Lucas
Dedicatoria a Teófilo
1
1 Excelentísimo Teófilo: Muchos han tratado ya de relatar en forma ordenada la historia de los sucesos que ciertamente se han cumplido entre nosotros,
2 tal y como nos los enseñaron quienes desde el principio fueron testigos presenciales y ministros de la palabra.
3 Después de haber investigado todo con sumo cuidado desde su origen, me ha parecido una buena idea escribírtelas por orden,
4 para que llegues a conocer bien la verdad de lo que se te ha enseñado.
Anuncio del nacimiento de Juan
5 En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías, cuya esposa, Elisabet, era descendiente de Aarón.
6 Ambos eran íntegros delante de Dios y obedecían de manera irreprensible todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.
7 Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril y los dos eran ya muy ancianos.
8 Un día en que Zacarías oficiaba como sacerdote delante de Dios, pues le había llegado el turno a su grupo,
9 le tocó en suerte entrar en el santuario del Señor para ofrecer incienso, conforme a la costumbre del sacerdocio.
10 Mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando afuera.
11 En eso, un ángel del Señor se le apareció a Zacarías. Estaba parado a la derecha del altar del incienso.
12 Cuando Zacarías lo vio, se desconcertó y le sobrevino un gran temor;
13 pero el ángel le dijo: «Zacarías, no tengas miedo, porque tu oración ha sido escuchada. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y tú le pondrás por nombre Juan.
14 Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento,
15 pues ante Dios será un hombre muy importante. No beberá vino ni licor, y tendrá la plenitud del Espíritu Santo desde antes de nacer.
16 Él hará que muchos de los hijos de Israel se vuelvan al Señor su Dios,
17 y lo precederá con el espíritu y el poder de Elías, para hacer que los padres se reconcilien con sus hijos, y para llevar a los desobedientes a obtener la sabiduría de los justos. Así preparará bien al pueblo para recibir al Señor».
18 Zacarías le preguntó al ángel: «¿Y cómo voy a saber que esto será así? ¡Yo estoy ya muy viejo, y mi esposa es de edad avanzada!».
19 El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, y estoy en presencia de Dios. He sido enviado a hablar contigo para comunicarte estas buenas noticias.
20 Pero como no has creído mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo, ahora vas a quedarte mudo, y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda».
21 Mientras tanto, el pueblo esperaba a que saliera Zacarías, extrañados de que se tardara tanto en el santuario.
22 Pero cuando salió y no les podía hablar, comprendieron que habría tenido una visión en el santuario, pues les hablaba por señas y seguía mudo.
23 Cuando terminaron los días de su ministerio, Zacarías se fue a su casa.
24 Días después, su esposa Elisabet quedó encinta y se recluyó en su casa durante cinco meses, pues decía:
25 «El Señor ha actuado así conmigo para que ya no tenga nada de qué avergonzarme ante nadie».
Anuncio del nacimiento de Jesús
26 Seis meses después, Dios envió al ángel Gabriel a la ciudad galilea de Nazaret
27 para ver a María, una virgen que estaba comprometida con José, un hombre que era descendiente de David.
28 El ángel entró en donde ella estaba y le dijo: «¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo».
29 Cuando ella escuchó estas palabras, se sorprendió y se preguntaba qué clase de saludo era ése.
30 El ángel le dijo: «María, no temas. Dios te ha concedido su gracia.
31 Vas a quedar encinta, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS.
32 Éste será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le dará el trono de David, su padre,
33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
34 Pero María le dijo al ángel: «¿Y esto cómo va a suceder? ¡Nunca he estado con un hombre!».
35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.
36 También tu parienta Elisabet, la que llamaban estéril, ha concebido un hijo en su vejez, y ya está en su sexto mes de embarazo.
37 ¡Para Dios no hay nada imposible!».
38 María dijo entonces: «Yo soy la sierva del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!». Y el ángel se fue de su presencia.
María visita a Elisabet
39 Por esos mismos días, María fue de prisa a una ciudad de Judá que estaba en las montañas.
40 Al entrar en la casa de Zacarías, saludó a Elisabet.
41 Y sucedió que, al oír Elisabet el saludo de María, la criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del Espíritu Santo.
42 Entonces ella exclamó a voz en cuello: «¡Bendita eres tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre!
43 ¿Cómo pudo sucederme que la madre de mi Señor venga a visitarme?
44 ¡Tan pronto como escuché tu saludo, la criatura saltó de alegría en mi vientre!
45 ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado!».
46 Entonces María dijo: «Mi alma glorifica al Señor,
47 y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
48 Pues se ha dignado mirar a su humilde sierva, Y desde ahora me llamarán dichosa por todas las generaciones.
49 Grandes cosas ha hecho en mí el Poderoso; ¡Santo es su nombre!
50 La misericordia de Dios es eterna para aquellos que le temen.
51 Con su brazo hizo grandes proezas, y deshizo los planes de los soberbios.
52 Derrocó del trono a los poderosos, Y puso en alto a los humildes.
53 A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los dejó con las manos vacías.
54 Socorrió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia,
55 de la cual habló con nuestros padres, con Abrahán y con su descendencia para siempre».
56 María se quedó con Elisabet como tres meses, y después volvió a su casa.
Nacimiento de Juan el Bautista
57 Cuando se cumplió el tiempo, Elisabet dio a luz un hijo.
58 Y cuando sus vecinos y parientes supieron que Dios le había mostrado su gran misericordia, se alegraron con ella.
59 Al octavo día fueron para circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías.
60 Pero su madre dijo: «No, va a llamarse Juan».
61 Le preguntaron: «¿Por qué? ¡No hay nadie en tu familia que se llame así!».
62 Luego le preguntaron a su padre, por señas, qué nombre quería ponerle.
63 Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan». Y todos se quedaron asombrados.
64 En ese mismo instante, a Zacarías se le destrabó la lengua y comenzó a hablar y a bendecir a Dios.
65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y todo esto se divulgó por todas las montañas de Judea.
66 Todos los que oían esto se ponían a pensar, y se preguntaban: «¿Qué va a ser de este niño?». Y es que la mano del Señor estaba con él.
Profecía de Zacarías
67 Lleno del Espíritu Santo, Zacarías, su padre, profetizó:
68 «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su pueblo.
69 Nos ha levantado un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo,
70 tal y como lo anunció en el pasado por medio de sus santos profetas:
71 «Salvación de nuestros enemigos, y del poder de los que nos odian».
72 Mostró su misericordia a nuestros padres, y se acordó de su santo pacto,
73 de su juramento a nuestro padre Abrahán: Prometió que nos concedería
74 ser liberados de nuestros enemigos, para poder servirle sin temor,
75 en santidad y en justicia todos nuestros días delante de él.
76 Y a ti, niño, te llamarán «Profeta del Altísimo», porque irás precediendo al Señor para preparar sus caminos.
77 Darás a conocer a su pueblo la salvación y el perdón de sus pecados,
78 por la entrañable misericordia de nuestro Dios. La aurora nos visitó desde lo alto,
79 para alumbrar a los que viven en tinieblas y en medio de sombras de muerte; para encaminarnos por la senda de la paz».
80 El niño fue creciendo y fortaleciéndose en espíritu, y vivió en lugares apartados hasta el día en que se presentó públicamente a Israel.
Nacimiento de Jesús
2
1 Por esos días, Augusto César promulgó un edicto en el que ordenaba levantar un censo de todo el mundo.
2 Este primer censo se llevó a cabo cuando Quirino era gobernador de Siria,
3 por lo que todos debían ir a su propio pueblo para inscribirse.
4 Como José era descendiente de David y vivía en Nazaret, que era una ciudad de Galilea, tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, que estaba en Judea,
5 para inscribirse junto con María, que estaba desposada con él y se hallaba encinta.
6 Y mientras ellos se encontraban allí, se cumplió el tiempo de que ella diera a luz,
7 y allí tuvo a su hijo primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en ese albergue.
Los ángeles y los pastores
8 En esa misma región había pastores que pasaban la noche en el campo cuidando a sus rebaños.
9 Allí un ángel del Señor se les apareció, y el resplandor de la gloria del Señor los envolvió. Ellos se llenaron de temor,
10 pero el ángel les dijo: «No teman, que les traigo una buena noticia, que será para todo el pueblo motivo de mucha alegría.
11 Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor.
12 Esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
13 En ese momento apareció, junto con el ángel, una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían:
14 «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor!».
15 Cuando los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer».
16 Así que fueron de prisa, y hallaron a María y a José, y el niño estaba acostado en el pesebre.
17 Al ver al niño, contaron lo que se les había dicho acerca de él.
18 Todos los que estaban escuchando quedaron asombrados de lo que decían los pastores,
19 pero María guardaba todo esto en su corazón, y meditaba acerca de ello.
20 Al volver los pastores, iban alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo había sucedido tal y como se les había dicho.
Presentación de Jesús en el templo
21 Cuando se cumplieron los ocho días para que el niño fuera circuncidado, le pusieron por nombre JESÚS, que era el nombre que el ángel le había puesto antes de que fuera concebido.
22 Y cuando se cumplieron los días para que, según la ley de Moisés, ellos fueran purificados, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo ante el Señor
23 y cumplir con lo que está escrito en la ley del Señor: «Todo primer hijo varón será consagrado al Señor»,
24 y para ofrecer un sacrificio en cumplimiento de la ley del Señor, que pide «un par de tórtolas, o dos palominos».
25 En Jerusalén vivía un hombre justo y piadoso, llamado Simeón, que esperaba la salvación de Israel. El Espíritu Santo reposaba en él
26 y le había revelado que no moriría antes de que viera al Ungido del Señor.
27 Simón fue al templo, guiado por el Espíritu. Y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron al templo para cumplir con lo establecido por la ley,
28 él tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras:
29 «Señor, ahora despides a este siervo tuyo, y lo despides en paz, de acuerdo a tu palabra.
30 Mis ojos han visto ya tu salvación,
31 que has preparado a la vista de todos los pueblos:
32 luz reveladora para las naciones, y gloria para tu pueblo Israel».
33 José y la madre del niño estaban asombrados de todo lo que de él se decía.
34 Simeón los bendijo, y a María, la madre del niño, le dijo: «Tu hijo ha venido para que muchos en Israel caigan o se levanten. Será una señal que muchos rechazarán
35 y que pondrá de manifiesto el pensamiento de muchos corazones, aunque a ti te traspasará el alma como una espada».
36 También estaba allí Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ana era una profetisa de edad muy avanzada. Desde su virginidad, había vivido siete años de matrimonio,
37 y ahora era una viuda de ochenta y cuatro años. Nunca se apartaba del templo, sino que de día y de noche rendía culto a Dios con ayunos y oraciones.
38 En ese mismo instante Ana se presentó, y dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
El regreso a Nazaret
39 Después de cumplir con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Nazaret, que era su ciudad en Galilea.
40 El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios reposaba en él.
El niño Jesús en el templo
41 Todos los años, los padres de Jesús iban a Jerusalén durante la fiesta de la pascua,
42 y siguiendo su costumbre, cuando Jesús cumplió doce años fueron a Jerusalén para la fiesta.
43 Cuando la fiesta terminó y emprendieron el regreso, sucedió que el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo notaran.
44 Como ellos pensaban que el niño estaba entre los otros viajeros, hicieron un día de camino y, mientras tanto, lo buscaban entre los parientes y conocidos.
45 Como no lo hallaron, volvieron a Jerusalén para buscarlo allí.
46 Tres días después lo hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, a quienes escuchaba y les hacía preguntas.
47 Todos los que lo oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas.
48 Cuando sus padres lo encontraron, se sorprendieron; y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Con qué angustia tu padre y yo te hemos estado buscando!».
49 Él les respondió: «¿Y por qué me buscaban? ¿Acaso no sabían que es necesario que me ocupe de los negocios de mi Padre?».
50 Ellos no comprendieron lo que Jesús les dijo,
51 aunque se fue con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos. Por su parte, su madre guardaba todo esto en su corazón.
52 Y Jesús siguió creciendo en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y con los hombres.
Predicación de Juan el Bautista
3
1 Era el año decimoquinto del imperio de Tiberio César. Poncio Pilato era entonces gobernador de Judea, Herodes era tetrarca de Galilea, su hermano Felipe era tetraca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias era tetrarca de Abilinia.
2 Anás y Caifás eran sumos sacerdotes. En esos días Dios le habló a Juan hijo de Zacarías en el desierto.
3 Juan fue entonces por toda la región cercana al Jordán, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados,
4 tal y como está escrito en el libro del profeta Isaías: «Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor y enderecen sus sendas.
5 Todo valle será rellenado, y todo monte y colina será nivelado. Los caminos torcidos serán enderezados, las sendas dispares serán allanadas,
6 y todos verán la salvación de Dios».
7 A las multitudes que acudían para ser bautizadas, Juan les decía: «¡Generación de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira venidera?
8 Produzcan frutos dignos de arrepentimiento, y no comiencen a decirse: «Tenemos a Abrahán por padre», porque yo les digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abrahán.
9 El hacha ya está lista para derribar de raíz a los árboles; por tanto, todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado en el fuego».
10 La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?».
11 Y Juan les respondía: «El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo».
12 También unos cobradores de impuestos llegaron para ser bautizados, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».
13 Él les dijo: «No cobren más de lo que deban cobrar».
14 Unos soldados también le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Y Juan les respondió: «No extorsionen ni calumnien a nadie, y confórmense con su salario».
15 Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban si acaso Juan sería el Cristo,
16 Juan les dijo a todos: «A decir verdad, yo los bautizo en agua, pero después de mí viene uno que es más poderoso que yo, y de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17 Ya tiene el bieldo en la mano, de modo que limpiará su era; recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará».
18 Con exhortaciones como éstas, y con muchas otras, anunciaba al pueblo estas buenas noticias.
19 Además, Juan reprendió al tetrarca Herodes por causa de Herodías, que era mujer de su hermano Felipe. Pero a todas las maldades que Herodes había cometido,
20 añadió esta otra: encerró a Juan en la cárcel.
El bautismo de Jesús
21 Un día en que todo el pueblo estaba siendo bautizado, también fue bautizado Jesús. Y mientras Jesús oraba, el cielo se abrió
22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. Entonces vino una voz del cielo, que decía: «Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco».
