Capítulo 9 

A la mañana siguiente, Sapphira suspiró con enfado, sacó el disquete que había usado y apagó el ordenador. Había estado intentando continuar con sus muestrarios, pero todos sus talentos creativos parecían haberla abandonado.  

De forma vaga creyó oír el sonido del timbre de la puerta, pero no se preguntó quién podría ser, puesto que estaba absorta reflexionando sobre lo mucho que la había turbado su discusión de la noche anterior con Thane. 

Ephimi llamó a la puerta del estudio antes de entrar. 

—Es kyria Andronicos. Desea verla —anunció Ephimi. El ama de llaves parecía ansiosa, como si esperara una tosca negativa. Antes, ese hubiera sido el caso, pero no en ese momento, pensó Sapphira. El sufrimiento le había hecho madurar... y la madurez le había dado cierta dignidad. 

—Está bien, Ephimi. Precisamente iba a descansar ahora. Puedo dedicarle unos momentos —de manera automática, se arregló el cabello con dedos nerviosos. 

Hubo un tiempo, durante su enfermedad, en que no le importó su apariencia. En ese momento sí le importaba, en particular, bajo la mirada de la mujer que había compartido más que ella la vida de Thane. Quizá fuera una cuestión de vanidad, pero en ese momento se encontraba a gusto vistiendo una elegante blusa de color rosa y una falda blanca recta. 

—Kalimera —saludó Angélica Andronicos, antes de empezar a hablar en inglés—. Thanos me dijo que aceptaste uno de mis gatitos —le enseñó una caja grande, perforada con varios agujeros, y la colocó sobre el escritorio—. Es un macho, muy bonito. Acaba de separarse de su madre —antes de que Sapphira pudiera decir algo, abrió la caja y sacó a un gatito gris, de ojos verdes y orejas largas y puntiagudas. 

—¡Oh, es precioso! —exclamó Sapphira cogiendo al gatito, encantada por su apariencia exótica, oriental, tan diferente del típico gato británico. 

—A los niños les encantará —comentó Sapphira forzando una sonrisa—. Los llamaré. ¿Puedo ofrecerte alguna bebida? 

—Café... gracias —Angélica se sentó. Era la viva imagen de una eficiente mujer de negocios. Llevaba un vestido de algodón de color azul marino. 

Los ojos de Victoria y Stephanos brillaron de entusiasmo y excitación cuando vieron al gatito. Se lo llevaron poco después a Ephimi para que lo atendiera y fuera acostumbrándolo a su nuevo ambiente. 

—Espero que no la estén molestando —le comentó Sapphira a Ephimi momentos después, cuando esta última llegó con la bandeja con café. 

—¡Por supuesto que no! —exclamó el ama de llaves—. Son encantadores. Spiridoula ha encontrado una caja para que duerma el gatito. Por el momento, están observando cómo juega con una pelota de ping—pong. 

—Has sido muy amable al acordarte de ellos —dijo Sapphira con cortesía a Angélica, cuando Ephimi se hubo marchado. Sirvió una taza de café y se la entregó—, y también al molestarte en traerlo hasta aquí. 

—Quería hablar contigo —confesó Angélica. La miró con desafío por encima del borde de la taza—. Tengo entendido que te negaste a cenar con los Robinson esta noche. 

Sapphira te sentó. 

—¿Te ha mandado Thane? —le preguntó Sapphira con tono frío. Angélica arqueó las cejas. 

  

—Kyria Stavrolakes... nadie me ha mandado. Tal vez no ten«a acciones en el negocio; sin embargo, desempeño un trabajo muy importante allí. ¡No soy ninguna mensajera! 

—Lo sé —respondió Sapphira—. Sin embargo, en un nivel personal... —los celos le hicieron sentir un sabor amargo en la boca. 

—Ah... entonces, es lo que suponía. ¡Crees que entre tu marido y yo existe algo más que una relación profesional! 

—¿Y no es verdad? —sabía que debería haberse callado por orgullo, pero había hecho la pregunta sin pensar. 

—Esa es una pregunta que deberías hacerle a tu marido —respondió Angélica. 

—Ya se la hice y lo negó —indicó Sapphira. 

