Capítulo 2
HABÍA estado practicando ese mismo discurso durante toda la mañana, por lo que Sapphira se dijo que no tenía motivo alguno para romper a llorar. Pensó que ya era poco atractiva, como para añadir unos ojos y unos labios irritados. Además, Ephimi había aparecido en la puerta con una bandeja que contenía platos con fruta, huevos, queso, tostadas y un pedazo de tarta. Ephimi la miraba entristecida.
Con rapidez se enjugó las lágrimas, vio que Thane le quitaba la bandeja a Ephimi de las manos y le daba las gracias.
—Come, Sapphira —ordenó Thane con un tono que no dejaba lugar para argumentos. En silencio, la joven tomó uno de los platos y lo invitó para que comiera también él—. No, gracias, no tengo apetito.
Su negativa no la sorprendió, pues hacía mucho tiempo que no comían juntos y mucho más todavía que no habían disfrutado de una comida sin rencor y amargura. Se sirvió el pedazo de tarta y lo probó.
Fue Thane el que rompió el silencio. Su hostilidad era evidente; no sólo se reflejaba en la frialdad de su voz, sino en cada uno de sus gestos.
—Decidiste abandonar a tus hijos. Extraño... de lo único que nunca dudé de ti, fue de tu amor por Victoria y Stephanos. ¿Quién le metió esa idea en la cabeza? ¿Tu amiga liberada o acaso su tolerante hermano? —había ira y amargura en su voz.
—Fue decisión mía —aseguró Sapphira. Decidió que no permitiría que él descubriera el dolor que le habían causado sus palabras—. ¡Y son nuestros hijos, Thane, no sólo míos! —lo corrigió con dignidad.
—Ah, sí —la miró con intensidad, como si tratara de llenar sus pensamientos—. Nuestros hijos. Uno para mí y otro para ti, por concesión amable de la ley. Una decisión salomónica, Sapphira... y tú le das la espalda. ¿Por qué? ¿Porque has decidido irte a vivir con tu amigo? ¿Intentas abandonar a tus dos hijos para buscar tu propia satisfacción a su costa?
—¡Por favor, Thane! —exclamó Sapphira, con una ira que ocultaba su dolor. Había esperado que él se alegrara de contar con la custodia de los dos niños y que no la insultaría—. En realidad no comprendes nada —lo miró a los ojos, en busca de alguna señal de comprensión, pero no encontró ninguna—. Esto nada tiene que ver con Loma o con Michael. Lorna sólo desea mi felicidad y Michael no es más que un amigo para mí —la expresión de Thane permaneció inalterable. Ella suspire)—. No es que no quiera a Victoria... —su voz se quebró por un momento, pero se dominó de inmediato—. Por supuesto que la quiero... los quiero a los dos... pero ellos son mellizos... ¡mellizos! ¿No comprendes lo que eso significa? Si alguna vez los hubieras visto en realidad juntos... si los observaras, sabrías que la necesidad que tienen el uno por el otro es mayor que su necesidad por mí. ¡Una decisión salomónica! —soltó una amarga carcajada—. En Inglaterra, me hubieran dado la custodia de ambos. ¿Qué clase de juez pensaría en separar a unos mellizos? ¡y no puedo permitir que suceda!
—¡En Grecia no se separa a un hijo de su padre! —exclamó Thane. Sapphira pensó en ese momento que, si realmente los ojos eran el espejo del alma, entonces ella estaba contemplando en ese instante a un alma torturada por el dolor. Por un momento sintió que la invadía una compasión profunda. Sólo en sus momentos de mayor depresión había dudado de la devoción que sentía Thane por sus hijos.
—Siempre creíste que te darían la custodia de ambos —indicó
Sapphira.
—Sí —admitió Thane—. Al menos aquí, un hombre siempre es el cabeza de familia y el responsable de sus hijos.
