque—, y ahora, antes de asearnos para la cena, nos gustaría beber una taza de café o de té, lo que resulte más fácil.

—Me parece que tenemos un poco de café —repuso la mujer—, pero las viandas están un poco escasas ya que nadie viene aquí a comer.

—¿Por qué? —preguntó el duque con curiosidad.

—La gente de aquí es muy rara —le explicó la mujer—. Mi hombre y yo vinimos hasta aquí para intentar ganarnos la vida, pero de alguna manera somos extranjeros. Los hombres prefieren quedarse en sus casas que venir al bar como nosotros pensábamos que lo harían cuando llegamos aquí hace más de un año.

Y se alejó sin decir nada más.

Entonces el duque observó:

—Es una historia bastante triste.

—La gente de los bosques siempre han sentido recelo de los extranjeros —explicó Alysia—. Mamá solía decir que se podía vivir y morir en la campiña inglesa sin que nadie se diera cuenta de que estaba uno allí.

—¿No tenían ustedes muchos amigos? —preguntó el duque.

Se produjo un silencio antes que Alysia contestara.

—Teníamos algunos, pero mis padres preferían estar solos. Después, cuando mamá se casó con Miles Maulcroft, nadie nos vino a visitar porque él les resultaba antipático.

La manera como habló le dio a entender al duque que Alysia había llevado una vida muy solitaria.

Por eso ella era tan poco consciente de sí misma.

Él no podía imaginarse que una chica que hubiera visitado Londres, o por lo menos participado en las ferias de la comarca, ignorara cuan bella era.

Ella se dirigía a él como si fuera su padre o su tío, más no un duque rico y bien parecido.

Sabía que a Harry aquello le hubiera parecido muy divertido y sus ojos le brillaron cuando preguntó:

—¿Me quiere decir que nunca ha tropezado con hombres jóvenes que le dijeran algún piropo, ni siquiera cuando salía a cazar?

—En nuestro grupo había muy pocos caballeros —contestó Alysia—, y además, mamá no permitía que ellos me hablaran, pues no habíamos sido presentados. Y cuando salía a cazar con mi padrastro, los caballeros presentes evitaban nuestra compañía.

El duque pensó que la historia de Alysia, se volvía cada vez más enigmática.

No pudo evitar sentir interés por conocerla.

Él quería saber mucho más acerca de Alysia.

Sin embargo, no quería conturbarla con demasiadas preguntas.

El duque bebió el café que era muy corriente.

Ambos disfrutaron del pan hecho en casa y la miel.

Muchos niños reían y jugaban afuera, delante de ellos.

De pronto Alysia observó:

—¿Por qué no ayudamos a esa pobre gente? Debe ser muy frustrante para ellos vivir en una posada tan bonita y no tener huéspedes.

—¿Qué sugiere que hagamos? —preguntó el duque.

—Como es obvio que nosotros no podemos darles dinero, entonces debemos hacer que el dinero venga a ellos.

—¿Y cómo lograrlo? —volvió a preguntar el duque.

—Yo estaba pensando decirle a los aldeanos que… algo muy interesante va a ocurrir allí esta noche.

Alysia se levantó del banco de madera sobre el cual estaba sentada y corrió al interior.

El duque esperó, pensando que ella ciertamente era imprevisible. La joven regresó y expresó:

—¿Qué cree? El dueño dice que en la aldea hay un hombre que toca el violín y estoy segura de que usted puede cantar si él lo acompaña.

—¿Cantar? —preguntó el duque sorprendido.

—Yo bailaré —ofreció Alysia—, y lo hago muy bien porque papá hizo que tomara clases con el mejor maestro de la comarca.

El duque la miró atónito.

Más antes que él pudiera decir algo, Alysia corrió hacia los niños que todavía seguían jugando en el jardín.

—Escúchenme —indicó ella—. Quiero que todos vayan a sus casas y les digan a sus padres y a sus vecinos que esta noche a las ocho en punto habrá una fiesta especial en «La Zorra y el Pato». Pídanles que vengan pues va a ser algo muy diferente y entretenido.

—¿Podemos venir nosotros también? —preguntó uno de los niños.

—¡Por supuesto que sí! Traigan a todos sus amigos.

Los chicos se alejaron corriendo y Alysia regresó junto al duque.

En seguida se quitó el collar de perlas y se lo puso en la mano al duque.

—Esto perteneció a mamá y es muy valioso —explicó ella—. Lamento no haber traído todas sus joyas conmigo. Pero si usted me quisiera prestar una cantidad suficiente como para pagar al músico esta noche, después puede vender el collar y recobrar su dinero.

El duque seguía sorprendido, acostumbrado como estaba a que las mujeres esperaran que él pagara por todo.

Casi no podía creer que Alysia le estuviera confiando una pieza de joyería bastante valiosa a cambio de lo que de seguro iba a costar unos cuantos chelines.

—Comprendo lo que usted está tratando de hacer —dijo él—, y yo también quiero contribuir.

—¿De qué manera? —preguntó Alysia.

—Se lo diré cuando lleguen nuestros invitados —contestó él—. Mas pienso que después de esto ellos se mostrarán mucho más amigables con el posadero y su esposa de lo que lo han sido hasta el momento.

—Yo sabía que usted lo iba a entender —comentó Alysia—. Es usted muy gentil. No se cómo agradecérselo.