Centón nupcial

Ausonio a Paulo, salud[1].

Lee también, si es que merece la pena, este pequeño trabajo mío, frívolo y sin ningún valor, que ni el esfuerzo forjó ni la lima pulió, sin la inspiración del ingenio y la madurez de la meditación. Centón[2] le llamaron los primeros que se divirtieron con esta clase de composición. Es únicamente cuestión de memoria: se recogen fragmentos sueltos de versos y a estos trozos inconexos se les integra de nuevo en un todo, cosa más 5 digna de risa que de elogio. Si en los Sigillaria[3] se le pusiese a subasta, Afranio no daría por él dos higas ni Plauto ofrecería un bledo[4]. Siento vergüenza en verdad de haber deturpado la dignidad de la poesía virgiliana con un empleo tan ridículo. Pero ¿qué podía hacer? Era una orden y —lo que es la forma más eficaz de coacción— me lo rogaba quien podía ordenármelo, 10 el sacro emperador Valentiniano, hombre erudito en mi opinión. Éste había descrito, en cierta ocasión, una boda con un juego poético de este estilo, en versos, a decir verdad, bien ensamblados y con una composición de conjunto divertida[5]. Como quería, además, experimentar cuánto me superaba en una confrontación, me incitó a escribir una composición similar sobre el mismo tema. Comprende qué embarazoso 15 fue esto para mí. Yo no quería ni superarlo ni resultar inferior, ya que al parecer de los otros sería patente mi estúpida adulación, si me dejaba vencer, o insolencia, si, como rival, resultaba ganador. Así que me puse manos a la obra con aspecto de haber rehusado y conseguí felizmente con mi sumisión mantener su favor sin ofender como vencedor. Al encontrar ahora esta pieza, compuesta apresuradamente en un solo día y parte de la noche, entre mis borradores, tanta es mi 20 confianza en tu sinceridad y afecto que no sustraigo a tu severo juicio incluso este tipo de bromas. Acepta, pues, esta pequeña obra que forma un conjunto con elementos inconexos, un todo con partes diversas, una chanza con cosas serias, algo mío con material ajeno: no te admires de que sacerdotes y poetas hayan reconstituido al hijo de Tione o Virbio, el uno con Dionisio, el otro con Hipólito[6]. Y si me permites que te instruya yo, que necesito de maestro, trataré de explicarte en qué consiste un centón. Con pasajes de variada 25 procedencia y sentido se construye un poema, de modo que o bien se juntan dos hemistiquios diferentes para formar un solo verso o bien un verso y 〈la mitad del〉 siguiente con la mitad de otro, pues poner juntos dos versos seguidos es una torpeza y una serie de tres es pura tontería. Se parten, en efecto, los versos por todas las cesuras que admite el verso heroico[7], de manera que se casa un hemistiquio de pentemímera 05 con la restante parte anapéstica 30 06 o la parte trocaica 07 con el segmento que le complementa 08 o siete semipiés 09 con un anapesto coral 10 o bien (sigue) después de un dáctilo y un semipié 11 lo que falta para un hexámetro: esto es semejante al juego que los griegos llamaron «ostomaquia[8]». En él hay unas piezas de hueso, catorce en total, de forma geométrica. En efecto, las 35 hay equiláteras y triangulares de lados de extensión variada con ángulos rectos o bien oblicuos: los griegos les llaman isósceles o «isopleuras», también ortogonales y escalenos. Con el distinto ensamblaje de estas piezas se representan mil clases de figuras: un elefante enorme o un jabalí salvaje, un ganso volando o un mirmilón armado[9], un cazador al acecho o un perro ladrando, 40 y también una torre, un cántaro y otras innumerables figuras de este estilo cuya variación depende de la habilidad del jugador. Pero mientras las combinaciones que hacen los expertos son maravillosas, las disposiciones de los inexpertos resultan grotescas. Con lo que acabo de decir te darás cuenta de que yo he imitado al segundo tipo de jugador. Así pues, esta pequeña obra, el centón, sigue el mismo método que ese juego, tratando de armonizar sentidos diversos, de 45 dar a elementos extraños aspecto de emparentados, de evitar que se noten las incoherencias, que los pasajes traídos a colación no acusen violencia, que, condensados en exceso, se apelotonen o, desunidos, dejen ver hiatos. Si todo esto te parece cumplido según las reglas, podrás decir que he compuesto un centón; y ya que he servido bajo mi general, tú me harás pagar la soldada que me he ganado honradamente; en el caso 50 contrario, me privarás de ella, y así, devuelta la suma total de este poema a su arca, los versos retornarán a su lugar de origen[10]. Adiós.

