EL PROGRAMA DEL DESTINO
DEREK LANE
En ésta su primera historia aparecida en español, Derek Lane nos presenta una interesante paradoja temporal, aunque vista desde un aspecto que, comúnmente, es poco usual en los relatos de este tipo: el aprovechamiento comercial de la misma. En una irónica farsa del programa Esta es su vida, que tantas pequeñas pantallas ha recorrido triunfalmente por todo el mundo, nos da una alucinante previsión de lo que puede llegar a ser la intromisión de la TV en la vida privada de sus televidentes… con sólo que la situación siga por los mismos derroteros que hoy en día está ya tomando.
ilustrado por CARLOS GIMÉNEZ y ADOLFO USERO ABELLÁN
Me pregunté cuántos de los aproximadamente trescientos millones de fans de Manley V. Goodfellow lo habrían reconocido en este momento. El carnoso rostro que irradiaba encanto en las pantallas mundiales estaba distorsionado por la ira mientras golpeaba con el puño mi escritorio.
—¡Programa! ¿Le llamas programa a esta bufonada? Un sujeto trabaja hasta llegar a ser gerente de un supermercado, se casa con la muchacha que ha vivido toda la vida en la casa de al lado, y todo lo que hace a continuación es criar cuatro de los niños menos atractivos que jamás se hayan visto. No es bastante bueno, Jackson. Tengo que pensar en mi reputación.
Recordaba a Goodfellow cuando aún no tenía ninguna reputación. Lo malo es que había subido demasiado rápido, elevado por el éxito del programa. Cuando Esta será su vida fue programada por primera vez, él era tan sólo uno de tantos entrevistadores. Su función era simplemente hablar con la persona que protagonizaba el programa, y proveer un diálogo de relleno entre los incidentes dramáticos grabados. Si es que había alguna estrella en el programa era simplemente el Visor Temporal Strogoff; no la pantalla simulada que ustedes ven en sus casas sino el verdadero, al que nadie más que el equipo de producción puede acercarse.
El visor suministraba el material para el programa, atisbando a lo largo de la línea temporal futura del sujeto. Pero el público se confunde fácilmente sobre esas cosas; y habían llegado a pensar en Goodfellow como en una especie de semidiós, que creaba el futuro con sus propias manos. Y juzgando por su conducta en los últimos meses, él también estaba empezando a pensar lo mismo. Cada vez me encontraba con mayores problemas para tratar de evitar que interfiriese con la parte técnica del programa, pidiendo ciertos planos de cámara, o modificaciones en el guión.
—No tiene objeto que te enfades por eso —le dije—. La línea temporal de Stranmore está llena de buen material con interés humano, y la vamos a usar, te guste o no.
—¡Interés humano, y un huevo! —gritó Goodfellow—. No puedes continuar teniendo éxito con esas porquerías de historias de éxitos. Estaban bien para cuando se inició el programa; pero la gente es ahora más sofisticada, y quieren algo con un verdadero drama sanguinolento.
—Claro que lo quieren. Estamos todo el tiempo buscando por si aparece algo nuevo —le dije—. Hemos perdido semanas trazando las líneas temporales de sujetos que parecían ir a tener desarrollos interesantes, y finalmente teníamos que echar al cubo de la basura todo nuestro trabajo cuando nos encontrábamos con un hiato. El elemento de sorpresa es algo que siempre encontraremos a faltar, dada la misma naturaleza de los instrumentos de que disponemos.
Nuestra dificultad estaba en que a pesar del hecho de que el visor Strogoff era infalible en lo que mostraba del futuro de un sujeto, tan sólo podía dar una imagen limitada. Nos habíamos encontrado con el hecho de que aun cuando el esquema general de una vida humana ya estaba preestablecido, existía aún dentro de ese andamiaje una cierta posibilidad de autodeterminación por parte del sujeto. Había puntos de decisión en las líneas temporales de cada individuo, como pequeñas bifurcaciones por las que podía perderse antes de volver de nuevo a la gran carretera de su línea temporal. Esto significaba que si bien podíamos determinar incidentes dramáticos en la vida de un sujeto, casi siempre nos encontrábamos con espacios vacíos en las motivaciones en lugar de hallar las cadenas causativas que necesitábamos para convertir esos incidentes en significativos. La imagen de la vida de una persona que obtenemos a través del visor temporal se parece a un rompecabezas, del que faltan algunas piezas. Llamamos hiatos a esos espacios vacíos en la pantalla… también les llamamos otras muchas cosas cuando aparecen en medio de una buena línea, porque no podemos llenarlos por nosotros mismos. El programa tiene que ser totalmente verídico. Y si la verdad no da un buen programa, peor para todos.
