Apocalipsis

La revelación de Jesucristo

1

1 Esta revelación Dios se la dio a Jesucristo para que mostrara a sus siervos lo que pronto tiene que suceder. Jesucristo envió a su ángel y se la dio a conocer a su siervo Juan,

2 y éste da fe de todo lo que ha visto, y de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo.

3 Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y observan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.

Saludos a las siete iglesias

4 Yo, Juan, me dirijo a las siete iglesias que están en Asia. Que la gracia y la paz estén con ustedes, de parte del que es, el que era, y el que ha de venir, y de los siete espíritus que están ante su trono,

5 y de Jesucristo, el testigo fiel, primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra. Él nos amó; con su sangre nos lavó de nuestros pecados,

6 y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre. Por eso, a él sea dada la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

7 ¡Miren! ¡Ya viene en las nubes! Y todos lo verán, aun los que lo traspasaron; y todas las naciones de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén.

8 Dios el Señor dice: «Yo soy el Alfa y la Omega, (el principio y el fin,)[a] el que es, el que era, y el que ha de venir. Soy el Todopoderoso».

Una visión del Hijo del Hombre

9 Yo, Juan, soy hermano de ustedes y participo con ustedes en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo. Por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo estaba yo en la isla de Patmos.

10 En el día del Señor quedé bajo el poder del Espíritu, y detrás de mí oí una fuerte voz, parecida al sonido de una trompeta,

11 que decía: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a estas siete iglesias: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».

12 Yo volví la mirada para ver de quién era la voz que hablaba conmigo, y al volverme vi siete candeleros de oro;

13 en medio de los siete candeleros vi a alguien, semejante al Hijo del Hombre, que vestía un ropaje que le llegaba hasta los pies, y que llevaba un cinto de oro a la altura del pecho.

14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana. Parecían de nieve. Sus ojos chispeaban como una llama de fuego.

15 Sus pies eran semejantes al bronce pulido, y brillaban como en un horno; su voz resonaba como el estruendo de un poderoso caudal de agua;

16 en su mano derecha llevaba siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de doble filo; su rostro era radiante, como el sol en todo su esplendor.

17 Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, y me dijo: «No temas. Yo soy el primero y el último,

18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre. Amén. Yo tengo las llaves de la muerte y del infierno.

19 Escribe esto que has visto, y lo que ahora sucede, y lo que va a suceder después de esto.

20 Éste es el significado de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.

Mensaje a la iglesia de Éfeso

2

1 »Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: Así dice el que lleva siete estrellas en su mano derecha y anda en medio de los siete candeleros de oro:

2 «Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu paciencia. Sé que no soportas a los malvados, que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles y no lo son, y que has descubierto que son unos mentirosos.

3 Por causa de mi nombre has resistido, sufrido y trabajado arduamente, sin rendirte.

4 Pero tengo contra ti que has abandonado tu primer amor.

5 Así que ponte a pensar en qué has fallado, y arrepiéntete, y vuelve a actuar como al principio. De lo contrario, vendré a ti y, si no te arrepientes, quitaré tu candelero de su lugar.

6 Pero tienes algo a tu favor: que no soportas las obras de los nicolaítas, las cuales tampoco yo soporto.

7 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor, le permitiré comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.

Mensaje a la iglesia de Esmirna

8 «Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: Así dice el primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a vivir:

9 «Yo conozco tus obras, tus sufrimientos, y tu pobreza (aunque en realidad eres rico). Sé cómo te calumnian los que dicen ser judíos, pero que en realidad no son sino una sinagoga de Satanás.

10 No tengas miedo de lo que vas a sufrir, pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel, y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.

11 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias: El que salga vencedor, no sufrirá el daño de la segunda muerte.

Mensaje a la iglesia de Pérgamo

12 «Escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: Así dice el que tiene la espada aguda de doble filo:

13 «Yo sé dónde vives, y dónde está el trono de Satanás. Sin embargo, te mantienes fiel a mi nombre, y no has negado mi fe, ni siquiera cuando a Antipas, mi testigo fiel, lo mataron en esa ciudad, donde vive Satanás.

14 Pero tengo algunas cosas contra ti. Tienes contigo a los que se aferran a la doctrina de Balaam, el que enseñó a Balac a poner tropiezos a los hijos de Israel, a hacerlos comer de lo sacrificado a los ídolos, y a caer en inmoralidades sexuales.

15 También tienes contigo a los que se aferran a la doctrina de los nicolaítas.

16 Así que, ¡arrepiéntete! De lo contrario, pronto vendré a ti, y con la espada de mi boca pelearé contra ellos.

17 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias: Al que salga vencedor, le daré a comer del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca; en ella está escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.

Mensaje a la iglesia de Tiatira

18 «Escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: Así dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como una llama de fuego, y cuyos pies se asemejan al bronce pulido:

19 «Yo conozco tus obras, tu amor, y tu fe; tu servicio y tu paciencia. También sé que tus últimas obras son mejores que las primeras.

20 Pero tengo algunas cosas contra ti: Tú toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa, pero que seduce a mis siervos y los lleva a incurrir en inmoralidad sexual y a comer lo sacrificado a los ídolos.

21 Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere renunciar a su inmoralidad sexual.

22 Por tanto, a ella y a los que con ella adulteran los haré caer en cama; y si no se arrepienten de sus malas obras, los haré sufrir en gran manera.

23 Y heriré de muerte a sus hijos, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y a cada uno de ustedes le daré según lo que haya hecho.

24 Pero a ustedes y a los demás que están en Tiatira, y que no siguen esa doctrina ni han conocido lo que ellos llaman «las profundidades de Satanás», yo les digo que no les impondré ninguna carga más;

25 pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga.

26 Al que salga vencedor y cumpla hasta el final con lo que yo mando, le daré autoridad sobre las naciones,

27 la misma que he recibido de mi Padre. Y gobernará a las naciones con cetro de hierro, y las despedazará como a un vaso de alfarero.

28 Además, le daré la estrella de la mañana.

29 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Mensaje a la iglesia de Sardis

3

1 »Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: Así dice el que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas: »Yo sé todo lo que haces, y sé que estás muerto, aunque parezcas estar vivo.

2 Manténte vigilante y afirma todo aquello que está a punto de morir, pues he encontrado que tus obras no son perfectas ante mi Dios.

3 Haz memoria de lo que has recibido y oído, y ponlo en práctica y arrepiéntete. Si no te mantienes vigilante, cuando menos lo esperes vendré sobre ti como un ladrón.

4 Pero cuentas en Sardis con unos cuantos que no han manchado sus vestiduras; ellos son dignos de andar conmigo vestidos de blanco.

5 El que salga vencedor será vestido de blanco, y jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que lo reconoceré delante de mi Padre y de sus ángeles.

