Prólogo
En el tiempo del honrado padre Bonifacio VIII,
en la era de mil y trescientos años, en el día de la nacencia de
Nuestro Señor Jesucristo, comenzó el año Jubileo, el cual dicen
centenario porque no viene sino de ciento a ciento años, y cúmplese
por la fiesta de Jesucristo de la era de mil y cuatrocientos años,
en el cual año fueron otorgados muy grandes perdones, y tan
cumplidamente cuanto se pudo extender el poder del Papa a todos
aquellos cuantos pudieron ir a la ciudad de Roma a buscar las
iglesias de San Pedro y de San Pablo quince días en este año, así
como se contiene en el privilegio de nuestro señor el Papa, onde
este nuestro señor el Papa, parando mientes a la gran fe y a la
gran devoción que el pueblo cristiano había en las indulgencias de
este año jubileo, y a los enojos y peligros, y a los grandes
trabajos, y a los enojos de los grandes caminos, y a las grandes
expensas de los peregrinos, porque se pudiesen tornar con placer a
sus compañeros, quiso y tuvo por bien que todos los peregrinos de
fuera de la ciudad de Roma que fueron a esta romería, maguer no
cumpliesen los quince días en que habían de visitar las iglesias de
San Pedro y de San Pablo, que hubiesen los perdones cumplidamente,
así como aquellos que las visitaran aquellos quince días. Y fueron
así otorgados a todos aquellos que salieron de sus casas para ir en
esta romería y murieron en el camino antes que llegasen a Roma, y
después que llegaron y visitaron las iglesias de San Pedro y de San
Pablo; y otrosí, a los que comenzaron el camino para ir en esta
romería con voluntad de cumplirla y fueron embargados por
enfermedades y por otros embargos, algunos porque no pudieron y
[1] llegar,
tuvieron por bien que hubiesen estos perdones cumplidamente, así
como aquellos que y llegaron y cumplieron su romería.
Y ciertas bien, fue hombre aventurado el que
esta romería fue ganar tantos grandes perdones como en este año,
sabiéndolo o pudiendo ir allá sin embargo; ca en esta romería
fueron todos absueltos a culpa y a pena, siendo en verdadera
penitencia, tan bien de los confesados como de lo olvidado. Y fue y
despendido el poder del Padre Santo contra todos aquellos clérigos
que cayeron en yerro o irregularidad, no usando de sus oficios, y
fue despendido contra todos aquellos clérigos y legos y sobre los
adulterios y sobre las horas no rezadas que eran tenidos de rezar,
y sobre aquestas muchas cosas salvo ende
[2] sobre
deudas que cada uno de los peregrinos debían, también lo que
tomaron prestado o prendado o hurtado; en cualquier manera que lo
tuviesen contra voluntad de cuyo era, tuvieron por bien que lo
tornasen; y porque luego no se podía tornar lo que cada uno debía
según dicho es, y lo pudiesen pagar, hubiesen los perdones más
cumplidos, dioles plazo a que lo pagasen hasta la fiesta de
Resurrección, que fue hecha en la era de mil y trescientos y
treinta y nueve años.
