Capítulo V  

 

 

Mi casa está cerca de la de Worren. Eso siempre ha sido bueno. Más accesible. Podemos hacer el amor en cualquier momento.

Ahora, mientras Alberich me coge de la mano con firmeza, acariciándome el dorso con infinita ternura, pienso que en efecto está bien ubicada. Cerca.

Sigue lloviendo, empapándonos.

No ha hablado en todo el camino. De hecho sus labios no se han despegado desde que nos hemos besado hace media hora y nuestras lenguas han bailado intensamente entre su boca y la mía.

Pero me observa. No mira el camino que recorremos, me mira a mí, con ardor. Noto esos ojos en mi nuca. Son tan intensos… Dios, ¿por qué estoy temblando?

Salimos del ascensor y le abro la puerta, pero él la sujeta para que yo pase primero. Titubeo. Mi hermano no está, por supuesto; mi casa solo para nosotros. Pero esta vez «nosotros» no somos Worren y yo… Somos Alberich y yo.

Lo estoy traicionando otra vez. Lo sé. Pero no puedo soportar este dolor, este vacío. Tampoco puedo soportar la idea de perderlo. No sé qué hacer, y Alberich parece ser una salvación. Por ahora. Por un rato. Está ahí siempre, me hace sentir mejor.

Entro. Él me sigue y cierra. Está a mi espalda. No me toca, pero está muy cerca, lo noto.

—Eh, Lander…

Su voz me acaricia, una de sus manos me roza la nuca gentilmente, por entre mi pelo negro y demasiado largo. No lo miro. Se acerca un poco más. Sus labios rozan mi oído, y me estremezco.

—¿Estás seguro?

Me lo susurra, dubitativo.

Si tenía dudas, desaparecen ahora. Alberich me pregunta si quiero. Él me tiene en cuenta a cada paso. Él no hará nada si ahora digo que no.

Worren no me habría preguntado. Daría todo por sentado. La consideración de Alberich… esto es un bálsamo para mis heridas.

Me vuelvo lentamente. Dios, está muy cerca, no se molesta en apartarse. Me mira con sus serios y oscuros ojos… parece ansioso. Preocupado.

Preocupado por mí.

Me enternece.

—Sí.

Mis labios murmuran la palabra en un suspiro quedo. Mis brazos se alzan, enredo los dedos en su pelo, encuentro sus labios y lo beso.

Se estremece en mis brazos. Siento como si se derritiera. Me hace sentir… poderoso.

Murmura mi nombre con voz ahogada, sus manos encuentran mis caderas, su boca responde con ardor, pero dulcemente. Oh, esto es lo que quiero. Esto es lo que necesito. La dulzura de Alberich. La ternura de Alberich.

El amor de Alberich.

¿Amor?

Nuestros labios se separan, y yo lo miro. Estamos abrazados en el recibidor, empapados. El cabello mojado se le pega a la frente y las mejillas, enmarcando un rostro de rasgos marcados, fuertes. Es muy pálido, ¿o es el contraste con ese pelo negro como la noche? Tiene las pestañas negras y oscuras. Esos ojos son como el mar profundo, azules, insondables… Y me miran llenos de una desgarradora ternura.

En mi pecho se enciende algo. Algo que me ahoga. Me asfixia. Es caliente y me dan ganas de llorar. ¿Qué es? ¿Qué me está haciendo sentir? ¿Qué…?

Lo noto tiritar, eso me distrae. Yo también estoy temblando. Estamos mojados y hace frío. Sonrío débilmente, y al parecer no sabe responderme porque parece perdido un momento. No importa que no lo haga, es suficiente con cómo me mira.

—¿Puedo? —pegunto en voz baja.

Parece un poco desconcertado. Se encoge de hombros, dándome carta blanca.

Es extraño poder hacer lo que quiera con alguien como Alberich. Siempre me he dejado llevar por los demás. Por Worren. Él tiene las riendas, no yo, pero Alberich me las da y sólo me observa, atento.

