Prólogo
Un coche aceleró, rompiendo el silencio de la noche del que Flynn había estado disfrutando desde que había dejado atrás el bullicioso Londres.
Estaba dando un paseo nocturno por la finca de Michael Cavendish y los únicos sonidos que solían oírse allí eran el ulular de un búho o el rumor de las hojas con el movimiento de algún pequeño animal. Flynn estaba demasiado lejos de la casa como para oír el ruido procedente de la fiesta de invierno que se estaba celebrando allí.
Oyó el coche más cerca, debía de estar al principio de la curva, y apretó el paso al darse cuenta, de repente, de que parecía ir demasiado deprisa para que le diese tiempo a frenar.
Entonces llegó el frenazo y el estruendo causado por una colisión y Flynn echó a correr.
Las nubes que ocultaban la luna se apartaron mientras él sentía una descarga de adrenalina. Allí estaba, era un coche descapotable que había chocado contra el oscuro follaje. La luz de la luna brillaba en los cristales rotos que crujían bajo sus pies.
Flynn tenía la mirada clavada en el asiento del conductor. En la figura que estaba luchando por abrir la puerta. Vio unos hombros pálidos, salpicados por lo que debía de ser sangre. A él se le aceleró el corazón a pesar de sentirse aliviado. Al menos, estaba consciente.
–No te muevas.
Flynn necesitaba confirmar el alcance de las heridas lo antes posible.
–¿Quién hay ahí? – preguntó la mujer inmediatamente, apartándose de la puerta.
Levantó la cabeza y Flynn se llevó una gran sorpresa al ver su rostro. ¿Ava? No podía ser la pequeña Ava Cavendish. No podía ser ella, con un vestido de fiesta blanco ajustado, muy escotado. Ni con aquellos generosos pechos.
–¿Quién eres? – repitió ella, con miedo en la voz.
Estaba intentando salir por el otro lado del coche, pero el vestido le impedía moverse con rapidez.
–¿Ava? No te preocupes, soy yo, Flynn Marshall.
Intentó abrir la puerta del conductor, pero no pudo. Se sintió frustrado.
–¿Flynn? ¿El hijo de la señora Marshall?
Ava hablaba con dificultad y eso lo preocupó, no podía ser una buena señal.
–Sí, Flynn – insistió, intentando tranquilizarla– . Me conoces perfectamente.
Ella suspiró. Balbució algo entre dientes. Flynn solo entendió la palabra «segura».
–Por supuesto que estás segura conmigo.
Los dos habían crecido en la finca. Ava en la casa principal y él en una de las casitas de los trabajadores, con sus padres.
–Ven por aquí – añadió.
No olía a gasolina, pero Flynn no quería correr ningún riesgo.
Era evidente que Ava podía mover los brazos y las piernas, por lo que no debía de tener ninguna lesión medular. Estaba arrodillada en el asiento.
Se giró y una botella cayó al suelo.
Flynn se preguntó desde cuándo bebía Ava champán. Debía de tener solo… diecisiete años. Y, sobre todo, la Ava que él conocía era demasiado responsable para beber y conducir.
–¿Seguro que eres Flynn? – le preguntó ella, sentándose sobre los talones– . Estás diferente.
Ava nunca lo había visto vestido de traje, ni con algo tan caro como un abrigo de cachemir. Cuando iba a visitar a su madre, Flynn siempre iba vestido de manera informal. Esa noche, sabiendo que su madre estaría toda la noche en la casa principal, trabajando, él había decidido salir directamente a dar un paseo y no se había cambiado de ropa. Había querido aclararse las ideas antes de despedirse. Aquella sería su última visita. Por fin había convencido a su madre de que se marchase de Frayne Hall.
–Por supuesto que soy Flynn.
Alargó los brazos y la levantó en volandas por encima de la puerta, pero, cuando iba a dejarla en el suelo, Ava lo abrazó por el cuello.
–Tienes que hacerme una promesa.
Sus miradas se encontraron y a Flynn se le encogió el estómago.
–Prométeme que no me vas a llevar de vuelta a casa.
–Necesitas ayuda, estás herida – le dijo él, viendo que tenía sangre en la piel.
–Ayúdame tú. Solo tú.
Ava hizo un puchero y aquel gesto de los labios hizo que Flynn sintiese deseo. Se maldijo.
–Por favor – le rogó con los ojos llenos de lágrimas.
Él la agarró con más fuerza e intentó no pensar en que Ava se había convertido en toda una mujer, una mujer muy atractiva.
–Por supuesto que te voy a ayudar.
–¿Y me prometes que no me vas a llevar a casa? ¿Que no les vas a decir dónde estoy?
La intensidad de su mirada y la angustia de su voz hizo que a Flynn se le erizase el vello de la nuca.
No parecía borracha, sino asustada.
