Capítulo II  

 

 

Es como un sueño.

Una parte de mí no puede creer que esté siguiendo a este casi desconocido hacia su casa, por muy lleno de palabras tiernas y dulces besos que esté. Una parte de mí teme y odia lo que está pasando… pero es una parte muy pequeña, muy débil, una parte que se ve subyugada por la delicada fuerza que me está arrastrando inexorablemente.

Aquí estoy, incapaz de soltar mi mano de la suya, dejando que me guíe por las calles más alejadas del centro.

En las fueras Alberich me deja entrar primero en un edificio alto y elegante. Llama al ascensor, y entramos. No suelta mi mano. Para nada me suelta. ¿Me ata? ¿Me dejará ir si se lo digo?

¿Y por qué no se lo digo, a fin de cuentas? ¿Qué va a hacerme? ¿Qué me ha hecho ya?

Oh, sus labios…

Pienso en ese beso y siento que se me licuan las rodillas. ¿Puede ser tan dulce un beso? ¿No es un sueño?

Subimos al sexto piso. Alberich saca las llaves de su bolsillo y abre la puerta tres, diestramente, como si todos los días tuviera una mano ocupada en otras cosas.

Otras cosas…

¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué le he seguido? Después de besarme… Es como si no tuviera fuerzas para resistir.

—No tengas miedo.

Doy un respingo y lo miro. Ha abierto la puerta para mí, y me mira. Sus ojos son oscuros y profundos y también tiernos.

Nunca nadie me ha mirado así, casi… casi con adoración. ¿O es lo que quiero ver?

¿Tan desesperado estoy?

Sólo quiero un poco de ternura. Quiero que Worren me mire así, sólo un poco. Como si me necesitara de verdad.

Pero no me necesita. Nunca me ha necesitado.

Su mano toca mi cintura. Es grande, aunque no tanto como la de Worren, y es firme, pero también gentil.

No soy de cristal. No necesito que me trates como si lo fuera.

¿Pero qué necesito? ¿Qué estoy haciendo aquí, con un viejo conocido del instituto, alguien con quien no he cruzado palabra en el último año, y además dispuesto a tener sexo con él?

Porque a eso hemos venido, ¿verdad? A ver si diferencio… el final de un orgasmo del principio del siguiente.

Dios. Qué pretencioso… y qué bien suena.

Joder. No soy un puto salido, ¿de acuerdo? No estoy desesperado por el sexo. Pero ahora mismo estoy ardiendo porque mi novio me ha dejado con el calentón, y viene este chico y me dice…

No. Me promete hacerme sentir querido con esto. El sexo no es importante. El corazón sí lo es.

¿Por qué estoy entrando en su casa? Oigo la puerta que se cierra. Se me pone la piel de gallina.

Esto no está bien… ¿O sí?

—¿Y tus padres? —musito, observando el breve recibidor, que da a un pasillo y dos puertas.

—Vivo solo.

Dios mío. Estamos solos.

No, por favor. No puedo hacer esto. Esto no está bien. ¿Qué pasa con Worren?

—Eh.

De pronto esas manos toman mi rostro. Va a besarme, sé que va a besarme, me va a desarmar y me tendrá a su merced.

Una parte de mí lo desea desesperadamente. Esa ternura, esa suavidad, esa sensación de ser importante para alguien… Por favor…

¡No! ¡Joder! Worren…

Me quedo trabado en sus ojos. No puedo apartar la mirada. No es Worren, es otra persona, pero esos ojos oscuros me hipnotizan, me atan.

—Deja que te lo enseñe. —Esa boca firme se mueve, de sus labios salen las palabras como un quedo y erótico murmullo—. Deja que por una vez te muestre lo que puedo hacerte sentir.

¿Me lo está pidiendo, me lo suplica? Esos ojos son un ruego descarnado. ¿Por qué quiere hacer esto?

¿Por qué no puedo apartar la mirada?

Trato de hablar. Tengo que hacerlo. Mi boca está seca pero tengo que decirle que no, que esto no está bien, que no puedo hacerlo…

—Sí…

Se me traba el aliento. ¡No es eso lo que quería decir! O… tal vez sí. Tal vez…

Dios. ¿A quién quiero engañar? Por una vez en la vida, sólo una vez… quiero que alguien en mire con esta adoración mientras nos fundimos, como si fuera lo más preciado. Sólo una vez.

Ah… ¿es eso una sonrisa?

Me besa.

No tengo tiempo de mirarlo. No puedo pensar. Me besa y me pierdo en esos labios. Son dulces, tiernos, llenos de algo que no entiendo pero que me hace querer llorar de pura emoción.

—Tranquilo… —susurra en mi boca—. Te haré sentir bien.

Sí, por favor.

Una parte de mí sabe que esto no está bien, que estoy traicionando a Worren, pero ahora, envuelto en sus brazos, recibiendo esos labios, no encuentro fuerzas suficientes para resistirme.

Quiero esto. Anhelo esto. Quiero ver si ver si es cierto, si las historias son reales y puedo sentirme pleno y vivo al hacer el amor.