I. Prefacio

Prestad atención a mis palabras y volved a mí vuestras animosas mentes[11], | vosotros, insignes ambos en bravura, ambos en armas poderosos, | ambos en la cumbre de la gloria, | raza invencible en la guerra. | Y tú, en primer lugar, | puesto que es cosa manifiesta que con los mejores auspicios te encaminas hacia un 5 alto destino, | tú, a quien nadie supera en justicia y en piedad, nadie en la guerra y en valor; | tú y tu hijo, I segunda esperanza de la grande Roma, | honra y prez de nuestros mayores, | mi mayor cuidado, | que recuerdas por el nombre a tu abuelo, por el coraje y la fuerza a tu padre. | Según vuestras órdenes canto. | 10 Cada uno según sus obras cosechará el fracaso o el éxito: I para mí obedecer a vuestras órdenes es el único deber.

II. El banquete nupcial

El día esperado había llegado | y para este digno himeneo | matronas y varones, | jóvenes bajo la mirada de sus padres, | se reúnen y se tienden sobre lechos de púrpura. Vierten los esclavos sobre las manos agua | 15 y llenan las canastillas con los dones elaborados de Ceres | y traen las carnes asadas | de la pingüe caza. | Hay una larga sucesión de viandas: aves y animales de toda clase, | y las cabras errantes | no faltan allí, | ni ovejas, ni retozantes cabritos, | las especies acuáticas, 20 I los corzos y los ciervos huidizos. | Ante los ojos y en las manos hay | frutos en sazón. | Cuando el hambre fue aplacada y quedó satisfecho el deseo de comer, | se ponen grandes cráteras | y se sirve el vino. | Se cantan himnos, | se danza en coro y se recitan poemas, 25 I También el sacerdote de Tracia[12] en largas vestiduras hace hablar armoniosamente las siete notas de su lira. I En otro lado | la flauta deja oír su doble tubo. I Toman todos juntos solaz de su trabajo | y todos, dejando la mesa, se levantan, | y se extienden 30 en multitud por la morada en fiesta y en canto alterno[13], I jóvenes y viejos, | matronas y niños | hacen resonar su voz en el vasto atrio; cuelgan de los dorados artesonados las lámparas.

III. Descripción de la salida de la esposa

Sale, al fin, | la, con todo merecimiento, predilecta de Venus, | va madura para varón, ya en plena edad núbil, | de rostro y porte 35 virginal; | un vivo rubor corre bajo el fuego de sus encendidas mejillas | y, al dirigir alrededor sus atentos ojos, | quema con su mirada. | A ella toda la juventud que acude de las casas y de los campos y la muchedumbre de las matronas la admiran. 40 | Su blanco pie ha dado el primer paso, | y ha dejado su cabellera al capricho del viento. | Lleva un vestido bordado con hilos de oro, | ornato de la argiva Helena. | Cual suele mostrarse hermosa y majestuosa a los habitantes del cielo | la áurea Venus | tal era su 45 belleza, | tal caminaba radiante, | al encuentro de sus suegros. | Entonces tomó asiento en un alto solio.

IV. Descripción de la salida del esposo

Del otro lado | por las altas puertas sale | un joven cuyo rostro señala el primer bozo todavía intonso, I revestido | de una clámide recamada en oro con laboriosa aguja, cuyos bordes orla en doble meandro la púrpura de Melibea[14], | y de una túnica que su madre 50 había bordado con hilos de oro. | En el rostro y las espaldas parecía un dios | y también en su juvenil mirada. I Cual, empapado todavía por las aguas del Océano, el lucero de la mañana[15] | alza en el firmamento su rostro sagrado, | así muestra él su rostro, | así muestra sus ojos | y se dirige apresuradamente, fuera de sí, hacia el umbral. | El amor lo turba cuando clava 55 su mirada en la doncella: | libó un beso de sus labios | y tomando su mano la estrechó largamente.