—¿Y no le crees? —Angélica la miró sin demostrar ninguna emoción—. Entonces, le estás haciendo una gran injusticia al dudar de su palabra y de su honor. Si en ciertas ocasiones he ocupado tu lugar, sólo fue porque tú te negaste a acompañarlo y porque a la compañía le convenía que alguien lo hiciera. Y siempre se trató de reuniones sociales, jamás encuentros íntimos. 

—Pero... —empezó a decir Sapphira e hizo una pausa. ¿Podría creer en las palabras de Angélica? La tentación de hacerlo era irresistible, porque no tenía prueba verdadera alguna de la infidelidad de Thane. Sus sospechas nacieron por un complejo de inferioridad, cuando su mundo se derrumbó, y también por una sensación de culpa, porque ya no podía ser la esposa cariñosa y amable que Thane deseaba y necesitaba. 

Fue como si Angélica le leyera el pensamiento. 

—Pero necesitas algo más que mi palabra para convencerte... —le dijo Angélica—. ¿Qué más quieres saber... que tengo una relación plenamente satisfactoria con un hombre y que no necesito ninguna más? Pues créelo, porque es verdad. La fe que necesitas debes hallarla en tu propio corazón. Deberías preocuparte no por la absurda quimera de que seduje a tu marido, sino por el futuro de la compañía. El contrato que puede darnos Robinson es el proyecto más importante que nos han ofrecido. ¡Puede hacernos progresar mucho! Mi hermano y tu marido trabajaron duro durante mucho tiempo en busca de una oportunidad como esta. El asistir a una cena sería una contribución muy pequeña por tu parte. 

—Tan pequeña que difícilmente podría hacer cambiar una decisión basada en la efectividad y la capacidad —comentó Sapphira. 

—Es posible —aceptó Angélica—. Aunque a veces, son los detalles pequeños los definitivos, ¿no te parece? Lo importante es que el señor Robinson es un cliente potencial y que ha expresado su deseo de conocerte. Negarte a verlo sería un desaire. La manera en que escojan demostrar tu descontento hacia tu marido es asunto tuyo, pero como esto afecta a mi hermano, me he tomado la libertad de pedirte que reconsideres tu decisión. 

—¿Por qué quiere conocerme? —preguntó Sapphira—. ¿Cómo es que sabe de mi existencia? 

—Vio la fotografía tuya que Thanos tiene en su escritorio —explicó Angélica. 

—¿Fotografía? ¿Qué fotografía? —habían transcurrido años desde que posó por última vez ante una cámara. Le impresionó mucho que Thane tuviera una fotografía suya. 

La mirada de Angélica se dulcificó, como si fuera consciente de la confusión de Sapphira y se compadeciera de ella. 

—En la fotografía, apareces sentada ante una mesa, luciendo un vestido de color escarlata con adornos blanco en el cuello y manga larga. 

—¡Mi vestido de boda! —exclamó Sapphira. Se casó una fría mañana de principios de febrero. Consiguieron un permiso especial y la ceremonia se llevó a cabo en la oficina del registro civil. Llevaba el cabello recogido y lucía un hermoso sombrero de color escarlata. 

En el banquete de bodas que celebraron en la villa, rodeada de su familia, disfrutó plenamente de la alegría de sentirse enamorada y bailó con Thane, retrasando el delicioso momento en que consumarían su amor por primera vez como pareja casada. 

Aquella noche, cuando el último invitado se marchó, Sapphira exclamó: 

—¡Podría seguir bailando toda la noche! —se apoyó en el borde de la mesa y se soltó el cabello. 

—El baile ha terminado, ágape mou —los ojos de Thane brillaron de alegría y ella se estremeció de felicidad. Thane enarboló en ese momento la cámara del hermano de Angélica—. Sonríe, mientras te cuento cuáles son mis planes hasta mañana. 

Obediente, Sapphira sonrió y al terminar de comunicarle sus planes, Thane oprimió el botón de la cámara. Dejó la cámara y llevó a Sapphira a la habitación que les habían preparado. 

Sapphira había supuesto que esa fotografía debía de estar con las otras, en el álbum. Nunca había imaginado que Thane pudiera lucirla en su escritorio. En aquella época ella estaba en su mejor momento, parecía una ninfa. ¡Qué comparación con la actualidad! En ese momento tenía más años, estaba más delgada y, física y emocionalmente, estaba endurecida por el nacimiento de sus hijos y por su propia estupidez. 

—No soy la misma mujer —comentó Sapphira con un estremecimiento. 

