El Caballero de Dios

Cuenta la historia que este caballero había una dueña por mujer que había nombre Grima, y fue muy buena dueña, y de buena vida, y muy mandada a su marido y mantenedora y guardadora de la su casa; pero tan fuerte era la fortuna del marido que no podía mucho adelantar en su casa así como ella había mester. Y hubieron dos hijuelos que se vieron en muy grandes peligros, así como oiréis adelante, tan bien como el padre y la madre. Y el mayor había nombre Garfín y el menor Roboán. Pero Dios, por la su piedad, que es enderezador de todas las cosas, viendo el buen propósito del caballero y la esperanza que en Él había, nunca desesperando de la su merced, y viendo la mantenencia de la buena dueña, y cuán obediente era a su marido, y cuán buena crianza hacía en sus hijuelos, y cuán buenos castigos les daba, mudoles la fortuna que habían en el mayor y mejor estado que un caballero y una dueña podrían haber, pasando primeramente por muy grandes trabajos y grandes peligros.

Y porque este libro nunca apareció escrito en este lenguaje hasta ahora, ni lo vieron los hombres ni lo oyeron, cuidaron algunos que no fueran verdaderas las cosas que y se contienen, ni hay provecho en ellas, no parando mientes al entendimiento de las palabras ni queriendo curar en ellas. Pero comoquiera que verdaderas no fuesen, no las deben tener en poco ni dudar en ellas hasta que las oigan todas cumplidamente y vean el entendimiento de ellas, y saquen ende aquello que entendieren de que se puedan aprovechar; ca de cada cosa que es ya dicha pueden tomar buen ejemplo y buen consejo para saber traer su vida más cierta y más segura, si bien quisieren usar de ellas; ca tal es el libro para quien bien quisiere catar por él, como la nuez, que ha de parte de fuera fuste seco y tiene el fruto escondido dentro. Y los sabios antiguos, que hicieron muchos libros y de gran provecho, pusieron en ellos muchos ejemplos en figura de bestias mudas y aves y de peces, y aun de las piedras y de las yerbas, en que no hay entendimiento ni razón ni sentido ninguno, en manera de hablillas, que dieron entendimiento de buenos ejemplos y de buenos castigos, e hiciéronnos entender y creer lo que no habíamos visto ni creímos que podría esto ser verdad; así como los padres santos hicieron a cada uno de los siervos de Jesucristo ver como por espejo, y sentir verdaderamente, y creer de todo en todo que son verdaderas las palabras de la fe de Jesucristo, y maguer el hecho no vieron; porque ninguno no debe dudar en las cosas ni menospreciarlas, hasta que vean lo que quieren decir y cómo se deben entender. Y por ende, el que bien se quiere loar y catar, y entender lo que se contiene en este libro, sacará ende buenos castigos y buenos ejemplos, y por los buenos hechos de este caballero, así se puede entender y ver por esta historia.

Dice el cuento que este caballero Zifar fue buen caballero de armas y de muy sano consejo a quien se lo demandaba, y de gran justicia cuando le acomendaban alguna cosa donde la hubiese de hacer, y de gran esfuerzo, no mudándose ni orgulleciendo por las buenas andanzas, ni desesperando por las desventuras fuertes cuando le sobrevenían. Y siempre decía verdad y no mentira cuando alguna demanda le hacían, y esto hacía con buen seso natural que Dios pusiera en él. Y porque todas estas buenas condiciones que en él había, amábale el rey de aquella tierra, cuyo vasallo era y de quien tenía gran soldada y bienfecho de cada día. Mas tan gran desventura era la suya que nunca le duraba caballo ni otra bestia ninguna de diez días arriba, que no se le muriese, y aunque la dejase o la diese antes de los diez días. Y por esta razón y esta desventura era él siempre y su buena dueña y sus hijos en gran pobreza; pero que el Rey, cuando guerras había en su tierra, guisábalo

[7] muy bien de caballos y de armas y de todas las cosas que había mester, y enviábalo en aquellos lugares donde entendía que mester era más hecho de caballería. Y así se tenía Dios con este caballero en hecho de armas, que con su buen seso natural y con su buen esfuerzo siempre vencía y ganaba honra y vitoria para su señor el Rey, y buen prez para sí mismo. Mas de tan gran costa era este caballero, el Rey habiéndole de tener los caballos aparejados, y las otras bestias que le eran mester a cabo de los diez días, mientras duraba la guerra, que semejaba al Rey, que no lo podía sufrir ni cumplir. Y de la otra parte, con gran envidia que habían aquellos a quien Dios no quisiera dar hecho de armas acabadamente así como al caballero Zifar, decían al Rey que era muy costoso, y que por cuanto daba a este caballero al año, y con las costas que en él hacía al tiempo de las guerras, que había quinientos caballos cada año para su servicio, no parando mientes los mezquinos como Dios quisiera dotar al caballero Zifar de sus grandes dones y nobles, señaladamente de buen seso natural, y de verdad, y de lealtad, y de armas, y de justicia y de buen consejo, en manera que donde él se encerraba con cien caballeros, cumplía más y hacía más en honra del Rey y buen prez de ellos que mil caballeros otros cuando los enviaba el Rey a su servicio a otras partes, no habiendo ninguno estos bienes que Dios en el caballero Zifar pusiera.

Y por ende todo gran señor debe honrar y mantener y guardar al caballero que tales dones puso como en este, y si alguna batalla hubiere a entrar, debe enviar por él y atenderlo; ca por un caballero bueno se hacen grandes batallas, mayormente en quien Dios quiso mostrar muy grandes dones de caballería. Y no deben creer a aquellos en quien no parece buen seso natural ni verdad ni buen consejo, y señaladamente no debe creer en aquellos que con maestrías y con sutilezas de engaño hablan. Ca muchas vegadas algunos, porque son sutiles y agudos, trabájanse de mudar los derechos y los buenos consejos en mal, y danles entendimiento de leyes, colorando lo que dicen con palabras engañosas y cuidando que no hay otro ninguno tan sutil como ellos, que lo entiendan. Y por ende no se debe asegurar en tales hombres como estos, ca peligrosa cosa es creer hombre aquellos en quien todas estas menguas y estas maestrías son, porque no habrá de dudar de ellos y no estará seguro. Pero el señor de buen seso, si dudar de aquellos que le han de seguir, para ser cierto, llámalos a su consejo y a lo que le aconsejaren, y cate y piense bien en los dichos de cada uno, y pare mientes a los hechos que antes pasaron con él; y si con gran hemencia los quiere catar, bien puede ver quién le aconseja bien o quién mal; ca la mentira así trasluce todas las palabras del mentiroso como la candela tras el vidrio en la linterna. Mas, mal pecado, algunos de los señores grandes más aína se inclinan a creer las palabras halagueras de los hombres mentirosos y las lisonjas so color de algún provecho, que no el su pro ni la su honra, maguer se quieran y lo vean por obra, en manera que maguer se quieran arrepentir y tornarse a lo mejor, no pueden, con vergüenza que no los retraigan que ellos mismos con mengua de buen seso se engañaron, dejando la verdad por la mentira y la lisonja. Así como aconteció a este rey, que viendo la su honra y el su pro ante los sus ojos, por prueba de la bondad de este caballero Zifar, menospreciándolo, todo por miedo de la costa, queriendo creer a los envidiosos lisonjeros, perjuró en su corazón y prometioles que de estos dos años no enviase por este caballero maguer guerras hubiese en la su tierra, y quería probar cuánto excusaría en la costa que este caballero hacía; e hízolo así, donde se halló que más deshonras que recibió y daños grandes en la su tierra. Ca en aquellos años hubo grandes guerras con sus vecinos y con algunos de los naturales que se alzaron. Y cuando enviaba dos mil o tres mil caballeros a la frontera, lo que les era ligero de ganar de sus enemigos decían que no podían conquerir por ninguna manera, y a los lugares del Rey dejábanlos perder; así que fincaba el Rey deshonrado y perdido y con gran vergüenza, no atreviéndose enviar por el caballero Zifar porque no le dijesen que no guardaba lo que prometiera. Ciertas, vergüenza y mayor mengua es en querer guardar el prometimiento dañoso y con deshonra, que en revocarlo; ca si razón es y derecho que aquello que fue establecido antiguamente sin razón, que sea enmendado, catando primeramente la razón de donde nació, y hacer ley derecha para las otras cosas que han de venir, y razón es que el yerro que nuevamente es hecho, que sea luego enmendado por aquel que lo hizo; ca la palabra es de los sabios que no debe haber vergüenza, ca ninguna cosa no hace medroso ni vergoñoso el corazón del hombre sino la conciencia de la su vida si es mala, no haciendo lo que debe. Y, pues la mi conciencia no me acusa, la verdad me debe salvar, y con gran fucia

[8] que en ella he, no habré miedo e iré con lo que comencé cabo adelante y no dejaré mi propósito comenzado.

Y estas palabras que decía el caballero oyolas Grima la su buena mujer, y entró a la cámara donde él estaba en este pensamiento, y díjole: «Amigo señor, ¿qué es este pensamiento y este gran cuidado en que estáis? Por amor de Dios decídmelo; y pues parte hube convusco

[9] en los cuidados y en los pesares, ciertas nunca os vi flaco de corazón por ninguna cosa que vos hubieseis, sino ahora». El caballero, cuando vio a su mujer que amaba más que a sí, y entendió que había oído lo que él dijera, y pesole de corazón y dijo: «Por Dios, señora, mejor es que el uno sufra el pesar que muchos; ca por tomar vos otro tanto de pesar como yo, por eso no menguaría a mí ninguna cosa del pesar que yo hubiese, y no sería aliviado de pesar, mas acrecentamiento; ca recibiera más pesar por el pesar que vos hubieseis». «Amigo, señor», dijo ella, «si pesar es que remedio ninguno no puede hombre haber, es dejarlo olvidar, y no pensar en ello, y dejarlo pasar por su ventura. Mas si cosa es en que algún buen pensamiento puede aprovechar, debe hombre partir el cuidado con sus amigos, ca más pueden pensar y cuidar muchos que uno, y más aína pueden acertar en lo mejor. Y por ende todo hombre que alguna gran cosa quiere comenzar y hacer, débelo hacer con consejo de aquellos de quien es seguro que le aconsejarán bien. Y amigo», dijo ella, «esto os oí decir, quejándoos, que queríais ir con vuestro hecho adelante y no dejar vuestro propósito comenzado, y porque sé que vos sois hombre de gran corazón y de gran hecho, tengo que este vuestro propósito es sobre alta cosa y grande, y que según mío cuidar debéis haber vuestro consejo». «Ciertas», dijo el caballero su marido, «guarido me habéis y dádome habéis conhorte al mi gran cuidado que tengo en el mi corazón guardado muy gran tiempo ha, y nunca quise descubrirle a hombre del mundo; y bien creo que así como el fuego encubierto dura más que el descubierto, y es más vivo, bien así la puridad que uno sabe dura más y es mejor guardada que si muchos la saben, pero que todo el cuidado es de aquel que la guarda; ca toma gran trabajo entre sí y grandes pesares para guardarla. Onde bienaventurado es aquel que puede haber amigo entero a quien pueda mostrar su corazón, y que enteramente quiso guardar a su amigo en las puridades y en las otras cosas que hubo de hacer; ca pártese el cuidado entre ambos, y hallan más aína lo que deben hacer; pero que muchas vegadas son engañados los hombres en algunos que cuidan que son sus amigos y no lo son, sino de infinta
[10] . Y ciertas los hombres no lo pueden conocer bien hasta que los prueban; ca bien así como por el fuego se prueba el oro, así por la prueba se conoce el amigo. Así aconteció en esta prueba de los amigos a un hijo de un hombre bueno en tierras de Sarapia, como ahora oiréis.

»Y dice el cuento que este hombre bueno era muy rico y había un hijo que quería muy bien, y dábale de lo suyo que despendiese cuanto él quería. Y castigole que sobre todas las cosas y costumbres, que aprisase y pugnase en ganar amigos, ca esta era la mejor ganancia que podría hacer; pero que tales amigos ganase que fuesen enteros, y a lo menos que fuesen medios. Ca tres maneras son de amigos: los unos de enfinta, y estos son los que no guardan a su amigo sino mientras pueden hacer su pro con él; los otros son medios, y estos son los que se paran por el amigo a peligro, que no parece más en duda si era hombre; y los otros son enteros, los que ven al ojo la muerte o el gran peligro de su amigo y pónese delante para tomar muerte por él, que el su amigo no muera ni reciba daño. Y el hijo le dijo que lo haría así y que trabajaría de ganar amigos cuanto él más pudiese, y con el algo que le daba el padre convidaba y despendía y daba de lo suyo granadamente, de guisa que no había ninguno en la ciudad onde él era, más acompañado que él. Y al cabo de diez años, preguntole el padre cuántos amigos había ganados, y él le dijo que más de ciento. "Ciertas", dijo el padre, "bien despendiste lo que te di, si así es; ca en todos los días de la mi vida no pude ganar más de medio amigo, y si tú cien amigos has ganado, bienaventurado eres". "Bien creed, padre señor", dijo el hijo, "que no hay ninguno de ellos que no se pusiese por mí a todos los peligros que me acaecieren". Y el padre lo oyó y calló y no le dijo más. Y después de esto aconteció al hijo que hubo de pelear y de haber sus palabras muy feas con un mancebo de la ciudad, de mayor lugar que él. Y aquel fue buscar al hijo del hombre bueno por hacerle mal. El padre, cuando lo supo, pesole de corazón, y mandó a su hijo que se fuese para una casa fuerte que era fuera de la ciudad, y que se estuviese quedo allá hasta que apagasen esta pelea, y el hijo hízolo así; y desí

[11] el padre sacó luego seguranza de la otra parte y apaciguolo muy bien. Y otro día hizo matar un puerco y mesolo y cortole la cabeza y los pies, y guardolos, y metió el puerco en un saco y atolo muy bien y púsole so el lecho, y envió por su hijo que se viniese en la tarde y cuando fue a la tarde llegó el hijo y acogiole el padre muy bien y díjole de cómo el otro le había asegurado y cenaron. Y desde que el padre vio la gente de la ciudad que era aquedada, dijo así: "Hijo, comoquiera que yo te dije luego que viniste que te había asegurado el tu enemigo, dígote que no es así; ca en la mañana, cuando venía de misa, lo hallé aquí en casa dentro, tras la puerta, su espada en la mano, cuidando que eras en la ciudad, para cuando quisieses entrar a casa, que te matase. Y por la su ventura matelo yo o cortele la cabeza y los pies y los brazos y las piernas, y echelo en aquel pozo, y el cuerpo metilo en un saco y téngolo so el mi lecho. Y no lo oso aquí soterrar por miedo que nos lo sepan; porque me semeja que sería bien lo llevases a casa de algún tu amigo, si lo has, y que lo soterrases en algún lugar encubierto". "Ciertas, padre señor", dijo el hijo, "mucho me place, y ahora veréis qué amigos he ganado". Y tomó el saco a cuestas y fuese para casa de un su amigo en quien él más fiaba. Y cuando fue a él maravillose el otro porque tan gran noche venía, y preguntole qué era aquello que traía en aquel saco, y él se lo contó todo, y rogole que quisiese que lo soterrasen en un trascorral que y había. Y su amigo le respondió que como hiciera él y su padre la locura, que se parasen a ella y que saliese fuera de casa; que no quería verse en peligro por ellos. Y eso mismo le respondieron todos los otros amigos, y tornó para casa de su padre con su saco, y díjole cómo ninguno de sus amigos no se quisieron aventurar por él a este peligro. "Hijo", dijo el hombre bueno, "mucho me maravillé cuando te oí decir que cien amigos habías ganados, y seméjame que entre todos los ciento no hallaste un medio; mas vete para el mi medio amigo, y dile de mi parte esto que nos aconteció, y que le ruego que nos lo encubra". Y el hijo se fue y llevó el saco e hirió a la puerta del medio amigo de su padre. Y ellos fuéronselo decir, y mandó que entrase. Y cuando le vio venir, y le halló con su saco a cuestas, mandó a los otros que saliesen de la cámara, y fincaron solos. El hombre bueno le preguntó qué era lo que quería, y qué traía en el saco, y él le contó lo que le aconteciera a su padre y a él y rogole de parte de su padre que se lo encubriese. Y él le respondió que aquello y más haría por su padre, y tomó un azadón e hicieron amos a dos fuesa so el lecho y metieron y el saco con el puerco, y cubriéronle muy bien de tierra. Y fuese luego el mozo para casa de su padre y díjole de cómo el su medio amigo le recibiera muy bien, y que luego que le contó el hecho, y le respondiera que aquello y más haría por él, y que hiciera una fuesa so el lecho y que lo soterraron y. Entonces dijo el padre a su hijo: "¿Qué te semeja de aquel mi medio amigo?" "Ciertas", dijo el hijo, "seméjame que este medio amigo vale más que los mis ciento". "Y hijo", dijo el hombre bueno, "en las horas de la cuita se prueban los amigos; y por ende no debes mucho fiar en todo hombre que se demuestra por amigo, hasta que lo pruebes en las cosas que te fueren mester. Y pues tan bueno hallaste el mi medio amigo, quiero que antes del alba vayas para él y que le digas que haga puestas de aquel que tiene soterrado, y que haga de ello cocho
[12] y de ello asado, y que cras seremos sus huéspedes yo y tú". "¿Cómo, padre señor?", dijo el hijo, "¿comeremos el hombre?". "Ciertamente", dijo el padre, "mejor es el enemigo muerto que vivo, y mejor es cocho y asado que crudo; y la mejor venganza que el hombre de él puede haber es esta, comerlo todo, de guisa que no finque de él rastro ninguno; ca donde algo finca del enemigo, y finca la mala voluntad". Y otro día en la mañana, el hijo del hombre bueno fuese para el medio amigo de su padre y díjole de cómo le enviaba rogar su padre que aquel cuerpo que estaba en el saco, que le hiciese puestas y que lo guisasen todo, cocido y asado, ca su padre y él vendrían comer con él. Y el hombre bueno cuando lo oyó comenzose a reír, y entendió que su amigo quiso probar a su hijo, y díjole que se lo agradecía, y que viniesen temprano a comer, que guisado lo hallarían muy bien, ca la carne del hombre era muy tierna y cocía muy deprisa. Y el mozo se fue para su padre, y dijo la respuesta de su medio amigo, y al padre plugo mucho porque tan bien le respondiera. Y cuando entendieron que era hora de yantar, fuéronse padre y hijo para casa de aquel hombre bueno, y hallaron las mesas puestas, con mucho pan y mucho vino. Y los hombres buenos comenzaron a comer muy de recio como aquellos que sabían qué tenían delante. Y el mozo recelábalo de comer, comoquiera que le parecía bien. Y el padre cuando vio que dudaba de comer, díjole que comiese seguramente, que tal era la carne del hombre como la carne del puerco, y que tal sabor había. Y él comenzó a comer, y súpole bien, y metiose a comer muy de recio, más que los otros, y dijo así: "Padre señor, vos y vuestro amigo bien me habéis encarnizado en carnes de enemigo; y cierto creed que, pues las carnes del enemigo así saben, no puede escapar el otro mío enemigo que era con este, cuando me dijo la soberbia que no le mate y que no le coma muy de grado; ca nunca comí carne que tan bien me supiese como esta". Y ellos comenzaron a pensar sobre esta palabra entre sí, y tuvieron que si este mozo durase en esta imaginación que sería muy crudo y que no lo podrían ende partir. Ca las cosas que hombre imagina mientras mozo es, mayormente aquellas cosas en que toma sabor, tarde o nunca se puede de ellas partir. Y sobre esto el padre, queriéndole sacar de esta imaginación, comenzole a decir: "Hijo, porque tú me dijiste que tú habías ganado más de cien amigos, quise probar si era así. Y maté ayer este puerco que ahora comemos, y cortele la cabeza y los pies, y metí el cuerpo en aquel saco que acá trajiste, y quise que probases tus amigos así como los probaste. Y no los hallaste tales como cuidabas, pero que hallaste este medio amigo bueno y leal, así como debía ser; porque debes parar mientes en cuáles amigos debes fiar… Cosa muy fea y muy cruda cosa sería, y contra natura, querer el hombre comer carne de hombre, ni aun con hambre". "Padre señor", dijo el mozo, "agradezco mucho a Dios porque tan aína me sacaste de esta imaginación en que estaba; ca si por los mis pecados el otro enemigo hubiese muerto, o de él hubiese comido, y así me supiese como esta carne que comemos, no me faltaría hombre que no codiciase comer. Y por aquesto que ahora me dijistes, aborreceré más la carne del hombre". "Ciertas", dijo el padre, "mucho me place, y quiero que sepas que el enemigo, y los otros que con él se acertaron, te han perdonado, y yo perdoné a ellos por ti, y de aquí adelante guárdate de pelear, y no arrufen así malos amigos, ca cuando te viesen en la pelea desampararte habían, así como viste en estos que probaste". "Padre señor", dijo el hijo, "no he probado cuál es el amigo de enfinta, así como estos que yo gané, que nunca me guardaron, sino mientras partí con ellos lo que había, y cuando los había mester falleciéronme, y he probado cuál es el medio amigo. Decidme si podré probar y conocer cuál es el amigo entero". "Guárdete Dios, hijo", dijo el padre, "ca muy fuerte prueba sería fucia de los amigos de este tiempo; ca esta prueba no se puede hacer sino cuando hombre está en peligro cierto de recibir la muerte o daño o deshonra grande. Y pocos son los que aciertan en tales amigos que se paren por su amigo a tan gran peligro que quieran tomar la muerte por él a sabiendas. Pero hijo, oí decir que en tierras de Corán se criaron dos mozos en una ciudad, y queríanse muy bien, de guisa que lo que quería el uno, eso quería el otro. Onde dice el sabio que entre los amigos uno debe ser el querer y uno el no querer en las cosas buenas y honestas. Pero que el uno de estos dos amigos quiso ir buscar consejo y probar las cosas del mundo, y anduvo tanto tiempo tierras extrañas hasta que se halló en una tierra donde se halló bien, y fue y muy rico y muy poderoso, y el otro fincó en la villa con su padre y su madre que eran ricos y abundados. Cuando estos habían mandado uno de otro, cuando acaecían algunos que fuesen aquellas partes, tomaban en placer. Así que este que fincó en la villa después de muerte de su padre y de su madre llegó a tan gran pobredad que no se sabía aconsejar, y fuese para su amigo. Y cuando le vio el otro su amigo que tan pobre y tan deshecho venía, pesole de corazón, y preguntole cómo venía así, y él le dijo que con gran pobredad. '¡Por Dios, amigo!', dijo el otro, 'mientras yo vivo fuere y hubiere de que cumplirlo, nunca pobre serás; ca, ¡loado sea Dios!, yo he gran algo y soy poderoso en esta tierra, no te fallecerá ninguna cosa de lo que fuere mester'. Y tomolo consigo y túvolo muy vicioso, y fue señor de la su casa y de lo que había, muy gran tiempo, y perdiolo todo después por este amigo, así como ahora oiréis.

"Y dice el cuento que este su amigo fue casado en aquella tierra, y que se le muriera la mujer, y que no dejara hijo ninguno, y que un hombre bueno su vecino, de gran lugar y muy rico, que le envió una hijuela que había pequeña que la criase en su casa, y cuando fuese de edad que casase con ella. Y andando la moza por casa, que se enamoró de ella el su amigo que le sobrevino, pero que no le dijese ni le hablase a ninguna cosa a la moza, él ni otro por él, ca tenía que no sería amigo verdadero y leal, así como debía ser, si lo hiciese ni tal cosa cometiese. Y maguer se trabajase de olvidar esto, no podía; antes crecía todavía el cuidado más; de guisa que comenzó a desecar y a le fallecer la fuerza con grandes amores que había de esta moza. Y al su amigo pesaba mucho de la su flaqueza, y enviaba por físicos a todos los lugares que sabía que los había buenos, y dábales gran algo porque le guareciesen. Y por cuanta física en ellos había, no podían saber de qué había aquella enfermedad; así que llegó a tan gran flaqueza que hubo a demandar clérigo con quien confesase. Y enviaron por un capellán y confesose con él y díjole aquel pecado en que estaba por que le venía aquella malatía de que cuidaba morir. Y el capellán se fue para el señor de casa y díjole que quería hablar con él en confesión, y que le tuviese puridad; y él prometiole que lo que le dijese que lo guardaría muy bien. 'Dígoos', dijo el capellán, 'que este vuestro amigo muere con amores de aquesta vuestra criada con quien os habéis de casar; pero que me defendió que no lo dijese a ninguno y que le dejase así morir'. Y el señor de la casa desde que lo oyó hizo como quien no daba nada por ello; y después que se fue el capellán, vínose para su amigo y díjole que se conhortase, que de oro y plata tanto le daría cuanto él quisiese, y con gran mengua de corazón no se quisiese así dejar morir. 'Ciertas, amigo', dijo el otro, '¡mal pecado!, no hay oro ni plata que me pueda pro tener, y dejadme cumplir el curso de mi vida, ca mucho me tengo por hombre de buena ventura pues en vuestro poder muero'. 'Ciertas no moriréis', dijo el su amigo, 'que pues yo sé la vuestra enfermedad cuál es, yo os guareceré de ella; ca sé que vuestro mal es de amor que habéis a esta moza que yo aquí tengo para casarme con ella. Y pues de edad es, y vuestra ventura quiere que la debéis haber, quiérola yo casar con vos y dar os he muy gran haber; y llevadla para vuestra tierra y pararme he a lo que Dios quisiere con sus parientes'. Y el su amigo cuando oyó esto, perdió la habla y el oír y el ver con gran pesar que hubo, porque cayó el su amigo en el pensamiento suyo, de guisa que cuidó su amigo que era muerto, y salió llorando y dando voces y dijo a la su gente: 'Idos para aquella cámara donde está mi amigo, porque, ¡mala la mi ventura!, muerto es, y no le puedo acorrer'. La gente se fue para la cámara y halláronlo como muerto, y estando llorándole en derredor de él oyó la moza llorar, que estaba entre los otros, y abrió los ojos, y desí callaron todos y fueron para su señor, que hallaron muy cuitado llorando; y dijéronle de cómo abriera los ojos su amigo; y fuese luego para allá y mandó que la moza y su ama pensasen de él y no otro ninguno. Así que a poco de tiempo fue guarido, pero que cuando venía su amigo no alzaba los ojos él con gran vergüenza que de él había. Y luego el su amigo llamó a la moza su criada, y díjole de cómo aquel su amigo le quería muy gran bien; y ella con poco entendimiento le respondió que eso mismo hacía ella a él, mas que no lo osaba decir que era así, que ciertamente gran bien quería ella a él. 'Pues así es', dijo él, 'quiero que caséis con él, ca de mejor lugar es que yo, comoquiera que seamos de una tierra, y os he de dar gran haber que llevéis, con que seáis bien andante'. 'Como quisiereis', dijo ella. Y otro día en la gran mañana envió por el capellán con quien se confesara su amigo; casolos y dioles gran haber y enviolos luego a su tierra.

"Y desde que los parientes de la moza lo supieron, tuviéronse por deshonrados y enviáronle a desafiar, y corrieron con él muy gran tiempo, de guisa que comoquiera que rico y poderoso era, con las grandes guerras que le hacían de cada día, llegó a tan gran pobredad en manera que no podía mantener la su persona sola. Y pensó entre sí lo que haría y no halló otra carrera sino que se fuese para aquel su amigo a quien él acorriera. Y fuese para allá con poco de haber que le fincara, pero que le duró poco tiempo, que era muy luengo el camino, y fincó de pie y muy pobre.

"Y acaeciole que hubo de venir de noche a casa de un hombre bueno de una villa a quien decían Dios-lo-una, cerca de aquel lugar donde quiso Abraham sacrificar a su hijo, y demandó que le diesen de comer alguna cosa, por mesura. Y dijéronlo a su señor cómo demandaba de comer aquel hombre bueno. Y el señor de la casa era muy escaso, y dijo que lo enviase comprar. Y dijéronle que decía el hombre bueno que no tenía de qué. Y aquello poco que le dio, dióselo de malamente y tarde, así que no quisiera haber pasado las vergüenzas que pasó por ello, y fincó muy quebrantado y muy triste, de guisa que no hubo hombre en casa que no hubo muy gran piedad de él.

"Y por ende dice la Escritura que tres naturas son de hombre de quien debe hombre haber piedad, y son estas: el pobre que ha a demandar al rico escaso; y el sabio que se ha de guiar por el torpe, y del cuerdo que ha de vivir en tierra sin justicia. Ca estos son tristes y cuitados porque no se cumple en aquellos lo que debía, y según aquello que Dios puso en ellos.