Genealogía de Jesús
23 Cuando Jesús comenzó su ministerio, tenía unos treinta años. Según se creía, era hijo de José, que fue hijo de Elí,
24 que fue hijo de Matat, que fue hijo de Leví, que fue hijo de Melqui, que fue hijo de Janaí, que fue hijo de José,
25 que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Amós, que fue hijo de Nahúm, que fue hijo de Esli, que fue hijo de Nagay,
26 que fue hijo de Mat, que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Semei, que fue hijo de José, que fue hijo de Yodá,
27 que fue hijo de Joana, que fue hijo de Resa, que fue hijo de Zorobabel, que fue hijo de Salatiel, que fue hijo de Nerí,
28 que fue hijo de Melqui, que fue hijo de Adi, que fue hijo de Cosán, que fue hijo de Elmodam, que fue hijo de Er,
29 que fue hijo de Josué, que fue hijo de Eliezer, que fue hijo de Jorín, que fue hijo de Matat,
30 que fue hijo de Leví, que fue hijo de Simeón, que fue hijo de Judá, que fue hijo de José, que fue hijo de Jonán, que fue hijo de Eliaquín,
31 que fue hijo de Melea, que fue hijo de Mainán, que fue hijo de Matata, que fue hijo de Natán,
32 que fue hijo de David, que fue hijo de Yesé, que fue hijo de Obed, que fue hijo de Booz, que fue hijo de Salmón, que fue hijo de Nasón,
33 que fue hijo de Aminadab, que fue hijo de Aram, que fue hijo de Esrón, que fue hijo de Fares, que fue hijo de Judá,
34 que fue hijo de Jacob, que fue hijo de Isaac, que fue hijo de Abrahán, que fue hijo de Téraj, que fue hijo de Najor,
35 que fue hijo de Serug, que fue hijo de Ragau, que fue hijo de Peleg, que fue hijo de Éber, que fue hijo de Sala,
36 que fue hijo de Cainán, que fue hijo de Arfaxad, que fue hijo de Sem, que fue hijo de Noé, que fue hijo de Lamec,
37 que fue hijo de Matusalén, que fue hijo de Enoc, que fue hijo de Yared, que fue hijo de Malalel, que fue hijo de Cainán,
38 que fue hijo de Enós, que fue hijo de Set, que fue hijo de Adán, que fue creado por Dios.
Tentación de Jesús
4
1 Jesús volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, y fue llevado por el Espíritu al desierto.
2 Allí estuvo cuarenta días, y el diablo lo estuvo poniendo a prueba. Como durante esos días no comió nada, pasado ese tiempo tuvo hambre.
3 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que esta piedra se convierta en pan».
4 Jesús le respondió: «Escrito está: «No sólo de pan vive el hombre».».
5 Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto, y en un instante le mostró todos los reinos del mundo,
6 y le dijo: «Yo te daré poder sobre todos estos reinos y sobre sus riquezas, porque a mí han sido entregados, y yo puedo dárselos a quien yo quiera.
7 Si te arrodillas delante de mí, todos serán tuyos».
8 Jesús le respondió: «Escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás».».
9 Entonces el diablo lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre la parte más alta del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, lánzate hacia abajo.
10 Porque está escrito: ».«A sus ángeles mandará alrededor de ti, para que te protejan»;
11 y también: «En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con piedra alguna».».
12 Jesús le respondió: «También está dicho: «No tentarás al Señor tu Dios».».
13 Cuando el diablo agotó sus intentos de ponerlo a prueba, se apartó de él por algún tiempo.
Jesús principia su ministerio
14 Con el poder del Espíritu, Jesús volvió a Galilea; y su fama se difundió por todos los lugares vecinos.
15 Enseñaba en las sinagogas de ellos, y todos lo glorificaban.
Jesús en Nazaret
16 Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se levantó a leer las Escrituras.
17 Se le dio el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el texto que dice:
18 «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos
19 y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor».
20 Enrolló luego el libro, se lo dio al asistente, y se sentó. Todos en la sinagoga lo miraban fijamente.
21 Entonces él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes».
22 Todos hablaban bien de él y se quedaban asombrados de las palabras de gracia que emanaban de sus labios, y se preguntaban: «¿Acaso no es éste el hijo de José?».
23 Jesús les dijo: «Sin duda ustedes me recordarán el refrán que dice: «Médico, cúrate a ti mismo», y también «Haz aquí en tu tierra todo lo que hemos oído que hiciste en Cafarnaún».».
24 Y añadió: «De cierto les digo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.
25 A decir verdad, en los días de Elías, cuando durante tres años y medio el cielo se cerró y hubo mucha hambre en toda la tierra, había muchas viudas en Israel;
26 pero Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una viuda en Sarepta de Sidón.
27 Y en los días del profeta Eliseo había también muchos leprosos en Israel, pero ninguno de ellos fue limpiado sino Namán el sirio».
28 Al oír esto, todos en la sinagoga se enojaron mucho.
29 Se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, para despeñarlo.
30 Pero él pasó por en medio de ellos, y se fue.
Un hombre que tenía un espíritu impuro
31 Jesús fue a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y allí enseñaba a la gente en los días de reposo.
32 Y la gente se admiraba de sus enseñanzas, porque les hablaba con autoridad.
33 Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio impuro, el cual gritó con gran fuerza:
34 «¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios!».
35 Pero Jesús lo reprendió y le dijo: «¡Cállate, y sal de ese hombre!». Entonces el demonio derribó al hombre en medio de ellos, y salió de él sin hacerle ningún daño.
36 Todos estaban asustados, y se preguntaban unos a otros: «¿Qué clase de palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder da órdenes a los espíritus impuros, y éstos salen!».
37 Y su fama se iba extendiendo por todos los lugares vecinos.
Jesús sana a la suegra de Pedro
38 Jesús salió de la sinagoga y se dirigió a la casa de Simón. La suegra de Simón tenía una fiebre muy alta, así que le rogaron a Jesús por ella.
39 Él se inclinó hacia ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al instante, ella se levantó y comenzó a atenderlos.
Muchos sanados al caer la tarde
40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades se los llevaban, y él ponía sus manos sobre cada uno de ellos y los sanaba.
41 También de muchos salían demonios, los cuales gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero Jesús los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo.
Jesús predica en Galilea
42 Al llegar el día, Jesús salió y se fue a un lugar apartado. La gente lo buscaba, y cuando lo encontraron intentaron retenerlo para que no se alejara de ellos;
43 pero él les dijo: «También es necesario que yo anuncie en otras ciudades las buenas noticias del reino de Dios, porque para esto he sido enviado».
44 Y siguió predicando en las sinagogas de esa región.
La pesca milagrosa
5
1 En cierta ocasión, Jesús estaba junto al lago de Genesaret y el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios.
2 Jesús vio que cerca de la orilla del lago estaban dos barcas, y que los pescadores habían bajado de ellas para lavar sus redes.
3 Jesús entró en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, y le pidió que la apartara un poco de la orilla; luego se sentó en la barca, y desde allí enseñaba a la multitud.
4 Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: «Lleva la barca hacia la parte honda del lago, y echen allí sus redes para pescar».
5 Simón le dijo: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y no hemos pescado nada; pero ya que tú me lo pides, echaré la red».
6 Así lo hicieron, y fue tal la cantidad de peces que atraparon, que la red se rompía.
7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Cuando aquellos llegaron, llenaron ambas barcas de tal manera, que poco faltaba para que se hundieran.
8 Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo: «Señor, ¡apártate de mí, porque soy un pecador!».
9 Y es que tanto él como todos sus compañeros estaban pasmados por la pesca que habían hecho.
10 También estaban sorprendidos Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón: «No temas, que desde ahora serás pescador de hombres».
11 Llevaron entonces las barcas a tierra, y lo dejaron todo para seguir a Jesús.
Jesús sana a un leproso
12 En otra ocasión, mientras Jesús estaba en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, quien al ver a Jesús se arrodilló y, rostro en tierra, le rogaba: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
13 Entonces Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio». Y al instante se le quitó la lepra.
14 Jesús le ordenó: «No se lo cuentes a nadie. Sólo ve y preséntate ante el sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
15 Pero su fama seguía extendiéndose, y mucha gente se reunía para escucharlo y para que los sanara de sus enfermedades;
16 pero Jesús se retiraba a lugares apartados para orar.
Jesús sana a un paralítico
17 Un día, mientras Jesús enseñaba, estaban sentados los fariseos y doctores de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. El poder del Señor estaba con Jesús para sanar.
18 En ese momento llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico. Querían llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús,
19 pero como a causa de la multitud no hallaron la manera de hacerlo, se subieron a la azotea y, por el tejado, bajaron al paralítico en la camilla, hasta ponerlo en medio de la gente y delante de Jesús.
20 Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: «Buen hombre, tus pecados te son perdonados».
21 Los escribas y los fariseos comenzaron a murmurar, y decían: «¿Quién es éste, que profiere blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados? ¡Nadie sino Dios!».
22 Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué cavilan en su corazón?
23 ¿Qué es más fácil? ¿Que le diga al paralítico: «Tus pecados te son perdonados», o que le diga: «Levántate y anda»?
24 Pues para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, éste le dice al paralítico: «Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa».».
25 Al instante, aquel hombre se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en la que había estado acostado, y se fue a su casa alabando a Dios.
26 Todos estaban admirados y alababan a Dios, y llenos de temor decían: «¡Hoy hemos visto maravillas!».
Llamamiento de Leví
27 Después de esto, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos llamado Leví, que estaba sentado donde se cobraban los impuestos. Le dijo: «Sígueme».
28 Leví se levantó y, dejándolo todo, lo siguió.
29 Más tarde, Leví ofreció un gran banquete en su casa, en honor de Jesús. Sentados a la mesa con ellos estaban muchos cobradores de impuestos y otras personas.
30 Pero los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos de Jesús, y les dijeron: «¿Por qué ustedes comen y beben con cobradores de impuestos y pecadores?».
31 Jesús les respondió: «Los que están sanos no necesitan de un médico, sino los enfermos.
32 Yo no he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores».
La pregunta sobre el ayuno
33 Entonces ellos le dijeron: «¿Por qué los discípulos de Juan y de los fariseos ayunan muchas veces, y hacen oraciones, mientras que los tuyos comen y beben?».
34 Jesús les dijo: «¿Acaso ustedes pueden hacer que ayunen los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos?
35 Llegará el día en que el novio ya no estará con ellos. Entonces sí, ese día, ayunarán».
36 También les contó una parábola: «Nadie corta un retazo de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. Si lo hace, no solamente arruinará el vestido nuevo, sino que el remiendo no quedará bien en el vestido viejo.
37 Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hará que se revienten los odres; entonces el vino se derramará, y los odres se echarán a perder.
38 El vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Así, tanto el vino como los odres se conservan.
39 Y nadie que haya bebido el vino añejo, quiere beber el nuevo, porque dice: «El vino añejo es mejor».».
Los discípulos espigan en el día de reposo
6
1 En cierto día de reposo, al pasar Jesús por los sembrados, sus discípulos iban arrancando espigas y desgranándolas con las manos, para comerse el grano.
2 Algunos de los fariseos les dijeron: «¿Por qué hacen lo que no está permitido hacer en los días de reposo?».
3 Jesús les respondió: «¿Ni siquiera han leído lo que hizo David, cuando él y sus acompañantes tuvieron hambre?
4 Pues entró en la casa de Dios y tomó los panes de la proposición, que sólo a los sacerdotes les es permitido comer. Y comió David, y los compartió con sus acompañantes».
5 Y añadió: «El Hijo del Hombre es también Señor del día de reposo».
El hombre de la mano atrofiada
6 Otro día de reposo, Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha atrofiada,
7 y los escribas y los fariseos, que buscaban un motivo para acusar a Jesús, lo observaban para ver si en el día de reposo sanaba a aquel hombre.
8 Pero Jesús, que sabía lo que pensaban, dijo al hombre que tenía la mano atrofiada: «Levántate, y ponte en medio». El hombre se puso de pie,
9 y Jesús dijo: «Voy a preguntarles algo. ¿Qué está permitido hacer en los días de reposo? ¿El bien, o el mal? ¿Salvar una vida, o quitar la vida?».
10 Miró entonces a todos los que estaban alrededor, y dijo al hombre: «Extiende tu mano». Aquel hombre lo hizo así, y su mano quedó sana.
11 Los escribas y los fariseos se pusieron furiosos y comenzaron a discutir qué podrían hacer contra Jesús.
Elección de los doce apóstoles
12 Por esos días Jesús fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.
13 Al llegar el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles, a saber:
14 Simón, a quien llamó Pedro; su hermano Andrés, Jacobo, Juan, Felipe, Bartolomé,
15 Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón, conocido como el Zelote,
16 Judas hijo de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor.
Jesús atiende a una multitud
17 Jesús descendió con ellos y se detuvo en un llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido a escucharlo y a ser sanados de sus enfermedades.
18 También eran sanados los que eran atormentados por espíritus impuros.
19 Toda la gente procuraba tocarlo, porque de él salía un poder que sanaba a todos.
Bienaventuranzas y ayes
20 Jesús miró a sus discípulos y les dijo: «Bienaventurados ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece.
21 «Bienaventurados ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Bienaventurados ustedes los que ahora lloran, porque reirán.
22 «Bienaventurados serán ustedes cuando, por causa del Hijo del Hombre, la gente los odie, los segregue, los vitupere, y menosprecie su nombre como algo malo.
23 Cuando llegue ese día, alégrense y llénense de gozo, porque grande será el galardón que recibirán en los cielos. ¡Eso mismo hicieron con los profetas los antepasados de esta gente!
24 «Pero ¡ay de ustedes los ricos!, porque ya han recibido su consuelo.
25 «¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!, porque habrán de pasar hambre. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen!, porque habrán de llorar y de lamentarse.
26 «¡Ay de ustedes, cuando todos los alaben!, porque lo mismo hacían con los falsos profetas los antepasados de esta gente.
El amor hacia los enemigos
27 «A ustedes, los que me escuchan, les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian,
28 bendigan a quienes los maldicen, y oren por quienes los calumnian.
29 Si alguno te golpea en una mejilla, preséntale también la otra. Si alguien te quita la capa, deja que se lleve también la túnica.
30 A todo el que te pida, dale; y a quien se lleve lo que es tuyo, no le pidas que te lo devuelva.
La regla de oro
31 «Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados.
32 Porque si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué mérito tienen? ¡Hasta los pecadores aman a quienes los aman!
33 Y si ustedes tratan bien sólo a quienes los tratan bien a ustedes, ¿qué mérito tienen? ¡Hasta los pecadores hacen lo mismo!
34 Si prestan algo a aquellos de quienes ustedes esperan recibir algo, ¿qué mérito tienen? ¡Hasta los pecadores se prestan unos a otros para recibir otro tanto!
35 Ustedes deben amar a sus enemigos, hacer el bien y dar prestado, sin esperar nada a cambio. Grande será entonces el galardón que recibirán, y serán hijos del Altísimo. Porque él es benigno con los ingratos y con los malvados.
36 Por lo tanto, sean compasivos, como también su Padre es compasivo.
El juzgar a los demás
37 «No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados.
38 Den, y se les dará una medida buena, incluso apretada, remecida y desbordante. Porque con la misma medida con que ustedes midan, serán medidos».
39 Les dijo también una parábola: «¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego? ¿Acaso no se caerán los dos en algún hoyo?
40 El discípulo no es superior a su maestro, pero el que complete su aprendizaje será como su maestro.
41 ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo?