Y en este año sobredicho Ferrand Martínez,
arcediano de Madrid en la iglesia de Toledo, fue a Roma a ganar
estos perdones. Y después que cumplió su romería y ganó los
perdones, así como Dios tuvo por bien, porque don Gonzalo, obispo
de Albaña y cardenal en la iglesia de Roma, que fue natural de
Toledo, estando en Roma con el este arcediano sobredicho, a quien
criara e hiciera merced, queriéndose partir
[3] de él e
irse a Toledo donde era natural, hízole prometer en las sus manos
que si él, siendo cardenal en la iglesia de Roma, si finase, que
este arcediano que fuese allá a demandar el cuerpo, y que hiciese y
todo su poder para traerle a la iglesia de Toledo, donde había
escogido su sepultura. El Arcediano, conociendo la crianza que le
hiciera y el bien y la merced que de él recibiera, quísole ser
obediente y cumplir la promesa que hizo en esta razón, y trabajose
cuanto él pudo a demandar el su cuerpo. Y comoquiera que el Padre
Santo ganase muchos amigos en la corte de Roma, tan bien cardenales
como otros hombres buenos de la ciudad, no halló el Arcediano a
quien se atreviese a demandar el su cuerpo, salvo al Padre Santo. Y
no era maravilla, ca nunca fue ende enterrado en la ciudad de Roma
para que fuese dende
[4] sacado
para llevarlo a otra parte. Y así es establecido y otorgado de los
padres santos que ningún cuerpo que fuese y enterrado que no sea
ende sacado. Y ya lo había demandado muy ahincadamente don Gonzalo,
arzobispo sobrino de este cardenal sobredicho, que fue a la corte a
demandar el palio, y no lo pudo acabar; antes le fue denegado, que
no se lo darían en ninguna manera. Y cuando el Arcediano quería ir
para demandarlo, fue a Alcalá al Arzobispo a despedirse de él, y
díjole de cómo quería ir a demandar el cuerpo del cardenal, que se
lo había prometido en las sus manos antes que se partiese de él en
Roma. Y el Arzobispo dijo que no se trabajase ende ni tomase y
afán, ca no se lo darían ca no se lo quisieron dar a él, y cuando
lo demandó al Papa, habiendo muchos cardenales por sí que se lo
ayudaban a demandar. El Arcediano con todo esto aventurose y fuelo
a demandar con cartas del rey don Ferrando y de la reina doña María
su madre, que le enviaba pedir merced al Papa sobre esta razón. Mas
don Pedro, que era obispo de Burgos a esa sazón, y refrendario del
Papa, natural de Asturias de Oviedo, habiendo verdadero amor por la
su mesura con este arcediano de Madrid, y queriéndole mostrar la
buena voluntad que había entre todos los españoles, a los cuales él
hacía en este tiempo muchas ayudas y muchas honras del Papa cuando
acaecía, y viendo que el Arcediano había mucho a corazón este
hecho, no quedando de día ni de noche, y que andaba muy
ahincadamente en esta demanda, doliéndose de su trabajo y queriendo
llevar adelante el amor verdadero que él siempre mostrara, y otrosí
por ruego de doña María, reina de Castilla y de León que era a esa
sazón, que le envió rogar, la cual fue muy buena dueña y de muy
buena vida, y de buen consejo, y de buen seso natural, y muy
cumplida en todas buenas costumbres, y amadora de justicia y con
piedad, no orgulleciendo con buena andanza ni desesperando con mala
andanza cuando le acaecía, mas muy firme y estable en todos los sus
hechos que entendía que con Dios y con razón y con derecho eran,
así como se cuenta en el libro de la historia; otrosí, queriendo el
obispo honrar a toda España, no había otro cardenal enterrado.
Ninguno de los otros no lo osaban al Papa demandar, y él, por la su
mesura, ofreciose a demandarlo. Y comoquiera que luego no se lo
quiso otorgar el Papa, a la cima mandóselo dar. Y entonces el
Arcediano sacolo de la sepultura donde yacía enterrado en la ciudad
de Roma en la iglesia de Santa María, cerca de la capilla
de praesepe domini donde yace enterrado
San Jerónimo. Y allí estaba hecha la sepultura del cardenal muy
noblemente obrada en memoria de él, y está alta en la pared. Y el
Arcediano trajo el cuerpo muy encubiertamente por el camino,
temiendo que se lo embargarían algunos que no estaban bien con la
iglesia de Roma, o otros por aventura, por enterrarlo en sus