"Y cuando llegó a aquella ciudad donde estaba su amigo, era y ya de noche y estaban cerradas las puertas, así que no pudo entrar. Y como venía cansado y lazrado de hambre, metiose en una ermita que halló y cerca de la ciudad, sin puertas, y echose tras el altar y durmiose hasta otro día en la mañana, como hombre cuitado y cansado. Y en esta noche, alboreando

[13] dos hombres de esa ciudad, hubieron sus palabras y denostáronse y metiéronse otros en medio y despartiéronles. Y el uno de ellos pensó esa noche de ir matar el otro en la mañana, ca sabía que cada mañana iba a maitines, y fuelo esperar tras la su puerta, y en saliendo el otro de su casa metió mano a la su espada y diole un golpe en la cabeza y matolo, y fuese para su posada, ca no lo vio ninguno cuando le mató. Y en la mañana hallaron el hombre muerto a la su puerta. El ruido fue muy grande por la ciudad, de guisa que la justicia con mucha gente andaba buscando el matador. Y fueron a las puertas de la villa, y eran todas cerradas salvo aquella que era en derecho de la ermita donde yacía aquel cuitado y lazrado, que fueron abiertas antes del alba por unos mandaderos que enviaba el concejo a gran prisa al Emperador. Y cuidaron que el matador y que era salido por aquella puerta, y anduvieron buscando, y no hallaron rastro de él. Y en queriéndose tornar, entraron de ellos aquella ermita y hallaron aquel mezquino durmiendo, su estoque cinto, y comenzaron a dar voces y decir: 'He aquí el traidor que mató el hombre bueno'. Y apresáronle y lleváronle ante los alcaldes. Y los alcaldes preguntáronle si matara él aquel hombre bueno, y él con el desesperamiento, codiciando más la muerte que durar en aquella vida que él había, dijo que sí; y preguntáronle que por cuál razón. Dijo que sabor que hubiera de matarlo. Y sobre esto los alcaldes hubieron su acuerdo y mandábanle matar pues de conocido venía.

"Y ellos estando en esto, el su amigo, a quien él casara con la su criada, que estaba entre los otros, conociolo, y pensó en su corazón que pues aquel su amigo lo guardara de muerte y le había hecho tanta merced como él sabía, que quería antes morir que el su amigo muriese, y dijo a los alcaldes: 'Señores, este hombre que mandáis matar no ha culpa en muerte de aquel hombre bueno, ca yo lo maté.'

"Y mandáronlo prender, y porque amos a dos venían de conocido

[14] que le mataran, mandábanlos matar a amos a dos. Y el que mató al hombre bueno estaba a la su puerta entre los otros, parando mientes a los otros qué decían y hacían, y, cuando vio que aquellos dos mandaban matar por lo que él hiciera, no habiendo los otros ninguna culpa en aquella muerte, pensó en su corazón y dijo así: '¡Cautivo errado!, ¿con cuáles ojos pareceré ante mío señor Dios el día del Juicio, y cómo lo podré catar? Ciertas no sin vergüenza y sin gran miedo, y en cabo recibirá mi alma pena en los infiernos por estas almas que dejo perecer, y no habiendo culpa en muerte de aquel hombre bueno que yo maté por mi gran locura. Y por ende tengo que mejor sería en confesar mi pecado y arrepentirme, y poner este mi cuerpo a morir por enmienda de lo que hice, que no deje estos hombres matar.'

"Y fue luego para los alcaldes y dijo: 'Señores, estos hombres que mandáis matar no han culpa en la muerte de aquel hombre bueno, ca yo soy aquel hombre que le maté por la mi desventura. Y porque creáis que es así, preguntad a tales hombres buenos, y ellos os dirán de cómo anoche tarde habíamos nuestras palabras muy feas yo y él, y ellos nos despartieron. Mas el diablo que se trabaja siempre de mal hacer, metiome en corazón en esta noche que le fuese matar, y hícelo así; y enviad a mi casa y hallarán que del golpe que le di quebró un pedazo de la mi espada, y no sé si fincó en la cabeza del muerto.'

"Y los alcaldes enviaron luego a su casa y hallaron el pedazo de la espada del golpe. Y sobre esto hablaron mucho, y tuvieron que estas cosas que así acaecieron por saberse la verdad del hecho, que fueron por milagro de Dios, y acordaron que guardasen estos presos hasta que viniese el Emperador, que había y de ser a quince días, e hiciéronlo así. Y cuando el Emperador llegó contáronle todo este hecho, y él mandó que le trajesen al primer preso; y cuando llegó ante él, dijo: 'Di, hombre cautivo, ¿qué corazón te movió a conocer la muerte de aquel hombre bueno, pues en culpa no eras?' 'Señor', dijo el preso, 'yo os lo diré: yo soy natural de aquí, y fue buscar consejo a tales tierras, y fui muy rico y muy poderoso; y desí llegué a tan gran pobredad que no me sabía aconsejar, y venía a este mi amigo que conoció la muerte del hombre bueno después que yo lo conocí, que me mantuviese a su limosna. Y cuando llegué a esta villa hallé las puertas cerradas, y húbeme de echar a dormir tras el altar de una ermita que es fuera de la villa; y en durmiéndome, en la mañana oí gran ruido y que decían: 'Este es el traidor que mató el hombre bueno.' Y yo, como estaba desesperado y me enojaba ya de vivir en este mundo, ca más codiciaba ya la muerte que la vida, y dije que yo lo había muerto.'

"Y el Emperador mandó que llevasen aquel y trajesen al segundo; y cuando llegó ante él díjole el Emperador: 'Di, hombre sin entendimiento, ¿qué fue la razón por que conociste la muerte de aquel hombre bueno, pues no fuiste en ella?' 'Señor', dijo él, 'yo os lo diré: este preso que ahora se partió delante la vuestra merced, es mi amigo, y fuimos criados en uno.' Y contolo todo cuanto había pasado con él y cómo lo escapara de la muerte, y la merced que le hiciera cuando le dio la criada suya por mujer. 'Y señor, ahora viendo que lo querían matar, quise yo antes morir y aventurarme a la muerte que no que la tomase él.'

"Y el Emperador envió este y mandó traer el otro y díjole: 'Di, hombre errado y desventurado, pues otros te excusaban, ¿por qué te ponías a la muerte, pudiéndola excusar?' 'Señor', dijo el preso, 'ni se excusa bien ni es de buen entendimiento ni de buen recaudo el que deja perder lo más por lo de menos; ca en querer yo excusar el martirio de la carne por miedo de muerte, y dejar perder el alma, conocido sería del diablo y no de Dios.' Y contole todo su hecho y el pensamiento que pensó porque no se perdiesen estos hombres que no eran en culpa, y que no perdiese él su alma.

"Y el Emperador cuando lo oyó plúgole de corazón, y mandó que no matasen ninguno de ellos, comoquiera que merecía muerte este postrimero. Mas pues Dios quiso su milagro hacer en traer en este hecho a ser sabida la verdad, y el matador lo conoció, pudiéndolo excusar, el Emperador le perdonó y mandó que hiciese enmienda a sus parientes; y él hízoselo cual ellos quisieron. Y estos tres hombres fueron muy ricos y muy buenos y muy poderosos en el señorío del Emperador, y amábanlos todos, y preciábanlos por cuanto bien hicieron, y sedieron por buenos amigos. Y mi hijo", dijo el padre, "ahora puedes tú entender cuál es la prueba del amigo entero y cuánto bien hizo el que mató el hombre bueno, que lo conoció por no llevar las almas de los otros sobre la suya. Puedes entender que hay tres maneras de amigos: ca la una es el que quiere ser amigo del cuerpo y no del alma, y la otra es el que quiere ser amigo del alma y no del cuerpo, y la otra es el que quiere ser amigo del cuerpo y del alma, así como este preso postrimero, que fue amigo de su alma y de su cuerpo, dando buen ejemplo de sí, y no queriendo que su alma fuese perdida por excusar el martirio del cuerpo."»

Todas estas cosas de estos ejemplos contó el caballero Zifar a la su buena dueña por la traer a saber bien guardar su amigo y las sus puridades, y díjole así: «Amiga señora, comoquiera que digan algunos que las mujeres no guardan bien puridad, tengo que fallece esta regla en algunas; porque Dios no hizo los hombres iguales ni de un seso ni de un entendimiento, mas departidos, tan bien varones como mujeres. Y porque yo sé cuál es el vuestro seso y cuán guardada fuistes en todas cosas del día en que fuimos hasta el día de hoy, y cuán mandada y obediente me fuistes, quiéroos decir la mi puridad, la que nunca dije a cosa del mundo; mas siempre la tuve guardada en el mi corazón, como aquella cosa que me tendrían los hombres a gran locura si la diese ni la pensase para ir adelante con ella; ca puso en mí, por la su merced, algunas cosas señaladas de caballería que no puso en caballero de este tiempo, y creo que el que estas mercedes me hizo me puso en el corazón de andar en esta demanda que ahora os diré en confesión. Y si yo en esta demanda no fuese adelante, tengo que menguaría en los bienes que Dios en mí puso.

»Amiga señora», dijo el caballero Zifar, «yo, siendo mozo pequeño en casa de mi abuelo, oí decir que oyera a su padre que venía de linaje de reyes; y yo como atrevido pregunté que cómo se perdiera aquel linaje, que fuera depuesto, y que hiciera rey a un caballero simple, pero que era muy buen hombre y de buen seso natural y amador de la justicia y cumplido de todas buenas costumbres. "¿Y cómo, amigo?", dijo él, "¿por qué tan ligera cosa tienes que es hacer y deshacer rey? Ciertamente con gran fuerza de maldad se deshace y con gran fuerza de bondad y de buenas costumbres se hace. Y esta maldad o esta bondad viene tan bien de parte de aquel que es o ha de ser rey, como de aquellos que la deshacen o lo hacen." "Y si nos de tan gran lugar venimos", dije, "¿cómo fincamos pobres?" Respondió mi abuelo; dijo que por maldad de aquel rey onde descendimos, ca por la su maldad nos abajaron así como tú ves. "Y ciertas no he esperanza", dijo mi abuelo, "que vuestro linaje y nuestro cobre, hasta que otro venga de nosotros que sea contrario de aquel rey, y haga bondad y haya buenas costumbres, y el rey que fuere ese tiempo que sea malo, y lo hayan a desponer por su maldad y este hagan rey por su bondad. Y puede esto ser con la merced de Dios." "¿Y si yo fuese de buenas costumbres", dije yo, "podría llegar a tan alto lugar?" Y él me respondió riéndose mucho, y me dijo así: "Amigo pequeño de días y de buen entendimiento, dígote que sí, si bien te esforzares a ello y no te enojares de hacer bien; ca por bien hacer bien puede hombre subir a alto lugar." Y diciendo, tomando gran placer en su corazón, santiguó a sí y a mí, y dejose luego morir, riéndose ante aquellos que y eran. Y maravilláronse todos de la muerte de aquel mi abuelo que así aconteciera. Y estas palabras que mi abuelo me dijo de guisa se fincaron en mi corazón que propuse entonces de ir por esta demanda adelante; pero que me quiero partir de este propósito, no puedo; ca en durmiendo se me viene en mente, y en velando eso mismo. Y si Dios hace alguna merced en hecho de armas, cuido que me lo hace porque se me venga en mente la palabra de mi abuelo. Mas señora», dijo el caballero, «yo veo que vivimos aquí a gran deshonra de nos y en gran pobredad, y si por bien lo tuvieseis, creo que sería bien de nos ir para otro reino, donde no nos conociesen, y quien sabe si mudaremos ventura; ca dice el verbo antiguo: "Quien se muda, Dios le ayuda"; y esto dicen aquellos que no seen bien, así como nos por la nuestra desventura; ca el que bien see no no ha por qué se leve, ca mudándose a menudo pierde lo que ha. Y por ende dicen que piedra movediza, no cubre moho. Y pues nos seamos no bien, mal pecado, ni a nuestra honra ni el proverbio de "quien bien es no leve" no es por nosotros. Tengo que mejor sería mudarnos que fincar.»

«Amigo señor», dijo la dueña, «decís bien. Agradézcaos Dios la merced grande que me habéis hecho en querer que yo supiese vuestra puridad y de tan gran hecho; y ciertas quiero que sepáis que tan aína como contastes estas palabras que os dijera vuestro abuelo, si es cordura o locura, tan aína me subieron en corazón, y creo que han de ser verdaderas. Y todo es en poder de Dios, del rico hacer pobre y del pobre rico, y moved cuando quisiereis en el nombre de Dios, y lo que habéis a favor hacedlo aína; ca a las vegadas la tardanza en el buen propósito empece». «¿Y cómo?», dijo el caballero, «¿tan aína os vino a corazón que podría ser verdad lo que mío abuelo me dijo?» «Tan aína», dijo ella. «Y quien ahora me catase el corazón lo hallaría muy movido por esta razón, y no se semeja que estoy en mi acuerdo». «Y ciertas», dijo el caballero, «así aconteció a mí cuando mi abuelo lo oí contar. Y por ende no nos conviene de fincar en esta tierra, siquiera que los hombres no nos caigan en esta locura».

Y este caballero Zifar, según se halla por las historias antiguas, fue del linaje del rey Tared, que se perdió por sus malas costumbres; pero que otros reyes de su linaje de este hubo y antes muy buenos y bien acostumbrados; mas la raíz de los reyes y de los linajes se derraiga y se abaja por dos cosas: lo uno por malas costumbres, y lo otro por gran pobredad. Y así el rey Tared, comoquiera que el Rey su padre le dejara muy rico y muy poderoso, por sus malas costumbres llegó a pobredad y húbose de perder, así como ya lo contó el abuelo del caballero Zifar, según oísteis; de guisa que los de su linaje nunca pudieron cobrar aquel lugar que el rey Tared perdió.

Y este reino es en la India primera, que poblaron los gentiles, así como ahora oiréis.

Y dicen las historias antiguas que tres Indias son: la una comarca con la otra de los negros, y de esta India fue el caballero Zifar onde fue el rey Tared, que fue ende rey. Y hállase por las historias antiguas que Nembrot el valiente, biznieto de Noé, fue el primero rey del mundo, y llámanle los cristianos Nembrot. Y este libro fue hecho en la ciudad de Babilonia la desierta con gran estudio, y comenzó a labrar una torre contra voluntad de Dios y contra mandamiento de Noé, que subiese hasta las nubes; y pusieron nombre a la torre Magdar. Y viendo Dios que contra su voluntad la hacían, no quiso que se acabase, ni quiso que fuesen de una lengua, porque no se entendiesen ni la pudiesen acabar. Y partiolos en setenta lenguajes: y los treinta y seis en el linaje de Sem, y los dieciséis en el linaje de Cam, hijo de Noé, y los dieciocho en el linaje de Jafet. Y este linaje de Cam, hijo de Noé, hubo la mayor partida de estos lenguajes por la maldición que le dio su padre en el temporal; que le erró en dos maneras; lo primero que yogo con su mujer en el arca, onde hubo un hijo a que dijeron Cus, cuyo hijo fue este rey Nembrot. Y maldijo entonces Cam en los bienes temporales; y otrosí dicen los judíos que fue maldicho el can porque yogo con la cadiella

[15] en el arca. Y la maldición fue esta: cuantas yoguiese con la cadiella, que fincasen lisiados; pero los cristianos decimos no es verdad, ca de natura lo han los canes desde que formó Dios el mundo y todas las otras cosas acá. Y el otro yerro que hizo Cam fue cuando su padre se embeodó, y lo descubrió haciendo escarnio de él. Y por ende este rey Nembrot que fue su nieto, fue malo contra Dios, y quiso semejar a la raíz de su abuelo Cam, onde viniera. Y Asur, el segundo hijo de Sem, con todo su linaje, viendo que el rey Nembrot que hacía obras a deservicio de Dios, no quiso y morar, y fue poblar a Nínive, una gran ciudad que había andadura de tres días, y la cual quiso Dios que fuese destruida por la maldad de ellos. Y destruyola Nabucodonosor y una compaña de gentiles que amaban el saber y las ciencias y allegábanse todavía a estudiar en uno. Y apartáronse ribera de un río que es allende de Babilonia, y hubieron su consejo de pasar aquel río y poblar allende y vivir todos en uno. Y según dicen los sabios antiguos, que cuando puso nombre Noé a las mares y a los ríos, puso nombre a aquel río Indias, y por el nombre que le puso pusieron nombre a aquellos que fincaron poblar allende, de indios. Y pusieron nombre a la provincia de este pueblo India, por el nombre de los pobladores.

Y después que fueron asosegados, pugnaron de estudiar y de aprender y de certificar; onde dijo Abuit, un sabio de las Indias antiguas que fueron los primeros sabios que certificaron el sol y las planetas después del diluvio. Y por vivir en paz y haber por quien se asegurasen, esleyeron y alzaron rey sobre sí un sabio a quien dicen Albarheme el Mayor, ca había y otro sabio que le decían así. Y este fue el primero que hubieron las Indias, que hizo el esfera y las figuras de los signos y de las planetas. Y los gentiles de India fueron gran pueblo, y todos los reyes del mundo y todos los sabios los conocieron mejoría en el seso y en nobleza y en saber.

Y dicen los reyes de Cin que los reyes del mundo son cinco, y todos los otros andan en su rastro de ellos: y son estos los reyes de Cin y los reyes de India y los reyes de los turcos y los reyes persianos y los reyes cristianos. Y dicen que el rey de Cin es rey de los hombres, porque los hombres de Cin son más obedientes y mejor mandados que otros hombres a sus reyes y a sus señores. Al rey de India dícenle el rey de los leones, porque son muy fuertes hombres y muy esforzados y muy atrevidos en sus lides. Al rey de los persianos dicen el rey de los reyes, porque fueron siempre muy grandes y de muy gran guisa y de gran poder; ca con su poder y su saber y su seso poblaron la mitad del mundo, y no se lo pudo ninguno contradecir, maguer no eran de su partición ni de su derecho. Y el rey de los cristianos dícenle el rey de los barraganes, muy esforzados y más apersonados y más apuestos en su cabalgar que otros hombres.

Ciertamente de antigüedad fue India fuente y manera de ciencia, y fueron hombres de gran mesura y de buen seso, maguer son loros, que tiran cuanto a los negros cuanto en la color, porque con ellos, Dios nos guarde de las maneras de ellos y de su torpedad, y dioles mesura y bondad en manera y en seso, más que a muchos blancos. Y algunos de los astrólogos dicen que los indios hubieron estas bondades porque la provincia de India ha y por natural partición Saturno y Mercurio mezclado con Saturno. Y sus reyes fueron siempre de buenas costumbres y estudiaron todavía en la divinidad. Y por eso son hombres de buena fe y de buena creencia, y creen todos en Dios muy bien, fuera ende pocos de ellos que han la creencia de Saba, que adoran las planetas y las estrellas. Y esto todo de las Indias que fue leído y fue puesto en esta historia, porque no se halla en escritura ninguna que otro rey hubiese en la India mal acostumbrado sino el rey Tared, onde vino el caballero Zifar, comoquiera que este caballero fue bien acostumbrado en todas cosas, y ganó muy gran prez y gran honra por costumbres y por caballería, así como adelante oiréis en la historia.

Dice el cuento que el caballero Zifar y la buena dueña su mujer vendieron aquello poco que habían y compraron dos palafrenes en que fuesen, y unas casas que habían, hicieron de ellas un hospital y dejaron toda su ropa en que yoguiesen los pobres, y fuéronse. Y llevaba en el caballo en pos de sí el un hijuelo, y la dueña el otro. Y anduvieron en diez días que salieron del reino onde eran naturales y entraron en el onceno; en la mañana, habiendo cabalgado para andar su camino, muriósele el caballo, de que recibió la dueña muy gran pesar, y dejose caer en tierra llorando de los ojos y diciéndole así: «Amigo señor, no toméis cuidado grande, ca Dios os ayudará, y subid en este palafrén y llevaréis estos dos hijuelos convusco, ca bien podré yo andar la jornada, con la merced de Dios». «Por Dios, señora», dijo el caballero, «no puede ser, ca sería cosa desaguisada y muy sin razón ir yo de caballo y vos de pie; ca según natura y razón mejor puede el varón sufrir el afán del camino que no la mujer; y por ende tengo por bien que subáis en vuestro palafrén y toméis vuestros hijuelos el uno delante y el otro de pos». Y hízolo así, y anduvieron su jornada ese día. Y otro día fueron hacer su oración a la iglesia y oyeron misa, que así lo hacían cada día antes que cabalgasen. Y después que hubieron oído misa tomaron su camino, que iba a una villa que decían Galapia, donde estaba una dueña viuda que había nombre Grima, cuya era aquella villa, que había guerra con un gran hombre su vecino, de mayor poder que ella; y era señor de las tierras de Éfeso, que es muy gran tierra y muy rica; y él había nombre Rodán. Y cuando llegaron aquella villa hallaron las puertas cerradas y bien guardadas, con recelo de sus enemigos. Y demandaron la entrada, y el portero les dijo que iría antes preguntarlo a la señora de la villa, y el caballero y la dueña, estando a la puerta esperando la respuesta de la villa, he vos aquí un caballero armado donde venía contra la villa en su caballo armado. Y llegose a ellos y dijo así: «Dueña, ¿qué hacéis aquí vos y este hombre que es aquí convusco? Partíos ende e idos vuestra vía, y no entréis a la villa, ca no quiere mío señor, que ha guerra con la señora de la villa de este lugar, que entre ninguno allá, mayormente de caballo». Y el caballero Zifar le dijo: «Caballero, nos somos de tierra extraña, y acaecimos por nuestra ventura en este lugar, y vinimos muy cansados y es muy tarde, hora de vísperas, y no habremos otro lugar poblado donde fuésemos albergar. Plégaos que finquemos aquí esta noche si nos acogieren, y luego cras en la mañana nos iremos donde Dios nos guiare». «Ciertas», dijo el caballero, «no fincaréis aquí, ca yo no he que ver en vuestro cansancio; mas partíos ende, si no, mataré a vos y levaré a la vuestra dueña y haré de ella a mi talante». Y cuando el caballero oyó estas palabras tan fuertes, pesole de corazón y díjole: «Ciertas, si vos caballero sois, no haréis mal a otro hidalgo, así no desafiar, mayormente no os haciendo tuerto». «¿Cómo?», dijo el otro, «¿cuidáis escapar por caballero, siendo rapaz de esta dueña? Si caballero sois, subid en ese caballo de esa dueña, y defendedla». Cuando esto oyó el caballero Zifar, plúgole de corazón porque tamaño vagar le daba de cabalgar. Y subió en el palafrén de que la dueña descendiera. Y un velador que estaba en la torre sobre la puerta, doliéndose del caballero y de la dueña, echole una lanza que tenía muy buena, y díjole: «Amigo, tomad esta lanza y ayúdeos Dios».

Y el caballero Zifar tomó la lanza, ca él traía su espada muy buena, y dijo al otro caballero que estaba muy airado: «Ruégoos por amor de Dios que nos dejemos en paz, y que queráis que holguemos aquí esta noche. Y hágoos pleito y hombrenaje que nos vayamos cras, si Dios quisiere». «Ciertas», dijo el caballero, «ir os conviene, y defendeos». Y el caballero Zifar dijo: «Defiéndanos Dios, que puede». «¿Pues de tan vagar está Dios», dijo el otro, «que no ha que hacer sino de nos venir a defender?». «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «a Dios no es ninguna cosa grave, y siempre ha vagar para bien hacer, y aquel es ayudado y acorrido y defendido aquel a quien quiere él ayudar y acorrer y defender». Y dijo el caballero: «¿Por palabras me queréis detener?» E hincó las espuelas al caballo y dejose venir para él, y el caballero Zifar para el otro. Y tal fue la ventura del caballero armado que erró de la lanza al caballero Zifar, y él fue herido muy mal, de guisa que cayó en tierra muerto. Y el caballero Zifar fue tomar el caballo del muerto por la rienda, y trájolo de la rienda a la dueña, que estaba cuitada, pero rogando a Dios que guardase a su marido de mal.

Y ellos estando en esto, he vos el portero y un caballero donde venían, a quien mandaba la señora de la villa que tomasen hombrenaje del caballero que no viniese ningún mal por ellos a la villa y que los acogiesen. Y el portero abrió la puerta, y el caballero con él y dijo al caballero Zifar: «Amigo, ¿queréis entrar?» «Queremos», dijo el caballero Zifar, «si a vos pluguiese». Y el caballero le dijo: «Amigo, ¿sois hidalgo?» «Ciertas sí soy», dijo el caballero Zifar. «¿Y sois caballero?» «Sí», dijo él. «¿Y aquellos dos mozos? ¿Y esta dueña, quién es?» «Mi mujer», dijo él, «y aquellos dos mozos son nuestros hijuelos». «¿Pues haceisme hombrenaje», dijo el otro, «así como sois hidalgo, que por vos ni por vuestro consejo, no venga mal ninguno a esta villa ni a ninguno de los que y moran?» «No», dijo el caballero, «mas para en todo tiempo». Y el caballero Zifar le dijo que no lo haría, ca no sabía que le había de acaecer con alguno de la villa en algún tiempo. «Ciertas pues, no entraréis acá», dijo el caballero, «si este hombrenaje no me hacéis». Y ellos estando en esta porfía, dijo el velador que estaba en la torre, el que le diera la lanza al caballero Zifar: «Entraos en bien, ca cien caballeros salen de aquel monte y vienen cuanto pueden de aquí allá». Y sobre esto estando, dijo el caballero de la villa: «Amigo, ¿queréis hacer este hombrenaje que os demando?; y si no, entraré y cerraré la puerta». Y entonces el caballero Zifar dijo que hacía el hombrenaje de guardar la villa y los que y eran si no le hiciesen porque no lo debiese guardar. «Amigo», dijo el caballero, «aquí no os harán sino todo placer». «Y yo os hago el hombrenaje», dijo el caballero, «como vos demandáis, si así fuere». Y así acogieron a él y a la dueña y a sus hijos, y cerraron la puerta de la villa.

Y en cabalgando y queriéndose ir a la posada, llegaron los cien caballeros y demandaron al velador: «Di, amigo, ¿entró acá un caballero armado?» «¿Y quién sois vos», dijo el velador, «que lo demandáis?». «Ciertas», dijo el uno de ellos, «conocernos debíais, que muchas malas sonochadas y malas matinadas habéis de nos recibidas en este lugar». «Verdad es», dijo el velador, «mas cierto soy que a mal iréis de aquí esta vegada». «Villano traidor», dijo el caballero, «¿cómo podría ser eso? ¿Es preso el caballero que acá vino, por quien nos demandamos?». «Ciertas no es preso», dijo el velador, «mas es muerto. Y catadlo donde yace en ese barranco, y lo hallaréis muerto». «¿Y quién lo mató?», dijo el caballero. «Su soberbia», dijo el velador. «¿Pero quién?», dijo el caballero. «Ciertas», dijo, «un caballero viandante que ahora llegó aquí con su mujer». Los caballeros fueron al barranco y halláronlo muerto. Y el caballero muerto era sobrino de aquel que había guerra con la señora de la villa, y comenzaron a hacer el mayor duelo que podría ser hecho por ningún hombre. Y tomaron el caballero muerto y fueron haciendo muy gran duelo.

Y la señora de la villa cuando oyó este ruido y tan gran llanto que hacían, maravillose qué podría ser, y andaba demandando que le dijesen que qué era. Y en esto entró el caballero que había enviado que recibiese el hombrenaje de aquel que lo vio, ca luego que oyó el ruido subió a los andamios con la otra gente que allá subía para defenderse. Y contole cómo este caballero que entrara en la villa había muerto aquel sobrino de su enemigo; el caballero más atrevido que él había, y el más soberbio, el que mayor daño había hecho aquella villa, por quien se levantara aquella guerra entre su tío y la señora de la villa, porque no quería casar con este sobrino de aquel gran señor. La señora de aquella villa, cuando lo oyó plúgole de corazón, y tuvo que Dios adujera a aquel caballero extraño a aquel lugar por afinamiento de la su guerra. Y mandó a ese su caballero que le hiciese dar muy buena posada, y que le hiciese mucha honra; y el caballero hízolo así.

Y otro día en la mañana después de las misas, el caballero Zifar y su mujer, queriendo cabalgar para irse, llegó mandado de la señora de la villa que se fuese para allá y que quería hablar con ellos. Y el caballero Zifar pesole porque se habían a detener, que perdían su jornada; pero fuéronse allá para la señora de la villa, y ella preguntó en cuál manera eran allá venidos. Y el caballero le dijo que eran salidos de su tierra, no por maleficios que tuviesen hechos, mas con gran pobredad en que cayeran, y que habían vergüenza de vivir entre sus parientes, y que por eso salieran de su tierra a buscar vida en otro lugar donde no los conociesen.