42 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en tu ojo», si no ves la viga que tienes en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces podrás ver bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.
Por sus frutos serán conocidos
43 «Ningún árbol bueno produce frutos malos, ni tampoco un árbol malo produce frutos buenos.
44 Porque cada árbol se conoce por su fruto. No se cortan higos de los espinos, ni se vendimian uvas de las zarzas.
45 El hombre bueno, saca lo bueno del buen tesoro de su corazón. El hombre malo, saca lo malo del mal tesoro de su corazón; porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Los dos cimientos
46 «¿Por qué me llaman ustedes «Señor, Señor», y no hacen lo que les mando hacer?
47 Les voy a decir como quién es el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica:
48 Es como quien, al construir una casa, cava hondo y pone los cimientos sobre la roca. En caso de una inundación, si el río golpea con ímpetu la casa, no logra sacudirla porque está asentada sobre la roca.
49 Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica, es como quien construye su casa sobre el suelo y no le pone cimientos. Si el río golpea con ímpetu la casa, la derrumba y la deja completamente en ruinas».
Jesús sana al siervo de un centurión
7
1 Jesús terminó de hablar con el pueblo y entró en Cafarnaún.
2 Allí había un centurión que tenía un siervo al que amaba mucho, el cual estaba a punto de morir.
3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, envió a unos ancianos de los judíos para que le rogaran que fuera a sanar a su siervo.
4 Ellos fueron a hablar con Jesús, y con mucha insistencia le rogaron: «Este hombre merece que le concedas lo que pide,
5 pues ama a nuestra nación y nos ha construido una sinagoga».
6 Jesús se fue con ellos, y ya estaban cerca de la casa cuando el centurión envió a unos amigos suyos, para que le dijeran: «Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa.
7 Ni siquiera me consideré digno de presentarme ante ti. Pero con una sola palabra tuya mi siervo sanará.
8 Yo mismo sé lo que es estar bajo autoridad, y lo que es tener soldados bajo mis órdenes. Si a uno le digo «Ve allá», él va; y si a otro le digo «Ven acá», él viene; y si a mi siervo le digo: «Haz esto», lo hace».
9 Cuando Jesús oyó esto, se quedó admirado del centurión. Se volvió entonces a la gente que lo seguía, y dijo: «Quiero decirles que ni siquiera en Israel he hallado tanta fe».
10 Los que habían sido enviados regresaron entonces a la casa, y se encontraron con que el siervo ya estaba sano.
Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín
11 Después Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naín. Lo acompañaron muchos de sus discípulos, y una gran multitud.
12 Cuando se acercó a la puerta de la ciudad, vio que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. Mucha gente de la ciudad acompañaba a la madre.
13 Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores».
14 Luego se acercó al féretro y lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!».
15 En ese momento, el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
16 El miedo se apoderó de todos, y unos alababan a Dios y decían «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y otros más decían «Dios ha venido a ayudar a su pueblo».
17 Y la fama de Jesús se difundió por toda Judea y por toda la región vecina.
Los mensajeros de Juan el Bautista
18 Los discípulos de Juan fueron a contarle todas estas cosas. Entonces Juan llamó a dos de sus discípulos,
19 y los envió a Jesús para que le preguntaran: «¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?».
20 Aquellos fueron a ver a Jesús, y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado para que te preguntemos si eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro».
21 En ese mismo momento, Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades, plagas y espíritus malignos, y a muchos ciegos les dio la vista.
22 Entonces Jesús les respondió: «Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncian las buenas noticias.
23 ¡Bienaventurado el que no tropieza por causa de mí!».
24 Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús comenzó a decir a la gente acerca de Juan: «¿Qué fueron ustedes a ver al desierto? ¿Querían ver una caña sacudida por el viento?
25 ¿O qué fueron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa elegante? Los que se visten con ropa elegante y disfrutan de grandes lujos, están en los palacios de los reyes.
26 Entonces, ¿qué es lo que ustedes fueron a ver? ¿A un profeta? Pues yo les digo que sí, ¡y a alguien mayor que un profeta!
27 Porque éste es de quien está escrito: ».«Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino».
28 Yo les digo que, entre los que nacen de mujer, no hay nadie mayor que Juan el Bautista. Aun así, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».
29 Al oír esto, todo el pueblo y los cobradores de impuestos reconocieron la justicia de Dios y se bautizaron con el bautismo de Juan.
30 Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron el propósito de Dios respecto de sí mismos, y no fueron bautizados por Juan.
31 El Señor agregó: «¿Con qué compararé a la gente de esta generación? ¿A qué puedo compararlos?
32 Son como los niños que se sientan en la plaza y se gritan unos a otros: «Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y ustedes no lloraron».
33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y ustedes decían: «Tiene un demonio».
34 Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y ustedes dicen: «Este hombre es un glotón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores».
35 Pero a la sabiduría la reivindican sus hijos».
Jesús en la casa de Simón el fariseo
36 Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.
37 Cuando una mujer de la ciudad, que era pecadora, se enteró de que Jesús estaba a la mesa, en la casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume.
38 Llorando, se arrojó a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con lágrimas y a secarlos con sus cabellos; también se los besaba, y los ungía con el perfume.
39 Cuando el fariseo que lo había convidado vio esto, pensó: «Si éste fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora».
40 Entonces Jesús le dijo: «Simón, tengo que decirte algo». Simón dijo: «Dime, Maestro».
41 «Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta.
42 Como ninguno de los dos podía pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora, dime: ¿cuál de ellos lo amará más?».
43 Simón le respondió: «Me parece que aquel a quien le perdonó más». Y Jesús le dijo: «Tu juicio es correcto».
44 Entonces se volvió a la mujer y le dijo a Simón: «Mira a esta mujer. Cuando llegué a tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos.
45 No me diste un beso, pero ésta no ha dejado de besarme los pies desde que entré.
46 No ungiste mi cabeza con aceite, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.
47 Por eso te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama».
48 Y a ella le dijo: «Tus pecados te son perdonados».
49 Los que estaban sentados a la mesa con él, comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que también perdona pecados?».
50 Pero Jesús le dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Ve en paz».
Mujeres que servían a Jesús
8
1 Después de esto, Jesús andaba por todas las ciudades y aldeas, y allí proclamaba y anunciaba las buenas noticias del reino de Dios. Lo acompañaban los doce,
2 y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían sido expulsados siete demonios;
3 Juana, la mujer de Chuza, el intendente de Herodes; Susana, y muchas otras que los atendían con sus propios recursos.
Parábola del sembrador
4 De cada ciudad acudía gente para ver a Jesús. Al reunirse una gran multitud, Jesús les relató esta parábola:
5 «El sembrador salió a sembrar su semilla. Mientras sembraba, parte de ella cayó junto al camino, y fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.
6 Otra parte cayó sobre las piedras, pero al brotar se secó por falta de humedad.
7 Otra parte cayó entre los espinos, pero la ahogaron los espinos que brotaron con ella.
8 Otra parte cayó en buena tierra; y brotó y produjo una cosecha del ciento por uno». Y levantando la voz, dijo: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
9 Sus discípulos le preguntaron: «¿Qué significa esta parábola?».
10 Y él les respondió: «A ustedes se les concede conocer los misterios del reino de Dios, pero a los otros se les habla en parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.
11 La parábola significa lo siguiente: La semilla es la palabra de Dios.
12 Las semillas junto al camino son los que oyen, pero que luego viene el diablo y les quita del corazón la palabra, para que no crean y se salven.
13 Las que cayeron sobre las piedras son los que, al oír la palabra, la reciben con gozo, pero como no tienen raíces, creen por algún tiempo, pero al llegar la prueba se apartan.
14 Las que cayeron entre los espinos son los que oyen, pero se alejan y son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no dan fruto.
15 Pero la semilla que cayó en buena tierra representa a los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan una buena cosecha porque permanecen firmes.
Nada hay oculto que no se manifieste
16 «Nadie que enciende una luz la cubre con un cajón, ni la coloca debajo de la cama. Más bien, la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.
17 Porque no hay nada oculto que no llegue a manifestarse, ni hay nada escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz.
18 Escúchenme bien: a todo el que tiene, se le dará; y al que no tiene, hasta lo que cree tener se le quitará».
La madre y los hermanos de Jesús
19 La madre y los hermanos de Jesús fueron a donde él estaba, pero no podían acercarse a él por causa de la multitud.
20 Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están allí afuera, y quieren verte».
21 Pero él respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Jesús calma la tempestad
22 Un día, Jesús abordó una barca con sus discípulos, y les dijo: «Pasemos al otro lado del lago». Y así lo hicieron.
23 Mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. Pero se desencadenó en el lago una tempestad con viento, de tal manera que la barca se inundó y corrían el peligro de naufragar.
24 Los discípulos despertaron a Jesús y le dijeron: «¡Maestro, Maestro, estamos por naufragar!». Entonces Jesús despertó, reprendió al viento y a las olas, y éstas se sosegaron, y todo quedó en calma.
25 Jesús les dijo: «¿Dónde está la fe de ustedes?». Pero ellos, temorosos y asombrados, se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta a los vientos y a las aguas les da órdenes, y lo obedecen?».
El endemoniado geraseno
26 Después arribaron a la tierra de los gerasenos, que está en la ribera opuesta a Galilea.
27 Cuando él llegó a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad que estaba endemoniado. Hacía mucho tiempo que no se vestía ni vivía en una casa, sino en los sepulcros.
28 Cuando el endemoniado vio a Jesús, se arrodilló delante de él, lanzó un fuerte grito, y le dijo: «Jesús, Hijo del Dios Altísimo, ¿qué tienes que ver conmigo? ¡Te ruego que no me atormentes!».
29 (Y es que Jesús le ordenaba al espíritu impuro que saliera del hombre porque hacía mucho tiempo que se había apoderado de él. Aunque lo ataban con cadenas y grilletes, él rompía las cadenas y el demonio lo llevaba a lugares apartados).
30 Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Y él respondió: «Legión». Porque eran muchos los demonios que habían entrado en él,
31 y le rogaban a Jesús que no los mandara al abismo.
32 Como allí había un gran hato de cerdos que pacían en el monte, los demonios le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos; y él les dio permiso.
33 Una vez fuera del hombre, los demonios entraron en los cerdos, y éstos se lanzaron al lago por un despeñadero, y allí se ahogaron.
34 Cuando los que apacentaban los cerdos vieron lo sucedido, huyeron y fueron a contar todo esto en la ciudad y por los campos.
35 La gente salió a ver lo que había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, se encontraron con que el hombre, de quien habían salido los demonios, estaba sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio. Y tuvieron miedo.
36 Los que habían visto todo esto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado.
37 Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le rogó a Jesús que se alejara de ellos, pues tenían mucho miedo. Así que Jesús entró en la barca y se fue.
38 El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que lo dejara estar con él, pero Jesús lo despidió y le dijo:
39 «Vuelve a tu casa, y cuenta allí todo lo que Dios ha hecho contigo». Entonces el hombre se fue y contó por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él.
La hija de Jairo, y la mujer que tocó el manto de Jesús
40 Cuando Jesús regresó, la multitud lo recibió con alegría, pues todos lo estaban esperando.
41 Llegó entonces un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Este hombre se arrojó a los pies de Jesús y le rogó que fuera a su casa,
42 pues su única hija, que tenía como doce años, se estaba muriendo. Mientras Jesús se dirigía a la casa de Jairo, la multitud lo apretujaba.
43 Una mujer, que hacía doce años padecía de hemorragias y había gastado en médicos todo lo que tenía, sin que ninguno hubiera podido curarla,
44 se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Al instante, su hemorragia se detuvo.
45 Entonces Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?». Todos negaban haberlo tocado, así que Pedro y los que estaban con él le dijeron: «Maestro, son muchos los que te aprietan y te oprimen».
46 Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado. Yo sé bien que de mí ha salido poder».
47 Cuando la mujer se vio descubierta, se acercó temblorosa y se arrojó a los pies de Jesús, y delante de todo el pueblo le contó por qué lo había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
48 Entonces Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz».
49 Mientras Jesús hablaba, alguien de la casa del jefe de la sinagoga llegó a decirle: «Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro».
50 Cuando Jesús oyó esto, le dijo: «No temas. Sólo debes creer, y tu hija será sanada».
51 Jesús entró en la casa y no dejó que nadie entrara con él, excepto Pedro, Jacobo y Juan, y los padres de la niña.
52 Todos estaban llorando y se lamentaban por ella. Pero él les dijo: «No lloren, que no está muerta, sino dormida».
53 La gente se burlaba de él, pues sabían que la niña estaba muerta;
54 pero él la tomó de la mano, y con fuerte voz le dijo: «Niña, ¡levántate!».
55 La niña volvió a la vida, y enseguida se levantó, y Jesús mandó que le dieran de comer.
56 Sus padres estaban atónitos, pero Jesús les mandó que no dijeran a nadie lo que había sucedido.
Misión de los doce discípulos
9
1 Jesús reunió a sus doce discípulos y, después de darles poder y autoridad para expulsar a todos los demonios, y para sanar enfermedades,
2 los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.
3 Les dijo: «No lleven nada para el camino. Ni bastón, ni mochila, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas.
4 En cualquier casa donde entren, quédense allí hasta que salgan.
5 Si en alguna ciudad no los reciben bien, salgan de allí y sacúdanse el polvo de los pies, como un testimonio contra ellos».
6 Los discípulos salieron y fueron por todas las aldeas, y por todas partes anunciaban las buenas noticias y sanaban enfermos.
Muerte de Juan el Bautista
7 Herodes el tetrarca se enteró de todo lo que hacía Jesús, y estaba perplejo, pues algunos decían que Juan había resucitado de los muertos;
8 otros decían que Elías se había aparecido; y aún otros, que alguno de los antiguos profetas había resucitado.
9 Pero Herodes dijo: «¡Yo mandé decapitar a Juan! Entonces, ¿quién es éste, de quien oigo decir tales cosas?». Y trataba de verlo.
Alimentación de los cinco mil
10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Entonces él los llevó a un lugar apartado de la ciudad llamada Betsaida.
11 Pero la gente lo supo y lo siguió, y él los recibió y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser sanados.
12 Cuando el día comenzó a declinar, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y campos vecinos, y busquen comida y alojamiento, porque aquí no hay nada».
13 Jesús les dijo: «Denles ustedes de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta multitud».
14 Allí había como cinco mil personas. Y Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan que la gente se siente en grupos de cincuenta personas».
15 Los discípulos lo hicieron así, y todos se sentaron.
16 Jesús tomó entonces los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió, y se los dio a sus discípulos para que ellos los repartieran entre la gente.
17 Y todos comieron y quedaron satisfechos; y de lo que sobró recogieron doce cestas.
La confesión de Pedro
18 Un día, mientras Jesús se apartó para orar, les preguntó a los discípulos que estaban con él: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
19 Ellos respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros más, que eres alguno de los antiguos profetas que ha resucitado».