—Todos cambiamos —observó Angelia—. Eso no es un crimen. Además, ante los ojos de los que nos quieren, el cambio es imperceptible. 

—¡Thane no me quiere! —aseguró Sapphira. Pronunció las palabras antes de poder evitarlo y se ruborizó por haber revelado su dolor a esa mujer que no era ni amiga ni enemiga, y cuyo interés sólo estaba motivado por los asuntos financieros. 

Angélica terminó su café y se puso de pie. 

—Respecto a eso, no puedo decir nada, puesto que él nunca me reveló sus sentimientos hacia ti —indicó Angélica—. Resulta irónico que, teniendo en cuenta que los griegos generalmente son reacios a incluir a sus mujeres en sus asuntos de negocios, tu marido, que sí desea hacerlo, se vea obligado a recurrir a otra mujer cuando desea compañía femenina. 

—Estamos separados... llevamos vidas diferentes —era como si Sapphira estuviera disculpándose de haber cometido algún horrible crimen—. ¿Por qué vivir una mentira? 

Angélica se encogió de hombros. 

—¿Por qué? Porque Thanos te necesita. Después de todo, no hay nadie más que pueda ocupar tu lugar. Son unas cuantas horas, una comida excelente, buena compañía, compatriotas. ¿Es demasiado pedir? 

—¡Espera! —le pidió Sapphira. Angelia, que ya se dirigía hacia la puerta se detuvo al oírla—. Quizá sea demasiado tarde. Es probable que él no haya aceptado la invitación por mí. 

—Sí la ha aceptado —susurró Angelia—. Ha decidido no comentar nada hasta el momento de la cena en su hotel. Entonces se disculpará diciendo que en el último momento telefoneaste para decir que tenías un fuerte dolor de cabeza y que no podías salir de casa. De esa manera, tu ausencia ofenderá menos. 

—No tengo ropa adecuada —indicó Sapphira. 

—Sin embargo, tienes dinero para comprarla. Además no queda lejos y puedes ir en taxi. Tendrás suficiente tiempo para ir a la peluquería y hacer algunas compras, antes de encontrarte con Thanos. 

Pensó que Angélica tenía razón; si quería hacerlo, podía lograrlo. El problema estribaba en si podría desempeñar el papel que Thane esperaba que hiciera, sin fallarle y perjudicarlo. ¿No sería preferible su ausencia a dar una imagen muy diferente de la joven alegre y vibrante que una vez había sido? 

—Lo pensaré —dijo al fin Sapphira—. Necesito tiempo para tomar una decisión. No le digas nada a Thane al respecto. Si decido ir, le telefonearé a la oficina, antes de que se vaya. 

—Prometo no decir una sola palabra —indicó Angélica y sonrió por primera vez—. Lo único que sabrá tu marido es que te traje un gatito. No desearía perjudicar una buena relación de trabajo con él al admitir que me he inmiscuido en sus asuntos personales. Simplemente me pareció una oportunidad demasiado buena para no aprovecharla. Quizá, con el tiempo, me perdones. Pensaba que era necesario que habláramos con franqueza. Gracias por el café, estaba delicioso —le tendió la mano y Sapphira se la estrechó. Antes de partir, añadió—: Los Robinson se hospedan en el Elixir Palace y Thanos estará allí a las siete. 

Desde la puerta principal, Sapphira observó a Angélica mientras se dirigía hacia su coche. Pensó que aquel asunto tenía que ser muy importante para la compañía, cuando Angélica Andronicos en persona la había pedido que asistiera a la cita. Si Thane se hubiera acercado a ella de otra manera la noche anterior, tal vez habría aceptado acompañarlo. No, eso era tratar de descargar la culpa de sus propios hombros. Se sintió inadecuada, incapaz de llevar a cabo un compromiso social con el suficiente aplomo. Comprendió que Angélica le había contado la verdad, de la misma forma que Abby tampoco le mintió en su carta. 

Comprendió que, al ser incapaz de lograr que su matrimonio funcionara, había querido culpar del fracaso a otras personas y no aceptó lo que Thane con tanta insistencia le aseguró. ¡Qué tonta había sido! Ya era demasiado tarde para salvar su matrimonio, pero no para ayudarlo en su trabajo. Era lo menos que podía hacer por él. 