Y la señora de la villa pagose del buen razonar y del buen seso y del buen sosiego del buen caballero y de la dueña, y dijo: «Caballero, si vos con esta vuestra dueña quisierais aquí morar, os daría yo un hijo mío pequeño que criéis, y os haría estos vuestros hijos con el mío». «Señora», dijo el caballero, «no me semeja que lo pudiese hacer, y no querría cosa comenzar a que no pudiese dar cabo». Y la señora de la villa le dijo: «Esperad aquí hoy, y cras pensad en ello más; y me responderéis». Y el caballero Zifar pesole mucho, pero húboselo de otorgar.

Y estos dos días recibieron mucha honra y mucho placer de la señora de la villa, y todos los caballeros y los hombres buenos venían ver y a solazar con el caballero Zifar, y todas las dueñas con su mujer, y hacíanles sus presentes muy granadamente. Y tan gran alegría y tan gran conhorte tomaban con aquel caballero que les semejaba que de toda la guerra y de toda la premia en que estaban eran ya librados con el andanza buena que Dios diera aquel caballero en matar aquel sobrino de aquel gran señor su enemigo.

Y en esto la señora de la villa envió por la dueña, mujer del caballero Zifar, y rogole muy ahincadamente que trabase con el caballero su marido que fincase y con ella, y que partiría con ellos muy de buenamente lo que hubiesen. Y tan grande fue el afincamiento que le hizo, que lo hubo de otorgar que trabajaría con su marido que lo hiciese. Y cuando la mujer del caballero fue en su posada, habló luego con su marido y preguntole que le semejaba de la fincada que la señora de la villa les demandaba. «Ciertas», dijo él, «no sé y escoger lo mejor, ca ya veo que habemos mester bien hecho de señores por la nuestra pobredad en que somos; y de la otra parte, la fincada de que veo es muy peligrosa y con muy gran trabajo; ca la guerra que esta dueña que hubo hasta aquí con aquel gran señor, de aquí adelante será muy ahincadamente entre ellos por la muerte de aquel caballero su sobrino que yo maté por la su desventura». «Amigo señor», dijo ella, «nos venimos cansados de este luengo camino y traemos nuestros hijuelos muy flacos; y si por bien lo tuvieseis, tendría que sería bien que holgásemos aquí algún día». «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «si a vos place, a mí hace pro; quiera Dios por la su merced que nos recuda a bien esta fincada». «Amén», dijo la dueña.

Y ellos estando en esto, entró un caballero de la villa por la puerta, y díjoles así: «Caballero, a vos y a la vuestra buena dueña envía decir la señora de la villa que os vengáis luego para allá, y que os lo agradecerá». Y ellos hiciéronlo así. Y cuando llegaron y donde la señora de la villa estaba hablando con todos los caballeros y los hombres buenos y las dueñas de aquel lugar, la señora de la villa se levantó a ellos y recibiolos muy bien y dijo así: «Caballero, no me quería poner a cosa que no supiese ni pudiese hacer.»

Un caballero de los de la villa, y de los muy poderosos, levantose entre los otros y díjole: «Caballero extraño, yo no sé quién vos sois, mas por cuanto yo entiendo en vos, creo que sois de buen lugar y de buen entendimiento; y porque soy cierto que vos haréis mucho bien en este lugar por vos, me placería ya mucho que fincaseis aquí con nuestra señora y dos hijuelos, y os daría la tercia parte de todo cuanto yo he para vos y vuestra dueña con que os mantuvieseis». «Muchas gracias», dijo el caballero Zifar, «de vuestro buen talante». Y la señora de la villa dijo: «Caballero bueno, ¿no os semeja que es bien de hacer aquello que os decía aquel caballero? Es de los más poderosos y de mejor lugar, y más rico de esta tierra». «Señora», dijo la mujer del caballero Zifar, «decidle que finque aquí convusco un mes, y entretanto hablaremos lo que tuviereis por bien». «Por Dios, señora», dijo la señora de la villa, «muy bien dijistes. Y caballero, ruégoos que lo queráis así hacer». «Ciertas», dijo el Caballero, «hacerlo he, pues a mi mujer place, comoquiera que me pluguiera que menos tiempo tomase para esta holgura».

Todos los que estaban en aquel palacio recibían gran placer con la fincada de este caballero, y la señora de la villa dijo entonces: «Caballero bueno, pues esta gracia habéis hecho a mí y a los de este lugar, y ruégoos que en aquello que entendiereis guiar y endrezar nuestros hechos, que lo hagáis». Y el caballero Zifar respondió que así lo haría muy de grado, en cuanto pudiese. Y entonces mandó la señora de la villa que pensasen de él, y que le diesen todas aquellas cosas que le fuesen mester.

Al tercer día después de esto, en la gran mañana antes del alba, fueron en derredor de la villa tres mil caballeros muy bien aguisados, y muy gran poder de peones y de ballesteros de los enemigos de la señora de la villa, y comenzaron a hincar las tiendas en derredor de la villa a gran prisa. Y cuando los veladores lo sintieron comenzaron a decir: «¡Armas, armas!» El ruido fue tan grande a la vuelta por la villa, cuidando que se la querían entrar, y fueron todos corriendo a los andamios de los muros, y si no fueran y llegados perdiérase la villa, tan recio se llegaban los de fuera a las puertas. Y desde que fueron arredrando de día divisáronlo mejor, y fuéronlos arredrando de la villa los ballesteros; ca tenían muchos garatos y muchas ballestas de torno biriculas para defenderse, así como aquellos que estaban apercibidos para tal hecho. Y el caballero Zifar en estando en su cama, preguntó al huésped qué gente podría ser, y díjole que de tres mil caballeros arriba y muy gran gente de pie. Y preguntoles que cuántos caballeros podrían ser en la villa; y dijo que hasta ciento de buenos. «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «con ciento de buenos cuidaría acometer con la merced de Dios mil caballeros de no tan buenos». «Y si vos», dijo el huésped, «a corazón lo habéis de proeza, asaz habéis aquí de buenos caballeros con quien lo hacer; y maravíllome siendo tan buen caballero como dicen que sois, cómo os sufre el corazón de os estar aquí en la cama a tal prisa como esta». «¿Cómo?, dijo el caballero, «¿quieren los de aquí salir a lidiar con los otros?». Dijo el huésped: «¿No semejaría gran locura en lidiar ciento con mil?» «¿Y pues así estarán siempre encerrados?», dijo el caballero, «¿y no harán ninguna cosa?» «No sé», dio el huésped, «mas tengo que haríais mesura y cordura en llegar aquel consejo en que están los caballeros ahora». «Ciertas», dijo el caballero, «no lo haré, ca sería gran locura de allegar a consejo antes que sea llamado.» «Por Dios, caballero», dijo el huésped, «seméjame que vos excusaríais de buenamente de lidiar; y tengo que seríais mejor para predicador que no para lidiador». «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «verdad es; que más de ligero se dicen las cosas que no se hacen». Cuando esto oyó el huésped, bajó la cabeza y salió de la cámara diciendo: «Algo nos tenemos aquí guardado, estando los otros en el peligro que están, y él muy sin cuidado».

Y fuese para la señora de la villa, con quien estaban los caballeros y la gente habiendo su acuerdo cómo harían. Y cuando la señora de la villa lo vio, preguntole y díjole: «¿Qué es de tu huésped?» Y él le dijo: «Señora, yace en su cama sin cuidado desto en que vos estáis». «Ciertas», dijo la señora de la villa, y los otros que y eran con ella, «maravillámosnos mucho de tal caballero como él es, y de tal entendimiento, en así errarlo. «¿Y él qué te decía», dijo la señora de la villa, «de esta prisa en que estamos?» «Señora, yo le preguntaba que cómo no venía a este acuerdo en que estábais. Y él díjome que sería locura en llegar a consejo de ninguno, antes que fuese llamado». «¡Por Dios!», dijeron todos, «dijo como hombre sabio». «¿Y díjote más?», dijo la señora de la villa. «Ciertas, señora, yo le dije que me semejaba más para predicador que no para lidiador, y él díjome que decía verdad, ca más de ligero se pueden decir las cosas que no hacerse. Y aún preguntome más: cuántos caballeros se podrían haber aquí en la villa; y yo díjele que ciento de buenos; y él díjome que con cien caballeros de buenos podría hombre acometer mil de no tan buenos». Y esta palabra plugo algunos y pesó a los otros; ca bien entendieron que si guiar se hubiesen por este caballero, que los metería en lugar donde las manos hubiesen mester.

«Ciertas», dijo la señora de la villa, «no es menester de detenernos de no enviar por él». Y mandó a dos caballeros de los mejores que fuesen luego por él, y que lo acompañasen. Y ellos llegaron a él, halláronlo que oía misa con muy gran devoción, y su mujer con él. Y después que fue acabada la misa, dijéronle los caballeros que le enviaba rogar la señora de la villa que se fuese para allá. «Muy de grado», dijo el caballero, y fuese con ellos. Y yendo en uno preguntole un hombre bueno de la villa: «Caballero, ¿qué os semeja de cómo estamos con estos nuestros enemigos?» «Ciertas», dijo, «amigo, seméjame que os tienen en estrechura, si Dios no os ayuda y el vuestro buen esfuerzo; ca todo es y mester».

Y cuando llegaron al palacio levantose la señora de la villa a él, y todos cuantos eran con ella, y díjole así: «Caballero bueno, ¿no veis cuán apremiados nos tienen estos nuestros enemigos?» «Ciertas», dijo, «señora, seméjame que os tienen en estrechura, si Dios no os ayuda y el vuestro buen esfuerzo; ca todo es y mester» «Ciertas, señora», dijo él, «oí decir que vinieron combatir hasta las puertas de la villa». Y la señora de la villa le dijo: «Pues, caballero, ¿os esforzaréis», dijo la señora de la villa, «de hacer algo contra estos nuestros enemigos?». «Señora», dijo él, «con esfuerzo de Dios y de esta buena gente». «Pues mando yo», dijo la señora de la villa, «que todos cuantos son aquí en la villa, que se guíen por vos y hagan vuestro mandado. Y esto mando yo con consentimiento y con placer de todos ellos». Y dijo la señora de la villa a los suyos: «¿Es así como yo digo?» Respondieron ellos todos: «Sí, señora». «Señora», dijo el caballero, «mandad a todos los caballeros hijosdalgo ayuntar, y a los otros que estén guisados de caballos y de armas». Y la señora de la villa mandolo así hacer, y ellos luego se apartaron. Y desí el caballero tomó de ellos hombrenaje que le siguiesen e hiciesen por él y que no le desamparasen en el lugar donde hubiese mester su ayuda. Y ellos hiciéronlo así. «Ahora, señora», dijo el caballero, «mandadles que hagan alarde cras en la mañana, lo mejor que cada uno pudiere, tan bien caballeros como escuderos y ballesteros y peones; y si algún aguisamiento tenéis de caballero, mandádmelo prestar». «Ciertas», dijo ella, «muy de grado; ca os daré el aguisamiento de mi marido, que es muy bueno». «Señora», dijo el caballero, «no lo quiero donado mas prestado; ca heredamiento es de vuestro hijo, y por ende vos no lo podéis dar a ninguno».

Y otro día en la mañana salieron a su alarde muy bien aguisados, y hallaron que había, de caballeros hijosdalgo buenos, ciento y diez caballeros; y de escuderos hijosdalgo cincuenta, comoquiera que no habían lorigas de caballo. Y los otros ruanos de la villa hallaron y aguisados sesenta. Y así fueron por todos doscientos y veinte. «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «gente hay aquí para defender su tierra, con merced de Dios». La señora de la villa dio al caballero el aguisamiento que le prometiera, muy rico y muy hermoso, y probolo ante todos y enderezolo donde entendió que era mester. Y mandó a los otros que lo hiciesen así a los sus aguisamientos, y bien daba a entender que algún tiempo anduviera en hecho de caballería; ca muy bien sabía enderezar sus guarniciones, y entre todos los otros parecía bien armado y muy hermoso y muy valiente.

Esta señora de la villa estaba en los andamios de su alcázar, y paró mientes en lo que hacía cada uno, y vio el caballero Zifar cómo andaba requiriendo los otros, y castigándolos, y plúgole mucho.

Y desí mandoles el caballero Zifar que se fuesen cada uno a sus posadas y comiesen, y a hora de nona que recudiesen todos a aquella plaza; e hiciéronlo así. El caballero Zifar paró mientes en aquel caballo que había ganado del caballero que había muerto a la puerta de la villa, y hallolo que era bueno y muy enfrenado y muy valiente, y plúgole mucho con él. Y a la hora de nona llegaron todos en la plaza según les había mandado, y díjoles así: «Amigos, a los que tienen en prisa y en premia, no se deben dar vagar, mas deben hacer cuanto pudieren por salir de aquella premia y prisa; ca natural cosa es del que está en premia querer salir de ella así como el siervo de la servidumbre; y por ende ha mester que antes que aquellos de aquella hueste se carguen y se fortalezcan, que les hagamos algún rebate de mañana». Y ellos dijeron que de como él mandase, que ellos así harían.«Pues aparejaos», dijo el caballero Zifar, «en manera que antes que el alba quiebre, seamos con ellos». Dijeron ellos que lo harían de buenamente. Y dijo el caballero Zifar: «Vayamos a andar por los andamios del muro, y veremos cómo están asentados». Y el caballero Zifar vio dos portillos grandes en la cerca que no estaba y gente ninguna, y preguntó: «¿Qué es aquel espacio que está y vacío?» «Ciertas», dijeron ellos, «la cerca de la villa es grande, y no la pueden todos cercar». Y vio un lugar donde estaban tiendas hincadas, y díjole un caballero de la villa: «El señor de la hueste está allá». «¿Y onde lo sabéis vos?» dijo el caballero. «Ciertas», dijo él, «uno de los nuestros barruntes que vino de allá». E hizo llamar a aquel barrunte, y preguntole el caballero Zifar: «Di, amigo, ¿el señor de la hueste posa en aquellas tiendas?» «Sí», dijo él, «yo lo vi cabalgar el otro día; semejome que podrían ser hasta tres mil y quinientos caballeros entre buenos y malos». «¿Y hay gran gente de hijosdalgo?», dijo el caballero. «Ciertas», dijo, «no creo que sean de doscientos caballeros arriba». «¿Y todos estos caballeros hijosdalgo están con el señor de la hueste en el su real?» «Ciertas no», dijo él, «ca apartó los caballeros hijosdalgo por la hueste, porque no fiaba en los otros; ca son ruanos y no vinieron de buenamente a esta hueste». «Mucho me place», dijo el caballero Zifar, «ca semeja que Dios nos quiere hacer merced». Y dijo a otro caballero: «Si más bien habemos a hacer y, en la cabeza habemos a herir primeramente». «Por Dios», dijo el otro caballero, «decís muy bien, y nos así lo haremos; ca si lo de más fuerte nos les vencemos, lo más flaco no se nos puede bien defender». «¿Y por dónde podríamos haber entrada», dijo el caballero Zifar, «por que los saliésemos a las espaldas, que no lo sintiesen?». «Yo lo sé bien», dijo el otro caballero. «Pues comencemos», dijo el caballero Zifar, «en el nombre de Dios, cras en la mañana, y vos guiadnos y por donde vos sabéis que está la entrada mejor». Y el caballero dijo que él lo haría de buenamente.

Y ellos estando en esto, he vos donde venían seiscientos caballeros y gran gente de pie. Y los de la villa preguntaron al caballero Zifar si saldrían a ellos, y él les dijo que no, mas que defendiesen su villa; ca mejor era que los de fuera no supiesen cuánta gente era en la villa, y que por esta razón no se apercibirían, cuidando que eran menos, y que no los acometieran. Y llegaron los otros cerca de los muros de la villa, tirando de piedras y de fondas y de saetas, y haciendo gran ruido; pero el que se llegaba a las puertas o al muro no se partía ende sano, de cantos y de saetas que les tiraban de la villa. Y así fueron muchos muertos y heridos esa noche de esta guisa. Y entre ellos andaba un caballero grande armado de unas armas muy divisadas, el campo de oro y dos leones de azul. «Amigos», dijo el caballero Zifar, «¿quién es aquel que aquellas armas trae?». Y dijéronle que el señor de la hueste, y el caballero Zifar calló y no quiso más preguntar, pero que paró mientes en las armas de aquel señor de la hueste y divisolas muy bien, y dijo a los otros: «Amigos, id a buenas noches, y holgad hasta cras en la gran mañana, que oigáis el cuerno; y ha mester que seáis apercibidos y que os arméis muy bien, y que salgáis a la plaza, en manera que podamos ir allá donde Dios nos guiare». Y cada uno de ellos derramaron y fueron para sus casas y posadas, y el caballero Zifar para la iglesia. Y rogó al clérigo que otro día antes de maitines que fuesen en la plaza, y que armase su altar para decir la misa. Y el clérigo la dijo muy bien y muy aína, en manera que todos vieron el cuerpo de Dios y se acomendaron a él. Desí el caballero Zifar cabalgó y díjoles así: «Amigos, los cien caballeros hijosdalgo y los cincuenta escuderos de caballo y doscientos escuderos de pie vayámosnos todos lo más escondidamente que pudieremos por este val ayuso donde no posan ningunos de los de la hueste, antes estaban arredrados. Y guiábalos un caballero que dijeron antenoche que los guiaría. Y cuando fueron allende de la hueste, parose el caballero que guiaba, y dijo al caballero Zifar: «Ya somos arredrados de la hueste bien dos trechos de ballesta». «¿Pues por dónde iremos», dijo el caballero Zifar, «al real del señor de la hueste?». «Yo os guiaré», dijo el caballero. «Guiadnos», dijo el caballero Zifar, «ca me semeja que quiere quebrar el alba; y llegad cuanto pudiereis al real, y cuando fuereis cerca tocad este cuerno y nos moveremos luego e iremos herir en ellos. Todos tengamos ojo por el señor de la hueste, ca si y nos hace Dios merced todo lo habremos desbaratado».

Y un cuerno que traía al cuello fuelo dar al caballero, con que hiciese la señal, y movieron luego muy paso, y fueron yendo contra el real. Y tanta merced les hizo Dios que no hubo y caballo que relinchase; antes fueron muy asosegados hasta que llegaron muy cerca de la hueste. Y el caballero que los guiaba comenzó a tocar el cuerno, ca entendió que las velas lo barruntarían. Y luego el caballero Zifar movió contra la otra gente y fueron herir en la hueste muy de recio, llamando: «Galapia, por la señora de la villa». Los de la hueste fueron muy espantados de este arrebato tan a deshora, y no se pudieron acorrer de sus caballos ni de sus armas; y estos otros mataban tan bien los caballos como hombres cuantos hallaban, y no paraban mientes por prender, mas por matar, y los que escapaban de ellos íbanse para las tiendas del señor de la hueste.

Y así se barrearon aderredor de escudos y de todas las cosas que pudieron haber, que los no pudieron entrar con el embargo de las tiendas. Y ellos que se defendían muy de recio, así que el caballero Zifar iba recibiendo muy gran daño en los sus caballeros, y tornose a los suyos y díjoles: «Amigos, ya de día es, y veo grandes polvos por la hueste, y semejaba que se alborotaban para venir a nos; y vayámosnos, que asaz habemos hecho y cumple para la primera vegada». Y fuéronse tornando su paso contra la villa.

El señor de la hueste armose muy toste

[16] en la tienda y salió en su caballo, y su hijo con él, y seis caballeros que se uviaron a correr de armar, y movieron contra la villa. Y el caballero Zifar cuando los vio, mandó a los suyos que anduviesen más, antes que los de la hueste llegasen, ca no es vergüenza de ponerse hombre a salvo cuando ve mejoría grande en los otros, mayormente habiendo caudillo de mayor estado. Y el caballero Zifar iba en la zaga diciéndoles que anduviesen cuanto pudiesen, ca muy cerca les venían, comoquiera que venían muy derramados, unos en pos otros. Y el señor de la hueste vio las armas que fueron del señor de Galapia. «Ciertas si vivo es, cierto soy que él haría tal hecho como este, ca siempre fue buen caballero de armas, pero no podría ser, ca yo me acerté en su muerte y a su enterramiento. Y él no dejó sino un hijo muy pequeño, mas bien cuido que dieron las armas porque se guiasen los otros.» Y tan cerca venían ya de los de la villa, que se podían entender unos a otros lo que se decían. El caballero Zifar volvió la cabeza y violos venir cerca de sí y conoció en las armas al señor de la hueste, las que viera antenoche. Y venía en los delanteros y no venía con él sino un hijo y otro caballero, y eran muy cerca de alcantarilla donde tenía la otra gente el caballero Zifar. Y dio una voz a la su compaña e dijo: «Atendedme». Y volviose de rostro contra el señor de la hueste y puso la lanza so el sobaco y dijo así: «Caballero, defendeos». «¿Y quién eres tú», dijo el señor de la hueste, «que a tanto te atreves?». «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «ahora lo veréis». E hincó las espuelas al caballo y fuelo herir, y diole una gran lanzada por el costado que le paso las guarniciones, y metiose por el costado la lanza bien dos palmos, y dio con él en tierra. La su gente, como iban viniendo, iban hiriendo sobre él y trabajábanse mucho de lo desponer del caballo. Y entretanto el caballero Zifar tornose con su gente y pasaron el alcantarilla en salvo. Y más merced hizo Dios al caballero Zifar y a su gente; que el hijo del señor de la hueste, cuando vio que el su padre era derribado, hincó las espuelas al caballo y fue herir un caballero de los de la villa; pero que no lo empeció, y metiose en la espesura de la gente y apresáronle, y así lo llevaron preso a la villa.

Y el duelo fue muy grande en la hueste, cuidando que su señor era muerto. Y después que lo llevaron a las tiendas del real y lo desnudaron, hallaron que tenía una gran herida en el costado. Y cuando demandaron por su hijo y no lo hallaron, tuviéronse por mal andantes más de cuanto eran; ca tuvieron que era muerto o preso. Y cuando entró en su acuerdo el señor de la hueste, vinieron los cirujanos a catarlo, y dijeron que lo guarecerían muy bien con merced de Dios. Y él se conhortó cuanto pudo y demandó por su hijo, y ellos le dijeron que era ido a andar por la hueste por asosegar su gente, y plúgole mucho y dijo que lo hacía muy bien. Los caballeros de la hueste enviaron luego un caballero de la hueste a la villa a saber del hijo de su señor si era muerto o vivo o preso.

Y el caballero cuando llegó cerca de la puerta de la villa, hincó la lanza en tierra y dijo que no tirasen saetas, que no venía sino para saber una pregunta. Y el velador que estaba sobre la puerta le dijo: «Caballero, ¿qué demandáis?» «Amigo», dijo el caballero, «decidme qué sabéis del hijo del señor de la hueste, si es preso o muerto». «Preso es», dijo el velador. «Ciertas», dijo el caballero, «muy mal escapamos nos de esta cabalgada». Y con tanto se tornó para los de la hueste y díjoles en cómo su hijo del señor de la hueste era preso y sin herida ninguna.

Y cuando fue en la tarde acerca de vísperas, llamó el señor de la hueste aquellos hombres buenos que solía llamar a su consejo, y preguntoles qué les semejaba de este hecho. Y los unos le decían que no diese nada por ello, que Dios le daría mucho aína venganza; y los otros le decían que tales cosas como estas siempre acaecían en las batallas; y los otros le decían que parase mientes si en esta demanda que hacía contra aquella dueña, si tenía derecho, y si no, que se dejase de ello, siquiera por lo que aconteciera en este día en él y en su hijo. «¿Cómo?», dijo el señor de la hueste, «¿es muerto el mi hijo?». «No», dijeron los otros, «mas es preso sin herida ninguna». «¿Y cómo fue preso?», dijo el señor de la hueste. «Ciertas», dijeron, «cuando a vos hirieron, fue hincar las espuelas al caballo, y fue herir en aquellos, y metiose en un tropel y desapoderáronle». «¡Bendito sea Dios!», dijo el padre, «pues que vivo es mío hijo y sano. Y amigos y parientes, quiéroos decir una cosa: que si el sobrino me mataron en este lugar, y el mío hijo tienen preso y a mí hirieron, creo que Dios que quiere ayudar a ellos y empecer a nos; ca yo tengo a la dueña tuerto grande, y le he hecho muchos males en este lugar, ella no mereciéndolo; porque ha mester que conozcamos nuestro yerro y nos arrepintamos de él y hagamos a Dios y a la dueña enmienda; ca si no, bien creo que Dios nos lo querrá acaloñar más ciertamente».

Levantose un caballero su vasallo, hombre de Dios y de muy buen consejo, y fuele besar las manos, y díjole así: «Señor, agradezco mucho a Dios cuanta merced ha hecho a vos y a nos hoy en este día, en os querer poner en corazón de conocer vos que tenéis tuerto a esta dueña: lo que nunca quisistes conocer hasta ahora, siendo manifiesto a todas las gentes que era así. Y por ende, señor, cobrad vuestro hijo y demandad perdón a la dueña del mal que le hicistes, y aseguradla de aquí adelante que de nos no reciba mal; y yo os seré fiador sobre la mi cabeza que Dios os ayudará en todas las cosas que comenzareis con derecho, así como a esta dueña contra vos, y las acabaréis a vuestra voluntad». «Ciertas, mío vasallo bueno y leal», dijo el señor de la hueste, «pláceme con lo que decís, ca me aconsejáis muy bien, a honra y a pro del cuerpo y del alma en llevarlo delante en aquella manera que entendiereis que mejor será; pero querría saber quién fue aquel que me hirió.» «¿Cómo?», dijo el caballero, «¿lo queréis acaloñar?» «No», dijo el señor de la hueste, «mas querría conocerlo por hacerle honra doquier que lo hallase; ca bien os digo que nunca un caballero vi que tan apuestamente cabalgase ni tan apoderado ni tan bien hiciese de armas como aqueste.» «Ahora, señor», dijo el caballero, «holgad esta noche y nosotros andaremos en este pleito.» «En el nombre de Dios», dijo el señor de la hueste.

La señora de la villa, antes de maitines, cuando oyó el cuerno tocar en la villa para quererse ir los suyos contra los de la hueste, luego fue levantada y envió por la mujer del caballero Zifar, y siempre estuvieron en oración, rogando a Dios que guardase los suyos de mal, como aquella que tenía que si por sus pecados los suyos fuesen vencidos, que la villa luego sería perdida y ella y su hijo cautivos y desheredados para siempre. Mas Dios poderoso y guardador y defendedor de las viudas y de los huérfanos, viendo cuanto tuerto y cuanta soberbia había recibido hasta aquel día, no quiso que recibiese mayor quebranto, mas quiso que recibiese honra y placer en este hecho. Y cuando los sus caballeros se estaban combatiendo en el real con los de la hueste, envió una doncella a los andamios, que parase mientes en cómo hacían. Y la doncella tornose y dijo: «Señora, en las tiendas del real del señor de la hueste hay tan grandes polvos que en los cielos contienen, en manera que no podíamos ver quién hacía aquel polvo; y porque arraya ahora el sol, hace aquel polvo tan bermejo que semejaba sangre; pero que vemos que todos los otros que estaban en derredor de la villa se armaban cuanto podían y van corriendo contra las tiendas del señor de la hueste donde son aquellos polvos».

Y cuando la señora de la villa oyó estas palabras, cuidando que los suyos no podrían sufrir aquella gente contraria, que era muy grande, y que serían vencidos, teniendo su hijuelo en los brazos, comenzó a pensar en ello y dio una gran voz como mujer salida de seso, y dijo: «¡Santa María valga!», y dejose caer en tierra transida, de guisa que su hijuelo se hubiera a herir muy mal sino que lo recibió en los brazos la mujer del caballero Zifar. Así que todas cuantas dueñas y eran cuidaron que era muerta; de guisa que ni por agua que la echasen, ni por otras cosas que le hiciesen no la podían meter en acuerdo. Y el duelo y las voces de las doncellas y dueñas que había en la villa todas eran y con ella; ca las unas tenían sus maridos en la hueste, y las otras sus hermanos y las otras sus parientes y sus padres y sus hijos, de que estaban con muy gran recelo.