20 Entonces les preguntó: «¿Y ustedes, quién dicen que soy?». Y Pedro le respondió: «Tú eres el Cristo de Dios».
Jesús anuncia su muerte
21 Jesús les mandó que de ninguna manera se lo dijeran a nadie.
22 También les dijo: «Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, que sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que muera y resucite al tercer día».
23 Y a todos les decía: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
24 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará.
25 Porque ¿de qué le sirve a uno ganarse todo el mundo, si se destruye o se pierde a sí mismo?
26 Porque si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, y en la gloria del Padre y de los santos ángeles.
27 Pero en verdad les digo, que algunos de los que están aquí no morirán hasta que vean el reino de Dios».
La transfiguración
28 Como ocho días después de que Jesús dijo esto, subió al monte a orar, y se llevó con él a Pedro, Juan y Jacobo.
29 Y mientras oraba, cambió la apariencia de su rostro, y su vestido se hizo blanco y resplandeciente.
30 Aparecieron entonces dos hombres, y conversaban con él. Eran Moisés y Elías,
31 que rodeados de gloria hablaban de la partida de Jesús, la cual se iba a cumplir en Jerusalén.
32 Pedro y los que estaban con él tenían mucho sueño pero, como se quedaron despiertos, vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
33 Mientras éstos se alejaban de Jesús, Pedro dijo: «Maestro, ¡qué bueno es para nosotros estar aquí! Vamos a hacer tres cobertizos; uno para ti, otro para Moisés, y otro para Elías». Pero no sabía lo que decía.
34 Y mientras decía esto, una nube los cubrió, y tuvieron miedo de entrar en la nube.
35 Entonces, desde la nube se oyó una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado. ¡Escúchenlo!».
36 Cuando la voz cesó, Jesús se encontraba solo. Pero ellos mantuvieron esto en secreto y, durante aquellos días, no le dijeron a nadie lo que habían visto.
Jesús sana a un muchacho endemoniado
37 Al día siguiente, cuando bajaron del monte, una gran multitud les salió al encuentro,
38 y con fuerte voz un hombre de la multitud le dijo: «Maestro, te ruego que veas a mi hijo. ¡Es el único hijo que tengo!
39 Sucede que un espíritu se apodera de él, y de repente lo sacude con violencia, y lo hace gritar y echar espuma por la boca. Cuando lo atormenta, a duras penas lo deja tranquilo.
40 Yo les pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no pudieron».
41 Jesús dijo entonces: «¡Ay, gente incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? ¡Trae acá a tu hijo!».
42 Mientras el muchacho se acercaba, el demonio lo derribó y lo sacudió con violencia, pero Jesús reprendió al espíritu impuro, sanó al muchacho, y se lo entregó a su padre.
43 Y todos se admiraban de la grandeza de Dios.
Jesús anuncia otra vez su muerte
Entre el asombro que causaba todo lo que Jesús hacía, dijo él a sus discípulos:
44 «Pongan mucha atención a estas palabras: El Hijo del Hombre será entregado a los poderes de este mundo».
45 Pero ellos no las entendieron, pues les estaban veladas para que no las entendieran, y tenían miedo de preguntarle qué querían decir.
¿Quién es el mayor?
46 En cierta ocasión, los discípulos comenzaron a discutir acerca de quién de ellos era el más importante.
47 Cuando Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, tomó a un niño y, poniéndolo junto a él,
48 les dijo: «Cualquiera que reciba a un niño así en mi nombre, me recibe a mí; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió. Porque el más insignificante entre todos ustedes, es el más grande de ustedes».
El que no está contra nosotros, está a favor de nosotros
49 Entonces Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros».
50 Jesús le dijo: «No se lo prohíban, porque el que no está contra nosotros, está a favor de nosotros».
Jesús reprende a Jacobo y a Juan
51 Se acercaba el tiempo en que Jesús había de ser recibido arriba, así que resolvió con firmeza dirigirse a Jerusalén.
52 Envió mensajeros delante de él, y ellos se fueron y entraron en una aldea samaritana para prepararle todo;
53 pero los de allí no lo recibieron porque se dieron cuenta de que su intención era ir a Jerusalén.
54 Al ver esto, sus discípulos Jacobo y Juan dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo, como hizo Elías, para que los destruya?».
55 Pero Jesús se volvió y los reprendió. (Y les dijo: «Ustedes no saben de qué espíritu son.
56 Porque el Hijo del Hombre no ha venido a quitarle la vida a nadie, sino a salvársela».)[a] Y se fueron a otra aldea.
Los que querían seguir a Jesús
57 Mientras seguían su camino, alguien le dijo: «Señor, yo te seguiré adondequiera que vayas».
58 Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza».
59 Y a otro le dijo: «Sígueme». Aquél le respondió: «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre».
60 Pero Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el reino de Dios».
61 Otro también le dijo: «Señor, yo te seguiré; pero antes déjame despedirme de los que están en mi casa».
62 Jesús le dijo: «Nadie que mire hacia atrás, después de poner la mano en el arado, es apto para el reino de Dios».
Misión de los setenta y dos
10
1 Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos, y de dos en dos los envió delante de él a todas las ciudades y lugares adonde él tenía que ir.
2 Les dijo: «Ciertamente, es mucha la mies, pero son pocos los segadores. Por tanto, pidan al Señor de la mies que envíe segadores a cosechar la mies.
3 Y ustedes, pónganse en camino. Pero tengan en cuenta que yo los envío como a corderos en medio de lobos.
4 No lleven bolsa, ni alforja, ni calzado; ni se detengan en el camino a saludar a nadie.
5 En cualquier casa adonde entren, antes que nada digan: «Paz a esta casa».
6 Si allí hay gente de paz, la paz de ustedes reposará sobre esa gente; de lo contrario, la paz volverá a ustedes.
7 Quédense en esa misma casa, y coman y beban lo que les den, porque el obrero es digno de su salario. No vayan de casa en casa.
8 En cualquier ciudad donde entren, y los reciban, coman lo que les ofrezcan.
9 Sanen a los enfermos que allí haya, y díganles: «El reino de Dios se ha acercado a ustedes».
10 Pero si llegan a alguna ciudad y no los reciben, salgan a la calle y digan:
11 «Hasta el polvo de su ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra ustedes. Pero sepan que el reino de Dios se ha acercado a ustedes».
12 Yo les digo que, en aquel día, el castigo para Sodoma será más tolerable que para aquella ciudad.
Ayes sobre las ciudades impenitentes
13 «¡Ay de ti, Corazín! ¡Y ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ustedes, ya hace tiempo que, sentadas en cilicio y cubiertas de ceniza, habrían mostrado su arrepentimiento.
14 Por tanto, en el día del juicio, el castigo para Tiro y para Sidón será más tolerable que para ustedes.
15 Y tú, Cafarnaún, que te elevas hasta los cielos, ¡hasta el Hades caerás abatida!
16 «El que los escucha a ustedes, me escucha a mí. El que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió».
Regreso de los setenta y dos
17 Cuando los setenta y dos volvieron, estaban muy contentos y decían: «Señor, en tu nombre, ¡hasta los demonios se nos sujetan!».
18 Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19 Miren que yo les he dado a ustedes poder para aplastar serpientes y escorpiones, y para vencer a todo el poder del enemigo, sin que nada los dañe.
20 Pero no se alegren de que los espíritus se les sujetan, sino de que los nombres de ustedes ya están escritos en los cielos».
Jesús se regocija
21 En ese momento Jesús se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas las escondiste de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. ¡Sí, Padre, porque así te agradó!
22 Mi Padre me ha entregado todas las cosas, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar».
23 Jesús se volvió a los discípulos, y aparte les dijo: «Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven.
24 Porque les digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron».
El buen samaritano
25 En ese momento, un intérprete de la ley se levantó y, para poner a prueba a Jesús, dijo: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?».
26 Jesús le dijo: «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees allí?».
27 El intérprete de la ley respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo».
28 Jesús le dijo: «Has contestado correctamente. Haz esto, y vivirás».
29 Pero aquél, queriendo justificarse a sí mismo, le preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».
30 Jesús le respondió: «Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones, que le robaron todo lo que tenía y lo hirieron, dejándolo casi muerto.
31 Por el camino descendía un sacerdote, y aunque lo vio, siguió de largo.
32 Cerca de aquel lugar pasó también un levita, y aunque lo vio, siguió de largo.
33 Pero un samaritano, que iba de camino, se acercó al hombre y, al verlo, se compadeció de él
34 y le curó las heridas con aceite y vino, y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura y lo llevó a una posada, y cuidó de él.
35 Al otro día, antes de partir, sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada, y le dijo: «Cuídalo. Cuando yo regrese, te pagaré todo lo que hayas gastado de más».
36 De estos tres, ¿cuál crees que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?».
37 Aquél respondió: «El que tuvo compasión de él». Entonces Jesús le dijo: «Pues ve y haz tú lo mismo».
Jesús visita a Marta y a María
38 Mientras Jesús iba de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta, lo hospedó en su casa.
39 Marta tenía una hermana que se llamaba María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía.
40 Pero Marta, que estaba ocupada con muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje trabajar sola? ¡Dile que me ayude!».
41 Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas.
42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará».
Jesús y la oración
11
1 En cierta ocasión, Jesús estaba orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
2 Jesús les dijo: «Cuando ustedes oren, digan: «Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino.
3 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
4 Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación».».
5 También les dijo: «¿Quién de ustedes, que tenga un amigo, va a verlo a medianoche y le dice: «Amigo, préstame tres panes,
6 porque un amigo mío ha venido a visitarme, y no tengo nada que ofrecerle»?
7 Aquél responderá desde adentro y le dirá: «No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mis niños están en la cama conmigo. No puedo levantarme para dártelos».
8 Yo les digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sí se levantará por su insistencia, y le dará todo lo que necesite.
9 Así que pidan, y se les dará. Busquen, y encontrarán. Llamen, y se les abrirá.
10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
11 ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, en lugar del pescado le da una serpiente?
12 ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión?
13 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».
Una casa dividida contra sí misma
14 Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre, y cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar y la gente quedó asombrada.
15 Pero algunos dijeron: «Éste expulsa a los demonios por el poder de Beelzebú, príncipe de los demonios».
16 Otros, para ponerlo a prueba, le pedían alguna señal del cielo.
17 Pero él, que sabía lo que ellos pensaban, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado. No hay casa que permanezca, si internamente está dividida.
18 Ya que ustedes dicen que yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿cómo podrá permanecer el reino de Satanás, si él está dividido contra sí mismo?
19 Porque, si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿por el poder de quién los expulsan los hijos de ustedes? Por tanto, ellos mismos serán los jueces de ustedes.
20 Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a ustedes.
21 Cuando un hombre fuerte está bien armado y protege su palacio, lo que posee no corre peligro.
22 Pero cuando otro más fuerte que él viene y lo derrota, le quita todas las armas en las que confiaba, y reparte el botín.
23 El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.
El espíritu impuro que vuelve
24 «Cuando el espíritu impuro sale del hombre, anda por lugares áridos en busca de reposo, pero al no encontrarlo dice: «Volveré a mi casa, de donde salí».
25 Y cuando llega y la encuentra barrida y adornada,
26 va y trae otros siete espíritus peores que él, y todos entran y allí se quedan a vivir. ¡Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero!».
Los que en verdad son dichosos
27 Mientras Jesús decía esto, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: «¡Dichoso el vientre que te dio a luz, y los senos que te amamantaron!».
28 Jesús respondió: «Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios, y la obedecen».
La gente perversa demanda señal
29 Como la multitud que lo rodeaba iba en aumento, Jesús comenzó a decir: «¡Qué malvada es esta generación! Demanda una señal, pero no tendrán más señal que la del profeta Jonás.
30 Porque así como Jonás fue una señal para los ninivitas, también el Hijo del Hombre será una señal para esta generación.
31 En el día del juicio, la reina del Sur se levantará con la gente de esta generación, y la condenará; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más grande que Salomón.
32 En el día del juicio, los habitantes de Nínive se levantarán con esta generación, y la condenarán; porque al oír la predicación de Jonás se arrepintieron, y aquí hay alguien que es más grande que Jonás.
La lámpara del cuerpo
33 «Nadie esconde la luz que se enciende, ni la pone debajo de un cajón, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz.
34 La lámpara del cuerpo es el ojo. Cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo esta lleno de luz; pero cuando tu ojo es malo, también tu cuerpo estará a oscuras.
35 Ten cuidado, no sea que la luz que hay en ti resulte ser oscuridad.
36 Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, y no participa de la oscuridad, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor».
Jesús acusa a fariseos y a intérpretes de la ley
37 Después de que Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a que comiera con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
38 Al fariseo le extrañó ver que Jesús no se hubiera lavado antes de comer,
39 pero el Señor le dijo: «Ustedes los fariseos limpian por fuera el vaso y el plato, pero por dentro están llenos de robo y de maldad.
40 ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera, no hizo también lo de adentro?
41 Den limosna de lo que está adentro, y así todo quedará limpio para ustedes.
42 «¡Ay de ustedes, fariseos!, que dan el diezmo de la menta y de la ruda, y de toda clase de hortalizas, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios. Esto es necesario que lo hagan, sin dejar de hacer aquello.
43 ¡Ay de ustedes, fariseos!, que aman los primeros lugares en las sinagogas, y los saludos en las plazas.
44 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Son ustedes como sepulcros que no se ven, y los que pasan por encima no lo saben».
45 Uno de los intérpretes de la ley, le dijo: «Maestro, cuando dices esto, nos insultas también a nosotros».
46 Y Jesús dijo: «¡Ay de ustedes también, intérpretes de la ley! Porque imponen a los otros cargas muy difíciles de llevar, pero ustedes ni siquiera con un dedo las tocan.
47 ¡Ay de ustedes, los que erigen los sepulcros de los profetas que mataron los antepasados de ustedes!
48 Con ello, no sólo son ustedes testigos sino cómplices de lo que hicieron sus antepasados, pues ellos los mataron y ustedes les erigen sus sepulcros.
49 Por eso, Dios en su sabiduría dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles. De ellos, a unos matarán y a otros perseguirán».
50 Por lo tanto, a la gente de esta generación se le demandará la sangre de todos los profetas, que desde la fundación del mundo ha sido derramada,
51 desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo. Sí, les aseguro que será demandada de esta generación.
52 ¡Ay de ustedes, intérpretes de la ley! Porque se han apoderado de la llave del conocimiento, ¡y ni ustedes entraron, y a los que sí querían entrar se lo impidieron!».
53 Como Jesús les decía todo esto, los escribas y los fariseos comenzaron a hostigarlo en gran manera, y a provocarlo para que hablara de muchas cosas,
54 y le tendían trampas para atraparlo en sus propias palabras.
La levadura de los fariseos
12
1 Mientras tanto, la gente se había reunido por millares. Era tal la multitud que se atropellaban unos contra otros. Jesús comenzó entonces a hablar, y en primer término les dijo a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.