—Bueno, tu deseo se cumplirá —comentó Sapphira. No podía continuar sentada por más tiempo y se puso de pie. Se arregló el vestido con dedos temblorosos. Comprendió que había sido muy tonta al olvidar que la ley griega podía llegar a ser muy diferente de la inglesa. Pensó que había obtenido una victoria cuando, después de negarse a considerar el divorcio que ella le exigía, Thane le sugirió una separación legal.
De no haber estado tan angustiada en aquel tiempo, habría comprendido que él esperaba conseguir la custodia de los niños, al igual que lo esperaba ella. Sin embargo, el tribunal dictó la absurda sentencia de separar a los mellizos que, aunque no eran gemelos, no se habían separado desde el momento de su nacimiento y estaban afectivamente muy unidos.
—¿Se cumplirá? —preguntó Thane levantándose y acercándose a Sapphira, que en ese momento estaba mirando por la ventana—. ¿Por qué piensas que me negaba a darte el divorcio que pedías? ¡Con seguridad no para que olvidaras todas tus responsabilidades! El hecho es que tú eres su madre, Sapphira. Nada puede cambiar eso... sin importar lo que podamos sentir el uno por el otro. ¡Si en realidad tu amor por Michael West te ha cegado, te ha impedido ver la realidad!
—No estoy enamorada de... —iba a decir que no estaba enamorada de nadie, pero su protesta fue interrumpida por un sonido gutural que emitió Thane.
—No me describas tus sentimientos, no estoy de humor para tolerarlo —aseguró Thane—. Sólo porque nos resulta imposible vivir juntos como marido y mujer, eso no es motivo para que nuestros hijos sean privados de tu compañía o que no te conozcan y acepten como su madre. Por lo tanto, si tienes otros planes, ya puedes olvidarte de ellos... a menos que también quieras olvidarte del generoso acuerdo al que llegaron nuestros abogados —a la joven le invadió una gran inquietud, ya que era consciente de que Thane era un contrincante formidable, que poseía el poder y la determinación suficientes para hacer que las cosas se hicieran a su modo—. ¿Y bien? Quiero la verdad, Sapphira. ¿Tienes intención de abandonar a nuestros hijos? ¿Es eso lo que hay detrás de tu visita de hoy?
Sapphira levantó la cabeza con orgullo y lo miró con frialdad.
—No, no tengo intención de abandonarlos. Todavía quiero ejercer mi derecho de verlos lo más a menudo posible —aseguró Sapphira.
—¡Ah! —fue una exclamación de triunfo, más que de alivio.
—Respecto al acuerdo que se consiguió, yo me mantendré a mí misma como me sea posible, tan pronto como encuentre un empleo.
—¡Eso no será necesario! —manifestó Thane—. El ofrecimiento que te hice en los tribunales no fue resultado de ningún tipo de coacción. Por lo que a mí respecta, todavía eres mi mujer y como tal, te mantendré... mientras continúes queriendo a nuestros hijos.
Sapphira hizo un pequeño gesto de desesperación con las manos.
—Aprecio tu generosidad, pero no deseo aprovecharme de nadie, Thane. Me parece injusto que continúes manteniéndome cuando...
—¿Cuando ya no tengo el derecho de disfrutar de tu cuerpo? —la interrumpió Thane.
—Sí... no... —confundida, se obligó a mirarlo a los ojos. Habían transcurrido muchos meses desde la última vez que él disfrutó de su cuerpo. Sin embargo, recordaba la joven, hubo un tiempo en que él fue su amo y un esclavo para ella, a la vez—. ¡Oh, esta situación es imposible! —gritó Sapphira con angustia—. ¡El divorcio hubiera sido una solución mucho más conveniente para ambos!
—No, desde mi punto de vista —opinó Thane—. Soy hombre de palabra y prometí aceptarte, para bien o para mal, hasta la muerte.
—Las cosas cambian... —le indicó Sapphira y bajó la vista, pues no podía soportar el dolor que le producía su mirada de censura. Thane también había prometido que la amaría y eso no incluía que hiciera el amor con su hermana o que tomara a Angélica Andronicos como amante.