Los que estaban en los andamios vieron salir un tropel de caballeros de aquel polvo mucho espeso, y enderezaban contra la villa y vinieron luego a la señora de la villa y dijeron por la conhortar: «Señora, he aquí los vuestros caballeros donde vienen sanos y alegres, loado sea Dios, y conhortaos». Pero de ella no podían haber respuesta ninguna; antes semejaba a todos que era muerta. Y después que los caballeros pasados el alcantarilla, y entraron en la villa y les dijeron estas nuevas de cómo la señora de la villa era muerta, pesoles muy de corazón, y la gran alegría tornóseles en gran pesar; y así como lo oyeron dejáronse caer todos de los caballos en tierra, dando muy grandes voces, y haciendo muy gran llanto.

Y el caballero Zifar estaba muy cuitado y llamolos a todos y díjoles así: «Dios nunca fue desigual en sus hechos, y pues Él tan gran buena andanza nos dio hoy en este día, por razón de ella no creo que nos quisiese dar tan gran quebranto otrosí por ella; ca semejaría contrario a sí mismo en querer que el su comienzo fuese bueno y malo el acabamiento; ca Él siempre suele comenzar bien y acabar mejor, y acrecentar bien en sus bienes y en sus dones, mayormente a aquellos que se tienen con Él. Y vayamos a saber cómo murió, ca yo no puedo creer que así sea; y por ventura nos mintieron».

Las dueñas, estando en derredor de su señora, llorando y haciendo gran llanto, oyeron una voz en la capilla donde estaba su señora, que dijo así: «Amiga de Dios, levántate, que tu gente está desconhortada y tienen que cuanta merced les hizo Dios mío hijo el Salvador del mundo hoy en este día, que se les es tornada en contrario por esta tu muerte; y creí que voluntad es de mío hijo de enderezar este tu hecho a tu voluntad y a tu talante». Todas las dueñas que y estaban fueron muy espantadas y maravilláronse ónde fuera esta voz que y oyeran tan clara y tan dulce. Y tan grande fue la claridad entonces en la capilla que les tolliera la lumbre de los ojos, de guisa que no podían ver una a otra. Y a poca de hora vieron a su señora que abrió los ojos y alzó las manos ayuntadas contra el cielo y dijo así: «¡Señora, Virgen Santa María, abogada de los pecadores y consoladora de los tristes, y guiadora de los errados y defendedora de las viudas y de los huérfanos que mal no merecen! Bendito sea el hijo de Dios que por el Espíritu Santo que en ti encarnó, bendicho sea el fruto que de ti salió y nació! Ca me tornaste por la tu santa piedad de muerte a vida, y me sacaste de gran tristeza en que estaba y me trajiste a gran placer». Todos los que y estaban oyeron muy bien lo que decía, y enviaron mandado a los caballeros de cómo su señora era viva. Así que todos tomaron gran placer y se fueron para allá, salvo ende el caballero Zifar, que se fue para su posada. Y cuando llegaron allá halláronla en su estrado asentada, llorando de los ojos con gran placer que había porque veía todos los de su compaña sanos y alegres. Y preguntoles y díjoles: «¿Qué es del buen caballero Zifar que convusco fue?» Y ellos le dijeron: «Señora, fuese para su posada». «¿Y qué vos semeja de él?», dijo ella, «Señora», dijo un caballero antiguo, «seméjame que mejor caballero sea en todo el mundo en armas y en todas buenas costumbres que este caballero». «¿Y ayudoos bien?», dijo ella. «Por Dios, señora», dijo el caballero, «él comenzó el real del señor de la hueste muy de recio y muy sin miedo, conhortándonos y dándonos muy gran esfuerzo para hacer lo mejor. Y señora, no me semeja que palabra de ningún hombre tan virtuosa fue del mundo para conhortar y para esforzar su gente como la de aqueste caballero. Y creed ciertamente que hombre es de gran lugar y de gran hecho». La señora de la villa alzó las manos a Dios y agradeciole cuanta merced le hiciera en aquel día, y mandoles que fuesen para sus posadas. Y desí desarmáronse todos y fueron comer y a holgar. La mujer del caballero Zifar se quería ir para su marido, y ella no la dejó, ca trabó con ella mucho ahincadamente que comiese con ella, y ella húbolo de hacer. Y la señora de la villa la asentó consigo a la su tabla, e hízole mucha honra y diciendo así ante todos: «Dueña de buen lugar y bien acostumbrada y sierva de Dios, ¿cuándo podré yo galardonar a vuestro marido y a vos cuanta merced me ha hecho Dios hoy en este día por él y por vos? Ciertas, yo no os lo podría agradecer; mas Dios, que es poderoso y galardonador de todos hechos, Él os dé el galardón que merecéis; ca si no por vos el mío hijuelo muerto fuera, sino que lo recibistes en los brazos cuando yo me iba derribar con él de los andamios como mujer salida de entendimiento. Ciertas yo no sé dónde me caí, ca me semejó que de derecho en derecho que me iba para los andamios a derribar, con cuita y con recelo que tenía en mi corazón de ser vencidos aquellos caballeros que por mí fueron contra los de la hueste, y yo ser presa y cautiva y mío hijuelo eso mismo; mas Dios por la su merced quiso que por el buen entendimiento y la buena caballería y la buena ventura de vuestro marido fuésemos librados de este mal y de este peligro en que éramos». Y desí comenzaron a comer y a beber y haber solas. Y cuantos manjares enviaban a la señora de la villa, todos los enviaba al caballero Zifar, agradeciéndole cuanta merced le había Dios hecho.

Y cuando fue hora de nona envió por todos caballeros de la villa y por el caballero Zifar que viniese antes ella. Y llorando de los ojos dijo así: «Amigos y parientes y vasallos buenos y leales, ruégoos que me ayudéis a agradecer a este caballero cuanto ha hecho por nos, ca yo no se lo podría agradecer ni sabría, porque bien me semeja que Dios por la su merced le quiso a esta tierra guiar por afinamiento de esta guerra; pero que estoy con muy gran recelo que sea la guerra más ahincada por razón del señor de la hueste que es herido, y de su hijo que tenemos aquí preso. Ca él es mucho emparentado y de grandes hombres y muy poderosos, y luego que sepan estas nuevas serán con él y con todo su poderío para vengarle». «Señora», dijo el caballero Zifar, «tomad buen esfuerzo y buen conhorte en Dios; ca Él que os defendió hasta el día de hoy y os hace mucha merced, Él os sacará de este gran cuidado que tenéis, mucho a vuestra honra». «Caballero bueno», dijo ella, «sí fuera con el vuestro buen esfuerzo y con vuestro entendimiento». «Ciertas, señora», dijo él, «yo haré y lo que yo pudiere con la merced de Dios». La señora de la villa preguntole si sería bien enviar por el hijo del señor de la hueste para hablar con él. Respondieron todos que sí, ca por aventura alguna carrera cataría para afinamiento de esta guerra; y luego enviaron por él, y él vino muy humildosamente e hincó los hinojos ante ella.

«Amigo», dijo ella, «mucho me place convusco, sábelo Dios». «Ciertas, señora», dijo él, «bien lo creo, que cuanto place a vos, tanto pesa a mi padre». «¿Cómo?», dijo ella, «¿no os place de ser aquí conmigo vivo, antes que muerto?». «Ciertas», dijo él, «sí, si mi padre es vivo, ca cierto soy que hará y tanto porque yo salga de esta prisión; y si muerto es, yo no querría ser vivo». «¿Y vuestro padre», dijo ella, «herido fue?». «Ciertas, señora», dijo él. «¿Y quién lo hirió?», dijo ella. «Un caballero», dijo él, «lo hirió que andaba muy ahincadamente en aquel hecho, y bien me semejó que nunca vi caballero que tan bien usara de sus armas como aquel». «¿Y lo conoceréis?», dijo ella. Sonriose un poco y díjole: «Amigo señor, sabéis vos que yo no tengo tuerto a vuestro padre, y hame hecho grandes daños y grandes males, y no sé por cuál razón. Pero amigo, decidme si podría ser por alguna carrera que se partiese esta guerra y este mal que es entre nos». «Ciertas, señora, no lo y sé», dijo él, «sino una». «¿Y cuál es?», dijo ella. «Que caséis conmigo», dijo él. Y ella hincó los ojos en él y comenzolo a catar, y no le dijo más; pero que el caballero era mancebo y mucho apuesto y muy bien razonado y de muy gran lugar, y además que su padre no había otro hijo sino este. La señora de la villa mandó que se fuesen todos, y que fincase el caballero Zifar y aquellos que eran de su consejo, y díjoles así:

«Amigos, ¿qué os semeja de este hecho?» Callaron todos, que no y hubo ninguno que respondiese. Y el caballero Zifar, cuando vio que ninguno no respondía, dijo así: «Señora, quien poco seso ha, aína lo expende, y ese poco de entendimiento que en mí es, quiérooslo decir cuanto esta razón, so enmienda de estos hombres buenos que aquí son. Señora», dijo el caballero Zifar, «veo que Dios quiere guiar a toda vuestra honra, no con daño ni con deshonra de vuestro hijo; ca por os casar con este caballero hijo del señor de la hueste, tengo que es vuestra honra y gran bando de vuestro hijo. Ca esta villa y los otros castillos que fueron de vuestro marido, todos fincarán a vuestro hijo, y vos seréis honrada y bienandante con este caballero». Y los caballeros y los hombres buenos que eran con ella otorgaron lo que el caballero Zifar decía, y dijeron que lo catara muy bien, como hombre de buen entendimiento. «Amigos», dijo la señora de la villa, «pues vos por bien lo tenéis, yo no he de salir de vuestro consejo. Catadlo y ordenadlo en aquella guisa que entendéis que es más a servicio de Dios y a pro y a honra de mí y de mi hijo». Y el caballero Zifar dijo que fincase este pleito hasta en la mañana, que hablasen con el hijo del señor de la hueste. Y fuéronse cada uno para sus posadas a holgar.

Y otro día en la mañana, vinieron seis caballeros del señor de la hueste, muy bien vestidos en sus palafrenes y sin armas ningunas, a la puerta de la villa. Y los que estaban en las torres dijeron que se tirasen afuera, y si no, que los harían ende arredrar. «Amigo», dijo un caballero de ellos, «no hagáis, ca nos vinimos con buen mandado». «Pues ¿qué queréis?», dijo el de la torre. «Queremos», dijo el caballero, «hablar con la señora de la villa». «¿Y queríais», dijo el de la torre, «que se lo hiciese saber?». «Sí», dijo el caballero. Y díjole este mandado, de cómo seis caballeros honrados de la hueste estaban a la puerta y querían hablar con ella, y que le dijeron que venían con buenos mandados. «Dios lo quiera», dijo ella, «por su merced». Y luego envió por el caballero Zifar y por los otros hombres de la villa y díjoles de cómo aquellos caballeros estaban a las puertas desde gran mañana, y si tenían por bien que entrasen, y que fuesen allá algunos hombres buenos de la villa que los acompañasen. Y ellos escogieron entre sí veinte caballeros de los más ancianos y de los más honrados y enviáronlos allá. Y ellos abrieron las puertas de la villa y llegaron y donde estaban los seis caballeros, y dijéronles que si querían entrar, y ellos dijeron que sí, para hablar con la señora de la villa. «Pues hacednos hombrenaje», dijo el caballero Zifar, «que por vos ni por vuestro consejo no venga daño a la villa ni a ninguno de los que y son». «Ciertas», dijeron los caballeros, «nos así lo hacemos. ¿Y vos nos aseguráis», dijeron los caballeros. «Sí», dijeron los de la villa, «que recibáis honra y placer y no otra cosa ninguna que contraria sea». Y así entraron en la villa y fuéronse para la señora de la villa, que los estaba atendiendo. Y cuando los vio entrar, levantose a ellos, y todos los otros que y eran con ella, y recibiéronlos muy bien. Y ellos dijeron que se asentasen todos y que dirían su mandado, e hiciéronlo así y estuvieron muy asosegados. «Señora», dijo un caballero de los que vinieron de la hueste, «ca ciertos somos que querría vuestra honra y la vuestra salud; y no dudes, ca más bien hay de cuanto vos cuidáis». «¡Dios lo quiera!», dijo ella. «Señora», dijo el caballero, «nuestro señor os envía decir así, que si Dios le da algunos embargos en este mundo, y algunos enojos, y lo trae a algunos peligros dañosos, que se lo hace porque es pecador entre los pecadores, y señaladamente por el yerro que a vos tiene, vos no se lo mereciendo, ni le haciendo por qué, ni el vuestro marido, señor que fue de este lugar; antes dice que fue mucho su amigo en toda su vida, y que él que os ha hecho guerra y mucho daño y mucho mal en aquesta vuestra tierra. Y por ende tiene que si mayores embargos le diese y mayores deshonras de cuantas le ha hecho hasta el día de hoy, con gran derecho se lo haría. Onde os envía rogar que le queráis perdonar, y él que será vuestro amigo y se tendrá convusco contra todos aquellos que mal os quisieren hacer. Y esto todo sin ninguna infinta y sin ningún entredicho; pero antes os envía a decir que si os pluguiere, que mucho placería a él que el su hijo casase convusco; porque vos sabéis que él no ha otro hijo heredero sino aquel que vos aquí tenéis en vuestro poder, y que luego en la su vida le daría estas dos villas grandes que son aquí cerca de vos, y ocho castillos de los mejores que fueren aquí cerca en derredor». «Caballeros», dijo la señora de la villa, «yo no os podría responder a menos que yo hablase con estos hombres buenos de mío consejo. Y tiraos allá, y hablaré con ellos». «Ciertas», dijeron ellos, «mucho nos place». E hiciéronlo así.

La señora de la villa estando con aquellos hombres buenos no decía ninguna cosa y estaba como vergoñosa y embargada; y los hombres buenos estaban maravillados entre sí, y teniendo que era mal en tardar la respuesta, ca no era cosa en que tan gran acuerdo hubiese haber, haciéndoles Dios tanta merced como les hacía. Y ellos estando en esto, levantose un caballero anciano, tío de la señora de la villa, y dijo así: «Señora, tarde es bueno a las vegadas, y malo otrosí; ca es bueno cuando hombre asma de hacer algún mal hecho de que puede nacer algún peligro, de tardarlo, y en tardando lo que puede hacer aína, puédele acaecer alguna cosa que lo dejaría todo o la mayor parte de ello. Y eso mismo del que quiere hacer alguna cosa arrebatadamente de que después hubiese a arrepentir, débelo tardar; ca lo debe primero cuidar en cuál guisa lo debe mejor hacer, y desde que lo hubiese cuidado y enmendado, puede más ir enderezadamente al hecho. Y eso mismo cuando hubiese camiados el tiempo de bien en mal, de manera que los hechos no se hiciesen así como conviene; ca en tal sazón como esta deben los hombres sufrirse y dar pasada a las cosas que tornen los tiempos a lo que deben; ca más vale desviarse de la carrera mala y medrosa, ca quien bien va, no tuerce maguer que tarde; mas quien hubiese buen tiempo para hacer las cosas, siendo buenas, y tuviese aguisado de cumplirlo, esto no lo debe tardar por ninguna manera, así como este buen propósito en que estamos, ca se puede perder por aventura de una hora o de un día. Mas endrécese y hágase luego sin tardanza ninguna; ca a las vegadas quien tiempo ha y tiempo atiende, tiempo viene que tiempo pierde». «Ciertas», dijo la señora de la villa, «en vuestro poder soy. Ordenad la mi hacienda como mejor viereis». Y ellos entonces hicieron llamar aquellos seis caballeros del señor de la hueste, y preguntáronles que qué poder traían para afirmar estas cosas que ellos demandaban. Y ellos dijeron que traían procuratorios muy cumplidos que por cuanto ellos hiciesen fincaría su señor, y demás que traían el su sello para afirmar las cosas que se y hiciesen.

Y el tío de la señora de la villa les dijo: «Amigos, todas las cosas que demandáis vos son otorgadas, y háganse en el nombre de Dios». Y un caballero de los del señor de la hueste dijo así: «Señora, ¿perdonáis al señor de la hueste de cuanto mal y de cuanto daño y enojo os hizo hasta el día de hoy, y perdéis querella de él ante estos hombres buenos que aquí son?» «Sí perdono», dijo ella, «y pierdo toda querella de él, si me guardare lo que vos aquí dijistes». «Y yo os hago pleito y hombrenaje», dijo el caballero, «con estos caballeros que son aquí conmigo, y yo con ellos, por el señor de la hueste, que él que os cumpla todo lo que aquí dijimos, y que se atenga convusco contra todos aquellos que contra vos fueren. Y por mayor firmeza firmarlo hemos con el sello de nuestro señor. Pero, señora», dijo el caballero, «¿qué me decís de lo que envía rogar el señor de la hueste sobre el casamiento de su hijo?». Y ella calló y no le respondió ninguna cosa; y preguntóselo otra vegada y calló. Y los otros, viendo que ella no quería responder a esta demanda, dijo el tío de la señora de la villa: «Caballero, yo os hago seguro en esta demanda que vos hacéis de este casamiento, que cuando el señor de la hueste se viere con mi sobrina, que se haga de todo en todo, y se cumplirá lo que él quisiere en esta razón, cumpliendo a su hijo aquello que vos dijistes y de su parte». «¿Asegúrasme vos?», dijo el caballero. Y luego fue ende hecho un instrumento público.

Y luego los caballeros se despidieron de la señora de la villa y de los otros que y eran, muy alegres y muy pagados, y cabalgaron en sus palafrenes y fuéronse para el señor de la hueste; e iban rezando este salmo a alta voz: beati inmaculati in via qui ambulant in lege domini. Ciertas dicen bien, ca bienaventurados son los que andan y deben ser los que andan en buenas obras a servicio de Dios.

Los de la hueste estaban esperando, y maravillábanse mucho de la tardanza que hacían; ca desde gran mañana que fueron, no tornaron hasta hora de nona, tanto duró el tratado. Y cuando llegaron a su señor, los vio luego, les preguntó y les dijo: «Amigos, ¿venisme con paz?». «Ciertas, señor», dijeron ellos, «esforzaos muy bien, que Dios lo ha traído a vuestra voluntad». «¿Cómo?», dijo él, «¿y soy perdonado de la señora de la villa?». «Ciertas», dijeron ellos, «sí». «Ahora», dijo él, «soy guarido en el cuerpo y en el alma; bendito sea Dios por ende». «Pues aún más traemos», dijeron ellos, «y sabemos que es cosa que os placerá mucho, ca traemos aseguramiento del tío de la señora de la villa, que cuando vos viereis con ella, que se haga el casamiento de vuestro hijo. «Ciertas», dijo él, «mucho me place; y envía decir a la señora de la villa que el domingo de gran mañana, a hora de prima, seré con ella, si Dios quisiere, y no como guerrero, mas como buen amigo de su honra y de su pro». Y luego mandó que toda la gente otro día en la mañana que descercasen la villa y se fuesen todos para sus lugares. Y retuvo en sí dos caballeros de la mejor caballería que y había, y mandoles que enviasen las lorigas y las armas, y que retuviesen consigo los sus paños de vestir, que el domingo cuidaban hacer bodas a su hijo, con la merced de Dios, con la señora de la villa. Y todos los de la hueste fueron muy alegres y agradeciéronlo mucho a Dios, ca tenían que salía de yerro y de pecado. Y cuando fue el domingo en la gran mañana, levantose el señor de la hueste y oyó su misa, y eso mismo la señora de la villa, ca apercibidos estaban y sabían que el señor de la hueste había de ser esa mañana, y todos estaban muy alegres, mayormente de que vieron derramar la hueste e irse.

Cuando llegó el señor de la hueste a las puertas de la villa, mandáronselas abrir y dijéronle que entrase cuando quisiese. Y todas las plazas de la villa y las calles eran de estrados de juncos. Y todos los caballeros le salieron a recibir muy apuestamente. Y las dueñas y las doncellas de la villa hacían sus alegrías y sus danzas por la gran merced que Dios les hiciera en librarlos de aquel embargo en que estaban. Y el señor de la hueste llegó a la señora de la villa y saludola, y ella se levantó a él y dijo: «Dios os dé la su bendición». Y asentáronse amos a dos en el su estrado y todos los caballeros en derredor, y él comenzó a decir palabras de solaz y de placer, y preguntole: «Hija señora, ¿perdonástesme de corazón?» «Ciertas», dijo ella, «sí, si vos verdaderamente me guardareis lo que me enviastes prometer». «Cierto soy», dijo él, «que por el tuerto que yo a vos tenía, me veía en muchos embargos, y nunca cosa quería comenzar que la pudiese acabar; antes salía ende con daño y con deshonra. Y bien creo que esto me hacía las vuestras plegarias que hacíais a Dios». «Bien creed», dijo ella, «que yo siempre rogué a Dios que os diese embargos porque no me viniese mal de vos, mas desde aquí adelante rogaré a Dios que os endrece los vuestros hechos con bien y en honra». «Agradézcaoslo Dios», dijo él. «Y hija señora, ¿qué será de lo que os envié rogar con mis caballeros en razón del casamiento de mío hijo?» Y ella calló y no le respondió ninguna cosa. El señor de la hueste fincó engañado; tuvo que a ella no debiera hacer esta demanda». Llamó a uno de aquellos caballeros que vinieron con el mandado: «¿Quién es aquel caballero que os aseguró del casamiento?» «Señor», dijo, «es aquel que está y». Entonces fue el señor de la hueste y tomolo por la mano y sacolo aparte y díjole: «Caballero, ¿qué será de este casamiento? ¿Puédese hacer luego?» «Sí», dijo él, «si vos quisiereis». «Pues endrezadlo», dijo el señor de la hueste, «si Dios endrece todos los vuestros hechos» «Pláceme», dijo el caballero. Y fue a la señora de la villa y díjole que este casamiento de todo en todo que se delibrase. Dijo ella que lo hiciese como quisiese, que todo lo ponía en él.

El caballero fue luego traer al hijo del señor de la hueste que tenía preso. Y cuando llegaron antes la señora de la villa dijo el caballero al señor de la hueste: «Demandad lo que quisiereis a mí y os responderé.» «Demándoos», dijo el señor de la hueste, «a esta señora de la villa por mujer para mío hijo». «Yo os lo otorgo», dijo el caballero. «Y yo os otorgo el mío hijo para la dueña, comoquiera que no sea en mío poder; ca no es casamiento sin él y ella otorgar». Y otorgáronse por marido y por mujer; empero dijo el señor de la hueste: «Si mesura valiese, suelto debía ser el mío hijo sobre tales palabras como estas, pues paz habemos hecho». «Ciertas», dijo la señora de la villa, «esto no entró en la pleitesía, y mío preso es y yo lo debo soltar cuando yo me quisiere; y no querría que se me saliese de manos por alguna maestría». «Ciertas», dijo el señor de la hueste riendo mucho, «me place que le hayáis siempre en vuestro poder». Y enviaron por el capellán, y preguntó al hijo del señor de la hueste si recibía a la señora de la villa que estaba y delante por mujer como manda santa iglesia. Él dijo que sí recibía. Y preguntó a ella si recibía a él por marido, y ella dijo que sí. Cuando esto ella vio, demandó la llave de la prisión que él tenía; y la prisión era de una cinta de hierro con un candado. Y cayose la prisión en tierra. Y dijo el capellán: «Caballero, ¿sois en vuestro poder y sin ninguna presión?» «Sí», dijo él. «¿Pues recibís esta dueña como santa iglesia manda?» Dijo él: «Sí recibo». Allí se tomaron por las manos y fueron oír misa a la capilla, y desí a yantar. Y después que fueron los caballeros a bohordar y a lanzar y a hacer sus demandas y a correr toros y a hacer grandes alegrías. Allí fueron dados muchos paños y muchas joyas a juglares y a caballeros y a pobres.

El señor de la hueste estaba encima de una torre, parando mientes como hacían cada uno, y vio un caballero mancebo hacer mejor que cuantos y eran; y preguntó al tío de la señora de la villa: «¿Quién es aquel caballero que anda entre aquellos otros que los vence en lanzar y en bohordar y en todos los otros trebejos de armas y en todas las otras aposturas?». «Un caballero extraño», dijo el tío de la señora de la villa. «Ciertas», dijo el señor de la hueste, «aquel me semeja el que me hirió». El tío de la señora de la villa envió por el caballero Zifar. Y él cuando lo supo que el señor de la hueste enviaba por él, temiose de haber alguna afrenta; pero con todo eso fuese para allá muy paso y de buen continente. Y preguntole el señor de la hueste: «Caballero, ¿ónde sois?» «De aquí», dijo el caballero Zifar. «¿Natural?», dijo el señor de la hueste. «Ciertas», dijo el caballero Zifar, «no, mas soy del reino de Tarta, que es muy lejos de aquí». «¿Pues cómo vinistes a esta tierra?», dijo el señor de la hueste. «Así como quiso la mi ventura», dijo el caballero Zifar. Y si vos sois el que me heristes, yo os perdono, y si quisiereis fincar aquí en esta tierra, os heredaré muy bien, y partiré con vos lo que hubiere». «Grandes mercedes», dijo el caballero Zifar, «de todo cuanto aquí me dijiste, más adelante es el mío camino que he comenzado, y no podría fincar si no hasta aquel tiempo que puse con la señora de la villa». «Cabalguemos», dijo el señor de la hueste. «Pláceme», dijo el caballero Zifar.

Cabalgaron y fueron andar fuera de la villa donde andaban los otros trebejando y haciendo sus alegrías. Y andando el señor de la hueste hablando con el caballero Zifar, preguntole dónde era y cómo fuera la su venida y otras cosas muchas de que tomaba placer. Era ya contra la tarde y cumplíanse los diez días que hubiera ganado el caballo cuando mató al sobrino del señor de la hueste. Y ellos estando así hablando, dejose el caballo caer muerto en tierra. El caballero Zifar se salió de él y parose a una parte. «¿Qué es esto?», dijo el señor de la hueste. «Lo que suele ser siempre en mí, ca tal ventura me quiso Dios dar que nunca de diez días arriba me dura caballo ni bestia; que yo por eso ando así apremiado de pobre». Dijo el señor de la hueste: «Fuerte ventura es para caballero, mas tanto os haría que, si por bien tuvieseis, que os cumpliría de caballos y de armas y de las otras cosas, si aquí quisiereis fincar». «Muchas gracias», dijo el caballero Zifar, «no lo queráis, ca os sería muy gran costa, y a vos no cumplía la mi fincada; ca, loado sea Dios, no habéis guerra en esta vuestra tierra». «¿Cómo?», dijo el señor de la hueste, «¿el caballero no es para otro sino para guerra?» «Sí», dijo el caballero Zifar, «para ser bien acostumbrado y para dar buen consejo en hecho de armas y en otras cosas cuando acaecieren; ca las armas no tienen pro al hombre si antes no ha buen consejo de cómo hubiese de usar de ellas». El señor de la hueste envió por un su caballo que tenía muy hermoso, y diolo al caballero Zifar y mandolo subir en el caballo, y díjole: «Tomad ese caballo y haced de él como de vuestro». «Muchas gracias», dijo el caballero Zifar, «ca mucho era mester». Y desí viniéronse para el palacio donde estaba la señora de la villa, y despidiéronse de ella y fuéronse para sus posadas. Y otro día en la mañana vino el señor de la hueste con toda su gente para la señora de la villa y fue entregado su hijo de las villas y de los castillos que había prometido. Y cada una de aquellas dos villas eran muy mayores y más ricas que no Galapia. Y acomendó a Dios su hijo y a la señora de la villa y fuese para su tierra.

El caballero Zifar estuvo y aquel tiempo que había prometido a la señora de la villa; y el caballo que le diera el señor de la hueste muriósele a cabo de tres días, y no tenía caballo en que ir. Cuando la señora de la villa oyó que se quería ir, pesole mucho y envió él y dijo así: «Caballero bueno, ¿os queréis ir?» «Señora,» dijo él, «cumplido he el mes que os prometí.» «¿Y por cosa que vos hombre dijese fincaríais?», dijo ella. «Ciertas», dijo él, «no, ca puesto he de ir más adelante». «Pésame», dijo ella, «tan buen caballero como vos, por quien nos hizo Dios tanta merced, en salir de la mi tierra; pero no puedo y al hacer, pues vuestra voluntad es. Y tomad aquel mi palafrén, que es muy bueno, y os den cuanto quisiereis largamente para despender, y guíeos Dios». Y él se despidió de la señora de la villa luego y la su mujer eso mismo, llorando la señora de la villa muy fuertemente porque no podía con él que fincase. El tío de la señora de la villa le mandó dar el palafrén y le mandó dar muy gran haber. Y salieron con él todos cuantos caballeros había en la villa, trabando con él y rogándole que fincase, y que todos le harían y servirían y catarían por él así como por su señor. Pero que de él palabra nunca pudieron haber que fincaría; antes les decía que su intención era de irse de todo en todo. Y cuando fueron arredrados todos de la villa una gran pieza, partiose el caballero Zifar y díjoles así: «Amigos, acomiéndoos a Dios, ca hora es de tornaros». «Dios os guíe», dijeron los otros; pero con gran pesar tornaron, llorando de los ojos.