¿Qué pretendo hacer con este joven tan decidido a estar ahí para todo?

Quiero…

Por lo menos quiero devolverle lo que me ha dado.

Me siento inseguro, pero cuando lo beso sus labios responden con suavidad y ternura.

Quiero más. Quiero darle más.

Me estremezco. Hace frío. Tengo que quitarle la ropa, tengo que…

… quitarle… la ropa.

Me relamo, y mi lengua roza sus labios cuando lo hago.

Bajo las manos por su pecho. Es de constitución fuerte, es alto y robusto. Cojo el borde del delgado jersey de cuello bajo, quitándoselo. Cae al suelo. Choff. Le desabrocho los botones de la camisa, uno a uno. Me observa atentamente con sus penetrantes ojos azules. Recorro su torso de marcadas y fuertes líneas, contemplando la blanca piel. Doy con el cinturón. Lo suelto, lo dejo caer. Desabrocho el botón y bajo la cremallera.

Me tiemblan los dedos.

—Lander…

Murmura mi nombre de un modo tenso… anhelante. Le sonrío con cierta torpeza, y sus ojos se llenan de confusión. Es como si no supiera sonreír, como si hubiera algo triste tras sus negras pupilas, tanto que no es capaz de expresar alegría.

No puedo evitarlo, vuelvo a besarlo, y mientras lo hago meto una mano dentro de sus pantalones, toco lo que tiene entre las piernas.

Gime entre dientes, roncamente. Está duro y caliente.

No puedo comprender por qué dos personas como Worren y Alberich… Por qué alguien como yo les provoca esto. No soy nada. Soy una sombra en la oscuridad, un rostro sin vida hasta que la luz se enciende. Soy la polilla.

Pero Alberich no es luz.

Aun así me siento vivo con él… Más que nunca.

Más que cuando Worren me llena.

Beso sus labios, su mentón. Su garganta. Levanta la cabeza, exponiéndose. Le doy un leve mordisco, él jadea. Sus manos aferran mis brazos, las mías lo acarician, el torso, la entrepierna, me da igual.

Mis labios descienden lentamente por su pecho. Su piel está húmeda y caliente. Sigo bajando, rozo la línea entre sus pectorales, su estómago, su vientre liso. Estoy de rodillas ante él.

Alzo la mirada. Alberich también me mira. Los ojos le arden. Reconozco ese fuego. Lo que no reconozco son las cadenas que lo contienen.

Se contiene. Por mí. Por mí…

De alguna manera me hace feliz como nada lo había hecho hasta ahora.

Nada.

Con las manos le bajo los pantalones y los calzoncillos.

Dios santo. ¿Qué es… eso? ¿Siempre ha sido así de grande? Es… impresionante… y gloriosa. ¿Yo he tenido eso dentro? ¿Cómo?

—¿Lander…? —murmura Alberich.

—Necesito tu ayuda.

Duda hasta que tiro de los pantalones. Levanta un pie, luego el otro, así lo puedo desnudar del todo.

Ya está. Desnudo contra la puerta de mi piso, en mi recibidor. No parece intimidado. Oh, no se avergüenza en absoluto, ¿y quién lo haría, estando así de dotado? Me mira con atención, sin un ápice de pudor, erguido y enhiesto y caliente y húmedo.

Y me encanta.

Me… encanta.

Worren…

Irrumpe en mis pensamientos, recordándome que estoy con alguien, que esto está mal.

No puedo hacer esto. Pero tampoco puedo parar ahora. Es un error, no es justo para Worren y tampoco para Alberich, ni siquiera para mí mismo, pero no… puedo… parar.

Es este pensamiento el que inunda mi mente cuando cierro los ojos y avanzo, y mis labios dan con su enhiesto sexo.