Goodfellow sabía todo esto tan bien como yo, pero no estaba dispuesto a razonar.
—Has tenido muchas cosas buenas y no las has querido usar —dijo—. No olvides que yo también he pasado bastante tiempo en el departamento de investigación.
—Claro que hemos rechazado un montón de líneas temporales por ser inutilizables debido a varias razones —le contesté—. Entre otras cosas, tenemos que pensar en posibles demandas por libelo.
—¿Cómo puede ser libelo la verdad?
—No es ése el problema. Hasta que no se cambie la ley y se acepten las grabaciones del visor temporal como pruebas testificales estaremos siempre sujetos a posibles acciones en contra nuestra, como la que llevó a cabo Cortman.
—Y un año más tarde lo declaraban loco —dijo Goodfellow.
—Seguro que lo estaba… y se demostró que todo lo que habíamos usado en el programa era cierto. Pero para entonces ya era demasiado tarde, habíamos perdido el caso y le había costado a Global un saco de dinero.
—¿Y qué? Lo recuperan con las tarifas publicitarias. Deberíamos estar mostrando la vida tal cual es, todo lo que sucede…
Suspiré. Era la vieja rutina de Goodfellow, y ya estaba empezando a asquearme el oírla tantas veces. Teníamos alquilado el visor Strogoff al gobierno. Éramos los únicos usufructuarios comerciales, dado que (a) los gerifaltes de Global tenían buenos enchufes en el partido gubernamental, y (b) habíamos tenido la fortuna de contar con Strogoff en nuestra nómina cuando había perfeccionado el instrumento. Aún así, existía bastante oposición en los altos círculos, y maniobras por parte de las compañías rivales. Teníamos que ser cuidadosos, y tener bien limpios nuestros expedientes, pues de lo contrario nos revocarían la licencia y Esta será su vida, el programa que más dinero había conseguido en toda la historia de la TV, desaparecería de las pantallas.
—Mira, Manley, he estado sudando en este puesto durante los dieciocho últimos meses —le dije cansadamente—. ¿Qué es lo que te hace suponer que tú lo ibas a hacer mejor?
—¡No te das cuenta de las posibilidades! —gritó—. Este programa es la cosa más importante que jamás haya sucedido en las comunicaciones de masas. El gobierno no se atrevería a interferir, no importa lo que hiciésemos.
—Yo no me fiaría de eso.
—Estás demasiado preocupado por lo mediocre —dijo Goodfellow—. ¿No te das cuenta de que millones de personas que viven vidas aburridas esperan ansiosamente durante toda la semana para que las dos horas de Esta será su vida den algún sentido a su existencia?
Me alcé y lo miré desde lo alto, que era algo que no le gustaba en absoluto. No estaba tan gordo como él, pero tenía casi un palmo más de altura.
—De acuerdo, Manley. Si has terminado, yo tengo trabajo que hacer.
—¿Y sigues insistiendo en que vas a usar ese programa con Stranmore? —me miró con los ojos entrecerrados.
—Pienses lo que pienses, el programa todavía va a la cabeza en las clasificaciones… y aún soy su productor. ¿Qué te parecería si tú hicieses tu trabajo y yo el mío?
—¿Y si rehúso participar en lo que va a ser un fracaso seguro?
Me alcé de hombros.
—Eso es cosa tuya. Pero si estuviera en tu caso, primero hablaría con el departamento jurídico.
Me miró por un momento, con la cabeza hundida entre sus amplios y robustos hombros, y luego salió de la oficina sin decir ni una palabra más.
—¡Guau! Realmente has hecho enfadar a su excelencia —dijo Terry cuando entró. Terry Nichols había sido mi secretaria en los dos últimos años, lo que quería decir que había participado en la concepción de Esta será su vida. Y aún así, a veces yo tenía la impresión de que no aprobaba el que fisgoneásemos las vidas privadas de la gente, aunque nunca lo hubiera expresado en palabras. No obstante, por alguna razón propia, jamás había abandonado el trabajo. Yo estaba satisfecho por ello, pues era algo más que decorativa, con su pequeño rostro de grandes ojos y su mechón de cabellos negros, muy cortos.