Y cuando se cumplieron los diez días después que salieron de Galapia, muriose el caballo que le diera la señora de la villa, de guisa que hubo de andar bien tres días de pie. Y llegaron un día a hora de tercia cerca de un montecillo, y hallaron una fuente muy hermosa y clara, y buen prado en derredor de ella. Y la dueña, habiendo gran piedad de su marido que venía de pie, díjole: «Amigo señor, descendamos a esta fuente y comamos esta fiambre que tenemos». «Pláceme», dijo el caballero; y estuvieron cerca de aquella fuente y comieron de su vagar, ca cerca habían la jornada hasta una ciudad que estaba cerca de la mar, que le decían Mella. Y después que hubieron comido, acostose el caballero un poco en el regazo de su mujer, y ella espulgándole, durmiose. Y sus hijuelos andaban trebejando por aquel prado, y fuéronse llegando contra el montecillo. Y salió una leona del montecillo y tomó en la boca el mayor. Y a las voces que daba el otro hijuelo que venía huyendo, volvió la cabeza la dueña y vio cómo la leona llevaba el un hijuelo, y comenzó a dar voces. El caballero despertó y dijo: «¿Qué habéis?» «El vuestro hijuelo mayor», dijo ella, «lleva una bestia, y no sé si es león o leona, y es entrado en aquel monte». Y entrando en aquel monte, pero que no halló ningún recaudo de ello. Y tornose muy cuitado y muy triste y dijo a la dueña: «Vayámosnos para esta ciudad que está aquí cerca; ca al no podemos aquí hacer si no agradecer a Dios cuanto nos haces, y tenérselo por merced».

Y llegaron a la ciudad a hora de vísperas, y posaron en las primeras casas del alberguería que hallaron. Y dijo el caballero a la dueña: «Iré buscar qué comamos y yerba para este palafrén». Y ella andando por casa hablando con la huéspeda, saliole el palafrén de la casa, y ella hubo de salir en pos él, diciendo a los que encontraba que se lo tornasen. Y el su hijuelo cuando vio que no era su madre en casa, salió en pos ella llamándola, y tomó otra calle y fuese perder por la ciudad. Y cuando tornó la madre para su posada, no halló su hijuelo, y dijo a la huéspeda: «Amiga, ¿qué se hizo mío hijuelo que dejé aquí?» «En pos vos salió», dijo ella, «llamando madre señora». Y el caballero Zifar cuando llegó y halló a la dueña muy triste y muy cuitada, y preguntole qué había, y ella dijo que Dios que la quería hacer mucho mal, porque ya el otro hijuelo perdido lo había. Y él le preguntó cómo se perdiera, y ella se lo contó. «Ciertas», dijo el caballero, «Nuestro Señor Dios derramarnos quiere; y sea bendito su nombre por ende». Pero que dieron algo a hombres que lo fuesen buscar por la ciudad, y ellos anduvieron por la ciudad toda la noche y otro día hasta hora de tercia, y nunca pudieron hallar recaudo de él, salvo ende una buena mujer que les dijo: «Ciertas, anoche después de vísperas, pasó por aquí dando voces, llamando a su madre; y yo habiendo duelo de él llamelo y preguntele qué había, y no me quiso responder, y volvió la cabeza y fuese la calle ayuso». Y cuando llegaron con este mandado al caballero y a su madre, pesoles muy de corazón, señaladamente a la madre, que hizo muy gran duelo por él, de guisa que toda la vecindad fue y llegada. Y cuando lo oyó decir que en aquel día mismo le había llevado la leona el otro hijo, tomaban gran pesar en sus corazones y gran piedad de la dueña y del caballero que tan gran pérdida habían hecho en un día. Y así era la dueña salida de seso que andaba como loca entre todas las otras, diciendo sus palabras muy extrañas con gran pesar que tenía de sus hijos; pero que las otras dueñas la conhortaban lo mejor que podían.

Y otro día en la mañana fue el caballero Zifar a la ribera del mar; y andando por y vio una nave que se quería ir para el reino de Orbín, donde decían que había un rey muy justiciero y de muy buena vida. Y preguntole el caballero Zifar a los de la nave si le quería pasar allá a él y a su mujer, y ellos dijéronle que si les algo diese. Y él pleiteó con ellos y fuese para la posada y díjole a su mujer cómo había pleiteado con los marineros para que los llevasen a aquel reino donde era aquel buen rey. A la dueña plugo mucho, y preguntole que cuándo irían. «Ciertas», dijo luego, «cras en la mañana, si Dios quisiere». La dueña dijo: «Vayamos en buen punto, y salgamos de esta tierra donde nos Dios tantos embargos y hizo y quiere hacer». «¿Cómo?», dijo el caballero Zifar, «¿por salir de un reino y irnos a otro, cuidáis huir del poder de Dios? Ciertas no puede ser, porque él es señor de los cielos y de la tierra y del mar y de las arenas, y ninguna cosa no puede salir de su poder. Ca así como aconteció a un emperador de Roma que cuidó huir del poder de Dios; y aconteciole como ahora oiréis decir».

«Dice el cuento que un emperador hubo en Roma que había muy gran miedo de los truenos y de los relámpagos, y recelándose del rayo del cielo que caía y con miedo del rayo mandó hacer una casa so tierra, labrada con muy grandes cantos y muchas bóvedas de yuso, y mientras nublado hacía, nunca de y salía. Y un día vinieron a él en la mañana pieza de caballeros sus vasallos, y dijéronle de cómo hacía muy claro día y muy hermoso, y que fuesen fuera de la villa a caza a tomar placer. Y el Emperador cabalgó y fuese con los caballeros fuera de la villa. Y él siendo fuera cuanto un mijero, vio una nubecilla en el cielo, pequeña, y cabalgó en un caballo muy corredor para irse a aquella casa muy fuerte que hiciera so tierra. Y antes que allá llegase, siendo muy cerca de ella, húbose extendido la nube por el cielo, e hizo truenos y relámpagos, y cayó muerto en tierra, y está enterrado en una torre de la su casa fuerte, y no pudo huir del poder de Dios. Y ninguno no debe decir: "No quiero fincar en este lugar donde Dios tanto mal me hizo; ca ese mismo Dios es en un lugar que en otro, y ninguno no puede huir de su poder. Y por ende le debemos tener en merced quequier que acaezca de bien o de mejor, ca él es el que puede dar después de tristeza alegría, y después de pesar placer; y esforcémonos en la su merced. Y cierto soy que en este desconhorte nos ha de venir gran conhorte". "¡Así lo mande Dios!", dijo ella.

»Y otro día en la mañana después que oyeron misa, fuéronse para la ribera de la mar para irse. Y los marineros no atendían sino viento con que moviesen. Y desde que vieron la dueña estar con el caballero en la ribera, el diablo, que no queda de poner pensamientos malos en los corazones de los hombres, puso en los corazones de los señores de la nave que metiesen a la dueña en la nave, y el caballero que lo dejasen de fuera en la ribera; e hiciéronlo así. "Amigo", dijeron al caballero, "atendednos aquí con vuestro caballo en la ribera, que no cabremos todos en el batel, y tornaremos luego por vos y por otras cosas que habemos de meter en la nave". "Pláceme", dijo el caballero, "y acomiéndoos esta dueña que la guardéis de mal". "Ciertas, así lo haremos", dijeron los otros. Y desde que tuvieron la dueña en la nave y les hizo un poco de viento, alzaron la vela y comenzaron de ir.

»Y el caballero andando pensando por la ribera, no paró en ellos mientes ni vio cuándo movieron la nave. Y a poco de tiempo vio la nave muy lejos y preguntó a los otros que andaban por la ribera: "Amigos, ¿aquella nave que se va, es la que va al reino de Orbín?" "Ciertas", dijeron los otros, "sí". "¿Y por mí habían de tornar?", dijo él. "No de esta vegada", dijeron los otros. "¿Veis, amigos", dijo el caballero, "qué gran falsedad me han hecho? Diciendo que tornarían por mí mintiéronme y llevaron mi mujer". Cuando esto oyeron los otros fueron mucho espantados de tan gran enemiga como habían aquellos marineros hecho, y si pudieran y poner consejo, hiciéranlo de muy buena mente. Mas tan lejos iba la nave y tan buen viento habían, que no se atrevieron a ir en pos ella. Cuando el buen caballero Zifar se vio así desamparado de las cosas de este mundo que él más quería, con gran cuita dijo así: "Señor Dios, bendito sea el tu nombre por cuanta merced me haces, pero Señor, si te enojas de mí en este mundo, sácame de él; ca ya me enoja la vida, y no puedo sufrir bien con paciencia así como solía. Y, señor Dios, poderoso sobre todos los poderosos, lleno de misericordia y de piedad, tú que eres poderoso entre todas las cosas, y que ayudas y das conhorte a los tus siervos en las sus tribulaciones y ayudas los que bien quieres que derramas por las desventuras de este mundo: así como ayudaste los tus siervos bienaventurados Eustaquio y Teospita su mujer y a sus hijos Agapito y Teospito, y te plega a la tu misericordia de ayudar a mí y a mi mujer y a mis hijos que somos derramados por semejante. Y no cates a los mis pecados, mas cata a la gran esperanza que hube siempre en la tu merced y en la tu misericordia; pero si aún te place que mayores trabajos pase en este mundo, haz de mí a tu voluntad; ca aparejado estoy de sufrir quequier que me venga".

»Mas Nuestro Señor Dios, viendo la paciencia y la bondad de este buen caballero, enviole una voz del cielo, la cual oyeron todos los que y eran en derredor de él, conhortándole lo mejor que podía, la cual voz le dijo así: "Caballero bueno", dijo la voz del cielo, "no te desconhortes por cuantas desventuras te avinieron que te vendrán muchos placeres y muchas alegrías y muchas honras. Y no temas que has perdido la mujer y los hijos, porque todo lo habrás a toda tu voluntad". "Señor", dijo el caballero, "todo es en tu poder, y haz como tuvieres por bien". Pero que el caballero fincó muy conhortado con estas palabras que oía; y los otros que estaban por la ribera que oyeron esto fueron maravillados y dijeron: "Ciertas este hombre bueno de Dios es, y pecado hizo quien le puso en este gran pesar". Y trabaron con él que fincase y en la villa, y que le darían todas las cosas del mundo que hubiese mester. "Ciertas", dijo el caballero, "no podría fincar donde tantos pesares he recibido; y acomiéndoos a Dios". Cabalgó en su caballo y fuese por una senda que iba ribera de la mar. Y la gente toda se maravillaban de estas desventuras que acontecieran a este caballero en aquella ciudad; ca por esta razón unos decían de cómo lloraba los hijos, diciendo que la leona le llevara el uno cerca de la fuente, y el otro en cómo le perdiera en la villa; los otros decían de cómo aquellos falsos de la nave llevaron su mujer con gran traición y con gran enemiga.

»Y ellos estando en esta habla, sobrevino un burgués de los mayores y más ricos y más poderosos de la villa, y preguntó qué era aquello en que hablaban, y ellos contáronselo todo. "Ciertas", dijo el burgués, "no son perdidos los sus hijos". "¿Y cómo no?", dijeron los otros. "Yo os lo diré", dijo el burgués. "Yo andando el otro día a caza con mis canes y con mi compaña, sentí los canes que se espantaban mucho, y fui en pos de ellos y hallé que iban latiendo en pos una leona que llevaba una criatura en la boca muy hermosa, y sacudiéronsela, y tomé yo la criatura en los brazos y trájela a mi posada. Y porque yo y mi mujer no habíamos hijo ninguno, roguele que quisiese que le porhijásemos, pues no le sabían padre ni madre; y ella túvolo por bien y porhijámoslo. Y cuando fue en la tarde, estando mi mujer a las fenestras con aquella criatura en brazos, vio venir otra criatura muy hermosa del tamaño que aquella o poco menor, llorando por la calle; díjole: 'Amigo, ¿qué es?' Y él no respondió. Y la otra criatura que tenía en brazos viola cómo iba llorando, y diole una voz, y el otro alzó los ojos y viole y fue llegándose a la puerta, haciendo la señal que le acogiesen; ca no sabía bien hablar. Y la mi mujer envió una manceba por él, y subióselo a la cámara. Y los mozos cuando se vieron en uno comenzáronse abrazar y a besar, haciendo muy gran alegría como aquellos que fueron nacidos de una madre y criado en uno y conocíanse. Y cuando preguntaban a cualquiera de ellos: '¿Qué es de tu padre y de tu madre?', respondían: 'No sé'. Y cuando yo llegué a la posada, hallé a mi mujer mucho alegre con aquella criatura que Dios le enviara; y díjome así: 'Amigo señor, ¿veis cuán hermosa criatura me trajo Dios a las manos? Y si a vos hizo merced en esta otra criatura que os dio, tengo que mejor la hizo a mí en quererme hacer gracia y enviarme esta otra. Ciertas creo que sean hermanos, ca se semejan; y pídoos por merced que queráis que porhijemos a esta criatura como hicimos a la otra'. Y yo respondile que me placía muy de corazón, y porhijámoslo."

»"¡Oh nuestro Señor!", dijo el otro burgués, "¡qué buenas nuevas para el caballero si hubiese quién se las llevar". "Ciertas", dijo el otro, "yo quiero andar en su demanda estos ocho días, y si lo hallare decirle he estas buenas nuevas". Y tomó cartas de los hombres buenos de la ciudad porque lo creyese, y cabalgó, y fuese en demanda del caballero. Pero tal fue la su ventura que nunca pudo hallar mandado de él, si era muerto o vivo, y tornose para la ciudad y dijo a los hombres buenos como no pudiera hallar recaudo ninguno del caballero, y pesoles muy de corazón. Y todos pugnaban en hacer merced y placer a aquellas criaturas, y más el padre y la madre que los porhijaron, porque ellos eran muy acostumbrados, maguer mozos pequeños, ca así los acostumbraron y los nudrieron aquella buena dueña que los falsos llevaron en la nave, de que ahora vos contará la historia en cómo pasó su hacienda.»

Dice el cuento que cuando la dueña vio que los marineros movían su nave y no fueron por su marido, tuvo que era caída en manos malas y que la querían escarnecer; y con gran cuita y con gran pesar que tenía en su corazón fuese por derribar en la mar. Y tal fue la su ventura que en dejándose caer revolviose la cinta suya en una cuerda de la nave, y los marineros cuando la vieron caer fueron a ella corriendo, y halláronla colgada; y tiráronla y subiéronla en la nave. «Amiga», dijo el uno de los de la nave, «¿por qué os queréis matar? No lo hagáis, ca el vuestro marido aquí será mucho aína; ca por razón del caballo, que no pudiera más de ligero meter en la nave, roguemos a otros marineros que estaban muy cerca de la ribera con su nave, que lo acogiesen y, y mucho aína será convusco; y no dudéis. Y demás, estos que están aquí todos os quieren gran bien, y yo más que todos». Cuando ella estas palabras oyó, entendió que eran palabras de falsedad y de enemiga, y dio una voz y dijo así: «Virgen Santa María, tú que acorres a los cuitados y a los que están en peligro, y acorre a mí, si entiendes que he mester». Y desí tomáronla y fuéronla meter en la saeta de la nave, porque no fuese otra vegada a se derribar en la mar, y sentáronse a yantar, porque era ya cerca de mediodía.

Y ellos estando comiendo y bebiendo a su solas y departiendo en la hermosura de aquella dueña, la virgen Santa María, que oye de buena mente los cuitados, quiso oír a esta buena dueña, y no consintió que recibiese mal ninguno, según entenderéis por el galardón que recibieron del diablo aquestos falsos por el pensamiento malo que pensaron. Así que ellos estando comiendo y bebiendo más de su derecho y de lo que habían acostumbrado, el diablo metioles en corazón a cada uno de ellos que quisiesen aquella dueña para sí. Y hubo a decir el uno: «Amigos, yo amo aquesta dueña más que a ninguna cosa del mundo y quiérola para mí; y ruégoos que no os trabajéis ningunos de la amar; porque yo soy aquel que os la defenderé hasta que tome y muerte». «Ciertas», dijo el otro, «yo eso mismo haré por mí, porque más la amo que tú». Así que los otros todos de la nave, del menor hasta el mayor, fueron en este mal acuerdo y esta discordia, en manera que metieron mano a las espadas y fuéronse herir unos a otros, de guisa que no fincó ninguno que no fuese muerto o herido.

Y la dueña estaba en la saeta de la nave, y oyó el ruido muy grande que hacían. Y oía las voces y los golpes, más que no sabía que se era, y fincó muy espantada, de guisa que no osaba subir. Y así fincó todo el día y la noche; pero estando haciendo su oración y rogando a Dios que le hubiese merced. Y cuando fue el alba, antes que saliese el sol, oyó una voz que decía: «Buena dueña, levántate y sube a la nave, y echa esas cosas malas que y hallarás en la mar, toma para ti todas las otras cosas que y hallares; ca Dios tiene por bien que las hayas y las despendas en buenas obras». Y ella cuando esto oyó agradeciolo mucho a Dios, pero dudaba que por ventura que enemiga de aquellos falsos, que llamaban para escarnecerla. Y no osaba salir hasta que vio otra voz; y díjole: «Sube y no temas, ca Dios es contigo». Y ella pensó en estas palabras tan buenas y tan santas que no serían de aquellos falsos, y demás que si ellos quisiesen entrar a la saeta de la nave que lo podían bien hacer.

Y subió a la nave y vio todos aquellos falsos muertos y hinchados, y según la voz le dijera tomábalos por las piernas y daba con ellos en la mar; tan livianos le semejaban como si fuesen sendas pajas, y no se espantaba de ellos, ca Dios le daba esfuerzo para lo hacer y la conhortaba y ayudaba. Y ella bien veía y bien entendía que este esfuerzo todo le venía de Dios, y dábale las gracias que ella podía, bendiciendo el su nombre y el su poder. Y cuando vio ella delibrado la nave de aquellas malas cosas, y barrida y limpia de aquella sangre, alzó los ojos y vio la vela tendida; que iba la nave con un viento el más sabroso que pudiese ser. Y no iba ninguno en la nave que la guiase, salvo ende un niño que vio estar encima de la vela. Y este era Jesucristo, que viniera a guiar la nave por ruego de su madre Santa María. Y así lo había visto la dueña esa noche en visión. Y este niño no se quitó de la dueña ni de día ni de noche hasta que la llevó y la puso en el puerto donde hubo de arribar, así como lo oiréis adelante.

La dueña anduvo por la nave catando todas las cosas que en ella eran, y halló y cosas muy nobles y de gran precio, y mucho oro, y mucha plata, y mucho aljófar, y muchas piedras preciosas, y paños preciados, y muchas otras mercadurías de muchas maneras, así que un rey no muy pequeño se tendría por abundado de aquella riqueza. Y bien semejó que había paños y guarnimientos para doscientas dueñas, y maravillose mucho que podría ser esto. Y por esta buena andanza alzó las manos a Nuestro Señor Dios y agradeciole cuanta merced le hiciera. Y tomó de esta ropa que estaba en la nave, y hizo su estrado muy bueno en que seyese, y vistiose un par de paños los más ordenados que y halló, y asentose en su estrado y y rogaba a Dios de día y de noche que hubiese merced y que le diese buena cima a lo que había comenzado. Y bien dijo el cuento que esta hubo gran espanto para catar las cosas de la nave y saber qué eran y las poner en recaudo; y no era maravilla, que sola andaba, y dos meses anduvo sola dentro en la mar desde el día que entró en la nave, hasta que arribó al puerto. Y este puerto donde arribó era la ciudad de Galán, y es en el reino de Orbín.

Y en aquella ciudad estaba el Rey y la Reina, haciendo sus fiestas muy grandes por la fiesta de Santa María, mediado agosto. Y la gente que estaba ribera de la mar vieron aquella nave que estaba parada en el puerto, la vela tendida, y haciendo muy gran viento, no moviéndose a ninguna parte. Maravilláronse mucho, de guisa que entraron muchos en bateles y fueron allá a saber qué era. Y llegaron a la nave y vieron en cómo no tenía áncoras, y tuvieron que era milagro de Dios, así como lo era, y no se atrevía ninguno de subir en la nave; pero uno de ellos dijo que se quería aventurar a subir, a la merced de Dios, a saber qué era; y subió a la nave. Y desde que vio la nave así, y la dueña asentada en un estrado muy noble a maravilla, fue mucho espantado y díjole así: «Señora, ¿quién sois vos, o decidme quién guía esta nave?» «¿Y vos sois caballero?», dijo ella. «Ciertas», dijo él, «no». Y por ende no se quiso levantar a él. «¿Y por qué no respondéis», dijo él, «a la mi demanda?». Dijo ella: «Porque no es vuestro de lo saber ahora quién soy yo». «Señora», dijo él, «¿decirlo habéis al Rey si acá viniere?» «Ciertas», dijo ella, «razón es, ca por él vine de la mi tierra». «¿Y esta vuestra nave», dijo el hombre, «cómo está así sin áncoras ningunas?». «Está así como vos veis», dijo ella, «en poder de aquel que la mantiene y la guía», dijo ella, «aquel que mantiene y guía las otras cosas». «Pues, señora, iré al Rey», dijo él, «con este mandado y con estas nuevas». «Dios os guíe», dijo la dueña. Descendió a su batel y fuese para los otros, que se maravillaban mucho de su tardanza, y preguntáronle que en qué tardara, o qué era aquello que viera allá. «Tardé», dijo él, «por una dueña que hallé allá, de las más hermosas del mundo y muy bien razonada; mas por cosa que me dijese no pude saber ni entender ninguna cosa de su hacienda». Desí fuéronse para el Rey, que estaba en la ribera con la Reina y con muy gran gente a saber qué era aquello.

El que subió a la nave dijo: «Señor, decíroslo he lo que vi en aquella nave». Y contóselo todo cuanto pasara con aquella dueña y cuantas respuestas le diera, en manera que entendió el Rey por las respuestas que esta dueña era de Dios y de buen entendimiento. Y metiose en una galea y otros muchos con él, y otros en otras barcas, y fuéronse para la nave. Y cuando llegaron a la nave maravilláronse de cómo estaba queda, no teniendo áncoras ningunas, y dudaron los que iban allá, y dijeron al Rey: «Señor, no te aventures a cosa que no sabes qué es». Y el Rey era muy buen cristiano y díjoles así: «Amigos, no es este hecho del diablo, ca el diablo no ha poder de retener los vientos y las cosas que se han a mover por ellos; mas esto puede ser hecho por el poder de Dios que hizo todas las cosas y las ha a su mandado. Y por ende quiérome aventurar a lo de Dios, en el su nombre, y ponerme he en la su merced». Y con poca de gente, de aquellos que él escogió, subió a la nave. Y cuando la dueña vio que traía una corona de oro en la cabeza y una pértiga de oro en la mano, entendió que era rey y levantose a él y fue por besarle las manos.

El Rey no quiso y fuese sentar con ella al su estrado, y preguntole quién era. Y ella le dijo que era una dueña de tierra de las Indias que fincara desamparada de su marido y que no sabía si era muerto o si era vivo, tiempo había. Y el Rey de aquella tierra que era muy crudo y muy sin justicia, y que hubiera miedo de él que le tomaría todas sus riquezas; y porque oyera decir de él que era buen rey y justiciero, y que quisiera vivir a la su sombra, y que hiciera cargar aquella nave de todas las riquezas que había, y que se viniera para él. «¿Cómo», dijo el Rey, «viene esta nave sin gente y sin gobernador? ¿No salió de allá gente convusco?» «Ciertas», dijo ella, «señor, sí salió». «¿Y pues qué se hizo la gente?», dijo él. «Señor, hacíanme gran falsedad y gran enemiga», dijo ella, «y por sus pecados matáronse unos a otros queriéndome escarnecer, ca así se lo había puesto el diablo en sus corazones». «¿Pues quién os guía la nave?», dijo el Rey. «Señor», dijo ella, «no sé al sino el poder de Dios y un mozo como hombre se santigua.»

Y él entendió que era el hijo de Dios, e hincó los hinojos y adorolo, y dende en adelante no pareció aquella criatura. Y el Rey envió luego a la Reina que saliese a la ribera con todas las otras dueñas y doncellas de la villa con las mayores alegrías que pudiesen. Y desí tomáronla y descendiéronla a la galea, y mandó el Rey que echasen las áncoras y bajasen la vela de la nave, y dejó muy buenas guardas en ella que guardasen bien todas las cosas. Y vinieron su paso a la ribera, haciendo los de la mar muy grandes alegrías y muchos trebejos; y cuando llegaron a la ribera, y la Reina y muchas doncellas haciendo sus danzas. Y desí salió el Rey de la galea y tenía la dueña por la mano y dijo así: «Reina, recibid estas donas que vos Dios envió, ca bien fío por la su merced que por esta dueña vendrá mucho bien a nos y a nuestra tierra y a nuestro reino». «Y yo en tal punto la recibo», dijo la Reina, y tomola por la mano y fuéronse para el palacio y toda la gente con ellos. Y la Reina iba preguntando de su hacienda y ella respondiendo lo más bien, a guisa de buena dueña y de buen entendimiento, de guisa que fue muy pagada de ella y díjole así: «Dueña, si os pluguiese, dentro en las nuestras casas moraréis conmigo, porque os podamos ver cada día y hablar en uno». «Señora», dijo ella, «como mandares». Y así fincó con la Reina más de un año en las sus casas, que no se partió de ella, y tenía la Reina que hacía Dios a ella y al Rey y a toda su tierra bien por esta dueña. Y señaladamente tenían los de la tierra que la plantía grande que este año hubiera viniera por la oración que hacía esta buena dueña, y por ende la amaban y la honraban mucho.

Y esta buena dueña luego que vino hizo sacar el su haber de la su nave, y pidió por merced al Rey y a la Reina que le diesen un solar de casas donde pudiese hacer un monasterio. Y a cabo de un año fue todo acabado. Y después pidió por merced al Rey y a la Reina que quisiesen poblar aquel monasterio, no porque ella quisiese entrar en la orden, ca esperanza había ella en la merced de Dios de ver a su marido, mas poblarlo de muy buenas dueñas y hacer su abadesa. Y pidioles que le diesen licencia a todas las dueñas y a todas las doncellas que quisiesen entrar en aquel monasterio, que trajesen lo suyo libremente.

Y el Rey y la Reina tuviéronlo por bien y mandaron pregonar por toda la tierra que todas aquellas dueñas y doncellas que quisiesen en aquel monasterio entrar, que viniesen seguramente a servicio de Dios, y que se lo agradecerían mucho. Y vinieron pieza de dueñas y de doncellas, más de cuatrocientas, y ella escogió de ellas doscientas, las que entendió que cumplían para el monasterio, que pudiesen sufrir y mantener la regla de la orden. Y hecha y una abadesa muy hijadalgo y muy buena cristiana, y heredó el monasterio muy bien y dotolo de muchas villas y castillos que compró, de muchas heredades buenas y de mucho ganado, y de aquellas cosas que entendían que cumplían al monasterio, de guisa que no hubiese mengua en ningún tiempo. Y es de la orden de San Benito y hoy en día le dicen el monasterio de la Dueña Bendicha. Y las otras dueñas y doncellas que fincaron y no pudieron caber en el monasterio, casolas y heredolas, y las que casó vistiolas de aquellos paños que en la nave tenía, muy nobles y muy preciados, de guisa que la Reina y las otras dueñas que lo veían se maravillaban mucho de cuán nobles paños eran.

Y viendo la dueña que la Reina se pagaba de aquellos paños, enviole un gran presente de ellos, y de ellos hechos y de ellos por hacer, y mucho aljófar y muchas cosas y otras joyas preciadas. Y la Reina fue maravillada que fuera la razón por que traía tantos paños hechos y adobados, y preguntole: «Dueña, ¿decidme habéis por qué traéis tantos paños?» «Señora», dijo ella, «yo os lo diré. Este monasterio que yo aquí hice de dueñas, cuidelo hacer en mi tierra, y en mi propósito fue de cumplirlo de casadas al tantas como fuesen en el monasterio, y mandé hacer estos paños con miedo del Rey, que codiciaba con codicia, me quería tomar todo lo que hubiese, hube de venir acá a esta extraña tierra». «Bendicho sea Dios», dijo la Reina, «y el día en que vos habéis a venir, y hayáis buena cima de ellos así como vos codiciáis». «Amén», dijo la dueña.

