Introducción
—¡Wo-Worren…! —tartamudeo mientras me baja los pantalones, sólo un poco, lo suficiente para acariciar mis nalgas con sus grandes manos.
—Ya, ya voy… —su voz suena divertida y tierna.
No es eso, quiero decirle, pero de pronto su mano acaricia mi boca con vehemencia, sus labios buscan mi cuello, me besa y lame mientras noto su enhiesto miembro frotarse contra mi entrada, y yo jadeo.
Aquí estoy… apoyado en la pared ligeramente mohosa de un callejón desconocido, a merced de la pasión desenfrenada de mi novio. Él me besa y empieza a empujar… y yo me muerdo los labios con un gruñido quedo, intentando acoger en mi interior al tan deseado intruso.
Oh, lo deseo, lo anhelo desesperadamente… aunque el escenario no sea el más propicio.
En una vida gris, vacía, Worren llegó como un rayo de luz. Él trajo color e ilusión a una existencia hueca y muerta. Él era brillante, luminoso como un ángel caído del cielo. No me importaba no ser primordial para él… me bastaba con ser algo.
Cuando Worren me tomó en sus brazos aquella noche fue como si se abrieran las puertas del paraíso y me llevara de la mano a sus rincones más hermosos.
Eso es lo que Worren era. Eso es lo que me hacía sentir al principio.
Un leve grito escapa de mis labios cuando algo se rasga en mi interior.
Ha entrado. Lo noto duro, duro e inmenso, llenándome de esa sensación agridulce de dolor desgarrado y un oscuro placer sin nombre.
—Tan estrecho…
Murmura esas palabras sobre mi oído y atrapa mi lóbulo, tironea, y yo gimo. Empieza a moverse, embiste mis caderas con las suyas, el dolor va desapareciendo y sólo queda el placer sordo, los gemidos roncos, sus manos en mi piel, sus ardientes labios en mi cuello…
Se mueve muy deprisa. Jadeo. Mi sexo está duro y tembloroso de un anhelo insatisfecho. Sé que Worren no va a tocarme. Yo lo hago. Yo rodeo mi propio sexo con los dedos y empiezo a masturbarme mientras él me embiste entre agitadas respiraciones y manos inquietas.
Veo algo. ¿Qué es? Una sombra. Una figura. El placer me nubla la vista. Worren acelera, gimiendo por lo bajo algo que no entiendo. Mis propios dedos me exprimen casi con violencia.
Veo sus ojos. Son azules. Nos está mirando.
—W-Worren… —gimo con voz ronca.
—¡Oh, Lander!
Entonces Worren se corre en mi interior, me llena con su simiente.
Sale de mí, dejándome vacío e insatisfecho, y tiemblo mientras me dejo caer al suelo.