—Pero no todo —señaló Thane—. Entonces, ¿todavía tienes intención de vivir cerca de aquí, cuando pueda encontrarte una propiedad adecuada, y ver a los mellizos con regularidad? —ella asintió—. ¿No tienes intención de volver a Inglaterra y olvidarte de tus derechos para visitar a los niños?
—No... —respondió Sapphira. Por su mente pasaron las imágenes de los rostros de los niños, escuchó sus voces, sintió su cariño. Se le hizo un nudo en la garganta—. Ahora ya no hay nada que me ate a Inglaterra —estuvo a punto de añadir que él había sido el responsable de que un sentimiento muy profundo la separara de su hermana: el odio.
—Puedes verlos todo lo que quieras —aseguró Thane—. Nunca fue mi intención evitar que los vieras... aunque hubiera luchado con todo lo que está a mi alcance para evitar que me los quitaras.
—Extraño, ¿no crees? —preguntó Sapphira y sonrió—. Ambos estamos muy seguros de nuestros derechos, y sin embargo, en el juicio los dos resultamos engañados.
—¡Paliatsos! —exclamó Thane—. No es un papel que esté acostumbrado a hacer —exclamó con ira refiriéndose a las autoridades que habían decidido quitarle la custodia de su hija.
—Bueno, ahora puedes estar contento... ya tienes todo lo que deseabas.
—No todo... aunque suficiente, por el momento —opinó Thane frunciendo el ceño—. Supongo que esperas que te dé las gracias.
—¿Por qué? —Sapphira se apartó de la ventana—. Mi decisión de ceder mis derechos nada tiene que ver contigo; sólo obedece a mi preocupación por el bienestar de los niños.
—En ese caso, será mejor que vayas a decírselo a ellos —sugirió Thane—. Están en su habitación, arriba. Intenté explicarles que, cuando vinieras esta tarde, llevarías a Victoria contigo a Kethina, pero tengo que admitir que no tuve mucho éxito. Nuestros diclimee tienen una manera sorprendente de negarse a aceptar lo que no quieren que suceda...
Sapphira sonrió al reconocer la palabra griega que quería decir «mellizos». Se alegraba de que Thane también fuera consciente del fuerte lazo afectivo que existía entre sus hijos.
—Entonces, iré a confirmarles que todo sucederá tal y como ellos querían —dijo Sapphira, dominando el dolor que por un momento había sentido al enterarse de que su hija no deseaba irse con ella. Si le quedaba alguna duda sobre la conveniencia de su propio sacrificio, esa era la confirmación que necesitaba.
—Querrás decir que vas a desilusionarlos —comentó Thane y le abrió la puerta con cortesía para que saliera—. Lo único que les oí fue que estaban haciendo planes para irse contigo —Sapphira lo miró asombrada, preguntándose si estaría bromeando, pero no era así.
Vaciló al llegar ante la puerta de la habitación de los niños. Escuchó las risas infantiles y el sonido gutural de la voz de Spiridoula, que hablaba en griego.
Sapphira pensó que tal vez, si ella hubiera hablado mejor el griego cuando Thane llevó por primera vez a la casa a la joven del pueblo, o si Spiridoula hubiera sabido algo de inglés, se habría producido un mejor entendimiento entre ellas. Pero no había ocurrido así; a menudo, Sapphira había interpretado la actitud taciturna de Spiridoula como hostilidad y su silencio como insolencia. Sólo la insistencia de Thane acerca de que era una joven competente y abnegada, a pesar de su juventud, pudo garantizarle la continuidad de su empleo.
En ese momento, tres años después, Sapphira reconocía que el tiempo le había dado la razón a Thane. Ella misma no se había ido, nueve meses antes, para vivir con Loma en su apartamento, si no hubiera estado segura de que los niños estarían bien atendidos, al cuidado de Spiridoula, cuando se ausentaba por las noches. Por supuesto, no pasaba un día sin que los visitara... excepto cuando sabía que Thane estaría allí...