Del día que llegó aquella ciudad y lo hubo hecho, hasta nueve años, muy honrada y muy amada y muy visitada de toda la buena gente de la tierra. Y cumplidos los nueve años, pidió por merced al Rey y a la Reina que la dejasen ir para su tierra a ver sus parientes y sus amigos y morir entre ellos.

Cuando lo oyeron el Rey y la Reina fueron espantados y recibieron muy gran pesar en sus corazones porque se quería ir, y dijo el Rey: «¡Ay!, buena dueña, amiga de Dios, por Dios no nos desamparéis, ca mucho tenemos que si os vais, que no irá tan bien a esta tierra de como fue hasta aquí desde que vos vinistes» Dijo: «Señor, no podría fincar, ca a vos no tendría pro la mi fincanza y a mí se tornaría en muy gran daño. Y heos aquí estas dueñas en este monasterio, muy buenas cristianas, que rueguen a Dios por vos y por la Reina y por endrezamiento de vuestro reino. Y vos, señor, guardad y defended el monasterio y todas las cosas y honradle, y Dios por ende guardará a vos en honra; ca mucho bien os ha Dios a hacer por las oraciones de estas buenas dueñas». «Ciertas», dijo el Rey, «así lo haremos por lo de Dios y por el vuestro amor». «Señor», dijo ella, «mandadme vender una nave de estas del puerto, ca la mía vieja es y podrida es». «Dueña», dijo el Rey, «yo os mandaré dar una de las mías, de las mejores que y fueren, y mandaros he dar todo lo que hubieres mester». «Muchas gracias», dijo la dueña, «mas, señor, mandadme dar la nave y a hombres seguros que vayan conmigo en ella; ca yo he haber asas, ¡loado sea Dios!». El Rey mandó dar la nave y muy buenos hombres que fuesen con ella, y ella hizo y meter y muy gran haber que tenía y muchas joyas, y despidiose del Rey y de la Reina y de toda la gente de la ciudad, y fuese meter en la nave para fincar y la noche hasta otro día que hubiesen viento para mover. ¡Ay, Dios! ¡Cómo fincaron desconhortados el Rey y la Reina y todos los otros de la tierra cuando la vieron ir a la nave! Ca gran alegría hicieron el día que la recibieron, y muy gran tristeza, y muy gran pesar hubieron al partir.

Y otro día en la gran mañana la buena dueña alzó los ojos a ver si hacía viento, y vio estar encima del mástel aquella criatura misma que estaba y a la venida, que guiaba la nave. Y ella alzó las manos a Dios y dijo así: «¡Señor, bendito sea el tu nombre, que tanta merced me haces, y tan bienaventurado es aquel que tú quieres ayudar y guiar y endrezar, así como haces a mí sierva por la tu santa piedad y la tu santa misericordia!» Y estando en esta oración, un hombre bueno que iba con ella a que le recomendara el Rey el gobierno de la nave, díjole así: «Señora, ¿en qué estás, o qué guiador demandas para la nave? ¿Hay otro guiador sino yo?» «Ciertas, sí», dijo ella, «y alzad la vela y endrezadla y dejadla andar en el nombre de Dios». El hombre bueno hízolo así y después vínose para el gobierno tomar, y hallolo tan fuerte y tan recio que no lo podía mover a ninguna parte, y fue mucho espantado, y dijo: «Señora, ¿qué es esto? Que no puedo mover el gobierno». Dijo ella: «Dejadle; ca otro le tiene de mayor poder que vos; e id holgar y trebejar con aquella compaña y dejadla andar en buen hora». Y la nave moviose con muy buen viento que hacía, e iba muy endrezadamente; y todos los de la nave se maravillaban ende y decían entre sí: «Este es el poder de Dios que quiere guiar a esta buena dueña, y por amor de ella hagámosle la honra que pudiéremos y sirvámosla muy bien». Y ella estaba pensando en su marido si lo podía hallar vivo, lo que no cuidaba si no fuese por la merced de Dios que lo podría hacer.

Onde dice el cuento que este su marido cuando se partió de ella de la ribera, halló una ermita de un hombre bueno siervo de Dios que moraba en ella; y díjole: «Amigo, ¿puedo aquí albergar esta noche?» «Sí», dijo el ermitaño, «mas no he cebada para vuestro caballo que traéis». «No nos incal

[17] », dijo el caballero, «ca esta noche ha de ser muerto». «¿Y cómo?», dijo el ermitaño, «¿lo sabéis vos eso?». «Ciertas», dijo el caballero, «es mi ventura que no me dura más de diez días la bestia». Y ellos estando en este departimiento cayó el caballo muerto en tierra. De esto fue el ermitaño mucho maravillado y díjole así: «Caballero, ¿qué será de vos de aquí adelante, o cómo podréis andar de pie pues ducho fuistes de andar de caballo? Me placería si quisieseis holgar aquí algún día, y no os meter a tanto trabajo tan aína». «Ciertas», dijo el caballero, «mucho os lo agradezco; siquiera unos pocos dineros que tengo despenderlos he aquí convusco; ca muy quebrantado ando de grandes cuidados que me sobrevinieron, más de los que había de haber que a la ciudad de Mela llegase». Y desí fincó en aquella ermita con aquel ermitaño, rogando a Dios que le hubiese merced. Y en la ribera de la mar so la ermita había una choza de un pescador donde iba por pescado el ermitaño cuando lo había mester.

En la ribera de la mar, so la ermita, había una choza de un pescador, donde iba por pescado el ermitaño cuando lo había mester. Y estaba y un pescador que tenía un ribaldo, que le servía. Y cuando se iba el su señor, venía el ribaldo a la ermita haber solas con el ermitaño. Y ese día que llegó y el caballero, vino y el ribaldo y preguntole quién era aquel su huésped; y díjole que un caballero andante que llegara y por su ventura; y que luego que y fuera llegado le dijera que se había de morir el su caballo, y que no podría más vivir el su caballo, y luego que cayera en tierra muerto. «Ciertas», dijo el ribaldo, «creo que es algún caballero desventurado y de poco recaudo debe ser, y quiérome ir para él y decirle he algunas cosas ásperas y graves y veré si se moverá a saña o cómo me responderá». «Ve tu vía, ribaldo loco», dijo el ermitaño. «¿Cuidas hallar en todos los otros hombres lo que hallas en mí, que te sufro en paciencia cuanto quieres decir? Ciertas de algunos querrás decir las locuras que a mí dices, de que te podrás mal hallar, y por aventura que te acontecerá mal con este caballero, si no te guardares de decir necedad». «Verdad es lo que vos decís», dijo el ribaldo, «si este caballero es loco de sentido; ca si es cuerdo y de buen entendimiento, que no me responderá mal; ca la cosa del mundo en que más prueba el hombre si es de sentido y loco, sí es en esto: que cuando le dicen alguna cosa áspera y contra su voluntad, que se mueve aína a saña y responder mal, y el cuerdo no; ca cuando alguna cosa le dicen desaguisada, sábelo sufrir con paciencia y dar respuesta de sabio. Y por ventura», dijo el ribaldo, «que este caballero es más paciente cuanto vos cuidáis». «Dios lo mande», dijo el ermitaño, «y que no salga a mal el tu atrevimiento». «Amén», dijo el ribaldo, «pero que me conviene de lo probar, ca no empece probar hombre las cosas, sino si la prueba es mala». «De eso he yo miedo», dijo el ermitaño, «que la tu prueba sea no buena; ca el loco en lo que cuida hacer placer a hombre, en eso le hace pesar; por ende no es bien recibido de los hombres buenos. Y guárdete Dios no te acontezca como aconteció a un asno con su señor». «¿Y cómo fue eso?», dijo el ribaldo. «Yo te lo diré», dijo el ermitaño.

«Un hombre bueno había un perrillo que tenía en su cámara, de que se pagaba mucho y tomaba placer con él. Y había un asno en que le traían leña y las cosas que eran mester para su casa. Y un día estando el asno en su establo muy holgado, y había días que no trabajaba, vio a su señor que estaba trebejando con aquel perrillo, poniéndole las manos en los pechos de su señor, y saltándole y corriendo delante de él; y pensó entre sí el asno, y semejole que pues él más servía a su señor que aquel perrillo, que no hacía al sino comer y holgar, que bien podría él ir a trebejar con él. Y desatose y fuese para su señor, corriendo delante de él, alzando las coces, y púsole las manos en los pechos de su señor, y púsole las manos sobre la cabeza, de guisa que le hirió mal. Y dio muy grandes voces el señor y vinieron sus sirvientes y diéronle palancadas al asno hasta que lo dejaron por muerto. Y fue con gran derecho, ca ninguno no podemos más atrever de cuanto la natura le da. Onde dice el proverbio, que "lo que la natura niega, ninguno lo debe cometer". Y tú sabes que no te lo da la natura, ni fuiste criado entre los hombres buenos, ni sabes razonar; y este caballero parece como de alhaja, y de buen entendimiento, y por ventura que cuidases decir algo ante él y dirás poco recaudo». «Andad, hombre bueno», dijo el ribaldo, «que necio me haría si no probase las cosas. ¿Y no sabes», dijo el ribaldo, «que la ventura ayuda aquellos que toman osadía? Y por ventura que puedo yo aprender buenas costumbres de este caballero a ser bien andante con él». «¡Dios lo mande!», dijo el ermitaño, «y vete y sé cortés en tus palabras, ¡así Dios te ayude!». «Así lo haré», dijo el ribaldo; y fuese para el caballero, y en lugar de decirle: «¡Sálveos Dios!», díjole estas palabras que ahora oiréis.

«Caballero desventurado, ¿perdiste tu caballo y no muestras y pesar?» «No lo perdí yo», dijo el caballero, «ca no era mío; ca lo tenía en acomienda hasta diez días y no más». «¿Pues creas», dijo el ribaldo, «que no lo peches a aquel que te lo acomendó, pues en tu poder murió y por ventura por mala guarda?». «No pecharé», dijo el caballero, «ca aquel lo mató cuyo era y había poder de hacerlo». «Pues así es», dijo el ribaldo, «yo te doy por quito de la demanda». «Muchas gracias», dijo el caballero, «porque tan buen juicio diste, y bien semeja que eres hombre de entendimiento; ca sin buen entendimiento no podría ser dado tan buen juicio». Y el ribaldo díjole: «No me respondes con lisonja o con maestría, cuidando así escapar de mí, ca mucho más sé de cuanto vos cuidáis». «Ciertas», dijo el caballero, «a cada uno dio Dios su entendimiento. Bien creo que pues hombre te hizo, algún entendimiento te dio, y tengo que con entendimiento decís cuanto decís». Y el ribaldo se partió de él muy pagado y fuese para su cabaña.

Y otro día recudió al caballero y díjole: «Caballero desventurado, mal dirán de ti los hombres». «Ciertas, bien puede ser», dijo el caballero, «ca siempre dicen mal los que bien no saben; y por ende con igual corazón debe hombre oír denuestos de los necios». Y el ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, pobre eres y muy grave cosa es la pobredad para tal hombre como tú». «Ciertas», dijo el caballero, «más grave soy yo a la pobredad que ella a mí; ca en la pobredad no hay pecado ninguno si la bien sufre hombre con paciencia, mas el que no tiene por abundado de lo que Dios le da, peca por ende. Y cree que aquel es pobre, no es rico, el que más codicia». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, nunca serás poderoso». «Ciertas», dijo el caballero, «mientras que yo hubiere paciencia y alegría habré poder en mí; y cree que aquel no es poderoso el que no ha poder en sí». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, nunca serás tan rico como aquel señor de aquel castillo». «Hablas», dijo el caballero. «Sepas que arca es de bolsas de envidia peligrosa; ca todos le han envidia por deshacerle». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, muchos acompañan a aquel rico». «¿Qué maravilla es?», dijo el caballero; «ca las moscas siguen a la miel y los lobos a la carniza y las hormigas al trigo; mas creas por cierto que aquella compaña que tú ves no servían ni sirven aquel rico, mas siguen la prea y lo que cuidan ende sacar». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, rico eras y perdiste tu haber». «Ciertas», dijo el caballero, «bienaventurado es aquel que perdió con él la escasedad». «Pero perdiste tu haber», dijo el ribaldo. «Natura es del haber», dijo el caballero, «de andar de mano en mano, y por ende debes creer que el haber nunca se pierde; y sepas que cuando lo pierde uno otro lo gana; y sepas que cuando yo lo hube, otro lo perdió». «Pero», dijo el ribaldo, «perdiste tu haber». «¿Y por qué me sigues?» dijo el caballero, «ca mejor fue en que lo perdí yo, que no perdiese ello a mí». «Caballero desventurado», dijo el ribaldo, «perdiste los hijos y la mujer, ¿y no lloras?». «¿Quién hombre es», dijo el caballero, «quien llora muerte de los mortales? Ca, ¿qué pro tiene el llorar, en que aquello por que llora no se puede cobrar? Ciertas, si las vidas de los muertos se pudiesen por lágrimas recobrar, toda la gente del mundo andaría llorando por cobrar sus parientes o sus amigos; mas lo que una vegada de este mundo pasa, no puede tornar si no por milagro de Dios, así como Lázaro, que hizo resucitar Nuestro Señor Jesucristo. Onde bienaventurado es aquel que supo pasar con paciencia las puridades de este mundo. Y amigo, ¿qué maravilla es en perderse los mis hijos y la mi mujer? Ca se perdió lo que se había a perder, y por aventura que los recibió Dios para sí, ca suyos eran, y así me los tollió Dios para sí. Ca, ¿qué tuerto hace Dios al hombre si le tolle lo que le dio en acomienda mayormente queriendo para sí lo que suyo es? Ciertas cuanto en este mundo habemos, en encomienda lo tenemos, y no se atreva ninguno a decir: "Esto mío es", ca en este mundo no han al sino el bien que haces, y esto lleva consigo al otro mundo y no más». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, dolor grande te vendrá ahora». «Si es pequeño», dijo el caballero, «sufrámoslo; ca grande es la gloria en saber hombre sufrir y en pasar los dolores de este mundo». «Para mientes», dijo el ribaldo, «ca dolor es cosa muy dura y muy fuerte, y pocos son los que bien pueden sufrirlo». «¿Y qué cuidado has tú», dijo el caballero, «si quiero yo ser uno de aquellos que lo pueden sufrir?». «Guárdate», dijo el ribaldo, «que más dura cosa es el dolor». Dijo el caballero: «Esto no puede ser; el dolor va en pos del que huye, y ciertamente el que huye no huye sino con dolor que siente y tiene ya consigo, y huye de otro mayor que va en pos él». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, enfermarás de fiebre». «Enfermaré», dijo el caballero, «mas creas que dejará la fiebre o la fiebre a mí». «Verdad es», dijo el ribaldo, «que no puede hombre huir el dolor natural, así como el que viene por muerte de parientes o de amigos, mas el dolor accidental puede huir si bien se guardare». «Ciertas así es como tú dices», dijo el caballero, «mas pocos son los que en este mundo guardados son en todo». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, morirás desterrado». «No es», dijo el caballero, «el sueño más pesado en casa que fuera de casa, y eso mismo es la muerte; ca a la hora de la muerte así extiende hombre el pie en casa que fuera». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, morirás mancebo». «Muy mejor es», dijo el caballero, «haber hombre la muerte antes que la codicie; ca no la codicia hombre sino siendo enojado de la vida por razón de las muchas malas andanzas de este mundo; ca a los que viven mucho es dada esta pena, que vean muchos pesares en su luenga vida, y que estén siempre con lloro y con pesar en toda su vejedad, codiciando la muerte; ca si mancebo he de morir, por ventura la muerte que me tan aína viene, me sacará de algún mal que me podría venir mientras viviese; y por ende no he de contar cuántos años he de haber, mas cuántos he habidos, si más no puedo haber; ca esta es la mi edad cumplida. Onde cualquier que viene a la postrimería de sus hados muere viejo y no mancebo; ca la su vejedad es la su postrimería. Y por eso no dices bien que moriré mancebo; antes he de morir viejo y no mancebo cuando los mis días fueren cumplidos». El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, degollado has de morir». «¿Y qué perdimiento ha», dijo el caballero, «entre ser degollado o morir de otra llaga? Ciertas que comoquiera que muchas sean las llagas de este mundo, una ha de ser la mortal, y no más». «Caballero desventurado», dijo el ribaldo, «perderás los ojos». «Cuando los perdiere», dijo el caballero, «quedará la codicia del corazón; ca lo que ve el ojo desea el corazón». «Caballero desventurado», dijo el ribaldo, «¿en qué estas porfiando? Creas que morirás de todo en todo». «Amigo», dijo el caballero, «¡qué pequeña maravilla en morir! Ca esta es natura de hombre y no pena, y creas que con tal condición viene a este mundo, porque saliese de él. Y por ende, según razón no es pena, mas deudo a que soy tenido de cumplir. Y no te maravilles en la vida del hombre, que tal es como peregrinación. Cuando llegara el peregrino al lugar donde propuso de ir, acabar su peregrinación. Así hace la vida del hombre cuando cumple su curso en este mundo; que dende adelante no ha más que hacer. Ciertas, ley es entre las gentes establecida de tornar hombre lo que debe a aquel de quien lo recibe; y así lo recibimos de Dios, y debémosselo tornar. Y lo que recibimos de la tierra debémoslo tornar a la tierra. Ca el alma tiene el hombre de Dios y la carne de la tierra; y por ende muy loca cosa es temer hombre lo que excusar puede, así como la muerte, que no se puede excusar; ca ella es la postrimera pena de este mundo, si pena puede ser dicha, y tornar hombre a su natura que es la tierra, onde es hecho el hombre. Onde debe tomar la muerte, ca maguer la aluengue no la puede huir. Y yo no me maravillo porque he de morir, ca no soy yo el primero ni el postrimero, y ya todos los que fueron antes que yo son idos ante mí, y los que ahora son y serán después de mi muerte, todos me seguirán. Ca con esta condición son todas las cosas hechas, que comiencen y hayan fin; que comoquiera que el hombre haya muy gran sabor de vivir en este mundo, debe ser cierto que ha de morir, y debe ser de esta manera apercibido, que le halle la muerte como debe. Ca, ¿qué pro, qué honra es su fuerza, y sin grado sale de su lugar donde está, diciéndole: "Sale ende maguer no quieras"? Y por ende mejor es y más sin vergüenza salir hombre de su grado antes que le echen de su lugar por fuerza. Onde bienaventurado es el que no teme la muerte y está bien aparejado, de guisa que cuando la muerte viniere, que no le pese con ella y que diga: "Aparejado soy, ven cuando quisieres"».

El ribaldo le dijo: «Caballero desventurado, después que murieres no te soterrarán». «¿Y por qué?», dijo el caballero, «ca más ligera cosa es del mundo de echar el cuerpo en la sepultura, mayormente que la tierra es casa de todas las cosas de este mundo, recíbelas de grado. Y creed que la sepultura no se hace sino por honra de los vivos, y porque los que la vieren digan: "Buen siglo haya quien yace en la sepultura, y buena vida los que la mandaron hacer tan noble". Y por ende, todos se deben esforzar de hacer la mejor sepultura que pudiesen». «Caballero desventurado», dijo el ribaldo, «¿cómo pierdes tu tiempo, habiendo con qué podrías usar de caballería?» «Ciertas», dijo el ribaldo, «yo oí decir que el rey de Mentón está cercado en una ciudad que ha nombre Grades, y dícenle así porque está en alto y suben por gradas allá. Y este rey de Mentón envió decir y pregonar por toda su tierra que cualquiera que le descercase, que le daría su hija por mujer y el reino después de sus días, ca no había otro hijo».

El caballero comenzó a reír como en desdén, y el ribaldo túvolo por mal, ca le semejó que le tenía en nada todo lo que le decía; y díjole: «Caballero desventurado, ¿en poco tienes las mis palabras?» «Dígote», dijo el caballero, «que en poco, ca tú no ves aquí hombre para tan gran hecho como ese que tú dices». «Ciertas», dijo el ribaldo, «ahora no te tengo por tan sesudo como yo cuidaba. ¿Y no sabes que cada uno anda con su ventura, que Dios puede poner al hombre de pequeño estado en grande? ¿Y no eres tú el que me dijiste que te dejase sufrir el dolor maguer que era grave y duro, con aquellos que lo podrían sufrir?». «Sí», dijo el caballero. «¿Pues cómo», dijo el ribaldo, «podrás sufrir muy gran dolor cuando te acaeciese, pues tu cuerpo no quieres a afán en lo que por ventura ganarás prez y honra? Ca bien sabes tú que el dolor siempre viene con desventura, y por ende te dejarás esforzar a bien hacer y a pararte afán y trabajo por que más valieses. Y si ahora, mientras eres mancebo, no lo hicieres, no he esperanza en ti que lo hagas cuando fueres viejo. ¿Y no semeja que estarías mejor con aquella caballería que está en aquel campo, habiendo su acuerdo en cómo descercarían al rey de Mentón?» «Ciertas», dijo el caballero, «tanto hay de bien en aquel campo cuanto yo veo». «¿Y cómo puede ser?», dijo el ribaldo. «Yo te lo diré», dijo el caballero. «En el campo no ha pecado ninguno, y en aquella gente ha mucha falsedad y mucha enemiga, y cada uno de ellos se trabaja por engañar los otros por razón de la honra del reino ganar, y ciertamente en ninguna cosa no se guarda tan mal el derecho ni verdad como por reinar y señorear». «¿Y cómo?», dijo el ribaldo, «¿tú no quieres reinar y ser señor de alto lugar?». «Sí quiero», dijo el caballero, «no haciendo tuerto a ninguno». «Esto no puede ser», dijo el ribaldo, «que tú puedes ser rey ni señor de ningún lugar, sino tirando al otro de él». «Sí puedo», dijo el caballero. «¿Y cómo?», dijo el ribaldo. «Si este rey de Mentón», dijo el caballero, «fuese descercado por mí y me diese la su hija por mujer, y el reino después de sus días, así como lo mandó a pregonar por toda la tierra, así lo podría haber sin pecado. Mas véome muy alongado de todas aquestas cosas para el que yo soy, y cual es el hecho, ca contra un rey otro es mester de mayor poder, para llevar tan gran hecho adelante».

«Caballero desventurado», dijo el ribaldo, «¡qué poco paras mientes a las palabras que te hombre dice! Y ya desamparar me haces el buen entendimiento que me cuidaba que habías. Ruégote, caballero», dijo el ribaldo, «que por amor de Dios no me desampares, ca Dios me puede hacer merced. Si no, sepas que no perderás el nombre de desventurado. Y ayúdate bien y ayudarte ha Dios; ca Dios no quiere hacer ni llevar adelante sino aquel que se esfuerza y lo muestra por obra. Y por ende dicen que no da Dios pan sino en enero sembrado, onde si tú bien te ayudares, cierto soy que te ayudará y llevará la tu hacienda adelante. Y no tengas que tan pequeña es la ayuda de Dios; ca los pensamientos de los hombres, si buenos son y los ponen por obra y los lleva adelante, si los hombres han sabor de seguirlo y lo siguen, acaban parte de lo que quieren».

«¡Ay amigo!», dijo el caballero, «quedan ya tus palabras, así Dios te valga, ca te puedo responder ya a cuantas preguntas me haces; pero creas por cierto iría aquellas partes de aquel reino que tú dices, si hubiese quien me guiase». Dijo el ribaldo: «Yo te guiaré, que sé dónde está cercado aquel rey; y no hay de aquí adelante hasta allá más de diez días de andadura; y servirte he de muy buena mente, a tal pleito que cuando Dios te pusiere en mayor estado que me hagas merced; que soy cierto que Dios te guiará si lo quisieres por compañero, ca de grado acompaña muy de buena mente y guía Dios a quien lo recibe por compañero». «Muy de buena mente», dijo el caballero, «haría lo que me aconsejares; y ve tu vía, y cuando fuere en la gran mañana, sé aquí conmigo». Y el ribaldo se fue, y el caballero anduvo una gran pieza por la ermita hasta que vino el ermitaño. Y el caballero le preguntó que dónde venía. «De aquella villa», dijo el ermitaño, «de buscar de comer. Ciertas halleos una ave muy buena», dijo el ermitaño. «Comámosla», dijo el caballero, «ca según mío cuidar cras me habré a ir de aquí, ca asaz os he enojado en esta ermita». «Y sabe Dios», dijo el ermitaño, «que no tomó enojo con las cosas que os dijo aquel ribaldo que a vos vino». «No tomé», dijo el caballero «antes me fueron solas las sus palabras, y conmigo se quiere ir para servirme». «¿Cómo?», dijo el ermitaño, «¿llevarlo queréis con vos aquel ribaldo malo? Guardaos no os haga algún mal». «Guárdeme Dios!», dijo el caballero.

Después que fue adobada la cena comieron y holgaron; en departiendo, dijo el ermitaño: «Caballero, nunca vistes tan gran ruido como anda por la villa, que quien descercara a un rey que tiene otro cercado, que le da su hija por mujer y el reino después de sus días. Y vanse para allá muchos condes y duques y otros ricos hombres». Y el caballero calló, y no quiso responder a lo que le decía, y fuese a dormir. Y el ermitaño estando durmiendo, vínole en visión que veía el caballero su huésped en una torre mucho alta, con una corona de oro en la cabeza y una pértiga de oro en la mano; y en esto estando despertó y maravillose mucho qué podría ser esto, y levantose y fuese a hacer su oración, y pidió merced a Nuestro Señor Dios que le quisiese demostrar que quería aquello significar. Y después que hizo su oración fuese echar a dormir. Y estando durmiendo vino una voz del cielo y dijo: «Levántate y di al tu huésped que tiempo es de andar; ca cierto sea que ha a descercar aquel rey, y ha de casar con su fija, y ha de haber el reino después de sus días». Levantose el ermitaño y fuese al caballero y dijo: «¿Dormís o veláis?» «Ciertas», dijo el caballero, «ni duermo ni velo; mas estoy esperando que sea cerca el día a que pueda andar». «Levantaos», dijo el ermitaño, «y andad en buen hora, ca el más aventurado caballero habéis a ser de cuantos fueron de muy gran tiempo acá». «¿Y cómo es eso?», dijo el caballero. «Yo os lo diré», dijo el ermitaño. «Esta noche en durmiendo, vi en visión que estabais en una torre muy alta, y que teníais una corona de oro en la cabeza y una pértiga en la mano, y en esto desperté muy espantado y fue hacer mi oración. Y rogué a Dios que me quisiese demostrar qué quería decir esto que viera en visión, y torneme a mi lecho a dormir. Y en durmiendo me vino una voz y díjome así: "Di al tu huésped que hora es de andar; y bien cierto sea que ha de descercar aquel rey y ha de casar con su hija, y de haber el reino después de sus días. Ca él es poderoso de hacer y deshacer como él tuviere por bien, y hacer dél muy pobre rico. Y ruégoos que cuando Dios os trajere y os pusiere en otro mayor estado, que os venga en mente de este lugar"». «Muy de buena mente», dijo el caballero, «y prométoos que cuando Dios a esta honra me llegare, que la primera cosa que ponga en la cabeza por nobleza y por honra, que lo envíe a ofrecer a este lugar. Y vayamos en buen hora»; dijo el caballero, «¿mas dónde podremos oír misa?». «En la villa», dijo el ermitaño.

Y fuéronse ambos a la villa, y mientras ellos oían misa el ribaldo estaba contendiendo con su amo que le diese algo de su soldada. Y húbole a dar una saya que tenía y un estoque y unos pocos de dineros que tenía en la bolsa, que decía que no tenía más. Y el ribaldo le dijo: «¿No me quieres pagar toda mi soldada? ¡Aún venga tiempo que te arrepentirás!» «Ve tu vía, ribaldo necio», dijo el pescador. «¿Y qué me puedes tú hacer?» «Aún vendrá tiempo», dijo el ribaldo, «que habré yo mayor poder que tú». «Ciertas», dijo el pescador, «tú nunca lo verás; ca no veo en ti señal por que esto pueda ser». «¿Cómo?», dijo el ribaldo, «¿tienes que Dios no puede hacer lo que quisiere? ¿Y no sabes tú que a campo malo le viene su año? Comoquiera que yo no sea tan cuerdo como me era mester, que Dios me puede dar seso y entendimiento que más valga». «Sí», dijo el pescador, «mas no tiene ahora ojo para ti para hacerlo». «Véngasete en mente esta palabra que ahora dices», dijo el ribaldo, «ca muy mejor vi yo responder poco ha un hombre bueno a las preguntas que hacían, que tú no sabes responder. Y acomiéndote al tu poco seso, que yo voyme».