V. Ofrenda de los regalos

Avanzan los jóvenes y en orden bajo la mirada de sus padres | presentan los dones: | un manto tieso por las figuras bordadas en oro, I y otros regalos, montañas de oro y marfil, una silla, | un velo que el acanto coloreaba 60 de azafrán, | una vajilla de maciza plata para la mesa, | un collar de perlas y una corona doble de gemas y oro. | A ella le ofrendan una esclava | con dos hijos al pecho. | A él cuatro jóvenes | y otras tantas doncellas: | todos, según la costumbre, con los cabellos 65 cortados, | con una flexible cadena de oro que, en torques alrededor del cuello, caía sobre el pecho.

VI. Epitalamio en honor de ambos esposos

A continuación, llenas de solicitud, las matronas | conducen a los esposos al umbral de la mansión. I Pero un coro de compañeros, | jóvenes y doncellas, | se divierten 70 con versos desaliñados | y cantan: | «Unida a un marido digno de ti, | hermosísima esposa, | que seas feliz | cuando hayas conocido los primeros dolores de Lucina[16] | y seas madre. Toma una copa de vino meonio[17]. | Esparce nueces, marido[18], | ciñe estos altares con una banda, | honra y prez de nuestros mayores. | 75 Se te entrega una esposa, | que desgranará toda su vida contigo —tal es tu merecimiento— y te hará padre de una hermosa prole. | Afortunada pareja, | si pueden algo los píos dioses, | vivid felices.» | «Corred», dijeron a sus husos, concordes con la inamovible voluntad de los hados, las Parcas.

VII. Entrada en la cámara nupcial

80 Una vez que entraron en la cámara nupcial, cuyo techo formaba piedra pómez, | gozan al fin del placer de hablar libremente. | Cerca uno del otro unen sus manos | y se tienden sobre el lecho. | Pero Citerea | y Juno, que preside los himeneos, | les impulsan a nuevas empresas y les mueven a emprender combates hasta entonces 85 desconocidos. | Mientras él la acaricia | con dulce abrazo, siente de repente la llama | del amor conyugal. | «Oh virgen, rostro nuevo para mí, | hermosísima esposa, | por fin has venido, | mi único y esperado placer. | Oh dulce esposa, no ocurre esto sin la 90 voluntad de los dioses. | ¿Lucharás todavía contra un amor que te es grato?» | Mientras decía tales cosas, ella, que hacía mucho tiempo que tenía vuelta la cabeza, le mira. | Vacila temerosa y tiembla ante el dardo que le amenaza, | incierta entre el miedo y la esperanza, | y de su boca deja escapar estas palabras: | «Por ti, por los padres que te engendraron de tal condición,| hermoso doncel, | no más que por esta noche, | te lo 95 suplico, socorre a una desamparada y | apiádate de mis súplicas. | Desfallezco. Mi lengua está sin fuerzas, mi cuerpo ha perdido el vigor que conocía, la voz y las palabras no me obedecen.» | Pero él replica: «En vano pretexta inútiles excusas», | y sin dilación alguna, libera 100 su pudor.

VIII. Digresión

Hasta aquí, para acomodarlo a castos oídos, he velado el secreto nupcial con ambages y circunlocuciones. Pero como la festividad nupcial gusta de los fesceninos[19] y esta clase de juego de conocida antigua raigambre admite el atrevimiento del lenguaje, sacaré a la luz también los otros secretos de la alcoba y la cama, espigándolos del mismo autor, hasta enrojecer de vergüenza dos veces[20] por haber hecho también de Virgilio un desvergonzado. Vosotros, si queréis, poned fin en este punto a la lectura y dejad el resto a los curiosos.