—Kyria Stavrolakes... —dijo Spiridoula cuando Sapphira entró en la habitación.
—Herete, Spiridoula —saludó Sapphira sonriendo, contenta de que el griego que había estudiado durante los últimos meses empezara a surtir efecto.
—¡Stephanos vendrá con nosotros, mamá! —exclamó Victoria con entusiasmo y se lanzó a los brazos de Sapphira. Se expresaba en una mezcla de griego e inglés, pues a pesar de la marcha de su madre, Thane había continuado animándolos para que hablaran el inglés—. ¿Podemos llevarnos algunos de nuestros juguetes? Papá dijo que tengo que llevarme toda mi ropa... ¿Stephanos también puede llevarse toda la suya? Papá me compró un vestido nuevo, para que lo usara hoy... yo lo escogí. ¡Mira, es blanco! —le mostró el vestido, entusiasmada—. Es como un vestido de boda. Voy a casarme con Kostas, pero papá dice que primero tengo que aprender a cocinar moussaka.
Sapphira abrazó a su pequeña hija, antes de extender los brazos hacia su hijo.
Stephanos era más callado y menos efusivo que su hermana. Los niños habían nacido mediante una operación de cesárea y Stephanos había sido el primero en nacer. Sapphira se había preguntado cientos de veces si el hecho de —sacar de su vientre primero al niño había respondido a una decisión consciente por parte de los médicos. Como había podido averiguar con dolor, la sociedad griega presentaba unos patrones de comportamiento que le resultaban muy difíciles de aceptar.
—Papá dice que se sentirá muy solo sin mí —dijo el niño mirando a su madre a los ojos—. Dice que no siempre podemos hacer lo que deseamos... y que, a cambio, me llevaría a la playa, quiero ir contigo y con Vicki... ¿no podemos convencerlo para que diga que sí?
—En realidad, no fue decisión de papá, cariño —le explicó Sapphira al tiempo que lo abrazaba—. De cualquier manera, ha habido un cambio de planes. Los dos os quedaréis aquí con papá y Spiridoula, y yo vendré a visitaros con tanta frecuencia como pueda. Podremos salir como lo hacemos ahora y pasárnoslo estupendamente bien juntos... ya lo veréis.
—Ya no vienes a arroparnos y anoche Vicki estaba enferma y estuvo llorando por ti —indicó Stephanos.
Sapphira sintió una gran tristeza en el corazón. Resultaba evidente que la niña ya estaba bien, pero... ¿qué había acerca del futuro? ¿Y si contraían alguna enfermedad? ¿Cómo podría soportar estar separada de sus hijos en esas circunstancias? A pesar de que sabía que Thane y Spiridoula harían todo lo que estuviera a su alcance, eso no la tranquilizaba... Dominó la repentina sensación de náusea que la invadió.
—Doula dice que ayer bebí demasiada limonada —explicó Victoria—. ¿Tienes que irte todas las noches? Papá no se va... aunque anoche sí se fue. No quería irse, porque yo estaba enferma. Angélica vino a cuidarme y dijo que se quedaría conmigo, para que papá pudiera irse, porque era importante. Doula dijo que yo estaría bien.
—La mamá de Kostas sale todas las noches —comentó Stephanos—. Trabaja en una taberna y gana mucho dinero, porque el papá de Kostas no puede comprarles todo lo que desean. ¿Es eso lo que tú haces?
La joven no sabía qué decirles. No sabía hasta qué punto, a pesar de su aparente precocidad, podrían entenderla. Además, ignoraba lo que podría haberles contado Thane. Incluso podía haberles contado que su madre y él no podían vivir juntos, que no se amaban, que no querían compartir la misma casa, que no querían ser vistos juntos y que por eso él salía con Angélica Andronicos. Angélica tenía experiencia, era una viuda que entendía lo que un hombre necesitaba...
De pronto, Sapphira dejó de fantasear, puesto que sabía que no era nada probable que Thane le hubiera contado todo eso a sus hijos.