Pensativa, fue a su habitación. Se miró ante el espejo y decidió aceptar el desafío; su apariencia había mejorado mucho durante los últimos meses. Decidió que mejoraría todavía más con un vestido adecuado. Se acarició el rostro; gracias a la ayuda y consejos de Loma, su piel era suave otra vez. ¿Y su cabello? Estaba terrible... Recordó el comentario de Angélica respecto a que fuera a una peluquería. Por supuesto, eso era una posibilidad. 

Indecisa, se apartó del espejo. ¿Podría pasar una noche con Thane, fingiendo que todavía eran amantes? ¿Debería desempeñar el papel de la esposa devota, por el éxito de su marido? Podía intentarlo, ir a Atenas, comprarse un vestido, ir a la peluquería... Podría tomar la decisión después, todavía tenía tiempo. Podía cambiar de opinión. 

Al fin tomó la decisión y fue a la habitación de los niños para comentarles a ellos y a Spiridoula que pretendía ir a la capital. 

—No estoy segura de cuánto tiempo tardaré —informó Sapphira—. Es posible que acepte una invitación para cenar, así que por favor no os preocupéis si vuelvo tarde. 

Abrazó a los niños y acarició a Tigris, el gatito. Luego bajó para informar a Ephimi de sus intenciones. 

Mientras esperaba que llegara el taxi que había pedido, se acordó de su anillo de compromiso. No había vuelto a usarlo desde que estuvo encinta, cuando se le hincharon los dedos de las manos. 

Sintió una dulce nostalgia al abrir el estuche de terciopelo. El anillo tenía un rubí central, rodeado por ocho diamantes. Notó que le quedaba un poco grande; no le importó, pues tenía otro anillo. 

Envuelta en papel fino y suave estaba la sortija que Thane le compró cuando nacieron los niños. Nunca la había usado y casi se olvidó de su existencia hasta ese momento. Era una sortija de oro con rubíes y diamantes que formaban medio arco. No se lijó muy bien en ella cuando Thane se la regaló, pues en aquella época estaba obsesionada con la supervivencia de sus hijos. 

Qué cruel había sido con él! Thane nunca volvió a mencionarle la existencia de ese anillo; sin embargo, era obvio que le había costado mucho dinero. Con seguridad se habría sentido muy dolido de que ella no apreciara su gesto. 

¡No se sorprendía de que con su actuación hubiera matado todo el efecto que él alguna vez sintió por ella! Se puso el anillo y bajó para encontrarse con el taxista. ¡Si tenía valor para ir al Elixir Pala—ce, también lo tendría para usar la sortija! 

Era mediodía cuando llegó a Atenas. Entró en una cafetería y pidió una pizza y un café, antes de ir de compras. Mientras buscaba un vestido adecuado, vio un salón de belleza. Resultaba obvio que era de gran categoría, pero necesitaba un buen tratamiento y estaba dispuesta a pagar por ello. 

Por fortuna, pudo conseguir que la atendieran de inmediato. El tratamiento duró cerca de tres horas. ¡Listo! —exclamó el peluquero—. ¡Ya puede mirarse, kyria! 

—¡Oh! —exclamó Sapphira sorprendida al mirarse al espejo. Era un milagro. Su cabello tenía un aspecto magnífico y el peinado, con melena en la parte posterior, le encantó. 

—Todavía podemos corregir la parte del frente, si no le gusta —comentó el profesional. 

—¡Mi marido no me reconocerá! —era sorprendente la metamorfosis. Era como haber nacido otra vez, como si se hubiera apoderado de otra personalidad para dejar atrás el pasado. Sus labios parecían más llenos, más sensuales, y su mirada más profunda. Sacudió la cabeza, maravillada. 

—¿No le gusta? —preguntó el hombre, desilusionado. —Sí, si, claro —se apresuró a asegurar Sapphira. Consultó su reloj; ya era tarde—. ¿Cuánto le debo? 

Después de pagar, salió a la calle y se dedicó a ver los escaparates de las elegantes boutiques. Por fortuna, las tiendas en Grecia permanecían abiertas hasta tarde. 

Cuando vio el vestido de seda color escarlata, no tuvo la menor duda. Tenía dos piezas y la blusa sin mangas llegaba hasta las caderas. La falda era muy ceñida. La belleza de aquel vestido estaba en la tela, el color y el corte. No necesitaba ningún adorno. El pequeño reloj de oro que siempre llevaba y sus anillos bastaban. 