lugares; así como le aconteció en Florencia una vegada, que se lo
quisieron tomar por enterrarlo y, sino porque les dijo el Arcediano
que era un caballero su pariente que muriera en esta romería, que
lo llevaba a su tierra. Y después que llegó a Logroño descubriolo,
y fue y recibido muy honradamente de don Ferrando, obispo de
Calahorra, que le salió a recibir revestido con sus vestiduras
pontificales y con toda la clerecía del obispo, de vestiduras de
capas de seda, y todos los hombres buenos de la villa con candelas
en las manos y con ramos. Y hasta que llegó a Toledo fue recibido
muy honradamente, y de toda la clerecía, y de las órdenes, y de los
hombres buenos de la villa. Y antes que llegasen con el cuerpo a la
ciudad de Burgos, el rey don Ferrando, hijo del muy noble rey don
Sancho y de la reina doña María, con el infante don Enrique su tío,
y don Diego, señor de Vizcaya, y don Lope su hijo, y otros muchos
ricos hombres e infanzones y caballeros que le salieron a recibir
fuera de la ciudad, y le hicieron mucha honra y, por donde iban,
saliendo a recibir todos los de las villas como a cuerpo santo, con
candelas en las manos y con ramos. Y en las procesiones que hacían
la clerecía y las órdenes, cuando llegaban a las villas, no
cantaban responsos de difuntos, sino
ecce
sacerdos magnus y otros responsos y antífonas semejantes, así
como a fiesta de cuerpo santo. Y la honra que recibió este cuerpo
del cardenal cuando llegaron con él a la noble ciudad de Toledo fue
muy gran maravilla, en manera que no se acordaba ninguno, por
anciano que fuese, que oyese decir que ni a rey ni a emperador ni a
otro ninguno fuese hecha tan grande honra como a este cuerpo de
este cardenal; ca todos los clérigos del arzobispado fueron con
capas de seda, y las órdenes de la ciudad también de religiosos… No
fincó
[5] cristiano
ni moro ni judío que todos no le salieron a recibir con sus cirios
muy grandes y con ramos en las manos. Y fue y don Gonzalo,
arzobispo de Toledo, su sobrino, y don Juan, hijo del infante don
Manuel, con él; ca el Arzobispo lo salió a recibir a Peñafiel y no
se partió de él hasta en Toledo, donde le hicieron tan gran honra
como ya oísteis; pero que el Arcediano se paró a toda la costa de
ida y de venida, y costole muy gran algo: lo uno porque era muy
luengo el camino, como de Toledo a Roma; lo ál
[6] porque
había a traer mayor compaña a su costa por honra del cuerpo del
cardenal; lo ál porque todo el camino eran viandas muy caras por
razón de la muy gran gente sin cuento que iban a Roma en esta
romería de todas las partes del mundo, en que la cena de la bestia
costaba cada noche en muchos lugares cuatro torneses gruesos. Y fue
gran milagro de Dios que en todos los caminos por donde venían los
peregrinos, tan abundados eran de todas las viandas que nunca
falleció a los peregrinos cosa de lo que habían mester; ca Nuestro
Señor Dios por la su merced quiso que no menguase ninguna cosa a
aquellos que en su servicio iban. Y ciertas, si costa grande hizo
el Arcediano en este camino, mucho le es de agradecer, porque lo
empleó muy bien, reconociendo la merced que del cardenal recibiera
y la crianza que en él hiciera, así como lo deben hacer todos los
hombres de buen entendimiento, y de buen conocer, y que bien y
merced reciben de otro. Onde bienaventurado fue el señor que se
trabajó de hacer buenos criados y leales; ca estos tales ni les
fallecieran en la vida ni después; ca lealtad les hace acordarse
del bien hecho que recibieron en vida y en muerte. Y porque la
memoria del hombre ha luengo tiempo, y no se pueden acordar los
hombres de las cosas muy antiguas si no las halló por escrito, y
por ende el trasladador de la historia que adelante oiréis, que fue
trasladado de caldeo en latín y de latín en romance, y puso y
ordenó estas dos cosas sobredichas en esta obra, porque los que
vinieren después de los de este tiempo sepan cuando el año jubileo
ha de ser, porque le puedan ir a ganar los bienaventurados perdones
que en aquel tiempo son otorgados a todos los que allá fueren, y