—Es muy posible, pero ya era hora de que se enterase de quien dirige este programa —contesté.
—¡Oh, oh! —Terry alzó una ceja—. ¿Así que tú tampoco estás muy contento?
—Ya tengo bastante con organizar el programa, sin tener que preocuparme en pelear con ese payaso pomposo.
—Si estuviera en tu caso, Peter, vigilaría mis tratos con él —dijo suavemente—. Tiene muy buenos amigos entre los jefes. La gente acostumbra a olvidarse de los individuos como nosotros, que trabajamos duro entre bastidores, cuando hay por medio figurones como Goodfellow. Ellos son los que salen en las pantallas y en los periódicos.
Me acordé de las palabras de Terry cuando, a la mañana siguiente, abrí el periódico. La primera cosa que vi fue una fotografía de Goodfellow justo en el centro de la página. Y no obstante, no fue esta sino la fotografía que la acompañaba la que hizo que me olvidara del desayuno y me dirigiera a toda prisa hacia el Edificio de Televisión Global.
Todo el impacto del programa dependía del hecho de que el sujeto no sabía nada hasta que se hallaba en el estudio frente a Goodfellow, que le decía: «Ésta será su vida…». Todas nuestras investigaciones y nuestro trabajo preparatorio eran mantenidas bajo el más estricto secreto hasta ese momento, y nadie más que el equipo que trabajaba en el programa sabía hasta entonces quien iba a ser el sujeto.
Esto no sólo proporcionaba el consiguiente suspense sino que, al mismo tiempo, el secreto nos daba la seguridad de que nuestro trabajo no sería malgastado. Hasta ahora, nadie había tenido el suficiente coraje moral para rehusar servir de sujeto en un programa. Mientras que, si se les hubiera dado tiempo para reflexionar, en lugar de encontrarse ante el hecho, posiblemente muchas personas hubieran preferido que sus vidas futuras no hubieran sido expuestas en una transmisión a escala mundial.
El sujeto del próximo programa, Stranmore, opinaba así, porque por primera vez en la historia del programa alguien había hablado fuera de tiempo. Bajo su foto y la de Goodfellow se podía ver una declaración de Stranmore en la que decía que no tomaría parte en el programa, y que si se pasaba tal programa sin su autorización, entablaría un pleito contra Global por intromisión en su vida privada.
Cuando llegué a Global tomé el ascensor hasta el veinteavo piso y me apresuré hasta la oficina de Macklin, el Vicepresidente encargado de Producción. Era un hombre bajo y rechoncho, con la complexión de un cadáver de dos días y unos ojos de color marrón oscuro que lo veían todo. Contestó con un movimiento de cabeza a mi saludo y fue directo al grano:
—He ordenado a los de seguridad que investiguen la indiscreción. Pero lo importante es el programa. Tan sólo faltan treinta y seis horas. ¿Tiene un sustituto?
Con Macklin no valía el irse por las ramas. Había llegado a su posición por el camino difícil, y yo respetaba su habilidad aunque no su moralidad.
—No. Desde que pasamos a un programa semanal hemos estado usando los sujetos tan rápidamente como los vamos encontrando.
—Pero deberían de haber estado preparados para algo como esto —dijo secamente.
—Estoy de acuerdo. Pero por el momento nos lleva siete días completos el investigar a lo largo de la línea temporal de un sujeto para grabar lo que necesitamos. Si tuviéramos otro Strogoff quizá podríamos adelantarnos al programa.
—¿Entonces qué es lo que hacemos? —Sus ojos estaban clavados en mí mientras tomaba un cigarro de la tabaquera de su escritorio—. No podemos permitirnos el cancelar… el programa es ya algo demasiado grande.
—Ciertamente no existe tiempo suficiente para producir un protagonista distinto —dije—. La única cosa que se me ocurre es que tomemos las grabaciones de los programas anteriores y hagamos una especie de antología de los momentos más emocionantes de todos ellos.
Permaneció silencioso por un momento, girando el cigarro entre sus gruesos dedos, y luego dijo:
—No me gusta, pero por esta vez podría funcionar. ¿Cuánto tardará en tenerlo dispuesto para que lo pueda ver?
—¿A las seis de esta tarde?