Alberigh coge aire bruscamente. Está tenso. Saco la punta de la lengua y lamo con lentitud. Contiene el aliento. Alza la cabeza y ya no puedo ver sus ojos, pero no importa. Le oigo respirar. Lo siento latir contra mi boca.

Me gusta esta sensación, el poder que siento.

Vuelvo a lamerlo, lo noto temblar. Aprieta los puños, tenso.

—¿Te hago daño? —pregunto, dubitativo.

—Demonios, no…  —responde con la voz enronquecida.

—¿Te gusta?

—Joder. Sabes que sí, Lander.

Una parte de mí lo sabe. Es instintivo. Pero otra teme fallar, teme no llegar, pasarse, errar.

Pero le gusta. Eso me anima a seguir, a darle algo de lo que él me dio anoche.

Lo lamo, lo beso, lo oigo jadear. Abro la boca y lo acojo en ella, lo saboreo, jugueteo. Su respiración es agitada. Dios, es inmenso.

—Lander… —jadea con voz ronca.

Muevo la cabeza, envolviendo su sexo con los labios, acariciándolo con la lengua. Adelante, atrás. Dentro, fuera, más hondo… No puedo con todo, no cabe. ¿Debería poder?

—¡Lander…!

No hago caso, sigo moviéndome. Intento tragarlo entero. Cuando la punta roza mi garganta se me escapa un gorjeo. No puedo ir más allá. ¿Es suficiente? Lo hago más deprisa, y él jadea.

—Lander, joder, para…

Su voz es un gruñido ronco. Lo noto. Se estremece en mi boca. Sé lo que va a pasar, lo que trata de impedir, y no me importa. Juego con el glande, lamo con fuerza, lo rozo con mis dientes.

Y entonces sucede. Estalla, me llena la boca de algo tibio, espeso y con un regusto salado. Hay tanto…

Alberich jadea algo cuando me lo saco de la boca. Por un momento no sé qué hacer. Trago por instinto.

—Lander…

Su voz está enronquecida y ahogada. ¿Está satisfecho? Debe estarlo. Me relamo. Ah… estoy caliente. Mucho.

De pronto sus manos me encuentran, tiran de mí, me levanta del suelo. Me besa en al boca. Me da vergüenza, debo saber a… a él, en cierto modo. ¿Lo nota? ¿Lo saborea?

Me abraza con fuerza, me pone contra la pared. ¿Pero cómo he llegado aquí? Ah, la ropa mojada está fría. Sus labios no. Sus labios son calientes y deliciosos.

Él es delicioso.

—A… Al… berich…

Mi propia voz me traer recuerdos de esta misma mañana. Quise darle las gracias, pero no me dejó.

Sus manos me aferran, me acarician, sus brazos fuertes me rodean, sus labios devoran los míos.

—Eh… —logro hablar entre respiraciones entrecortadas y lenguas que se acarician—. Pensé… que los besos de… agra… decimiento… no estaban… permitidos.

Deja de besarme. Ah, ¿no debí decirlo? Me mira con esos profundos y oscuros ojos.

La veo. Es una chispa en sus pupilas, como una tímida llama que se extiende de esas profundidades insondables hasta sus labios.

Alberich sonríe, con torpeza, sí, pero es la sonrisa más hermosa que he visto nunca. Es como si una honda tristeza se apartara para dar paso a una tierna y vulnerable felicidad.

—Eso sólo se aplica a ti —murmura con voz dulce.

Oh, dios, esa sonrisa… me roba el aliento.

—Pero no es agradecimiento —dice muy bajito, mirándome intensamente al apoyar su frente en la mía—. Es simple y puro amor.

Me estremezco.

Alberich cierra sus bellos ojos, pero no deja de sonreír. Es tierno y sereno. ¿Qué ha dicho? De amor…

Me siento perdido. ¿Es una declaración? Se ha declarado, con toda la obviedad. No se cómo reaccionar. Está desnudo y aún saboreo su sexo y su lengua en mi boca, pero no sé qué decir ante eso.