 No era un vestido barato, pero tampoco demasiado caro. También compró unas sandalias con tacón y un bolso de noche. Pensó en la ropa interior que usaría. 

—Tenemos lo indicado, kyria —aseguró la vendedora mostrándole una combinación de licra y encaje de color escarlata—, le quedará como una segunda piel. 

—Me la llevo —dijo Sapphira—. También quiero dos pares de las mejores medias que tengan. 

Eran casi las seis cuando salió de la boutique. Ya no podría arrepentirse, no después de haberse gastado una pequeña fortuna. Lo único que tenía que hacer era decirle a Thane que había cambiado de opinión... y esperar que se sintiera contento. 

Buscó una cabina telefónica y marcó el número de la oficina de Thane. Esperó con impaciencia y no recibió ninguna respuesta. Después de esperar durante varios segundos más, colgó el auricular. Eso era algo que no había previsto; en ese momento sólo podía hacer una cosa: ir al Elixir Palace, cambiarse allí y rezar para que Thane acudiera a la cita... y lo hiciera solo. 

Media hora después, descubrió con alivio que el vestíbulo del tocador era espacioso y estaba vacío. Se cambió en un reservado y salió para mirarse en un espejo grande. Se retocó el maquillaje y puso especial atención en los ojos. Usó un lápiz de labios cuyo color hacía juego con el vestido. 

Cuando faltaban quince minutos para las siete, salió al vestíbulo del hotel. En la caja del vestido nuevo llevaba la ropa que se había quitado. Descubrió que el restaurante estaba en la planta baja, más allá del bar. 

Pensó que, cuando entrara Thane, seguramente anunciaría su presencia en la recepción o se dirigiría al bar. Si se sentaba en el vestíbulo, podría verlo llegar. Aunque él fuera directamente a la habitación de los Robinson, tendría que pasar cerca de ella para llegar a los ascensores. 

Con una calma que estaba muy lejos de sentir, Sapphira escogió un sillón desde el cual podía ver las enormes puertas de cristal que daban a la calle. Trató de relajarse. 

Se preguntó qué haría en el caso de que Thane no apareciera. 

¿Volvería a Andrómeda? Pensó que había sido una tonta al meterse en ese problema, sin asegurarse antes de que Thane todavía tuviera necesidad de ella. Miró el reloj de nuevo y vio que faltaban dos minutos para las siete. 

Llevaba sentada allí quince minutos; de vez en cuando alguien le lanzaba una mirada curiosa. ¿Y si el gerente del hotel interpretaba mal su presencia y le pedía que se fuera?, se preguntó estremecida. ¡Thane nunca llegaba tarde! Le daría dos minutos más y si no llegaba, se marcharía. 

Como de costumbre, Thane tenía una apariencia magnífica. Vestía un traje oscuro y llevaba un portafolios en una mano. Se dirigió con un aire de natural autoridad hacia la recepción. No miró ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Sin estar lo bastante cerca como para escuchar lo que le decía al recepcionista, Sapphira esperó, nerviosa. Thane le entregó el portafolios al hombre con una sonrisa, antes de volverse. 

—Thane... —dijo Sapphira con voz ronca e insegura, pues él no parecía haberla visto. Thane se detuvo y volvió la cabeza en dirección a ella. Estaba a dos metros de distancia y la miró como si fuera una desconocida. Sapphira comprendió que lo había estropeado todo, que seguramente debía de haber cambiado de opinión y haberles dicho a los Robinson que ella no iría. O peor aun: tal vez ya había escogido a otra mujer para que ocupara su lugar—. Lo siento... no es importante... sólo pensé... ahora mismo me voy —intentó alejarse deseando poder evaporarse en el aire. 

—¿Sapphy? —la miró de pies a cabeza—. ¿Qué es...? —tragó saliva y sacudió la cabeza de un lado al otro, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos. 

—Traté de telefonearte a la oficina, pero era tarde y no me contestaron —se disculpó Sapphira—. No tengo intención de estropear nada, si es que has hecho otros planes... 

—Decidí afeitarme en la peluquería, en lugar de utilizar mi ma—quinilla eléctrica —comentó Thane, quizá para explicar por qué no había contestado el teléfono—. ¿Debo entender que has cambiado de opinión respecto a cenar con nosotros esta noche? 