—Que sea a las cuatro —me contestó, extendiendo el brazo para tomar una cubeta llena de papeles.
Terry y yo habíamos estado trabajando en el gabinete de montaje de grabaciones durante una hora cuando llegó Goodfellow.
—Lástima por lo de Stranmore —dijo—. ¿Qué es lo que vais a usar como sustituto?
Se lo dije.
—¿Y Macklin aceptó eso? —preguntó.
—¿Y qué otra cosa podía hacer? —le dije irritado—. Y ahora, por favor, déjanos tranquilos, Manley. Tenemos un montón de trabajo que hacer.
—¿Para qué? ¿Todo eso para hacer una rancia mezcla de repeticiones? Hará que nuestra valoración baje en treinta puntos.
—Tal vez, pero siempre es mejor que una cancelación.
Su desagradable rostro se entreabrió en una afectada sonrisa.
—Tal vez tampoco tenga que hacerse eso.
Cerré de un golpe el interruptor del visor de cinta que estaba utilizando.
—Escúchame ahora, Goodfellow. No tengo tiempo para andar jugando contigo. Cuando Macklin dice a las cuatro no está bromeando. ¿Qué es lo que tienes en mente?
—Harry Vince y yo hemos estado grabando algo que haría un mejor programa que esta bazofia —dijo—. Si vienes a su despacho podrás verlo por ti mismo.
—De acuerdo. Te daré diez minutos —dije, alzándome—. ¿Cuándo hicisteis esas grabaciones?
—Harry y yo hemos estado investigando la línea temporal de ese sujeto a ratos libres durante el pasado mes —me contestó—. Era algo así como un experimento acerca de la forma en que a mí me gustaría hacer el programa. Por el momento está sin acabar, pero podríamos pulirlo a tiempo.
Harry Vince, nuestro jefe de investigaciones, había sido alumno de Strogoff. Era un hombrecillo de rostro enjuto, con una orla de cabello oscuro rodeando un cráneo pálido y calvo.
—Saca esas grabaciones de Kraus, Harry —dijo Goodfellow—. Peter quiere darles una ojeada.
—Todavía no he tenido tiempo de romper ese hiato —dijo Vince parpadeando rápidamente.
—Eso no tiene importancia —dijo Goodfellow—. Lo cubriré con mi charla.
—No sé… no hay nada por un total de quince meses —dijo Vince, mientras tomaba una bobina de cinta de su envase y comenzaba a colocarla en un visor.
—¿En qué punto aproximado de la línea temporal se produce el hiato? —pregunté.
—Eso es lo importante —contestó Vince—. Comienza mañana por la noche.
Me giré enfadado hacia Goodfellow:
—¿No te dije que no tenía tiempo que perder? ¿Qué es lo que íbamos a mostrar durante el primer cuarto de hora, si es que usásemos este sujeto… una pantalla en blanco?
—Ya he pensado en eso —dijo Goodfellow—. Abrimos con alguna entrevista, acerca de su pasado, y mostramos algo de ese pasado que hemos grabado. Entonces podemos introducirnos en el primer incidente dramático. Créeme, cuando los espectadores vean la clase de programa que hemos escogido se olvidarán de cualquier comentario crítico.
Vince disminuyó la intensidad de las luces y la cinta empezó a pasar a través de la pantalla monitor.
Goodfellow había tenido razón cuando había dicho que Paul Kraus era bastante diferente a los sujetos normales que aparecían en Esta será su vida. La cinta mostraba que Kraus había pasado tres años de su adolescencia en un reformatorio escolar, graduándose como un criminal sin escrúpulos. A los diecinueve años ya había organizado un negocio de prostitutas y de venta de drogas que cubría una gran parte de la ciudad, y ahora, a los veintidós, ya se había introducido en los «sindicatos» de los trabajadores de los muelles.
Esto era solamente una breve presentación. Después del hiato, que duraba quince meses, los incidentes malignos que mostraba la cinta empezaron realmente a ponerse al rojo vivo. Crímenes, violaciones, asaltos a mano armada… en cualquier momento de su carrera Kraus estaría involucrado en todos esos crímenes y en más. Lo que más aterraba al contemplar la cinta era el conocimiento de que, habiendo sido tomada por el visor temporal, era un registro inviolable de lo que iba a ocurrir en el futuro y que no había forma humana de hacer nada para evitar que esos acontecimientos sucedieran.