Es increíblemente gentil cuando logra que mi espalda dé con la pared del exiguo recibidor. Vuelve a besarme, recorriendo mis labios con los suyos. Es muy dulce. Sus manos acarician mi rostro, mi cuello, mi cabello, y las mías...

Lo estoy abrazando. No sé cuándo lo hice, me aferro a su espalda con desesperación. Sus labios me hacen temblar. Pierdo el hilo de mis propios pensamientos.

Alberich murmura mi nombre y me besa en la mejilla, bajo el oído, en la garganta. Me estremezco y jadeo ante la electrizante sensación, un fogonazo de lánguido placer recorriéndome la espina dorsal.

Él suspira. Parece quererlo tanto como yo. ¿Está mal entonces, cuando los dos queremos esto?

Sé que sí. Sé que no puedo parar.

Alberich de pronto cae de rodillas frente a mí. Lo miro, no comprendo, ¿qué pretende?

Besa el bulto entre mis piernas.

Jadeo y trato de retroceder, pero estoy contra la pared. ¿Pero qué hace?

—Tranquilo…

Su voz es un susurro aterciopelado. Vuelve a hacerlo, me besa ahí otra vez, y me recorre la abrumadora sensación de un placer desconocido.

—Espera, esto no… —musito.

—Ya lo sé.

¿Qué es lo que sabe? ¿Que mi novio jamás ha dado muestras de atención a mi sexo? ¿Que me muero de vergüenza? ¿Que tengo miedo? ¿O tal vez todo?

Sus labios recorren mi entrepierna, y yo me estremezco. Mis manos aferran sus hombros, me apoyo en él, me sujeto en él. Me tiemblan las piernas.

Sus dedos ágiles desatan el cinturón, el botón y la cremallera.

Dios mío. Lo va a hacer. ¡Lo va a hacer!

—No, espera…

Mi voz sale ahogada y temblorosa.

Con los ojos muy abiertos miro, atónito, cómo saca mi sexo. Sus dedos lo envuelven. Gimo. Dios santo, me está tocando. Estoy duro y caliente. Joder.

No dice nada. Mira mi sexo con sus oscuros ojos y sus dedos lo recorren, y yo estoy temblando. Mierda. ¿Qué me está haciendo?

Alza la mirada. Es sólo un instante, pero veo sus intenciones. Oh, dios mío.

Ni siquiera duda. Inclina la cabeza y sin titubear mete mi sexo en su boca, hasta el fondo.

Gimo con fuerza, ronco, aferrado a sus hombros. Dios mío, ¿qué es esto?

¿Siempre es así?

Su lengua me lame, sus labios me envuelven, empiezo a no poder respirar. Es insoportable… este placer… esta sensación de desfallecer, de derretirme en su boca… Nunca antes lo había experimentado.

Voy a morirme. Estoy temblando. Sigue lamiendo, succionando. Ya no sé si gimo o jadeo o grito. Intento decirle que pare, no puedo más…

Entonces estallo. Algo explota dentro de mí, el fuego en la sangre, convulsamente termino… como nunca antes lo había hecho.

Mis piernas no me aguantan…

Pero Alberich me toma en sus brazos antes de que caiga. Él me sostiene.

Dios. Me he corrido en su boca. Dios.

—No te dejaré caer.

¿Qué?

Me sujeta con sus brazos fuertes, y su boca cubre la mía de nuevo. El sabor de su lengua se mezcla ahora con algo distinto… algo mío. Me excita. Mis brazos se enredan en su cuello. Me besa, y yo lo correspondo. Es un beso largo, profundo, lleno de ternura… Es dulce.

Me gustan sus labios. Me gusta su boca. Me gusta que me bese, y, joder, me gusta que me la chupe.

Una mano se mete bajo mi camiseta. Alberich acaricia mi pecho. Respiro hondo cuando abandona mis labios y usa su experta boca en mi garganta, en el hueco de mi cuello. Me recorren los placenteros escalofríos. Su lengua lame mi piel expuesta.

Con mis dedos temblorosos acaricio su espalda, su cintura, sus brazos, recorro la curva de su mandíbula y la línea de los omoplatos que se marcan contra su ropa.

Me está desnudando poco a poco, con infinita ternura, y yo sólo atino a aferrarme a él, a dejarme hacer, a disfrutar de cómo me toca.

Estoy desnudo. La pared es fría a mi espalda, pero qué más da… Alberich sigue acariciándome, me besa, me adora con sus manos y con sus labios como si no hubiera nada más en el mundo. Es una sensación abrumadora, vergonzosa, pero, dios… No quiero que termine nunca.

Jamás me había sentido tan amado.

De pronto esas manos me giran, moviéndome como si fuera liviano, un juguete, y me encuentro apoyando el pecho en la fría pared.

La postura favorita de Worren.

—¡No!

Lo jadeo antes de pensarlo.

No quiero esto. No quiero más Worren, ahora no. No quiero que me folle como a un perro y que todo termine. Quiero más de esas miradas, de esas caricias… Por favor. Por favor. Lo necesito. No quiero este vacío.