6 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Mensaje a la iglesia de Filadelfia

7 «Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Así dice el Santo y Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, y cierra y nadie puede abrir:

8 Yo sé todo lo que haces. Delante de ti he puesto una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar. Aunque son pocas tus fuerzas, has obedecido mi palabra y no has negado mi nombre.

9 Yo haré que esos que en la sinagoga de Satanás dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten, vayan y se arrodillen ante ti, y reconozcan que yo te he amado.

10 Por cuanto has obedecido mi mandamiento de ser perseverante, yo también te protegeré a la hora de la prueba, la cual vendrá sobre el mundo entero para poner a prueba a cuantos habitan en la tierra.

11 Ya pronto vengo. Lo que tienes, no lo sueltes, y nadie te quitará tu corona.

12 Al que salga vencedor lo convertiré en columna del templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí. Sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el de su ciudad, es decir, de la nueva Jerusalén que desciende del cielo de mi Dios, y también mi nuevo nombre.

13 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Mensaje a la iglesia de Laodicea

14 «Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Así dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:

15 ««Yo sé todo lo que haces, y sé que no eres frío ni caliente. ¡Cómo quisiera que fueras frío o caliente!

16 Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

17 Tú dices: «Yo soy rico; he llegado a tener muchas riquezas. No carezco de nada». Pero no sabes que eres un desventurado, un miserable, y que estás pobre, ciego y desnudo.

18 Para que seas realmente rico, yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego, y vestiduras blancas, para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Unge tus ojos con colirio, y podrás ver.

19 A todos los que amo, yo los reprendo y los castigo; así que muestra tu fervor y arrepiéntete.

20 ¡Mira! Ya estoy a la puerta, y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo.

21 Al que salga vencedor, le concederé el derecho de sentarse a mi lado en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado al lado de mi Padre en su trono.

22 El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

La adoración celestial

4

1 Después de esto, miré y vi que en el cielo había una puerta abierta. Entonces la voz que antes había escuchado, y que era como el sonido de una trompeta, me dijo: «Sube acá y te mostraré lo que va a suceder después de esto».

2 Al instante quedé bajo el poder del Espíritu y vi que en el cielo había un trono, y que alguien estaba sentado en él.

3 El que estaba sentado en el trono tenía el aspecto de una piedra de jaspe y de cornalina. Alrededor del trono había un arco iris, semejante a la esmeralda.

4 Alrededor del trono había veinticuatro tronos, y en ellos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas y con sendas coronas de oro en la cabeza.

5 Del trono salían voces, relámpagos y truenos; y delante del trono ardían siete antorchas de fuego, que son los siete espíritus de Dios.

6 Delante del trono había algo que parecía un mar de vidrio semejante al cristal, y en el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes que tenían ojos por delante y por detrás.

7 El primer ser viviente parecía un león, el segundo parecía un becerro, el rostro del tercero era semejante al de un hombre, y el cuarto parecía un águila en vuelo.

8 Cada uno de los cuatro seres vivientes tenía seis alas, y estaba lleno de ojos por fuera y por dentro. Día y noche no cesaban de decir: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir».

9 Cada vez que aquellos seres vivientes daban gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el trono y que vive por los siglos de los siglos,

10 los veinticuatro ancianos se postraban delante de él y lo adoraban, y mientras ponían sus coronas delante del trono del que vive por los siglos de los siglos, decían:

11 «Digno eres, Señor, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas».

El rollo y el Cordero

5

1 Vi entonces que el que estaba sentado en el trono tenía en la mano derecha un libro, el cual estaba escrito por dentro y por fuera. El libro estaba sellado con siete sellos.

2 Vi también a un ángel poderoso, que a gran voz proclamaba: «¿Quién es digno de abrir el libro y de quitarle los sellos?».

3 Pero no había nadie en el cielo, ni en la tierra ni debajo de la tierra, que pudiera abrir el libro, y ni siquiera mirarlo.

4 Yo lloraba mucho al ver que no había nadie digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.

5 Y uno de los ancianos me dijo: «No llores, pues el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido y puede abrir el libro y quitarle sus siete sellos».

6 En ese momento vi un Cordero en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos. Estaba de pie, y parecía haber sido inmolado. Tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete espíritus que Dios ha enviado por toda la tierra.

7 El Cordero se acercó al que estaba sentado en el trono, y de su mano derecha tomó el libro.

8 Tan pronto como lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron ante el Cordero. Todos llevaban arpas, y también copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos,

9 y entonaban un cántico nuevo, que decía: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado. Con tu sangre redimiste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación,

10 y para nuestro Dios los hiciste reyes y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».

11 Miré entonces, y alrededor del trono oí la voz de muchos ángeles, y de los seres vivientes y de los ancianos. Eran una multitud incontable; ¡miríadas y miríadas de ellos!

12 A grandes voces decían: «Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder y las riquezas, la sabiduría y la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza».

13 Entonces oí que todo lo creado en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: «Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sean dadas la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos».

14 Los cuatro seres vivientes decían: «Amén». Y los veinticuatro ancianos se inclinaron y adoraron.

Los sellos

6

1 Entonces vi que el Cordero rompió uno de los sellos, y oí que uno de los cuatro seres vivientes me decía con voz de trueno: «¡Ven!».

2 Yo miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió para vencer y seguir venciendo.

3 Abrió entonces el segundo sello, y oí al segundo ser viviente decirme: «¡Ven!».

4 Salió entonces otro caballo, éste de color rojo, y al que lo montaba se le dio una gran espada, junto con el poder de adueñarse de la paz de la tierra y de hacer que los hombres se mataran unos a otros.

5 El Cordero rompió el tercer sello, y entonces oí que el tercer ser viviente me decía: «¡Ven!». Vi entonces aparecer un caballo negro, y el que lo montaba llevaba en la mano una balanza.

6 En medio de los cuatro seres vivientes, oí una voz que decía: «¡Un kilo de trigo, o tres kilos de cebada, por el salario de un día! ¡Pero no seas injusto con el aceite ni con el vino!».

7 Al abrir el Cordero el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que me decía: «¡Ven!».

8 Yo miré, y vi aparecer un caballo descolorido, y el que lo montaba se llamaba Muerte. Tras él venía el Infierno. Recibió poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con guerras, hambre y mortandad, y con las fieras de la tierra.

9 Al abrir el Cordero el quinto sello, debajo del altar vi a las almas de los que habían muerto por causa de la palabra de Dios y de su testimonio.

10 A gran voz decían: «Señor santo y verdadero, ¿hasta cuándo seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra sangre?

11 Entonces se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansaran todavía un poco más de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos, que también sufrirían la muerte como ellos.