Tras unos instantes él responde por mí, no con su voz, con sus labios. Vuelve a besarme, y temblando me abandono a esos labios tiernos.

Me toca.

Doy un respingo. Pero, ¿cómo? ¿No está cansado? ¿No ha terminado? ¿Por qué me está tocando… ahí?

—¿A-Alberich…?

Me besa bajo el oído, provocándome un delicioso estremecimiento.

—Yo no soy como él, Lander —murmura—. Yo nunca te dejaré insatisfecho.

¿Qué?

—No es ne…

Me interrumpe sin compasión al meterme la mano bajo los pantalones y tocarme. Sus dedos arden, pero mi sexo también. Gimo temblorosamente. Me besa en los labios, tomando mi aliento, dándome el suyo… Con la otra mano empieza a quitarme la ropa. Trato de moverme y ayudarle, pero me siento torpe y lento.

Murmura mi nombre contra mis labios. Me siento más caliente… y más desnudo. Poco a poco se desprende de mi ropa, dejando caer por último los calzoncillos al suelo.

Me estremezco. Sus manos recorren mi pecho, mi cintura, mis caderas. Me besa en al boca y vuelve a envolver mi sexo con sus dedos largos y ardientes, haciéndome gemir.

—Ah… Albe… rich… —musito, aferrándome a sus hombros.

—Sí, así… —murmura, sin dejar de besar mis labios, mi cuello, mi garganta—. Di mi nombre…

—Albe…

Me mordisquea el cuello, haciéndome temblar y gemir. Sigue tocándome, me envuelve, sus manos me están llevando al límite. No es esto lo que pensaba, no era lo que buscaba, sólo necesitaba su dulzura, su ternura… pero… es… tan… bueno…

—¡Alberich…!

Siento que viene. Gimo con fuerza, me aferro a él, y el orgasmo me sacude en oleadas de un placer desenfrenado, dejándome desmadejado en brazos de Alberich, que me sostiene y me acuna.

¿Por qué cuando él me lo hace es mejor que cuando me lo hago yo? ¿Es la manera en que se mueve? ¿Es que me besa y me toca a la vez?

—Oh, Lander…

Suspira en mi oído y me besa tiernamente en la sien. Mi frente está apoyada en su hombro, sus brazos a mi alrededor, mis manos en su espalda. Estamos desnudos y húmedos, ¿pero es la lluvia o el sudor? Ya no lo sé. Y en realidad ni siquiera me importa.

—Debería llevarte a la cama —murmura Alberich—. No quiero hacértelo otra vez contra la pared.

Mi cuerpo reacciona con un escalofrío de anticipación, y el calor se expande en mis venas.

Hacérmelo.

Ah… No hemos terminado, ¿verdad?

Supongo que en otra situación la perspectiva me provocaría, por lo menos, hastío. Pero no ahora. No con él. Con él no significa aguantar, significa disfrutar… más aún.

Asiento débilmente con la cabeza. Me enderezo.

—Vamos a mi cuarto.

De pronto siento vergüenza. En mi cuarto con Alberich… En mi pequeño santuario privado.

Worren no ha entrado nunca.

Y por algún motivo me parece bien. Que Alberich esté donde Worren no ha estado…

¿Es despecho?

No. No quiero hacerlo. No puedo hacerles esto, a ninguno de los dos. No lo merecen… La luz de Worren, la ternura de Alberich… No…

—Muy bien.

Me besa en los labios, casi casto. Titubeo. ¿Qué… estaba pensando? He perdido el hilo. Me mira con sus profundos ojos azules y sólo quiero besarlo también, y tocarlo y abrazarlo y llevarlo a mi cama y hacerle el amor hasta la extenuación.

Me ruborizo como una puta colegiala, me arden las mejillas.