que sepan que este fue el primer cardenal que fue enterrado en
España. Pero esta obra es hecha so enmienda de aquellos que la
quisieren enmendar. Y ciertas débenlo hacer los que quisieren y la
supieren enmendar siquiera, porque dice la Escritura que sutilmente
la cosa hecha enmienda más de loar es que el que primeramente la
halló. Y otrosí mucho debe placer a quien la cosa comienza a hacer
que la enmienden todos cuantos la quisieren enmendar y supieren;
porque cuanto más es la cosa enmendada, tanto más es loada. Y no se
debe ninguno esforzar en su solo entendimiento ni creer que todo se
puede acordar; ca haber todas las cosas en memoria y no pecar ni
errar en ninguna cosa, más es esto de Dios que no de hombre. Y por
ende debemos creer que todo hombre ha cumplido saber de Dios sólo y
no de otro ninguno. Ca por razón de la mengua de la memoria del
hombre fueron puestas estas cosas a esta obra, en la cual hay muy
buenos ejemplos para saberse guardar hombre de yerro, si bien
quisiere vivir y usar de ellas; y hay otras razones muchas de solaz
en que puede hombre tomar placer, ca todo hombre que trabajo quiere
tomar para hacer alguna buena obra, debe en ella entreponer a las
vegadas algunas cosas de placer y de solaz. Y la palabra es del
sabio que dice así: «Entre los cuidados a las vegadas pone algunos
placeres.» Ca muy fuerte cosa es de sufrir el cuidado continuado si
a las vegadas no diese hombre placer o algún solaz. Y con gran
enojo del trabajo y del cuidado, suele hombre muchas vegadas
desamparar la buena obra que ha hombre comenzado; onde todos los
hombres del mundo se deben trabajar de hacer siempre bien y
esforzarse a ello y no enojarse. Y así lo puede bien acabar con el
ayuda de Dios, ca así como la casa no ha buen cimiento, bien así de
razón y de derecho de la casa que ha buen cimiento esperanza debe
hombre haber que habrá buena cima, mayormente comenzando cosa
honesta y buena a servicio de Dios, en cuyo nombre se deben
comenzar todas las cosas que buen fin deben haber. Ca Dios es
comienzo y acabamiento de todas las cosas, y sin Él ninguna cosa no
puede ser hecha. Y por ende, todo hombre que alguna cosa u obra
buena quiere comenzar, debe anteponer en ellas a Dios. Y Él es
hacedor y mantenedor de las cosas; así puede bien acabar lo que
comenzare, mayormente si buen seso natural tuviere. Ca entre todos
los bienes que Dios quiso dar al hombre, y entre todas las otras
ciencias que aprende, la candela que a todas estas alumbra, seso
natural es. Ca ninguna ciencia que hombre aprenda no puede ser
alumbrada ni endrezada sin buen seso natural. Y comoquiera que la
ciencia sepa hombre de corazón y la rece, sin buen seso natural no
la puede hombre bien aprender. Y aunque la entienda, menguado el
buen seso natural, no puede obrar de ella ni usar así como conviene
a la ciencia, de cualquier parte que sea; onde a quien Dios quiso
buen seso dar, puede comenzar y acabar buenas obras y honestas a
servicio de Dios y aprovechamiento de aquellos que las oyeren, y
buen prez de sí mismo. Y pero que la obra sea muy luenga y de
trabajo, no debe desesperar de no poderlo acabar, por ningunos
embargos que le acaezcan; porque aquel Dios verdadero y mantenedor
de todas las cosas, el cual hombre de buen seso natural antepuso en
la su obra, hale dar cima aquella que le conviene, así como
aconteció a un caballero de las Indias donde anduvo predicando San
Bartolomé apóstol, después de la muerte de Nuestro Salvador
Jesucristo, el cual caballero hubo nombre Zifar de bautismo, y
después hubo nombre el Caballero de Dios, porque se tuvo él siempre
con Dios y Dios con él en todos los hechos, así como adelante
oiréis, podréis ver y entenderéis por las sus obras. Y por ende es
dicho éste Libro del Caballero de Dios; el cual caballero era
cumplido de buen seso natural y de esforzar, de justicia y de buen
consejo, y de buena verdad, comoquiera que la fortuna era contra él
en traerlo a pobreza, pero que nunca desesperó de la merced de
Dios, teniendo que Él le podría mudar aquella fortuna fuerte en
mejor, así como lo hizo, según ahora oiréis.