12 Yo vi cuando el Cordero abrió el sexto sello, y entonces se produjo un gran terremoto. El sol se cubrió de oscuridad, como con un vestido de luto, y la luna entera se puso roja como la sangre;

13 las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como caen los higos cuando un fuerte viento sacude la higuera.

14 El cielo se esfumó, como si fuera un pergamino que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidas de su lugar.

15 Todos se escondieron en las cuevas y entre las grietas de los montes: lo mismo los reyes de la tierra que los príncipes, los ricos, los capitanes y los poderosos; lo mismo los esclavos que los libres;

16 y decían a los montes y a las peñas: «¡Caigan sobre nosotros! ¡No dejen que nos mire el que está sentado sobre el trono! ¡Escóndannos de la ira del Cordero!

17 El gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá mantenerse en pie?».

Los 144 mil sellados

7

1 Después de esto vi a cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro extremos de la tierra. Estos ángeles impedían que los cuatro vientos de la tierra soplaran sobre la tierra o sobre el mar, o sobre todo árbol.

2 También vi que otro ángel venía por donde sale el sol. Tenía el sello del Dios vivo, y con grandes voces llamaba a los cuatro ángeles, los cuales habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar.

3 Les dijo: «No dañen a la tierra, ni al mar ni a los árboles, hasta que a los siervos de nuestro Dios les hayamos puesto un sello en la frente».

4 Pude oír que el número de los que fueron sellados era de ciento cuarenta y cuatro mil, tomados de entre todas las tribus de los hijos de Israel:

5 Doce mil de la tribu de Judá, doce mil de la tribu de Rubén, doce mil de la tribu de Gad,

6 doce mil de la tribu de Aser, doce mil de la tribu de Neftalí, doce mil de la tribu de Manasés,

7 doce mil de la tribu de Simeón, doce mil de la tribu de Leví, doce mil de la tribu de Isacar,

8 doce mil de la tribu de Zabulón, doce mil de la tribu de José, doce mil de la tribu de Benjamín.

La multitud vestida de ropas blancas

9 Después de esto vi aparecer una gran multitud compuesta de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Era imposible saber su número. Estaban de pie ante el trono, en presencia del Cordero, y vestían ropas blancas; en sus manos llevaban ramas de palma,

10 y a grandes voces gritaban: «La salvación proviene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero».

11 Todos los ángeles estaban de pie, alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y delante del trono inclinaron el rostro y adoraron a Dios.

12 Decían: «¡Amén! A nuestro Dios sean dadas la bendición y la gloria, la sabiduría y la acción de gracias, y la honra, el poder y la fortaleza, por los siglos de los siglos. ¡Amén!».

13 Entonces uno de los ancianos me dijo: «Y estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son? ¿De dónde vienen?».

14 Yo le respondí: «Señor, tú lo sabes». Entonces él me dijo: «Éstos han salido de la gran tribulación. Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero.

15 Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los protege con su presencia.

16 No volverán a tener hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el calor los molestará,

17 porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los llevará a fuentes de agua de vida, y Dios mismo secará de sus ojos toda lágrima».

El séptimo sello

8

1 Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo durante una media hora.

2 Vi entonces que a los siete ángeles que estaban de pie ante Dios se les dieron siete trompetas,

3 y otro ángel vino con un incensario de oro, y se detuvo ante el altar. A ese ángel se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de todos los santos, y lo ofreciera sobre el altar de oro que estaba delante del trono.

4 De la mano del ángel subió el humo del incienso a la presencia de Dios, junto con las oraciones de los santos.

5 El ángel tomó el incensario, lo llenó con fuego del altar, y ese fuego lo arrojó a la tierra. Hubo entonces truenos, voces, relámpagos y un terremoto.

Las trompetas

6 Los siete ángeles se dispusieron a tocar las siete trompetas que tenían.

7 Cuando el primer ángel tocó su trompeta, cayeron sobre la tierra granizo y fuego mezclados con sangre, con lo que se quemó la tercera parte de la tierra, la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde.

8 Cuando el segundo ángel tocó su trompeta, cayó sobre el mar algo parecido a una gran montaña en llamas, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre,

9 con lo que murió la tercera parte de todo lo que vivía en el mar y fue destruida la tercera parte de las embarcaciones.

10 Cuando el tercer ángel tocó su trompeta, del cielo cayó una gran estrella, la cual ardía como una antorcha. Cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre los manantiales de agua.

11 El nombre de esa estrella es Amargura, así que la tercera parte de las aguas se volvió amarga, y mucha gente murió por causa de esas aguas amargas.

12 Cuando el cuarto ángel tocó su trompeta, fue tal el daño que sufrieron el sol, la luna y las estrellas, que perdieron una tercera parte de su brillo, y también se oscureció una tercera parte del día, lo mismo que una tercera parte de la noche.

13 Miré entonces, y oí que un águila revoloteaba en medio del cielo y a grandes voces gritaba: «¡Ay, ay, ay! ¡Pobres de los habitantes de la tierra cuando suenen las trompetas que están a punto de tocar los otros tres ángeles!».

9

1 Cuando el quinto ángel tocó su trompeta, vi que una estrella cayó del cielo a la tierra, y que se le dio la llave del profundo abismo.

2 El ángel abrió las profundidades del abismo, y de allí salió humo, como de un horno enorme, y ese humo hizo que el sol y el aire se oscurecieran.

3 Del humo salieron también langostas, que infestaron la tierra; y se les dio el mismo poder que tienen los escorpiones de la tierra,

4 pero con la orden de no dañar la hierba ni los árboles, ni nada que tuviera verdor, sino sólo a quienes no tuvieran en la frente el sello de Dios.

5 No se les permitió matar a nadie, sino sólo hacer sufrir a la gente durante cinco meses con el mismo dolor de una picadura de escorpión.

6 Durante ese tiempo la gente intentará morir, pero no lo conseguirá; deseará la muerte, pero ésta huirá de ellos.

7 Las langostas tenían el aspecto de caballos preparados para la guerra; en la cabeza llevaban algo parecido a una corona de oro, y sus caras eran semejantes a los rostros humanos.

8 Sus crines parecían cabelleras de mujer, y sus dientes eran como los colmillos de los leones.

9 Su caparazón parecía una coraza de hierro, y con sus alas producían un estruendo semejante al de muchos carros y caballos que corren a la batalla.

10 Sus colas y aguijones eran como de escorpiones, y con su cola podían dañar a la gente durante cinco meses.

11 El rey que los gobierna es el ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión.[b]

12 El primer ay pasó, pero aún faltan dos ayes más.

13 Cuando el sexto ángel tocó su trompeta, oí una voz que salía de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios.

14 Esa voz le decía al sexto ángel que tenía la trompeta: «Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates».

15 Y fueron desatados los cuatro ángeles, los cuales estaban preparados para matar en esa hora y ese día, de ese mes y año, a la tercera parte de la gente.