—Sssshhh, no pasa nada. Pónmelo fácil.

¿Fácil? No quiero, así no, joder, joder, jod…

No es su pene el que tantea mi entrada, es muy pequeño. Está húmedo de saliva. Es un dedo. Contengo el aliento. Me penetra con él, y jadeo.

No me hace daño. Es agradable. Dios. Muy agradable.

Ese dedo se mueve dentro de mí. Lanzo un...gruñido de placer. Como un animal.

Retrocede y entra hasta el fondo, arrancándome un escalofrío. Dios santo. Me retuerzo, sin saber qué hacer con todo este… placer sin freno.

Su dedo se mueve dentro de mí. Con la mano libre acaricia mi pecho, se entretiene en los pezones, los roza, los pellizca suavemente, no puedo contener los broncos gemidos.

—Ah… Alber… ich…

Mi voz está rota y ahogada. Sus labios me besan en la nuca. ¿Qué quería decirle? No me acuerdo.

—Lo sé, Lander.

Su mano recorre mi pecho mientras un segundo dedo entra en mi interior, arrancándome un bronco gemido. Estoy temblando, las piernas casi no me sostienen.

Baja la mano y envuelve mi sexo. ¡Dios, de nuevo! No tengo aliento. Sus labios recorren mi espalda mientras me toca, me excita, está en mí y fuera de mí, lo hace todo, lo toma todo… Y me encanta.

Espera. Espera, no puedo… otra vez…

No consigo decírselo. De mi boca brotan sílabas incoherentes. No puedo articular palabra. Gimoteo, abrumado por el placer.

Estallo de nuevo, ahora en su mano, y me aprieta contra su cuerpo al sujetarme mientras me derramo y entre convulsiones siento que podría morirme ahora mismo.

Dos orgasmos. Estoy agotado. Estoy…

Su mano recorre mi pecho. Oh, dios mío. ¿Aún más?

—A… Al… No… No…

—Un poco más. Seguro que te gusta un poco más.

Me tiemblan las rodillas y no tengo aliento para responder. ¿Y qué puedo decir? No sé si puedo aguantar más, pero quiero intentarlo… ¿En qué momento el cuerpo se derrumba? ¿Cuánto placer hace falta? Quiero averiguarlo. Alberich va a enseñármelo.

Sus labios recorren mi espalda. Sus dedos están inmóviles dentro de mí… No, ahora vuelven a moverse, adentro y afuera. Jadeo. Me acaricia el pecho y la garganta.

No lo pienso. Bajo la cabeza y atrapo un dedo entre mis labios. Se queja inmóvil, conteniendo el aliento. Lo lamo. Estoy temblando.

Alberich me besa en la nuca, vuelve a juguetear en mi interior, y yo gruño con su dedo en mi boca, trémulo y débil y excitado otra vez. Dios, ¿desde cuándo hace falta tan poco para tenerme así?

Un tercer intruso se suma dentro de mí. Jadeo, me retuerzo, me aprieto contra él.

No, joder. Estoy harto de dedos, es otra cosa la que necesito. No quiero correrme así de nuevo. Lo quiero a él, quiero lo que tiene entre las piernas.

—Vale —murmura como si me leyera el pensamiento—. Vale…

Sus dedos me abandonan, en mi boca y en mi entrada, y lo echo de menos.

Me da la vuelta.

Me besa en la boca.

Suspiro, derritiéndome, pero me sostiene en sus brazos, me acuna, se aprieta contra mi cuerpo y siento la salvaje erección contra mi vientre. Dios.

Débilmente alzo los brazos, intento sujetarme a él, a su cuello, sus hombros. Me besa en la garganta. Poco a poco sus manos recorren mi cintura, mis caderas, acaricia mis nalgas y baja…

Me levanta. Como si pesara menos que una pluma me alza por los muslos, abre mis piernas y se encaja en ellas. Me aferro a él, me abrazo a su cuerpo fuerte y tenso.

Lo noto. Duro, caliente y suave, tanteando mi entrada. Contengo el aliento. Lo espero con anhelo. No, no lo espero: desespero. Quiero suplicarle que la meta de una vez, pero no me sale la voz, sólo jadeos, sólo respiración agitada y…

Y entra.

Lento, firme, seguro, con una facilidad estremecedora, Alberich me penetra hasta el fondo, y yo lanzo un bronco alarido de placer.

Jamás… nunca… me había sentido… tan lleno de vida.

—¡Dios…!

Alberich me besa en la boca, robándome las palabras.

Empieza a moverse.

Con desesperación lo abrazo, gimo, mis caderas se cimbrean con las suyas. Salgo a su encuentro, o él al mío, ya me da igual, sus labios me besan, mis manos lo tocan, siento que voy a llorar de puro y agónico placer, pero no lo hago… No son lágrimas lo que brotan de mí.

Bruscamente llega mi tercer y brutal orgasmo, mi garganta se quiebra en un sollozo de éxtasis.

Convulso, quedo lánguido en sus brazos.

—No… No pue… no… puedo… más…