Desconectar
«Sustraerse a los medios de comunicación fomenta la paz interior. Si liberas tu mente de la charlatanería aletargante, toparás con una corriente profunda de ideas, conclusiones y conocimientos.»
Julia CameronApaga el móvil, la radio y la televisión; no leas los correos electrónicos, apaga el ordenador, no recibas faxes y deja las cartas del correo para luego. Desenchúfalo todo. Cuantos más cables y más conexiones, más imponente será desconectar. No estar siempre localizable es todo un arte y un auténtico lujo. Y eso demuestra nuestro poder personal. ¿Tenemos nosotros el control sobre los aparatos o nos controlan ellos? Cuando suena el móvil, ¿reaccionamos como un perro al oír el silbido de su amo? ¿Tenemos que leer enseguida todos los correos electrónicos? En serio, ¿cuántas semanas al año no ves la televisión? ¿Te tomas la libertad de borrar los mensajes del contestador automático sin haberlos escuchado antes? Lo que empezó siendo un alivio se ha convertido en una atadura para muchos. Teléfono, fax, cuentas de correo electrónico, contestador automático, Internet, televisión, radio: éstas son las puertas a través de las cuales el mundo puede acceder a nosotros a cualquier hora. Y algunos ya no pueden cerrar esas puertas. Están constantemente ocupados con lo que el mundo quiere de ellos, con cosas de los demás. Quien está siempre localizable tiene muchos asuntos de los demás en su vida. Y corre el peligro de no dedicarse a los suyos.
Mucho palique, pero ningún valor añadido
No hace mucho, yo estaba rodeada de freakies informáticos y devotos de la técnica entusiasmados con el trabajo online y el móvil. «Es una pasada; con el ordenador portátil y el móvil puedo hablar con mis socios incluso desde las islas griegas». «Es increíble. Puedo enviar correos electrónicos desde la terraza de un café en Roma». Al principio, estar conectado con el móvil parecía una gran libertad. Estar siempre de vacaciones, divertirse en cualquier playa y al mismo tiempo hacer negocios online. Pero la gran libertad pronto se transformó en una camisa de fuerza. La playa, la terraza del café y los idílicos prados de las montañas se transformaron en una oficina. Era imposible distanciarse del trabajo. En todas partes se hacían negocios, siempre manteniéndose a la espera. Pero la gran desilusión llegó con un conocimiento muy simple. En un momento dado, las personas conectadas al móvil y online comprobaron que tenían más contactos, pero sacaban poco provecho. Cada vez más palique, pero no más volumen de ventas. Porque hablar mucho por teléfono, chatear durante horas y mirar miles de páginas web no se traduce en valor añadido. Un jefe de sección de un banco me comentó: «Después de las vacaciones, en mi ordenador había 1 56 correos electrónicos. Leerlos todos me llevó mucho tiempo. La mayoría eran chorradas. Seguro que el correo electrónico es práctico. Pero también es una fuente inagotable de tonterías».
Sobre airas y esclavos del online
Estar localizable en todas partes tiene sus ventajas, sobre todo cuando se trata de algo urgente. Pero todos sabemos que a los teléfonos móviles les da lo mismo para qué los usemos. Un uso descuidado provoca molestias, distracciones y nervios. Quién no ha oído sonar un móvil precisamente cuando reina un gran silencio. En el cine, cuando el padre moribundo abraza al hijo pródigo y lo perdona. En el preciso momento en que aparecen los primeros pañuelos entre el público, suena un móvil con la melodía final de la ópera Carmen. Y una técnica útil se convierte en una molestia general. Es comprensible que algunos buenos restaurantes hayan colgado en sus puertas el cartel de «Prohibido usar el móvil».
La gerente de un hotel me comentaba: «¿No te has encontrado nunca en medio de una conversación y que tu interlocutor tuviera el móvil conectado y sonara cada tres minutos? Así es imposible concentrarse. Algo que podría durar treinta minutos se hace interminable por culpa de las interrupciones constantes. Con algunos colegas, incluso be tenido la sensación de que reaccionaban mejor con la gente que les llamaba por teléfono que con la que tenían delante. Por supuesto, también hay mucha pedantería en juego. Quieren enseñarme que son muy importantes, que constantemente les necesitan. Ahora ya no lo permito. Les pido que desconecten el móvil. Y las conversaciones van mucho mejor».