16 Y oí que el número de las tropas de a caballo era de doscientos millones.

17 Ésta es la visión que tuve de los caballos y sus jinetes: Sus corazas eran rojas como el fuego, azules como el zafiro y amarillas como el azufre. Las cabezas de los caballos parecían cabezas de león, y por el hocico lanzaban fuego, humo y azufre.

18 La tercera parte de la gente murió por causa de estas tres plagas, es decir, por el fuego, por el humo y por el azufre que lanzaban por el hocico.

19 Y es que los caballos tenían poder en el hocico y en la cola, pues su cola parecía serpiente, y el daño lo causaban con la cabeza.

20 El resto de la gente, los que no murieron por estas plagas, ni aun así se arrepintieron de su maldad, ni dejaron de adorar a los demonios ni a las imágenes de oro, plata, bronce, piedra y madera, las cuales no pueden ver ni oír ni caminar.

21 Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus hechicerías, ni de su inmoralidad sexual ni de sus robos.

El ángel con el librito

10

1 Entonces vi descender del cielo a otro ángel poderoso. Venía envuelto en una nube y con el arco iris sobre su cabeza. Su rostro era semejante al sol, y sus piernas parecían dos columnas de fuego.

2 En su mano tenía un librito abierto, y se quedó con el pie derecho sobre el mar y con el izquierdo sobre la tierra;

3 en ese momento lanzó un grito tan fuerte como el rugido de un león, y se oyó la estruendosa voz de siete truenos.

4 Después de que hablaron los siete truenos, me dispuse a escribir, pero desde el cielo oí una voz que me decía: «No reveles lo que han dicho los siete truenos. No lo escribas».

5 Entonces el ángel que vi que estaba sobre el mar y sobre la tierra levantó su mano derecha al cielo

6 y jurando por el que vive por los siglos de los siglos, por el mismo que creó el cielo, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, dijo: «¡Se acabó el tiempo!

7 Cuando llegue el momento de que el séptimo ángel comience a tocar la trompeta, se cumplirá el misterio de Dios, que él ya había anunciado a sus siervos los profetas».

8 La voz que oí del cielo volvió a hablarme, y me dijo: «Ve y toma el librito abierto que tiene en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».

9 Yo me dirigí al ángel y le pedí que me diera el librito. Y él me dijo: «Aquí lo tienes. Cómetelo. Te amargará el estómago, pero en tus labios será dulce como la miel».

10 Yo tomé el librito de la mano del ángel, y me lo comí. En mis labios era dulce como la miel, pero una vez que lo comí, me amargó el estómago.

11 Y se me dijo: «Debes profetizar otra vez acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes».

Los dos testigos

11

1 Entonces se me dio una caña, parecida a una vara de medir, y se me dijo: «Levántate y mide el templo de Dios y el altar, y cuenta a los que adoran en él.

2 Pero no midas el patio que está fuera del templo; déjalo sin medir, porque ha sido entregado a los no creyentes, y ellos van a pisotear la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.

3 Yo enviaré a dos testigos míos, vestidos de cilicio, a que profeticen durante mil doscientos sesenta días».

4 Estos testigos son los dos olivos y los dos candeleros que permanecen delante del Señor de la tierra.

5 Si alguien quiere dañarlos, de su boca sale un fuego que consume a sus enemigos; cualquiera que quiera hacerles daño morirá de esa manera.

6 Ellos tienen poder para cerrar el cielo e impedir que llueva durante los días de su profecía; tienen también poder para convertir el agua en sangre, y para azotar la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran.

7 Cuando terminen de dar su testimonio, la bestia que sube del abismo luchará contra ellos y los vencerá, y les dará muerte.

8 Sus cadáveres quedarán tendidos en las calles de la gran ciudad, la que en sentido espiritual se llama Sodoma, y también Egipto, donde el Señor de ellos fue crucificado.

9 Y durante tres días y medio gente de distintos pueblos, tribus, lenguas y naciones verá sus cadáveres, y no permitirá que sean sepultados.

10 Los habitantes de la tierra se alegrarán de la muerte de estos dos profetas; la celebrarán y hasta se harán regalos unos a otros, porque estos dos los habían estado atormentando.

11 Después de tres días y medio, entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se pusieron de pie, y todos los que los vieron se llenaron de temor.

12 Entonces los dos testigos oyeron una fuerte voz del cielo, que les decía: «Suban acá». Y ellos subieron al cielo en una nube, y sus enemigos los vieron.

13 En ese momento hubo un gran terremoto, y a causa del terremoto se derrumbó la décima parte de la ciudad y murieron siete mil personas. Los demás se llenaron de terror y dieron gloria al Dios del cielo.

14 El segundo ay pasó, pero el tercer ay viene pronto.

La séptima trompeta

15 Cuando el séptimo ángel tocó su trompeta, se oyeron fuertes voces en el cielo, que decían: «Los reinos del mundo han llegado a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos».

16 Entonces los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, inclinaron su rostro y adoraron a Dios.

17 Decían: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres, y el que eras, porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar.

18 Las naciones se han enfurecido, pero ha llegado tu ira, el tiempo de juzgar a los muertos y de recompensar a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, lo mismo grandes que pequeños, y de destruir a los que destruyen la tierra».

19 En ese momento el templo de Dios se abrió en el cielo, y en él se veía el arca de su pacto. Hubo entonces relámpagos, voces, truenos, un terremoto y una granizada impresionante.

La mujer y el dragón

12

1 Pudo entonces verse una gran señal en el cielo: Apareció una mujer cuyo vestido era el sol. La luna estaba debajo de sus pies, y en su cabeza llevaba una corona con doce estrellas.

2 Estaba encinta, y gritaba por los dolores de parto y por la angustia del alumbramiento.

3 También pudo verse en el cielo otra señal: Apareció un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y con una diadema en cada cabeza.

4 Con su cola arrastró a la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Luego el dragón se colocó frente a la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera.

5 La mujer dio a luz un hijo varón, el cual gobernará a todas las naciones con cetro de hierro. Pero su hijo le fue arrebatado para Dios y su trono.

6 La mujer huyó entonces al desierto, a un lugar que Dios le había preparado, para que allí la alimentaran durante mil doscientos sesenta días.

7 Después hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, y el dragón y sus ángeles también lucharon,

8 pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo.

9 Así fue expulsado el gran dragón, que es la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo. Él y sus ángeles fueron arrojados a la tierra.

10 Entonces oí una fuerte voz en el cielo, que decía: «¡Aquí están ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! ¡Ya ha sido expulsado el que día y noche acusaba a nuestros hermanos delante de nuestro Dios!