—Está bien, corta ahí —dijo Goodfellow. Se volvió hacia mí—. ¿Has visto lo que quería decir? Este Kraus hace que Capone parezca un maestro de escuela dominguero. Di el crimen que se te ocurra y Kraus, en algún tiempo de su futuro, será el rey en la especialidad.
Había algo en su entusiasmo que me hizo sentir enfermo.
—¿Realmente crees que voy a usar esa porquería en Esta será su vida? Daría por terminado el programa antes que utilizar eso. Ya es lo suficientemente horrible saber que esas cosas van a ocurrir, y no hay porque mostrarlas por todas las pantallas del mundo. Cualquier ciudadano decente y con espíritu cívico saldría y mataría a Kraus en el acto, y estaría haciéndole un servicio a la humanidad…
—Sabes tan bien como yo que eso es imposible —dijo Goodfellow—. Lo que tenemos aquí en la cinta es lo que su vida va a ser. No hay ninguna duda sobre eso. ¡Es una historia terrorífica!
—Tal vez lo creas así, pero aún soy yo el productor del programa —dije—. Tal vez en el pasado hayamos jugado sin piedad con las viejas normas sentimentales, pero nunca mostramos algo tan podrido y venenoso como eso, y no lo vamos a hacer. —Salí de la habitación y me apresuré hacia el departamento de montaje. Aún tenía un programa por preparar.
Estaba ya cerca de completarlo cuando Macklin me llamó por el interfono y dijo que quería verme en el acto.
—Goodfellow me dice que ha rehusado utilizar el material que le ofreció para sustituir el programa —dijo Macklin.
—Claro que lo hice. No se podía aceptar.
Macklin hizo una mueca y apretó contra un cenicero los masticados restos de un cigarro.
—En su forma actual, quizá. Pero podría arreglarse un poco.
—¡No lo dirá en serio! —exclamé.
Sus ojos marrones se entrecerraron.
—Nunca bromeo, Jackson. Goodfellow me llamó hace una hora. He visto algunas de las cintas que ha hecho.
—¿Y usted cree que podrían utilizarse para el programa?
—Sí, con un buen montaje.
—¿Cómo puede hacerse un montaje de cosa semejante? —pregunté—. De cualquier forma que se mire, el tema del programa de Kraus debería ser El crimen paga. No puede mostrarse algo así en cien millones de pantallas. No sería moral.
—Será lo más sensacional que hayamos mostrado desde que el programa empezó —dijo Macklin—. Quiero que deje el trabajo que ha estado haciendo para montar esa antología del programa y que coopere con Goodfellow en la historia de Kraus.
—¿Y si me niego?
Su faz pálida no mostró ningún signo de emoción mientras decía:
—Goodfellow será el productor del programa.
—¿Haría eso?
—¿Por qué no? —dijo Macklin—. Ya se lo he dicho anteriormente, el programa es lo importante… no su maldita conciencia.
—¿Y después de mañana noche?
—Esperaremos y veremos —dijo Macklin, y sabía lo que él quería decir. Si mañana noche el programa era un éxito, se me despediría. Tal vez fuera lo mejor.
—Muchas gracias —dije, y salí de la oficina.
Terry se indignó cuando le expliqué lo que había sucedido.
—¿No permitirás que se salgan con la suya, verdad?
—¿Qué es lo que puedo hacer?
—Muchas cosas —dijo Terry, con vehemencia—. Por ejemplo, indagar y conseguir pruebas de que fue Goodfellow el que puso sobre aviso a Stranmore. Todo este asunto fue planeado deliberadamente por él. No es una casualidad el que tuviera a punto ese programa de Kraus.
Era una bajeza, pero no tanto para Goodfellow. Tal vez Terry tuviera razón.
—Stranmore trabajaba para algún supermercado de la parte Norte, ¿no es verdad? —pregunté.
—Aquí lo tienes —Terry me puso en la mano un pedazo de papel con las señas.
En media hora estaba en el supermercado, preguntando por Stranmore. Lo reconocí inmediatamente. Después de todo me había pasado una semana entera mirando su rostro en el visor, montando las cintas para el programa. Era un muchacho delgado y de aspecto amistoso, de cabello oscuro y espeso; llevaba una bata de almacén debido a que por el momento sólo era uno de los ayudantes en el mercado.
