Capítulo I  

 

 

—Con cuidado…

Su voz es una tierna risita. Se agacha a mi espalda y me recompone la ropa, los pantalones bajados, la camiseta subida. Me da un sonoro beso en la mejilla y luego se levanta.

—Llego tarde —comenta—. Te llamo mañana, ¿vale, guapo?

Su último gesto de amor es revolverme el pelo, y después se va sin aguardar mi respuesta.

Me deja aquí, ardiendo de excitación, temblando como una hoja. La sangre quema en mis venas, y entre la bruma de esta sensación doliente… sólo está el vacío.

Él termina y yo me quedo así, aturdido y hueco. Y caliente. Muy caliente, joder.

Siempre es así. Worren me lo hace deprisa. ¿Se da cuenta de lo que me provoca? Me deja ardiendo en el suelo, trémulo mientras tengo esta… esta sensación de desespero y vulnerabilidad que tanto odio.

Es como volver al pasado. Como si la luz desapareciera de este mundo.

 

Camino por la calle de camino al colegio.

Hay personas que me miran al pasar, los más osados me señalan con el dedo, pero yo no me molesto. Todo me da igual. No siento nada.

Aún uso la muleta que me ayuda a caminar. No debería apoyar la pierna. No debería, pero lo hago. Duele. Eso me dice que aún estoy aquí. ¿Por qué sigo aquí?

A mi alrededor todo se ha vuelto gris y opaco. Estoy muerto. ¿Por qué aún estoy en este mundo?

 

Me gustaría pedirle que se quedara, joder. Sólo un abrazo, un beso, una caricia. Sólo su compañía. Pero guardo silencio y me abrazo a mí mismo, intentando que el vacío y la excitación no me arrastren a un llanto convulso de manos frenéticas buscando una satisfacción sin sentido.

Son tus manos las que quiero. Tus labios en mi piel, tus dedos acariciándome… Y sí, también tu sexo, duro y brutal, lo necesito todo de ti.

Pero no me lo darás.

Oigo pasos. ¿Worren ha vuelto? Me vuelvo, oteo el lugar por el que se ha marchado, pero no viene nadie. No regresa. No regresa nunca, no es consciente de cómo me deja atrás.

Pero entonces…

Los ojos.

Dios mío. Los había olvidado. Alguien… alguien nos estaba mirando.

Me giro lentamente, temeroso de lo que voy a encontrar. ¿Un vagabundo tal vez? ¿Un ladrón? No tengo nada. Dios, ¿qué voy a hacer? Aún estoy temblando, me siento aturdido. Nos han visto haciéndolo en un puto callejón.

Ha salido de las sombras y permanece a unos pasos de mí, erguido y sin pudor, como si no se avergonzara en absoluto de haber estado viéndonos.

Es alto, de espalda ancha y cabello corto y negro. Tiene las piernas ligeramente abiertas, firmes sobre el suelo quebrado del callejón. Sus ojos son azules, intensamente azules, oscuros y profundos como espejos de zafiro.

Y temo esa mirada. Es seria, amarga. Siento que me está culpando de algo. No soy yo quien miraba, joder. No soy yo quien observaba a una pareja teniendo sexo como si fuera un vulgar mirón. ¿Por qué esos ojos parecen llenos de rabia?

Espera.

Espera.

Conozco esos ojos. Sí, conozco esa expresión seria, un poco adusta.

Alberich. Ya recuerdo. Alberich Donovan Iverson. Sí. Fuimos junto al instituto los últimos dos años.

 

—Os presento a Alberich Iverson. Será vuestro nuevo compañero de clase.

El chico nuevo tiene una expresión dura y seria, como una máscara. También tiene unos ojos azules, oscuros, profundos como pozos.

Nuestras miradas se cruzan, y me siento aturdido. Entrecierra los párpados. Tiene las pestañas muy largas.

—Ey.

A mi lado Worren me llama. Parpadeo, desvío la atención de inmediato. Me sonríe, y esa sonrisa hace que lo olvide todo menos a él.

 

Joder, en aquel tiempo no era así. No era alto y fuerte ni estaba tan jodidamente bueno. Mierda. Parece más bien una especie de dios del sexo, ¿o soy yo, que estoy excitado como una perra en celo?

Intento concentrarme. Me relamo los labios. Sí, Alberich. Instituto. Callado, distante, muy serio. ¿Hablamos alguna vez? No puedo recordarlo. Todo mi mundo era Worren, el resto quedaba desvaído en su presencia.