Antes, un móvil y una conexión rápida a Internet eran objetos de prestigio que se enseñaban con mucho orgullo. Pero eso también se acabó. Uno de cada dos escolares juega con un móvil cuando vuelve a casa, y trabajar online es obligatorio en muchas compañías. Un joven asesor de empresas me comentaba: «Trabajo para una asesoría de empresas de mucho renombre, y es comprensible que en la central esperen que yo esté localizable a cualquier hora. Cuando vamos a visitar a un cliente, cuando estamos con el cliente o en el camino de regreso, siempre estamos conectados por Internet a nuestra empresa. Por la noche, desde la habitación del hotel enviamos y recibimos datos. Para nosotros, un asesor normal es un esclavo del online y pende de un hilo largo. En la empresa, los que ocupan un sillón de director son los únicos que pueden permitirse el lujo de salir de viaje sólo con una estilográfica de plata. No estar localizable es un privilegio que hay que ganarse».
La lucha por captar tu atención
El nuevo lujo consiste en no tener que estar siempre online, en poderse permitir desenchufarlo todo y desaparecer. Necesitamos desconectar para sacar lo nuestro a la luz. Trabajar en algo importante, perseguir un punto clave o mantener una buena conversación son cosas que sólo funcionan si tenemos momentos sin interrupciones. Momentos en los que el resto del mundo no puede localizarte. Porque, al fin y al cabo, todos luchan por captar tu atención. En todas partes tienes que comprar algo, ver algo, aprovechar algo o participar en algo. Todos los medios de comunicación intentan persuadirte. Necesitan captar tu atención para ganar dinero. Y como todos luchan por lo mismo, el griterío es cada vez más fuerte y estridente. Nos aturden con imágenes llamativas y promesas impresionantes.
En esa marea informativa, es de vital importancia una habilidad: saber dirigir la atención donde te resulte útil. No hay que perderse en el griterío sensacionalista, sino que hay que situar los propios intereses en primer lugar. En este punto también se aplica el lema de «yo primero». La forma más cómoda de tratar con el mundo salvaje de la información es desconectar a propósito, cerrar la puerta a plena conciencia.
Momentos de tranquilidad
Yo no habría escrito nunca un libro si hubiera estado siempre localizable. Cuando escribo, desconecto. Durante el día, al menos durante cuatro horas, no estoy para nadie. En esos momentos, me da igual lo que quieran de mí. Sólo cuenta lo que yo quiero. El mundo salvaje de la información tiene que esperar hasta que yo le preste atención. En la sala donde escribo o preparo mis seminarios, no hay teléfono, ni fax, ni Internet. Cuando cierro la puerta, reina la paz. Quienes me conocen y colaboran conmigo ya se han acostumbrado. Respondo todas las preguntas y envío saludos al mundo, pero a mi hora. De este modo sólo frustro a los ajetreados, para los que todo es siempre «urgente». El resto acepta mi forma de trabajar.
Al principio, me costó un poco aislarme. Sólo es posible si estamos seguros de nosotros mismos. Lo suficientemente seguros como para confiar en que no nos perderemos nada. En que no dejaremos escapar clientes importantes ni encargos. Que no sucederá una catástrofe si no cogemos el teléfono. Aislarse no es cosa de miedosos. Naturalmente, la seguridad en nosotros mismos crece cuando nos damos cuenta de que con el retiro aumenta la calidad. Podemos trabajar más concentrados y podemos disfrutar de nuestro tiempo libre con tranquilidad. En vez de hacerlo todo de golpe, cada cosa ha encontrado su momento.
Si estás muy ocupado en el ámbito profesional y privado, es posible que pienses que será difícil conseguir no estar localizable. Probablemente piensas que perderás contactos o decepcionarás a los demás. Pero, en realidad, los momentos de tranquilidad suponen un beneficio. Tu vida cotidiana será más productiva y sencilla. Te centrarás más en el asunto y te dispersarás menos. A continuación, te presento los tres argumentos más importantes para desconectar.
Tres buenas razones para pulsar el off
* Perseguir objetivos a largo plazo. Las buenas ideas y los proyectos cautivadores son como un profundo amor. No toleran los rivales. Las grandes obras se han creado con el máximo esmero. Cualquier interrupción significa que vas a liarte en otra cosa. En algo que te distrae de lo esencial. Procúrate momentos sin distracciones en los que puedas dedicarte con tranquilidad a tu gran amor.
* Terminar los trabajos. Quienes permiten que les interrumpan constantemente acaban asfixiándose entre trabajos empezados y tareas inacabadas. Las cosas a medias nos dan vueltas por la cabeza. las listas de tareas nos obstruyen la mente y nos provocan una tensión constante. En tal caso, hay que marcar unos límites claros. Cerrar la puerta y colgar el cartel de «No molesten» escrito con letras bien claras son cosas que pueden obrar milagros.
Sin conexión y desenchufado: hay que saber desconectar.