—No, no tengo que salir a trabajar —respondió Sapphira—. Tengo una buena amiga que se llama Lorna; me ha invitado a vivir con ella por un tiempo.
—¿Volverás pronto con nosotros, mamá? —preguntó Victoria. Esa era la pregunta que más temía Sapphira. Durante todos esos meses, los niños parecían haber aceptado sus idas y venidas, pero en el fondo del corazón, ella siempre había sabido que sólo era cuestión de tiempo.
—Oh, estaré muy cerca —explicó de inmediato—. En realidad, tenemos que hacer muchos planes. ¡Puede ser muy excitante para todos nosotros! —intentó comunicar a sus palabras un tono de optimismo, algo que estaba muy lejos de sentir.
—¿Todavía estás enfadada con papá? —le preguntó Stephanos. —No, por supuesto que no, yo... —confundida, sólo pudo pensar que no sería conveniente informarles acerca del estado de su relación, puesto que de esa manera podría preocuparlos. —¡Pues antes le gritabas!—la acusó su hijo. —¡Él le gritaba a mamá! —intervino Victoria—. Doula ponía la música muy fuerte, aunque de todas maneras escuchábamos los gritos. —Las voces de las personas siempre se escuchan muy altas cuando están entusiasmados o felices, ¿no lo sabíais? —intervino Sapphira riendo. Se dirigió hacia la puerta—. Eso no significa nada. ¡Cielos! ¡Algunas veces deberíais oíros a vosotros mismos! ¡Me pregunto si la pobre Spiridoula no se habrá quedado sorda!
—¡Sorda, sorda, sorda! —exclamó Victoria levantando la voz, contenta con la explicación de su madre.
—¡A callar! —la interrumpió Sapphira, aunque no pudo evitar sonreír—. ¿Por qué no vamos todos al jardín?
—¿Vas a quedarte con nosotros, mamá? —Stephanos le tocó la mano al hacer la pregunta.
—Oh,,querido, no creo que pueda... —empezó a decir Sapphira. La tristeza se reflejó en su rostro al abrir la puerta—. Papá no espera que me quede y Lorna...
—Podemos avisar a Lorna —opinó Thane apareciendo de repente—. Me preguntaba de qué estabais hablando —por un momento, a Sapphira le pareció que Thane sospechaba que ella pudiera estar hablando mal de él delante de los niños. ¿Acaso no sabía que ella era incapaz de hacer algo parecido?, se preguntó—. Tenemos que hablar de varias cosas.
—Seguro que eso podrá esperar —sugirió Sapphira.
—No, me temo que no —aseguró Thane—. Aunque aprecio mucho tu gesto, no lo esperaba y esto hace que surjan algunos problemas —ordenó a los niños que bajaran y se apartó para que pudiera pasar Spiridoula, antes de tomar a Sapphira del brazo—. Vuelve a la sala —le pidió—. Mientras hablamos podrás ver a los niños jugando en el jardín —al mirarla entornó los ojos—. Ven. Sapphira, ya no temes estar a solas conmigo, ¿o sí? —ella negó con la cabeza. La presencia de aquel hombre le había suscitado toda clase de sentimientos; en ese momento, ya no le quedaba ninguno—. ¿Te acuerdas de Konstantinos?
Su repentina pregunta la sorprendió.
—¿La isla de las Cicladas? Sí, por supuesto. Estuvimos allí el primer verano después de casarnos —sonrió ante los recuerdos de las tres semanas que habían pasado allí—. Estuvimos en aquella granja antigua, la que compraste cuando empezaste a tener éxito y necesitabas un lugar para escapar, cuando la presión del trabajo te resultaba insoportable —hizo una pausa, la sonrisa todavía no había desaparecido de sus labios—. Me dijiste que yo era la primera mujer a la que habías llevado allí...