Y el ribaldo se fue para el ermitaño y no halló y al caballero ni al ermitaño; y fuese para la villa y hallolos que oían misa. El caballero cuando lo vio, plúgole y díjole: «Amigo, vayamos en buen hora». «¿Cómo?», dijo el ribaldo, «¿así iremos de aquí antes que almorcemos primero? Yo traigo un pez de mar de la cabaña de mi señor». «Cómaslo», dijo el caballero, «y hagamos como tú tuvieres por bien, ca me conviene seguir tu voluntad mientras por ti me hubiese a guiar, pero tiempo no es mi costumbre de comer en la mañana». «Verdad es», dijo el ribaldo, «mientras que andabais de bestia, mas mientras anduviereis a pie no podréis andar sin comer y sin beber, mayormente habiendo de hacer jornada».

Desí fueron a casa de un hombre bueno con el ermitaño, y comieron su pez, que era bueno y muy grande, y despidiéronse del ermitaño y fueron andando su camino. Y acaecioles una noche de albergar en una alberguería donde yacían dos malos hombres ladrones, y andaban en manera de peregrinos, y cuidaron que este caballero que traía muy gran haber maguer venían de pie, porque le vieron muy bien vestido. Y cuando fue la medianoche levantáronse estos dos malos hombres para ir degollar al caballero y tomarle lo que traía. Y fuese el uno echar sobre él, y el otro fue para degollarlo; en manera que el caballero no se podía de ellos escabullir. Y en esto estando despierto el ribaldo, y cuando los vio así estar, a lumbre una lámpara que estaba en medio de la cámara, y comenzó de ir a ellos dando voces y diciendo: «¡No muera el caballero!», de guisa que despertó el huésped y vino corriendo a las voces, y cuando llegó, había el ribaldo muerto el uno de ellos, y estábase hiriendo con el otro, en manera que el caballero se levantó, y el huésped y el ribaldo apresaron al otro ladrón. Y preguntáronle que fuera aquello. Y él les dijo que cuidaban él y su compañero que este caballero traía algo, y por eso se levantaron para degollarle y tomárselo. «Ciertas», dijo el caballero, «en vano vos trabajabais, ca por lo que a mí hallaréis, si pobres erais, nunca salierais de pobredad». Desí tomó el huésped el ladrón delante sus vecinos que recudieron a las voces, y atolo muy bien y hasta otro día en la mañana, que le dieron a la justicia, y fue ajusticiado de muerte.

Y yéndose por el camino dijo el ribaldo: «Bien fuistes servido de mí esta noche». «Ciertas», dijo el caballero, «verdad es; y pláceme mucho porque tan bien has comenzado». «Más me probaréis», dijo el ribaldo, «en este camino». «¡Quiera Dios», dijo el caballero, «que las pruebas no sean de nuestro daño!». «De ello y de ello», dijo el ribaldo, «ca todas las manzanas no son dulces; y por ende conviene que nos paremos a lo que viniere». «Pláceme», dijo el caballero, «de estas tus palabras, y hagámoslo así; y bendicho seas porque tan bien lo haces».

Y a cabo de los seis días que se partieron del ermitaño, llegaron a un castillo muy fuerte y muy alto que ha nombre Herín. Y había y una villa al pie del castillo, muy bien cercado, y cuando y fueron era ya hora de vísperas, y el caballero venía muy bien cansado, ca había andado muy gran jornada. Y dijo a su compañero que le fuese buscar de comer; y el ribaldo lo hizo muy de grado. Y en estando comprando un faisán, llegó a él un hombre malo que había hurtado una bolsa llena de pedazos de oro, y díjole: «Amigo, ruégote que me guardes esta bolsa mientras que yo enfreno aquel palafrén».

Y mentía, que no había bestia ninguna, mas venía huyendo por miedo de la justicia de la villa que venía en pos él por prenderle. Y luego que hubo dado la bolsa al ribaldo, metiose entre hombre y hombre y fuese. Y la justicia andando buscando el ladrón, hallaron al ribaldo que tenía el faisán en la una mano y la bolsa que le acomendara el ladrón en la otra, y apresáronlo y subiéronlo al castillo hasta otro día, que le juzgasen los alcaldes.

El caballero estaba esperando su compañón, y después que fue noche y vio que no venía, maravillose porque no venía. Y otro día en la mañana fuelo buscar y hallar recaudo de él, y cuidó que por ventura era ido con codicia de unos pocos de dineros que le acomendara que despendiese, y fincó muy triste; pero que aún tenía una pieza de dineros para despender, y mayor cuidado había del compañón que perdiera que no de los dineros, ca lo servía muy bien, y tomaba alegría con él, ca le decía muchas cosas en que tomaba placer; y sin esto que era de buen entendimiento y de buen recaudo y de buen esfuerzo.

Y otro día descendieron al ribaldo del castillo para juzgarle ante los alcaldes. Y cuando le preguntaron quién le diera aquella bolsa, dijo que un hombre se la diera en encomienda cuando comprara el faisán, y que no sabía quién era, pero si lo viese que cuidaba que lo conociera. Y mostráronle muchos hombres si lo podría conocer, y no pudo acertar en él, ca estaba escondido de lo que había hecho. Y sobre esto mandaron los alcaldes que lo llevasen a enhorcar, ca en aquella tierra era mantenida justicia muy bien, en manera que por hurto de cinco sueldos o dende arriba mandaban matar al hombre. Y atáronle una cuerda a la garganta y cabalgáronle en un asno, y iba muy gran gente en pos él a ver de cómo hacían de él justicia. Y iba el pregonero delante él, diciendo a grandes voces: «Quien tal hace, tal pide.» Y es gran derecho, que quien al diablo sirve y cree, mal galardón prende; comoquiera que este no había culpa en aquel hurto, mas hubo culpa en recibir en encomienda, ca, ciertamente, quien alguna cosa quiere recibir de otro en encomienda, debe catar tres cosas: la primera, quién es aquel que se lo acomienda; la segunda, qué cosa es, catar lo que le da; la tercera es si la sabrá o podrá bien guardar; ca bien podría ser que se la daría algún mal hombre, y que se la daría con engaño la cosa que le acomendase, y por aventura recibiese que no sería en estado para saberlo guardar: así como aconteció a aqueste, que el que se lo dio era mal hombre y ladrón, y la cosa que le dio era hurtado, y otrosí, el que no estaba en estado que lo pueda guardar, mucho debe extrañar de no recibir en guarda depósito; ca de tal fuerza es el depósito que debe ser guardado enteramente así como hombre lo recibe, y no debe usar de ello en ninguna manera sin mandado de él.

Y cuando llevaban a enhorcar a aquel ribaldo, los que iban en pos él habían muy gran piedad de él, porque era hombre extraño y era mancebo mucho apuesto y de buena palabra y hacía salva que no hiciera él aquel hurto, mas que fuera engañado de aquel que se lo acomendara. Y estando el ribaldo al pie de la horca, caballero en el asno, y los sayones atando la soga a la horca, el caballero Zifar, pues que no podía haber a su compañero, rogó al huésped que le mostrase el camino del reino de Mentón, y el huésped, doliéndose de él porque perdiera a su compañero, salió con él al camino. Y desde que salieron de la villa vio el caballero estar muy gran gente en el camino en derredor de la horca, y preguntó al su huésped: «¿A qué está y aquella gente?». «Ciertas», dijo el huésped, «quieren enhorcar un ribaldo que hurtó una bolsa llena de oro». «¿Y aquel ribaldo», dijo el caballero, «es natural de esta tierra?». «No», dijo el huésped, «y nunca pareció aquí sino ahora, por la su desventura, que le hallaron con aquel hurto». El caballero sospechó que aquel podría ser el su compañero, y díjole así: «Amigo, la fe que debéis, aquel es; ayúdame a derecho; aquel hombre sin culpa es». «Ciertas», dijo el huésped, «muy de grado si así es».

Y fuéronse para y donde habían atado la soga en la horca y querían mover el asno. Y el caballero llegando conociolo el ribaldo, y dando grandes voces dijo: «Señor, señor, véngaseos en mente del servicio que os hice hoy a tercer día, cuando los ladrones os venían para degollar!» «Amigo», dijo el caballero, «¿a qué es la razón por que te mandan matar?». «¡Señor», dijo el ribaldo, «a tuerto y sin derecho, así Dios me valga!». «Atiende un poco», dijo el caballero, «e iré hablar con los alcaldes y con la justicia, y rogarles he que no te quieran matar, pues no hiciste por qué». «¡Y qué buen acorro de señor!», dijo el ribaldo, «para quien está en tan fuerte paso como yo estoy. ¿Y no veis señor, que la mi vida está so el pie de este asno, en un "harre" solo con que le muevan, y decís que iréis a los alcaldes a demandarles consejo? Ciertas los hombres buenos y de buen corazón, que tienen razón y derecho por sí, no deben dudar ni tardar el bien que han de hacer; ca la tardanza muchas vegadas empece». «Ciertas, amigo», dijo el caballero, «si tú verdad tienes no estaría la tu vida en tan pequeña cosa como tú dices». «Señor», dijo el ribaldo, «por la verdad os digo». El caballero metió mano al espada y tajó la soga de que estaba ya colgado, ca había ya movido el asno. Y los hombres de la justicia cuando esto vieron, apresaron al caballero y tomáronlos amos a dos y lleváronlos ante los alcaldes, y contáronles todo el hecho en como acaeciera. Y los alcaldes preguntaron al caballero que cómo fuera atrevido de cometer tan grande locura de quebrantar las prisiones del señorío, y que no cumpliese justicia. Y el caballero estando a sí y a su compañero, hiciera aquel hurto, que le metería las manos y que le cuidaba vencer; ca Dios y la verdad que tenía le ayudaría; y que mostraría que sin culpa de aquel hurto que ponían a su compañón.

Y aquel que hubo hurtado la bolsa con el oro, después que supo que aquel a quien él la bolsa acomendó era llevado a enhorcar, cuidando que era enhorcado y que no le conocería ninguno, fuese para allá donde estaban juzgando los alcaldes; y luego que le vio el ribaldo conociolo y dijo: «Señor, mandad prender aquel que y viene, que aquel es el que me acomendó la bolsa». Y mandáronlo luego prender, y el ribaldo trajo luego testigos a aquel de quien había comprado el faisán, y los alcaldes por esto y por otras presunciones que de él habían, y por otras cosas muchas de que fuera acusado, y maguer no se podían probar, pusiéronlo a tormento; de guisa que hubo a conocer que él hiciera aquel hurto, porque iban en pos él por prenderle, que lo diera aquel ribaldo que lo guardase, y él que se escondiera hasta que oyera decir que le habían enhorcado. «¡Ay, falso traidor!», dijo el ribaldo, «que ¿dónde huye quien al huerco debe? Ciertas, tú no puedes huir de la horca, ca esta ha de ser tu huerco, y a ti espera para ser tu huéspeda; y ve maldicho de Dios ca en tan gran miedo me metiste; que bien cierto soy que nunca oiré decir "harre" que no me tome gran espanto. Y agradezco mucho a Dios ca en ti ha de fincar la pena cumplida y con derecho, y no en mí». Y llevaron al ladrón a enhorcar, y el caballero y su compañón fuéronse por su camino, agradeciendo mucho a Dios la merced que les hiciera.

«Señor», dijo el ribaldo, «quien buen árbol se allega, buena sombra le cubre; y por Dios hállome bien porque a vos me allegué; y quiera Dios que a buen servicio aún yo os dé la revidada en otra tal, o más grave». «Calla, amigo», dijo el caballero, «que fío por la merced de Dios que no querrá que en tal nos veamos; que bien te digo que más peligrosa me semejó esta que el otro peligro por que ya somos antenoche». «Ciertas, señor», dijo el ribaldo, «no creo que con esta sola escapemos». «¿Y por qué no?», dijo el caballero. «Yo os lo diré», dijo el ribaldo. «Ciertas quien mucho ha de andar, mucho ha de probar, y aún nos lo más peligroso habemos a pasar».

Y ellos yendo a una ciudad donde habían de albergar, amanecioles a cabo de una fuente; hallaron una manada de ciervos y; entre ellos había cervatillos pequeños. Y el ribaldo metió mano al estoque y lanzolo contra ellos e hirió uno de los pequeños y fuelo a lanzar y tomolo y trájolo a cuestas; y dijo: «¡Ya tenemos que comer!» «Bien me place», dijo el caballero, «si mejor posada hubiéremos y con mejores huéspedes que los de anoche». «Vayámosnos», dijo el ribaldo, «ca Dios nos dará consejo».

Y ellos yendo, antes que llegasen a la ciudad hallaron un comienzo de torre sin puertas, tan alto como una asta de lanza, en que había muy buenas camas de paja de otros que habían y albergado, y una fuente muy buena ante la puerta, y muy buen prado. «¡Ay, amigo!», dijo el caballero, «¡qué gran vergüenza he de entrar por las villas de pie! Ca como extraño estanme oteando y haciéndome preguntas, y yo no les puedo responder. Y fincaría aquí en esta torre esta noche, antes que pasar las vergüenzas de la ciudad». Y con la leña de este soto que aquí está, después que viniere, aguisaré de comer». E hízolo así. Y después que fue aguisado de comer, dio a comer al caballero. El caballero se tuvo por bien pagado y por vicioso estando cerca de aquella fuente en aquel prado. Pero que después que fueron a dormir llegaron tantos lobos a aquella torre, que no fue sino maravilla; de guisa que después que hubieron comido los lobos aquella carniza que fincara de fuera, querían entrar a la torre a comer a ellos, y no se podían defender en ninguna manera, que en toda esa noche no pudieron dormir ni holgar, hiriéndolos muy de recio.

Y en esto estando, arremetiose un lobo grande al caballero, que estaba en derecho de la puerta, y fuelo trabar de la espada con los dientes, y sacósela de la mano, y echola fuera de la torre. «¡Santa María valga!», dijo el caballero, «llevádome ha el espada aquel traidor de lobo y no he con qué defenderme». «No temáis», dijo el ribaldo, «tomad este mío estoque y defended la puerta, y yo cobraré la vuestra espada». Y fue al rincón de la torre donde había cocinado, y tomó toda cuanta brasa y halló, y púsolo en pajas y con leña, y parose a la puerta y derramolo entre los lobos; y ellos con miedo del fuego arredráronse de la torre, y no se llegaron los lobos, y el ribaldo cobró el espada y diola al caballero. Y de mientras que las brasas duraron del fuego a la puerta de la torre, no se llegaron y los lobos, antes se fueron yendo y apocando. Y ciertas, bien sabidor era el ribaldo, ca de ninguna cosa no han los lobos tan gran miedo como del fuego. Pero que era ya cerca de la mañana, en manera que cuando fue el alba no fincó y lobo ninguno. «Por Dios», dijo el caballero, «mejor fuera pasar las vergüenzas de la ciudad que no tomar esta mala noche que tomamos». «Caballero», dijo el ribaldo, «así va hombre a paraíso, ca primeramente ha de pasar por purgatorio y por los lugares mucho ásperos antes que allá llegue; y vos antes que lleguéis a gran estado al que habéis a llegar, antes habéis a sufrir y a pasar muchas cosas ásperas». «Y amigo», dijo el caballero, «¿cuál es aquel estado a que he de allegar?» «Ciertas no sé», dijo el ribaldo, «mas el corazón me da que a gran estado habéis a llegar y gran señor habéis a ser». «Amigo», dijo el caballero, «vayámosnos en buen hora y pugnemos de hacer bien; y Dios ordene y haga de nos lo que la su merced fuere».

Anduvieron ese día tanto hasta que llegaron a una villa pequeña que estaba a media legua del real de la hueste. Y el caballero Zifar, antes que entrasen en aquella villeta, vio una huerta a un valle muy hermoso y muy grande. Y dijo el caballero: «¡Ay, amigo, qué de grado comería esta noche de aquellos nabos, si hubiese quien me los supiese adobar!». Y llegó con el caballero a una alberguería y dejole y, y fuese para aquella huerta con un saco; y halló la puerta cerrada, y subió sobre; los mejores metía en el saco; y arrancándolos, entró el señor de la huerta, y cuando lo vio fuese para él y díjole: «Ciertas, ladrón malo, vos iréis conmigo preso ante la justicia, y daros han la pena que merecéis porque entrastes por las paredes a hurtar los nabos». «Ay, señor», dijo el ribaldo, «si os dé Dios buena andanza, que lo no hagáis, ca forzado, entré aquí». «¿Y cómo, forzado?», dijo el señor de la huerta. «Señor», dijo el ribaldo, «yo, pasando por aquel camino, hizo un viento torbellino tan fuerte, que me levantó por fuerza de tierra y me echó en esta huerta». «Pues ¿quién arrancó estos nabos?», dijo el señor de la huerta. «Señor», dijo el ribaldo, «el viento era tan recio y tan fuerte que me soliviaba de tierra, y con miedo que me echase en algún mal lugar, trabeme a los nabos y arrancábanse mucho». «Pues ¿quién metió los nabos en este saco?», dijo el señor de la huerta. «Ciertas, señor», dijo el ribaldo, «de eso me maravillo mucho». «Pues tú te maravillas», dijo el señor de la huerta, «bien das a entender que no has en ello culpa. Perdónote esta vegada». «¡Ay, señor!», dijo el ribaldo, «¿y qué mester has perdón al que es sin culpa? Ciertas, mejor haríais en dejarme estos nabos por el lacerio que llevé en arrancarlos, pero que contra mi voluntad, haciéndome el gran viento». «Pláceme», dijo el señor de la huerta, «pues tan bien te defendiste con mentiras apuestas.»

Fuese el ribaldo con los nabos, muy alegre porque tan bien escapara. Y adobolos muy bien con buena cecina que halló a comprar, y dio a comer al caballero. Y desde que hubo comido contole el ribaldo lo que le aconteciera cuando fue coger los nabos. «Ciertas», dijo el caballero, «y tú fuiste de buena ventura en así escapar, ca esta tierra es de gran justicia. Y ahora veo que es verdad lo que dijo el sabio, que a las vegadas aprovecha a hombre mentir con hermosas palabras; pero amigo, guárdate de mentir, ca pocas vegadas acierta hombre en esta ventura que tú acertaste, que escapaste por malas arterías». «Ciertas, señor», dijo el ribaldo, «de aquí adelante más querría un dinero que ser artero, ca ya todos entienden las arterías y las encubiertas. El señor de la huerta por su mesura me dijo que luego me entendió que hablaba con maestría. Y no se quiera ninguno engañar en esto, ca los hombres de este tiempo luego que nacen sabedores más en mal que no en bien. Y por ende ya uno a otro no puede engañar, por arterías que sepa, comoquiera que a las vegadas no quieren responder ni dar a entender que lo entienden. Y esto hacen por encubrir a su amigo o a su señor, que habla con maestría y artería de mal, y no por no entenderlo ni porque no hubiese y respuesta que le convenía. Onde muy poco aprovecha el artería al hombre pues se la entienden».

El caballero preguntó al ribaldo: «Amigo, ¿qué te semeja que habemos a hacer, que ya cerca de la hueste somos?» «Ciertas», dijo el ribaldo, «yo os lo diré. El rey de Ester, ese que tiene cercado al rey de Mentón, tiene en poco las cosas, porque es señor del campo; mas la honra y el brío quien ganarlo quiere, con los de dentro que menos pueden ha de estar, para defenderlos y para ampararlos y para sacarlos de la premia en que están. Y ende seméjame que es mejor de meteros con los de la villa que no fincar acá donde no catarán por vos». «¿Y cómo podría yo entrar», dijo el caballero, «a la villa sin embargo?». «Yo os lo diré», dijo el ribaldo. «Vos me daréis estos vuestros vestidos, y vos tomaréis estos míos que son viles; y pondréis una guirnalda de hojas de vides en vuestra cabeza y una vara en la mano, bien como sandio, y maguer os den voces no os deis nada por ello; y en la tarde idos allegando a la puerta de la villa, ca no catarán por vos. Y si estuviere hombre alguno en los andamios, decirle habéis que queréis hablar con el mayordomo del Rey. Y desde que os acogieren, idos para el mayordomo, ca dicen que es muy buen hombre, y demostradle vuestra hacienda lo mejor que pudiereis, y endréceos Dios a lo mejor. Y yo dicho os he aquello poco que yo entiendo», dijo el ribaldo, «si más supiese más os diría, mas no ha en mí más seso de cuanto vos veis; y acorreos de aquí adelante del buen seso.» «Amigo», dijo el caballero, «tomar quiero vuestro consejo, ca no tengo ni veo otra carrera más segura para entrar en la villa.»

Cuando fue en la mañana desnudó sus paños el caballero y desnudó los suyos el ribaldo, y vistiose el caballero los paños del ribaldo, y puso una guirnalda de hojas en la cabeza, y fuese para la hueste. Y cuando entraron por la hueste comenzaron a dar voces al caballero todos, grandes y pequeños, como a sandio, y diciendo: «He aquí el rey de Mentón, sin caldera y sin pendón». Así que aqueste ruido anduvo por toda la hueste, corriendo con él y llamándole rey de Mentón. Y el caballero, comoquiera que pasaba grandes vergüenzas, hacía enfinta que era sandio, y corriendo hasta que llegó a una choza, demandó del pan y del vino. El sirviente venía en pos él a trecho, diciendo a todos que era sandio, y fuese a la choza donde vendían el vino y dijo: «Oh, sandio rey de Mentón, ¿aquí eres? ¿Has comido hoy?» «Ciertas», dijo el sandio, «no». «¿Y quieres que te dé a comer por amor de Dios?» Dijo el sandio: «Querría». Metió mano el sirviente a aquello que vendían mal cocinado, y diole de comer y beber cuanto quiso. Y dijo el sirviente: «Sandio, ¿ahora que estás beodo cuidas que estás en tu reino?» «Ciertas», dijo el sandio. Y dijo el tabernero: «Pues, sandio, defiende tu reino». «Déjame dormir un rato», dijo el sandio, «y verás cómo me iré luego a dar pedradas con aquellos que están tras aquellas paredes». «¿Y cómo», dijo el tabernero, «el tu reino quieres tú combatir?» «Oh, necio», dijo el sandio, «¿y no sabes tú que antes debo saber que tengo en mí que no deba ir contra otro?» «¿Y qué quiere decir eso?», dijo el tabernero. «Dejadle», dijo el sirviente, «que no sabe qué se dice; duerma, ca ya devanea». Y así se dejaron de aquellas palabras y el sandio durmió un poco. Y desde que fue el sol yendo, levantose e hízole el sirviente del ojo que se fuese escontra las puertas de la villa. Y él tomó dos piedras en las manos y su espada so aquella vestidura mala que traía y fuese, y los hombres cuando le veían dábanle voces, llamándole rey de Mentón; así que llegó a las puertas de la villa, y a uno que estaba en los andamios dijo: «Amigo, hazme acoger allá, ca vengo con mandado al mayordomo del Rey». «¿Y cómo te dejaron pasar los de la hueste?», dijeron los que estaban en los andamios. «Ciertas», dijo él, «híceme entre ellos sandio, y dábanme todos voces, llamándome rey de Mentón». «Bien seas tú venido», dijo el de los andamios, e hízolo acoger. Y desde que fue el caballero dentro en la villa, demandó dónde era la posada del mayordomo del Rey, y mostráronsela.

Y cuando fue allá, el mayordomo quería cabalgar, y llegó a él y dijo: «Señor, querría hablar convusco si por bien lo tuvieseis». Y apartose con él y díjole así: «Señor, yo soy caballero hijodalgo y de luengas tierras, y oí decir de vos mucho bien, y véngoos servir». «Bien seáis vos venido», dijo el mayordomo, «y pláceme convusco. Pero ¿que sabréis usar de caballería?». «Sí», dijo el caballero, «con la merced de Dios, si aguisamiento tuviese». «Ciertas, yo os lo daré», dijo el mayordomo. Y mandole dar muy bien de vestir, y buen caballo y buenas armas, y todo cumplimiento de caballero, y desde que fue vestido el caballero pagose mucho el mayordomo de él, ca bien le semejó en sus hechos y en sus dichos que era hombre de gran seso y de gran lugar.

Y estando un día con el mayordomo en su casa en su solas, dijo el caballero: «Señor, ¿qué es esto? Que de la otra parte de la hueste sale uno a uno a demandar si ha quien quiera lidiar con ellos, habiendo aquí tantos hombres buenos». «Ciertas, caballero», dijo el mayordomo, «escarmentados son los nuestros; ca aquellos dos caballeros que vos veis que sale uno a uno son hijos del Rey, y son muy buenos caballeros de sus armas, y aquellos mataron ya dos condes, por que no osa ninguno salir a ellos». «¿Cómo?», dijo el caballero, «¿pues así habéis a estar envergoñados y espantados de ellos? Ciertas, si vos quisiereis, yo saldré allá cuando alguno de ellos saliere, y lidiaré con él». «Mucho me place de lo que decís», dijo el mayordomo, «mas saberlo he antes del Rey mío señor». Y dijo al Rey: «Un caballero extraño vino a mí el otro día que quería vivir conmigo a la vuestra merced, y recibilo, y mandele dar de vestir y aguisar de caballo y de armas; y ahora pidiome que le dejase salir a lidiar con aquellos de la otra parte que demandaban lidiadores; y yo díjele que no lo haría a menos que vos lo supieseis». «¿Y qué caballero os semeja», dijo el Rey, «que es aquese?» «Señor», dijo el mayordomo, «es un caballero mucho apuesto y de buena palabra, y muy aguisado para hacer todo bien». «Veámoslo», dijo el Rey. «Muy de grado», dijo el mayordomo. Y envió por él. El caballero entró por el palacio y fuese para el Rey donde estaba él y su hija, y el mayordomo con ellos, y entró muy paso y de buen continente, en manera que entendió el Rey y su hija que era hombre de prestar. Y el Rey le preguntó y díjole: «Caballero, ¿ónde sois?» «Señor», dijo, «de tierra de las Indias». «¿Y atreveros habéis», dijo el Rey, «a lidiar con aquellos que salen y a demandar lidiadores?» «Sí», dijo el caballero, «con la merced de Dios». «Ayúdeos Dios», dijo el Rey.

Y otro día en la gran mañana aguisose el caballero muy bien de su caballo y de sus armas, así que no le menguaba ninguna armadura, que le dejasen salir y que le acogiesen cuando él quisiese. Cuando comenzó el sol a salir, salió un hijo del rey de Ester a demandar lidiador. El caballero, cuando lo oyó, dijo al portero que le dejase salir, y el portero dijo que no lo haría si no le prometiese que le daría algo si Dios le ayudase. El caballero dijo que si Dios le ayudase acabar su hecho, que le daría el caballo del otro si lo pudiese tomar. Y el portero le abrió la puerta y dejolo salir. Y cuando fue en el campo con el otro, díjole el hijo del Rey: «Caballero, mal consejo hubistes en quereros atrever a lidiar conmigo. Creo mejor hicierais en fincaros en vuestra posada». «No me metáis miedo», dijo el caballero, «más de cuanto yo me tengo, y haced lo que habéis a hacer». Y desí dejáronse correr los caballos el uno contra el otro, e hiriéronse de las lanzas en manera que pasaron los escudos más de sendas brazadas. Mas así quiso Dios cuidar al caballero que no le empeció la lanza del hijo del Rey; y la lanza del caballero pasó las guarniciones del hijo del Rey y echósela por las espaldas, y dio con él muerto en tierra. Y tomó el caballo del hijo del Rey y trájolo y diolo al portero así como se lo prometiera, y fuese luego para su posada a desarmarse.

El ruido y llanto fue muy grande por la hueste por el hijo del Rey que era muerto. El Rey envió por su mayordomo y preguntó quién mató el hijo del Rey. «Señor», dijo el mayordomo, «el vuestro caballero que vino a mí ayer aquí a vos; y habemos ciertas señales ende», dijo el mayordomo, «ca el caballo del hijo del Rey que mató dio a los porteros, y los que estaban en las torres y sobre las puertas». «En el nombre de Dios sea bendicho», dijo el Rey, «ca por aventura Dios trajo a este hombre por su bien y el nuestro. Y ¿qué hace ese caballero?», dijo el Rey. «Señor», dijo el mayordomo, «cierto soy que cras saldrá allá, ca hombre es de buen corazón y de buen seso natural».

La Infante, hija del Rey, había gran sabor de verlo, y dijo: «Señor, bien haríais en enviar por él y halagarle y castigarle que haga lo mejor». «Y si él mejor lo hace», dijo el Rey, «¿en qué lo podremos nos castigar? Dejémosle con su buen andanza adelante».