IX. La desfloración

Cuando se encuentran juntos | en la soledad de la noche oscura, I y Venus en persona los llena de frenesí, | se aprestan a nuevos combates. | Se alza él erecto: | a pesar de todos los esfuerzos inútiles de ella, | se abalanza sobre su boca y su rostro, | y pierna contra 105 pierna, ardiente de pasión, la acosa, | tratando de alcanzar implacable partes más ocultas: | un vergajo, que la ropa ocultaba, | rojo como las sanguinolentas bayas del yezgo y el minio, | con la cabeza descubierta | y los pies entrelazados, | monstruo horrible, deforme, gigantesco y sin ojos, | saca él de entre sus piernas y ciego 110 de pasión se abalanza sobre la temblorosa esposa. | En un lugar apartado, | al que conduce un estrecho sendero, hay una hendidura inflamada y palpitante; | de su oscuridad despide un hedor mefítico. | A ningún ser casto le es permitido franquear este umbral de infamia. | Aquí se abre una caverna horrenda: | tales eran las emanaciones que salían de sus tenebrosas fauces | 115 que ofendían el olfato. | Aquí se encamina el joven por una ruta que conoce bien, | y, tendiéndose sobre la esposa, | blande con el impulso de todas sus fuerzas una tosca lanza llena de arrugas y áspera de corteza. | Hincóse la lanza y en el hondo bebió la sangre virginal. | 120 La cóncava caverna resonó y dio un gemido. | Ella, sintiéndose morir, arranca el dardo con las manos, pero entre los huesos | la punta por la herida | ha penetrado profundamente en la carne viva, | Por tres veces ella, incorporándose y apoyándose sobre el codo, se levantó, tres veces volvió a caer desplomada sobre el lecho. | Él permanece impasible. | No hay pausa ni 125 descanso: | asido y fijo a su timón, | en ningún momento lo soltaba y mantenía los ojos clavados en las estrellas. | Recorre ida y vuelta el camino una y otra vez | y sacudiendo el vientre, | traspasa sus costados | y los pulsa con plectro ebúrneo. | Ya están casi al final de su carrera y, agotados, se acercaban a la meta: | entonces una agitada respiración sacude sus miembros y seca sus bocas; ríos de sudor corren por todo 130 su cuerpo. | Él se desploma exánime, | mientras de su miembro el semen gotea.

X. Epílogo justificativo

Conténtate, Paulo amigo, con estos versos lascivos, que risa y no otra cosa, Paulo, es lo que te pido.

Pero, después de haber leído, asísteme contra los que, como dice Juvenal, «simulan ser unos Curios, 5 pero su vida es una bacanal[21]», no sea que juzguen mi vida por mis versos. «Lascivos son mis versos, mi vida honrada», como dice Marcial[22]. Que recuerden además, puesto que se las dan de eruditos, que Plinio, hombre íntegro a carta cabal, fue licencioso en sus poesías[23], sin tacha en sus costumbres; que Sulpicia en su libro 10 de poemas ardía de prurito, pero que su frente era severa[24]; que Apuleyo era, en su moral, un filósofo; en sus epigramas, erótico[25]; que en todos los preceptos de Tulio había severidad, pero en sus cartas a Cerelia subyacía un fondo libertino[26]; que El Banquete de Platón contiene cantos dedicados a adolescentes[27]. Y ¿qué diré de los Fesceninos de Aniano[28] y del Erotopegnion 15 del antiquísimo poeta latino Levio[29]? Y ¿qué de Eveno, a quien Menandro llamó sabio[30]? Y ¿qué del propio Menandro? ¿Y todos los comediógrafos? Su vida era austera, pero la temática desenfadada[31]. ¿Qué decir, incluso, de Virgilio, llamado Partenia[32] a causa de su carácter pudoroso, que en el octavo libro de su Eneida[33], cuando describe el coito de Venus y Vulcano, entremezcla sin faltar a la decencia lo vergonzoso 20 y lo digno a la vez? ¿Y qué? ¿En el libro tercero de las Geórgicas[34] al tratar del acoplamiento del ganado, no veló esta materia obscena con una honesta metáfora? Si en este juego mío alguien, revistiéndose de severidad, condena algún punto concreto, sepa que procede de Virgilio. En conclusión, si a alguno no le agrada este juego mío, que no lo lea, o, si lo lee, que lo olvide, y, si no lo olvida, que lo perdone, pues es la historia de una boda y, quieras que no quieras, esta 25 solemnidad no se celebra de otra manera.