—La única —corrigió él con suavidad. Sapphira se sentó de manera que pudiera ver a los niños en el jardín—. He decidido llevarme a Stephanos allí por unos días, mientras trabajo en un programa bastante complejo que nos ha dado a todos bastante dolor de cabeza
hasta el momento.
—¿Y? —preguntó Sapphira. No quería recordar los días de verano que habían compartido en aquella pequeña y maravillosa isla, sin aeropuerto ni carreteras, desconocida para los turistas. El recuerdo de aquellas horas gloriosas sólo servía para que su sufrimiento fuera más intenso.
—Puedo cuidar a un niño, pero no a dos mientras trabajo —explicó
Thane.
—Ephimi... —empezó a decir Sapphira.
—Ya le di permiso para que pasara unos días en Neapolis, con su hermano, que acababa de llegar de Estados Unidos.
—Bueno, Spiridoula...
—Su prometido le prohibió compartir una casa en una isla solitaria con un hombre que acaba de separarse de su mujer, sin que alguien que goce de suficiente respeto esté presente.
—¡Oh! —exclamó Sapphira. Pensó que aquella decisión debía de tener fuerza de ley para la joven griega. Admitió que Thane tenía razón, aunque no dudaba de su capacidad para imponer a los mellizos una disciplina espartana, la cual necesitaba para poder concentrarse en ese trabajo tan complicado. Sin embargo, para ello tendría que dedicar un tiempo y una energía que no estaba dispuesto a gastar.
Stephanos, el más tranquilo y callado de los mellizos, podría resultar fácil de controlar estando separado de su hermana, pero Victoria... Sapphira sonrió al imaginarse a Thane intentando controlar a
su hija sin ayuda.
—¿Quieres que me quede con Victoria por unos días? —preguntó
Sapphira.
—Al contrario —respondió Thane y dudó un momento—, quiero que vengas con nosotros.
—¡Eso es ridículo! —exclamó Sapphira y lo miró sorprendida—. ¿Cómo podría ir a algún lado contigo? ¡Soy tu ex mujer!
—Sólo estamos separados —la corrigió Thane con frialdad—. Eso no significa que no podamos cooperar. El tribunal fijó límites, es verdad, pero porque nosotros le pedimos que lo hiciera. Si por mutuo acuerdo decidimos cruzar esos límites, no seremos penalizados por ello —levantó una ceja, invitándola a que hiciera algún comentario, pero al ver que ella no respondía, añadió—: Supongo que ya les has dicho a los niños que van a seguir juntos. Como Stephanos sabe que tengo la intención de llevarlo a Konstantinos, Victoria supondrá que ella también irá a la isla. La solución es simple. Como estarás conmigo, el novio de Spiridoula no pondrá ninguna objeción para que ella nos acompañe. Ella se hará cargo de los niños y tú y yo podremos dedicarnos a nuestros respectivos asuntos. Además... —la recorrió con la mirada—, me parece que necesitas unas vacaciones.
—¡No podemos compartir de nuevo una casa! —exclamó con desesperación Sapphira.
—¿Por qué no? Si recuerdas bien, la casa es lo bastante grande para acoger a todos cómodamente. Ni siquiera será necesario que hablemos, sí así lo prefieres. Sólo piensa en las ventajas... el novio de Spiridoula no se pondrá celoso, yo tendré la paz y tranquilidad que necesito para mi proyecto y tú... —hizo una pausa—, Sapphira mou, pasarás unos días inolvidables con tus hijos, antes de dejarlos para siempre bajo mi cuidado.
—¡Thane! —pronunció su nombre con un tono que era a la vez de súplica y de protesta. Se preguntó cómo podría ser tan cruel al recordarle de esa manera su pérdida. Le había llamado «mi Sapphira», como solía hacerlo en otra época. ¿Se dejaría seducir una vez más por sus palabras?
Los beneficios para Sapphira eran obvios: el tiempo que pasaría con sus hijos, la oportunidad que tendría para convencerlos de que, al vivir en otra casa, separada de ellos, no pretendía abandonarlos... Los convencería de que los quería tanto como su padre, pero que la ley había decidido separarlos y que ella había tomado esa decisión sólo por su bienestar...