11 Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra que ellos proclamaron; siempre estuvieron preparados a entregar sus vidas y morir.

12 ¡Alégrense por eso, ustedes los cielos! ¡Alégrense ustedes, que los habitan! ¡Pero ay de ustedes, los que habitan la tierra y el mar! El diablo ha llegado a ustedes lleno de ira, porque sabe que le queda poco tiempo».

13 Cuando el dragón se dio cuenta de que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón.

14 Pero a la mujer se le dieron las dos alas de la gran águila para que volara a su lugar en el desierto, donde es alimentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo, para estar a salvo de la serpiente.

15 Entonces la serpiente arrojó mucha agua por la boca, para que la mujer fuera arrastrada como por un río.

16 Pero la tierra vino en su ayuda, pues abrió su boca y se tragó el río que el dragón había arrojado por su boca.

17 Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a luchar contra el resto de sus descendientes, es decir, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.

Las dos bestias

13

1 Y el dragón se detuvo a la orilla del mar. Entonces vi que del mar subía una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos. En cada cuerno llevaba una diadema, y en cada cabeza tenía un nombre blasfemo.

2 La bestia que vi parecía un leopardo; sus patas parecían las de un oso, y sus fauces eran como de león. El dragón cedió a la bestia su poder y su trono, y gran autoridad.

3 Una de sus cabezas parecía tener una herida mortal, pero su herida fue sanada. Toda la gente se llenó de asombro y siguió a la bestia,

4 y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y también a la bestia. Decían: «¿Quién puede compararse a la bestia? ¿Quién podrá luchar contra ella?».

5 También se le permitió fanfarronear y proferir blasfemias, y se le dio autoridad para hacer y deshacer durante cuarenta y dos meses.

6 La bestia comenzó a blasfemar contra Dios y contra su nombre y su tabernáculo, y contra los que viven en el cielo.

7 Se le permitió combatir contra los santos, y vencerlos; y también se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación.

8 Y adoraron a la bestia todos los habitantes de la tierra, todos los que no tienen su nombre inscrito en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.

9 El que tenga oídos, que oiga.

10 El que deba ir al cautiverio, al cautiverio irá; y el que deba morir por la espada, por la espada morirá. Aquí se verá la paciencia y la fe de los santos.

11 Después vi subir de la tierra otra bestia. Tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como un dragón.

12 Cuando estaba en presencia de la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada, ejercía toda la autoridad de ésta, y hacía que la tierra y sus habitantes la adoraran.

13 También hacía grandes prodigios, al grado de que a la vista de todos hacía que cayera fuego del cielo a la tierra.

14 Por medio de las señales que se le permitía hacer en presencia de la primera bestia, engañó a los habitantes de la tierra y les mandó que hicieran una imagen de la bestia, que vivió a pesar de tener una herida de espada.

15 También se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que ésta hablara y mandara matar a todo aquel que no la adorara.

16 Además, hizo que a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiera una marca en la mano derecha o en la frente,

17 y que nadie pudiera comprar ni vender si no tenía la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre.

18 Aquí hay sabiduría. El que tenga entendimiento, que calcule el número de la bestia, pues es el número de un ser humano, y es el seiscientos sesenta y seis.

El cántico de los 144 000

14

1 Miré, y vi que el Cordero estaba de pie sobre el monte de Sión, y que con él había ciento cuarenta y cuatro mil personas, las cuales tenían inscritos en la frente el nombre de él y el de su Padre.

2 Entonces oí una voz que venía del cielo, semejante al estruendo de un poderoso caudal de agua, y al sonido de un fuerte trueno. La voz que oí parecía ser la de arpistas que tocaban sus arpas.

3 Estaban ante el trono, delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos, y cantaban un cántico nuevo, que nadie más podía aprender sino los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido redimidos de la tierra.

4 Éstos son los que jamás tuvieron contacto con mujeres, pues son vírgenes, y son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Fueron redimidos de entre toda la gente como los primeros frutos para Dios y para el Cordero.

5 No se halló en sus labios mentira alguna, pues son irreprochables.

El mensaje de los tres ángeles

6 Luego vi otro ángel, el cual volaba en medio del cielo. Tenía el evangelio eterno, para predicarlo a los habitantes de la tierra, es decir, a toda nación, raza, lengua y pueblo.

7 Ese ángel decía con fuerte voz: «Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua».

8 A ese ángel lo siguió otro, que decía: «¡Ya cayó Babilonia! ¡Ya cayó esa gran ciudad! Cayó porque embriagó a todas las naciones con el ardiente vino de su inmoralidad sexual».

9 A los dos ángeles los siguió un tercero, que a grandes voces decía: «El que adore a la bestia y a su imagen, y acepte llevar su marca en la frente o en la mano,

10 también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero.

11 El humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, pues ni de día ni de noche tendrán reposo los que adoren a la bestia y a su imagen, ni nadie que acepte llevar la marca de su nombre».

12 Aquí se verá la paciencia de los santos, de los que obedecen los mandamientos de Dios y mantienen la fe en Jesús.

13 Entonces oí una voz que venía del cielo, la cual me decía: «Escribe: De aquí en adelante, bienaventurados sean los que mueren en el Señor». Y el Espíritu dice: «Sí, porque así descansarán de sus trabajos, pues sus obras los acompañan».

La tierra es segada

14 Miré, y vi aparecer una nube blanca. Sobre esa nube estaba sentado alguien que parecía ser el Hijo del Hombre. Llevaba en la cabeza una corona de oro, y en la mano tenía una hoz afilada.

15 En ese momento, otro ángel salió del templo; y con fuerte voz le gritó al que estaba sentado sobre la nube: «¡Usa tu hoz, y levanta la cosecha! ¡Ha llegado la hora de cosechar, pues la cosecha de la tierra ya está madura!

16 El que estaba sentado sobre la nube lanzó su hoz sobre la tierra, y la cosecha de la tierra fue levantada.

17 En ese momento, del templo que está en el cielo salió otro ángel. También llevaba una hoz afilada.

18 Y un ángel más salió del altar, el cual tenía poder sobre el fuego. Con fuerte voz llamó al ángel que tenía la hoz afilada, y le dijo: «Usa tu afilada hoz, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas ya están maduras».

19 El ángel lanzó su hoz sobre la tierra y vendimió su viña, y luego echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.

20 Y se exprimieron las uvas en el lagar, fuera de la ciudad, y la sangre que salió del lagar les llegó a los caballos hasta los frenos, a una distancia de mil seiscientos estadios.

Las siete últimas plagas

15

1 En el cielo vi otra señal, grande y asombrosa: Eran siete ángeles, que tenían las siete últimas plagas, con las cuales la ira de Dios quedaba satisfecha.