—Mire, señor. Por hoy ya he visto bastante gente de los periódicos. —Miró preocupado por encima de su hombro—. El Gerente está pataleando por todo el tiempo que he perdido, y es probable que me despida si esto continúa así.
—Está bien, hijo, no te preocupes —dije—. No te va a despedir. Me apuesto lo que quieras a que no lo hace.
—Lo dice usted muy seguro.
—Debería estarlo —dije—. Aquí vas a ser tú el gerente, dentro de pocos años.
Me miró con sospecha.
—¿Qué es lo que trata de venderme?
—Nada, Stranmore. Éstos son los hechos. No soy de ningún periódico… soy el productor del programa Esta será su vida.
Su cara se quedó muy pálida.
—¡Entonces ya puede largarse de aquí! —gritó—. Usted es el buitre que está detrás de todo eso, ¿no es verdad? ¿Qué es lo que se han creído… dedicándose a espiar en la vida privada de la gente?
—Espera un momento, Stranmore. Algunas gentes están agradecidas de saber sobre su futuro…
—Algunos, tal vez… pero yo no. ¡Y ahora, fuera! —gritó—. Lo que dije en los diarios es final. No quiero saber nada de su asqueroso programa.
Por primera vez empecé a comprender realmente los sentimientos de la gente que eran víctimas del programa. Antes, siempre habían sido meramente «sujetos», cuyas líneas de la vida había seguido a través del medio impersonal de las cintas del visor del tiempo; gente con la que sólo me había encontrado en persona durante la breve duración del programa actual, y a la que nunca había vuelto a ver otra vez. Preocupado siempre con la producción del programa, nunca había tenido tiempo para pensar en las reacciones de una persona cuya vida futura era expuesta a la curiosidad vulgar de una audiencia masiva.
—Está bien, Mr. Stranmore. Después de lo que ha ocurrido no hay ninguna probabilidad de que aparezca usted en el programa. Todo lo que quiero saber es como se enteró de que intentábamos utilizarlo como sujeto.
—Lo supe por primera vez cuando un reportero del Globe me llamó a mi casa la pasada noche —dijo.
Le di las gracias y salí precipitadamente. Mi próxima visita fue a las oficinas del Globe. Pero mi premonición de que podía haberme ahorrado el trabajo quedó justificada. No tenían intención de divulgar la fuente de su información, y no tenía modo de obligarlos a que lo hicieran. De cualquier forma, dudaba de que ellos mismos supieran la fuente. Lo más probable es que la información les hubiera llegado por medio de una llamada telefónica anónima. Había sido un estúpido al creer que Goodfellow se expondría a la posibilidad de dejar un rastro.
A la mañana siguiente fui a la oficina como siempre, a pesar de que las preparaciones del programa nocturno ya no estaban en mis manos. Tenía una idea en el pensamiento a la que había estado dando vueltas durante toda la noche… algo que tenía que hacer.
—Pase lo que pase, voy a dejar el programa —le dije a Terry—. La conversación que tuve ayer con Stranmore me ha hecho comprender por primera vez lo que estamos haciendo a esa gente que traemos aquí como sujetos.
Su cara mostró la clase de expresión que yo había esperado ver desde hacía tiempo, y dijo:
—¿Lo has visto al fin? Ya empezaba a perder la esperanza.
—Sí, pero antes de que me vaya he de hacer un programa más… aunque nunca se llegue a mostrar. ¿Quieres ayudarme a confeccionarlo, tan pronto como el visor quede libre?
—¿El sujeto es quien yo creo que es? —preguntó.
Afirmé con la cabeza.
—Debo examinar la línea de la vida de Goodfellow. He de saber por cuanto tiempo va a salirse con la suya con esta clase de suciedad. Entonces quizá empiece a creer en algo otra vez.
Terry alargó la mano y me tocó suavemente en el brazo.
—Yo te daré algo en lo que puedas creer, Peter, te lo prometo.
Comencé a pensar en lo maravilloso que sería vivir una vida normal con una mujer como ella, lejos de esta jungla de plástico y metales cromados.
—Gracias, Terry —dije—. Lo tendré presente cuando hayamos finalizado este último trabajo.
El programa empezaba a las ocho, pero desde bastante tiempo antes toda la actividad estaba enfocada alrededor del auditorio, y no había nadie por los alrededores cuando Terry y yo nos introducimos en la habitación del visor del tiempo.
Conecté el instrumento, y los dos nos sentamos esperando a que el aparato se calentara.