—¿Por qué dudas? —le preguntó Thane con tono dulce—. ¿Me temes? ¿No confías en que respete los términos de nuestra separación?
¿Se preguntó cómo podría responder a esa pregunta? Sabía que él era un hombre orgulloso y apasionado que se había opuesto a su deseo de formalizar legalmente su ruptura, pero no porque la amara, sino porque después de haberla poseído, su orgulloso le obligaba a seguir dominándola, aunque eso significara compartir su apellido, sus propiedades y su dinero con una mujer que no le interesaba.
Era como si Thane hubiera leído la respuesta a su pregunta en su rostro, pues añadió.
—Entonces, que así sea. ¿Todavía no comprendes que has logrado hacer lo que ninguna otra mujer ni siquiera pudo intentar, ágape mou? —sus ojos brillaron con hostilidad—. Me robaste mi hombría. Ahora soy cualquier desconocido que pueda ponerte un brazo sobre los hombros. La ley me prohibió ponerte ni siquiera un dedo encima, ya sea por ira o pasión. Yo, que te tuve en mis brazos y te llevé a mi cama, que te poseí y dejé mi semilla en ti... el hombre a quien prometiste amar, honrar y obedecer por toda la eternidad... estoy amenazado con la prisión si toco tu delicada piel con un dedo. ¿Acaso piensas que la atracción física que siento por ti es tan grande que con gusto iría a prisión por la alegría de tocarte? ¿Lo crees,
Sapphy mou?
—No... —respondió Sapphira y cerró los ojos, para no ver la amargura que se reflejaba en su rostro. Si alguna vez había sido vanidosa, ese pecado había quedado erradicado para siempre desde el nacimiento de los mellizos.
Desvió la mirada para no ver su propio cuerpo delgado, reflejado en el espejo que estaba detrás de Thane. No se hacía ilusiones sobre su atractivo, sobre todo, no con un hombre como Thane, cuya belleza masculina clásica estaba ligada a una gran inteligencia y a una sensualidad enorme, lo que lo hacía destacar entre los demás. ¿Acaso Sapphira no tenía la evidencia de su propia experiencia para confirmar el desagrado que Thane sentía por ella? Sintió cómo sus mejillas se sonrojaban por la vergüenza. Después de un momento, añadió en un murmullo:
—No, no lo pienso.
—Entonces, es la opinión de tu anémico compatriota la que te preocupa y la de esa bruja... su hermana.
—Lorna no es ninguna bruja... es la mejor amiga que he tenido —aseguró Sapphira con indignación—. No tienes derecho a insultarla. Ella me ofreció su casa, cuando estar cerca de ti me resultaba imposible —aspiró profundamente. Advirtió que la mandíbula de Thane se tensaba por la ira; sin embargo, estaba decidida a dejar muy claro su punto de vista, a pesar de que la razón le indicaba que no conseguiría su comprensión—; y respecto a su hermano, quizá Michael no posea el carisma obvio de Stavrolakes, pero es amable, considerado y leal; además, no tiene influencia sobre mis decisiones. A pesar de lo que piensas, él no es, ni ha sido ni será mi amante.
—¿De verdad? —preguntó Thane mirando intensamente su rostro ruborizado—. Eso espero, Sapphy, porque nunca tendrás un hijo legítimo de él mientras yo tenga poder para evitarlo.
—Los únicos hijos que quiero son los que ya tengo —aseguró Sapphira y se puso de pie—, o tal vez debería decir... los que una vez tuve...
—¡Entonces demuéstralo, Sapphy! Demuéstrame que su bienestar significa más para ti que la opinión de esa bruja o del hombre al que acabas de desconocer como amante —con dos rápidos pasos le impidió abandonar la habitación—. Si eres tan devota de Stephanos y de Victoria, como aseguras, con seguridad no serás egoísta y les permitirás disfrutar de sus últimas vacaciones en familia.