—Yo... sí —lo miró a los ojos, en espera de su reacción—. Si no es demasiado tarde y todavía quieres que esté presente —la voz le temblaba. 

—¿Por qué, Sapphy? 

Lo miró sorprendida. Sabía que no podría confesarle la verdad, no podía decirle que a pesar de todo lo que había hecho y dicho, había descubierto que todavía lo amaba y que deseaba que tuviera éxito, aunque ella no pudiera compartirlo con él. 

—Pensé que un buen detalle exigía otro por mi parte... —respondió Sapphira encogiéndose de hombros—. Me prometiste que le enseñarías mi trabajo a Andreas Constanidou... 

—¿Y pensaste que no lo haría si no hacías lo que te pedí? 

—Algo así —manifestó Sapphira y sonrió—. Me pareció un buen intercambio... pero si has cambiado de planes... 

—No —aseguró Thane—, todo sigue igual. En el último minuto me iba a disculpar por tu ausencia. Espera un momento, vamos a librarnos de tus cosas —la cogió de la mano y la llevó con él a la recepción. Allí entregó la caja al empleado dejándole instrucciones de que la guardaran junto con su portafolios. En seguida, la condujo hacia el bar—. Esto es una sorpresa, Sapphy. No sabía que cedías ante el chantaje. Quizá debí haber utilizado esto antes en nuestra relación. 

—¡No! —exclamó Sapphira e intentó liberar su mano, pero él la asió con más fuerza. 

—Esto es otra sorpresa, ágape mou —le levantó la mano y los anillos brillaron bajo la luz—. ¡Creía que los habías tirado! Parece que tu codicia fue mayor que el desagrado que sentías por mí. 

—Son unos anillos preciosos —comentó Sapphira haciendo un esfuerzo para que él no se diera cuenta de que sus palabras la habían herido—. Algún día, nuestra hija los lucirá. Me los puse esta noche porque pensé que se esperaría de mí que los usara. Imaginé que querrías dar a los Robinson la impresión de que estamos felizmente casados. 

—Por supuesto, tienen la impresión de que te amo —comentó Thane—. De ti depende demostrar si sientes o no lo mismo —sonrió—. Sapphy, creo que nunca me diste las gracias por ese anillo. 

Sapphira sabía que él tenía razón en lo que decía. La vergüenza y el pesar la hicieron ruborizarse. 

—La verdad es que no escogiste una buena esposa —comentó Sapphira—, aunque supongo que ya deberías saberlo; no es nada nuevo. 

—Mmm... La reparación borra muchos pecados. Recuerdo que sí me agradeciste el anillo de compromiso. Una demostración similar de gratitud sería bastante aceptable. No sólo serviría como penitencia, sino que también daría el tono para esta noche, ¿no te parece? 

Sapphira cometió el error de detenerse a pensar cómo le había dado las gracias por el regalo de la sortija. Cuando lo recordó, ya era demasiado tarde, pues Thane la tomó en sus brazos, le puso un dedo bajo la barbilla y la besó en los labios. 

El beso se hizo más profundo y Sapphira se vio obligada a apoyarse en sus hombros para no caer. El cuerpo de Thane estaba en un contacto íntimo con el de ella, sus muslos se oprimían contra la falda de seda. 

Thane deslizó las manos por su espalda para acariciársela con los pulgares. Era un beso de castigo, pero sin violencia física. Tomó lo que Sapphira estaba dispuesta a dar, pidió más y lo tomó también, ya que ella no tuvo la fuerza de voluntad suficiente para negárselo. Fue un beso de castigo porque él demostró su superioridad. 

Sapphira estaba sin aliento cuando él la soltó, impresionada por su propia respuesta. 

Thane le tomó la mano y la condujo hacia el bar, pero se detuvo de pronto cuando ella exclamó: 

—¡Espera! Tienes la boca manchada de carmín —le aseguró Sapphira. Sacó un pañuelo del bolso y le limpió los labios, mientras sonreía con dulzura. 

Sapphira continuó delineando la curva de los labios de Thane con tanto interés, que no se dio cuenta de que una pareja se acercaba hacia ellos, contemplando la escena con interés y diversión. Thane le tomó la muñeca, abrazó a Sapphira por la cintura y la hizo volverse hacia ellos. 

—¡Ah, Philip y Catherine! —exclamó Thane con una voz bien modulada—. Quiero preséntalos a mi mujer... Sapphira.