—¿Estás seguro de que lo que estamos haciendo es correcto? —preguntó Terry.
—Por primera vez estoy seguro de ello —dije.
La pantalla mostró una mancha de luz, formándose luego una imagen. Mostró a dos hombres subiendo a un taxi.
—Harry debe haber estado trabajando en ese punto del hiato hasta el último momento —dije—. Ése es Kraus, con Barney Wilson. Barney lo ha de traer al programa.
—¿Quieres decir que el hiato se ha disipado?
—Podría ser. Quizá se ha producido un punto de decisión durante estas últimas horas.
—¿Tal vez por el hecho de ser presentado en el programa? —sugirió Terry.
—Posiblemente… de todos modos no es importante. El programa de Kraus ha terminado para nosotros. —Me incliné sobre el panel de control y empecé a hacer los ajustes necesarios. Había estado tanto tiempo aquí con Harry Vince, observando a los sujetos, que sabía muy bien como funcionaban los controles, y el instrumento pronto estuvo dispuesto para mostrar la línea de vida de Goodfellow.
Pero no se formó ninguna imagen…
—¡Es curioso! Debe haber un hiato en este punto de la vida de Goodfellow. —Aceleré el aparato de observación, cubriendo en pocos segundos un período de seis meses, y esperé a que la imagen se aclarara. Pero no hubo nada excepto una mancha difusa.
—Prueba más lejos —dijo Terry tensamente.
Conecté el acelerador otra vez, cubriendo esta vez un año completo.
—Nada.
—¿Estás seguro de que lo has sintonizado correctamente para Goodfellow? —preguntó Terry.
—Desde luego, lo he hecho antes docenas de veces. —Decidí tratar de hacer un experimento. Cambiando el ajuste a como estaba anteriormente, lo sintonicé en el punto en que Kraus subía al taxi con Barney Wilson. Entonces aceleré por un momento. La imagen se hizo confusa, luego se resolvió otra vez, para mostrar a Kraus y Barney caminando juntos por el costado del auditorio de Esta será su vida.
—Ésta será su vida… ¡Paul Kraus! —El rostro de Goodfellow, con su sonrisa de locutor brillando bajo los focos, apareció a gran tamaño en la pantalla.
—¿Hemos de ver todo esto? —preguntó Terry.
—Puede ser importante —dije.
Goodfellow y Kraus estaban ahora en el escenario. Goodfellow estaba hablando al público, efectuando la introducción del programa. Estaba de pie, dando la espalda a Kraus.
La cara del criminal estaba pálida y rígida, los ojos hundidos en su cabeza mientras se agachaba a medias, como un animal dispuesto a saltar.
—¡Peter! ¿Qué está haciendo? —susurró Terry.
Kraus estaba deslizando una mano pálida y de largos dedos hacia el bolsillo interior de su americana. Mientras observaba la acción conocí súbitamente la respuesta a la aparente paradoja de una sociedad que permitía que Kraus continuara con sus actividades criminales después de que habían sido expuestas en el programa.
La razón del hiato en la línea de la vida de Kraus era la decisión que había tomado en este momento… la decisión que evitaría que su futuro fuera mostrado. Pero hasta ese momento, hasta el desarrollo de la nueva situación, el hiato había permanecido. Y el hiato en la línea de la vida de Goodfellow…
—¡Quédate aquí, Terry! —grité, y salí corriendo de la habitación del visor. El visor iba un poco adelantado con respecto al tiempo real, no estaba seguro de cuanto… pero tal vez aún habría una probabilidad.
Llegué a la puerta trasera del auditorio y la abrí de un empujón. Arriba, en el escenario, algo brillante relució por un momento en la mano de Kraus. Goodfellow se detuvo súbitamente en la mitad de su discurso, su boca cayendo abierta sin formar ningún sonido. Entonces, como una torre dinamitada, empezó a caer lentamente hacia adelante, hacia el foso de la orquesta.
Mientras caía, vi el puño del cuchillo hundido en medio de su espalda. No había habido ningún hiato en su línea de la vida… no tenía futuro.
Las luces del escenario se apagaron, y la cortina empezó a descender. A mi alrededor, las mujeres estaban chillando…
Título original:
THE DESTINY SHOW
© 1960, Nova Publications Ltd., by arrangement with E. J. Carnell
Traducción de S. Velázquez