2 Vi también lo que parecía ser un mar de cristal mezclado con fuego; allí, sobre el mar de cristal, y con las arpas que Dios les había dado, estaban los que habían logrado vencer a la bestia y a su imagen, y a su marca y el número de su nombre.

3 Entonaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y también el cántico del Cordero. Decían: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso! ¡Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones!

4 ¿Quién no te temerá, Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre? ¡Sólo tú eres santo! Por eso todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado».

5 Después de esto miré, y vi que en el cielo se abrió el templo donde está el tabernáculo del testimonio.

6 Del templo salieron los siete ángeles en posesión de las siete plagas. Estaban vestidos de un lino limpio y resplandeciente, y alrededor del pecho llevaban cintos de oro.

7 Uno de los cuatro seres vivientes entregó a los siete ángeles sendas copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos.

8 El templo se llenó de humo por causa de la gloria de Dios y de su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se cumplieran las siete plagas de los siete ángeles.

Las copas de ira

16

1 Luego oí que del templo salía una fuerte voz, que les decía a los siete ángeles: «¡Vayan y derramen sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios!».

2 El primer ángel fue y derramó su copa sobre la tierra, y a todos los que tenían la marca de la bestia y adoraban su imagen les salió una úlcera maligna y pestilente.

3 El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y el mar se convirtió en sangre, como de la sangre de un muerto; y murieron todos los seres vivos que había en el mar.

4 El tercer ángel derramó su copa sobre ríos y manantiales, y sus aguas se convirtieron en sangre.

5 Y oí que el ángel de las aguas decía: «Justo eres tú, Señor, el que eres, y el que eras; el Santo que ha juzgado estas cosas.

6 Tú les has dado a beber sangre, pues ellos se lo merecen porque derramaron la sangre de los santos y de los profetas».

7 Oí también que otro decía desde el altar: «Ciertamente, Señor y Dios Todopoderoso, tus juicios son justos y verdaderos».

8 El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, con lo que se le permitió quemar con fuego al género humano.

9 Y hombres y mujeres se quemaron con ese gran calor, pero en vez de arrepentirse y dar gloria al nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, blasfemaron contra él.

10 El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino se cubrió de tinieblas. La gente se mordía la lengua de dolor,

11 y por causa de sus dolores y sus úlceras blasfemaron contra el Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus obras.

12 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua del río se secó, para preparar el camino a los reyes que venían del oriente.

13 De la boca del dragón, de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, vi salir tres espíritus impuros con aspecto de ranas.

14 Éstos son espíritus de demonios que hacen señales milagrosas, y que salieron por todo el mundo para reunir a los reyes de la tierra, para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso.

15 «Miren, yo vengo como un ladrón. Bienaventurados los que se mantengan despiertos y conserven sus ropas, no sea que se queden desnudos y se vea la vergüenza de su desnudez».

16 Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama «Armagedón».

17 El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y desde el trono en el templo salió una fuerte voz que decía: «Todo está hecho».

18 Entonces hubo relámpagos, voces y truenos, y un gran temblor de tierra. ¡Nunca antes, desde que la humanidad existe, había habido un terremoto tan grande!

19 La gran ciudad se partió en tres, y las ciudades de las naciones se vinieron abajo; entonces Dios se acordó de la gran Babilonia y le dio a beber de la copa que tenía el ardiente vino de su ira,

20 y todas las islas y los montes desaparecieron.

21 Del cielo cayó sobre la gente una enorme granizada, con granizos que pesaban más de veinte kilos; y fue tan grande la plaga de granizo que toda la gente blasfemó contra Dios.

Condenación de la gran ramera

17

1 Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, vino y me dijo: «Ven acá, y te mostraré el castigo para la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas.

2 Con ella han adulterado los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se han embriagado con el vino de su inmoralidad sexual».

3 Después el ángel me llevó en el Espíritu al desierto, y allí vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y estaba llena de nombres blasfemos.

4 La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y portaba adornos de oro, piedras preciosas y perlas. En la mano tenía una copa de oro, la cual rebosaba de cosas detestables y de la inmundicia de su inmoralidad sexual.

5 Inscrito en la frente ostentaba un nombre, cuyo sentido era un misterio: «La gran Babilonia, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra».

6 Vi que la mujer estaba ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los testigos de Jesús. Al verla, quedé muy asombrado.

7 Pero el ángel me dijo: «¿Por qué te asombras? Yo te voy a decir cuál es el misterio de la mujer, y de la bestia en que viene, la bestia de siete cabezas y diez cuernos.

8 La bestia que has visto, era pero ya no es; y está a punto de subir del abismo para ir a la perdición. Los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo, se asombrarán al ver que la bestia era y ya no es, pero que reaparecerá.

9 Aquí se verá la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer,

10 y son también siete reyes. Cinco de ellos ya no reinan; uno está reinando, y el otro aún no ha llegado; pero cuando venga, es preciso que reine algún tiempo.

11 La bestia que era y ya no es, es también el octavo rey; y es uno de los siete, y va camino a la perdición.

12 Los diez cuernos que has visto, son diez reyes que aún no han empezado a reinar; pero recibirán autoridad para reinar toda una hora, junto con la bestia.

13 El propósito de estos reyes es el mismo, que es el de entregar a la bestia su poder y autoridad.

14 Pelearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y a los que están con él se les llama «elegidos» y «fieles»».

15 El ángel también me dijo: «Las aguas que has visto, donde está sentada la ramera, son multitud de pueblos, naciones y lenguas.

16 Y los diez cuernos y la bestia que viste aborrecerán a la ramera y la dejarán abandonada y desnuda; devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego.

17 Dios ha puesto en el corazón de ellos el ejecutar lo que él se ha propuesto hacer: se pondrán de acuerdo, y entregarán su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.

18 La mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra».

La caída de Babilonia

18

1 Después de esto vi que otro ángel bajaba del cielo; el poder que tenía era muy grande, y su gloria iluminaba la tierra.

2 El ángel gritó con fuerte voz: «¡Ya ha caído! ¡Ya ha caído la gran Babilonia! Se ha convertido en refugio de demonios, en guarida de todo espíritu impuro; ¡está habitada de toda clase de aves inmundas y aborrecibles!

3 Todas las naciones han bebido del ardiente vino de su inmoralidad sexual. Los reyes de la tierra han tenido relaciones sexuales con ella, y los comerciantes de la tierra se han enriquecido gracias a su impresionante prosperidad».

4 Oí entonces otra voz del cielo, que decía: «Ustedes, los de mi pueblo, salgan de esa ciudad para que no participen de sus pecados ni reciban parte de sus plagas;

5 pues son tantos sus pecados que llegan hasta el cielo, y Dios ha tomado en cuenta sus injusticias.

6 ¡Páguenle ustedes con la misma moneda! ¡Denle a beber en la misma copa el doble de la bebida que ella preparó!