2 Porque no hay nada encubierto que no haya de ser manifestado, ni nada oculto que no haya de saberse.
3 Por tanto, todo lo que ustedes digan en la oscuridad, se oirá a plena luz, y lo que ustedes musiten en la alcoba, se dará a conocer desde las azoteas.
A quién se debe temer
4 «Amigos míos, yo les digo a ustedes que no deben temer a los que matan el cuerpo, pero más de eso no pueden hacer después.
5 Yo les voy a enseñar a quién deben temer: Teman a aquel que, después de quitar la vida, tiene el poder de arrojarlos en el infierno. Sí, a él ténganle miedo.
6 ¿Acaso no se venden cinco pajarillos por un par de monedas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos.
7 Lo mismo pasa con ustedes, pues hasta los cabellos de su cabeza están todos contados. Así que no teman, pues ustedes valen más que muchos pajarillos.
Confesión de fe en Jesús
8 «Yo les digo que a todo aquel que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del Hombre lo confesará delante de los ángeles de Dios.
9 Pero al que me niegue delante de los hombres, se le negará delante de los ángeles de Dios.
10 Toda palabra que se diga en contra del Hijo del Hombre, será perdonada; pero toda blasfemia en contra del Espíritu Santo no será perdonada.
11 Cuando ustedes sean llevados a las sinagogas, y presentados ante magistrados y autoridades, no se preocupen de cómo o qué responder, o qué decir,
12 porque en ese mismo instante el Espíritu Santo les enseñará lo que deban decir».
El rico insensato
13 Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia».
14 Pero Jesús le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?».
15 También les dijo: «Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea».
16 Además, les contó una parábola: «Un hombre rico tenía un terreno que le produjo una buena cosecha.
17 Y este hombre se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer? ¡No tengo dónde guardar mi cosecha!».
18 Entonces dijo: «¡Ya sé lo que haré! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes.
19 Y me diré a mí mismo: “Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!”».
20 Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?».
21 Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios».
El afán y la ansiedad
22 Después, Jesús dijo a sus discípulos: «Por eso les digo que no se preocupen por su vida ni por lo que han de comer, ni por su cuerpo ni por lo que han de vestir.
23 La vida es más que la comida, y el cuerpo es más que el vestido.
24 Fíjense en los cuervos: no siembran, ni siegan; no tienen almacenes ni bodegas, y no obstante Dios los alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que las aves?
25 ¿Quién de ustedes, por mucho que lo intente, puede añadir medio metro a su estatura?
26 Pues si ustedes no pueden hacer ni lo más pequeño, ¿por qué se preocupan por lo demás?
27 Fíjense en los lirios, cómo crecen, y no trabajan ni hilan; pero yo les digo que ni Salomón, con todas sus riquezas, llegó a vestirse como uno de ellos.
28 Y si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana es echada al horno, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
29 Así que no se preocupen ni se angustien por lo que han de comer, ni por lo que han de beber.
30 Todo esto lo busca la gente de este mundo, pero el Padre sabe que ustedes tienen necesidad de estas cosas.
31 Busquen ustedes el reino de Dios, y todas estas cosas les serán añadidas.
Tesoro en el cielo
32 «Ustedes son un rebaño pequeño. Pero no tengan miedo, porque su Padre ha decidido darles el reino.
33 Vendan lo que ahora tienen, y denlo como limosna. Consíganse bolsas que no se hagan viejas, y háganse en los cielos un tesoro que no se agote. Allí no entran los ladrones, ni carcome la polilla.
34 Porque donde ustedes tengan su tesoro, allí también estará su corazón.
El siervo vigilante
35 «Manténganse listos, con la ropa puesta y con su lámpara encendida.
36 Sean como los siervos que están pendientes de que su señor regrese de una fiesta de bodas: en cuanto su señor llega y llama, ellos le abren enseguida.
37 ¡Dichosos los siervos a los que su señor encuentra pendientes de su regreso! De cierto les digo que se ajustará la ropa, los hará sentarse a la mesa, y él mismo vendrá a servirles.
38 Dichosos los siervos a los que su señor encuentre así, aunque llegue a la medianoche o en la madrugada.
39 Pero esto deben saber: si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, estaría pendiente y no permitiría que robaran su casa.
40 También ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá cuando ustedes menos lo esperen».
El siervo infiel
41 Entonces Pedro le dijo: «Señor, ¿esta parábola es para nosotros, o para todos?».
42 El Señor le respondió: «¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al cual su señor deja a cargo de los de su casa para que los alimente a su debido tiempo?
43 Dichoso el siervo al que, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así.
44 De cierto les digo que lo pondrá a cargo de todos sus bienes.
45 Pero si aquel siervo cree que su señor va a tardar, y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse,
46 el señor de aquel siervo vendrá cuando éste menos lo espere, y a una hora que no sabe, y lo castigará duramente, y lo echará con los incrédulos.
47 El siervo que, a pesar de conocer la voluntad de su señor, no se prepara para cumplirla, se hace acreedor de muchos azotes.
48 Pero el que se hace acreedor a recibir azotes sin conocer la voluntad de su señor, será azotado poco. Porque al que se le da mucho, también se le exigirá mucho; y al que se le confía mucho, se le pedirá más todavía.
Jesús, causa de división
49 «Yo he venido a lanzar fuego sobre la tierra. ¡Y cómo quisiera que ya estuviera en llamas!
50 Hay un bautismo que debo recibir, ¡y cómo me angustio esperando que se cumpla!
51 ¿Creen ustedes que he venido a la tierra para traer paz? Pues les digo que no, sino más bien división.
52 Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida en tres contra dos, y en dos contra tres.
53 El padre se enfrentará con el hijo, y el hijo con el padre. La madre estará en contra de la hija, y la hija en contra de la madre. La suegra estará en contra de su nuera, y la nuera en contra de su suegra».
¿Cómo no reconocen este tiempo?
54 Jesús decía también a la multitud: «Cuando ustedes ven que se levanta una nube en el poniente, dicen: «Va a llover»; y así sucede.
55 Cuando sopla el viento del sur, dicen: «Va a hacer calor»; y así sucede.
56 ¡Hipócritas! Si saben discernir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo es que no saben discernir el tiempo en que viven?
Arréglate con tu adversario
57 «¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
58 Cuando comparezcas con tu adversario ante el magistrado, procura arreglarte con él mientras vas de camino; no sea que te lleve ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel.
59 Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado la última moneda».
Arrepiéntanse o perecerán
13
1 En ese momento estaban allí algunos que le contaron a Jesús el caso de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios que ellos ofrecían.
2 Jesús les dijo: «¿Y creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que el resto de los galileos, sólo porque padecieron así?
3 ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos.
4 Y en el caso de los dieciocho, que murieron aplastados al derrumbarse la torre de Siloé, ¿creen ustedes que ellos eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén?
5 ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos».
Parábola de la higuera estéril
6 También les dijo esta parábola: «Un hombre había plantado una higuera en su viña, y cuando fue a buscar higos en ella no encontró ninguno.
7 Entonces le dijo al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar higos en esta higuera, y nunca encuentro uno solo. ¡Córtala, para que no se desaproveche también la tierra!».
8 Pero el viñador le dijo: «Señor, déjala todavía un año más, hasta que yo le afloje la tierra y la abone.
9 Si da fruto, qué bueno. Y si no, córtala entonces».».
Jesús sana a una mujer en el día de reposo
10 Un día de reposo, Jesús estaba enseñando en una sinagoga,
11 y allí estaba una mujer que hacía ya dieciocho años sufría de un espíritu de enfermedad. Andaba encorvada, y de ninguna manera podía enderezarse.
12 Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad».
13 Y en el mismo instante en que Jesús puso las manos sobre ella, la mujer se enderezó y comenzó a glorificar a Dios.
14 Pero el jefe de la sinagoga se enojó porque Jesús la había sanado en el día de reposo, así que le dijo a la gente: «Hay seis días en los que se puede trabajar. Para ser sanados, vengan en esos días; pero no en el día de reposo».
15 Entonces el Señor le dijo: «Hipócrita, ¿acaso cualquiera de ustedes no desata su buey, o su asno, del pesebre y lo lleva a beber, aun cuando sea día de reposo?
16 Y a esta hija de Abrahán, que Satanás había tenido atada durante dieciocho años, ¿no se le habría de liberar, aunque hoy sea día de reposo?».
17 Ante estos razonamientos de Jesús, todos sus adversarios quedaron avergonzados, pero todo el pueblo se alegraba de las muchas maravillas que él realizaba.
Parábola de la semilla de mostaza
18 Jesús dijo también: «¿Semejante a qué es el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?
19 Pues es semejante al grano de mostaza que alguien toma y siembra en su huerto, y ese grano crece hasta convertirse en un gran árbol, en cuyas ramas ponen su nido las aves del cielo».
Parábola de la levadura
20 Y volvió a decir: «¿Con qué compararé el reino de Dios?
21 Pues es semejante a la levadura que una mujer toma y guarda en tres medidas de harina, hasta que toda la masa fermenta».
La puerta estrecha
22 En su camino a Jerusalén, Jesús iba enseñando por ciudades y aldeas.
23 Alguien le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Y él respondió:
24 «Hagan todo lo posible para entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no podrán hacerlo.
25 En cuanto el padre de familia se levante y cierre la puerta, y ustedes desde afuera comiencen a golpear la puerta y a gritar: «¡Señor, Señor; ábrenos!», él les responderá: «No sé de dónde salieron ustedes».
26 Entonces ustedes comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido en tu compañía, y tú has enseñado en nuestras plazas».
27 Pero él les responderá: «No sé de dónde salieron ustedes. ¡Apártense de mí todos ustedes, hacedores de injusticia!».
28 Allí habrá entonces llanto y rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob, y a todos los profetas, en el reino de Dios, mientras que ustedes son expulsados.
29 Porque habrá quienes vengan del oriente y del occidente, del norte y del sur, para sentarse a la mesa en el reino de Dios.
30 Pero habrá algunos últimos que serán primeros, y algunos primeros que serán últimos».
Lamento de Jesús sobre Jerusalén
31 En ese preciso momento llegaron algunos fariseos, y le dijeron: «Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar».
32 Jesús les dijo: «Vayan y díganle a ese zorro: «Mira, hoy y mañana voy a expulsar demonios y a sanar enfermos, y al tercer día terminaré mi obra».
33 Pero es necesario que hoy, mañana, y pasado mañana, siga mi camino, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
34 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!
35 Pues bien, la casa de ustedes va a quedar desolada; y les digo que ustedes no volverán a verme hasta el día en que digan: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!».».
Jesús sana a un enfermo
14
1 En cierta ocasión, Jesús fue a comer a la casa de un fariseo muy importante. Era un día de reposo, y ellos estaban acechándolo.
2 Delante de Jesús estaba un hombre enfermo de hidropesía,
3 y Jesús les preguntó a los intérpretes de la ley y a los fariseos: «¿Está permitido sanar en el día de reposo?».
4 Pero ellos no respondieron. Entonces Jesús tomó al hombre de la mano, lo sanó y lo despidió;
5 luego se dirigió a ellos, y les dijo: «¿Quién de ustedes, si su asno o su buey se cae en un pozo, no lo saca enseguida, aunque sea en día de reposo?».
6 Y nadie podía responderle.
Los convidados a las bodas
7 Cuando Jesús vio que los invitados a la mesa escogían los mejores lugares, les contó una parábola:
8 «Cuando te inviten a una boda, no vayas a sentarte en el mejor lugar, no sea que otro de los invitados sea más importante que tú,
9 y cuando venga el anfitrión te diga: «Dale tu lugar a este otro»; porque entonces, con toda vergüenza, tendrás que ir a ocupar el último lugar.
10 Así que, cuando seas invitado, ve más bien a sentarte en el último lugar, para que cuando venga el anfitrión te diga: «Amigo mío, ven y siéntate más adelante». Así serás honrado delante de los otros invitados a la mesa.
11 Porque todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido».
12 También le dijo a su anfitrión: «Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos, ni a tus parientes y vecinos ricos, no sea que ellos también te vuelvan a invitar, y quedes así compensado.
13 Al contrario, cuando ofrezcas un banquete, invita a los pobres y a los mancos, a los cojos y a los ciegos,
14 y así serás dichoso. Porque aunque ellos no te puedan devolver la invitación, tu recompensa la recibirás en la resurrección de los justos».
Parábola de la gran cena
15 Uno de los que estaban sentados con él a la mesa oyó esto, y le dijo: «Dichoso el que participe del banquete en el reino de Dios».
16 Entonces Jesús le dijo: «Un hombre ofreció un gran banquete, e invitó a muchos.
17 A la hora del banquete envió a su siervo a decir a los invitados: «Vengan, que la mesa ya está servida».
18 Pero todos ellos comenzaron a disculparse. El primero dijo: «Acabo de comprar un terreno, y tengo que ir a verlo. Por favor, discúlpame».
19 Otro dijo: «Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Por favor, discúlpame».
20 Y otro más dijo: «Acabo de casarme, así que no puedo asistir».
21 Cuando el siervo regresó, le comunicó todo esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se enojó, y le dijo a su siervo: «Ve enseguida por las plazas y por las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos».
22 Cuando el siervo le dijo: «Señor, se ha hecho lo que mandaste hacer, y todavía hay lugar»,
23 el señor dijo al siervo: «Ve entonces por los caminos y por los atajos, y hazlos entrar por la fuerza. ¡Quiero que se llene mi casa!
24 Quiero decirles que ninguno de los que fueron invitados disfrutará de mi cena».».
Lo que cuesta seguir a Cristo
25 Como grandes multitudes lo seguían, Jesús se volvió a ellos y les dijo:
26 «Si alguno viene a mí, y no renuncia a su padre y a su madre, ni a su mujer y sus hijos, ni a sus hermanos y hermanas, y ni siquiera a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
27 Y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
28 Porque ¿quién de ustedes que quiera levantar una torre, no se sienta primero a calcular los costos, para ver si tiene todo lo que necesita para terminarla?
29 No sea que después de haber puesto los cimientos, se dé cuenta de que no puede terminarla, y todos los que lo sepan comiencen a burlarse de él
30 y digan: «Este hombre comenzó a construir, y no pudo terminar».
31 ¿O qué rey que marche a la guerra contra otro rey, no se sienta primero a calcular si puede hacerle frente con diez mil soldados al que viene a atacarlo con veinte mil?
32 Si no puede hacerle frente, envía una embajada al otro rey cuando éste todavía está lejos, y le propone condiciones de paz.
33 Así también, cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo.
Cuando la sal pierde su sabor
34 «La sal es buena, pero si se vuelve insípida, ¿con qué puede recuperar su sabor?
35 No sirve ni para la tierra ni para el montón de abono, y hay que tirarla. El que tenga oídos para oír, que oiga».
Parábola de la oveja perdida
15
1 Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
2 Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos».