Y cuando fue otro día en la mañana antes del alba, el caballero fue armado y cabalgó en su caballo y fuese para la puerta de la villa, y dijo a los otros de las torres que si algún lidiador saliese, que se lo hiciesen saber. Y de la hueste no salió ningún lidiador, y dijo uno de los que estaban en las torres: «Caballero, no sale ninguno, y bien podéis ir si quisiereis». «Pláceme», dijo el caballero, «pues Dios lo tiene por bien». Y en yéndose el caballero, vieron salir los de las torres dos caballeros armados de la hueste, que venían contra la villa dando voces si había dos por dos que lidiasen. Y los de las torres dieron voces al caballero que se tornase, y él vínose para la puerta y preguntoles qué era lo que querían, y ellos le dijeron: «Caballero, mester habíais otro compañón». «¿Y por qué?», dijo el caballero. «Porque son dos caballeros bien armados y demandan si hay dos por dos que quieran lidiar». «Ciertas», dijo el caballero, «no he aquí compañón ninguno, mas tomaré a Dios por compañón, que me ayudó ayer contra el otro, y me ayudará hoy contra estos dos». «¡Y qué buen compañón escogiste!», dijeron los otros. «Id en nombre de Dios, y Él por la su merced os ayude».

Abrieron las puertas y dejáronle ir, y cuando fue fuera en el campo, dijéronle los otros dos caballeros muy soberbiamente y como en desdén. «Caballero, ¿dónde el tu compañón?» «Aquí es conmigo», dijo el caballero. «¿Y parece?», dijeron los otros. «No parece a vos», dijo el caballero, «ca no sois dignos de verlo». «¿Cómo?», dijeron los caballeros, ¿invisible es, que no se puede ver?» «Ciertas, invisible», dijo el caballero, «a los muy pecadores». «¿Y cómo?», dijeron los caballeros, «¿más pecadores tienes que somos nos que tú?» «A mi creencia es», dijo el caballero, «que sí; y bien creo que si lo descercaseis que haríais mesura y bondad, y os haría Dios bien por ende». «Ciertas», dijeron los otros, «bien cuida este caballero que descercaremos nos este rey por sus palabras apuestas. Bien creáis que no lo haremos hasta que le tomemos por la barba».

Y de estos dos caballeros era el uno el hijo del rey de Ester, y el otro su sobrino: los más poderosos caballeros que eran en la hueste, y los mejores de armas. Todos los que eran en la hueste y en la ciudad estaban parando mientes a lo que hacían estos caballeros y maravillábanse mucho en qué se detenían; pero que les semejaba que estaban razonando, y cuidaban que hablaban en alguna pleitesía. Y eso mismo cuidaba el rey de Mentón, que estaba en su alcázar con su hija y con su mayordomo mirándolos. Y el Rey dijo a su mayordomo: «¿Es aquel el nuestro caballero extraño?» «Señor», dijo el mayordomo, «sí». «¿Y cómo?», dijo el Rey, «¿cuida lidiar con aquellos dos caballeros?». «Yo no lo sé», dijo el mayordomo. «¡Dios Señor!», dijo el Rey, «¡ayude a la nuestra parte!». «Sí hará», dijo la Infante, «por la su merced, ca nos no lo merecemos porque tanto mal nos hiciesen».

Los dos caballeros de la hueste se tornaron contra el caballero y dijéronle: «Caballero, ¿dónde es tu compañón? Loco eres si tú solo quieres conusco lidiar». «Y ya lo dije», dijo el caballero, «que conmigo está mi compañón, y cuido que está más cerca de que no sois amos uno de otro». «¿Y eres tú, caballero», dijeron los otros, «que mataste el nuestro pariente?». «Matolo su soberbia y su locura», dijo el caballero, «lo que cuido que matará a vos. Amigos, no tengáis en poco a ninguno porque vos seáis buenos caballeros de alta sangre. Ciertas, debéis pensar que en el mundo hay de más alta sangre y de más alto lugar que no vos». «No lo eres tú», dijo un caballero de ellos. «Ni yo me pondría en tan grandes grandías», dijo el caballero, «como pongo a vos, y bien sé quién soy; y ninguno no puede bien juzgar ni conocer a sí mismo. Pero que os digo que antes juzgue a mí que a vos, y por ende no cuidé errar en lo que dije. Pero comoquiera que caballeros buenos sois, y de gran lugar, no debéis tener en poco los otros caballeros del mundo, así como hacéis con soberbia. Ciertas todos los hombres del mundo deben esquivar los peligros, no solamente los grandes mas los pequeños, ca donde hombre cuida que hay muy pequeño peligro a las vegadas es muy grande; ca de pequeña centella se levanta a las vegadas gran fuego, y maguer que el enemigo humildoso sea, no le deben tener en poco; antes lo debe hombre temer». «¿Y qué enemigo eres tú», dijo el hijo del Rey, «para acometernos?». «No digo yo por mí», dijo el caballero, «mas digo que es sabio el que teme a su enemigo y se sabe guardar de él, maguer no sea buen caballero ni tan muy poderoso; ca pequeño can suele embargar muy gran venado, y muy pequeña cosa mueve a las vegadas la muy grande y hace caer». «Pues ¿por derribados nos tienes?», dijo el hijo del Rey. «Ciertas no por mí», dijo el caballero, «ca yo no os podría derribar ni me atrevo a tanto en mí». «En mí querría saber», dijo el hijo del Rey, «en cúyo esfuerzo salistes acá, pues en vos no os atrevéis». «Ciertas», dijo el caballero, «en el esfuerzo de mi compañón». «Mal acorrido serás de él», dijeron los otros, «cuando fueres en nuestro poder». «Bien debéis saber», dijo el caballero, «que el diablo no ha ningún poder sobre aquel quien a Dios se acomienda, y por ende no me veréis en vuestro poder». «Y mucho nos baldonas», dijeron los otros; «este caballero, vayamos a él». Y fincaron las espuelas a los caballos y dejáronse ir contra el caballero, y él hizo lo mismo.

Los caballeros dieron sendos golpes con las lanzas en él, mas no pudieron abatir al caballero, ca era muy cabalgante. Y el caballero dio una lanzada al sobrino del Rey que le metió la lanza por el costado y falsó las guarniciones y dio con el muerto en tierra. Y desí, metieron mano a las espadas el caballero y el hijo del Rey. Y dábanse tamaños golpes encima de los yelmos y de las guarniciones que traían, en manera que los golpes oía el rey de Mentón encima del alcázar donde estaba. Y qué buen abogado había el caballero en la Infante, que si fuese su hermano no estaba más devotamente haciendo sus plegarias a Dios por él, y demandando muchas vegadas al mayordomo y diciendo: «¿Cómo va al mi caballero?», hasta que le vino decir por nuevas que había muerto el un caballero de los dos, y que estaba lidiando con el otro. «¡Ay, Nuestro Señor!», dijo ella, «bendito sea el tu nombre, que tanto bien y tanta merced haces por este caballero. Y pues buen comienzo le has dado a su hecho, pídote por merced que le des buen acabamiento». Y luego se tornó a su oración como antes estaba, y los caballeros se andaban hiriendo en el campo de las espadas muy de recio, en manera que no les fincó pedazo en los escudos.

Y el caballero Zifar viendo que no se podían empecer por las guarniciones que tenían muy buenas y muy fuertes metió mano a una misericordia que traía y llegose al hijo del Rey y púsole el brazo al cuello y bajole contra sí, ca era muy valiente, y cortole las correas de la capellina y un bacinete que tenía so ella, y tiróselas y comenzáronlo a herir en la cabeza de muy grandes golpes con la misericordia sobre el almofa, hasta que se despuntó la misericordia. Y metió mano a una maza que tenía y diole tantos golpes en la cabeza hasta que lo mató.

Y ellos estando en aquella lid, y el ribaldo que venía por el camino con el caballero Zifar estaba mirando con los otros de la hueste qué fin habría aquella lid, paró mientes y semejole en la palabra que el que lidiaba por los de la villa, que era su señor, y cuando el caballero daba alguna voz, que él era de todo en todo. Y porque hubiese razón de ir allá a saberlo, dijo a los de la hueste: «Señores, a aquel caballo del sobrino del Rey que anda por el campo, temo que se irá a la villa si alguno no lo va tomar; y si por bien lo tuvieseis iría yo por él». «Ciertas», dijeron los de la hueste, «díceslo muy bien, y ve por él». Y el ribaldo se fue para allá donde lidiaban estos dos caballeros, y cuando fue cerca de ellos conociole el caballero Zifar en los paños que le había dado, y díjole: «Amigo, ¿aquí eres?» «Señor», dijo el ribaldo, «aquí a la vuestra merced; ¿y cómo estáis», dijo el ribaldo, «con ese caballero?». «Ciertas», dijo el caballero, «muy bien, mas espera un poco hasta que sea acortado, ca aún está resollando». «Pues ¿qué me mandáis hacer?», dijo el ribaldo. «Ve a tomar aquel caballo que anda en aquel campo», dijo el caballero, «y ve para la villa conmigo».

El ribaldo fue tomar el caballo y cabalgó en él. Y el caballero, pues que vio que el otro era muerto, dejolo caer en tierra y tomó el caballo por la rienda y fuese para la villa y el ribaldo con él. Y cuando llegaron a la puerta, llamó al portero el caballero y dijo que los llevasen a una casa donde se pudiesen desarmar. Y cerraron la puerta. Y diole el caballo que traía el ribaldo, que fue del hijo del Rey, y desarmaron el caballero y el caballo que traía el ribaldo. Y el caballero demandó al portero que le emprestase sus vestiduras hasta que llegase a su posada, porque no le conociesen, y el portero emprestóselo. Y cabalgó en su caballo y el ribaldo en el otro y fuéronse por otra puerta mucho encubiertamente para su posada.

Y toda la gente estaba a la puerta por donde entró el caballero, esperándolo cuando saldría por conocerlo, tan bien los condes como los otros hombres grandes; ca tenían que ningún caballero del mundo no podría hacer mejor de armas que este hiciera en aquel día. Y cuando les dijeron que era ido por otra puerta encubiertamente, pesoles muy de corazón y preguntaron a los porteros si lo conocieron, y ellos dijeron que no, que era un caballero extraño, y no les semejaba que era de aquella tierra. Los condes y los hombres buenos se partieron ende con muy gran pesar porque no le habían conocido, hablando mucho de la su buena caballería, y loándolo.

Y esta lid de estos dos caballeros duró bien hasta hora de vísperas; y el Rey y la Infante y el mayordomo, cuando vieron que la lid era ya acabada y el su caballero se tornaba, maravilláronse mucho del otro que venía con el otro caballo. Y dijo el Rey a su mayordomo: «Idos para la posada y sabed de aquel caballero en cómo pasó todo su hecho y quién es el otro que con él vino; y nos entretanto comeremos, ca tiempo es ya de comer. «Muy de grado», dijo el mayordomo. «Venir os habéis luego con las nuevas que supiereis.» «Por Dios, señor», dijo la Infante, «vos yantastes hoy muy bien y hubistes por huésped a Nuestro Señor Dios, que no os quiso desamparar, antes os ayudó contra sus enemigos muy bien, tuvistes victoria contra ellos, y bendito sea el nombre de Dios, que vos tal caballero quiso acá enviar. Fío yo por la merced suya que por este será la ciudad descercada y nos fuera de esta premia.» El Rey se asentó a comer y ella dijo que no lo haría hasta que oyese nuevas de aquel caballero si era sano, ca tenía de tan grandes golpes que hubo como en aquella batalla de la una parte y de la otra, que por ventura sería herido. «¿Y cómo, hija?», dijo el Rey, «¿queréis que él venciese y descercase esta ciudad y nos sacase de esta premia en que somos?» «Señor, querría, si a Dios pluguiese, esto mucho aína.» «¿Y no paráis mientes, mi hija», dijo el Rey, «que a casar os conviene con él?» «Ciertas, señor», dijo ella, «si Dios lo tiene por bien, muy mejor es casar con un caballero hijodalgo y de buen entendimiento y buen caballero de armas para poder y saber amparar el reino en los vuestros días, que no casar con infante o con otro de gran lugar que no supiese ni pudiese defender a sí ni a mí.» «Por Dios, hija», dijo el Rey, «mucho os lo agradezco porque tan bien lo decís, y bien cuido que este caballero de más alto lugar es de cuanto nos cuidamos».

Y ellos estando en esta, he vos dónde venía el mayordomo con todas las nuevas ciertas. Y cuando la Infante le vio dijo así: «¿El mío caballero, si no es herido?». «No», dijo el mayordomo, «loado sea Dios, antes está muy leído y muy sano». «¿Y quién era el otro que venía con él por el camino?» Dijo el mayordomo que le dijera que un su sirviente que viniera con él hasta en la hueste. «Y aún díjome el caballero una cosa que yo antes no sabía: que este su servidor le había aconsejado antes que entrasen en la hueste, que si él quería entrar a la ciudad, que le daría aquellas sus vestiduras y que tomase las suyas que valían poco, y que pasase por la hueste así como sandio, no haciendo mal a ninguno; y que de esta guisa podría venir a la ciudad sin embargo; y aún dijo más el sirviente, que cuando venía por la hueste que le daban voces como a sandio, y llamando rey de Mentón, que así entró en la ciudad». Y dijo el Rey: «Estas palabras no quiere Dios que se digan de balde, y alguna honra tiene aparejada para este caballero». «Dios se la dé», dijo la Infante, «ca mucho lo merece bien». Y él comenzó de reír y dijo al mayordomo que fuese hacer pensar muy bien del caballero. El mayordomo se fue y mandó a su sirviente que pensasen del caballero muy bien, y fuese a sentar a comer, que no había comido en aquel día.

Y cuando fue otro día en la mañana, vinieron los condes y los grandes hombres a casa del Rey, y preguntoles el Rey: «Amigos, ¿quién fue aquel caballero tan bueno que tanto bien hizo ayer? Por amor de Dios, mostrádmelo y hagámosle todos aquella honra que él merece, ca extrañamente de bien me semeja que usó de sus armas». «Ciertas», dijeron los condes, «señor, no sabemos quién es, y bien nos semeja que ningún caballero del mundo no podría hacer mejor de armas que él hace. Y nos fuimos a la puerta de la villa por conocerlo cuando saliese, y salió por otra puerta muy encubiertamente, y fuese, de guisa que no podríamos saber quién era». «Ciertas», dijo el Rey, «cuido que sea Caballero de Dios, que nos ha aquí enviado para defendernos y lidiar por nos. Y pues así es que no lo podemos conocer, agradezcámoslo a Dios mucho por este acorro que nos envió, y pidámosle por merced que lo quiera llevar adelante; ca aquel Caballero de Dios ha muerto los más soberbios dos caballeros que en todo el mundo eran; y aún me dicen que el tercero es sobrino del Rey, que le semejaba mucho en la soberbia». «Verdad es», dijeron los otros condes, «ca así lo apresamos nos a la puerta de la villa cuando allá fuimos, y nunca tan gran llanto vimos hacer por hombre del mundo como por este hicieron esta noche, y aún hacen esta mañana». «Dios les dé llanto y pesar», dijo el Rey, «y a nos alegría, ca asaz nos han hecho de mal y de pesar, no mereciéndoselo». «Así lo quiera Dios», dijeron los otros. Y de y adelante le dijeron el Caballero de Dios.

«Amigos», dijo el Rey, «pues tanta merced nos ha hecho Dios en toller el rey de Ester los mejores dos brazos que él había, y a un su sobrino el tercero, en quien él había gran esfuerzo, y pensemos en cómo podamos salir de esta premia en que nos tienen». «Muy bien es», dijeron todos, «y así lo hagamos».

El Caballero de Dios estando con el mayordomo en su solas, preguntó al mayordomo en cómo podrían salir de aquella premia en que eran porque el Rey los tenía cercados. Ca la ventura ayuda a aquel que se quiere esforzar y toma osadía en los hechos; ca no da Dios el bien a quien lo demanda, mas a quien obra en pos la demanda». «¿Y cómo?», dijo el mayordomo, «ya vemos muchas vegadas atreverse muchos a tales hechos como estos y hállanse ende mal». «No digo yo», dijo el caballero, «de los atrevidos, mas de los esforzados; ca gran departimiento ha entre atrevido y esforzado, ca el corrompimiento se hace con locura y el esfuerzo con buen seso natural». «¿Pues cómo nos podremos esforzar», dijo el mayordomo, «para salir de esta premia de estos nuestros enemigos?». «Yo os lo diré», dijo el Caballero de Dios. «Ciertas de tan buena compaña como aquí es con el Rey, debíanse partir a una parte quinientos y salir por sendas partes de la villa antes que amaneciese, ser con ellos al tiempo que ellos en la su holgura mayor se hubiesen. Y esto haciendo así a menudo, o los harán derramar o irse por fuerza, o los harán gran daño, ca se enojarán con los grandes daños que recibiesen y se habrían a ir: ca mientras vos quisiereis dormir y holgar, eso mismo se querrán ellos. Y aún os digo más», dijo el Caballero de Dios, «que si me diereis quinientos caballeros de esta caballería que aquí es, que yo les escogiese, me esforzaría a acometer este hecho, con la merced de Dios». «Pláceme», dijo el mayordomo, «de cuanto decís».

Y fuese luego para casa del Rey, y cuando el mayordomo llegó preguntole el Rey qué hacía el Caballero de Dios. «Señor», dijo el mayordomo, «está a guisa de buen caballero y hombre de buen entendimiento, y semeja que siempre anduvo en guerra y usó de caballería, tan bien sabe departir todos los hechos que pertenecen a la guerra». «¿Pues qué dice de esta guerra en que somos?», dijo el Rey. «Ciertas», dijo el mayordomo, «tiene que cuantos caballeros y cuantos hombres buenos aquí son, que menguan en lo que han de hacer». Y contole todo lo que con él pasara. «Bien es», dijo el Rey, «que guardemos entre nos aquellas cosas que dijo el Caballero de Dios; y veremos lo que nos responderán los condes y los nuestros hombres buenos y toda la gente que hay aquí cras». «Convusco por bien lo tengo y por vuestro servicio», dijo el mayordomo.

Y otro día en la gran mañana fueron llegados los condes y los hombres buenos y toda la gente de la ciudad en casa del Rey. Y después que llegó y el Rey, preguntó si habían acordado alguna cosa por que pudiesen salir de premia de estos enemigos. Y mal pecado, tales fueron ellos que no habían hablado en ello ni les viniera en mente. Y levantose uno y dijo al Rey: «Señor, dadnos tiempo en que nos podamos acordar, y responder os hemos». Y el Rey con gran desdén dijo: «Caballeros, cuanto tiempo vos quisiereis; pero mientras vos acordáis, si por bien lo tuviereis, dadme quinientos caballeros de los que yo escogiese entre los vuestros y los míos, y comenzaremos alguna cosa porque después sepamos mejor entrar en el hecho». «Plácenos», dijeron los condes, «y vaya el mayordomo y escójalos».

Y envió el Rey por el mayordomo y por el caballero que se viniesen para él. Y desde que vinieron mandoles que escogiesen quinientos caballeros de los suyos y de los otros. Y ellos hiciéronlo así, y cuales señalaba el Caballero de Dios tales escribía el mayordomo, de guisa que escribieron los mejores quinientos caballeros de aquella caballería; y mandoles el mayordomo que otro día en la gran mañana que saliesen a la plaza a hacer alarde, muy bien aguisados y con todas sus guarniciones.

Y otro día salieron y todos aquellos caballeros armados, en manera que semejaba al Rey que era muy buena gente y bien aguisada para hacer bien y acabar gran hecho, si buen caudillo hubiesen. Y un caballero de ellos dijo: «Señor, ¿a quién nos daréis por caudillo?» «El mío mayordomo», dijo el Rey, «que es muy buen hidalgo y es buen caballero de armas, así como todos sabéis». «Mucho nos place», dijeron los caballeros, «y por Dios, señor, lo que habemos a hacer, que lo hagamos aína, antes que sepan de nos los de la hueste y se aperciban». «Agradézcooslo mucho», dijo el Rey, «porque tan bien lo decís, y sed de muy gran madrugada, cras antes del alba, todos muy bien aguisados, a la puerta de la villa, y haced en como mandare el mío mayordomo». «Muy de grado lo haremos», dijeron ellos.

Y otro día en la gran mañana, antes del alba, fueron a la puerta de la villa tres mil hombres de pie con ellos muy bien escudados, que había aguisados el mayordomo. Y aguisose el Caballero de Dios y tomó su caballo y sus armas, pero que llevaba las sobreseñales del mayordomo; y fuese con el mayordomo para la puerta de la villa; y el mayordomo dijo a los caballeros: «Amigos, aquel mío sobrino que va delante, que lleva las mis sobreseñales, quiero que vaya en la delantera, y vos seguidle y guardadle; y por donde él entrare entrad todos; y yo iré en la zaga y recudid conusco, y no catéis por otro sino por él». «¡En el nombre de Dios!», dijeron los caballeros, «ca nos le seguiremos y lo guardaremos muy bien». Y abrieron las puertas de la villa y salieron todos muy paso unos en pos otros.

Y el Caballero de Dios puso los peones delante todos y tornose a los caballeros y díjoles: «Amigos, nos habemos a ir derechamente al real donde el Rey está, ca si nos aquel desbaratamos lo al todo es desbaratado». Y castigó a los peones que no se metiesen ningunos a robar, mas a matar tan bien caballos como hombres, hasta que Dios quisiese que acabasen su hecho. Y esto les mandaba so pena de la merced del Rey; y ellos prometieron que cumplirían su mandado. Y cuando ellos movieron tornose el mayordomo, que así se lo había mandado el Rey.

El Caballero de Dios metiose por la hueste con aquella gente, hiriendo y matando muy de recio, y los peones dando fuego a las chozas, en manera que las llamas subían hasta el cielo. Y cuando llegaron a las tiendas del Rey, el ruido fue muy grande y la prisa de matar y de herir cuantos hallaban, pero no era aún amanecido, y por ende no se pudieron apercibir los de la hueste para armarse. Y cuando llegaron a la tienda del Rey, combatiéronla muy de recio, y cortaban las cuerdas, de guisa que el Rey no oyó ser acorrido de los suyos ni se atrevió a fincar, y cabalgó en un caballo que le dieron, y fuese. Y los otros fueron en pos él en alcance bien tres leguas, matando e hiriendo. La gente del real cuando vinieron a la tienda y preguntaban por el Rey y les decían que era ido, no sabían qué hacer sino guarecer e irse derramados, cada uno por su parte. Y el Caballero de Dios con la su gente, como los hallaban que iban derramados, matábanlos, que ninguno dejaban a vida. Y así se tornaron para el real, donde hallaron muy gran haber y muy gran riqueza, ca no lo pudieron llevar ni les dieron vagar, ca los de la villa, después que amaneció y vieron que se iban, salieron y corrieron con ellos.

El Caballero de Dios envió decir que enviase poner recaudo en aquellas cosas que eran en el real, porque no se perdiesen. Y el Rey envió a su mayordomo; y bien podía el mayordomo despender y tener palacio, ca muy gran ganancia era y muy rico fincaba. Pero que con consejo de Caballero de Dios hizo muy buena parte aquellos quinientos caballeros y a los tres mil peones que fueron en el desbarato. Y el Caballero de Dios se vino para su posada mucho encubiertamente que no lo conociesen, y los otros todos para las suyas a desarmar. El Rey estaba en su posada agradeciendo mucho a Dios la merced que les había hecho, y dijo la infanta su hija: «¿Qué os semeja de este hecho?» «Por Dios, señor», dijo ella, «seméjame que nos hace Dios gran merced, a este su hecho semeja, y no de hombre terrenal, salvo ende que quiso que viniese por alguno de la su parte con quien él tiene». «Pues hija, ¿qué será?, ca en juicio habremos a entrar para saber quién descercó esta villa, y aquel os habremos a dar por marido». «¡Ay, padre señor!», dijo, «no que dudar en este, ca todos estos buenos hechos el Caballero de Dios los hizo; y si no por él, que quiso Dios que lo acabase, no pudiéramos ser descercados tan aína». «¿Y creéis vos, hija, que es así?» «Ciertas, señor», dijo ella, «sí, y pláceme, pues Dios lo tiene por bien». Y el Rey envió decir luego a los condes y a todos los otros que fuesen otro día mañana al su palacio, y ellos vinieron otro día al palacio del Rey, y el Rey agradeció mucho a Dios esta merced que le hizo, y desí, los quinientos caballeros que fueron en el desbarato.

Un caballero bueno de los quinientos se levantó y dijo así: «Señor, nos has por qué agradecer a ninguno este hecho sino a Dios primeramente, y a un caballero que nos dio tu mayordomo porque nos guiásemos, que decía que era su sobrino; que bien me semeja que del día en que nací no vi un caballero tan hermoso armado, ni tan bien cabalgante en un caballo, ni que tan buenos hechos hiciese su gente como él esforzaba a nos; ca cuando una palabra nos decía semejábanos que esfuerzo de Dios era verdaderamente. Y dígote, señor, verdaderamente, que en lugares nos hizo entrar con el su esfuerzo que si donde dos mil caballeros tuviese, no más me atrevería a entrar. Y si cuidas que yo en aquello miento, ruego a estos caballeros que se acertaron y, que te lo digan si es así». «Señor», dijeron los otros, «en todo te ha dicho verdad, y no creas, señor, que en tan pequeña hora como nos habemos aquí estado se pudiesen contar todos los bienes de este caballero que nos en él vimos». «¿Pues qué será?», dijo el Rey: «¿quién diremos que descercó este lugar?». «No lo pongáis en duda, señor», dijo el caballero de los quinientos, «que este la descercó de quien ahora hablamos, por su ventura buena». «Mas según esto», dijo el Rey, «seméjame que le habremos a dar la Infante mi hija por mujer». «Tuerto harías», dijo el caballero bueno, «si no se la dieses; ca bien lo ha merecido a ti y a ella».

Un hijo de un conde, y muy poderoso, que era y, levantose en pie y dijo: «Señor, tú sabes que muchos condes y muchos hombres buenos de alta sangre fueron aquí venidos para servirte, y además para mientes a quien das tu hija; ca por ventura la darás a hombre de muy bajo lugar que no sería tu honra ni del tu reino; piensa más en ello y no te arrebates». «Ciertas», dijo el Rey, «yo lo he pensado de no fallecer en ninguna manera de lo que prometí, ni fallecería al más pequeño hombre del mundo». «Señor», dijo el hijo del Conde, «sabe antes de la Infante si querrá». «Cierto soy», dijo el Rey, «que ella querrá lo que yo quisiere, mayormente en guarda de la mi verdad». «Señor», dijeron todos, «envía por tu mayordomo y que traiga al caballero que decía que era su sobrino». Y el Rey envió por el mayordomo y por el Caballero de Dios, y ellos vinieron muy bien vestidos, y comoquiera que el mayordomo era muy apuesto caballero, toda la bondad le tollía el Caballero de Dios. Y cuando entraron por el palacio donde toda la gente estaba, y tan gran sabor habían de verlo que todos se levantaron a él, y a grandes voces dijeron: «Bien venga el Caballero de Dios». Y entró de su paso delante el mayordomo; ca el mayordomo por hacerle honra no quiso que viniese en pos él. El caballero iba inclinando la cabeza a todos y saludándolos, y cuando llegó y donde estaba el Rey asentado en su silla, dijo: «Caballero de Dios, ruégoos, fe que debéis a aquel que vos acá envió, que me digáis ante todos aquestos si sois hijodalgo e hijo de dueña y de caballero lindo». «¿Venís», dijo el Rey, «de sangre real?». Calló el caballero y no repuso. «No hayáis vergüenza», dijo el Rey, «decidlo». Dijo el caballero: «Señor, vergüenza grande sería a ninguno en decir que venía de sangre de reyes andando así pobre como yo ando; ca si lo fuese, aviltaría y deshonraría a sí.» «Caballero», dijo el Rey, «dicen aquí que vos descercastes este lugar». «Descercolo Dios», dijo el caballero, «y aquesta buena gente que allá enviastes». «¿Habemos así a estar?», dijo el Rey. «Vayan por la Infante y venga acá.» La Infante se vino luego con muchas dueñas y doncellas para y donde estaba el Rey, muy noblemente vestida ella y todas las otras que con ella venían. Y traía una guirnalda en la cabeza llena de rubís y de esmeraldas, que todo el palacio alumbraba.

«Hija», dijo el Rey, «¿sabéis quién descercó este lugar donde nos tenían cercados?» «Señor», dijo ella, «vos lo debéis saber, mas tanto sé que aquel caballero que y está mató al hijo del rey d'Ester, al primero que demandó la lid, y bien creo que él mató a los otros y nos descercó». El hijo del Conde cuando esto oyó dijo así: «Señor, seméjame que esto viene por Dios; y pues así es, casadlos en buen hora». «Bien es», dijeron todos.