7 ¡Páguenle con tantos tormentos y llanto como el esplendor y las riquezas en que ha vivido! Porque en su corazón dice: «Estoy en mi trono de reina; no soy viuda, y jamás experimentaré el sufrimiento».

8 Por eso, en un mismo día le sobrevendrán estas tres plagas: la muerte, el llanto y el hambre. Y será consumida por el fuego, porque Dios, el Señor, que la juzga, es poderoso».

9 Entonces los reyes de la tierra, los que con ella adulteraron y vivieron en deleites, llorarán y harán lamentación cuando vean el humo de su incendio.

10 Sentirán miedo al ver su tormento, y desde lejos dirán: «¡Ay de ti, la grande y poderosa ciudad de Babilonia! ¡Ay de ti, porque en el preciso momento llegó tu castigo!».

11 Y los comerciantes de la tierra llorarán y harán lamentación por ella, porque ya nadie les comprará sus mercaderías

12 ni sus cargamentos de oro, plata, piedras preciosas, perlas, telas de lino fino y seda, de color púrpura y rojo, y toda clase de madera aromática, toda clase de objetos de marfil, y maderas preciosas, cobre, hierro y mármol;

13 canela, especias aromáticas, incienso, mirra, perfumes, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y aun esclavos, que son vidas humanas.

14 «Los frutos que tanto deseabas se han alejado de ti. Has perdido todas las cosas exquisitas y espléndidas, y jamás las recuperarás».

15 Eso dirán los que comerciaban con todo esto, y que se enriquecieron a costa de ella. A la distancia, por temor a su tormento, llorarán y harán lamentación,

16 y dirán: «¡Ay de ti, ay de ti, la gran ciudad, que te vestías de lino fino, de púrpura y de escarlata, y que te adornabas con oro, piedras preciosas y perlas!

17 ¡En una sola hora han sido consumidas tantas riquezas!». Todos los capitanes de barco, y los que viajan en naves, y los marineros, y los que trabajan en el mar, se quedaron a la distancia

18 y, al ver el humo de su incendio, exclamaron: «¿Qué otra ciudad podía compararse a esta gran ciudad?».

19 Y se echaron polvo sobre la cabeza, y entre llanto y lamentos exclamaron: «¡Ay de ti, la gran ciudad! ¡Ay de ti, donde todos los que tenían naves en el mar se hicieron ricos con su riqueza! ¡En el momento preciso has sido asolada!

20 ¡Alégrate de ella, cielo! ¡Y alégrense ustedes, santos, apóstoles y profetas, porque en ella Dios les ha hecho justicia!».

21 Entonces un ángel poderoso levantó una piedra, tan grande como una piedra de molino, y mientras la arrojaba al mar decía: «Con este mismo ímpetu serás derribada, gran ciudad de Babilonia, y nunca más se sabrá de ti.

22 Nunca más volverá a oírse en ti la música del arpa, de la flauta y de la trompeta; nunca más habrá en ti artífices de ningún oficio, ni volverá a oírse en ti el ruido de la piedra del molino.

23 No volverá a alumbrar en ti ninguna lámpara, ni volverá a oírse la voz del esposo o de la esposa. Tus comerciantes eran los grandes personajes de la tierra, y con tus hechicerías engañaste a todas las naciones.

24 Fue en ti donde se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido asesinados en la tierra».

Alabanzas en el cielo

19

1 Después de esto, oí en el cielo la potente voz de una gran multitud que decía: «¡Aleluya! La salvación, la honra, la gloria y el poder son de nuestro Dios,

2 porque sus juicios son justos y verdaderos. Ha condenado a la gran ramera, que con su inmoralidad sexual ha corrompido a la tierra, y ha vengado la sangre de sus siervos, que fue derramada por ella».

3 Y una vez más dijeron: «¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos».

4 Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se inclinaron y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, mientras decían: «¡Amén! ¡Aleluya!».

5 Del trono salió entonces una voz, que decía: «¡Alaben a nuestro Dios todos sus siervos, los que le temen, los grandes y los pequeños!».

6 También oí una voz que parecía el rumor de una gran multitud, o el estruendo de muchas aguas, o el resonar de poderosos truenos, y decía: «¡Aleluya! ¡Reina ya el Señor, nuestro Dios Todopoderoso!

7 ¡Regocijémonos y alegrémonos y démosle gloria! ¡Ha llegado el momento de las bodas del Cordero! Ya su esposa se ha preparado,

8 y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y refulgente». Y es que el lino fino simboliza las acciones justas de los santos.

La cena de las bodas del Cordero

9 Entonces el ángel me dijo: «Escribe: «Bienaventurados los que han sido invitados a la cena de las bodas del Cordero»». Y también me dijo: «Éstas son palabras verdaderas de Dios».

10 Yo me postré a sus pies para adorarlo, pero él me dijo: «¡No hagas eso! Yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios. Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.

El jinete del caballo blanco

11 Entonces vi que el cielo se había abierto, y que allí aparecía un caballo blanco. El nombre del que lo montaba es Fiel y Verdadero, el que juzga y pelea con justicia.

12 Sus ojos parecían dos llamas de fuego, y en su cabeza había muchas diademas, y tenía inscrito un nombre que sólo él conocía.

13 La ropa que vestía estaba teñida de sangre, y su nombre es: «El verbo de Dios».

14 Iba seguido de los ejércitos celestiales, que montaban caballos blancos y vestían lino finísimo, blanco y limpio.

15 De su boca salía una espada afilada, para herir con ella a las naciones. Él las gobernará con cetro de hierro; y pisará el lagar del ardiente vino de la ira del Dios Todopoderoso.

16 En su manto y en su muslo lleva inscrito este nombre: «Rey de reyes y Señor de señores».

17 Vi entonces que un ángel estaba de pie en el sol, y que con voz potente les decía a todas las aves que surcan los cielos: «Vengan ya; júntense para la gran cena de Dios,

18 para que devoren los cadáveres de reyes, capitanes y poderosos; los cadáveres de caballos y de jinetes, ¡los cadáveres de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes!».

19 Vi entonces que la bestia y los reyes de la tierra y sus ejércitos se reunían para luchar contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.

20 Pero la bestia fue apresada, y también el falso profeta que había hecho señales milagrosas delante de ella, con las que había engañado a los que recibieron la marca de la bestia y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos a un lago de fuego que arde con azufre.

21 Los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron devorando sus cadáveres.

Los mil años

20

1 Vi entonces que un ángel descendía del cielo. Llevaba en su mano la llave del abismo y una gran cadena.

2 Apresó al dragón, que es la serpiente antigua, y que es también el Diablo y Satanás, y lo ató durante mil años;

3 luego lo arrojó al abismo y lo encerró, y selló la puerta, para que no volviera a engañar a las naciones hasta el cabo de los mil años. Después de esto es necesario que se le suelte por un poco de tiempo.