3 Entonces Jesús les contó esta parábola:
4 «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
5 Y cuando la encuentra, gozoso la pone sobre sus hombros,
6 y al llegar a su casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: «¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!».
7 Les digo que así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
Parábola de la moneda perdida
8 «¿O qué mujer, si tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con cuidado la moneda, hasta encontrarla?
9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: «¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la moneda que se me había perdido!».
10 Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».
Parábola del hijo perdido
11 Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos,
12 y el menor de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde». Entonces el padre les repartió los bienes.
13 Unos días después, el hijo menor juntó todas sus cosas y se fue lejos, a una provincia apartada, y allí dilapidó sus bienes llevando una vida disipada.
14 Cuando ya lo había malgastado todo, sobrevino una gran hambruna en aquella provincia, y comenzó a pasar necesidad.
15 Se acercó entonces a uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien lo mandó a sus campos para cuidar de los cerdos.
16 Y aunque deseaba llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos, nadie se las daba.
17 Finalmente, recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre!
18 Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti,
19 y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!”».
20 Y así, se levantó y regresó con su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó.
21 Y el hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo».
22 Pero el padre les dijo a sus siervos: «Traigan la mejor ropa, y vístanlo. Pónganle también un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
23 Vayan luego a buscar el becerro gordo, y mátenlo; y comamos y hagamos fiesta,
24 porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado». Y comenzaron a regocijarse.
25 «El hijo mayor estaba en el campo, y cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas.
26 Entonces llamó a uno de los criados, y le preguntó qué estaba pasando.
27 El criado le respondió: «Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha ordenado matar el becerro gordo, porque lo ha recibido sano y salvo».
28 Cuando el hermano mayor escuchó esto, se enojó tanto que no quería entrar. Así que su padre salió a rogarle que entrara.
29 Pero el hijo mayor le dijo a su padre: «Aunque llevo tantos años de servirte, y nunca te he desobedecido, tú nunca me has dado siquiera un cabrito para disfrutar con mis amigos.
30 Pero ahora viene este hijo tuyo, que ha malgastado tus bienes con rameras, ¡y has ordenado matar el becerro gordo para él!».
31 El padre le dijo: «Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.
32 Pero era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado».».
Parábola del mayordomo infiel
16
1 Jesús también les dijo a sus discípulos: «Había un hombre rico, que tenía un mayordomo, el cual fue acusado de malgastar los bienes de su amo.
2 Ese hombre llamó al mayordomo, y le dijo: «¿Qué es esto que me dicen de ti? Ríndeme cuentas de tu mayordomía, porque no puedes seguir siendo mi mayordomo».
3 Entonces el mayordomo se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer si mi amo me quita la mayordomía? ¿Cavar la tierra? ¡No soy capaz! ¿Pedir limosna? ¡Qué vergüenza!
4 ¡Ya sé lo que haré! Así, cuando se me quite la mayordomía, seré bien recibido en cualquier casa».
5 Llamó entonces a cada uno de los deudores de su amo, y al primero le dijo: «¿Cuánto le debes a mi amo?».
6 Aquél respondió: «Cien barriles de aceite». El mayordomo le dijo: «Toma tu cuenta y, enseguida, siéntate y anota cincuenta».
7 A otro le dijo: «Y tú, ¿cuánto debes?». Y aquél respondió: «Cien sacos de trigo». El mayordomo le dijo: «Toma tu cuenta, y anota ochenta».
8 Y el amo elogió al mal mayordomo por haber actuado con tanta sagacidad, pues en el trato con sus semejantes los hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz.
9 «Por tanto, les digo: Háganse de amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, sean ustedes recibidos en las mansiones eternas.
10 «El que es confiable en lo poco, también lo es en lo mucho; y el que no es confiable en lo poco, tampoco lo es en lo mucho.
11 Porque si en el manejo de las riquezas injustas ustedes no son confiables, ¿quién podrá confiarles lo verdadero?
12 Y si con lo ajeno no resultan confiables, ¿quién les dará lo que les pertenece?
13 Ningún siervo puede servir a dos señores, porque a uno lo odiará y al otro lo amará. O bien, estimará a uno y menospreciará al otro. Así que ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas».[b]
14 Los fariseos, que eran avaros, también escuchaban estas cosas, y se burlaban de él.
15 Entonces Jesús les dijo: «Ustedes se justifican a ustedes mismos delante de la gente, pero Dios conoce su corazón; pues lo que la gente considera sublime, ante Dios resulta repugnante.
La ley y el reino de Dios
16 «La ley y los profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se anuncian las buenas noticias del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él.
17 Pero más fácilmente pasarán el cielo y la tierra, a que deje de cumplirse una sola letra de la ley.
Jesús enseña sobre el divorcio
18 «Todo el que se divorcia de su mujer, y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la divorciada, también comete adulterio.
El rico y Lázaro
19 «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y cada día celebraba espléndidos banquetes.
20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que lleno de llagas pasaba el tiempo echado a la puerta de aquél,
21 ansioso de saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
22 Llegó el día en que el mendigo murió, y los ángeles se lo llevaron al lado de Abrahán. Después murió también el rico, y fue sepultado.
23 Cuando el rico estaba en el Hades, en medio de tormentos, alzó sus ojos y, a lo lejos, vio a Abrahán, y a Lázaro junto a él.
24 Entonces gritó: «Padre Abrahán, ¡ten compasión de mí! ¡Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y me refresque la lengua, porque estas llamas me atormentan!».
25 Pero Abrahán le dijo: «Hijo mío, acuérdate de que, mientras vivías, tú recibiste tus bienes y Lázaro recibió sus males. Pero ahora, aquí él recibe consuelo y tú recibes tormentos.
26 Pero, además, hay un gran abismo entre nosotros y ustedes, de manera que los que quieran pasar de aquí a donde están ustedes, no pueden hacerlo; ni tampoco pueden pasar de allá hacia acá».
27 Aquél respondió: «Padre, entonces te ruego que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
28 donde tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento».
29 Pero Abrahán le respondió: «Pero ellos tienen a Moisés y a los profetas. ¡Que los escuchen!».
30 Y aquél contestó: «No lo harán, padre Abrahán. Pero si alguien de entre los muertos va a ellos, sí se arrepentirán».
31 Abrahán le dijo: «Si no han escuchado a Moisés y a los profetas, tampoco se van a convencer si alguien se levanta de entre los muertos».».
Ocasiones de caer
17
1 Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel por quien vengan!
2 Más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino, y que lo arrojaran al mar, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeñitos.
3 Así que, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo.
4 Si en un solo día peca siete veces contra ti, y siete veces vuelve a ti el mismo día y te dice: «Me arrepiento», perdónalo».
Auméntanos la fe
5 Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».
6 Entonces el Señor les dijo: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decirle a este sicómoro: «Desarráigate, y plántate en el mar», y el sicómoro los obedecería.
El deber del siervo
7 «Si alguno de ustedes tiene un siervo que ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: «Pasa y siéntate a la mesa»?
8 ¡No! Más bien, le dice: «Prepárame la cena, y arréglate la ropa para servirme mientras yo como y bebo. Después podrás comer y beber tú».
9 ¿Y acaso se le agradece al siervo el hacer lo que se le ordena?
10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha ordenado, digan: «Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber».».
Diez leprosos son limpiados
11 En su camino a Jerusalén, Jesús pasó entre Samaria y Galilea.
12 Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se quedaron a cierta distancia de él,
13 y levantando la voz le dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».
14 Cuando él los vio, les dijo: «Vayan y preséntense ante los sacerdotes». Y sucedió que, mientras ellos iban de camino, quedaron limpios.
15 Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello,
16 y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. Este hombre era samaritano.
17 Jesús dijo: «¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve?
18 ¿No hubo quien volviera y alabara a Dios sino este extranjero?».
19 Y al samaritano le dijo: «Levántate y vete. Tu fe te ha salvado».
La venida del Reino
20 Cuando los fariseos le preguntaron cuándo había de venir el reino de Dios, él les respondió: «El reino de Dios no vendrá con advertencia,
21 ni se dirá: «Aquí está», o «Allí está»; porque el reino de Dios está entre ustedes».
22 A sus discípulos les dijo: «Llegará el tiempo cuando ustedes querrán ver siquiera uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo verán.
23 Les dirán: «Está aquí», o «está allí», pero no vayan ni los sigan.
24 Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece de un extremo del cielo hasta el otro, así también será el día del Hijo del Hombre.
25 Pero primero es necesario que padezca mucho, y que sea desechado por esta generación.
26 Tal y como sucedió en los días de Noé, así también sucederá en los días del Hijo del Hombre.
27 La gente comía y bebía, y se casaba y se daba en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los destruyó a todos.
28 Lo mismo sucedió en los días de Lot: la gente comía y bebía, compraba y vendía, plantaba y edificaba casas;
29 pero cuando Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos.
30 Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.
31 En aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus bienes en su casa, que no baje a tomarlos; y el que esté en el campo, que no regrese a su casa.
32 ¡Acuérdense de la mujer de Lot!
33 Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.
34 Yo les digo que esa noche, si dos están en una cama, uno de ellos será tomado, y el otro será dejado.
35 Si dos mujeres están moliendo juntas, una de ellas será tomada, y la otra será dejada.
36 Si dos están en el campo, uno de ellos será tomado, y el otro será dejado».
37 Entonces le preguntaron: «Y eso, Señor, ¿dónde ocurrirá?». Y Jesús les respondió: «Donde está el cadáver, allí se juntan los buitres».
Parábola de la viuda y el juez injusto
18
1 Además, Jesús les contó una parábola en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse.
2 Les dijo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie.
3 En esa misma ciudad había también una viuda, la cual acudía a ese juez y le pedía: «Hazme justicia contra mi adversario».
4 Pasó algún tiempo, y el juez no quiso atenderla, pero después se puso a pensar: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie,
5 esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia».».
6 Dijo entonces el Señor: «Presten atención a lo que dijo el juez injusto.
7 ¿Acaso Dios no les hará justicia a sus elegidos, que día y noche claman a él? ¿Se tardará en responderles?
8 Yo les digo que sin tardanza les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?».
Parábola del fariseo y el cobrador de impuestos
9 A unos que a sí mismos se consideraban justos y menospreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola:
10 «Dos hombres fueron al templo a orar: uno de ellos era fariseo, y el otro era cobrador de impuestos.
11 Puesto de pie, el fariseo oraba consigo mismo de esta manera: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, injustos y adúlteros. ¡Ni siquiera soy como este cobrador de impuestos!
12 Ayuno dos veces a la semana, y doy la décima parte de todo lo que gano».
13 Pero el cobrador de impuestos, desde lejos, no se atrevía siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: «Dios mío, ten misericordia de mí, porque soy un pecador».
14 Yo les digo que éste volvió a su casa justificado, y no el otro. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Jesús bendice a los niños
15 La gente llevaba los niños a Jesús, para que él los tocara. Cuando los discípulos vieron esto, los reprendieron;
16 pero Jesús los llamó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de los cielos es de los que son como ellos.
17 De cierto les digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
El joven rico
18 Un hombre importante le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?».
19 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie que sea bueno, sino sólo Dios.
20 Conoces los mandamientos: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre».
21 Aquél le dijo: «Todo esto lo he cumplido desde mi juventud».
22 Al oír esto, Jesús le dijo: «Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después de eso, ven y sígueme».
23 Cuando aquel hombre oyó esto, se puso muy triste, porque era muy rico.
24 Y al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!
25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
26 Los que oyeron esto dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?».
27 Y Jesús les respondió: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios».
28 Pedro dijo entonces: «Nosotros hemos dejado nuestras posesiones, y te hemos seguido».
29 Y Jesús les dijo: «De cierto les digo, que cualquiera que haya dejado casa, padres, hermanos, mujer, o hijos, por el reino de Dios,
30 recibirá mucho más en este tiempo, y en el tiempo venidero recibirá la vida eterna».
Nuevamente Jesús anuncia su muerte
31 Jesús llamó aparte a los doce, y les dijo: «Como pueden ver, ahora vamos camino a Jerusalén. Allí se cumplirá todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del Hombre.
32 Éste será entregado a los no judíos, los cuales se burlarán de él, lo insultarán y le escupirán,
33 y después de azotarlo, lo matarán. Pero al tercer día resucitará».
34 Ellos no entendieron nada de esto, pues el mensaje no les resultaba claro ni podían comprenderlo.
Un ciego de Jericó recibe la vista
35 Cuando Jesús estuvo cerca de Jericó, junto al camino estaba sentado un mendigo ciego.
36 Al oír éste a la multitud que pasaba, preguntó qué era lo que sucedía,
37 y cuando le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por allí,
38 comenzó a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!».
39 Los que iban al frente lo reprendían para que se callara; pero él gritaba más aún: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!».
40 Entonces Jesús se detuvo y mandó que lo llevaran a su presencia. Cuando el ciego llegó, Jesús le preguntó:
41 «¿Qué quieres que haga por ti?». Y el ciego respondió: «Señor, quiero recibir la vista».
42 Jesús le dijo: «Ya la has recibido. Tu fe te ha sanado».
43 Al instante, el ciego pudo ver y comenzó a seguir a Jesús, mientras glorificaba a Dios. Y al ver todo el pueblo lo sucedido, también alababa a Dios.
Jesús y Zaqueo
19
1 Jesús entró en Jericó, y comenzó a cruzar la ciudad.
2 Mientras caminaba, un hombre rico llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores de impuestos,
3 trataba de ver quién era Jesús, pero por causa de la multitud no podía hacerlo, pues era de baja estatura.
4 Pero rápidamente se adelantó y, para verlo, se trepó a un árbol, pues Jesús iba a pasar por allí.
5 Cuando Jesús llegó a ese lugar, levantó la vista y le dijo: «Zaqueo, apúrate y baja de allí, porque hoy tengo que pasar la noche en tu casa».
6 Zaqueo bajó de prisa, y con mucho gusto recibió a Jesús.
7 Todos, al ver esto, murmuraban, pues decían que Jesús había entrado en la casa de un pecador.
8 Pero Zaqueo se puso de pie y le dijo al Señor: «Señor, voy a dar ahora mismo la mitad de mis bienes a los pobres. Y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más lo defraudado».
9 Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues este hombre también es hijo de Abrahán.
10 Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido».
Parábola de los siervos
11 Al escuchar la gente estas cosas, Jesús les contó una parábola, pues ya estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el reino de Dios estaba por manifestarse.
12 Jesús les dijo: «Un hombre de alto rango se fue a un país lejano, para recibir un reino y luego volver.
13 Antes de partir, llamó a diez de sus siervos, les dio una buena cantidad de dinero,[c] y les dijo: «Hagan negocio con este dinero, hasta que yo vuelva».
14 Pero sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron tras él unos representantes para que dijeran: «No queremos que éste reine sobre nosotros».
15 Cuando ese hombre volvió, después de recibir el reino, hizo comparecer ante él a los siervos a quienes había dado el dinero, para saber qué negocios había hecho cada uno.