Alberich. Creo que no lo he visto desde la graduación, hace más de un año.

Dios. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Qué hace mirándonos teniendo sexo? Joder. Oh, joder.

Sus labios se entreabren. Tiene una boca firme de labios plenos, pero no en exceso. Es como… una boca perfecta. Mierda.

Dice algo. Me he distraído con el movimiento de sus labios. ¿Qué? Me cuesta procesarlo.

—¿Así estás satisfecho?

Me quedo boquiabierto. ¿Cómo? Pero cómo se atreve… ¿Espía como un vulgar mirón y luego viene a dar lecciones? ¿Qué es lo que pretende?

—No te metas donde no te llaman —musito, atónito y ofendido.

Espera.

¿Qué es esta sensación en mi pecho? Vergüenza. Joder. Ya lo sé, estábamos a la vista, un callejón no es el mejor lugar para un arrebato pasional… Pero Worren me mira y el mundo no tiene importancia.

No la tiene.

También siento otra cosa, algo que intento negar todos los días, cuando me hace el amor y después se marcha.

Mierda. ¿Por qué siento este vacío en el corazón? No es como si estuviera hueco. Es como si se hubiera hecho un agujero en mi pecho, y los bordes ardieran.

Alberich vuelve a hablar. Me ha llamado. Alzo la cabeza y me obligo a lanzarle una mirada de ira, de desprecio. Pero bueno, ¿por qué se mete?

Sigo en el suelo. Mierda. Me levanto abruptamente, sacudiéndome la camiseta.

Dios, ¿por qué está aquí, mirándome con esos oscuros ojos como pozos sin fondo? ¿Y por qué esos pozos están en llamas?

—Si pudiera… —dice en voz baja, suave como el terciopelo—… te daría todo lo que él no te da.

¿Qué acaba de…?

Veo con horror que da un paso hacia mí.

No, no te acerques. No vengas. ¿Por qué no te vas? No te quiero dando la vuelta a mi vida.

Tengo la sensación irracional de que va a trastocarlo todo, y no quiero, quiero mi vida como está. Quiero a Worren en ella, imperfecto y maravilloso.

—Si pudiera…

Niego lentamente con la cabeza, retrocedo un paso, pero él se acerca. No vengas. No quiero oírte.

¿Por qué no puedo apartar la mirada de esos ojos ardientes?

—… te daría tanto placer que no sabrías cuándo acaba un orgasmo y empieza el siguiente.

Mis mejillas arden, y, mierda, mi corazón se dispara.

Eso suena bien. Estoy caliente y suena bien.

—Y lo más importante es que yo, si me dejas… yo te haré sentir amado.

Dios.

¿Quién es él? ¿Por qué dice estas cosas?

¿Por qué coño puede ver en el fondo de mi alma, descubrir mis anhelos más profundos y sacarlos a la luz?

Lo sé. Worren no me hace sentir bien. Worren me llama, me besa, me hace el amor…

No. Sé que no es así. Sé que Worren, con su buen corazón y su sonrisa deslumbrante, no me hace el amor. Él me folla. Con todas las letras. Después se larga.

Saber esto me hace sentir como si me hundiera en un hondo pantano negro.

Yo amo a Worren. ¿Por qué me hace esto? ¿Por qué no puedo sentir que él también me ama? Es mi mundo. Es todo mi mundo. Cuando yo estaba muerto y vacío él llegó y me dio la vida. ¿Por qué no puede llenarme? Sólo necesito un poco más de él, algo que haga que este vacío en mi pecho deje de doler.

Veo una mano. Alberith me la tiende. Su mirada es seria, es dura… Es tierna.

Es la mirada más tierna que me han dirigido nunca.

—Si me dejas, te lo demostraré.

¿Demostrar el qué? ¿Qué quiere este chico de mí? ¿Por qué me mira como un cachorro desvalido, con toda esta dulzura, con toda la súplica descarnada?

¿Por qué… estoy cogiendo su mano?

Sus dedos son firmes cuando envuelven los míos. Cálidos. Su mirada se ablanda, y también la fuerte línea de su boca.

¿Es eso una sonrisa?

De pronto se aproxima, sus manos toman mi rostro, grandes y firmes y calientes. Me besa en los labios.

Es el beso más dulce que me han dado jamás. Worren casi nunca me besa. Alberich… Alberich es pura ternura.

No puedo evitarlo. Con un jadeo desesperado bebo de ese beso.