Para que no lo vea, y no sé por qué tengo que esconderme después de todo lo que hemos hecho, me aparto y voy hacia mi cuarto.

Dios. Estoy desnudo.

Alberich me sigue, su mano acaricia mi espalda, recorre mi columna y roza mi nuca, y me hace estremecer.

Mi habitación es pequeña y acogedora. Ah, la cama… la cama es para uno.

—Quizá deberíamos ir a otra parte —murmuro, dubitativo.

—No hace falta, tu cama es perfecta.

Él no duda. Me empuja a ella, me besa en la nuca, en los hombros. Trepo hasta quedar boca abajo, pero sus manos toman mis caderas, me obliga a dar la vuelta.

Esa mirada parece amarga y tensa.

—No, Lander —murmura Alberich—. Quiero mirarte a la cara mientras hacemos el amor.

Me estremezco.

Yo también quiero hacerlo así.

No sé qué hacer. Con Worren siempre es… al revés. Siempre de espaldas.

¿Quién es Alberich? ¿Por qué parece conocer mis más profundos anhelos?

Se agacha, se arrodilla entre mis piernas. No sé cómo hacer esto. Me siento… primerizo. Pero la primera vez fue más fácil, mi inexperiencia era obvia. Ahora quizá él espera que sepa cómo actuar, pero no lo sé.

—Nunca voy a tratarte como él lo hace, Lander.

Su bronca promesa me hace estremecer. Se arquea y me besa en el vientre. Jadeo. Con la lengua recorre mi torso desde el ombligo hasta mi garganta, haciéndome temblar. Besa, mordisquea. Se sostiene con una mano, la otra baja a mi pecho y juega con mis pezones. Oh, dios.

—Albe… rich…

Se endereza y me mira, su mano recorre mi torso. Tiemblo. ¿Qué iba a decir? Ah, sí.

—No tienes… que ser tan… cuidadoso. De verdad.

¿Me está mirando con lástima? No, no es posible.

—Lander.

Se inclina. So rostro queda a un suspiro del mío. Esa mirada intensa y fiera me intimida.  Intento retroceder, apartarme, pero no puedo, sólo hundo la cabeza en la almohada. No puedo desatar mi mirada de la suya.

—Ser cuidadoso contigo… —Su voz es baja y grave—. Hacerte sentir bien… Satisfacerte… Todo esto es lo que yo quiero. Y mientras tú lo aceptes, lo seguiré haciendo.

Por algún motivo siento que mis ojos se han llenado de lágrimas otra vez. Él me hace sentir de un modo diferente. No soy una polilla, no soy una sombra gris. Soy yo. Con Alberich soy yo.

Por instinto le rodeo el cuello con los brazos y beso su boca, desesperadamente. Responde, ardiente, tan dulce, tan tierno…

—Lander…

Sus labios se separan de los míos, sólo un poco, lo suficiente para hablar.

—Te amo.

Mi corazón deja de latir.

Lo miro a los ojos y sólo veo sinceridad. Sinceridad… y amor.

Me ama. Ha dicho que me…

Dios mío. No puedo hacer esto. No puedo hacerle esto a él. Estoy con Worren. No puedo usar a Alberich de esta manera, ¿en qué estaba pensando? Tengo que parar.

Me doy cuenta de que una lágrima cae hacia la almohada. La mirada de Alberich se oscurece.

No dice nada. Se inclina y lame mis lágrimas, seca mis ojos con infinita ternura, y eso sólo me hace sentir peor. Su dulzura es descarnada. Me muestra su corazón vulnerable con cada gesto, ¿y yo qué estoy haciendo con él?

Desesperadamente me aferro a su cuello, me aprieto a su cuerpo.

Desesperadamente sigo clavando un puñal en ese corazón dulce y devoto.

Desesperadamente me pierdo en sus besos, en sus caricias y en esos dedos expertos que me hacen ver las estrellas como nunca nadie lo había hecho.