16 Cuando llegó el primero, dijo: «Señor, tu dinero ha producido diez veces más».
17 Aquel hombre dijo: «¡Bien hecho! Eres un buen siervo. Puesto que en lo poco has sido fiel, vas a gobernar diez ciudades».
18 Otro más llegó y le dijo: «Señor, tu dinero ha producido cinco veces más».
19 Y también a éste le dijo: «Tú vas a gobernar cinco ciudades».
20 Llegó otro más, y le dijo: «Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he tenido envuelto en un pañuelo,
21 pues tuve miedo de ti, porque sé que eres un hombre duro, que tomas lo que no pusiste, y recoges lo que no sembraste».
22 Entonces aquel hombre le dijo: «¡Mal siervo! Por tus propias palabras voy a juzgarte. Si sabías que soy un hombre duro, que tomo lo que no puse, y que recojo lo que no sembré,
23 ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, ¡a mi regreso lo habría recibido con los intereses!».
24 Y dijo entonces a los que estaban presentes: «¡Quítenle el dinero, y dénselo al que ganó diez veces más!».
25 Pero ellos objetaron: «Señor, ése ya tiene mucho dinero».
26 Y aquel hombre dijo: «Pues al que tiene, se le da más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quita.
27 Y en cuanto a mis enemigos, los que no querían que yo fuera su rey, ¡tráiganlos y decapítenlos delante de mí!».».
La entrada triunfal en Jerusalén
28 Después de decir esto, Jesús siguió su camino en dirección a Jerusalén.
29 Cuando ya estaba cerca de Betfagué y de Betania, junto al monte que se llama de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos:
30 «Vayan a la aldea que está ante ustedes. Al entrar en ella, van a encontrar atado un burrito, sobre el cual nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo aquí.
31 Si alguien les pregunta: «¿Por qué lo desatan?», respondan: «Porque el Señor lo necesita».».
32 Los discípulos se fueron y encontraron todo tal y como él les había dicho.
33 Mientras desataban el burrito, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?».
34 Y ellos contestaron: «Porque el Señor lo necesita».
35 Luego se lo llevaron a Jesús, echaron sus mantos sobre el burrito, e hicieron montar a Jesús.
36 Conforme Jesús avanzaba, la multitud tendía sus mantos por el camino.
37 Cuando se acercó a la bajada del monte de los Olivos, todo el conjunto de sus discípulos comenzó a gritar de alegría y a alabar a Dios por todas las maravillas que habían visto;
38 y decían: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!».
39 Algunos de los fariseos que iban entre la multitud le dijeron: «Maestro, ¡reprende a tus discípulos!».
40 Pero Jesús les dijo: «Si éstos callaran, las piedras clamarían».
41 Ya cerca de la ciudad, Jesús lloró al verla,
42 y dijo: «¡Ah, si por lo menos hoy pudieras saber lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos.
43 Porque van a venir sobre ti días, cuando tus enemigos levantarán un cerco a tu alrededor, y te sitiarán.
44 Y te destruirán por completo, a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no te diste cuenta del momento en que Dios vino a visitarte».
Purificación del templo
45 Después Jesús entró en el templo, y comenzó a echar de allí a todos los que vendían y compraban.
46 Les decía: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración». ¡Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones!».
47 Todos los días Jesús enseñaba en el templo, pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarlo.
48 Sin embargo, no hallaban la manera de hacerlo, pues todo el pueblo estaba pendiente de lo que él decía.
La autoridad de Jesús
20
1 Un día, mientras Jesús estaba en el templo enseñando al pueblo y anunciándoles las buenas noticias, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, junto con los ancianos,
2 y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces todo esto? ¿Quién te ha dado esta autoridad?».
3 Jesús les dijo: «Yo también voy a hacerles una pregunta. Díganme:
4 El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de este mundo?».
5 Ellos empezaron a discutir entre sí: «Si decimos que era del cielo, nos dirá: «Entonces, ¿por qué no le creyeron?».
6 Y si decimos que era de los hombres, todo el pueblo nos matará a pedradas, pues están convencidos de que Juan era un profeta».
7 Y respondieron que no sabían de dónde era.
8 Entonces Jesús les dijo: «Pues yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».
Los labradores malvados
9 Luego comenzó a contarle a la gente esta parábola: «Un hombre plantó una viña, se la arrendó a unos labradores, y se ausentó por mucho tiempo.
10 A su debido tiempo, envió a uno de sus siervos para que los labradores le entregaran la parte de lo que la viña había producido; pero los labradores lo golpearon y lo mandaron con las manos vacías.
11 Volvió a enviar a otro siervo; pero ellos golpearon y humillaron también a éste, y lo enviaron con las manos vacías.
12 Envió entonces a un tercer siervo, pero también a éste lo hirieron y lo echaron de allí.
13 Entonces el dueño de la viña dijo: «¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo amado. Tal vez, cuando lo vean, le tendrán respeto».
14 Pero cuando los labradores lo vieron, se dijeron unos a otros: «Éste es el heredero. Vamos a matarlo, para quedarnos con la herencia».
15 Así que lo expulsaron de la viña, y lo mataron. ¿Qué creen ustedes que el dueño de la viña hará con ellos?
16 Pues irá y matará a esos labradores, y dará su viña a otros». Al oír esto, la gente exclamó: «¡Dios nos libre!».
17 Pero Jesús los miró fijamente y les dijo: «¿Qué significa esta escritura que dice: ».«La piedra que desecharon los constructores ha venido a ser la piedra angular?».
18 Todo el que caiga sobre esa piedra, se hará pedazos; y si ella cae sobre alguien, lo aplastará por completo».
La cuestión del tributo
19 En ese mismo instante los principales sacerdotes y los escribas trataron de echarle mano, pues comprendieron que, al contar esa parábola, Jesús se refería a ellos. Pero tenían miedo de la gente;
20 entonces enviaron espías que parecían gente buena, para que lo acecharan y atraparan a Jesús en sus propias palabras, y así poder ponerlo bajo el poder y la autoridad del gobernador.
21 Los espías le preguntaron: «Maestro, sabemos que dices y enseñas con rectitud, y que no discriminas a nadie, sino que en verdad enseñas el camino de Dios.
22 ¿Nos está permitido pagar tributo al César, o no?».
23 Pero Jesús se dio cuenta de sus malas intenciones, y les dijo:
24 «Muéstrenme una moneda. ¿De quién son la imagen y la inscripción?». Ellos respondieron: «Del César».
25 Entonces Jesús les dijo: «Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».
26 Así que no pudieron sorprenderlo ante el pueblo en ninguna palabra; y admirados de su respuesta, no dijeron más.
La pregunta sobre la resurrección
27 Algunos de los saduceos, que decían que no hay resurrección, le preguntaron:
28 «Maestro, Moisés nos escribió: «Si el hermano de alguien tiene esposa y muere sin tener hijos, el hermano del difunto debe casarse con la viuda y darle descendencia a su hermano muerto».
29 Pues bien, se dio el caso de siete hermanos, y el primero de ellos se casó, y murió sin tener hijos.
30 El segundo se casó con la viuda, pero también murió sin tener hijos.
31 El tercero también se casó con ella, y así todos los siete, y todos murieron sin dejar descendencia.
32 Finalmente, murió también la mujer.
33 Así que, en la resurrección, ¿esposa de cuál de ellos será la viuda, ya que los siete estuvieron casados con ella?».
34 Entonces Jesús les dijo: «La gente de este mundo se casa, y se da en casamiento,
35 pero los que sean considerados dignos de alcanzar el mundo venidero y la resurrección de entre los muertos, no se casarán ni se darán en casamiento,
36 porque ya no podrán morir, sino que serán semejantes a los ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección.
37 Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, pues llama al Señor, «Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob».
38 Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven».
39 Algunos de los escribas le respondieron: «Maestro, has dicho bien».
40 Y no se atrevieron a preguntarle nada más.
¿De quién es hijo el Cristo?
41 Entonces él les dijo: «¿Cómo pueden decir que el Cristo es hijo de David?
42 David mismo dice, en el libro de los Salmos: ».«El Señor le dijo a mi Señor: “Siéntate a mi derecha,
43 hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”».
44 «Y si David lo llama Señor, ¿cómo entonces puede ser su hijo?».
Jesús acusa a los escribas
45 Como todo el pueblo lo estaba escuchando, Jesús les dijo a sus discípulos:
46 «Cuídense de los escribas, porque les gusta pasearse con ropas largas, y que los saluden en las plazas, y sentarse en las primeras sillas de las sinagogas, y en los lugares más importantes de los banquetes.
47 Se adueñan de los bienes de las viudas, y para disimular todo esto hacen largas oraciones. ¡Pero ellos recibirán una mayor condenación!».
La ofrenda de la viuda
21
1 Jesús estaba observando a los ricos que depositaban sus ofrendas en el arca del templo,
2 y vio que una viuda muy pobre depositaba allí dos moneditas de poco valor.
3 Entonces dijo: «En verdad les digo, que esta viuda pobre ha echado más que todos.
4 Porque todos aquellos ofrendaron a Dios de lo que les sobra, pero ella puso, en su pobreza, todo lo que tenía para su sustento».
Jesús predice la destrucción del templo
5 Algunos hablaban de las hermosas piedras con las que el templo estaba adornado, y de las ofrendas dedicadas a Dios, así que Jesús les dijo:
6 «En cuanto a lo que ustedes ven, vienen días en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido».
Señales antes del fin
7 Entonces le preguntaron: «Y esto, Maestro, ¿cuándo sucederá? ¿Y qué señal habrá cuando esto ya esté por suceder?».
8 Jesús les respondió: «Cuídense de no ser engañados. Porque muchos vendrán en mi nombre, y dirán: «Yo soy», y también: «El tiempo está cerca». Pero ustedes no los sigan.
9 Y cuando oigan hablar de guerras y de levantamientos, no se alarmen, porque es necesario que esto suceda primero, pero el fin no llegará de manera repentina».
10 También les dijo: «Se levantará nación contra nación, y reino contra reino.
11 Habrá impresionantes terremotos, y hambre y pestilencias en diferentes lugares; también sucederán cosas espantosas y habrá grandes señales del cielo.
12 Pero antes de que todo esto suceda, a ustedes les echarán mano, los perseguirán, y los entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y por causa de mi nombre los harán comparecer ante reyes y gobernantes.
13 Pero esto les servirá para dar testimonio.
14 Propónganse en su interior no ponerse a pensar cómo responder en su defensa,
15 porque yo les daré las palabras y la sabiduría, las cuales no podrán resistir ni contradecir todos sus oponentes.
16 Ustedes serán entregados incluso por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y a algunos de ustedes los matarán.
17 Por causa de mi nombre, todo el mundo los odiará,
18 pero ustedes no perderán ni un solo cabello de su cabeza.
19 Tengan paciencia, que así ganarán sus almas.
20 «Pero cuando vean a Jerusalén rodeada de ejércitos, sepan que su destrucción ha llegado.
21 Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en la ciudad, salgan de allí. Los que estén en los campos, no entren en la ciudad.
22 Porque esos días serán de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.
23 Pero ¡ay de las que en esos días estén embarazadas, o amamantando! Porque vendrá sobre la tierra una gran calamidad, y sobre este pueblo vendrá la ira.
24 Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumplan los tiempos que a ellos les esperan.
La venida del Hijo del Hombre
25 «Habrá entonces señales en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, la gente se angustiará y quedará confundida por causa del bramido del mar y de las olas.
26 El miedo y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra hará que los hombres desfallezcan, y los poderes celestiales se estremecerán.
27 Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con poder y gran gloria.
28 Cuando esto comience a suceder, anímense y levanten la cabeza, porque su redención estará cerca».
29 También les contó una parábola: «Fíjense en la higuera y en todos los árboles.
30 Cuando ustedes ven que brotan sus hojas, pueden saber que ya se acerca el verano.
31 De la misma manera, cuando ustedes vean que todo esto sucede, podrán saber que ya se acerca el reino de Dios.
32 De cierto les digo, que todo esto sucederá antes de que pase esta generación.
33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
34 «Pero tengan cuidado de que su corazón no se recargue de glotonería y embriaguez, ni de las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no les sobrevenga de repente.
35 Porque caerá como un lazo sobre todos los que habitan la faz de la tierra.
36 Por lo tanto, manténganse siempre atentos, y oren para que se les considere dignos de escapar de todo lo que habrá de suceder, y de presentarse ante el Hijo del Hombre».
37 De día, Jesús enseñaba en el templo; de noche, se quedaba en el monte llamado de los Olivos.
38 Y toda la gente acudía a él por la mañana, para escucharlo en el templo.
El complot para matar a Jesús
22
1 Se acercaba la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua.
2 Los principales sacerdotes y los escribas buscaban la manera de matar a Jesús, pero le tenían miedo al pueblo.
3 Entonces Satanás entró en Judas, uno de los doce, al que llamaban Iscariote,
4 y éste fue a hablar con los principales sacerdotes y con los jefes de la guardia, para acordar con ellos cómo les entregaría a Jesús.
5 Ellos se alegraron, y acordaron darle dinero.
6 Judas aceptó y comenzó a buscar el mejor momento de entregarles a Jesús sin que el pueblo lo supiera.
Institución de la Cena del Señor
7 Llegó el día de los panes sin levadura, cuando es necesario sacrificar el cordero de la pascua.
8 Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: «Vayan a preparar todo para que comamos la pascua».
9 Ellos le preguntaron: «¿Dónde quieres que hagamos los preparativos?».
10 Jesús les dijo: «Al entrar en la ciudad, verán ustedes a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo hasta la casa donde entre,
11 y díganle al dueño de la casa: «El Maestro pregunta dónde está el aposento en donde comerá la pascua con sus discípulos».
12 Entonces él les mostrará un gran aposento alto, ya dispuesto. Hagan allí los preparativos».
13 Los discípulos partieron, y encontraron todo tal y como Jesús se lo había dicho, y prepararon la pascua.
14 Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y los apóstoles se sentaron con él.
15 Entonces les dijo: «¡Cómo he deseado comer con ustedes esta pascua, antes de que padezca!
16 Porque yo les digo que no volveré a comerla hasta su cumplimiento en el reino de Dios».
17 Y Jesús tomó la copa, dio gracias y dijo: «Tomen esto, y repártanlo entre ustedes;
18 porque yo les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».
19 Luego tomó el pan, lo partió, dio gracias y les dio, al tiempo que decía: «Esto es mi cuerpo, que por ustedes es entregado; hagan esto en memoria de mí».
20 De igual manera, después de haber cenado tomó la copa y les dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes va a ser derramada.