4 Vi entonces unos tronos, y sobre ellos estaban sentados los que recibieron la autoridad para juzgar. También vi las almas de los que fueron decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. Ellos son los que nunca adoraron a la bestia ni a su imagen, ni aceptaron jamás llevar su marca en la frente ni en las manos; y éstos volvieron a vivir y reinaron con Cristo durante mil años.

5 Ésta es la primera resurrección. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años.

6 Bienaventurados y santos son los que tienen parte en la primera resurrección, pues la segunda muerte no tiene poder sobre ellos; al contrario, serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él durante mil años.

7 Al cabo de los mil años, Satanás fue puesto en libertad de su prisión,

8 y salió a engañar a las naciones que están en los cuatro extremos de la tierra, y a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla. ¡Su número era incontable, como la arena del mar!

9 Y subieron por todo lo ancho de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero del cielo cayó fuego y los consumió.

10 El diablo, que los había engañado, fue lanzado al lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta. Y allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

El juicio ante el gran trono blanco

11 Vi también un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se volvió a hallar su lugar.

12 Vi entonces de pie, ante Dios, a los muertos, grandes y pequeños. Unos libros fueron abiertos, y después otro más, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras y conforme a lo que estaba anotado en los libros.

13 El mar entregó los muertos que yacían en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que yacían con ellos, y cada uno fue juzgado conforme a sus obras.

14 Luego la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda.

15 Todos los que no tenían su nombre registrado en el libro de la vida fueron lanzados al lago de fuego.

Cielo nuevo y tierra nueva

21

1 Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y el mar tampoco existía ya.

2 Vi también que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descendía del cielo, de Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo.

3 Entonces oí que desde el trono salía una potente voz, la cual decía: «Aquí está el tabernáculo de Dios con los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios.

4 Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir.

5 El que estaba sentado en el trono dijo: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas». Y me dijo: «Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas».

6 También me dijo: «Ya está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, yo le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida.

7 El que salga vencedor heredará todas las cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo.

8 Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los que incurren en inmoralidad sexual, los hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

La nueva Jerusalén

9 Entonces se me acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas finales, y me dijo: «Ven acá, voy a mostrarte a la novia, la esposa del Cordero».

10 Y en el Espíritu me llevó a un monte de gran altura, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, la cual descendía del cielo, de Dios.

11 Tenía la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa, semejante a una piedra de jaspe, transparente como el cristal.

12 Tenía una muralla grande y elevada, y doce puertas; en cada puerta había un ángel, e inscripciones que correspondían a los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur, y tres puertas al occidente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce cimientos, y en ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero.

15 El que hablaba conmigo tenía una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla.

16 La ciudad era cuadrada, pues medía lo mismo de ancho que de largo. Él midió la ciudad con la caña, y de largo y de ancho medía dos mil doscientos kilómetros.[c]

17 También midió la muralla, y medía sesenta y cinco metros, según las medidas empleadas por la gente y que el ángel estaba usando.

18 La muralla estaba hecha de jaspe, pero la ciudad era de oro puro, diáfana como el cristal.

19 Los cimientos de la muralla de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. El primer cimiento era de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero, de ágata; el cuarto, de esmeralda;

20 el quinto, de ónice; el sexto, de cornalina; el séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el noveno, de topacio; el décimo, de crisoprasa; el undécimo, de jacinto, y el duodécimo, de amatista.

21 Las doce puertas eran doce perlas, es decir, que cada una de las puertas era una perla, y la calle de la ciudad era de oro puro y transparente como el vidrio.

22 No vi en ella ningún templo, porque su templo son el Señor y Dios Todopoderoso, y el Cordero.

23 La ciudad no tiene necesidad de que el sol y la luna brillen en ella, porque la ilumina la gloria de Dios y el Cordero es su lumbrera.

24 Las naciones caminarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra traerán a ella sus riquezas y su honra.

25 Sus puertas jamás serán cerradas de día, y en ella no habrá noche.

26 A ella serán llevadas las riquezas y la honra de las naciones,

27 y no entrará en ella nada que sea impuro, o detestable, o falso, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

22

1 Después me mostró un río límpido, de agua de vida. Era resplandeciente como el cristal, y salía del trono de Dios y del Cordero.

2 En medio de la calle de la ciudad, y a cada lado del río, estaba el árbol de la vida, el cual produce doce frutos y da su fruto cada mes; las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.

3 Allí no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en medio de ella, y sus siervos lo adorarán

4 y verán su rostro, y llevarán su nombre en la frente.

5 Allí no volverá a haber noche; no hará falta la luz de ninguna lámpara ni la luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará. Y reinarán por los siglos de los siglos.

La inminente venida de Cristo

6 Y me dijo: «Estas palabras son fieles y verdaderas. El Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ya ha enviado a su ángel para que les muestre a sus siervos lo que pronto tiene que suceder».

7 «¡Vengo pronto! ¡Dichoso el que obedece las palabras proféticas de este libro!».

8 Yo, Juan, soy quien vio y oyó estas cosas. Después de verlas y oírlas, me postré a los pies del ángel que me mostraba estas cosas, para adorarlo,

9 pero él me dijo: «¡No lo hagas! Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas, y de los que obedecen las palabras de este libro. ¡Tú, adora a Dios!».

10 Y me dijo también: «No selles las palabras proféticas de este libro, porque el tiempo está cerca.

11 Deja que quien sea injusto, siga siendo injusto; que quien sea impuro, siga siendo impuro; que quien sea justo, siga practicando la justicia; y que quien sea santo, siga santificándose».

12 «¡Miren! ¡Ya pronto vengo! Y traigo conmigo mi galardón, para recompensar a cada uno conforme a sus acciones.

13 Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último».

14 Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas en la ciudad.

15 Pero afuera se quedarán los pervertidos, los hechiceros, los que han caído en la inmoralidad sexual, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y practica la mentira.

16 «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que les dé a ustedes testimonio acerca de estas cosas, que tratan de las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana».

17 Y el Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!». Y el que oiga, que diga: «¡Ven!». Y el que tenga sed, que venga; y el que quiera, que tome gratuitamente del agua de la vida.

18 Yo le advierto a todo aquel que oiga las palabras proféticas de este libro, que a quien añada algo a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están descritas en este libro.

19 Y a quien quite algo de las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida, y de la santa ciudad y de lo que está descrito en este libro.

20 El que da testimonio de estas cosas dice: «Ciertamente, vengo pronto». Amén. ¡Ven, Señor Jesús!

21 Que la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.

Biblia Reina-Valera Contemporánea
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