Él frunció el ceño y pensó que todo era un truco. Ava no quería enfrentarse a las consecuencias de lo ocurrido. Había estrellado un coche muy caro y había estado bebiendo. Y su padre se sentiría decepcionado. No obstante, Flynn sabía que Michael Cavendish era un jefe terrible, pero también un hombre de familia cariñoso. Ava no tenía nada que temer.
–¡Prométemelo! – exclamó desesperada, retorciéndose entre sus brazos.
Flynn miró hacia la casa principal. Nadie había ido detrás de ella. Tal vez ni siquiera supiesen que se había marchado. Suspiró.
–Te lo prometo. Al menos, por ahora.
La llevaría a casa de su madre, comprobaría qué heridas tenía y después decidiría si tenía que llevarla a un hospital o llamar a su padre, el último hombre del mundo con el que le apetecía hablar.
–Gracias, Flynn.
Ava sonrió y apoyó la cabeza en el cuello de él, su pelo le acarició la barbilla, su olor a rosas y a mujer lo envolvió.
–Siempre me has caído bien. Sabía que podía confiar en ti.
Ava hizo un gesto de dolor al entrar en la acogedora cocina, deslumbrada por la brillante luz de la mañana. La luz no agravaba su dolor de cabeza, pero sabía que iba a revelar lo que ya había visto en el pequeño espejo del cuarto de baño. Tenía ojeras, los labios pálidos, que se había pintado de color escarlata, y varios cortes en la piel.
Una piel que estaba demasiado pálida.
Había intentado subirse un poco el vestido para taparse, pero no lo había conseguido. No era un vestido pensado para ocultar, sino para enseñar.
La cobarde que había en ella deseó poder marcharse de allí sin que Flynn se diese cuenta. Él había sido maravilloso, comprensivo, pero ¿qué pensaría de ella? Había tenido un accidente con el coche y se había negado a llamar a su padre. Contuvo la respiración. ¿Tendría que enfrentarse a la señora Marshall esa mañana?
–¿Te duele la cabeza? Puedo darte un analgésico.
Ava se giró. Flynn estaba allí, alto, moreno, muy atractivo, observándola con preocupación. Tenía en la mano un vaso de agua y medicinas. Su tonto corazón se aceleró solo con verlo.
Se sintió avergonzada. Flynn pensaba que tenía resaca.
Tal vez pensase que hacía aquello con frecuencia, que se pasaba los días de fiesta.
Cuando quiso darse cuenta, Flynn la estaba ayudando a sentarse y le había puesto algo de abrigo sobre los hombros. Algo que olía a limpio, a bosque después de la lluvia. Como él. Ava respiró hondo y su masculino olor se le subió a la cabeza.
–Gracias.
Ava lo miró a los ojos oscuros y volvió a sentir aquella incómoda punzada de atracción. Flynn la abrumaba. Se había sentido atraída por él desde niña, a pesar de que se llevaban siete años. Siempre le había gustado su vena aventurera y peligrosa, y su amabilidad.
Más recientemente, se había sentido cohibida ante aquel hombre tan guapo y seguro de sí mismo en el que se había convertido. ¿Sabría él que hacía que se le acelerase el corazón? ¿Que hacía que se derritiese por dentro cuando la miraba con aquellos enigmáticos ojos oscuros? Que en ocasiones soñaba…
–Con el agua será suficiente – le dijo.
Tiró de años de disciplina y aparentó una seguridad que no sentía en realidad, sobre todo, teniendo que fingir que estar allí sentada con un traje de fiesta roto, medio desnuda, tenía algo de normal.
–¿Está tu madre en casa?
–No. Duerme en la casa principal cuando hay una fiesta y tiene que levantarse temprano a preparar el desayuno.
Ava asintió, no quería ni pensar en lo que estaría ocurriendo en Frayne Hall en esos momentos.
–¿Estás preparada para hablar de lo de anoche, Ava?
La voz de Flynn era suave, le acarició la piel con ternura. A Ava le encantaba cómo decía su nombre, pero no podía permitir que eso la distrajese.
–Gracias por haberme ayudado – le dijo– . Ahora tengo que volver.
–¿Vas a volver a la casa? – le preguntó él, frunciendo el ceño– . Anoche estabas convencida de que no querías ir allí.
–Anoche no era yo.
–¿Y no quieres hablar de ello? Estabas muy disgustada.
Ava se quedó inmóvil. ¿Qué le había dicho a Flynn la noche anterior? No quería contarle el motivo por el que se había marchado de Frayne Hall de aquella manera.
–¿Ava? ¿Confías en mí? – inquirió él, sentándose a su lado.
Era tan atractivo, parecía tan fuerte que, por un instante, Ava deseó contárselo todo.
Sin pensarlo, alargó la mano para tocarle el pelo, pero se detuvo. Flynn no podía resolver sus problemas. Solo ella misma podía hacerlo.
–Por supuesto que confío en ti.
Era el único hombre en el que confiaba.
–No te puedes imaginar lo que significa para mí que me ayudases anoche – le aseguró sonriendo– , pero ahora tengo que marcharme, de verdad.
Había llegado el momento de dar la cara. Sola.