* Menos verborrea. Si siempre estás abierto a que hablen contigo, fomentas que te suelten el rollo. El hecho de que estés siempre disponible anima a los demás a aprovecharlo. Pueden charlar contigo cuando les apetezca. Y te cargan con sus empanadas mentales. En este caso, sólo sirve de ayuda una cosa: establece horarios de atención breves para que la gente vaya al grano.
Estar o no disponible: las reglas del juego
Una presencia implica la existencia de una ausencia. Estar disponible en algunos momentos implica también no estarlo en otros. Y eso lo regulas tú. Tú determinas a quién le prestas atención y en qué momento. Esto se aplica tanto en el ámbito profesional como en el privado. Puedes conseguir que tus compañeros de trabajo y tus superiores se acostumbren a que nadie te interrumpa a determinadas horas.
En casa, todo dependerá de si tienes hijos y de qué edad. He conocido padres y madres que, a pesar de tener tres hijos, han logrado tomarse diariamente un descanso de la familia. Un padre lo llamaba su «momento de transición». Al llegar a casa, los críos se abalanzaban sobre él: «Era demasiado. Yo acababa de cruzar la puerta y aún tenía la cabeza en la oficina. Pero mis hijos enseguida se me pegaban a las piernas. La solución fue retirarme cada día unos veinte minutos a mi habitación sólo llegar. Así descanso y luego puedo dedicarme de lleno a mi familia».
Muchas mujeres siguen teniéndolo más difícil para poder tomarse ese descanso de los hijos y de la familia. Son más exigentes consigo mismas a la hora de estar por los demás. Una madre me comentaba al respecto: «Al tener el primer hijo, ya me di cuenta de que yo no era una madre a todo estar. Quiero a mis hijos, pero necesito tiempo para mí misma. Cuando no lo tengo, me vuelvo irritable; eso no falla. Así es que mi marido y yo llegamos a un acuerdo para que yo pueda retirarme un rato cada día. Ahora tengo una habitación para mí sola y vuelvo a pintar. Dejé de hacerlo cuando tuvimos a nuestro primer hijo, pero siempre eché en falta la actividad creativa. Pasaron unos meses hasta que los niños se acostumbraron a que su madre estuviera en casa pero no se la pudiera molestar. Yo también tuve que controlarme al principio para no salir corriendo de la habitación al primer grito, a ver qué pasaba. He aprendido que mi marido cuida tan bien a los niños como yo. Al final, todos sacamos un gran provecho. Desde que vuelvo a pintar, estoy más equilibrada». Retirarse en determinados momentos no significa ser desalmado, sino profesional. De este modo procuras seguir dando y rindiendo al máximo. A los que te rodean, se lo pondrás más fácil si tienen claro cuándo te retiras. En caso contrario, tendrán que ir adivinando si pueden hablar contigo o no. A continuación, te presento algunos consejos que pueden facilitarte la retirada. Analiza cuáles son útiles en tu caso.
El arte de no estar localizable
* Establece horarios concretos para retirarte. Determina tú mismo cuándo desconectas. Y no esperes a que sea el momento «oportuno» o a «que se dé la ocasión». Podrías tener mala suerte y tener que esperar hasta la jubilación. Cuando se está hasta el cuello de trabajo, hacen falta momentos de descanso cada día. Consigue que los que te rodean se acostumbren a ello.
* Busca un lugar para relajarte. Sal del barullo y busca un sitio para relajarte. Da igual si es tu garaje, una parada de autobús alejada o el cuarto de baño: lo importante es que allí puedas recuperar fuerzas. A veces, un paseo o una vuelta en bicicleta también son una buena opción para desconectar.
* Deja el móvil en casa más a menudo. Si en algún momento no estás localizable, el mundo no se derrumbará. Lleva contigo el móvil cuando realmente tenga sentido. En caso contrario, su sitio es el cajón. Mi diálogo preferido respecto al tema del móvil: «Hace tres días que no paro de llamarte al móvil. Y nunca lo coges». «Lo siento. Estaba fuera».
* Evita los continuos bombardeos. Una nueva forma de gimnasia mental: la higiene informativa. Informarse selectivamente en vez de dejarse bombardear continuamente. Separa el trigo de la paja y suprime las tonterías informativas innecesarias. Enciende y apaga la radio y la televisión a sabiendas.
* Establece distancias. Los buzones y los contestadores automáticos son buenos parachoques para poder crear distancias. Tú determinas cuándo te ocuparás de los mensajes que te llegan. En este punto también sirve de ayuda agrupar trabajos. Establece un horario para atender llamadas y contestar cartas y correos electrónicos.