21 Pero sepan que la mano del que me va a traicionar está sobre esta mesa, conmigo.
22 A decir verdad, el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquél que lo va a traicionar!».
23 Ellos comenzaron a preguntarse unos a otros, quién de ellos sería capaz de hacer esto.
La grandeza en el servicio
24 Además, los discípulos tuvieron una discusión en cuanto a quién de ellos sería el mayor.
25 Pero Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que tienen autoridad sobre ellas son llamados benefactores;
26 pero entre ustedes no debe ser así, sino que el mayor entre ustedes tiene que hacerse como el menor; y el que manda tiene que actuar como el que sirve.
27 Porque, ¿quién es mayor? ¿El que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿Acaso no es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.
28 «Pero son ustedes los que han permanecido conmigo en mis pruebas.
29 Por tanto, yo les asigno un reino, así como mi Padre me lo asignó a mí,
30 para que en mi reino coman y beban a mi mesa, y se sienten en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».
Jesús anuncia la negación de Pedro
31 El Señor dijo también: «Simón, Simón, Satanás ha pedido sacudirlos a ustedes como si fueran trigo;
32 pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando hayas vuelto, deberás confirmar a tus hermanos».
33 Pedro le dijo: «Señor, no sólo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, sino también a la muerte».
34 Y Jesús le dijo: «Pedro, te aseguro que el gallo no cantará hoy antes de que tú hayas negado tres veces que me conoces».
Bolsa, alforja y espada
35 Luego Jesús les preguntó: «Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿les faltó algo?». Ellos respondieron: «Nada».
36 Entonces Jesús les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, junto con la alforja. Y el que no tenga espada, que venda su capa y se compre una.
37 Porque yo les digo que todavía se tiene que cumplir en mí aquello que está escrito: «Y fue contado entre los pecadores». Porque lo que está escrito acerca de mí, tiene que cumplirse».
38 Ellos le dijeron: «Señor, ¡aquí hay dos espadas!». Y Jesús respondió: «¡Basta!».
Jesús ora en Getsemaní
39 Jesús salió y, conforme a su costumbre, se fue al monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron.
40 Cuando llegó a ese lugar, Jesús les dijo: «Oren para que no caigan en tentación».
41 Luego, se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y allí se arrodilló y oró.
42 Y decía: «Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
43 (Se le apareció entonces un ángel del cielo, para fortalecerlo.
44 Lleno de angustia, oraba con más intensidad. Y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.)[d]
45 Cuando Jesús se levantó después de orar, fue a donde estaban sus discípulos, y a causa de la tristeza los halló durmiendo.
46 Les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren para que no caigan en tentación!».
Arresto de Jesús
47 Mientras Jesús estaba hablando, se hizo presente una turba, al frente de la cual iba Judas, que era uno de los doce y que se acercó a Jesús para besarlo.
48 Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?».
49 Cuando los que estaban con él se dieron cuenta de lo que pasaba, le dijeron: «Señor, ¿echamos mano a la espada?».
50 Uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
51 Pero Jesús les dijo: «¡Basta! ¡Déjenlos!». Tocó entonces la oreja de aquel hombre, y lo sanó.
52 Luego, Jesús les dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: «¿Han venido con espadas y palos, como si fuera yo un ladrón?
53 Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no me pusieron las manos encima. Pero ésta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas».
Pedro niega a Jesús
54 Aquellos arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos.
55 En medio del patio encendieron una fogata, y se sentaron alrededor de ella. También Pedro se sentó entre ellos.
56 Pero una criada que lo vio sentado frente al fuego, se fijó en él y dijo: «Éste también estaba con él».
57 Pedro lo negó, y dijo: «Mujer, yo no lo conozco».
58 Un poco después, otro lo vio y le dijo: «Tú también eres de ellos». Pero Pedro le dijo: «¡Hombre, no lo soy!».
59 Como una hora después, otro afirmó: «No hay duda. Éste también estaba con él, porque es galileo».
60 Pedro le dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en ese momento, mientras Pedro aún hablaba, el gallo cantó.
61 En ese mismo instante el Señor se volvió a ver a Pedro, y entonces Pedro se acordó de las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces».
62 Enseguida, Pedro salió de allí y lloró amargamente.
Jesús escarnecido y azotado
63 Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban.
64 También le vendaron los ojos, le golpearon el rostro, y le decían: «Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?».
65 Y lo insultaban y le decían muchas otras cosas.
Jesús ante el tribunal
66 Cuando se hizo de día, se juntaron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y llevaron a Jesús ante el tribunal y le preguntaron:
67 «¿Eres tú el Cristo? ¡Responde!». Él les dijo: «Si les dijera que sí, no me lo creerían.
68 Y si les hiciera preguntas, no me responderían ni me soltarían.
69 Pero a partir de este momento el Hijo del Hombre se sentará a la derecha del poder de Dios».
70 Todos dijeron: «¿Así que tú eres el Hijo de Dios?». Él les respondió: «Ustedes dicen que lo soy».
71 Entonces ellos dijeron: «¿Qué más pruebas necesitamos? ¡Nosotros mismos las hemos oído de sus propios labios!».
Jesús ante Pilato
23
1 Entonces todos ellos se levantaron, y llevaron a Jesús ante Pilato.
2 Allí comenzaron a acusarlo. Decían: «Hemos encontrado que éste subvierte a la nación, que prohíbe pagar tributo al César, y que dice que él mismo es el Cristo, es decir, un rey».
3 Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices».
4 Pilato dijo entonces a los principales sacerdotes, y a la gente: «Yo no encuentro delito alguno en este hombre».
5 Pero ellos seguían insistiendo: «Éste alborota al pueblo con lo que enseña por toda Judea, desde Galilea hasta este lugar».
Jesús ante Herodes
6 Cuando Pilato escuchó esto, preguntó si él era galileo.
7 Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió a éste, que en aquellos días también estaba en Jerusalén.
8 Herodes se alegró mucho al ver a Jesús, pues hacía tiempo que deseaba verlo, ya que había oído hablar mucho acerca de él, y esperaba verlo hacer alguna señal.
9 Pero aunque Herodes le hacía muchas preguntas, Jesús no respondía nada.
10 También estaban allí los principales sacerdotes y los escribas, los cuales lo acusaban con extremado apasionamiento.
11 Entonces Herodes y sus soldados lo humillaron y se burlaron de él, y lo vistieron con una ropa muy lujosa, después de lo cual Herodes lo envío de vuelta a Pilato.
12 Antes de ese día, Pilato y Herodes estaban enemistados entre sí, pero ese día se hicieron amigos.
Jesús es sentenciado a muerte
13 Pilato convocó a los principales sacerdotes, y a los gobernantes y al pueblo,
14 y les dijo: «Ustedes me han presentado a este hombre como a un perturbador del pueblo, pero lo he interrogado delante de ustedes, y no lo he hallado culpable de ninguno de los delitos de los que ustedes lo acusan.
15 Se lo envié a Herodes, y tampoco él lo ha hallado culpable. Por tanto, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.
16 Voy a castigarlo, y después de eso lo dejaré libre».
17 (Y en cada fiesta él tenía que poner en libertad a un preso.)[e]
18 Pero toda la multitud gritaba al unísono: «¡Fuera con éste! ¡Déjanos libre a Barrabás!».
19 Barrabás había sido encarcelado por un levantamiento en la ciudad, y también por homicidio.
20 Como Pilato quería soltar a Jesús, volvió a dirigirse al pueblo;
21 pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
22 Por tercera vez Pilato les dijo: «¿Pues qué crimen ha cometido éste? ¡Yo no he hallado en él ningún delito que merezca la muerte! Voy a castigarlo, y luego lo dejaré libre».
23 Pero ellos seguían gritando, e insistían en que Jesús fuera crucificado. Al final, prevalecieron las voces de ellos y de los principales sacerdotes.
24 La sentencia de Pilato fue que se hiciera lo que ellos pedían;
25 puso en libertad a quien habían pedido, que había sido encarcelado por rebelión y homicidio, y puso a Jesús a la disposición de ellos.
Crucifixión y muerte de Jesús
26 Cuando llevaban a Jesús, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le pusieron la cruz encima, para que la llevara detrás de Jesús.
27 Detrás de Jesús iba una gran multitud del pueblo, y mujeres que lloraban y se lamentaban por él.
28 Pero Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos.
29 Porque vienen días en que se dirá: «Dichosas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no amamantaron».
30 Entonces comenzarán a pedir a los montes: «¡Caigan sobre nosotros!». Y dirán a las colinas: «¡Cúbrannos por completo!».
31 Porque, si esto hacen con el árbol verde, ¡qué no harán con el árbol seco!».
32 Con Jesús llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para ser ejecutados.
33 Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, lo mismo que a los malhechores, uno a la derecha de Jesús y otro a su izquierda.
34 (Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».)[f] Y los soldados echaron suertes para repartirse entre ellos sus vestidos.
35 Mientras el pueblo observaba, los gobernantes se burlaban de él y decían: «Ya que salvó a otros, que se salve a sí mismo, si en verdad es el Cristo, el escogido de Dios».
36 También los soldados se burlaban de él; hasta se acercaron y le ofrecieron vinagre,
37 mientras decían: «Si eres el Rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!».
38 Había sobre él un epígrafe que en letras griegas, latinas y hebreas decía: «ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS».
39 Uno de los malhechores que estaban allí colgados lo insultaba y le decía: «Si tú eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!».
40 Pero el otro lo reprendió y le dijo: «¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios?
41 Lo que nosotros ahora padecemos es justo, porque estamos recibiendo lo que merecían nuestros hechos, pero éste no cometió ningún crimen».
42 Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
43 Jesús le dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso».
44 Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre toda la tierra.
45 El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad.
46 En ese momento Jesús clamó a gran voz, y dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y después de haber dicho esto, expiró.
47 Cuando el centurión vio lo sucedido, alabó a Dios y dijo: «Realmente, este hombre era justo».
48 Al ver lo sucedido, toda la multitud que presenciaba este espectáculo se golpeaba el pecho y se fue alejando de allí.
49 Pero todos los conocidos de Jesús, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, seguían observando a cierta distancia lo que sucedía.
Jesús es sepultado
50 Un hombre bueno y justo, llamado José, que era miembro del tribunal,
51 no había estado de acuerdo con lo que los del tribunal planearon, ni con lo que hicieron. Este José era de Arimatea, una ciudad de Judea, y también esperaba el reino de Dios,
52 así que fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
53 Después de bajarlo de la cruz, envolvió el cuerpo en una sábana y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en donde aún no se había sepultado a nadie.
54 Era el día de la preparación, y estaba por comenzar el día de reposo.
55 Acompañaron a José las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo.
56 Después regresaron a su casa para preparar especias aromáticas y ungüentos, y descansaron en el día de reposo, conforme al mandamiento.
La resurrección
24
1 Pero el primer día de la semana, muy temprano, las mujeres regresaron al sepulcro. Llevaban las especias aromáticas que habían preparado.
2 Como se encontraron con que la piedra del sepulcro había sido quitada,
3 entraron; pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
4 Mientras ellas se preguntaban qué podría haber pasado, dos hombres con vestiduras resplandecientes se pararon junto a ellas.
5 Llenas de miedo, se inclinaron ocultando su rostro; pero ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?
6 No está aquí. ¡Ha resucitado! Acuérdense de lo que les dijo cuando aún estaba en Galilea:
7 «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado. Pero al tercer día resucitará».».
8 Ellas se acordaron de sus palabras,
9 y cuando volvieron del sepulcro les contaron todo esto a los once, y a todos los demás.
10 Las que contaron esto a los apóstoles eran María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo, y las otras mujeres.
11 El relato de las mujeres les pareció a los apóstoles una locura, así que no les creyeron;
12 pero Pedro se fue corriendo al sepulcro y, cuando miró hacia dentro y vio los lienzos allí dejados, volvió a su casa pasmado de lo que había sucedido.
En el camino a Emaús
13 Ese mismo día, dos de ellos iban de camino a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios.
14 Iban hablando de todo lo que había sucedido,
15 y mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y los iba acompañando.
16 Pero ellos no lo reconocieron, y es que parecían tener vendados los ojos.
17 Se veían tan tristes que Jesús les preguntó: «¿De qué tanto hablan ustedes?».
18 Uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha sucedido en estos días?».
19 «¿Y qué ha sucedido?», preguntó Jesús. Y ellos le respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret, que ante Dios y ante todo el pueblo era un profeta poderoso en hechos y en palabra.
20 Pero los principales sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
21 Nosotros teníamos la esperanza de que él habría de redimir a Israel. Sin embargo, ya van tres días de que todo esto pasó.
22 Aunque también nos han dejado asombrados algunas mujeres de entre nosotros, que fueron al sepulcro antes de que amaneciera.
23 Como no hallaron el cuerpo, han venido a decirnos que tuvieron una visión, en la que unos ángeles les dijeron que él vive.
24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro, y encontraron todo tal y como las mujeres lo dijeron, pero a él no lo vieron».
25 Entonces Jesús les dijo: «¡Ay, insensatos! ¡Cómo es lento su corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
26 ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, antes de entrar en su gloria?».
27 Y partiendo de Moisés, y siguiendo por todos los profetas, comenzó a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él.
28 Cuando llegaron a la aldea adonde iban, Jesús hizo como que iba a seguir adelante,
29 pero ellos lo obligaron a quedarse. Le dijeron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y es casi de noche». Y Jesús entró y se quedó con ellos.
30 Mientras estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y les dio a ellos.
31 En ese momento se les abrieron los ojos, y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.
32 Y se decían el uno al otro: «¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
33 En ese mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos,
34 los cuales decían: «¡En verdad el Señor ha resucitado, y se le ha aparecido a Simón!».
35 Los dos, por su parte, les contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Jesús se aparece a los discípulos
36 Todavía estaban ellos hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz sea con ustedes!».
37 Ellos se espantaron y se atemorizaron, pues creían estar viendo un espíritu;
38 pero Jesús les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué dan cabida a esos pensamientos en su corazón?
39 ¡Miren mis manos y mis pies! ¡Soy yo! Tóquenme y véanme: un espíritu no tiene carne ni huesos, como pueden ver que los tengo yo».
40 Y al decir esto, les mostró las manos y los pies.
41 Y como ellos, por el gozo y la sorpresa que tenían, no le creían, Jesús les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?».
42 Entonces ellos le dieron parte de un pescado asado,
43 y él lo tomó y se lo comió delante de ellos.
44 Luego les dijo: «Lo que ha pasado conmigo es lo mismo que les anuncié cuando aún estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos».
45 Entonces les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras,
46 y les dijo: «Así está escrito, y así era necesario, que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día,
47 y que en su nombre se predicara el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando por Jerusalén.
48 De esto, ustedes son testigos.
49 Yo voy a enviar sobre ustedes la promesa de mi Padre; pero ustedes, quédense en la ciudad de Jerusalén hasta que desde lo alto sean investidos de poder».
La ascensión
50 Luego los llevó de allí a Betania, y levantando sus manos los bendijo.
51 Pero sucedió que, mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado a las alturas del cielo.
52 Ellos lo adoraron, y después volvieron muy felices a Jerusalén;
53 y siempre estaban en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén.