EL VUELO DEL DRAGÓN
Anne McCaffrey
Mejor relato, 1967
PREFACIO DE LA AUTORA
Mi primera narración de ciencia ficción apareció en 1954, pero muy pronto fue olvidada. No empecé a publicar con regularidad hasta el principio de los años sesenta con «The Ship Who Sang» («El barco que cantaba»), con la cual me di a conocer al público. Aún la considero una de mis obras más intensas, y se reimprime con frecuencia. La primera obra en que aparece una referencia a los dragones la publicó John Campbell en Analog en 1967. Se tituló «La búsqueda del dragón». Para mi sorpresa, con este relato gané un Hugo. El vuelo del dragón apareció el año siguiente y me valió el premio Nebula. Un millón de palabras después, no se me permite detenerme, aunque de todos modos yo tampoco deseo hacerlo. Me gusta Pern mucho más que a cualquier otra persona, porque es mi mundo… ¡Qué lo disfruten ustedes!
El dedo señala
un Ojo enrojecido
Que los Nidos salgan
a quemar el Hilo
* * *
Todavía dudas, R’gul —observó F’lar, que parecía algo divertido por la perversidad de ese jinete de un bronce, bastante mayor que él. R’gul, con los agradables rasgos de su rostro fijos en una mueca de obstinación, no respondió a la provocación del Líder del Nido. Hizo crujir los dientes como si de ese modo pudiera aplastar la autoridad de F’lar sobre él.
—Hace más de cuatrocientos Giros que no hay Hilos sobre los cielos de Pera. ¡Los Hilos ya no existen!
—Es una posibilidad que no puede descartarse —aceptó F’lar con voz amistosa. Pero no había tolerancia en sus ojos ambarinos. Ni la menor indicación de un cambio de opinión en sus modales.
Se parecía más a F’lon, su padre, de lo que tenía derecho a parecerse ningún hijo, decidió R’gul. Siempre tan seguro de sí mismo, siempre algo despectivo de lo que hacían y opinaban los demás. Arrogante, eso era F’lar. Impertinente también, y demasiado condescendiente en su forma de manejar a la joven Jefa del Nido. R’gul la había entrenado para ser una de las mejores Mujeres Dragón en muchos Giros. Antes de que terminara su instrucción, ya sabía todas las Baladas Maestras y las Sagas a la perfección. Y después, esa tontita se había sentido atraída por F’lar. No había sabido apreciar los méritos de un hombre mayor, más experimentado. Sin duda alguna, se sentía obligada hacia F’lar por haberla descubierto en la Búsqueda.
—En cambio —proseguía F’lar— ¿estás dispuesto a admitir que cuando el sol da sobre la Roca del Dedo al amanecer, llega el solsticio de invierno?
—Cualquier estúpido sabe que para eso está la Roca del Dedo —gruñó R’gul.
—Entonces, ¿por qué no admites, viejo tonto, que la Roca del Ojo está colocada sobre la Roca de la Estrella para encerrar a la Estrella Roja cuando va a hacer un Paso? —estalló K’net.
R’gul enrojeció, casi se levantó de la silla, listo para enfrentarse al joven retoño y hacerle pagar semejante insolencia.
—¡K’net! —La voz de F’lar se alzó llena de autoridad—. Se diría que te gusta tanto volar en la patrulla de Igen que quieres hacerlo durante unas cuantas semanas más.
K’net se sentó rápidamente, ruborizado ante la reprimenda y la amenaza.
—Tú sabes, R’gul, que una evidencia incontrovertible apoya mis conclusiones —siguió F’lar con una voz engañosamente mansa—. «El Dedo señala un Ojo enrojecido…».
—No me cites versos que te enseñé yo cuando eras un cachorro en este Nido —exclamó R’gul con pasión.
—Entonces, ten fe en lo que enseñas —le ladró F’lar, los ojos ambarinos peligrosamente encendidos.
R’gul, atónito ante tanta fuerza de carácter, se dejó caer de nuevo en la silla.
—No puedes negar, R’gul —continuó F’lar con calma—, que hace media hora el sol se balanceó sobre la punta del Dedo al amanecer y la Estrella Roja quedó encerrada en la Roca del Ojo.
Los otros jinetes de dragones, tanto de los de bronce como de los castaños, murmuraron reconociendo la verdad de este fenómeno. También hubo una corriente subterránea de resentimiento por la forma en que R’gul seguía oponiéndose a las políticas de F’lar como nuevo Líder del Nido. Hasta el viejo S’lel, que antaño fuera el gran apoyo de R’gul, empezaba a seguir a la mayoría.
—Hace cuatrocientos Giros que no vienen los Hilos. No hay Hilos —murmuró R’gul.
—Entonces, mi compañero jinete —dijo F’lar con alegría—, todo lo que nos has enseñado es falso. Los dragones, como los Señores de los Fuertes quieren creer, son parásitos de la economía de Pern, anacronismos. Y nosotros también.
»Mi conciencia no me permitiría mantenerte aquí contra tu voluntad. Tienes mi permiso para abandonar el Nido y residir donde tú quieras.
Alguien se rió.
R’gul estaba tan aturdido por el ultimátum de F’lar que ni siquiera podía sentirse ofendido ante esa ridícula amenaza. ¿Abandonar el Nido? ¿Estaba loco ese hombre? ¿Adónde podría ir? El Nido había sido su vida. Se había criado para él durante generaciones. Todos sus antepasados hombres habían sido jinetes de dragones. No todos habían cabalgado dragones bronce, eso era cierto, pero sí un porcentaje decente. El progenitor de su propia madre había sido un Líder del Nido como él, R’gul, hasta que Mnementh de F’lar había violado a la nueva reina.
Y los hombres dragón nunca abandonaban el Nido. Bueno, lo hacían si tenían la negligencia suficiente como para perder sus dragones, como ese Lytol en el Fuerte Ruath. ¿Y cómo podría marcharse del Nido él, R’gul, puesto que sí tenía un dragón?
¿Qué quería F’lar de él? ¿No le bastaba con haberse convertido en Líder del Nido en lugar de R’gul? ¿No tenía suficiente con haber obligado con meras amenazas a los Señores de Pern a desarticular el ejército que habían preparado para reprimir al Nido y a sus jinetes?
¿Acaso F’lar tenía que dominar a todos los hombres dragón, en cuerpo y alma? Lo miró de arriba a abajo, un largo momento, sin dar crédito a sus oídos.
—No creo que seamos parásitos —dijo F’lar, rompiendo el silencio con una voz suave, persuasiva—. Ni anacrónicos. Ha habido Intervalos largos con anterioridad. La Estrella Roja no siempre pasa lo bastante cerca como para dejar caer sus Hilos sobre Pern. Por eso nuestros ingeniosos antepasados pensaron en poner la Roca del Ojo y la Roca del Dedo en el lugar donde están: para confirmar el momento en que se producirá un Paso. Y otra cosa… —Su expresión cobró gravedad—. Hubo un tiempo en que la estirpe de los dragones casi desapareció por completo…, y Pern con ella, por culpa de los escépticos como tú. —F’lar sonrió y se relajó con indolencia sobre su silla—. Yo prefiero que no me recuerden como escéptico. ¿Cómo te recordarán a ti, R’gul?
En la Sala del Consejo reinaba el nerviosismo. R’gul sintió que alguien respiraba con fuerza y advirtió que era él mismo. Miró el rostro inflexible del joven líder y comprendió que su amenaza no era sólo una afirmación vacía. O aceptaba completamente la autoridad de F’lar, aunque eso le costara mucho, o tendría que abandonar el Nido.
¿Adónde iría, a menos que se trasladara a uno de los otros Nidos, abandonados durante cientos de Giros? Y…, los pensamientos de R’gul corrían enloquecidos, ¿no era esa señal suficiente de que ya no habría más Hilos? ¿Cinco Nidos vacíos? No, por el Huevo de Faranth, practicaría las artes del mismo F’lar y lo engañaría, esperaría el momento adecuado. Cuando todo Pern se revolviera contra ese tonto arrogante, él, R’gul, estaría allí para salvar algo de las ruinas.
—Un hombre dragón se queda en su Nido —declaró con toda la dignidad que pudo conservar.
—¿Y acepta las políticas de su Líder? —El tono de voz de F’lar hacía que su frase fuera más una orden que una pregunta.
Para no cometer perjurio, R’gul asintió con la cabeza. F’lar siguió mirándolo y R’gul se preguntó si el hombre le estaría leyendo los pensamientos como hacía su dragón. Se las arregló para devolver la mirada con toda serenidad. Ya le llegaría su turno, esperaría.
Aparentemente satisfecho con la capitulación, F’lar se levantó y distribuyó las tareas de patrulla con firmeza.
—T’bor, tú te ocupas de la guardia del clima. Y ya que estás en ello, no te olvides de las caravanas del diezmo. ¿El informe de la mañana?
—Sobre Telgar y Keroon. El clima es bueno al amanecer…, aunque demasiado frío —dijo T’bor con una sonrisa astuta—. Las caravanas del diezmo transcurren por caminos transitables y firmes, así que deberían llegar pronto. —Le brillaron los ojos al pensar en la fiesta que seguiría a la llegada de las provisiones, pensamiento compartido por todos a juzgar por las expresiones de los que se habían sentado a esa mesa.
F’lar asintió.
—S’lan y D’nol, debéis seguir con la Búsqueda de muchachos prometedores. Deberían ser jóvenes en lo posible, pero no rechacéis a nadie que os parezca capaz. En la tradición del Nido también los muchachos ya crecidos pueden presentarse a la Impresión. —F’lar sonrió con un solo lado de la boca—. No hay suficientes en las Cavernas Inferiores. Nosotros también nos hemos retrasado en la Crianza. De todos modos, los dragones llegan a la madurez antes que sus jinetes. Debemos tener más hombres jóvenes para la Impresión antes de que Ramoth ponga sus huevos. Tomad los fuertes del sur: Ista, Nerat, Fort y Vaina del Sur, donde todos maduran antes. Podéis ir con la excusa de que visitáis los Fuertes para buscar provisiones. Y llevad la piedra del fuego, haced algunos vuelos con llama en los lugares que no lo han visto desde hace… años del dragón. Una bestia con fuego impresiona a los jóvenes y despierta envidia.
F’lar miró deliberadamente a R’gul para ver la reacción del antiguo Líder del Nido ante esa orden. R’gul se había opuesto siempre a la idea de salir fuera del Nido a buscar más candidatos. En primer lugar, afirmaba que había dieciocho jóvenes en las Cavernas Inferiores, algunos más jóvenes que otros, claro, pero R’gul no creía que Ramoth pudiera aportar más de la docena que siempre había puesto Nemorth. En segundo lugar, R’gul insistía en evitar cualquier acto que pudiera despertar la rabia de los Señores.
Pero esta vez, no protestó abiertamente, así que F’lar siguió con lo suyo.
—K’net, vuelve a las minas. Quiero que se controle la posición de cada piedra del fuego y que se contabilicen. R’gul, sigue cavando en los puntos de reconocimiento con los jóvenes cachorros. Deben de estar muy seguros de sus referencias. Si los usamos como mensajeros y transportadores de provisiones, tal vez tengamos que enviarlos con rapidez y sin tiempo para muchas explicaciones.
»F’nor, T’sum. —F’lar se volvió hacia sus jinetes de dragones castaños—. Hoy seréis el escuadrón de limpieza. —Se dio tiempo para sonreír ante las caras de desesperación de los dos muchachos—. Intentadlo en el Nido de Ista, limpiad la Caverna de Puesta y los nidos que hagan falta para un ala doble. Y, F’nor, no dejes ni un solo Registro sin controlar. Vale la pena conservarlos.
»Eso es todo, hombres dragón. Buen vuelo. —Y con eso, F’lar se levantó y salió de la Sala del Consejo rumbo al nido de la reina.
Ramoth dormía aún, la piel brillante de salud, el color dorado cada vez más cercano al bronce por su preñez. Cuando él pasó por su lado, la punta de la larga cola de la reina se movió levemente.
Los dragones estaban inquietos en esos días, pensó F’lar, y sin embargo, cuando le preguntaba a Mnementh, el bronce no podía explicarle por qué. Se despertaba, volvía a dormirse. Eso era todo. F’lar no podía hacerle una pregunta que anticipara la respuesta, porque eso le impediría creer en lo que quería oír. Tenía que conformarse (y no lo hacía) con la vaga idea de que la inquietud era algún tipo de reacción instintiva.
Lessa no estaba en el dormitorio, ni dándose el baño de siempre, todavía. F’lar esbozó un gesto de rabia. Esa muchacha se iba a estropear la piel con tanto baño. Había tenido que vivir cubierta de suciedad para protegerse, en sus días del Fuerte Ruatha, pero ¿bañarse dos veces al día? F’lar empezaba a preguntarse si ése no era otro insulto contra él, un insulto sutil de los de Lessa. F’lar suspiró. Esa muchacha. ¿Por qué nunca se acercaba a él por propia voluntad? ¿Nunca lograría tocar ese núcleo interno que había en Lessa? Se mostraba más amable con el hermanastro de F’lar, F’nor, y con K’net, el más joven de los jinetes de los bronces, que con él, F’lar, con quien compartía el lecho.
Volvió a poner la cortina en su lugar, irritado. ¿Adónde habría ido hoy cuando, por primera vez desde hacía semanas, él había logrado sacar a todas las alas del nido para poder enseñarle a volar entre?
Ramoth pronto estaría demasiado pesada con sus huevos para semejante actividad. Él se lo había prometido a la Jefa del Nido, y pensaba cumplir su palabra. Lessa había estado usando el traje de montar como recordatorio flagrante. Por ciertas frases que había dicho de pasada, él sabía que no esperaría mucho más la ayuda del Líder. Y no le gustaba la idea de que lo intentara sola.
Cruzó el nido de la reina de nuevo y espió por el corredor que conducía a la Sala de Registros. La había encontrado allí muchas veces, mirando las pieles enmohecidas. Y ése era otro asunto que requería una consideración urgente. Esos Registros se estaban deteriorando hasta volverse casi ilegibles. Qué curioso: los más antiguos todavía se conservaban en buenas condiciones y se leían bien. Otra técnica olvidada.
¡Esa muchacha! F’lar se pasó una mano por el flequillo espeso en un gesto habitual en él cuando estaba irritado o preocupado. El pasaje estaba oscuro, lo cual significaba que ella no estaba abajo, en la Sala de Registros.
—Mnementh —llamó en silencio a su bronce, que tomaba el sol sobre la cornisa de piedra junto al nido de la reina—. ¿Qué está haciendo esa muchacha?
Lessa, replicó el dragón, enfatizando el nombre de la Jefa del Nido con cortesía directa, está hablando con Manora. Se ha vestido para volar, añadió después de una pequeña pausa.
F’lar agradeció al dragón con ironía y caminó por el pasaje hacia la entrada. Casi atropella a Lessa cuando dobló la última curva.
No me habías preguntado dónde estaba, se quejó Mnementh ante la furiosa reprimenda de F’lar.
Lessa giró sobre sus talones por la fuerza del encontronazo. Levantó la vista hacia él, con rabia, los labios apretados de disgusto, los ojos brillantes.
—¿Por qué no tuve la oportunidad de ver la Estrella Roja a través de la Roca del Ojo? —le preguntó con voz dura, iracunda.
F’lar se apartó el cabello de la frente. Sólo le faltaba enfrentarse a Lessa de mal humor para completar los problemas de esa mañana.
—Habría demasiados en el Pico incluso aunque tú no fueras —murmuró, decidido a no dejar que ella lo irritara—. Y tú sí crees.
—Me hubiera gustado verla —le ladró ella y lo empujó hacia el nido—. Aunque sólo fuera por mi rango como Jefa del Nido y Escriba.
Él la tomó del brazo y sintió que el cuerpo de ella se tensaba. Apretó los dientes, deseando, como había hecho cien veces desde que Ramoth se elevó en su primer vuelo nupcial, que Lessa no hubiera sido virgen también. A él no se le había ocurrido controlar sus emociones incitadas por los dragones y la primera experiencia sexual de Lessa había sido violenta. Lo había sorprendido que fuera la primera vez, considerando que los años de adolescencia de ella habían transcurrido entre soldados y guardias lascivos. Evidentemente, nadie se había molestado en penetrar la coraza de harapos y la capa de suciedad que ella había mantenido a su alrededor con todo cuidado, para protegerse. F’lar había sido considerado y amable desde entonces pero, a menos que Ramoth y Mnementh estuvieran involucrados, habría podido llamarlo violación con toda justicia.
Sin embargo, sabía que algún día, de algún modo, la persuadiría para que le respondiera de todo corazón. Hasta cierto punto estaba orgulloso de sus habilidades y tenía una posición que le permitía perseverar.
Ahora respiró hondo y le soltó el brazo, despacio.
—Me alegro de que lleves el traje de montar. Apenas se vayan las alas y se despierte Ramoth, te enseñaré a volar entre.
A pesar de la poca luz que había en el pasaje, el brillo de entusiasmo en los ojos de ella refulgió intensamente. Él la oyó respirar un poco agitada.
—No podemos posponerlo mucho o Ramoth ya no estará en condiciones de volar —siguió diciendo él con toda amabilidad.
—¿Lo dices en serio? —Lessa habló en voz baja y entrecortadamente, sin su habitual tono ácido—. ¿Nos enseñarás a hacerlo hoy? Él hubiera querido ver ese rostro extraño con más claridad.
Un par de veces había captado en él una expresión de amor y ternura. Hubiera dado cualquier cosa por lograr que esa mirada se dirigiera a él. Sin embargo, admitió para sí mismo con amargura, tenía que conformarse con el hecho de que esa mirada fuera siempre para Ramoth y no para otro hombre.
—Sí, mi querida Jefa del Nido, hablo en serio. Hoy te enseñaré a volar entre. Aunque sólo sea para que no lo intentes tú sola —agregó y se inclinó con una reverencia florida.
La risita baja de ella le indicó que su disparo había dado en el blanco.
—Sin embargo —dijo él, indicándole que lo precediera en el camino al nido—, ahora me gustaría comer algo. Nos hemos levantado antes de la hora de la cocina.
Habían entrado en el nido bien iluminado, así que esta vez F’lar no se perdió la mirada aguda que ella le dirigió por encima del hombro. Era evidente que no olvidaría con tanta facilidad que no se la hubiera incluido en el grupo de la Roca de la Estrella esa mañana; desde luego, no le bastaría con el soborno del vuelo entre.
Qué distinta era esa habitación interna ahora que Lessa era Jefa de Nido, pensó F’lar mientras ella buscaba el servicio para la comida. En la época de la incompetente Jora como Jefa del Nido, los dormitorios habían estado llenos de porquería, aparejos sin lavar, platos sucios. El estado del Nido y el número reducido de dragones eran fruto de los errores de Jora tanto como de los de R’gul, porque ella había alentado indirectamente la negligencia, la gula y la vagancia.
Si él, F’lar, hubiera sido apenas unos años mayor a la muerte de F’lon, su padre…; Jora había sido desagradable, sí, pero cuando los dragones volaban para aparearse, la condición de la pareja del jinete no contaba en absoluto.
Lessa tomó una bandeja con pan y queso y una jarra de estimulante klah de la plataforma. Le sirvió con habilidad.
—¿Tú tampoco habías comido? —le preguntó él.
Ella meneó la cabeza y la trenza que había tejido con su cabello hermoso y negro se sacudió sobre sus hombros. Ese peinado era demasiado severo para su cara delgada, pero como si ésa hubiera sido la intención de Lessa, no escondía su femineidad ni la extraña armonía de sus rasgos delicados. F’lar se maravilló otra vez de que ese cuerpo leve contuviera tanta inteligencia, tantos recursos, tanta… astucia, sí, ésa era la palabra, astucia. F’lar no cometía el error de tantos otros, que subestimaban las habilidades de Lessa.
—Manora me llamó para que fuera testigo del nacimiento del hijo de Kylara.
F’lar mantuvo una expresión de amable interés. Sabía perfectamente bien que Lessa sospechaba que ese bebé era suyo y podría haberlo sido, admitía en privado, pero lo dudaba. Kylara había sido una de las diez candidatas de la misma Búsqueda que hacía tres años había descubierto a Lessa. Como otros que sobrevivieron a la Impresión, Kylara había descubierto que ciertos aspectos de la vida en el Nido se adecuaban perfectamente a su temperamento. Había pasado del nido de un jinete al de otro. Incluso había seducido a F’lar, y no del todo contra la voluntad de éste, por cierto. Ahora que era Líder del Nido, F’lar había descubierto que era más prudente ignorar los esfuerzos de su amante que continuar la relación. T’bor había tomado a Kylara entre sus manos, y sin duda había estado bien satisfecho hasta que la retiró a las Cavernas Inferiores, cuando su embarazo ya no se pudo disimular.
Además de tener las tendencias amorosas de un dragón verde, Kylara era rápida y ambiciosa. Podría llegar a ser una Jefa de Nido muy enérgica y F’lar le había encargado a Manora y Lessa la tarea de introducir la idea en la cabeza de la muchacha. Como Jefa del Nido…, de otro Nido…, sus intensas necesidades estarían al servicio de Pern. No había aprendido las severas lecciones de autodominio y paciencia que Lessa había obtenido en su adolescencia y no tenía la misma mente tortuosa. Por suerte, temía a Lessa y F’lar sospechaba que Lessa fomentaba este sentimiento, sutilmente. En el caso de Kylara, F’lar prefería no hacer objeción alguna frente a esta interferencia.
—Un hermoso bebé —estaba diciendo Lessa.
F’lar tomó un sorbo de klah. No dejaría que Lessa lo obligara a admitir ninguna responsabilidad, ni hablar.
Después de una larga pausa, Lessa agregó:
—Lo llamó T’kil.
F’lar suprimió una sonrisa frente al fracaso de Lessa por hacerlo hablar.
—Discreto.
—¿Por qué lo dices?
—Sí —replicó F’lar sin darle importancia—. T’lar podría resultar ambiguo si ella tomara la mitad de su nombre como es costumbre. T’kil, en cambio, indica tanto al padre como a la madre.
—Mientras esperábamos que terminara el Consejo —dijo Lessa después de un carraspeo—, Manora y yo controlamos la caverna de suministros. Las caravanas de diezmo, que los Señores nos envían con tanta gracia… —La voz de Lessa estaba llena de ironía— deberían llegar la próxima semana. Pronto habrá pan para comer —agregó, arrugando la nariz frente a la pasta gris que estaba tratando de mezclar con queso.
—Un cambio agradable —aceptó F’lar.
Ella se detuvo.
—¿La Estrella Roja realizó su travesura a tiempo?
Él asintió.
—¿Y las dudas de R’gul han desaparecido frente a esa luz roja y resplandeciente?
—En absoluto —sonrió F’lar, ignorando el sarcasmo—. En absoluto. Pero no creo que se atreva a expresar ninguna crítica en voz alta.
Ella tragó rápido para poder hablar.
—Harías bien en cortar de cuajo cualquier crítica —observó con brusquedad haciendo un gesto con el cuchillo como si estuviera clavándolo en el pecho de un hombre—. Nunca aceptará tu autoridad de buen grado.
—Necesitamos a todos los jinetes de dragones de bronce que podamos conseguir. Sólo tenemos siete, ya lo sabes —le recordó—. R’gul es un buen líder de ala. Ya se tranquilizará cuando caigan los Hilos. Necesita pruebas para alejar sus dudas.
—¿Y la Estrella Roja en la Roca del Ojo no es prueba suficiente? —Los ojos expresivos de Lessa estaban muy abiertos.
F’lar opinaba lo mismo que Lessa: en privado pensaba que hubiera sido mejor acabar con la oposición permanente de R’gul. Pero no podía sacrificar a un líder de ala. Necesitaba desesperadamente todos los dragones y todos los jinetes que pudieran acompañarlo.
—No confío en él —agregó ella, la voz oscura. Tomó el trago caliente, los ojos grises más graves sobre el borde de la jarra. Como si no confiara tampoco en F’lar, musitó el Líder.
Y no confiaba en F’lar, no más allá de cierto punto. Se lo había dicho con claridad y honestamente, F’lar no podía culparla. Por lo menos, reconocía que todos los pasos que daba el Líder del Nido eran en pos de una única meta: la seguridad y conservación de la estirpe de los dragones y los hombres dragón y, en consecuencia, la seguridad y conservación de Pern. Para alcanzar esta meta, necesitaba toda la colaboración de Lessa. Cuando se discutían asuntos del Nido o sabiduría de dragones, ella olvidaba la antipatía que él le suscitaba. En los consejos y reuniones, lo apoyaba con todo el corazón, pero él encontraba siempre un doble sentido en sus comentarios y veía una mirada especulativa, llena de sospechas, en esos ojos astutos. Y no necesitaba solamente su tolerancia: también quería su simpatía.
—Dime —le pidió ella después de un largo silencio—, ¿el sol tocó la Roca del Dedo antes de que la Estrella Roja quedara encerrada en la Roca del Ojo o después?
—En realidad…, no estoy seguro…, no la vi…, dura apenas unos segundos…, pero se supone que las dos cosas son simultáneas.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿En quién perdiste esos segundos? ¿En R’gul? —Estaba furiosa; sus ojos llenos de rabia miraban a todos lados menos a él.
—Soy el Líder del Nido —le informó él cortante. Lessa no estaba siendo razonable.
Antes de inclinarse a terminar su comida, le dedicó una mirada dura, larga. Comió frugalmente, rápido y con cuidado. Comparada con Jora, no comía en un día ni para alimentar a un niño enfermo. Pero claro, era absurdo comparar a Jora con Lessa.
F’lar terminó su desayuno y apiló las jarras en la bandeja con gesto distraído. Lessa se levantó en silencio y sacó los platos.
—En cuanto el Nido quede libre, saldremos —anunció él.
—Eso es lo que dices tú. —Ella hizo un gesto con la cabeza hacia la reina dormida, al otro lado del arco abierto—. Todavía tenemos que esperar a Ramoth.
—¿No se está despertando? Hace una hora que mueve la cola.
—Siempre lo hace a esta hora.
F’lar se reclinó sobre la mesa, cejijunto, mientras miraba pensativo la punta doble y dorada de la cola de la reina, que se movía espasmódicamente de lado a lado.
—Mnementh también. Y siempre al amanecer y por la mañana temprano. Como si de alguna forma asociaran esa hora del día con los problemas…
—¿O porque a esa hora sale la Estrella Roja? —interrumpió Lessa.
Una diferencia sutil en el tono de la voz hizo que F’lar levantara la vista para mirarla. No era rabia por haberse perdido el fenómeno de esa mañana. Lessa tenía los ojos fijos en la nada: su cara, suave al principio, se había llenado de arrugas, en el ceño fruncido y ansioso, y pequeñas líneas se dibujaban entre las cejas arqueadas, bien definidas.
—El amanecer…, la hora en que llegan todos los avisos, todas las advertencias —murmuró.
—¿Qué tipo de advertencias? —le preguntó él, alentándola suavemente.
—Esa mañana…, unos días…, unos días antes de que tú y Fax bajarais al Fuerte Ruath. Algo me despertó… una sensación como una presión muy fuerte… la sensación de algún peligro terrible e inminente. —Se quedó en silencio—. La Estrella Roja se estaba levantando en el horizonte. —Abrió y cerró los dedos de la mano izquierda. Tembló convulsivamente. Después, volvió a buscarlo con la mirada—. Tú y Fax vinisteis desde el noreste, desde Crom —dijo con la voz acerada, ignorando el hecho, pensó F’lar, de que la Estrella Roja también viene desde el norte del este verdadero.
—Sí, es cierto. —Él le sonrió. Recordaba perfectamente bien esa mañana—. Aunque —agregó, haciendo un gesto que abarcara toda la gran caverna para enfatizar lo que iba a decir— prefiero creer que te serví bien ese día… ¿Lo recuerdas como algo desagradable?
La mirada que ella le dedicó era fría e inescrutable.
—El peligro se disfraza bajo miles de formas.
—Estoy de acuerdo —convino él con amabilidad, decidido a no responder a su provocación—. ¿No has tenido ningún otro despertar violento de este tipo? —preguntó para seguir la conversación.
La quietud total de la habitación lo obligó a prestar atención a Lessa de nuevo. Tenía el rostro absolutamente pálido.
—El día en que Fax invadió el fuerte Ruath. —La voz de Lessa era un murmullo apenas articulado. Mantenía los ojos muy abiertos y fijos en un punto, las manos aferradas al borde de la mesa. Guardó silencio durante tanto tiempo que F’lar se preocupó. Ésa era una reacción inesperadamente violenta para una pregunta casual.
—Cuéntame —le sugirió con suavidad.
Ella habló en un tono impersonal, sin emoción, como si estuviera recitando una Balada Tradicional o algo que le había ocurrido a otra persona.
—Era una niña. Once años apenas. Me desperté al amanecer… —La voz se le perdió en el aire. Tenía la mirada perdida, como si contemplara una escena que había sucedido hacía ya mucho tiempo.
F’lar se sintió dominado por el incontenible impulso de consolarla. En el momento en que lo invadía esa compasión poco común en él, se dio cuenta —tenía que darse cuenta— de que nunca había pensado que Lessa, nada menos que Lessa, pudiera sentirse sacudida por un terror tan ambiguo como ése.
Mnementh informó con dureza que Lessa estaba obviamente muy perturbada. Lo suficiente como para que su angustia mental estuviera despertando a Ramoth de su sueño. Luego, en tono menos acusador, el dragón anunció a F’lar que R’gul había partido con sus alumnos jinetes y dragones. Sin embargo, el dragón del maestro, Hath, estaba bastante desorientado debido al estado de ánimo de R’gul. ¿Era imprescindible que F’lar molestara a todos en el Nido…?
—Ah, cállate —le replicó F’lar entre dientes.
—¿Por qué? —le preguntó Lessa en voz normal.
—No te lo decía a ti, mi querida Jefa del Nido —le aseguró él, sonriéndole con placer como si el extraño interludio no hubiera sucedido—. Parece que a Mnementh le gusta darme consejos últimamente.
—A tal jinete, tal dragón —replicó ella con sorna.
Ramoth bostezó, un bostezo majestuoso. Lessa se incorporó inmediatamente y corrió junto a su dragón, la figura leve, diminuta, junto a la cabeza de un metro ochenta de la reina.
Una expresión tierna, de adoración, inundó la cara de Lessa cuando miró los ojos opalescentes y brillantes de Ramoth. F’lar apretó los dientes. Por el Huevo, sentía envidia del afecto de una jinete por su dragón.
Mentalmente percibió el equivalente de la risa de su dragón Mnementh.
—Tiene hambre —le informó Lessa a F’lar con un eco de su amor por Ramoth flotando todavía en la línea suave de la boca, en la dulzura de los ojos grises.
—Siempre tiene hambre —observó él y las siguió fuera del nido.
Mnementh flotó cortés un poco más allá de la cornisa de piedra hasta que Lessa y Ramoth se elevaron en vuelo y se deslizaron en el aire hacia el Bajo del Nido, sobre el lago de baño, lleno de brumas, hacia el terreno de caza al otro lado del gran óvalo que formaba el suelo del Nido Benden. Las paredes altas, escarpadas, estaban salpicadas por las bocas negras de entradas a nidos individuales, desiertos a esta hora del día. En otros momentos se veía a los dragones dormitando junto a los nidos al sol invernal.
Mientras saltaba sobre el cuello de bronce de Mnementh, F’lar deseó que la camada de Ramoth fuera espectacular, para borrar la ignominia de la miserable docena que había dado Nemorth en cada una de sus últimas puestas.
Después del notorio vuelo nupcial de Ramoth con su Mnementh, no tenía muchas dudas de que todo iría mucho mejor. El dragón de bronce hizo un eco a la seguridad de su jinete y los dos miraron a la reina con ojos posesivos cuando ella curvó sus alas hacia el suelo. Era dos veces más grande que Mnementh. Sus alas eran el doble de anchas que las de él, que era el más gigantesco de los siete machos de bronce. F’lar confiaba en Ramoth para volver a poblar los cinco Nidos vacíos, así como esperaba que él y Lessa repoblaran el orgullo y la fe de los jinetes y de todo Pern. Deseaba que le quedara suficiente tiempo para hacer lo necesario. La Estrella Roja había quedado encerrada en la Roca del Ojo. Los Hilos caerían muy pronto. En algún lugar, en uno de los Registros de los otros Nidos, debía de estar la información necesaria para saber cuándo exactamente.
Mnementh aterrizó. F’lar saltó desde el cuello curvado, de pie junto a Lessa. Los tres miraron mientras Ramoth, con un gamo en cada garra delantera, se elevaba hasta una cornisa de piedra para comer.
—¿Siempre tendrá tanto apetito? —preguntó Lessa con desmayo afectuoso.
De pequeña, Ramoth había tenido que comer para crecer. Cuando llegó a la madurez, empezó a comer para sus cachorros, claro, y siempre se aplicaba a la tarea con total dedicación.
F’lar rió entre dientes y se acuclilló, a la manera de los cazadores. Levantó pedacitos de pizarra y los pasó sobre el suelo seco y llano, contando las nubecitas de polvo que se formaban como un muchacho.
—Ya llegará el tiempo en que no quiera comer todo lo que ve —le aseguró a Lessa—. Pero es joven y…
—…, y necesitaba reponer fuerzas —lo interrumpió ella. Su voz era una buena imitación de los tonos pedantes de R’gul.
F’lar levantó la vista hacia ella, entornando los ojos para protegerlos del sol y el viento.
—Es una bestia bien alimentada, sobre todo comparada con Nemorth. —Hizo un gesto de desprecio—. En realidad, no hay comparación posible. Ah, mira esto —ordenó con firmeza.
Tocó la arena suave frente a él y Lessa vio que sus gestos aparentemente sin sentido habían tenido un propósito. Con una astilla de piedra, F’lar dibujó un dragón en unos pocos trazos rápidos.
—Para volar un dragón entre, el dragón tiene que saber adónde debe dirigirse. Y tú también. —Sonrió ante la mirada furiosa y asombrada de comprensión en la cara de Lessa—. Ah, pero hay ciertas consecuencias de un salto mal pensado. Los puntos de referencia mal visualizados hacen que el jinete y el dragón queden atrapados entre. —La voz del Líder cobró gravedad en un tono de advertencia siniestra. La cara de Lessa se relajó. Ya no mostraba resentimiento—. Bien, hay ciertos puntos de referencia o reconocimiento que se enseñan arbitrariamente a todos los aprendices. Ése —dijo y señaló primero su dibujo y después la verdadera Roca de la Estrella con su Dedo y su Roca del Ojo, compañeros sobre el Pico Benden— es el primer punto de reconocimiento que aprende un nuevo jinete. Cuando empecemos a volar, llegarás a una altitud que te dejará justo por encima de la Roca de la Estrella, lo bastante cerca como para ver el agujero en la Roca del Ojo. Fija ese agujero en el ojo de tu memoria, con cuidado, y pásaselo a Ramoth. Eso te conducirá a casa. Siempre.
—Comprendo. Pero ¿cómo aprendo puntos de reconocimiento de sitios en los que nunca he estado?
Él le sonrió.
—Ya los tienes practicados. Primero a través de mí, tu instructor —y señaló la astilla de piedra en su mano— y después porque irás allá, después de haber pedido a tu dragón que consiga la visualización de la mente de su propio instructor. —Señaló a Mnementh.
El dragón de bronce bajó la cabeza inmensa en forma de yunque hasta que uno de sus ojos enfocó directamente a su jinete y la Jefa del Nido. Emitió un ruido de placer desde el fondo de la garganta.
Lessa se rió frente al ojo brillante y con afecto inesperado le palmeó la suave nariz.
F’lar carraspeo, sorprendido. Se había dado cuenta de que Mnementh demostraba un afecto inusual hacia la Jefa del Nido, pero no tenía idea de que Lessa también quisiera al bronce. Era un sentimiento perverso, pero lo cierto era que la idea lo irritaba.
—Sin embargo —prosiguió y su voz le sonó antinatural—, llevamos a los jóvenes jinetes de un lado a otro a través de todo Pern para que tengan impresiones directas de los puntos de referencia de todos los Fuertes. A medida que un jinete se va ejercitando en la tarea de elegir puntos de referencia, aprende a conseguir referencias de boca de otros jinetes. Recuerda, para volar entre, hay solamente una cosa indispensable: una imagen clara del lugar al que deseas ir. Y un dragón. —Le sonrió—. También se debe preparar siempre la llegada por encima del punto de referencia, en el aire libre.
Lessa frunció el ceño.
—Es mejor llegar en el aire libre. —F’lar balanceó la mano por encima de su cabeza—. Mucho mejor que bajo tierra. —Golpeó con la mano abierta sobre el suelo. Una nube de polvo se elevó como una advertencia.
—Pero el día en que llegaron los Señores del Fuerte, las alas despegaron dentro del Bajo mismo —le recordó Lessa.
F’lar rió entre dientes ante este ataque.
—Es cierto, pero sólo lo hacen los jinetes más experimentados. Una vez encontramos un dragón y un jinete emparedados en la piedra sólida. Eran… eran muy jóvenes. —Se le nublaron los ojos.
—Comprendo —asintió ella con gravedad—. Es el quinto —agregó, señalando a Ramoth, que llevaba su última presa hacia la cornisa ensangrentada.
—Te aseguro que hoy necesitará toda esa energía para su trabajo —hizo notar F’lar. Se incorporó y se sacudió las rodillas con los guantes de montar—. Ve a ver de qué humor está.
Lessa lo hizo en silencio. ¿Suficiente? Esbozó una mueca al ver con qué indignación rechazaba Ramoth semejante idea.
La reina bajó rápidamente a buscar un gran gallo y se elevó en un remolino de plumas blancas, castañas y grises.
—No está tan hambrienta como te hace pensar, criatura tramposa —se rió F’lar y vio que Lessa había llegado a la misma conclusión. Tenía los ojos brillantes de irritación.
—Cuando termines con ese pájaro, Ramoth, aprendamos a volar entre, ¿de acuerdo? —dijo Lessa en voz alta para que F’lar la escuchara—, antes de que nuestro amado Líder del Nido cambie de idea.
Ramoth levantó la vista de su presa, volvió la cabeza hacia los dos jinetes en la cornisa. Le brillaron los ojos. Inclinó la cabeza otra vez hacia la comida, pero Lessa sabía que obedecería.
Hacía frío arriba. Lessa se alegraba de llevar puesto el forro de piel de su traje de montar y agradecía la tibieza del gran cuello dorado que montaba. Decidió no pensar en el frío absoluto del entre que había experimentado solamente una vez. Echó una mirada a la derecha, donde flotaba Mnementh con su brillo de bronce, y atrapó el pensamiento divertido del dragón.
F’lar me dice que le diga a Ramoth que te diga a ti que fijes el punto de referencia de la Roca de la Estrella en tu mente para poder volver a casa. Después volaremos hasta el lago —continuó Mnementh, en tono amistoso—. Tú volverás desde él entre a este precioso lugar. ¿Entiendes?
Lessa descubrió que estaba sonriendo como una tonta ante la idea y asintió vigorosamente. ¡El tiempo que se ahorraba porque ella podía hablar directamente con los dragones! Ramoth emitió un ruido grave. Lessa la palmeó para darle seguridad.
—¿Tienes la imagen en tu mente, querida? —le preguntó y Ramoth volvió a gruñir, menos irritada porque estaba sintiendo el entusiasmo de Lessa.
Mnementh acarició el aire frío con sus alas, castaño verdosas bajo la luz del sol, y se curvó hacia abajo con gracia, directo hacia el lago de la meseta bajo el Nido Benden. La línea de su vuelo lo llevó muy abajo sobre el borde del Nido. Desde donde estaba Lessa, parecía un curso de colisión. Ramoth lo siguió de cerca. Lessa contuvo el aliento al ver las grandes piedras agudas justo bajo las alas de su dragón.
Era emocionante. Lessa se agachó, doblemente estimulada por la alegría que le devolvía la mente de Ramoth.
Mnementh se detuvo sobre la orilla más alejada del lago y ahí también llegó a posarse Ramoth.
Mnementh envió a Lessa la orden para que almacenara la imagen del lugar al que deseaba ir en su mente y dirigiera a Ramoth hacia allí.
Lessa obedeció. Instantáneamente, el frío penetrante, terrorífico del negro entre le caló los huesos y las envolvió a las dos. Antes de que ella o Ramoth sintieran otra cosa que ese toque hiriente de frío y negrura impenetrable, ya estaban sobre la roca de la Estrella.
Lessa dejó escapar un grito de triunfo.
Es extremadamente simple, Ramoth parecía desilusionada.
Mnementh volvió a aparecer a un lado, levemente más abajo.
Debéis volver por la misma ruta hacia el Lago, ordenó y antes de que hubiera terminado el pensamiento, Ramoth despegó.
Mnementh estaba encima de las dos sobre el lago, humeando con su rabia y la de F’lar.
No visualizasteis antes de transferir. No penséis que un primer viaje con éxito os hace perfectas. No tenéis ni idea de los peligros que entraña el entre. Nunca, pero nunca, dejéis de tener una imagen del punto de llegada.
Lessa miró abajo, a F’lar. Incluso allá, a dos alas de distancia, percibía el enfado en su rostro, casi sentía la furia que surgía de esos ojos abiertos. Y entrelazado en la rabia, un miedo terrible por la seguridad de ella, que era una reprimenda mucho más efectiva que la furia. ¿La seguridad de Lessa, se preguntó ella con amargura, o la de Ramoth?
Seguidme, estaba diciendo Mnementh en un tono más tranquilo, y practicad en vuestras mentes los dos puntos de referencia que ya habéis aprendido. Saltaremos de uno a otro aprendiendo otros puntos gradualmente, siempre dentro de Benden.
Así lo hicieron. Volaron hasta el Fuerte Benden, protegido por las laderas de las colinas sobre el valle Benden, con el Pico del Nido como un punto lejano contra el cielo. Lessa trató de fijar en su mente una buena impresión de los puntos de cada vuelo.
Era tan emocionante como había esperado, le dijo a Ramoth. Ramoth contestó. Sí, sin duda era preferible a los métodos más tediosos que debían usar otros, pero no le parecía tan divertido saltar entre desde el Nido de Benden al Fuerte Benden y luego de nuevo al Nido. Era aburrido.
Se habían encontrado con Mnementh sobre la Roca de la Estrella otra vez. El dragón bronce envió un mensaje a Lessa y le dijo que ésa era una lección inicial muy satisfactoria. Practicarían algunos saltos lejanos al día siguiente.
Al día siguiente, pensó Lessa con amargura, habría alguna emergencia o el Líder del Nido, siempre tan atareado, decidiría que esa primera sesión era todo lo que había prometido y ahí terminaría la cosa.
Había un salto entre que podía hacer desde cualquier lugar en Pern sin equivocarse.
Visualizó Ruatha para Ramoth, tal como aparecía desde las alturas sobre el Fuerte, para satisfacer los requerimientos. Para ser escrupulosamente clara, Lessa proyectó la forma de los precipicios donde se escondía el fuego. Antes de que Fax invadiera el lugar y ella tuviera que manipular su declive, Ruatha había sido un valle hermoso y próspero. Le pidió a Ramoth que saltara entre.
El frío fue intenso y pareció durar el tiempo de varios latidos. Justo cuando Lessa empezaba a pensar que tal vez se habían perdido en el entre, estallaron en el aire sobre el Fuerte. La alegría inundó los sentidos de Lessa. ¡Ahí iba algo para F’lar y sus precauciones excesivas! ¡Con Ramoth, ella podía saltar adonde fuera! Porque ahí estaba la forma de las alturas de Ruatha, con sus entrañas llenas de fuego. Era la hora justo antes del amanecer: el Paso del Pecho entre Crom y Ruatha, conos negros contra el cielo gris iluminado por los relámpagos. Al pasar, Lessa advirtió la ausencia de la Estrella Roja, que ahora brillaba en el cielo de la aurora. Y al pasar, percibió una diferencia en el aire. Frío, sí, pero no viento…, el aire tenía la frescura húmeda de principios de primavera.
Asustada, miró hacia abajo, preguntándose si tal vez, a pesar de su seguridad, habría cometido algún error. Pero no, ése era el Fuerte Ruatha. La Torre, el Patio interior, la avenida ancha que conducía hacia los depósitos, todo estaba en el lugar que le correspondía. Las columnas de humo de las chimeneas indicaban que la gente se preparaba ya para un día de trabajo.
Ramoth sintió la inseguridad de Lessa y empezó a presionar para que le diera explicaciones.
Es Ruatha, replicó Lessa, obstinada. No hay ningún lugar como éste. Vuela en círculo alrededor de los altos. Ves, ahí están los precipicios que te indiqué…
Lessa jadeó y el frío que sentía en el estómago le congeló los músculos.
Debajo de ella, entre la bruma que se levantaba lentamente con la luz anterior a la aurora, vio las siluetas de muchos hombres sobre el pecho de la colina detrás de Ruatha, hombres que se movían en silencio, con el sigilo de los criminales.
Ordenó a Ramoth que se quedara quieta en el aire para no atraer la atención hacia arriba. La reina sentía curiosidad, pero la obedeció.
¿Quién podría estar atacando Ruatha? Parecía increíble. Lytol, después de todo, era un antiguo hombre dragón y había repelido con salvajismo un ataque anterior. ¿Podía haber sentimientos de agresión entre los Fuertes ahora que F’lar era el Líder del Nido? ¿Y qué Señor de un Fuerte sería lo bastante estúpido como para entablar una guerra territorial en invierno?
No, invierno no. El aire era definitivamente primaveral.
Los hombres siguieron avanzando sobre los acantilados hacia el borde de las montañas. De pronto. Lessa vio que bajaban escaleras de soga sobre la cara del acantilado hacia las ventanas abiertas del Fuerte Interno.
Se aferró con fuerza al cuello de Ramoth, segura de lo que veía.
El de ahí abajo era el invasor Fax, muerto casi tres Giros atrás…, Fax y sus hombres en el comienzo del ataque a Ruatha hacía ya trece Giros.
Sí, ahí estaba el guardián de la Torre, la cara como una mancha blanca vuelta hacia el acantilado mismo, vigilando. Lo habían sobornado para que no diese la voz de alarma esa mañana.
Pero ¿y el grifo de guardia, entrenado para dar la alarma ante cualquier intrusión? ¿Por qué no estaba haciendo sonar su advertencia? ¿Por qué ese silencio?
Porque, le informó Ramoth a su amazona con lógica tranquila, siente tu presencia tanto como la mía, y si nosotras estamos aquí, ¿cómo podría estar en peligro el Fuerte?
¡No, no!, gimió Lessa. ¿Y ahora qué puedo hacer? ¿Cómo puedo despertarlos? ¿Dónde está la niña que era yo? Estaba dormida, y cuando me desperté, lo recuerdo, corrí fuera de mi habitación. Estaba aterrorizada. Corrí escaleras abajo y casi me caí, sabía que debía llegar hasta el grifo de guardia… Sabía…
Lessa se aferró al cuello de Ramoth para sostenerse. Los actos y misterios del pasado cobraron de pronto una claridad devastadora.
Ella misma se había advertido del ataque, y había sido su presencia sobre el dragón dorado lo que había impedido que el grifo diera la alarma. Porque mientras miraba, atónita y muda de sorpresa, vio la pequeña figura envuelta en ropas grises que sólo podía ser ella misma, de niña, salir corriendo desde la puerta de la Sala del Fuerte, bajar las escaleras de piedra fría hacia el Patio y desaparecer en la cuadra maloliente del grifo de guardia. La oyó gritar desde lejos y sintió lástima.
Justo en el momento en que Lessa niña llegaba a ese santuario dudoso, los invasores de Fax entraron por la ventana abierta y empezaron a matar a su familia dormida.
—¡Vamos, volvamos a la Estrella Roja! —exclamó Lessa. En sus ojos abiertos y fijos llevaba la imagen de las rocas guía como si se aferrara a un madero y como si estuviera tratando de salvar su cordura tanto como de dar dirección al salto de Ramoth.
El frío intenso ejerció un efecto restaurador. Luego llegaron ahí, sobre el Nido pacífico, ventoso y callado como si nunca hubieran visitado Ruatha en ese viaje de paradoja.
F’lar y Mnementh no estaban a la vista.
Ramoth no parecía afectada por la experiencia. Solamente había ido donde le habían ordenado y no entendía demasiado la reacción de Lessa. Sugirió a su amazona que probablemente Mnementh las había seguido a Ruatha, de forma que si Lessa le daba las referencias correctas, la llevaría allá. La actitud sensata del dragón era reconfortante.
Lessa dibujó cuidadosamente no el recuerdo infantil de una Ruatha idílica y desvanecida mucho tiempo atrás, sino sus recuerdos más recientes del Fuerte, gris, apagado en el amanecer, con la Estrella Roja latiendo en el horizonte.
Y ahí estaban de nuevo, flotando sobre el valle, el Fuerte debajo, a la derecha. La hierba crecía sin que nadie la cultivara sobre las alturas, inundando las rocas del fuego y las paredes de ladrillo. La escena mostraba el deterioro que ella había provocado en sus esfuerzos por impedir que Fax pensara en ganar algo conquistando de nuevo el Fuerte Ruath.
Pero, mientras seguía mirando con atención, vagamente perturbada, vio que una figura salía de las cocinas, vio que el grifo de guardia se arrastraba desde su cuadra y seguía a la figura cubierta con harapos hasta el Patio, acercándosele tanto como se lo permitía su cadena. Ésta tampoco era la Ruatha del presente y el ahora, ¡no! La mente de Lessa reflexionó, desorientada. Esta vez había vuelto a visitarse a sí misma hacía tres Giros, contemplaba de nuevo cómo la esclava sucia planeaba su venganza sobre Fax.
Sintió el frío absoluto del entre cuando Ramoth las devolvió al presente y emergió de nuevo sobre la Roca de la Estrella. Lessa estaba temblando, los ojos febriles clavados sobre la imagen reconfortante del Bajo del Nido. Esperaba no haber vuelto hacia atrás en el tiempo otra vez. Mnementh emergió de pronto en el aire un poco más abajo y por atrás de Ramoth. Lessa lo saludó con un grito de alivio.
¡De vuelta al nido! No se podía negar la furia, blanca, desenfrenada en el tono de Mnementh. Lessa estaba demasiado histérica como para responder de ninguna otra forma que no fuera la obediencia inmediata. Ramoth se deslizó lentamente hasta la cornisa y la dejó libre enseguida para que Mnementh pudiera aterrizar.
La rabia en la cara de F’lar cuando saltó del cuello de Mnementh y avanzó hacia ella obligó a Lessa a recuperarse. No hizo ningún movimiento para evadirlo. Él la tomó de los hombros y la sacudió con fuerza.
—¿Cómo te atreves a arriesgarte a ti misma y a Ramoth? ¿Por qué siempre tienes que desafiarme? ¿Te das cuenta de lo que sucedería en todo Pern si perdiéramos a Ramoth? ¿Adónde fuiste? —Escupía su rabia, puntuando cada pregunta que le salía de los labios con una sacudida que movía la cabeza de Lessa de arriba a abajo.
—Ruatha —se las arregló para contestar Lessa, tratando de mantenerse erguida. Estiró las manos para tomar los brazos de F’lar pero él la sacudió de nuevo.
—¿Ruatha? ¡No! ¡Fuimos allá y no estabas! ¿Adónde fuiste?
—¡Ruatha! —repitió Lessa con más fuerza, aferrándose a F’lar mientras él seguía sacudiéndola. Lessa perdía el equilibrio, sentía que no podía organizar sus pensamientos en medio de tanta violencia.
Estuvo en Ruatha, declaró Mnementh con firmeza.
Dos veces, agregó Ramoth.
Las palabras más tranquilas de los dragones penetraron la furia de F’lar, y dejó de sacudir a Lessa. Ella colgaba floja, con las manos aferradas a los brazos del líder, sin fuerza, los ojos cerrados, la cara grisácea. Él la levantó y entró rápidamente en el nido de la reina. Los dragones lo siguieron. F’lar la colocó sobre el jergón y la envolvió en la colcha de pieles. Después llamó al equipo de servicio para que el cocinero de guardia enviara un poco de klah.
—De acuerdo, ¿qué pasó? —preguntó.
Él logró ver algo de sus ojos hechizados, perseguidos a pesar de que ella no lo miraba. Lessa parpadeaba constantemente, como si quisiera borrar lo que acababa de ver.
Finalmente, logró controlarse de alguna forma y articuló en voz baja, cansada.
—Sí, fui a Ruatha. Pero…, volví a la Ruatha del pasado.
—¿Volviste al pasado? —repitió F’lar sin entender. Por el momento no pudo captar el significado de esas palabras.
Claro que sí, intervino Mnementh y pasó a la mente de F’lar las dos escenas que había recogido en la mente de Ramoth.
Sacudido por la importancia de esas imágenes, F’lar descubrió que se estaba dejando caer lentamente sobre la cama.
—¿Te fuiste entre tiempos?
Ella asintió lentamente. El terror empezaba a abandonar sus ojos.
—Entre tiempos —murmuró F’lar—. Me pregunto…
Su mente revisó enloquecida las posibilidades. Tal vez eso inclinaría las balanzas de la supervivencia a favor del Nido. No se le ocurría exactamente cómo se podría usar esta habilidad extraordinaria, pero tenía que haber alguna ventaja en ella.
El montacargas de servicio gruñó cerca de él y F’lar tomó la jarra de la plataforma y sirvió dos vasos.
A Lessa le temblaban tanto las manos que no podía llevarse la jarra a los labios. F’lar le ayudó a beber, preguntándose si el viaje entre tiempos causaría siempre esta especie de aturdimiento. Si era ineludible, ese tipo de viaje no representaría ninguna ventaja. Sin embargo, si Lessa se había asustado lo suficiente, tal vez a partir de ahora lo pensaría dos veces antes de desobedecer las órdenes del Líder, y eso sería bueno para él.
Fuera del nido, Mnementh se burló de esa idea. F’lar lo ignoró.
Lessa temblaba violentamente ahora. F’lar la rodeó con un brazo y acercó más la colcha de piel a ese cuerpo esbelto. Mantuvo la jarra cerca de los labios temblorosos de la Jefa del Nido y la obligó a beber. Sintió cómo disminuían los temblores. Ella respiró hondo, largo, despacio, entre un sollozo y otro, absolutamente decidida a controlarse. Cuando él la sintió tensarse bajo su brazo, la soltó. Se preguntó si Lessa había tenido alguna vez alguien en quien apoyarse. Desde luego, no después de que Fax invadiera el Fuerte de su familia. Y entonces tenía solamente once años, una niña apenas. ¿Acaso el odio y el deseo de venganza eran los únicos sentimientos que había alentado esa niña?
Ella bajó la jarra y la acunó entre las manos con cuidado, como si tuviera una importancia indefinible para ella.
—Ahora, cuéntame —le ordenó él con voz tranquila.
Lessa respiró hondo y empezó a hablar, las manos apretadas con fuerza alrededor de la jarra. El remolino que se agitaba en el interior de su mente no había disminuido. Solamente estaba bajo control por el momento.
—Ramoth y yo nos cansamos de esos ejercicios de cachorros —admitió con inocencia.
Con amargura, F’lar se dio cuenta de que a pesar de que la aventura seguramente había enseñado a Lessa a ser más prudente, no la había asustado hasta el punto de convertirla en una mujer dócil. Dudaba de que hubiera algo que pudiera lograr tal cosa.
—Le di la imagen a Ramoth para que pudiéramos volar entre. —Lessa no lo miraba, pero su perfil se destacaba contra la oscuridad de la piel de la colcha—. La Ruatha que yo conocía tan bien… y accidentalmente me envié a mí misma de vuelta a la hora en que Fax invadió el Fuerte.
F’lar empezó a comprender mejor la reacción de Lessa.
—Y… —la alentó en una voz cuidadosamente neutral.
—Y me vi a mí misma… —Se le quebró la voz. Con un esfuerzo, continuó su relato—. Había visualizado para Ramoth las formas de los acantilados y el ángulo del fuerte tal como aparece desde los acantilados hacia el Patio Interior. Ahí fue donde emergimos. Era el amanecer —levantó el mentón en una sacudida nerviosa— y la Estrella Roja no estaba en el horizonte. —Una mirada rápida, defensiva, como si esperara que él le discutiera este detalle—. Vi a unos hombres que se arrastraban sobre los acantilados, bajando escalas de sogas hacia las ventanas superiores del Fuerte. Vi al guardia de la Torre. Estaba mirando. Solamente miraba. —Apretó los dientes ante la traición y sus ojos brillaron con malevolencia—. Y me vi a mí misma salir corriendo del Fuerte hacia la cuadra del grifo de guardia. ¿Sabes por qué el grifo no dio la alarma? —Bajó la voz hasta convertirla en un suspiro amargo.
—¿Por qué?
—Porque había un dragón en el cielo, y yo, Lessa de Ruatha, estaba sobre ese dragón. —Separó la jarra de su cuerpo con furia como si deseara apartar aquel conocimiento amargo—. El grifo no dio la alarma porque yo estaba ahí y él pensó que, con uno de los de la Sangre sobre un dragón en el cielo, la intrusión tenía que ser legítima. Así que yo —el cuerpo de Lessa se tensó, rígido, y apretó las manos con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos—, yo, yo fui la causa de que asesinaran a mi familia. ¡No Fax! Si hoy no hubiera sido tan tonta, no habría estado allí con Ramoth y el grifo habría…
Su voz se había elevado hasta convertirse en un alarido agudo de recriminación histérica. Él la golpeó con fuerza en las mejillas, luego la tomó con colcha y todo para sacudirla de nuevo.
La mirada de asombro en esa cara y la tragedia que había en los enormes ojos lo asustaron. Olvidó su indignación por el intento de Lessa. La independencia de la mente y el espíritu de aquella mujer lo atraían tanto como su belleza oscura y extraña. Tal vez sus modales desobedientes y rebeldes resultaban irritantes, pero también formaban parte de su integridad y no se podía prescindir de ellos. La voluntad indomable de Lessa había recibido una impresión terrible ese día y había que restaurar su confianza en sí misma lo antes posible.
—Todo lo contrario, Lessa —le dijo con severidad—, Fax hubiera matado a tu familia de todos modos. Lo había planeado con todo cuidado. Hasta atacó de mañana, cuando el guardia que podía sobornar estaba allá arriba, en la torre. Recuerda también que todo sucedió durante el amanecer, y el grifo es un animal nocturno. La luz del sol lo ciega y sabe que no tiene responsabilidades cuando se levanta el día. Tu presencia, aunque parezca muy acusadora, no fue el factor decisivo. De ninguna manera. Lo que sí hiciste, y te llamo la atención sobre eso porque es muy importante, es salvarte a ti misma, avisando a Lessa niña. ¿Comprendes?
—Podría haber gritado —murmuró ella, pero sus ojos ya no mostraban aquella mirada frenética y había un rastro de color normal sobre esos labios fríos.
—Si quieres derrumbarte en un ataque de culpabilidad, hazlo —dijo él, desabrido a propósito.
Ramoth interrumpió con la idea de que si las dos habían estado allá antes de que los hombres de Fax hubieran atacado, ya había pasado de todos modos, así que ¿cómo podían cambiarlo? El acto era inevitable tanto en aquel día como ahora. Porque sin ese acto, ¿cómo habría vivido Lessa para llegar al Nido y hacer la Impresión con Ramoth en la ruptura de los huevos?
Mnementh transmitió el mensaje de Ramoth escrupulosamente, incluso imitó los rasgos egocéntricos de Ramoth al expresarse. F’lar observó a Lessa detenidamente. Quería ver el efecto que le causaba la interrupción de su dragón.
—Típico de Ramoth. Siempre tiene que decir la última palabra —protestó ella con un resto de su humor extraño de siempre.
F’lar sintió que empezaban a relajársele los músculos del cuello y los hombros. Ella estaría bien, decidió, pero tal vez sería prudente hacerla hablar ahora mismo para después poner la experiencia en perspectiva.
—¿Dijiste que fuiste allá dos veces? —Se reclinó sobre el jergón para mirarla de cerca—. ¿Cuándo fue la segunda?
—¿No lo adivinas? —le preguntó ella con ironía.
—No —mintió él.
—¿Cuándo pudo ser, sino cuando me desperté sintiendo que la Estrella Roja era una amenaza para mí?… Tres días antes de que tú y Fax vinierais desde el noreste.
—Se diría que fuiste tu propia premonición dos veces —comentó él con sequedad.
Ella asintió.
—¿Recuerdas algún otro presentimiento…, o más bien alguna advertencia reforzada?
Ella tembló, pero le contestó con algo más de su viejo espíritu.
—No, pero si hubiera tenido alguno, tendrías que ir tú. Yo no quiero.
F’lar sonrió, malicioso.
—Sin embargo me gustaría saber cómo pudo pasar —añadió ella.
—Nunca lo he visto mencionado en ninguna parte —respondió él con inocencia—. Claro está que si lo has hecho…, y no hay duda de que lo hiciste —le aseguró inmediatamente al ver el comienzo de una protesta indignada en sus ojos—, obviamente es posible. Dijiste que pensaste en Ruatha, pero que pensaste en ella como era ese día en particular. Evidentemente, era un día memorable. Pensaste en la primavera, antes del amanecer, sin la Estrella Roja…, sí, recuerdo que lo mencionaste como un detalle, así que es evidente que hay que recordar referencias peculiares de un día significativo para poder volar entre tiempos hacia el pasado.
Ella asintió, pensativa.
—Usaste el mismo método la segunda vez, y llegaste a la Ruatha de hace tres Giros. Otra vez era primavera.
F’lar se frotó las palmas, después bajó las manos a las rodillas con un golpe enfático y se levantó.
—Enseguida vuelvo —dijo y salió caminando a grandes zancadas de la habitación sin hacer caso del principio de advertencia de Lessa.
Ramoth se estaba enrollando para descansar en su nido cuando F’lar pasó junto a ella. Notó que el color de la reina seguía siendo el indicado, a pesar del gasto de energías que había hecho en los ejercicios de la mañana. Ella levantó la vista y lo miró con un ojo multifacetado cubierto ya con la capa protectora interior.
Mnementh esperaba a su jinete en la cornisa y en cuanto F’lar saltó sobre su cuello, despegó, trazó un círculo hacia arriba y se colocó sobre la Roca de la Estrella.
Quieres ver si puedes imitar el truco de Lessa, dijo, en absoluto preocupado por el experimento que iba a hacer.
F’lar le acarició el cuello curvado y robusto con afecto. ¿Entiendes lo que hicieron Ramoth y Lessa?
Tan bien como cualquiera, replicó Mnementh con algo que se parecía a un encogimiento de hombros. ¿Y cuándo tienes en mente?
Antes de ese momento, F’lar no tenía ni idea. Ahora sus pensamientos lo llevaron directamente hacia atrás, al verano en que el bronce de R’gul, Hath, se había alzado en vuelo para aparearse con la grotesca Nemorth y R’gul se había transformado en Líder del Nido para sustituir a F’lon, el padre de F’lar, que acababa de morir.
Solamente el frío de entre les dijo que habían completado la transferencia. Seguían flotando sobre la Roca de la Estrella. F’lar se preguntó si habrían perdido algo esencial en el entre. Después se dio cuenta de que el sol estaba en otro cuadrante del cielo y de que en el aire flotaba la calidez y dulzura del verano. El Nido allá abajo estaba vacío. No había dragones tomando el sol sobre las cornisas, ni mujeres ocupadas con las tareas del Bajo. Los sentidos de F’lar se llenaron de ruidos: risas, carcajadas, alaridos, gritos y un crujido suave y persuasivo que dominaba el estruendo general.
Después, desde las barracas de los cachorros en las Cavernas Inferiores, emergieron dos figuras, un joven dragón bronce y un muchacho. El brazo del chico yacía flojo sobre el cuello de la bestia. La impresión que daba esa imagen a los observadores de arriba era de completo abatimiento. Jinete y dragón bronce se detuvieron cerca del lago y el muchacho contempló las aguas azules, sin ondas, y después miró hacia arriba, hacia el nido de la reina.
F’lar se reconoció a sí mismo y una compasión inmensa por ese yo más joven inundó sus sentidos. ¡Ojalá pudiera asegurar a ese muchacho tan destrozado por la pena, tan lleno de resentimiento, que un día sería Líder del Nido!
De pronto, sacudido por sus propios pensamientos, ordenó a Mnementh que se transfiriera de nuevo. El frío absoluto del entre fue como una bofetada en el rostro, y desapareció inmediatamente cuando los dos salieron del entre hacia el frío del invierno normal.
Lentamente, Mnementh voló hacia abajo, hacia el nido de la reina, tan serio como Fiar ante lo que habían visto.
Elevaos alto en vuestra gloria
bronce y oro,
juntos, abajo, haced la fuerza del Fuerte
en vuestros rostros.
Cuenta tres meses y más,
y cinco semanas de fuego,
un día de gloria y en un mes,
¿quién seguirá en el juego?
Un hilo de plata
en el cielo…
El calor todo lo apura,
y vuelan todos los tiempos.
—No sé por qué insististe en que F’nor desenterrara todas esas ridículas cosas del Nido de Ista —exclamó Lessa, exasperada—. No son más que notas triviales sobre cuántas medidas de trigo se usaban para cocinar el pan de todos los días.
F’lar levantó la vista, de los registros que estaba estudiando. Suspiró, se reclinó en la silla con un bostezo y se estiró para acomodarse.
—Y yo que pensaba —dijo Lessa con una expresión traviesa en la cara flaca, vivida— que esos Registros venerables contenían la suma total de todos los conocimientos de la estirpe de los dragones y de la humanidad. O eso fue lo que me enseñaron a creer —agregó, para provocarlo.
Fiar rió entre dientes.
—Contiene la suma total de los conocimientos, pero hay que saber desenterrarlos.
Lessa arrugó la nariz.
—Uf. Desde luego, huelen como si tuvieran todo eso dentro…, y la única cosa decente que nos quedara por hacer con ellos fuera enterrarlos de nuevo.
—Ése es otro tema que quiero averiguar: la técnica antigua de conservación que evitaba el deterioro de las pieles.
—De todos modos, es una estupidez usar pieles para los registros. Debería haber algo mejor. Querido Líder del Nido, te informo que estamos demasiado apegados a las pieles.
Mientras F’lar dejaba escapar una carcajada, ello lo miró, impaciente. De pronto se levantó, encendida por otro de sus humores variables.
—Bueno, no vas a encontrar lo de las pieles. No encontrarás lo que buscas. Porque yo sé lo que estás buscando en realidad, y no está en los registros.
—Explícate.
—Ya es hora de que dejemos de ocultarnos a nosotros mismos un hecho brutal.
—¿Sí?
—Nuestro sentimiento mutuo de que la Estrella Roja representa una amenaza y de que los Hilos van a caer. Decidimos eso nosotros solos por puro orgullo, y después volvimos entre tiempos a momentos especialmente cruciales de nuestras vidas y reforzamos esa idea en nosotros mismos. Por ejemplo, tu viaje coincidió con el momento en que decidiste que estabas destinado a ser Líder del Nido —espetó en tono burlón—. ¿No te parece que tal vez nuestro ultraconservador R’gul tiene razón? —Siguió ella con sorna—. ¿Que no ha habido Hilos en cuatrocientos Giros porque no hay más Hilos? ¿Y que si tenemos tan pocos dragones es porque los dragones sienten de algún modo que ya no son esenciales para Pern? ¿Que son anacronismos como nosotros, parásitos?
F’lar no supo cuánto tiempo se quedó allí sentado, mirando esa cara llena de amargura, ni cuánto tardó en conseguir respuestas para todas esas preguntas sarcásticas.
—Todo es posible, Jefa del Nido —se oyó a sí mismo—. Incluyendo el hecho muy poco probable de que una niña de once años, paralizada de miedo, hubiera podido planear la venganza sobre el asesino de su familia… y contra todas las leyes de la posibilidad, llevarla a cabo con éxito.
Ella dio un paso involuntario hacia delante, golpeada por aquel ataque. Escuchó con atención.
—Prefiero creer —siguió él, inexorable— que hay algo más en la vida que criar dragones y dedicarse a los juegos primaverales. A mí eso no me basta. Y he logrado que otros miren más allá de su propio interés y de su comodidad. Les ofrecí un propósito, una disciplina. Todos se benefician con eso, los que pertenecemos a la estirpe de los dragones y los habitantes de los Fuertes, todos.
—Yo no estoy buscando seguridad en estos Registros, sino hechos, hechos sólidos.
—Puedo probar que hubo Hilos, Jefa del Nido. Puedo probar que hubo Intervalos durante los cuales los Nidos sufrieron un declive. Puedo probar que si ves la Estrella Roja encerrada en la Roca del Ojo en el momento del solsticio de invierno, la Estrella pasará lo bastante cerca de Pern como para arrojar Hilos. Y como puedo probar estos hechos, creo que Pern está en peligro. Yo soy el que cree en eso…, no el jovencito de hace quince Giros, yo, F’lar, jinete de un bronce, Líder del Nido, yo lo creo.
Vio que los ojos de Lessa reflejaban sombrías dudas, pero sintió que sus argumentos empezaban a proporcionarle un poco de seguridad.
—Una vez te sentiste obligada a creer en mí —siguió con voz más tranquila—, cuando te sugerí que tal vez podrías llegar a ser Jefa del Nido. Me creíste y… —Hizo un gesto a su alrededor, como para apoyar lo que estaba diciendo.
Ella le sonrió, una sonrisa débil, sin humor.
—Eso fue porque yo no había decidido qué hacer con mi vida después de que Fax yaciera muerto a mis pies. Claro que ser la compañera de Nido de Ramoth es maravilloso, pero —frunció el ceño levemente— ahora no me basta, ya no. Por eso quise aprender a volar y…
—… Por eso empezó esta discusión —terminó F’lar con una sonrisa sardónica.
Se reclinó sobre la mesa con urgencia.
—Confía en mí, Lessa, hasta que tengas razones para no confiar. Respeto tus dudas. No hay nada malo en dudar. A veces produce una fe más grande. Pero cree en mí hasta la primavera. Si los Hilos no han caído para entonces… —Se encogió de hombros en un gesto fatalista.
Ella lo miró durante un largo rato y después inclinó la cabeza lentamente en un gesto de asentimiento.
Él trató de suprimir el alivio que sintió ante esa decisión. En realidad, tal como había descubierto Fax, Lessa era un adversario decidido y sabía defender sus puntos de vista con mucha astucia. Además de todo eso, como Jefa del Nido, era esencial para los planes de F’lar.
—Ahora volvamos a la contemplación de lo trivial. Estos registros me dicen, por ejemplo, el tiempo, el lugar y la duración de los ataques de los Hilos —sonrió él, tratando de darle seguridad—. Y necesito esos datos para organizar mis tiempos.
—¿Tiempos? Pero si dijiste que no sabías la hora.
—No sé el día ni el instante preciso en que los Hilos llegarán a Pern. En primer lugar, el clima está tan frío para esta época del año que los Hilos se hacen quebradizos, se queman y se convierten en polvo. Y cuando son polvo, no hacen daño. Sin embargo, cuando el aire es cálido resultan mortales. —Las manos se le convirtieron en puños, uno sobre el otro—. La Estrella Roja es mi mano derecha, la izquierda es Pern. La Estrella Roja gira muy rápido y en dirección opuesta a nosotros. También fluctúa de una manera errática.
—¿Cómo lo sabes?
—El diagrama en las paredes del Salón de Puesta del Nido Fort. Ya sabes que ése fue el primer Nido.
Lessa le dirigió una sonrisa ácida.
—Lo sé.
—Así, cuando la Estrella hace un Paso, los Hilos se forman y giran hacia abajo, hacia nosotros, en ataques que duran seis horas y vienen, más o menos, cada catorce horas.
—¿Los ataques duran seis horas?
Él asintió con gravedad.
—Cuando la Estrella Roja está en el punto más cercano con respecto a Pern. Ahora empieza a aproximarse.
Ella frunció el ceño.
F’lar buscó entre los pliegos de cuero sobre la mesa y un objeto cayó al suelo de piedra con un sonido metálico.
Lessa se inclinó para recogerlo, curiosa, y examinó la lámina delgada.
—¿Qué es esto? —Pasó un dedo como si explorara el diseño irregular que había en uno de los lados.
—No lo sé. F’nor lo trajo del Nido Fort. Estaba clavado en uno de esos muebles donde habían guardado los Registros. Me lo trajo, pensando que tal vez fuera importante. Dijo que había un plato muy parecido debajo del diagrama de la Estrella Roja sobre la pared de la Sala de Puesta.
»La primera parte es muy fácil de descifrar: “El padre del padre de mi madre, que partió para todo el tiempo entre, dijo que ésta era la clave del misterio y que se le había ocurrido cuando garabateaba. Dijo que él dijo: ¿ARRHENIUS? ¡EUREKA! MYCORRHIZA…”».
—Pues yo diría que esa última parte es incomprensible —se burló Lessa—. Ni siquiera está en pernés…, esas últimas tres palabras, pura habladuría.
—Ya lo estudié, Lessa —replicó F’lar, mirándola de nuevo y dando ligeros toques para afirmar lo que decía—. La única forma de partir para todo el tiempo entre es morir, ¿verdad? La gente no vuela y desaparece por propia voluntad, eso es evidente. Así que es una visión de muerte, registrada por un nieto que cumplía con su deber y que no sabía escribir muy bien. ¡Garabatear como pasado de agonizar! —Sonrió con indulgencia—. Y en cuanto al resto, después de esa parte sin sentido, como la mayoría de las visiones de muerte, «explica» lo que todo el mundo sabe. Sigue leyendo.
—«Lagartijas que arrojan llamas para limpiar las esporas. Q.E.D.?».
—Eso tampoco nos dice nada. Obviamente, se trata de una forma primitiva de expresar regocijo por ser un hombre dragón, pero ni siquiera sabe la palabra correcta para Hilos. —F’lar se encogió de hombros. Un gesto expresivo.
Lessa pasó un dedo sobre el registro para ver si el mensaje estaba grabado con tinta. El metal era lo bastante brillante como para servir de espejo, siempre que se pudieran limpiar los dibujos. Pero los dibujos seguían ahí, precisos, suaves.
—Primitivos o no, tenían una forma de registrar sus visiones que era más permanente incluso que los cueros bien conservados —murmuró.
—Habladurías bien preservadas —dijo F’lar y se volvió hacia los cueros donde buscaba datos comprensibles.
—¿Una balada mal archivada? —se preguntó Lessa y después rechazó la idea—. El diseño no es muy bonito.
F’lar le mostró un mapa donde unas bandas horizontales se superponían sobre una proyección de la masa continental de Pern.
—Aquí tienes —dijo—, esto representa las ondas de ataque, y esto —y sacó el segundo mapa, con bandas verticales— muestra zonas de tiempo. Así se puede ver que en un intervalo de catorce horas solamente quedan afectadas ciertas zonas de Pern en cada ataque. Una buena razón para espaciar los Nidos.
—Seis Nidos llenos —murmuró ella—, cerca de tres mil dragones.
—Estoy al corriente de las estadísticas —replicó él con una voz carente de expresión—. Significaba que ningún Nido estaba sobrecargado durante los momentos más críticos de los ataques, no que se necesitaran tres mil bestias. Sin embargo, con estas tablas de tiempo podemos arreglarnos hasta que haya madurado la primera camada de Ramoth.
Ella volvió un ojo cínico hacia F’lar.
—Tienes mucha fe en la capacidad de una sola reina.
Él hizo un gesto como para ignorar esta observación.
—Tengo más fe en las sorprendentes repeticiones que se observan en estos Registros, aunque tú no lo creas. Las cosas se repiten.
—¡Ja!
—No me refiero a la cantidad de trigo para el pan diario, Lessa —replicó él, en voz un poco más alta—. Me refiero a cosas como el momento en que tal o cual ala salió a patrullar, el tiempo que duró el servicio, cuántos jinetes resultaron heridos. Las capacidades de crianza de las reinas en los cincuenta Giros que dura un Paso, y los Intervalos entre los Pasos. Sí, todo eso está aquí. Por lo que he estudiado en estos registros —dijo y golpeó con énfasis sobre la primera pila de cueros malolientes y polvorientos—, Nemorth debería haberse apareado dos veces por Giro en los últimos diez. Si hubiera criado sus doce cachorros por camada a este ritmo, tendríamos doscientos cuarenta más… No me interrumpas. Pero tuvimos a Jora como Jefa del Nido y caímos en desgracia frente al resto del planeta durante un Intervalo de cuatrocientos Giros. Bueno, Ramoth pondrá mucho más que una mera docena y un huevo de reina, recuerda bien lo que te digo. Se elevará para aparearse con frecuencia y pondrá generosamente. Para cuando la Estrella Roja se acerque mucho y los ataques sean más frecuentes, estaremos listos.
Ella lo miró con los ojos abiertos e incrédulos.
—¿Con Ramoth solamente?
—Con Ramoth y con las reinas que tenga. Recuerda, hay Registros de que Faranth ponía sesenta huevos por camada, incluyendo varios huevos de reina.
Lessa solamente logró menear la cabeza lentamente, asombrada.
—Un hilo de plata / en el cielo… El calor todo lo apura / y vuelan todos los tiempos —citó F’lar.
—Le faltan semanas para poner, los huevos aún tienen que abrirse y…
—¿Has estado en la Sala de Puesta últimamente? Ponte las botas. Si llevas las sandalias, te quemarás.
Ella hizo un ruido gutural sin darle importancia al hecho. Él volvió a sentarse, divertido ante la incredulidad de la Jefa del Nido.
—Y después hay que hacer la Impresión y esperar a que los jinetes… —Siguió ella.
—¿Por qué crees que insistí en que buscaran muchachos mayores? Los dragones maduran mucho antes que sus jinetes.
—Entonces, el sistema tiene errores.
Él entornó los ojos levemente y sacudió un dedo hacia ella.
—La tradición de los dragones empezó como una guía, pero siempre llega un tiempo en que los hombres se vuelven demasiado tradicionalistas, demasiado…, ¿cómo lo expresaste?, apegados a los cueros. Sí, es tradicional usar a los muchachos criados en el nido porque siempre fue conveniente. Y porque la sensibilidad hacia los dragones se refuerza cuando tanto la madre como el padre se criaron en el nido. Eso no significa que los que se criaron en el nido sean los mejores. Tú, por ejemplo…
—Hay sangre del Nido en la línea de Ruatha —objetó ella con orgullo.
—De acuerdo. Piensa en el joven Naton; él se crió entre artesanos en Nabol y sin embargo, F’nor me dice que puede hacer que Canth lo comprenda.
—Ah, eso no me parece difícil —interrumpió ella.
—¿Qué quieres decir? —saltó F’lar.
Los interrumpió un gemido penetrante, agudo. F’lar escuchó con atención un momento y después se encogió de hombros, sonriendo.
—Alguna verde ha logrado que alguien la persiguiera otra vez.
—Y ése es otro punto que esos sabios Registros tuyos no mencionan nunca. ¿Por qué solamente los dragones dorados se reproducen?
F’lar no pudo suprimir una risita lasciva.
—Bueno, en primer lugar, la piedra de fuego inhibe la reproducción. Si nunca masticaran piedra, las verdes también podrían poner pero de todos modos no producirían más que bestias pequeñas y necesitamos a los grandes. Y otra cosa —su risita rodó mientras continuaba, en medio de su sonrisa maliciosa—, si las verdes se reprodujeran, considerando la frecuencia de su deseo sexual y la cantidad que tenemos, estaríamos hasta las orejas de dragones en sólo dos semanas.
El gemido se repitió y después un zumbido grave, repetido y aumentado como si lo produjeran las mismas piedras del Nido.
F’lar, con la cara mudada de la sorpresa a la alegría más intensa, salió corriendo por el corredor.
—¿Qué pasa? —preguntó Lessa, levantándose las faldas para correr tras él—. ¿Qué significa eso?
El zumbido, que resonaba en todas partes, se había vuelto ensordecedor bajo el eco del nido de la reina. Lessa registró el hecho de que Ramoth no estaba. Oyó las botas de F’lar resonando en el pasaje hacia la cornisa, un agudo golpeteo que sobresalía por encima del zumbido que lo ensordecía todo. El gemido era tan agudo ahora que parecía inaudible, pero de todos modos ponía los nervios de punta. Perturbada, asustada, Lessa siguió a F’lar hacia el exterior.
Para cuando llegaron a la cornisa, el Bajo era un remolino de dragones volando, dragones que trataban de llegar a la ancha entrada de la Sala de Puesta. El pueblo de los dragones, los jinetes, las mujeres, los niños, todos gritando de excitación, atravesaban el Bajo hacia la entrada baja de la Sala.
Lessa logró ver a F’lar corriendo a través de la entrada y aulló para exigirle que la esperara. Él no la oyó en el tumulto.
Rabiosa porque todavía tenía que bajar las largas escaleras y después debía volver a subirlas cuando llegara a los terrenos de caza que se encontraban del otro lado del Bajo, Lessa se dio cuenta de que ella, la Jefa del Nido, llegaría última.
¿Por qué había sido tan misteriosa Ramoth con respecto a su puesta? ¿No se sentía lo bastante compenetrada con su compañera de nido como para desear que estuviera con ella?
Un dragón sabe lo que tiene que hacer, le informó Ramoth con calma.
Podrías habérmelo dicho, protestó Lessa, muy ofendida.
¡Esa niña dragón del diablo había estado haciéndolo mientras F’lar hablaba de tres mil bestias y grandes camadas!
Y el recuerdo de otra de las frases de F’lar —sobre el estado de la Sala de Puesta— no hizo mucho por mejorar el humor de Lessa. Apenas entró en la caverna, sintió el calor bajo las suelas de sus sandalias. Todo el mundo estaba agachado en un círculo informal del otro lado de la caverna. Y todos se balanceaban de un lado a otro. Como Lessa era bastante bajita, eso solamente disminuía las posibilidades de que pudiera ver lo que había hecho Ramoth.
—¡Dejadme pasar! —exigió con autoridad, golpeando las espaldas de dos jinetes altos.
Le abrieron paso a regañadientes y ella avanzó sin mirar hacia ningún lado. Estaba furiosa, confundida, herida y sabía que debía de parecer ridícula, porque la arena caliente la hacía caminar con un paso curioso y torcido.
Se detuvo, atónita, con los ojos muy abiertos, frente a la masa de huevos, y olvidó las trivialidades como el hecho de que le ardían los pies.
Ramoth estaba enroscada sobre los huevos y parecía extremadamente satisfecha de sí misma. Se movía de un lado a otro, cerrando y abriendo un ala protectora sobre sus hijos, de forma que se hacía difícil contarlos.
No seas tonta, nadie te los va a robar; deja de moverte así, le aconsejó Lessa mientras trataba de sacar la cuenta.
Ramoth plegó las alas, obediente. Para aliviar su ansiedad maternal, puso la cabeza sobre el círculo de huevos brillantes de todos los colores y miró a su alrededor en la caverna, sacando la lengua bífida en son de amenaza.
Un suspiro inmenso, como una ráfaga de viento, atravesó la caverna. Porque allí, ahora que Ramoth había plegado las alas, brillaba un huevo de oro puro como un rayo amarillo entre los otros.
Un huevo de reina.
—¡Un huevo de reina! —El grito subió simultáneo a cien gargantas. La Sala de Puesta se llenó de vítores, aullidos, alaridos y ruidos de alegría infinita.
Alguien aferró a Lessa y la hizo girar a su alrededor en un exceso de sentimiento. Un beso aterrizó cerca de su boca. Apenas pudo tocar el suelo cuando alguien más la abrazó —le pareció que era Manora— y después le palmearon la espalda y la pasaron de mano en mano para felicitarla hasta que le pareció que giraba en una especie de baile en medio de sus esfuerzos para esquivar a los celebrantes y aliviar la incomodidad creciente de sus pies.
Finalmente se liberó de la entusiasmada concurrencia y corrió a través de la Sala hacia Ramoth. Se detuvo bruscamente frente a los huevos. Parecían estar latiendo. Las cáscaras se veían fláccidas. Habría jurado que eran duras el día en que había hecho la Impresión con Ramoth. Quería tocar un huevo para asegurarse, pero no se atrevía.
Adelante, la invitó Ramoth, condescendiente. Y le tocó el hombro despacio con la lengua.
El huevo era blando al tacto y Lessa apartó la mano con rapidez. Tenía miedo de romperlo.
El calor endurecerá las cáscaras, aseguró Ramoth.
—Ramoth, estoy muy orgullosa de ti —suspiró Lessa, mirando con adoración los grandes ojos que brillaban en un arco iris de satisfacción—. Eres la más maravillosa de todas las reinas. Creo que volverás a llenar de dragones los otros Nidos. No me cabe la menor duda.
Ramoth inclinó la cabeza en un ademán majestuoso y después empezó a balancearse de un lado a otro para cubrir sus huevos y protegerlos. De pronto empezó a sisear, levantó la cabeza y agitó el aire con las alas, para volver a acomodarse sobre la arena, donde puso un huevo más.
El pueblo de los dragones, incómodo sobre las arenas calientes, empezaba a abandonar la Sala, ahora que ya habían expresado su tributo a la llegada del huevo dorado. Una reina se tomaba varios días para completar la puesta, así que no tenía sentido esperar. Ya había siete huevos junto al dorado y si ya había siete, era un buen augurio para el total. Se hacían apuestas todavía cuando Ramoth produjo su noveno huevo.
—Yo lo había dicho, un huevo de reina, por la madre de todos —dijo la voz de F’lar en el oído de Lessa—. Y te apuesto aquí y ahora que hay por lo menos diez bronces.
Ella lo miró. En ese momento experimentaba una armonía absoluta con el Líder del Nido. Era consciente del cariño con que Mnementh, agachado con orgullo sobre una cornisa, contemplaba a su compañera. Impulsivamente, puso su mano sobre el brazo de F’lar.
—F’lar, te creo.
—¿Sólo ahora? —bromeó F’lar, burlándose de ella; pero tenía una sonrisa amplia al decirlo, los ojos llenos de orgullo.
Vigila, hombre dragón; aprende algo nuevo
en cada nuevo Giro.
Lo más viejo tal vez sea lo más frío.
Siente lo correcto; busca lo verdadero.
Si las órdenes de F’lar en los meses siguientes provocaron discusiones sin fin en el pueblo de los dragones, a Lessa le parecieron solamente el resultado lógico de la discusión que siguió a la puesta de los cuarenta y un huevos de Ramoth.
F’lar dejó de lado la tradición y pisoteó más de uno de los lemas conservadores de R’gul.
Lessa lo apoyó decididamente en parte por el desagrado perverso que le suscitaban las doctrinas anticuadas contra las que había luchado durante el liderazgo de R’gul, y en parte por respeto a la inteligencia de F’lar. Tal vez no habría respetado su promesa anterior de que le creería hasta la primavera si no hubiera visto cómo se cumplían sus predicciones una tras otra. Esas predicciones no estaban basadas en premoniciones —no confiaba en las premoniciones desde su experiencia entre tiempos— sino en hechos registrados.
Apenas se endurecieron los huevos y Ramoth separó el de la reina a un lado para atenderlo con mayor esmero, F’lar trajo a los jinetes futuros a la Sala de Puesta. Tradicionalmente los candidatos veían los huevos por primera vez el día de la Impresión. Además de romper esa ley, F’lar había infringido otras: muy pocos de los sesenta y tantos jinetes habían nacido en nidos y la mayoría de ellos rondaban ya los veinte años. Ordenó que los candidatos se acostumbraran a los huevos, los tocaran, los acariciaran, y aprendieran a sentirse cómodos con la idea de que de esos huevos saldrían jóvenes dragones, deseosos de que los Impresionaran. F’lar pensaba que esta práctica disminuiría la bajas durante la Impresión, momento en que los muchachos estaban demasiado asustados como para atinar a apartarse del camino de los dragoncitos.
F’lar también consiguió que Lessa persuadiera a Ramoth para que dejara que Kylara se acercase al precioso huevo dorado. Kylara aceptó rápidamente destetar a su hijo y se pasó horas junto al huevo, con Lessa como tutora. A pesar de que Kylara expresaba cierto cariño por T’bor, mostraba una clara preferencia por la compañía de F’lar. Por lo tanto, Lessa se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a F’lar a llevar a cabo sus planes con respecto a Kylara, porque eso significaba que Kylara se marcharía con la nueva reina al Nido Fort.
La elección de jinetes en los Fuertes tenía un propósito más para F’lar. Un poco antes de la verdadera Impresión y eclosión de los Huevos, Lytol, el Guardián del Fuerte Ruath envió un mensaje.
—Este hombre debe de disfrutar cuando envía malas noticias —observó Lessa cuando F’lar le pasó el cuero del mensaje.
—Está amargado —aceptó F’nor, que lo había traído—. Es una pena que alguien tan joven esté condenado a semejante pesimismo.
Lessa frunció el ceño mirando al jinete de castaño. Todavía le molestaba que mencionaran al hijo de Gemma, ahora Señor del Fuerte de sus antepasados… Sin embargo, como ella había causado sin querer la muerte de la madre de Lytol y no podía ser Jefa del Nido y Señora del Fuerte al mismo tiempo, era justo que Jaxom de Gemma fuera Señor en Ruatha.
—Sin embargo, yo agradezco sus advertencias —dijo F’lar—. Sospechaba que Meron causaría problemas otra vez.
—Sus ojos que cambian de objetivo constantemente, como los de Fax —hizo notar Lessa.
—No sé los ojos que tiene, pero es peligroso —contestó F’lar—. Y no puedo tenerlo ahí todo el tiempo, esparciendo rumores de que estamos eligiendo deliberadamente hombres de la Sangre para debilitar las Líneas de Familia.
—De todos modos, hay más hijos de artesanos que hijos de los Fuertes —señaló F’nor.
—No me gusta que vaya diciendo por ahí que los Hilos todavía no han aparecido ni aparecerán nunca —se lamentó Lessa con amargura.
F’lar se encogió de hombros.
—Aparecerán a su debido tiempo. Por suerte sigue haciendo frío. Cuando llegue el calor y no aparezca ningún Hilo, empezaré a preocuparme. —Sonrió a Lessa en un recordatorio íntimo de su promesa.
F’nor carraspeó y desvió la mirada.
—Pero —continuó el Líder del Nido con severidad y rapidez— sí puedo hacer algo con respecto a la otra acusación.
Así que cuando quedó claro que los huevos estaban a punto de eclosionar, pasó por alto otra larga tradición y envió jinetes a buscar a los padres de los jóvenes candidatos en los Fuertes y talleres de Artesanos.
La gran Caverna de la Puesta parecía estar casi llena cuando la gente de los Fuertes y los talleres se sentó a observar desde las gradas por encima del Suelo caliente. Esta vez, observó Lessa, no había ningún aura de miedo. Los jóvenes candidatos estaban nerviosos, sí, pero no asustados ante esos huevos que temblaban y se sacudían. Cuando los dragoncitos salieron tropezando sin coordinación —a Lessa le pareció que miraban deliberadamente las caras ansiosas que los rodeaban como si estuvieran preimpresionados—, los jóvenes se apartaron a un lado o avanzaron a medida que los dragoncitos hacían su elección. Las Impresiones se hicieron con rapidez y sin altercados. Demasiado pronto, pensó Lessa, la procesión triunfante y errática de dragones tambaleantes y nuevos jinetes y amazonas orgullosos se dirigió a la salida de la Sala de Puesta y luego, hacia las barracas.
La joven reina salió de su cascarón y se movió sin dudarlo hacia Kylara, que permanecía de pie con toda confianza sobre la arena caliente. Las bestias que observaban emitieron su zumbido de aprobación.
—Ha terminado demasiado pronto —dijo Lessa a F’lar esa misma noche con voz desilusionada.
Él se rió, indulgente. Se estaba permitiendo una rara noche de descanso ahora que se había dado otro paso según lo previsto. La gente de los Fuertes se había marchado a casa, atónita, deslumbrada e impresionada por el Nido y el Líder del Nido.
—Eso es porque esta vez estabas mirando desde fuera —señaló él, apartándose un mechón de cabello de la cara para tener una mejor visión del perfil de Lessa. Volvió a reír—. Habrás notado que Naton…
—N’ton —lo corrigió ella.
—De acuerdo…, N’ton Impresionó a un bronce.
—Tal como tú vaticinaste —replicó ella con algo de aspereza.
—Y Kylara es la Jefa del Nido de Pridith.
Lessa no hizo ningún comentario al respecto y se esforzó al máximo por ignorar la risa de F’lar.
—Me pregunto qué bronce la volará a ella —murmuró él con suavidad.
—Me gustaría que fuera Orth, el de T’bor —dijo Lessa, conteniéndose.
Él le contestó de la única forma en que podía hacerlo un hombre sabio.
Polvo partido, polvo negro,
gira en el aire helado.
Vienes de la Estrella Roja
polvo perdido, polvo del espacio.
Lessa se despertó repentinamente: le dolía la cabeza, le ardían los ojos, tenía la boca seca. Tuvo la sensación inmediata de que una terrible pesadilla acababa de escapársele del recuerdo. Se apartó el cabello de la cara y se sorprendió al ver que estaba muy sudada.
—¿F’lar? —llamó con voz incierta. Evidentemente él se había levantado temprano—. F’lar —repitió con más fuerza.
Ya viene, le informó Mnementh. Lessa sintió que el dragón acababa de aterrizar en la cornisa. Tocó a Ramoth y descubrió que la reina también había sufrido pesadillas, sueños sin forma. El dragón se despertó un momento y después volvió a caer en un sueño profundo.
Perturbada por estos temores vagos, Lessa se incorporó y se vistió, sin bañarse por primera vez desde su llegada al Nido.
Pidió el desayuno y después se trenzó el cabello con dedos hábiles mientras esperaba.
Justo en el momento en que entraba F’lar, apareció la bandeja sobre la plataforma. Él seguía mirando a Ramoth por encima del hombro.
—¿Qué diablos le pasa?
—Tiene ecos de mi pesadilla. Me desperté bañada en sudor frío.
—Estabas durmiendo tan tranquila cuando yo asigné las patrullas. Al ritmo que están creciendo esos dragones, ya son capaces de vuelos limitados. Lo único que hacen es comer y dormir, y eso es…
—… Lo que hace crecer a un dragón —terminó Lessa por él y bebió pensativa su klah caliente—. Vas a ser muy cuidadoso con los ejercicios, ¿verdad?
—¿Quieres decir para impedir un vuelo entre tiempos accidental? Claro que sí —le aseguró él—. No quiero que haya jinetes y amazonas aburridas que empiecen a aparecer y desaparecer por todos lados. —La miró con severidad.
—Bueno, no tengo la culpa de que nadie me enseñara a volar cuando llegó mi hora. Esperé demasiado —replicó ella en el tono dulce que usaba siempre que era especialmente maliciosa—. Si me hubieran hecho practicar desde el día de la Impresión hasta el de mi primer vuelo, nunca hubiera descubierto ese truco.
—Cierto —asintió él con solemnidad.
—Supongo que te das cuenta, F’lar, de que si yo lo descubrí, puede haber otro que lo haga. Quizás haya alguien que lo sepa ya.
F’lar bebió e hizo una mueca cuando el klah le ardió en la lengua.
—No sé cómo averiguarlo con discreción. Sería una tontería pensar que somos los primeros. Después de todo, es una habilidad inherente a los dragones, o no habrías podido hacerlo.
Ella frunció el ceño, aspiró hondo y después soltó el aire, encogiéndose de hombros.
—Adelante —la alentó él.
—Bueno, ¿no te parece posible que nuestra convicción sobre la inminencia de la caída de los Hilos provenga de que uno de nosotros volvió desde el momento en que los Hilos cayeron? Quiero decir…
—Mi querida niña, los dos hemos analizado cada pensamiento, cada acción…, incluso el sueño que te molestó esta mañana, aunque estoy seguro de que fue por el vino que tomaste. Creo que ya no podríamos reconocer un buen presentimiento aunque viniera de frente y nos diera una bofetada en la cara.
—No puedo evitar el pensamiento de que esta habilidad de volar entre tiempos tiene un valor crucial —dijo ella con énfasis.
—Ése, mi querida Jefa del Nido, es un presentimiento verdadero.
—¿Pero por qué?
—No por qué —la corrigió él, críptico—. Cuando. —Una idea se movía, vaga, en el fondo de su mente. Trató de ponerla en un lugar desde donde pudiera sacarla a la luz. Mnementh anunció que F’nor estaba entrando al nido.
—¿Qué te pasa? —le preguntó F’lar a su hermanastro, porque F’nor tosía y escupía, con el rostro ruborizado en medio de los ataques de estornudos.
—Polvo… —tosió el muchacho, sacudiéndose las mangas y el pecho con sus guantes de montar—. Mucho polvo, pero no Hilos —dijo, describiendo un arco grande con un brazo mientras movía los brazos para sugerir lo que había visto. Se sacudió los pantalones de cuero de grifo y esbozó un gesto de desagrado cuando vio salir un poco de polvo negro.
F’lar sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo al mirar el polvo que flotaba un poco por encima del suelo.
—¿De dónde sacaste todo ese polvo? —preguntó.
F’nor lo miró un poco sorprendido.
—Patrulla climática en Tillek. Todo el norte sufre tormentas de polvo últimamente. Pero yo he venido para… —Se detuvo, alarmado porque F’lar lo miraba sin moverse—. ¿Qué importa el polvo? —preguntó con la voz intrigada y llena de preocupación.
F’lar dio media vuelta sobre sus talones y corrió por las escaleras hacia la Sala de Registros. Lessa lo seguía de cerca y F’nor un poco más atrás.
—¿Tillek, has dicho? —Le ladró F’lar. Estaba despejando la mesa para apoyar los cuatro mapas que había guardado—. ¿Cuánto hace que empezaron estas tormentas? ¿Por qué no me informaste de ello?
—¿Informarte sobre tormentas de polvo? Lo que querías saber era si había masas de aire caliente.
—¿Cuánto hace que empezaron las tormentas? —La voz de F’lar se quebraba.
—Casi una semana.
—Necesito el día exacto.
—Hace seis días notamos la primera tormenta en el alto Tillek. Después en Bitra, alto Telgar, Crom y las Montañas —informó F’nor, preocupado.
Miró a Lessa buscando apoyo pero vio que ella también tenía los ojos fijos en los cuatro extraños mapas. Trató de comprender por qué se superponían las bandas horizontales y verticales sobre la masa de tierra de Pern, pero no encontró razón alguna.
F’lar hacía anotaciones de toda velocidad, empujando un mapa y luego otro para consultarlos.
—Demasiado involucrado para pensar con claridad, para ver, para comprenderlo —le ladró a F’nor, arrojando la pluma con la que estaba escribiendo.
—Dijiste masas de aire caliente, te lo aseguro —se oyó balbucear F’nor con humildad. Sabía que de algún modo le había fallado a su Líder del Nido.
F’lar meneó la cabeza, impaciente.
—No es culpa tuya, F’nor, sino mía. Debería haber preguntado. Sabía que era una suerte que el tiempo se mantuviera tan frío. —Puso las dos manos sobre los hombros de F’nor y lo miró directamente a los ojos—. Los Hilos cayeron —anunció con gravedad—. Cayeron en el aire frío, se congelaron en pedacitos y flotaron en el viento —imitó los gestos de F’nor cuando trataba de describir el polvo— como polvo negro.
—Polvo partido/polvo negro —citó Lessa—. En «La balada del vuelo de Moreta» todo el coro habla del polvo negro.
—No necesito que me recuerdes a Moreta en este momento —gruñó F’lar, inclinado sobre los mapas—. Ella podía hablar con todos los dragones de los Nidos.
—¡Pero si yo también puedo hacer eso! —protestó Lessa.
Lentamente, como si no diera crédito a sus oídos, F’lar se volvió hacia Lessa.
—¿Qué has dicho?
—Pues que puedo hablar con cualquier dragón del Nido.
F’lar la miraba con los ojos muy abiertos, atónito, y de pronto se dejó caer sobre la mesa.
—¿Cuánto tiempo hace? —Se las arregló para articular—. ¿Desde cuándo tienes esa habilidad particular?
Algo en el tono del Líder del Nido, en su forma de dirigirse a ella, hizo que Lessa se ruborizara y tartamudeara como una cachorra que ha cometido un grave error.
—Sie…, siempre he podido. Empezando con el grifo de Ruatha. —Esbozó un gesto indeciso hacia el oeste, la dirección en la que estaba su Fuerte—. Y hablé con Mnementh en Ruatha. Y cuando…, cuando llegué aquí, podía… —Le falló la voz al ver la mirada acusadora en los ojos fríos y duros de F’lar. Acusadora y peor todavía: despectiva.
—Pensé que me ayudarías, que creías en mí.
—Lo siento, F’lar, nunca se me ocurrió que pudiera servirle a nadie.
F’lar estalló: se puso en pie con los ojos brillantes de ira.
—Maldita sea, lo único que no podía resolver era cómo dirigir las alas y mantener el contacto con el Nido durante un ataque, cómo conseguir refuerzos o piedra de fuego a tiempo. Y tú… tú permaneciste sentada aquí todo el rato, despreciándome y escondiéndote…
—Yo no te desprecio —le gritó ella—. Ya te he dicho que lo siento. Lo lamento. Pero tú tienes esa odiosa costumbre de no confiar tus problemas a nadie. ¿Cómo iba yo a saber que tú no hacías lo mismo? Tú eres F’lar, el Líder del Nido, puedes hacer cualquier cosa. Pero eres igual que R’gul porque nunca me dices ni la mitad de las cosas que debería saber…
F’lar la sacudió hasta que la voz furiosa de ella murió en la mitad de la frase.
—Ya basta. No podemos perder el tiempo con estas discusiones infantiles. —Después abrió los ojos de par en par, su mandíbula colgó fláccida—. ¿Perder el tiempo? ¡Sí, sí, ya lo tengo!
—¿Volar entre tiempos? —jadeó Lessa.
—¡Entre tiempos!
F’nor los miraba, totalmente confundido.
—¿De qué estáis hablando vosotros dos?
—Los Hilos empezaron a caer al amanecer en Nerat —dijo F’lar con los ojos brillantes y la expresión decidida.
F’nor sintió que se le congelaba el estómago de miedo. ¡Al amanecer en Nerat! Pero entonces las selvas pluviales estarían destruidas. Sintió que la adrenalina le recorría el cuerpo al pensar en el peligro.
—Bien, vamos a volver allá, entre tiempos, y estaremos ahí cuando caigan los Hilos, hace dos horas. F’nor, los dragones no sólo pueden ir al lugar adonde los dirigimos. También van al momento cuando.
—¿Al momento cuando? —repitió F’nor, anonadado—. Eso puede ser muy peligroso.
—Sí, pero hoy salvará a Nerat. Ahora, Lessa —y F’lar la sacudió de nuevo, un empujón de orgullo y afecto—, ordena a todos los dragones que salgan, los viejos, los jóvenes, todos los que puedan volar. Diles que se carguen con bolsas de piedra de fuego. No sé si puedes hablar a través del tiempo…
—Mi sueño de esta mañana…
—Tal vez. Pero ahora despierta al Nido. —Se volvió en redondo para dirigirse a F’nor—. Si los Hilos cayeron (y es evidente que lo hicieron) en Nerat al amanecer, ahora deben de estar cayendo en Ista y Keroon si tenemos en cuenta el esquema de tiempos. Lleva dos alas a Keroon. Despierta a los de abajo. Diles que enciendan los fuegos de los pozos. Lleva a algunos cachorros contigo y envíalos a Ingen e Ista. Esos Fuertes no están tan en peligro como Keroon. Te mandaré refuerzos en cuanto pueda. Y…, mantén a Canth en contacto con Lessa.
F’lar palmeó a su hermanastro en el hombro y lo envió a su misión. El jinete de castaño estaba demasiado acostumbrado a las órdenes como para cuestionarlas.
—Mnementh dice que R’gul es el oficial de guardia y R’gul quiere saber… —empezó Lessa.
—Vamos, nena —dijo F’lar, con los ojos brillantes de entusiasmo. Tomó los mapas y la empujó por las escaleras.
Llegaron al Nido justo cuando entraba R’gul seguido de T’sun. R’gul murmuraba algo sobre esa llamada intempestiva a todo el Nido.
—Hath me dijo que viniera —se quejó—. ¿Te parece bonito que mi propio dragón…?
—R’gul, T’sum, a vuestras alas. Armadlas con toda la piedra de fuego que podáis cargar y agrupaos sobre la Roca de la Estrella. Me reuniré con vosotros dentro de unos minutos. Nos vamos a Nerat, a este amanecer.
—¿Nerat? Soy oficial de guardia, no patrullero…
—No se trata de una patrulla —lo interrumpió F’lar.
—Pero, señor —intervino T’sum con los ojos muy abiertos—, el amanecer en Nerat fue hace dos horas, lo mismo que aquí.
—Y ahí es cuando vamos, jinete de castaño. Los dragones pueden ir entre dos lugares en el tiempo tanto como en el espacio. Los descubrimos hace poco. Esta madrugada han caído Hilos en Nerat. Vamos a volver, entre tiempos, para destruirlos en el cielo.
F’lar no prestó ninguna atención a R’gul, que le exigía una explicación. T’sum cogió las bolsas de piedra de fuego y corrió de vuelta hacia la cornisa y hacia su Munth, que lo esperaba.
—Vamos, tonto —le dijo Lessa a R’gul, irritada—. Los Hilos están aquí. Te equivocaste. ¡Ahora, sé un hombre dragón!
Ramoth, despierta ya por las alarmas, empujó a R’gul con la cabeza, que tenía el tamaño de un hombre, y el ex Líder del Nido salió de su parálisis momentánea. Sin decir ni una sola palabra, siguió a T’sum por el pasaje hacia la cornisa.
F’lar se había puesto la pesada túnica de cuero de grifo y las botas de montar.
—Lessa, asegúrate de que todos los Fuertes reciben tu mensaje. Este ataque se detendrá dentro de cuatro horas, así que hacia el oeste sólo podrá llegar hasta Ista. Pero quiero que todos los Fuertes estén al corriente.
Ella asintió, los ojos alerta sobre él para no perder ni una sola palabra.
—Por suerte, la Estrella acaba de empezar su Paso, así que no tendremos que preocuparnos por otro ataque hasta dentro de unos días. A la vuelta ya calcularé cuándo será el próximo.
»Ahora, que Manora organice a las mujeres. Necesitamos mucho ungüento. Los dragones van a recibir heridas y eso duele. Y sobre todo, si algo sale mal, tendrás que esperar que haya un bronce de por lo menos un año para que vuele a Ramoth…
—Nadie que no sea Mnementh va a volar a Ramoth —exclamó ella con los ojos fieros y brillantes.
F’lar la abrazó con fuerza y le rozó la boca como si así pudiera llevarse con él toda la dulzura y la fortaleza de ella. Luego la soltó tan súbitamente que Lessa se tambaleó y tuvo que apoyarse en la cabeza de Ramoth. Se aferró un momento a su dragón, para equilibrarse pero también porque necesitaba consuelo.
Eso, si Mnementh puede atraparme, corrigió Ramoth, casquivana.
Gira y vuela,
o sangra y tiembla.
Vuela entre,
azul y verde.
Arriba, abajo,
bronce, castaño.
Hombres dragón, alzad el vuelo
cuando hay Hilos en el cielo.
Mientras corría por el pasaje con las bolsas de fuego golpeándole los muslos, F’lar se sintió agradecido de pronto por las tediosas patrullas sobre cada uno de los Fuertes y valles de Pern. Veía Nerat claramente con los ojos de la imaginación. Veía las flores de muchos pétalos de las enredaderas, el rasgo distintivo de las selvas pluviales a esta época del año. Los pimpollos estarían brillantes bajo los primeros rayos del sol, como ojos de dragones entre las plantas altas, de hojas anchas.
Mnementh, los ojos ardiendo de excitación, esperaba flotando sobre la cornisa. F’lar saltó sobre el cuello broncíneo.
El Nido hervía de alas de todos los colores, de ruidos, gritos y órdenes contradictorias. La atmósfera estaba llena de electricidad, pero F’lar no veía pánico en esa confusión ordenada. Los cuerpos de los dragones y los humanos surgían de las aberturas sobre las paredes del Bajo. Las mujeres se deslizaban por el suelo de una Caverna Inferior a otra. Los niños que jugaban cerca del lago habían partido a buscar leña para un fuego. F’lar miró el Pico y aprobó la formación de las alas, reunidas en orden de vuelo. Mientras observaba, se formó otra ala. Reconoció al castaño Canth con F’nor sobre su cuello, justo en el momento en que toda el ala se desvanecía en el aire.
Ordenó a Mnementh que subiera. El viento estaba frío y se olía un rastro de humedad. ¿Una nevada tardía? Ése sí que era un buen momento para una nevada tardía.
El ala de R’gul y la del T’bor volaban a su izquierda. La de T’sum y D’nol a la derecha. Comprobó que todos los dragones estaban cargados de bolsas. Después dio a Mnementh la visualización de la selva pluvial de Nerat al principio de primavera, justo antes de la aurora, con las flores brillantes y el mar batiendo contra las rocas del Gran Bajo…
Sintió el frío hiriente del entre y una punzada de duda. ¿Era temerario de su parte enviarlos a todos a una posible muerte entre tiempos en su esfuerzo por llegar a Nerat antes que los Hilos?
Después estuvieron todos allí, en la luz crepuscular que promete el día. Los olores fértiles y vitales de la selva pluvial se elevaban hacia ellos. El aire estaba tibio y eso lo asustó. F’lar levantó la vista hacia el norte. Latiendo su amenaza, brillaba la Estrella Roja.
Los hombres se habían dado cuenta de lo que había pasado y elevaron sus voces asombrados. Mnementh advirtió a F’lar que los dragones estaban sorprendidos por el alboroto que armaban sus jinetes.
—Escuchadme, jinetes de dragones —llamó F’lar, la voz distorsionada y ronca en un esfuerzo por hacerla potente para que todos lo oyeran. Esperó a que los hombres se le acercaran lo más posible. Pidió a Mnementh que pasara la información a todos los dragones. Después explicó lo que habían hecho y por qué. Nadie habló, pero hubo miradas nerviosas de ala en ala.
F’lar ordenó con firmeza que los jinetes se desplegaran en una formación escalonada manteniendo una distancia de cinco alas hacia arriba y abajo.
Salió el sol.
Los Hilos caían inclinados a través del mar, como una niebla cada vez más espesa, silenciosos, bellos, traicioneros. Esas esporas que atravesaban el espacio eran de un color gris plateado y giraban a partir de óvalos congelados y duros formando filamentos que penetraban la atmósfera tibia de Pern. Impulsados por algo que era mucho menos que una mente, habían partido de su planeta desierto hacia Pern, una lluvia horrible que buscaba materia orgánica para alimentarse y crecer. Un Hilo que cayera sobre tierra fértil se hundiría profundamente y se propagaría a miles en la tierra tibia, transformándola en un desierto de polvo negro. El continente sur ya se había secado. Los auténticos parásitos de Pern eran los Hilos.
Un rugido en las gargantas de ochenta hombres y dragones rompió el aire de la madrugada sobre las alturas verdes de Nerat. Como si los Hilos pudieran oír ese desafío, pensó F’lar.
Como un solo animal poderoso, los dragones giraron la cabeza hacia sus jinetes buscando la piedra de fuego. Grandes mandíbulas masticaron los terrones. Los fragmentos desaparecieron en las gargantas y las bestias pidieron más piedra. Dentro de los dragones los ácidos abrasaron lo que recibían y prepararon las fosfinas venenosas. Cuando los dragones lanzaran el gas, se encendería en grandes llamaradas que quemarían los Hilos en el cielo. Y los quemarían en tierra.
Cuando empezaron a caer los Hilos sobre las orillas de Nerat, el instinto de los dragones se encargó de todo.
La admiración que siempre había sentido F’lar por su compañero bronce alcanzó nuevas cotas en las siguientes horas. Golpeando el aire con poderosos aletazos, Mnementh se lanzó con su aliento flamígero al encuentro de la amenaza que caía del cielo. Los gases, agitados por el viento, ahogaron a F’lar hasta que se le ocurrió agacharse bien cerca del cuello del bronce. El dragón gritó cuando un Hilo le tocó la punta de un ala. Instantáneamente F’lar y él se hundieron en el entre, frío, tranquilo, negro. El Hilo, congelado, cayó a un costado. En menos de un parpadeo, estaban de vuelta a la realidad de los Hilos.
F’lar miró alrededor y vio a dragones que entraban y salían del entre, rodeados de llamas, lanzándose en picado, ascendiendo a las alturas. A medida que el ataque continuaba y cruzaban Nerat lentamente, F’lar empezó a entender el sentido de los movimientos instintivos de ataque y evasión de los dragones. Y los de los Hilos. Porque al contrario de lo que había creído comprender en su estudio de los Registros, los Hilos caían con cierto método. No como una lluvia, en láminas firmes y sin fisuras, sino como ráfagas de nieve, aquí, arriba, allá, de pronto a un costado. Nunca con fluidez, a pesar de la continuidad que parecía darles su nombre.
El jinete veía un pedazo de Hilo por encima. Envuelto en llamas, el dragón que montaba se elevaba en el aire. El jinete tenía la alegría intensa de ver cómo el Hilo se quemaba de punta a punta. A veces, caía uno entre dos jinetes. Uno de los dragones hacía una seña para avisar que él se encargaría y se lanzaba hacia abajo lanzando llamas, quemando el aire a su paso.
Lentamente, pasaron siguiendo los Hilos sobre las selvas pluviales, tan verdes, tan densas, tan tentadoras. F’lar se negaba a pensar lo que un solo Hilo hundido en la tierra podía hacerle a esa tierra fértil. Un Hilo, solamente uno, podía apagar todos los ojos marfileños de las flores luminosas de las enredaderas.
Un dragón aulló en alguna parte a su izquierda. Antes de que pudiera identificar a la bestia, la vio desaparecer en el entre. Oyó otros gritos de dolor, de hombres y de dragones. Trató de ignorarlos y se concentró, como hacían los dragones, en el aquí y el ahora. ¿Recordaría Mnementh esos gritos terribles? F’lar deseaba poder olvidarlos.
De pronto, él, F’lar, jinete de un dragón de bronce, se sintió superfluo. El que combatía era el dragón. El jinete alentaba a su animal, lo consolaba cuando le ardían los Hilos sobre la piel, pero dependía de su instinto y su velocidad.
El fuego caliente rozó las mejillas de F’lar y se hundió como ácido en sus hombros…, un grito de agonía y sorpresa brotó de sus labios. Mnementh lo llevó al piadoso entre y el dolor disminuyó. Asqueado, F’lar se sacudió las heridas todavía ardientes. De nuevo en el aire húmedo de Nerat, el dolor pareció disminuir. Mnementh ronroneó para consolarlo y se lanzaron en picado, escupiendo fuego, tras un pedazo de Hilo.
Asustado y consciente del peligro, F’lar se apresuró a examinarse el hombro herido para asegurarse de que no quedara nada del Hilo.
Bajé muy rápido, le aseguró Mnementh y se alejó un poco de un conjunto de Hilos peligrosos que caían muy cerca. Un dragón castaño los seguía para convertirlos en cenizas.
F’lar no supo si unos minutos o unas horas después bajó la cabeza de pronto y vio, sorprendido, el mar iluminado por el sol. Los Hilos caían sin hacer daño sobre las aguas saladas. Nerat había quedado al este, a la derecha, y la costa pedregosa se curvaba hacia el oeste.
F’lar sintió que tenía todos los músculos agotados. En la excitación enloquecida de la batalla, había olvidado las quemaduras de los hombros y las mejillas. Ahora él y Mnementh se deslizaban lentamente y de pronto todo el cuerpo empezó a dolerle.
Llevó a su dragón, hacia arriba y cuando le pareció que la altura era suficiente, flotaron juntos en el aire. No veía ningún Hilo cayendo tierra adentro. Más abajo, los dragones volaban buscando señales de algún hoyo en la tierra, algún árbol quemado o una planta con indicios de alteraciones.
—Volvamos al Nido —ordenó F’lar a Mnementh con un suspiro profundo.
Oyó que el bronce repetía la orden mientras lo llevaba entre. Estaba tan cansado que ni siquiera visualizó dónde —mucho menos cuándo—, y confió en Mnementh y en su instinto para llevarlo de nuevo a casa a través del tiempo y el espacio.
Honrad a quienes los dragones aman
en idea, favor, palabra y temple.
Que el horror que los dragones retan,
sin dragones, destruye mundos y tierras.
Lessa observó desde la cornisa hacia la roca de la Estrella en el Pico de Benden hasta que las cuatro alas desaparecieron de su vista.
Respiró hondo para acallar un poco sus temores y corrió escaleras abajo hacia el fondo del Nido de Benden. Advirtió que alguien estaba encendiendo un fuego junto al lago y que Manora ya estaba organizando a las mujeres con voz clara pero serena.
El viejo C’gan tenía a todos los cachorros en fila. Lessa vio los ojos llenos de envidia de los jinetes más inexpertos en las ventanas de las barracas. Ya tendrían tiempo para montar un dragón con fuego. Por lo que había dicho F’lar, habría que organizar turnos.
Tembló al subir hacia los cachorros, pero se las arregló para sonreírles. Les dio las órdenes pertinentes y los envió a avisar a los Fuertes, controlando a todos los dragones, uno por uno, para ver si las referencias que les habían dado eran las correctas. Los Fuertes pronto se sacudirían como un hervidero.
Canth le dijo que había Hilos en Keroon, que caían sobre toda la zona desde la bahía de Nerat. Le dijo que F’nor no creía que dos alas bastaran para proteger las colinas.
Lessa se detuvo en la mitad de un paso, tratando de calcular cuántas alas habían salido ya.
El ala de K’net todavía está aquí, le informó Ramoth. En el Pico.
Lessa levantó la vista y vio que el bronce Piyanth abría las alas en respuesta. Ella le dijo que fuera entre a Keroon, cerca de la bahía de Nerat. El ala entera se elevó en el aire y desapareció.
Lessa se volvió con un suspiro para decirle algo a Manora cuando una ráfaga de viento y un olor horrible la sorprendieron. El aire sobre el Nido se llenó de dragones. Estuvo a punto de preguntar a Piyanth por qué no había ido a Keroon cuando se dio cuenta de que había muchas más bestias de las que podía tener el ala de K’net.
Pero si acabáis de iros, exclamó al reconocer el bulto inconfundible del bronce Mnementh.
Para nosotros fue hace dos horas, respondió Mnementh con tal cansancio en la voz que Lessa cerró los ojos, compadecida.
Algunos dragones se deslizaban con rapidez hacia sus nidos. Por la forma extraña y torpe en que lo hacían era evidente que estaban heridos.
Como una sola persona, las mujeres tomaron los potes con ungüento y paños limpios y esperaron a los heridos. Colocaron ungüento sobre las marcas de las quemaduras en los sitios en que las alas parecían una puntilla negra y roja.
Todos los jinetes atendieron primero a sus bestias sin prestar atención a la gravedad de sus propias heridas.
Lessa mantenía un ojo en Mnementh, segura de que F’lar no lo habría mantenido volando de ese modo si hubiera estado herido. Después se entretuvo ayudando a T’sum con el ala derecha de Munth, cruelmente horadada y, de pronto, se dio cuenta de que el cielo sobre la roca de la Estrella estaba vacío.
Se obligó a terminar con Munth antes de ir a buscar al bronce y a su jinete. Cuando los localizó por fin, encontró a Kylara esparciendo ungüento sobre las mejillas y los hombros de F’lar. Avanzaba con decisión hacia los dos cuando le llegó la llamada urgente de Canth. Vio que la cabeza de Mnementh se levantaba hacia ella también. El bronce también había captado el pensamiento del dragón castaño.
—F’lar, Canth dice que necesitan ayuda —exclamó Lessa. No vio que Kylara se alejaba en medio de la multitud.
F’lar no estaba mal herido. Se lo repitió a sí misma varias veces para tranquilizarse. Kylara había tratado ya las quemaduras, que parecían superficiales. Alguien le había buscado otro cuero para reemplazar los harapos del que habían horadado los Hilos. F’lar frunció el ceño e inmediatamente esbozó una mueca porque el gesto le había lastimado la mejilla quemada. Tragó el klah con rapidez.
Mnementh, ¿cuántas bajas en los jinetes de lucha? Ah, no importa, hazlos subir con una carga nueva de piedra.
—¿Estás bien? —le preguntó Lessa, deteniéndolo con una mano sobre el brazo fuerte y duro. No podía irse así, sin decir nada, ¿o sí?
Él sonrió, cansado, le apretó la jarra vacía entre las manos y se las acarició de pasada. Después saltó al cuello de Mnementh. Alguien le entregó unas bolsas llenas de piedras.
Dragones azules, verdes, castaños y bronce se elevaron desde el Bajo del Nido en vuelo rápido y ordenado. Algo más de sesenta dragones flotaron un momento sobre el Nido donde tan pocos minutos antes se habían alineado ochenta.
Muy pocos dragones. Muy pocos jinetes. ¿Cuánto tiempo podrían soportar bajas como ésas?
Canth dijo a Lessa que F’nor necesitaba más piedra de fuego.
Ella miró a su alrededor, ansiosa. Ninguno de los cachorros había vuelto todavía de sus rondas de mensajeros. Un dragón se quejaba de dolor y ella se volvió para atenderlo, pero solamente era la joven Pridith que tropezaba atravesando el Nido hacia los terrenos donde se le daba de comer, empujando con la cabeza a Kylara en un juego infantil mientras las dos caminaban juntas. Los únicos dragones que quedaban estaban heridos o…, de pronto, vio a C’gan, que salía de las barracas de los cachorros.
—C’gan, ¿crees que tú y Tagath podríais llevarle más piedra de fuego a F’nor en Keroon?
—Claro —le aseguró el viejo jinete y levantó el pecho, orgulloso. Le brillaban los ojos. Ella no había pensado enviarlo a ninguna parte, pero él había vivido toda su vida entrenándose para esa emergencia. No debía privarlo del papel que se merecía en este trance.
Sonrió con aprobación al ver que Canth estaba deseoso de partir y los dos apilaron bolsas repletas y pesadas sobre el cuello de Tagath. El viejo dragón azul bailaba y piafaba como si hubiera recuperado la juventud y las fuerzas. Ella les dio las referencias que Canth había visualizado.
Y los miró hasta que los dos desaparecieron sobre la roca de la Estrella.
No es justo. Ellos siempre disfrutan de todo, se quejó Ramoth, furiosa. Lessa la vio de pronto: estaba tomando el sol sobre la cornisa del Nido, abriendo las enormes alas doradas.
—Si masticas la piedra de fuego, te conviertes en una tonta verde —le dijo Lessa con severidad. Pero se sentía divertida por la protesta de la reina.
Visitó a los heridos. La verde B’fol, bella y delicada, gemía y movía la cabeza de un lado a otro. No podía doblar un ala en la que se veía el cartílago desnudo. Estaría fuera de combate durante semanas, pero era la más mal herida de los dragones. Lessa dejó de mirarla apenas vio el horror en los ojos preocupados de la verde.
Al hacer sus rondas, se dio cuenta de que había más hombres que dragones heridos. Dos jinetes del ala de R’gul habían sufrido daños graves en la cabeza. Otro tal vez perdería completamente un ojo. Manora lo había dormido con semilla del sueño. Había otro con el brazo quemado casi hasta el hueso. Y aunque la mayoría de las heridas eran leves, las bajas desesperaron a Lessa. ¿Cuántos más quedarían fuera de combate en Keroon?
De ciento setenta y dos dragones, ya había quince fuera, aunque por suerte algunos de ellos sólo por un par de días.
Una idea sacudió de pronto a Lessa. Si N’ton realmente había montado a Canth, tal vez podría salir en la próxima campaña sobre el dragón de algún herido, ya que había más hombres que dragones fuera de combate. F’lar olvidaba las tradiciones cuando quería. Aquí había otra que se podía romper… si los dragones aceptaban.
Suponiendo que N’ton no fuera el único jinete capaz de subir a otra bestia, ¿cuánto se podía lograr con esa variación? F’lar había dicho que las incursiones no serían tan frecuentes al principio, cuando la Estrella Roja estuviera empezando su ciclo de cincuenta Giros sobre Pern. ¿Pero hasta dónde podía llegar la frecuencia de los ataques? Él lo sabía, sin duda alguna, pero ahora no estaba allí.
Bueno, había tenido razón esa mañana sobre la aparición de los Hilos en Nerat, así que su estudio exhaustivo de esos Registros había dado sus frutos.
No, eso no era exacto en realidad. F’lar se había olvidado de pedirle a sus hombres que prestaran atención al polvo negro tanto como al cambio de clima. Lessa estaba dispuesta a perdonarle el error porque después él lo había solventado, ordenando el viaje entre tiempos a Nerat. Pero tenía la costumbre irritante de adivinar las cosas correctamente. Lessa se corrigió de nuevo. No, Fiar no adivinaba. Estudiaba. Planificaba. Pensaba y después usaba su sentido común. Como cuando había calculado cuándo y dónde caerían los Hilos de acuerdo a los datos de esos Registros malolientes. Lessa empezó a confiar en el futuro de todos.
Y si podía obligar a los jinetes a basarse en el instinto seguro de sus dragones en la batalla, las bajas serían mucho menores.
Un alarido quebró el aire y en ese momento emergió de la nada un dragón azul sobre la roca de la Estrella.
—¡Ramoth! —aulló Lessa en una reacción instintiva, sin saber del todo por qué. La reina estaba en el aire antes de que se hubiera apagado el eco de esa orden. Porque era obvio que ese azul tenía problemas, graves problemas. Estaba tratando de frenar, pero una de sus alas no le obedecía. Su jinete se había deslizado hacia delante sobre el gran hombro y se aferraba con una sola mano al cuello del dragón, en una posición precaria.
Lessa miraba sin poder hacer nada, con las manos sobre la boca. No había ni un solo sonido en el Nido excepto el de las enormes alas de Ramoth. La reina se elevó con rapidez contra el azul y lo apoyó por el lado del ala herida.
Los que miraban contuvieron el aliento al ver resbalar al jinete, que cayó… para aterrizar sobre los amplios hombros de Ramoth.
El azul caía como una piedra. Ramoth se apoyó en el suelo con suavidad y se arrodilló para que las mujeres del nido le quitaran su carga humana.
Era C’gan.
Lessa sintió que se le revolvía el estómago al ver la ruina en que se había convertido la cara del viejo jinete después de la lucha contra los Hilos. Se dejó caer a su lado y reposó la cabeza del guerrero sobre su falda. La gente miraba desde lejos en un círculo silencioso y lleno de respeto.
Manora, con la cara serena como siempre, tenía lágrimas en los ojos. Se arrodilló y apoyó la mano sobre el corazón del viejo jinete. La preocupación le llenaba los ojos. Miró a Lessa. Lentamente, meneó la cabeza. Después, apretó los labios en una línea fina y empezó a aplicar el ungüento para mitigar el dolor.
—Demasiado viejo, sin dientes para arrojar fuego. Demasiado lento para saltar al entre —murmuró C’gan, volviendo la cabeza de un lado a otro—. Demasiado viejo. Pero «Hombres dragón, alzad el vuelo/cuando hay Hilos en el cielo…». —Se le quebró la voz y cerró los ojos.
Lessa y Manora se miraron, angustiadas. Una nota terrible, aguda, atronadora rompió el silencio. Tagath saltó hacia arriba en un esfuerzo tremendo. Los ojos de C’gan se abrieron lentamente, ciegos. Lessa, sin respirar, miró al dragón azul, tratando de negar lo inevitable, mientras Tagath desaparecía en el aire.
Un gemido bajo se difundió por todo el nido, como el grito desgarrado, solitario del viento. Los dragones rendían su tributo.
—¿Se… ha ido? —preguntó Lessa, aunque ya lo sabía.
Manora asintió lentamente con las lágrimas corriéndole por las mejillas mientras se agachaba para cerrarle los ojos a C’gan.
Lessa se incorporó lentamente, dirigiendo un gesto a algunas mujeres para que se llevaran el cuerpo del jinete muerto. Se frotó las manos ensangrentadas sobre la falda sin prestar demasiada atención mientras trataba de concentrarse en lo que debía hacer después.
Pero su mente volvía a lo que acababa de presenciar. Un jinete había muerto. Su dragón también. Los Hilos habían acabado ya con un par. ¿Cuántos más morirían en ese Giro cruel? ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir el Nido? Aun después de que maduraran los cuarenta cachorros de Ramoth, y los que concibieran después, ella y sus hijas reinas, ¿cuánto podría sobrevivir el Nido?
Lessa se apartó de todos para tranquilizarse y aliviar un poco su angustia. Vio que Ramoth giraba y se deslizaba para aterrizar sobre el Pico. Un día, muy pronto, ¿tendría que ver esas alas doradas manchadas de rojo y negro con las marcas de los Hilos? ¿Desaparecería Ramoth?
No, Ramoth no. No mientras Lessa viviera.
F’lar le había dicho hacía ya mucho que debía aprender a pensar en algo más que los reducidos horizontes del Fuerte Ruatha y la venganza personal. Como siempre, había tenido razón. Como Jefa del Nido bajo el tutelaje de F’lar había aprendido también que vivir era mucho más que criar dragones y luchar en los Juegos de Primavera. Vivir era pelear para conseguir que sucediera algo imposible… o morir sabiendo que se había intentado todo.
Lessa se dio cuenta de que acababa de aceptar totalmente su papel. Como Jefa del Nido, como compañera, para ayudar a F’lar a formar hombres y cambiar hechos que seguirían importando durante muchos Giros…, para salvar a Pern de los Hilos.
Enderezó los hombros y levantó el mentón.
El viejo C’gan tenía razón.
¡Hombres dragón, alzad el vuelo
cuando hay Hilos en el cielo!
Que el horror que los dragones retan
sin dragones, destruye mundos y tierras.
Como había predicho F’lar, el ataque terminó a mediodía y los dragones y jinetes agotados entraron en el Pico precedidos por la voz aguda de Ramoth.
Cuando se aseguró de que F’lar no había recibido más heridas, de que las de F’nor eran superficiales y de que Manora tenía a Kylara ocupada en las cocinas, Lessa se dedicó a organizar el cuidado de los heridos y el consuelo de los preocupados.
Cuando cayó la noche, una paz inquieta se apoderó del Nido, la paz de mentes y cuerpos demasiado cansados y doloridos para hablar. Lessa sentía que sus propias palabras se burlaban de ella mientras confeccionaba la lista de hombres y bestias heridas. Veintiocho parejas hombres dragón estarían fuera del combate para la próxima batalla contra los Hilos. C’gan era la única baja fatal, pero había habido más dragones gravemente heridos en Keroon y siete hombres mal parados que deberían guardar reposo durante meses.
Lessa cruzó el Bajo hacia su nido. No quería hacerlo, pero debía dar las malas noticias a F’lar.
Esperaba encontrarlo en el dormitorio, pero estaba vacío. Ramoth descansaba ya cuando Lessa pasó a su lado hacia la Sala de Consejo, también vacía. Extrañada y un poco alarmada, casi corrió por los escalones hacia la Sala de Registros y allí encontró a F’lar, pálido, con la cabeza inclinada sobre pieles con olor a viejo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, enojada—. Deberías estar durmiendo.
—Lo mismo te digo —replicó él arrastrando las vocales, divertido.
—Yo estaba ayudando a Manora a instalar a los heridos…
—Cada uno en lo suyo. —Pero se reclinó hacia atrás en la mesa, se frotó el cuello y rotó el hombro lastimado para tratar de relajar los músculos—. No podía dormir —admitió—, y se me ocurrió que sería mejor ver qué respuestas puedo encontrar en los Registros.
—¿Más respuestas? ¿A qué? —exclamó Lessa, casi indignada. Como si los Registros contestaran las preguntas alguna vez. Obviamente las terribles responsabilidades de la defensa de Pern contra los Hilos empezaban a pesarle al Líder del Nido. Después de todo, había pasado por el esfuerzo y el horror de la primera batalla, por no mencionar la presión del viaje entre tiempos para llegar a Nerat antes que los Hilos.
F’lar sonrió e indicó con un gesto que se sentara junto a él en el banco, cerca de la pared.
—Necesito la respuesta a la pregunta cada vez más acuciante de cómo podemos aumentar la fuerza de un Nido para que haga el trabajo de seis.
Lessa se debatió contra la sensación de pánico que la invadió, una onda fría desde las entrañas.
—Ah, tus tablas de tiempo se ocuparán de eso —replicó con galantería—. Podrás conservar a estos dragones hasta que los nuevos cuarenta se te unan.
F’lar levantó una ceja burlona.
—Seamos sinceros con nosotros mismos, Lessa.
—Pero ha habido Intervalos Largos antes —argumentó ella— y así como otros sobrevivieron en el pasado, nosotros podremos hacerlo de nuevo.
—Pero antes siempre hubo seis Nidos. Y veinte Giros antes de que la Estrella empezara su Paso, las reinas producían camadas enormes. Todas las reinas, no solamente una fiel y dorada Ramoth. Ah, ¡cómo maldigo a Jora! —Se levantó violentamente y empezó a caminar de un lado a otro, apartándose de la cara el mechón de cabello que le caía sobre la frente.
Lessa estaba desgarrada por la lucha entre el deseo de consolarlo y el miedo paralizante, asfixiante que sentía en la boca del estómago y que le entorpecía los pensamientos.
—No tenías tantas dudas a…
Él giró sobre sus talones para mirarla.
—No hasta que me vi frente a los Hilos y conté el número de heridos. Eso inclina la balanza contra nosotros. Incluso si podemos montar a otros jinetes en los dragones sanos, nos resultará difícil organizar una fuerza continua y eficiente en el aire y mantener al mismo tiempo una guardia decente. —Vio la mirada intrigada de Lessa—. Y ahora hay que recorrer Nerat a pie. Sería una estupidez pensar que destruimos todos los Hilos en el aire.
—Que lo hagan los de los Fuertes. No pueden meterse en sus patios internos y dejar que nosotros nos encarguemos de todo. Si no hubieran sido tan miserables y estúpidos…
Él interrumpió la queja con un gesto abrupto.
—Cumplirán con su parte, te lo aseguro —le prometió—. Voy a reunir un Consejo general mañana. Quiero que venga la gente de los Fuertes y los Artesanos. Pero no se trata sólo de marcar el sitio en que cayeron los Hilos. ¿Cómo se destruye un Hilo que ha profundizado en la tierra, debajo de la superficie? El aliento de un dragón es excelente para el aire y la superficie, pero no sirve a dos metros de profundidad.
—Ah, no había pensado en ese problema. Pero están los agujeros de fuego…
—Solamente en las alturas y cerca de los lugares habitados por seres humanos, no en las colinas de Keroon o en las selvas pluviales y verdes de Nerat…
Era cierto. Y preocupante. Lessa rió, nerviosa, tensa.
—Es una tontería de mi parte haber pensado que nuestros dragones bastarían para que Pern resolviera el problema de los Hilos. Pero… —Se encogió de hombros, expresiva.
—Hay otros métodos —dijo F’lar—, o los había. Tienen que haber existido. He leído muchas menciones de que los Fuertes organizaban grupos de tierra y de que estaban armados con fuego. No hablan del tipo de fuego, porque era tan conocido que no hacía falta explicarlo. —Levantó las manos al cielo en un gesto de desesperación y se volvió a dejar caer sobre el banco—. Ni siquiera quinientos dragones habrían podido quemar todos los Hilos que cayeron hoy. Pero nuestros antepasados se las arreglaron para mantener Pern libre de Hilos.
—Pern sí, pero ¿y el Continente Sur? ¿O acaso estaban demasiado ocupados con lo de Pern?
—Nadie se preocupó por el Continente Sur en miles de Giros —dijo F’lar, despectivo.
—Está en los mapas —le recordó Lessa.
Él hizo un gesto de desprecio y asco hacia los Registros ordenados en pilas poco comunicativas sobre la larga mesa.
—La respuesta tiene que estar ahí. En alguna parte.
Había un matiz de desesperación en su voz, una señal de que se consideraba culpable por no haber descubierto los hechos que lo eludían.
—La mitad de eso no era legible ni para los que lo escribieron —dijo Lessa con seriedad—, además de que han sido tus ideas las que nos han ayudado hasta ahora. Tú compilaste los mapas de tiempos y encontraste lo que había de valioso en ellos.
—Me estoy volviendo demasiado apegado a los cueros de nuevo, ¿eh? —le preguntó él, con una sonrisa sarcástica en un lado de su boca.
—Sin duda —le aseguró ella con más confianza de la que sentía—. Los dos sabemos que los Registros tienen omisiones flagrantes.
—Bien dicho, Lessa. Así que olvidemos esos preceptos anticuados y malos consejeros y pensemos por nosotros mismos. Primero, necesitamos más dragones. Segundo, los necesitamos ahora. Tercero, precisamos algo tan eficiente como un dragón para destruir los Hilos que se meten bajo tierra.
—Cuarto, necesitamos dormir o no podremos pensar en nada —agregó ella con un toque de su aspereza habitual.
F’lar se rió abiertamente y la abrazó.
—Cuando te empeñas en algo… —bromeó mientras la acariciaba.
Ella lo empujó en vano, tratando de escaparse. Para ser un hombre agotado, herido, estaba demasiado lleno de impulsos amorosos. Ah, Kylara. La presunción de esa mujer, curándole las heridas.
—Mi responsabilidad como Jefa del Nido incluye cuidarte a ti, el Líder del Nido.
—Pero te pasaste horas con los jinetes de azules y a mí me dejaste en las dulces manos de Kylara.
—No me pareció que tuvieras ninguna objeción.
F’lar echó la cabeza hacia atrás y rió.
—¿Quieres que abra el Nido Fort y la envíe allí? —bromeó.
—La verdad es que preferiría que Kylara estuviera no sólo a kilómetros de aquí, sino también a muchos Giros, te lo aseguro —le espetó Lessa, irritada.
La mandíbula de F’lar cambió la expresión de su cara. Se le abrieron más los ojos. Saltó sobre sus pies casi gritando.
—¡Acabas de decirlo!
—¿Decir qué?
—¡A muchos Giros! Claro, claro. Enviaremos a Kylara hacia atrás, entre tiempos, con su reina y los nuevos dragones. —F’lar caminaba de un lado a otro por la habitación mientras Lessa trataba de seguir su razonamiento—. No, mejor enviar por lo menos a uno de los viejos bronces. Y a F’nor también… Preferiría que F’nor se encargara de todo… Discretamente, claro…
—¿Enviar a Kylara hacia atrás…, adonde? ¿A qué momento del pasado? —lo interrumpió Lessa.
—Buena pregunta. —F’lar abrió los ubicuos mapas—. Muy buena pregunta. ¿Adónde podemos enviarlos por aquí sin causar anomalías por estar presentes en uno de los otros Nidos? Las alturas son remotas. No, ya encontramos restos de fuegos allí, todavía tibios, y nadie sabe quién los hizo ni por qué. Y si ya los hubiéramos enviado atrás, hubieran estado listos para lo de hoy, y no lo estaban. Así que no pueden haber estado en dos lugares al mismo tiempo… —Meneó la cabeza, aturdido por la paradoja.
Los ojos de Lessa estaban fijos en el perfil negro del Continente Sur, ese continente del que nadie se había preocupado.
—Envíalos allí —sugirió con voz dulce.
—Ahí no hay nada.
—Entonces llevemos lo que haga falta. Tiene que haber agua, los Hilos no absorben el agua. Llevaremos todo lo demás, paja para las camas, grano…
F’lar frunció el ceño, concentrado, los ojos brillantes de ideas, olvidadas ya la depresión y la sensación de derrota de hacía unos minutos.
—Los Hilos no estaban allí hace diez Giros. Y antes, durante cerca de cuatrocientos. Diez Giros le darán tiempo a Pridith para madurar y tener varias camadas de dragones. Tal vez más reinas.
Después frunció el ceño y meneó la cabeza en son de duda.
—No, ahí no hay ningún Nido. No hay una Sala de Puesta, no…
—¿Cómo lo sabemos? —lo interrumpió Lessa con voz dura, demasiado entusiasmada con el proyecto como para abandonarlo sin más—. Los Registros no mencionan el Continente Sur, es cierto, pero omiten muchas otras cosas. ¿Cómo sabemos que no ha reverdecido después de cuatrocientos Giros desde la última caída de los Hilos? Sabemos que los Hilos no duran mucho a menos que haya materia orgánica para alimentarse. Cuando lo han devorado todo, se secan.
F’lar la contempló con admiración.
—¿Por qué no se le ha ocurrido a nadie?
—Demasiado apegados a los cueros. —Lessa movía el dedo como riñéndolo—. Además, no había necesidad alguna de pensarlo.
—La necesidad…, ¿o son los celos?, rompe más de un huevo bien duro. —Había una sonrisa de malicia en la cara de F’lar y Lessa giró cuando él quiso atraparla.
—Por el bien del Nido —replicó ella.
—Además, te enviaré mañana con F’nor a investigar. Me parece justo porque ha sido idea tuya.
Lessa se quedó quieta.
—¿Tú no vendrás?
—Sé que puedo dejar este proyecto en tus muy capaces e interesadas manos. —Rió y la apretó contra su lado sano, sonriéndole con los ojos brillantes—. Tengo que seguir mi papel de severo Líder del Nido y conseguir que los Señores de los Fuertes no se encierren en sus Puertas Interiores. Y espero —levantó la cabeza con el ceño fruncido durante un instante—, espero que uno de los Artesanos conozca la solución al tercer problema: destruir los Hilos hundidos en la tierra.
—Pero…
—Ramoth podrá tranquilizarse durante el viaje. —Apretó el cuerpo frágil de la muchacha contra el suyo y puso toda su atención en esa cara delicada, extraña—. Lessa, tú eres mi cuarto problema. —Se inclinó para besarla.
En ese momento, se oyeron pasos apresurados por el corredor. F’lar esbozó una mueca irritada y la dejó ir.
—¿A esta hora? —murmuró, listo para echar al intruso inmediatamente—. ¿Quién es?
—¿F’lar? —Era la voz de F’nor, ansiosa, ronca.
La mirada en la cara de F’lar dijo a Lessa que ni siquiera su hermanastro se salvaría de una reprimenda y eso la alegró sin razón.
Pero en cuanto F’nor entró en la habitación, tanto la Jefa del Nido como el Líder se quedaron mirándolo en silencio. Había algo que no andaba del todo bien en el jinete de castaño, y cuando el hombre empezó a decir su mensaje incoherente la diferencia se registró de pronto en la mente de Lessa. ¡Ese hombre estaba tostado por el sol! ¡No tenía vendajes ni la más mínima señal de la marca de un Hilo sobre su mejilla, esa marca que ella misma había atendido esa mañana!
—¡F’lar, no funciona bien! ¡No se puede vivir en dos épocas al mismo tiempo! —decía F’nor con gesto perturbado. Se tambaleó contra la pared, aferrándose a la roca para mantenerse en pie. Tenía ojeras profundas, ojeras que eran visibles a pesar del color tostado de la piel—. No sé cuánto más podremos resistir de esta forma. Todos estamos afectados. Algunos más que otros…
—No entiendo.
—Tus dragones están bien —le aseguró F’nor con una risa amarga—. A ellos no les molesta. Siguen tan cuerdos como antes. Pero los jinetes, toda la gente del Nido…, somos sombras, vivos a medias, como hombres sin dragones, una parte de nosotros ha desaparecido para siempre. Excepto Kylara. —Su cara se contrajo en una mueca de intenso desagrado—. Lo único que quiere hacer es volver y mirarse a sí misma. El ego de esa mujer nos destruirá a todos. Tengo miedo.
De pronto, pareció dejar de enfocar con los ojos y se tambaleó con fuerza. Se le abrieron los ojos de nuevo y abrió la boca.
—No puedo quedarme. Ya estoy aquí en realidad. Y estoy demasiado cerca. Eso hace que todo empeore. Pero tenía que advertirte, F’lar. Nos quedaremos todo lo que podamos, pero no será mucho más…, así que no será suficiente, pero lo intentamos. ¡Lo intentamos!
Antes de que F’lar pudiera moverse, el jinete de castaño giró y salió corriendo medio agachado de la habitación.
—¡Pero si todavía no se ha ido! —jadeó Lessa—. ¡Si todavía no se ha ido!
F’lar seguía mirando en la dirección en la que había desaparecido su hermanastro, las cejas contraídas por la ansiedad que sentía.
—¿Qué puede haber pasado? —le preguntó Lessa—. Ni siquiera se lo dijimos a F’nor. Apenas si hemos empezado a considerar la idea. —Se llevó la mano al cuello—. Y la marca del Hilo…, yo se la curé hoy mismo…, y ya no está. No está. Así que hace mucho que se fue. —Se dejó caer sobre el banco.
—Pero ha vuelto. Por lo tanto se había ido —hizo notar F’lar lentamente en un tono de voz reflexivo—. Y ahora sabemos que la aventura no resultó todo un éxito y lo sabemos antes de haberla lanzado. Y sabiéndolo, lo enviamos de todos modos unos diez Giros hacia atrás para lograr lo que sea que vayamos a lograr con esto. —F’lar hizo una pausa, pensativo—. Por lo tanto, no tenemos más alternativa que seguir adelante con el experimento.
—¿Pero qué ha salido mal?
—Creo que lo sé y no hay forma de arreglarlo. —F’lar se sentó junto a ella, mirándola fijamente—. Lessa, tú estabas muy perturbada cuando volviste de volar entre a Ruatha la primera vez. Y ahora creo que era más que la impresión de haber visto a los hombres de Fax invadiendo tu Fuerte o la de pensar que tal vez tú eras responsable por el desastre. Creo que tiene que ver con estar en dos sitios al mismo tiempo. —Dudó de nuevo, tratando de entender ese concepto nuevo e inmenso a medida que lo iba enunciando.
Lessa lo miró con tal respeto que él descubrió que se estaba riendo, avergonzado.
—En cualquier circunstancia es terriblemente perturbador pensar en volver y verse a sí mismo, más joven —continuó.
—Eso debe de haber sido lo que quiso decir cuando habló de Kylara —jadeó Lessa—, eso de que ella quería volver y verse a sí misma…, de niña. Ah, esa estúpida mujeruca… —Lessa estaba furiosa por la forma en que Kylara se obsesionaba consigo misma—. Criatura egoísta y tonta. Lo echará todo a perder.
—Todavía no —le recordó F’lar—. Mira, aunque F’nor nos haya advertido de que la situación en su tiempo se está haciendo desesperada, no nos dijo cuánto había logrado. Sin embargo, notaste que su herida se había borrado completamente, por lo tanto deben de haber transcurrido algunos Giros. Si Pridith puso una sola camada buena, si los cuarenta de Ramoth maduran lo suficiente como para pelear dentro de tres días, ya habremos logrado algo. Por lo tanto, Jefa del Nido —dijo y vio cómo ella se enderezaba al oír su título en los labios del Líder—, debemos olvidar el regreso de F’nor. Mañana, cuando vueles al Continente Sur, no hagas ninguna alusión a él. ¿Entiendes?
Lessa asintió con seriedad y después suspiró.
—No sé si estoy contenta o desilusionada de saber antes de la exploración que evidentemente el Continente Sur puede albergar un Nido —dijo con cansancio—. Era alentador tener que preguntarse si resultaría.
—De todos modos —dijo F’lar—, encontramos ya una parte de las respuestas a los problemas uno y dos.
—Bueno, será mejor que contestemos al número cuatro ahora mismo —sugirió Lessa—. Sin discutir.
Minero, herrero, músico, tejedor,
curtidor, granjero, pastor, señor,
venid, volad como el viento, prestad atención
al mensaje urgente del hombre dragón.
Los dos se las arreglaron para no hacer referencia alguna al regreso prematuro de la noche anterior cuando hablaron con F’nor a la mañana siguiente. F’lar le pidió al castaño Canth que enviara a su jinete al nido de la Reina en cuanto se despertara y se alegró de ver llegar a F’nor casi inmediatamente. Si el hermanastro del Líder advirtió la mirada curiosa e intensa que dirigió Lessa a su rostro herido, no lo dijo. En realidad, cuando F’lar le describió a grandes rasgos la aventura increíble de ir a reconocer el Continente Sur para ver si ofrecía la posibilidad de empezar allí un nuevo Nido diez Giros antes en el tiempo, F’nor se olvidó completamente de sus heridas.
—Me gustaría mucho ir si envías a T’bor con Kylara. No quiero esperar que N’ton y su bronce crezcan lo suficiente para ella. T’bor y ella son como… —No terminó la frase pero dirigió una mirada a Lessa—. Bueno, son lo más cercano a una pareja que se puede pedir. No me molesta que me importunen, pero hay límites a lo que cualquier hombre está dispuesto a hacer por lealtad a la especie de los dragones.
F’lar apenas se las arregló para dominar una sonrisa. La reticencia de F’nor le parecía divertida. Kylara trataba de conquistar a todos y cada uno de los jinetes y como F’nor no le había respondido, estaba decidida a seguir intentándolo y triunfar.
—Espero que dos bronces sean suficientes. Pridith también puede tener opiniones propias cuando llegue el momento de aparearse.
—¡No se puede transformar un castaño en un bronce! —exclamó F’nor con tal desesperación que F’lar ya no pudo seguir dominándose y se rió—. ¡Ah, vamos! —Y eso detuvo la risa de Lessa—. Vosotros sois igualmente desastrosos como pareja —ladró F’nor, levantándose—. Si debemos ir al sur, Jefa del Nido, será mejor que nos marchemos ahora. Sobre todo si queremos darle a este loco risueño la oportunidad de recuperar el control antes de que desciendan los solemnes señores. Voy a pedirle provisiones a Manora. ¿Lessa? ¿Vienes o no?
Lessa, apretándose la boca para no seguir riendo, cogió su capa de vuelo y lo siguió. Por lo menos la aventura empezaba bien.
Con la jarra de klah y la taza en la mano, F’lar llegó a la Sala del Consejo mientras trataba de decidirse sobre si debía anunciar la aventura del Continente Sur a los Señores y Artesanos. La habilidad de los dragones para volar entre tiempos además de entre lugares todavía no se había hecho pública. Los Señores tal vez no se habían dado cuenta de que eso era lo que había permitido a los jinetes llegar antes que los Hilos a Nerat. Si F’lat hubiera podido estar seguro de que el proyecto serviría de algo…, bueno, eso hubiera insuflado un poco de optimismo a la reunión.
Pero no…, que los Señores se conformaran con los mapas y las ondas de tiempos y ataques de los Hilos como premio.
Los visitantes no tardaron mucho en reunirse. No tuvieron demasiado éxito en su intento por ocultar el miedo y la impresión que los embargaba ahora que los Hilos habían vuelto a caer desde la Estrella Roja, amenazando toda la vida en Pern. Iba a ser una sesión muy difícil, decidió F’lar, amargado. Experimentó un deseo súbito, que suprimió con rapidez. Deseaba haberse marchado con Lessa y F’nor al Continente Sur. Pero en lugar de eso, se inclinó sobre los mapas con fingida concentración.
Pronto, solamente faltaron dos, Meron de Nabol (al que F’lar hubiera querido no incluir en la invitación porque era un hombre que siempre causaba problemas), y Lytol de Ruatha. F’lar había enviado a buscar a Lytol al final porque no quería que Lessa se encontrara con él. La Jefa del Nido todavía era muy sensible —y según opinión de F’lar, su actitud era insensata— al recuerdo de haber tenido que renunciar a sus derechos sobre Ruatha en favor del hijo de lady Gemma. Lytol, como Guardián de Ruatha, tenía un lugar en esa reunión. Además, era un ex-hombre dragón. Su vuelta al Nido era ya lo bastante traumática para él sin que Lessa lo empeorara con su resentimiento. Con la excepción del joven Larad de Telgar, Lytol era el mejor aliado del Nido.
En ese momento entró S’lel seguido de Meron. El hombre del Fuerte estaba furioso por la llamada, se evidenciaba en su forma de caminar, en sus ojos, en su postura altanera. Pero era evidente que se sentía tan lleno de curiosidad como de enojo. Solamente saludó con un gesto a Larad entre los Señores y se sentó a su lado en una silla que Larad había dejado vacía. Su forma de sentarse ponía de manifiesto que ese lugar quedaba media habitación demasiado cerca de F’lar para su gusto.
El Líder del Nido respondió al saludo de S’lel e indicó al jinete de bronce que se sentara. Había pensado muy bien la forma en que se distribuirían en el Salón del Consejo y había intercalado cuidadosamente a Artesanos y Señores con jinetes de bronces y castaños. Ahora quedaba muy poco lugar para moverse en esa caverna de proporciones generosas y por lo tanto, tampoco había lugar para sacar las dagas si los ánimos se caldeaban demasiado.
Un silencio dominó la habitación de pronto. F’lar levantó la vista y vio al ex-hombre dragón, el cuerpo brillante, enorme, de pie sobre el umbral del Consejo. El Guardián levantó la mano en un saludo respetuoso al Líder del Nido. F’lar le devolvió el gesto y advirtió que el tic de la mejilla izquierda de Lytol temblaba casi constantemente.
Los ojos de Lytol, oscuros de dolor e inquietud interna, recorrieron la habitación. Dirigió un gesto a los miembros de su antigua ala, a Larad y Zurg, jefes de sus artesanos tejedores. Con la pierna tiesa, caminó hasta el asiento que le quedaba, murmurando un saludo a T’sum, a su izquierda.
F’lar se levantó.
—Aprecio que hayáis venido, buenos Señores y Artesanos. Los Hilos están cayendo de nuevo. El primer ataque se detuvo en el cielo. Señor Vincet —el preocupado Guardián de Nerat levantó la vista, alarmado—, hemos enviado una patrulla a la selva pluvial para hacer vuelos de rastreo y buscar los agujeros que hayan quedado.
Vincet tragó saliva, nervioso, la cara pálida al pensar en lo que podían hacerle los Hilos a su tierra verde y fértil.
—Necesitaremos a vuestros mejores hombres de la jungla para…
—¿Mis hombres? Pero acabáis de decir que el ataque se detuvo en el cielo…
—No tiene sentido arriesgarse y darles una oportunidad a los Hilos —replicó F’lar, con lo que quería dar a entender que la patrulla era solamente una precaución en lugar de la necesidad que él pensaba.
Vincet tragó saliva de nuevo y miró a su alrededor para ver si alguien sentía lo mismo que él y lo acompañaba en sus preocupaciones. Nadie. Todo el mundo estaría muy pronto en su posición.
—Hay una patrulla en Keroon e Igen. —F’lar miró primero al Señor Corman, después al Señor Banger, quien asintió con seriedad—. Dejadme deciros, para que os sintáis algo más seguros, que no habrá más ataques hasta dentro de tres días y cuatro horas. —F’lar apoyó la mano en el mapa correspondiente—. Los Hilos empezarán a caer más o menos en Telgar, se deslizarán hacia el oeste sobre la parte sur de Crom, que es montañosa, y atravesarán Ruatha y el extremo sur de Nabol.
—¿Cómo podéis estar seguro de eso?
F’lar reconoció la voz despectiva de Meron de Nabol.
—Los Hilos no caen al azar, Señor Meron —replicó F’lar—. Caen según un esquema definido y predecible. Los ataques duran exactamente seis horas. Los intervalos entre un ataque y otro se irán reduciendo gradualmente en los próximos Giros a medida que la Estrella Roja se acerque a Pern. Después, durante por lo menos cuarenta Giros completos, mientras la Estrella Roja gire a nuestro alrededor, los ataques vendrán cada catorce horas.
—Eso es lo que vos decís —se burló Meron, y se levantó un leve murmullo de aprobación a sus palabras.
—Eso dicen las Baladas Maestras —interrumpió Larad con firmeza.
Meron miró al señor de Telgar y continuó hablando.
—Recuerdo otra de vuestras predicciones según la cual los Hilos empezarían a caer inmediatamente después del Solsticio.
—Y eso fue lo que pasó —lo interrumpió F’lar—. Cayeron. Como polvo negro en los Fuertes del Norte. Por la forma en que sucedieron las cosas, debemos agradecer a nuestra buena estrella el haber tenido Giros Fríos largos y severos.
—¿Polvo? —preguntó Nessel de Crom—. ¿Ese polvo era de los Hilos? —El hombre era uno de los parientes de Fax y estaba bajo la influencia de Meron. Era más viejo que él y había aprendido lecciones observando las conquistas sangrientas de sus parientes. No tenía la inteligencia suficiente para mejorar el original—. Mi Fuerte todavía está inundado de ese polvo. ¿Es peligroso?
F’lar meneó la cabeza.
—¿Cuánto hace que cae el polvo negro en vuestro Fuerte? ¿Semanas? ¿Ha causado daño hasta ahora?
Nessel frunció el ceño.
—Estoy interesado en vuestros mapas, Líder del Nido —intervino Larad de Telgar con suavidad—. ¿Nos pueden dar una idea exacta de la frecuencia con que podemos esperar que caigan los Hilos en nuestros Fuertes?
—Sí. También podéis estar seguros de que los hombres dragón llegarán inmediatamente antes del momento de la invasión —siguió F’lar—. Sin embargo, hay ciertas medidas adicionales que debéis tomar vosotros mismos. Por eso he convocado este Consejo.
—Un momento —gruñó Corman de Keroon—. Quiero una copia de esos extraños mapas vuestros. Quiero saber lo que significan esas bandas y líneas onduladas. Quiero…
—Naturalmente, habrá una copia para cada uno. Espero poder pedirle al Maestro Cantor Robinton —F’lar hizo un gesto respetuoso con la cabeza hacia el Artesano— que supervise la reproducción y se asegure de que todos entienden el cuadro.
Robinton, un hombre alto, flaco, con la cara saturnina y arrugada, hizo una reverencia. Una sonrisa leve le curvó los labios anchos cuando vio las miradas esperanzadas de los Señores de los Fuertes. Su arte, como el de los hombres dragón, había sido objeto de burlas durante mucho tiempo, y esta nueva situación le resultaba divertida. Las circunstancias en las que se encontraba la escéptica Pern eran demasiado irónicas para no agradar a su sentido innato de justicia. Pero ahora se contentó con una reverencia y una frase bastante mansa.
—En verdad, todos tendrán que obedecer al señor. —Su voz era profunda, sus palabras enunciadas sin tono provinciano.
F’lar, a punto de hablar de nuevo, levantó la vista bruscamente hacia Robinton cuando comprendió el doble sentido de la frase. Larad también miró al Maestro Cantor y carraspeó con rudeza.
—Todos tendrán sus mapas —asintió, adelantándose a Meron, que había abierto la boca como para hablar—. Los hombres dragón vendrán cuando caigan los Hilos. ¿De qué medidas suplementarias habláis? ¿Y por qué son necesarias?
Todos los ojos volvieron a fijarse en F’lar.
—Sólo tenemos un Nido. Siempre hubo seis Nidos en Pern.
—Pero se dice que Ramoth puso cuarenta huevos —declaró alguien en el fondo de la habitación—. ¿Por qué hicisteis otra Búsqueda de jóvenes?
—Cuarenta y un dragones todavía inmaduros —dijo F’lar. En privado aún esperaba que la aventura del sur terminara bien. Había miedo verdadero en la voz del hombre que había formulado la pregunta—. Crecen bien y rápido. Por ahora, mientras los Hilos no golpeen con mucha frecuencia (la Estrella Roja apenas está empezando su Paso) nuestro Nido bastará…, si podemos contar con vuestra colaboración en tierra. La tradición dice que —y asintió con tacto hacia Robinton, depositario de las interpretaciones de la Tradición— vosotros, los que vivís en los Fuertes, sois responsables solamente por vosotros mismos y por el lugar donde vivís, que por supuesto está bien protegido por los pozos de fuego y la piedra. Pero estamos en primavera y nuestras montañas están llenas de vegetación. La tierra cultivada florece llena de capullos y brotes. Eso hace que el área de tierra vulnerable a los Hilos sea muy extensa, y en este momento, un solo Nido no puede patrullar un área tan grande sin disminuir peligrosamente la vitalidad de nuestros jinetes y dragones.
Esa franca admisión provocó un murmullo de inquietud y miedo en toda la habitación.
—Ramoth se levantará muy pronto en otro vuelo nupcial —continuó F’lar en voz absolutamente normal—. Cierto es que en el pasado las reinas empezaban a producir camadas grandes muchos Giros antes del solsticio crítico, y dentro de esas camadas había más reinas. Por desgracia, Jora estaba vieja y enferma y Nemorth era intratable. El problema… —Pero alguien lo interrumpió.
—¡Vuestros hombres dragón, con esos aires de importancia, nos van a destruir a todos!
—Solamente podéis culparos a vosotros mismos —retumbó la voz de Robinton por encima de los gritos que siguieron a la primera exclamación—. Admitidlo, todos y cada uno de vosotros… Habéis prestado menos atención y rendido menos honores al Nido que a vuestro grifo principal, y los que le brindáis a él no son muy grandes por cierto. Pero ahora han llegado los ladrones y aulláis porque el pobre reptil está casi muerto por la forma en que lo habéis descuidado. ¿Vais a pegarle ahora, cuando antes lo encerrasteis en la cuadra por tratar de advertiros? ¿Cuándo antes trató de hacer que os prepararais para la lucha y no lo escuchasteis? El problema pesa sobre vuestra conciencia, no sobre la del Líder del Nido ni sus hombres dragón, que han cumplido con su deber honestamente durante cientos de Giros, manteniendo viva la estirpe y la tradición de los dragones…, contra vuestras protestas. ¿Cuántos de vosotros —preguntó y su tono era burlón— habéis sido generosos en pensamiento y acto hacia la estirpe del dragón? Desde que me convertí en maestro de mi oficio, ¿cuántas veces me han contado mis hombres que los habían apaleado por cantar la vieja canción como debían? Es pura justicia, buenos Señores y Artesanos, que tengáis que hundiros en vuestros Fuertes de piedra y retorceros mientras vuestras cosechas sufren la muerte de los Hilos.
Se levantó.
—«No van a caer más Hilos. Es un cuento del maestro cantor para pasar el rato» —gimió en una imitación clara de Nessel—. «Estos hombres dragón se aprovechan de nuestros herederos y nuestras cosechas». —Ahora su voz tomó un tono insinuante, reprimido, que solamente podía parecerse al de Meron—. Ya veis, la verdad es tan amarga como los miedos de un joven valiente y tan difícil como masticar piedras. Por el honor que les habéis hecho, los hombres dragón deberían dejaros morir en el fuego de los Hilos.
—Bitra, Lemos y yo —intervino Raid, el robusto Señor de Benden, en voz bien alta y con el mentón levantado en actitud beligerante— siempre cumplimos con nuestro deber para con el Nido.
Robinton giró en redondo, con los ojos brillantes, mientras miraba al que había hablado de arriba abajo.
—Sí, es cierto. De todos los Grandes Fuertes, sólo vosotros tres habéis sido leales. Pero en cuanto a los demás —y su voz se elevó, indignada—, como portavoz de mi oficio, sé, hasta el último detalle, lo que opináis de la estirpe del dragón. Oí cómo se elevaba el primer rumor de vuestra intención de atacar el Nido. —Rió con voz ronca y señaló con el dedo a Vincet—. ¿Dónde estaríais hoy, buen Señor Vincet, si el Nido no os hubiera enviado de vuelta, esperando que vuestras mujeres os fueran enviadas detrás? Todos vosotros —y el dedo acusador marcó a cada uno de los Señores implicados en el atentado fallido— cabalgasteis contra el Nido porque «¡no… habrá… más… dragones…!».
Puso los brazos en jarras y miró a la reunión con ojos furiosos. F’lar tenía ganas de aplaudir. Era fácil darse cuenta de la razón por la que ese hombre era Maestro Cantor y agradeció a su suerte el hecho de que alguien de su talla fuera aliado del Nido.
—¿Y ahora, en este momento crítico, tenéis la desfachatez increíble de protestar contra cualquier medida que sugiera el Nido? —La voz suave de Robinton rezumaba desprecio y sorpresa—. ¡Escuchad lo que el Líder del Nido tenga que decir y no lo molestéis con vuestras estúpidas críticas! —Barbotó esas palabras como un padre que regaña a un chiquillo—. ¿Estabais, según creo —y cambió al más dulce y amable de los tonos conversacionales mientras se volvía hacia F’lar—, pidiendo nuestra cooperación, buen F’lar? ¿En qué pueden serviros nuestras habilidades?
F’lar se aclaró la garganta con rapidez.
—Voy a pedir a los Fuertes que patrullen sus propios campos y bosques, durante los ataques si es posible, definitivamente después de que los Hilos hayan pasado. Todos los Hilos que aterricen deberán ser encontrados y marcados, y después habrá que destruirlos. Cuanto antes los localicemos, tanto más fácil será librarnos de ellos.
—No hay tiempo para cavar pozos de fuego en todas las tierras…, perderíamos la mitad del espacio de sembrado disponible —exclamó Nessel.
—Hubo otras formas de hacerlo en los viejos tiempos. Pensé que tal vez nuestro Maestro Herrero las conocería. —F’lar hizo un gesto amable hacia Fandarel, todo un arquetipo de su profesión.
El Maestro Herrero era con mucho el hombre más alto en la Sala del Consejo. Sus hombros y brazos musculosos y macizos se apoyaban sobre los que se habían sentado a su lado, aunque él hacía esfuerzos por no molestar a nadie. Se levantó, un hombre gigantesco, como el tronco de un árbol enorme, con dos pulgares como cuernos de una bestia sobre el cinturón ancho que le cruzaba la parte media del cuerpo, sin cintura. Su voz, nada dulce después de Giros de gritar por encima de fraguas rugientes y martillos ensordecedores, era la voz de un barítono leve, sin educación, sobre todo después del discurso soberbio de Robinton.
—Hubo máquinas, eso lo sé —dijo en tonos calculadores, pensativo—. Mi padre me las describió como una curiosidad del Oficio. Tal vez haya algún plano o esquema en el Fuerte. Tal vez no. Esas cosas no se mantienen mucho tiempo en los cueros. —Echó una mirada oblicua hacia el Maestro Curtidor.
—Lo que tiene que preocuparnos ahora es conservar nuestros propios cueros —dijo F’lar para distraer la atención e impedir cualquier disensión entre hombres de distintos oficios.
Fandarel gruñó desde el fondo de la garganta en una forma que hizo que F’lar no estuviera seguro de si lo que estaba oyendo era la risa de ese hombre o una expresión gutural de asentimiento.
—Pensaré en el asunto. Y lo mismo harán mis hombres —le aseguró el Maestro al Líder del Nido—. Quemar Hilos en el suelo sin perjudicar al suelo no debe de ser fácil. Hay líquidos para quemar y destruir, eso es cierto. Nosotros usamos un ácido para hacer diseños en las dagas y los metales ornamentales. Lo llamamos agentrés. También está el agua pesada negra que aparece en la superficie de las lagunas de Igen y Boíl. Quema con fuerza y durante mucho tiempo. Y si, como vos decís, el Giro Frío hace que los Hilos se conviertan en polvo negro, tal vez con hielo de las tierras más frías del norte podamos congelar y romper los Hilos hundidos en la tierra. Pero el problema es llevar todo eso hasta los Hilos, porque ellos no van a ser tan amables como para caer donde nosotros queramos… —Levantó la cara con una sonrisa.
F’lar lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendido. ¿Se daba cuenta ese hombre de lo cómico de sus palabras? No, hablaba con preocupación sincera. En ese momento carraspeó y sus dedos encallecidos hicieron ruidos audibles a lo largo de su cabello grueso y su cabeza endurecida por el calor.
—Menudo problema. Menudo problema —musitó, sin intimidarse—. Le dedicaré toda mi atención. —Se sentó y el enorme banco crujió bajo su peso.
El Maestro Granjero levantó la mano tentativamente.
—Cuando me convertí en Maestro de mi oficio, recuerdo que leí una referencia a los gusanos de arena de Igen. Una vez se criaron como protección…
—Nunca oí que Igen produjera nada útil excepto calor y arena —se burló alguien.
—Necesitamos todas las sugerencias posibles —dijo F’lar con severidad, tratando de identificar al bromista—. Por favor, buscad la referencia, Maestro. ¡Señor Bangen de Igen, quiero algunos de vuestros gusanos!
Banger, igualmente sorprendido ante la idea de que su árido dominio pudiera esconder algún recurso de provecho, asintió con vigor.
—Hasta que descubramos formas más eficientes de acabar con los Hilos, todos los que viven en los Fuertes deberán organizarse en grupos de exploración durante los ataques, para ver dónde caen los Hilos que sobrevivan al fuego de los dragones y marcarlos, a fin de colocar luego piedra de fuego en el agujero y quemarlos. No quiero que nadie se lastime pero tenéis que saber que los Hilos se esconden en esos agujeros con toda rapidez y que no podemos permitir que ninguno se reproduzca. Vosotros —y señaló a los Señores de los Fuertes— tenéis más que perder que otros. No os cuidéis solamente de vuestros territorios, porque un agujero en la frontera de un hombre puede crecer hasta el Fuerte del vecino. Movilizad a todos los hombres, mujeres y niños de cada una de las granjas y casas de artesanos. Y hacedlo ahora mismo.
La Sala del Consejo estaba inundada de temor, tensión y reflexión. De pronto, Zurg, el Maestro Tejedor, se levantó para hablar.
—Mi Oficio también tiene algo que ofrecer, lo cual no es de extrañar, porque nosotros tratamos con hilos desde que empezamos a trabajar…, de acuerdo con métodos muy antiguos. —La voz de Zurg era leve y seca, y los ojos del Maestro, dentro de sus guaridas rodeadas de líneas que surcaban la piel gastada y dura, pasaban de una cara a la otra por la Sala—. En el Fuerte de Ruath, una vez, vi sobre una pared… no sé dónde estará ese tapiz ahora… —Miró con astucia a Meron de Nabol y después a Bargen de las Alturas, herederos del título de Fax—. Era tan antiguo como el hombre y los dragones, y mostraba, entre otras cosas, un hombre a pie, llevando sobre la espalda una máquina extraña. Tenía en la mano un objeto largo como una espada, pero redondo, con una boca de la que surgían llamaradas (magníficamente tejidas en tinturas anaranjadas y rojas, tinturas que hemos perdido) y esa boca estaba dirigida hacia el suelo. Por encima, por supuesto, había dragones en una formación cerrada, sobre todo bronces…, y me veo obligado a decir de nuevo que también perdimos esa tintura color bronce, tan real. Sí, recuerdo el trabajo tanto por lo que nos falta como por su tema.
—¿Un aparato para arrojar llamas? —rugió el Herrero—. Un lanzador de llamas —repitió con inflexión grave—. Un lanzallamas —murmuró pensativo, las cejas espesas fruncidas en un gesto titánico—. ¿Qué tipo de lanzallamas? Necesito pensarlo. —Bajó la cabeza y no volvió a hablar. Estaba tan sumido en sus pensamientos que dejó de interesarse en el resto de la discusión.
—Sí, buen Zurg, hay muchos trucos de muchos oficios que se perdieron en los últimos Giros —comentó F’lar, sardónico—. Si queremos seguir con vida, tendremos que recuperar este conocimiento… y rápido. Por el momento, me gustaría recuperar el tapiz del que habla el Maestro Zurg.
F’lar miró fijamente a los Señores que habían peleado por los siete Fuertes de Fax después de su muerte.
—Con ese tapiz, tal vez consigamos salvar muchos territorios. Sugiero que se busque en Ruatha. Y que aparezca allí o en los talleres de Zurg o de Fandarel. El lugar que sea más conveniente.
Hubo algunos movimientos de pies, pero nadie dijo que lo tenía.
—Después, tal vez se lo devolvamos al hijo de Fax, que ahora es el Señor de Ruatha —agregó F’lar, divertido por semejante justicia magnánima.
Lytol emitió un ruido suave con la nariz y miró a su alrededor en la habitación. F’lar supuso que se divertía también y que sentía cierta pena por el huérfano Jaxom, criado por un guardián muy honesto pero siempre triste.
—Si puedo añadir algo, Señor Líder del Nido —interrumpió Robinton—. Tal vez todos podamos beneficiarnos si examinamos afondo nuestros Registros, tal como prueba la utilidad de vuestros mapas. —Sonrió de pronto, una sonrisa inesperada, casi vergonzosa—. Yo mismo tengo parte de culpa en esto porque mis Cantores dejaron de lado baladas poco populares y se dedicaron a las Baladas Maestras y las Sagas, que eran más largas…, por falta de auditorio y de interés en preservar nuestros cueros.
F’lar ahogó una risita con una tos. Robinton era un genio.
—Tengo que ver ese tapiz de Ruatha —estalló Fandarel, de pronto.
—Estoy seguro de que estará en vuestras manos muy pronto —le aseguró F’lar con más confianza de la que se atrevía a sentir—. Mis Señores, tenemos mucho trabajo. Ahora que comprendéis a lo que nos enfrentamos, dejo en vuestras manos la mejor forma de organizar a vuestra gente como líderes de vuestros Fuertes. Artesanos, poned vuestras mentes en nuestros problemas de ahora. Revisad todos los Registros que aparezcan para ver si encontráis algo que sea de utilidad. Señores Telgar, Crom, Ruatha y Nabol, estaré con vosotros dentro de tres días. Nerat, Keroon e Igen, estoy a vuestra disposición para ayudaros a destruir cualquier Hilo que se haya hundido en vuestras tierras. Ahora que tenemos a mano al Maestro Minero, decidle lo que necesitáis. ¿Cómo está vuestro Oficio en estos días?
—Contento de tener tanto trabajo, Líder del Nido —se enorgulleció el Maestro Minero.
Justo en ese momento, F’lar vio a F’nor flotando entre las sombras del vestíbulo, tratando de llamarle la atención. El jinete de castaño estaba sonriente y feliz y era evidente su impaciencia por darle noticias.
F’lar se preguntó cómo podían haber vuelto tan rápido desde el Continente Sur y después se dio cuenta de que, como la vez anterior, F’nor no estaba tostado por el sol. Hizo un gesto con la cabeza indicándole que fuera hacia los dormitorios y esperara.
—Señores y Artesanos, tendréis a un jinete cachorro a vuestra disposición para mensajes y transporte. Buenos días.
Caminó con rapidez por el pasillo hacia el nido de la reina y abrió las cortinas que lo separaban de la habitación justo en el momento en que F’nor se servía una copa de vino.
—¡Lo conseguimos! —exclamó F’nor cuando entró el Líder del Nido—. Aunque nunca sabré cómo lograste saber que debías enviar treinta y dos candidatos. Pensé que estabas insultando a nuestra noble Pridith. Pero eso fue lo que puso en cuatro días: treinta y dos huevos. Estuve a punto de venir a avisarte cuando puso el primero.
F’lar le contestó con felicitaciones sinceras, aliviado al ver que una aventura que parecía destinada al fracaso por lo menos daba sus frutos al comienzo. Ahora lo único que tenía que averiguar era cuánto tiempo más se había quedado F’nor en el Sur hasta su visita desesperada de la noche anterior. Porque no había ninguna línea de tensión ni preocupación en la sonrisa de la bronceada cara de F’nor.
—¿Un huevo de reina? —preguntó F’lar, dejándose llevar por sus esperanzas. Con treinta y dos en el primer experimento, tal vez podrían enviar una reina de vuelta y empezar de nuevo.
La cara de F’nor se desinfló.
—No, y yo estaba convencido de que habría uno. Pero hay catorce bronces. Pridith lo hizo mejor que Ramoth en cuanto a eso.
—Claro que sí. ¿Cómo va el Nido en general?
F’nor frunció el ceño, meneando la cabeza como en lucha contra una sensación interior de sorpresa.
—Kylara…, bueno, es un problema. Siempre está metida en líos. T’bor está agobiado con ella y tan irritado que todo el mundo lo evita. —F’nor se iluminó un poquito—. El joven N’ton se está convirtiendo en un buen líder de ala, y su bronce tal vez le gane a Orth, el de T’bor, cuando Pridith se eleve de nuevo para aparearse. No es que desee que Kylara le caiga encima a N’ton… ni a nadie.
—¿Entonces no tienes problemas con los suministros?
F’nor se rió.
—Si no me hubieras dicho tan claramente que no debemos comunicarnos con vosotros, podríamos traeros fruta y verdura muy superiores a cualquier cosa del norte. ¡Comemos como siempre deberían comer los hombres dragón! Debemos considerar la idea de traer algo aquí, F’lar. Entonces ya no tendrías que preocuparte por las caravanas de los diezmos…
—Todo a su debido tiempo. Ahora vuelve. Ya sabes que no debes quedarte mucho.
F’nor esbozó una mueca.
—Ah, no está tan mal. De todos modos, no estoy aquí ahora, no en este tiempo.
—Cierto —aceptó F’lar—, pero por favor ten cuidado y no vengas cuando todavía estés aquí…
—¿Eh? Ah, sí, tienes razón. Me olvido de que el tiempo transcurre muy despacio para nosotros y en cambio vuela para vosotros. Bueno, no volveré hasta que Pridith ponga su segunda camada.
Con un adiós lleno de alegría, F’nor salió a grandes zancadas del nido. F’lar lo miró volver hacia la Sala del Consejo, pensativo. Treinta y dos dragones nuevos, catorce de ellos bronce, no era poco y parecía hacer que el peligro valiera la pena. ¿O tal vez el peligro aumentaría más adelante?
Alguien carraspeó deliberadamente. F’lar levantó la vista y vio a Robinton de pie en el umbral que daba hacia la Sala del Consejo.
—Antes de copiar e instruir a otros sobre esos mapas, Líder del Nido, debo comprenderlos yo mismo. Me tomé la libertad de quedarme un poco más que los demás.
—Sois un buen campeón de mi causa, Maestro Cantor.
—Tenéis una causa noble, Líder del Nido. —Los ojos de Robinton brillaron con malicia—. Siempre estoy rogando al Huevo que me dé la oportunidad de hablar a un auditorio tan noble.
—¿No os apetece una copa de vino?
—Las uvas de Benden son la envidia de Pern.
—Si se tiene paladar para tan delicioso banquete…
—Los que saben, lo cultivan bien.
F’lar se preguntó cuándo dejaría ese hombre de jugar con las palabras. Tenía otras ocupaciones, aparte de ponerse a estudiar los mapas.
—Tengo una balada que, a falta de explicación, había dejado de lado cuando me convertí en Maestro de mi taller —dijo Robinton después de saborear el vino con delicia—. Es una canción bastante difícil, tanto por la melodía como por las palabras. Como Maestro Cantor, uno desarrolla una cierta sensibilidad para captar lo que el público puede recibir bien y lo que va a rechazar… Hay que hacerlo, claro, por fuerza —y frunció el ceño al recordar—. Descubrí que esta balada inquietaba tanto al intérprete como al público y la retiré del repertorio. Pero ahora, como pasa con ese tapiz, necesitamos redescubrirla.
Después la muerte de C’gan, su laúd había quedado colgado en la Sala del Consejo hasta que se eligiera un nuevo Cantor del Nido. El Maestro Cantor lo levantó con sumo respeto, acariciando levemente las cuerdas para ver si estaba afinado y levantando las cejas al oír el tono delicado del instrumento.
Tocó un acorde. Disonante. F’lar se preguntó si el instrumento estaba desafinado o si el intérprete había tocado la cuerda equivocada. Pero Robinton repitió ese acorde extraño, y después lo moduló a un tono menor que resultaba más inquietante todavía.
—Os dije que era una canción nada fácil. Me pregunto si sabréis las respuestas a las preguntas que formula. Últimamente he pensado mucho en este enigma.
Después, bruscamente, pasó del habla a la canción.
Partieron lejos, adelante,
los ecos ruedan solos, sin nadie.
Vacíos, abiertos, sin vida, polvorientos,
los del dragón, ¿adónde huyeron?
¿Adónde volaron juntos los dragones
dejando los Nidos a vientos y soles?
¿Dejando a las bestias libres, sin rienda?
Lejos, ¿quién sabe dónde? ¿Quién los encuentra?
¿Volaron a un nuevo Nido
donde otros temen la crueldad del Hilo?
¿Hay otro mundo más allá?
¿Por qué, por qué tanta soledad?
La queja del último acorde se repitió en el aire.
—Por supuesto, ya sabréis que esta canción se registró por primera vez hace unos cuatrocientos Giros —dijo Robinton como si no le diera importancia, acunando el instrumento con las dos manos—. La Estrella Roja acababa de pasar y ya no había ataques. La gente tenía muchas razones para quedarse atónita por la pérdida súbita de la población de cinco Nidos. Ah, me imagino que en ese momento tenían muchas explicaciones pero ninguna está registrada. —Robinton hizo una pausa significativa.
—Yo tampoco encontré ninguna —replicó F’lar—. En realidad, pedí que me trajeran todos los registros de todos los Nidos aquí, para ver si podía compilar mejor las tablas de ataques. Y esos Registros terminan sin más. —F’lar hizo un gesto tajante con la mano—. Ni una palabra que explique la súbita falta de comunicación entre un Nido y otro. Los Registros de Benden continúan, pero solamente hablan de Benden. Hay una entrada que menciona una desaparición en masa, el comienzo de la patrulla por todo Pern, no sólo de Benden. Nada más.
—Extraño —convino Robinton—. Tal vez cuando pasó el peligro de la Estrella Roja, los dragones y sus jinetes volaron entre para que los Fuertes no se agotaran alimentándolos. Pero me cuesta creerlo. Nuestros Registros del oficio mencionan que las cosechas eran malas y que se produjeron varias catástrofes naturales… además de los Hilos. Puede que el pueblo del dragón fuera galante, sí, el más galante de todos, pero ¿suicidio en masa? No puedo aceptar esa explicación, no, no es posible, sobre todo para los hombres dragón.
—Muchas gracias —dijo F’lar con ironía.
—No hay de qué —replicó Robinton con un gesto amable de la cabeza.
F’lar dejó escapar una risita apreciativa.
—Veo que hemos estado demasiado apegados al Nido, tanto como a los cueros.
Robinton levantó la copa y la miró con pesar hasta que F’lar se la llenó de nuevo.
—Bueno, vuestro aislamiento sirvió a un propósito, y habéis manejado la revuelta de los Señores con gran habilidad. Casi me muero de risa, literalmente —hizo notar Robinton, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Robarles las mujeres a la luz del aliento de un dragón! —Volvió a reír y, de pronto, se puso serio y miró a F’lar directamente a los ojos—. Como estoy acostumbrado a oír lo que los hombres prefieren silenciar, sospecho que hay muchas cosas que omitisteis en ese Consejo. Podéis estar seguro de mi discreción tanto como de mi apoyo y el de mi oficio, que no es inútil, os lo juro. En pocas palabras, ¿cómo podemos ayudaros los músicos? —Tocó un aire marcial—. ¿Conmovemos a los hombres con las baladas que hablan de glorias y éxitos pasados? —La canción, bajo sus dedos hábiles, cambió repentinamente hacia otro ritmo firme y decidido—. ¿Fortalecemos su voluntad, su mente, su cuerpo para los tiempos difíciles?
—Si todos vuestros músicos pudieran conmover a los hombres como vos, no tendría preocupaciones que no se pudieran resolver fácilmente con otros quinientos dragones para sumar a los que tengo.
—Ah, entonces, a pesar de vuestras palabras valientes y mapas marcados, la situación es —un quejido disonante en el laúd para enfatizar las últimas palabras— más desesperada de lo que habéis dado a entender.
—Tal vez.
—Los lanzallamas que recordaba el viejo Zurg y que Fandarel tiene que reconstruir, ¿inclinarían la balanza a nuestro favor?
F’lar miró a ese hombre inteligente y tomó una decisión.
—Hasta los gusanos de arena de Igen pueden ayudar, pero a medida que el mundo gire y la Estrella Roja se acerque, los intervalos entre los ataques serán cada vez más cortos y solamente tenemos setenta y dos dragones nuevos para agregar a los que teníamos ayer. De los de ayer, uno murió y hay varios que no podrán volver a volar en varias semanas.
—¿Setenta y dos? —Robinton lo miró, atónito—. Ramoth puso cuarenta y todavía son demasiado jóvenes para comer piedra de fuego.
F’lar describió la expedición de Lessa y F’nor. Relató la reaparición y advertencia de F’nor, y su informe sobre el éxito relativo del experimento con el nacimiento de los treinta y dos dragones de Pridith en su primera camada. Robinton lo detuvo.
—¿Cómo puede haber regresado F’nor si vos todavía no habéis sabido nada de la expedición de Lessa y él para averiguar si hay un lugar apropiado para la crianza en el Continente Sur?
—Los dragones pueden ir entre tiempos del mismo modo que entre espacios distintos. Van con la misma facilidad a un cuándo que a un dónde.
Los ojos de Robinton se agrandaron al oír esas noticias impresionantes.
—Así fue cómo logramos detener el ataque de Nerat ayer por la mañana. Saltamos hacia atrás dos horas entre tiempos para atacar a los Hilos cuando cayeran.
—¿Realmente podéis saltar hacia atrás? ¿Hasta dónde?
—No lo sé. Cuando yo le estaba enseñando a saltar con Ramoth, Lessa volvió sin querer al Fuerte Ruatha. Volvió al amanecer en que invadieron los hombres de Fax desde las alturas, hace trece Giros. Cuando volvió al presente, traté de saltar entre tiempos unos diez Giros. Para los dragones es fácil hacerlo, pero parece que el jinete siente un gran cansancio por el enorme esfuerzo. Ayer, cuando volvimos desde Nerat y tuvimos que ir a Keroon, sentí como si me hubieran golpeado y dejado a secar todo un verano en las Llanuras de Igen. —F’lar meneó la cabeza—. Evidentemente, tuvimos éxito al enviar a Kylara, Pridith y los otros unos diez Giros atrás entre porque F’nor me informó de que estuvo allá varios Giros. Sin embargo, los hombres y mujeres empiezan a resentirse del esfuerzo. Sin embargo, unos setenta y dos dragones maduros serán de gran ayuda.
—Enviad un jinete al futuro para averiguar si es suficiente —sugirió Robinton—. Os ahorraríais unos días de preocupación.
—No sé cómo llegar a un cuándo que todavía no ha sucedido. Hay que transmitir puntos de referencia al dragón. ¿Cómo referirlo a tiempos que no conocemos?
—Tenéis imaginación. Proyectadla.
—¿Y tal vez perder un dragón cuando nos faltan tantos? No. Debo continuar…, porque obviamente seguí adelante, a juzgar por los regresos de F’nor…, sí debo seguir como decidí al principio. Lo que me recuerda que tengo que dar órdenes para que empiecen a prepararse. Después revisaré los mapas de tiempo con vos.
Solamente después de la comida del mediodía, que tomaron juntos, Robinton se sintió seguro de comprender los esquemas y se fue a preparar el trabajo de las copias.
A través de un ancho mar, solitario, sin huellas,
sin alas de dragón en muchos días,
volaron dorado y castaño, en primavera,
a una tierra lejana a buscar vida.
Cuando Ramoth y Canth llevaron a Lessa y F’nor a la Roca de la Estrella, vieron a los primeros Señores y Artesanos que llegaban al Consejo.
Para volver al Continente Sur diez Giros atrás, Lessa y F’nor habían decidido que era más fácil transferirse primero entre tiempos al Nido de hacía diez Giros, que F’nor recordaba bien. Después irían entre espacios a un punto sobre el mar cerca de la costa del abandonado Continente Sur, que era lo más cercano a él que habían encontrado en los Registros.
F’nor puso en la mente de Canth un día que recordaba hacía diez Giros y Ramoth copió las referencias. El terrible frío del entre dejó sin aliento a Lessa. Después, vio con profundo alivio la actividad normal de un nido, antes de que los dragones los llevaran entre lugares sobre el mar encrespado.
Más allá, casi púrpura en un día frío y nublado, acechaba el Continente Sur. Lessa sintió que una nueva ansiedad reemplazaba en ella la incertidumbre del desplazamiento temporal. Ramoth voló adelante con grandes movimientos de las alas, hacia la costa lejana. Canth trató de mantenerse a su lado por galantería.
Solamente es un castaño, le recordó Lessa a la reina de oro.
Si quiere volar conmigo, replicó Ramoth con frialdad, que ponga algo de esfuerzo en esas alas.
Lessa sonrió, pensando en privado que Ramoth debía de estar enojada todavía porque no le habían permitido luchar con sus compañeros. Todos los machos pasarían una época difícil con ella por un tiempo.
Vieron la primera bandada de grifos y se dieron cuenta de que tenía que haber vegetación en el Continente. Los grifos necesitan plantas verdes para vivir, aunque en realidad no necesitan mucho más que eso, excepto algunos gusanos, si es posible.
Lessa indicó a Canth que le pasara preguntas a su jinete.
Si el Continente Sur quedó desierto después del ataque de los Hilos, ¿cómo empezó la nueva vida? ¿De dónde vinieron los grifos?
¿Has notado alguna vez cómo se abren algunas semillas y flotan después en el viento? ¿Te has fijado en que los grifos vuelan al sur después del solsticio de otoño?
Sí, pero…
¿Qué sucede?
¡Pero la tierra estaba inundada de Hilos!
En menos de cuatrocientos Giros, hasta las cimas quemadas de las colinas de nuestro Continente empiezan a reverdecer en primavera, replicó F’nor a través de Canth, así que es fácil comprender que el Continente Sur haya revivido de nuevo.
Incluso al paso que imprimía Ramoth a la marcha, tardaron bastante tiempo en llegar a la orilla de enormes montañas pedregosas en la luz opaca. Lessa gruñó interiormente pero apuró a Ramoth hacia arriba para ver el panorama. Desde allí la tierra parecía gris y desolada.
De pronto, el sol salió desde detrás de una nube y el gris se disolvió en verdes y castaños densos, colores de vida, los verdes brillantes del crecimiento pujante de los trópicos, los castaños de enredaderas y árboles vigorosos. El grito de triunfo de Lessa se repitió en el eco de los hurras de F’nor y las voces broncíneas de los dragones. Los grifos, asustados por ese sonido desacostumbrado, se elevaron, chillando, alarmados.
Más allá de la orilla, la tierra se elevaba y se alejaba doblándose en selvas y praderas llenas de hierba, semejantes a la parte media de Boll. Aunque buscaron toda la mañana, no encontraron ningún risco hospitalario donde fundar un nuevo Nido. Tal vez ése era uno de los factores que explicaban el fracaso de la aventura del Sur, pensó Lessa.
Descorazonados, aterrizaron sobre una meseta junto a un pequeño lago. El clima era tibio, pero no opresivo, y mientras jinete y amazona comían su alimento del mediodía, los dos dragones se hundieron en el agua para refrescarse.
Lessa estaba inquieta y no le apetecía comer pan y carne. Notó que F’nor se sentía igual y miraba constantemente a su alrededor hacia el lago y el borde de la selva.
—¿Qué estamos vigilando? Los grifos no cambian y ningún otro animal se acercaría a un dragón. Estamos diez Giros antes de la Estrella Roja, así que no puede haber Hilos.
F’nor se encogió de hombros, con una sonrisa tonta mientras volvía a guardar el pan en la alforja de la comida.
—El lugar está vacío, supongo —intentó explicar, mirando otra vez en redondo. Vio una fruta colgando de una enredadera de flor de luna—. Eso parece familiar y apetitoso, quiero algo que no parezca polvo en la boca.
Trepó por la planta y arrancó la fruta color naranja.
—Huele bien, parece madura, tiene la consistencia de algo maduro —anunció y abrió la fruta con gesto desafiante. Sonrió y alcanzó el primer pedazo a Lessa mientras sacaba otro para sí mismo. Lo levantó en el aire con audacia—. ¡Comamos y muramos juntos!
Ella no pudo contener la risa y le hizo la venia. Los dos mordieron al mismo tiempo. Un jugo dulce se les escapó por la comisura de la boca y Lessa se lamió los labios con rapidez para capturar la última gota del delicioso líquido.
—Si muero, muero contento —exclamó F’nor, mientras recolectaba más fruta.
Los dos se sintieron mejor de pronto y pudieron discutir la situación con mayor tranquilidad.
—Creo —sugirió F’nor— que lo que nos molesta es la falta de cavernas y acantilados y la intensa quietud de este lugar, saber que no hay hombres ni bestias cerca.
Lessa asintió.
—Ramoth, Canth, ¿os molestaría no tener un Nido?
No siempre hemos vivido en cuevas, replicó Ramoth, en tono de profunda paz mientras rodeaba el lago. Las ondas que formaba llegaban hasta donde estaban sentados Lessa y F’nor sobre un tronco caído. El sol aquí es tibio y agradable, el agua refrescante. Me gustaría venir aquí, pero no soy yo la que debe venir.
—Está furiosa —le murmuró Lessa a F’nor—. Deja que Pridith disfrute de esto —le dijo con suavidad a la reina dorada—. ¡Tú ya tienes todo el Nido!
Ramoth se hundió en el agua y salpicó a su alrededor como réplica furiosa.
Canth admitió que no le importaba carecer de Nido. La tierra seca sería más tibia que la piedra para dormir una vez que excavaran un buen hoyo. No, no le importaba que no hubiera cuevas siempre que hubiera suficiente comida.
—Tendremos que traer reses —musitó F’nor—. Las suficientes para empezar un buen rebaño. Los grifos son grandes. Bien mirado, creo que esta meseta no tiene salidas. No necesitaríamos cuidarlos. Mejor será que lo investigue. Si es así, este lugar con el lago y sitio suficiente para levantar Fuertes me parece conveniente, sólo habrá que levantarse y buscar el desayuno en un árbol.
—Sería mejor elegir a los que no hayan crecido en los Fuertes —agregó Lessa—. No se sentirán tan mal sin alturas que cuidar. —Rió con fuerza—. Estoy más apegada a las costumbres de lo que suponía. Todos estos espacios abiertos, sin nadie, sin ruidos… parece… indecente. —Tembló un poco, mirando la gran meseta que se abría al otro lado del lago.
—Lleno de frutas, hermoso —la corrigió F’nor, saltando para tomar más de aquellas esferas naranjas y suculentas—. Son una delicia. No recuerdo haber comido nada tan dulce y jugoso en Nerat, y eso que es la misma variedad.
—Muy superior a lo que recibimos en el Nido. Supongo que Nerat sirve primero a los suyos y después al Nido.
Los dos se aprovisionaron con tranquilidad.
Más adelante, averiguaron que la meseta estaba aislada y que era lo bastante amplia como para dar alimento a un rebaño entero de bestias para los dragones. Terminaba en un acantilado abrupto con la altura de varios dragones en uno de los lados, y más abajo, la selva. Del otro, el mar y sus acantilados. Los bosques proveerían la materia prima para las casas de la gente del Nido. Ramoth y Canth estuvieron de acuerdo en que los dragones podrían estar cómodos bajo el follaje espeso de la jungla. Y como, desde el punto de vista del clima, aquella parte del mundo era semejante a Nerat, no habría ni calores agobiantes ni demasiado frío.
Pero aunque Lessa tenía ganas de volver, F’nor parecía desear quedarse.
—Podemos ir entre en tiempo y espacio de vuelta —insistió Lessa— y volver al Nido al atardecer. Los Señores ya se habrán ido para entonces.
F’nor estuvo de acuerdo y Lessa se preparó para el viaje entre. Se preguntó por qué razón el entre cuándo le molestaba más que el dónde, ya que era evidente que no tenía efecto alguno en los dragones. Ramoth, que sentía la depresión de Lessa, emitió un ruidito cariñoso para alentarla. La larga, larga y negra suspensión del frío completo del entre dónde y cuándo terminó de pronto con el sol por encima del Nido.
Un poco asustada, Lessa vio bultos y bolsas extendidos frente a las Cavernas Inferiores mientras algunos jinetes supervisaban la carga de sus bestias.
—¿Qué está pasando? —exclamó F’nor.
—Ah, es F’lar, que estaba seguro del éxito de nuestra misión —le aseguró ella, sin darle importancia.
Mnementh, que vigilaba toda la operación desde la cornisa del nido de la reina, envió un saludo a los viajeros junto con la información de que F’lar deseaba verlos en el nido en cuanto volvieran.
Encontraron a F’lar inclinado sobre uno de los cueros más antiguos y menos legibles de los Registros que había traído de la Sala del Consejo.
—¿Qué tal? —preguntó, sonriendo una bienvenida a los dos.
—Verde, lleno de vida, aceptable —declaró Lessa, mirándolo a los ojos con atención. F’lar sabía más que cuando lo había dejado. Bueno, esperaba que tuviera mucho cuidado con lo que decía delante de F’nor, que no era tonto y para quien ese conocimiento anticipado podía resultar peligroso.
—Eso es lo que esperaba que dijerais —siguió el Líder del Nido—. Vamos, contadme en detalle lo que visteis. Quiero llenar los vacíos que hay en el mapa.
Lessa dejó que F’nor diera los detalles y F’lar lo escuchó con mucha atención mientras lo anotaba todo.
—Decidí alertar a los jinetes y empezar a empaquetar provisiones por si era viable el proyecto —le dijo cuando F’nor terminó su relato—. Recuerda, solamente tenemos tres días en este tiempo, tres días para que volváis diez Giros. Nosotros aquí, no tenemos tiempo que perder. Así que para vosotros pasarán diez años, pero para nosotros tres días solamente. Lessa, me parece muy buena idea eso de elegir a los que crecieron en las granjas. Tenemos suerte de que la última Búsqueda de candidatos para los dragones de Pridith haya encontrado a la mayoría en talleres y granjas. Ahí no hay problemas. Y la mayoría de los treinta y dos están ya en la adolescencia.
—¿Treinta y dos? —exclamó F’nor—. Deberíamos tener cincuenta. Los dragones deben poder elegir, aunque tengamos a los candidatos antes de que vengan los huevos.
F’lar se encogió de hombros para restarle importancia.
—Envía por más. Recuerda que tú sí tendrás tiempo —se rió como si primero hubiera pensado añadir algo y después hubiera cambiado de parecer.
F’nor no tuvo tiempo de discutir con el Líder porque F’lar lo interrumpió y se lanzó de nuevo a sus rápidas instrucciones.
F’nor debía llevar a sus jinetes de ala para ayudar a entrenar a los nuevos dragones y jinetes. También se llevarían los cuarenta dragones que habían salido de la primera camada de Ramoth. Kylara con su reina Pridith, T’bor y su bronce Piyanth. El joven bronce de N’ton tal vez también estaría listo para volar y aparearse al mismo tiempo que Pridith y eso daría por lo menos dos bronces a la joven reina.
—¿Qué habría sucedido si el Continente Sur hubiese estado desierto? —preguntó F’nor, todavía asombrado por la seguridad de F’lar—. ¿Qué hubiéramos hecho entonces?
—Os hubiéramos mandado hacia atrás a las Grandes Montañas —replicó F’lar demasiado rápido, pero siguió adelante enseguida—. Enviaría a otros bronces, F’nor, pero los necesito a todos para buscar agujeros de Hilos en Keroon y Nerat. Ya encontraron varios en Nerat. Vincet está casi al borde de un ataque de pánico, según me han dicho.
Lessa hizo un comentario breve y directo sobre ese Señor.
—¿Y qué pasó esta mañana? —preguntó F’nor, que se había acordado de pronto.
—Eso no importa ahora. Tienes que empezar la transferencia esta misma noche, F’nor.
Lessa miró al Líder del Nido de arriba a abajo y decidió que tendría que averiguar lo que había pasado.
—Dibuja alguna de las referencias, Lessa, ¿quieres? —le pidió F’lar.
Había un ruego en sus ojos cuando le acercó un cuero limpio y una pluma. Era evidente que no quería preguntas que pudieran alarmar a F’nor. Ella suspiró y levantó la pluma.
Dibujó con rapidez, F’nor añadió uno o dos detalles, y pronto tuvieron listo un mapa razonable de la meseta que habían elegido. Después, de pronto, a Lessa le pareció que ya no podía enfocar la mirada. Se sentía extraña, la cabeza liviana.
—¿Lessa? —F’lar se inclinó hacia ella.
—Todo… todo se mueve en círculos —balbuceó ella y se dejó caer hacia atrás entre los brazos de su compañero.
F’lar levantó el cuerpo frágil entre sus brazos e intercambió una mirada alarmada con su hermanastro.
—Voy a llamar a Manora —sugirió F’nor.
—¿Cómo te sientes tú? —le preguntó el Líder del Nido.
—Sólo cansado —le aseguró F’nor mientras gritaba a los de la cocina que fueran a buscar a Manora y trajeran klah caliente. ¿Por qué los problemas empezaban con tanta rapidez en Lessa?
—El salto en el tiempo hace que uno se sienta levemente… —F’nor hizo una pausa, buscando la palabra exacta—. No del todo…, no del todo entero. Tú peleaste entre tiempos ayer en Nerat…
—Combatí —le recordó F’lar— pero ni tú ni Lessa habéis luchado hoy contra nada. Debe de haber alguna presión mental inherente al viaje entre tiempos. Mira, F’nor, preferiría que no volvieras después de haber fundado el Nido del sur. Más bien considéralo una orden. Haré que Ramoth inhiba a los dragones. De esa forma, ningún jinete podrá volver aunque quiera. Hay algún factor que tal vez sea más peligroso de lo que sabemos. No corramos riesgos innecesarios.
—De acuerdo.
—Otro detalle más, F’nor. Ten mucho cuidado con los tiempos que elijas para volver. Yo no saltaría cerca de ningún momento en que tú mismo hayas estado aquí. No puedo ni imaginarme lo que pasaría si te encontraras contigo mismo en el pasillo. No puedo perderte.
Con una demostración de afecto poco frecuente, F’lar apretó el hombro de su hermano.
—Recuerda, F’nor. Yo estuve aquí toda la mañana y tú no volviste del primer viaje hasta media tarde. Y recuerda, también, que nosotros tenemos solamente tres días. Tú tienes diez Giros.
F’nor se fue. Se cruzó con Manora en el vestíbulo.
La mujer no encontró nada anormal en Lessa, al menos aparentemente, y al final decidieron que debía de ser simple fatiga. El esfuerzo del día anterior, en el que Lessa había tenido que pasar mensajes de un dragón a otro, seguido por la perturbación que le había causado viajar entre tiempos.
Cuando F’lar fue a desearle un buen viaje al sur a los que partían, Lessa dormía tranquila; estaba algo pálida, pero respiraba pausadamente.
F’lar hizo que Mnementh transmitiera a Ramoth la prohibición que la reina debía comunicar a todos los dragones asignados a la aventura. Ramoth obedeció, pero agregó en un aparte al bronce Mnementh, comentario que Mnementh pasó a F’lar, que todo el mundo tenía aventuras mientras ella, la reina del Nido, estaba confinada en el mismo sitio aburrido de siempre.
En cuanto los dragones cargados desaparecieron uno por uno en el cielo sobre la roca de la Estrella, apareció el joven jinete asignado al Fuerte de Nerat como mensajero, deslizándose hacia abajo con el rostro pálido de miedo.
—Líder del Nido, hemos encontrado muchos otros agujeros y no podemos quemarlos sólo con fuego. El señor Vincet os pide que vayáis.
F’lar podía imaginarse la razón de ese pedido.
—Come algo antes de volver, muchacho. Ya iré.
Mientras pasaba por el pasillo hacia el dormitorio, oyó que Ramoth gruñía. La reina había decidido dormir un rato.
Lessa también descansaba, una mano doblada bajo la mejilla, el cabello negro sobre el borde de la cama. Le pareció frágil, una niña apenas, y de pronto muy preciosa para él. F’lar sonrió. Por lo visto, Lessa estaba celosa de las atenciones de Kylara. Ah, eso lo halagaba. Lessa nunca sabría por él que Kylara, a pesar de su belleza innata y su naturaleza sensual, no lo atraería como la delicada e impredecible Lessa. Incluso la obstinación de la Jefa del Nido, su humor intratable, su astucia y su inteligencia ácida, le agregaban sal a la relación. Con una ternura que nunca hubiera podido mostrarle cuando los dos estaban despiertos, F’lar se inclinó y la besó en los labios. Ella se movió y sonrió, suspirando un poco en el sueño.
F’lar la dejó de mala gana. Al pasar junto a la reina, se detuvo y Ramoth levantó su cabeza enorme, en forma de yunque. Sus ojos multifacetados brillaron con extraña luz al mirar al Líder del Nido.
—Mnementh, por favor, pídele a Ramoth que se ponga en contacto con el dragón del taller de artesanos de Fandarel. Me gustaría que el Maestro tierrero viniera conmigo a Nerat. Quiero ver cómo actúa su agente sobre los Hilos.
Ramoth asintió cuando el otro dragón le transmitió el mensaje.
Ya está hecho. El dragón verde vendrá en cuanto pueda, le informó inmediatamente Mnementh a su jinete. Esto de hablar es más fácil cuando Lessa está despierta, gruñó.
F’lar estaba totalmente de acuerdo. La habilidad de Lessa para la comunicación con los dragones había representado una gran ventaja el día anterior y dependerían de ella cada vez más.
Tal vez sería mejor que intentara hablar a través del tiempo con F’nor de vez en cuando…, pero no, F’nor ya había vuelto.
F’lar caminó con rapidez hacia la Sala del Consejo. Todavía esperaba encontrar en algún lugar ilegible de los Registros la clave que necesitaba con tanta desesperación. Tenía que haber una salida a ese momento de estancamiento. Si no era la aventura del Sur, entonces otra cosa. ¡Pero tenía que haber algo!
Fandarel demostró que era un hombre con voluntad de acero. Miró con calma la maraña de Hilos que crecía a ojos vista, entrelazándose y tocándose con movimientos obscenos.
—Cientos y cientos en este agujero solo —se lamentaba el Señor Vincet de Nerat con la voz perturbada, histérica. Sacudió las manos a su alrededor señalando la plantación de árboles jóvenes en la que se había descubierto el agujero—. Estas plantas se queman mientras vosotros discutís. ¡Haced algo! ¿Cuántos árboles jóvenes morirán sólo en este campo? ¿Cuántos Hilos escaparon del fuego de los dragones ayer? ¿Dónde está el dragón que podrá quemarlos? ¿Por qué os quedáis ahí sin hacer nada?
F’lar y Fandarel no prestaron atención alguna a las palabras furiosas de ese hombre, fascinados y asqueados con su primera visión del estado terrestre del antiguo enemigo. A pesar de las acusaciones aterrorizadas de Vincet, ése era el único agujero en la colina. A F’lar no le gustaba la idea de ponerse a calcular cuántos más podrían haberse escapado entre las llamas de los dragones mientras caían hacia el suelo fértil y tibio de Nerat. Si hubieran tenido tiempo para colocar guardias que marcaran el lugar donde caían los Hilos sobrevivientes… Bueno, al menos no cometerían el mismo error en Telgar, Crom y Ruatha al cabo de tres días. Pero con eso no bastaba. No, no era suficiente.
Fandarel hizo un gesto y los dos artesanos que lo acompañaban se le acercaron. Llevaban un extraño aparato: un gran cilindro de metal con una rama y un pitón ancho. Al otro lado del cilindro había otro caño corto y más allá un cilindro corto con otro pistón. Un artesano movía el pistón a toda velocidad mientras el segundo, que casi no podía mantener las manos firmes, apuntaba el extremo hacia el agujero del Hilo. De pronto, el que bombeaba hizo una señal y el primer hombre soltó una pequeña manivela en el pitón y levantó el aparato sobre el agujero, alejándolo lo más posible de su cuerpo. Cuando las gotas de líquido cayeron sobre el Hilo, el agujero se llenó de humo hirviente. Muy pronto, lo único que quedaba de esos hilillos blancos y llenos de movimiento era una masa humeante de hebras quemadas. Fandarel se quedó mirando esa tumba durante largo rato, mucho después de haber hecho un gesto para que se alejaran los artesanos. Finalmente, gruñó y buscó un palo para remover los restos. No quedaba ni un solo Hilo vivo.
—Hum —gruñó de nuevo con satisfacción evidentemente—. Pero no veo factible ir por ahí cavando en cada agujero que encontremos. Necesito otro.
Con el Señor Vincet detrás como una plañidera de manos desesperadas, partieron con los hombres del bosque hasta el otro agujero en la selva pluvial, cerca del mar. Los Hilos habían entrado en la tierra por el costado de un gran árbol que ya se estaba cayendo.
Fandarel, con el palo en la mano, abrió un pequeño agujero junto al del Hilo e indicó a sus artesanos que se adelantaron. El que bombeaba hizo fuerza de su lado mientras el otro ajustaba el caño antes de insertarlo en el agujero. Fandarel les dirigió una señal para que empezaran y contó despacio antes de indicarles que se detuvieran. El humo salió a presión del pequeño agujero.
Después de un lapso respetable, Fandarel ordenó a los hombres que cavaran y les recordó que debían cuidarse de no tocar el líquido del agentrés. Cuando descubrieron el hoyo, el ácido había hecho su trabajo y sólo quedaba una masa quemada de hebras.
Fandarel sonrió, pero esta vez se rascó la cabeza, decepcionado.
—De todos modos es demasiado laborioso. Resulta más fácil tomarlos en la superficie —gruñó el Maestro Herrero.
—Lo mejor es atraparlos en el aire —interrumpió el Señor Vincet—. ¿Y qué le va a hacer esa porquería a mis huertos? ¿Eh?
Fandarel se volvió en redondo, como si acabara de reparar en el desesperado Señor de Nerat.
—El agentrés diluido es lo que usáis para fertilizar vuestras plantas en primavera, buen hombre. Es cierto, este campo quedó quemado y así quedará por algunos años, pero no está lleno de Hilos. Sería mucho mejor si pudiéramos rociarlos con ácido en el aire. Entonces flotaría abajo y se disiparía totalmente, sería absolutamente inocuo y además serviría de fertilizante. —Se detuvo y se rascó la cabeza, pensativo—. Vuestros jóvenes dragones podrían llevar un poco en las alas… Mmmm. Una posibilidad, pero este aparato es demasiado voluminoso todavía. —Dio la espalda al sorprendido Señor del Fuerte y le preguntó a F’lar si habían devuelto el tapiz—. Todavía no comprendo lo del tubo lanzallamas. Este mecanismo es una modificación de los que se utilizan en las huertas.
—Todavía estoy esperando —replicó F’lar refiriéndose al tapiz—, pero ese ácido vuestro me parece muy efectivo. Ha matado los Hilos.
—Los gusanos de arena también son efectivos, pero no eficientes —gruñó Fandarel, insatisfecho. Dirigió un gesto a sus ayudantes y salió caminando hacia los dragones bajo la luz difusa.
Robinton los esperaba cuando volvieron al Nido. Su expresión exterior, tranquila y serena, apenas ocultaba su agitación interna. Sin embargo se interesó con amabilidad por las pruebas de Fandarel. El Maestro Herrero gruñó y se encogió de hombros.
—Tengo a todos mis artesanos trabajando en ello.
—El Maestro Herrero es demasiado modesto —intervino F’lar como para aclarar las cosas—. Han inventado un aparato muy ingenioso que arroja agentrés dentro de los agujeros de los Hilos y los convierte en una pulpa negra quemada.
—No es eficiente. Me convence más la idea de los lanzallamas —dijo el herrero con los ojos brillantes en medio de una cara sin expresión—. Un lanzador de llamas —repitió, con la mirada perdida. Meneó la cabeza pesada con un crujido audible de los huesos del cuello—. Me voy —dijo y con una inclinación de cabeza al Líder del Nido, los dejó solos.
—Me gusta la dedicación de ese hombre a una idea —observó Robinton. A pesar de que el comportamiento del herrero lo divertía, había en sus palabras una fuerte corriente de respeto hacia ese hombre—. Tengo que poner a mis aprendices en la tarea de escribir una Saga sobre el Maestro Herrero. Entiendo —dijo, volviéndose hacia F’lar— que la aventura del sur ya ha empezado.
F’lar asintió sin alegría.
—¿Vuestras dudas aumentan?
—Esto del viaje entre tiempos se cobra su precio —admitió el Líder, mirando nervioso hacia el dormitorio.
—¿La Jefa del Nido está enferma?
—Duerme, pero el viaje la ha afectado. Necesitamos otra solución, una menos peligrosa —F’lar golpeó un puño contra una palma.
—No tengo una respuesta para eso —dijo Robinton y después añadió con brevedad—: Sin embargo, he encontrado algo que, a mi entender, forma parte del mismo rompecabezas. He dado con una anotación. Hace cuatrocientos Giros, el Maestro Cantor de esa época fue llamado al Nido Fort no mucho después de que la Estrella Roja se retirara del cielo de la tarde en Pern.
—¿Una anotación? ¿Y qué dice?
—Os recuerdo que los ataques de los Hilos acababan de terminar y el Maestro Cantor tuvo que ir una tarde al Nido Fort. Una llamada muy extraña. Sin embargo —y Robinton enfatizó la distinción señalando con su dedo largo y lleno de callos a F’lar—, no se hace ninguna otra mención de esa visita. Tendría que haber algo, porque esas visitas siempre se realizan con algún propósito. Las entrevistas siempre se registran pero esta vez no se da explicación alguna. El Registro vuelve a empezar varias semanas después y el Maestro Cantor escribe como si nunca hubiera dejado su taller. Unos diez meses más tarde se agregó la Canción de las Preguntas a las Baladas Maestras obligatorias.
—¿Pensáis que esas dos cuestiones están relacionadas con el abandono de los cinco Nidos?
—Sí, pero no sabría deciros por qué. Solamente siento que los hechos, la visita, las desapariciones, la Canción de las Preguntas están todos conectados.
F’lar sirvió dos vasos de vino.
—Lo volví a examinar todo y encontré algunas indicaciones. —Se encogió de hombros—. Todo debió de ser normal hasta el momento en que desaparecieron. Hay Registros de caravanas de diezmos, almacenamiento de provisiones, la lista de dragones heridos y hombres que vuelven a las patrullas normales. Y después, los Registros terminan de pronto, en pleno Frío, y solamente queda el Nido de Benden ocupado.
—¿Y por qué ese único Nido de los seis que había? —preguntó Robinton—. La isla Ista hubiera sido mejor elección si había que dejar solamente uno. Benden, situado tan al norte, no es un buen lugar para pasar cuatrocientos Giros.
—Benden es alto y está aislado. ¿Una enfermedad que golpeó a los otros no llegó aquí?
—¿Y ninguna explicación sobre esa enfermedad? No pudieron morir todos al mismo tiempo, dragones, jinetes, habitantes del nido, y no dejar ni un solo esqueleto secándose al sol…
—Entonces, preguntémonos por qué llamaron al Maestro Cantor. ¿Le dijeron que compusiera una Balada Maestra relacionada con la desaparición?
—Bueno —bufó Robinton—. Evidentemente, no estaba pensada para alegrarnos la vida, no con esa música…, si es que se la puede llamar música y yo no la llamaría así. Tampoco contesta ninguna pregunta, sólo las plantea.
—¿Para que nosotros las contestemos? —sugirió F’lar con suavidad.
—Sí. —A Robinton le brillaban los ojos—. Para que nosotros las contestemos, sí, porque es difícil olvidar esa canción. Lo cual significa que se compuso para ser recordada. Esas preguntas son importantes, F’lar.
—¿Qué preguntas son importantes? —preguntó Lessa, que había entrado sin que la oyeran.
Los dos hombres se levantaron. F’lar, con un gesto poco frecuente en él, le alcanzó una silla y le sirvió vino.
—No voy a romperme en pedazos —protestó ella con voz irritada, casi enojada por el exceso de cortesía. Después le sonrió para quitar hierro a sus palabras—. He dormido y ahora me encuentro mucho mejor. ¿Qué los estaba poniendo tan tensos?
F’lar le describió rápidamente lo que habían estado discutiendo él y el Maestro Cantor. Cuando mencionó la Canción de las Preguntas, Lessa tembló de arriba abajo.
—Tampoco yo consigo olvidarla. Y siempre me dijeron —e hizo un gesto de desagrado al recordar las horribles lecciones con R’gul— que eso significa que es importante. Pero ¿por qué? Solamente formula preguntas. —Después parpadeó, con los ojos muy abiertos de asombro—. «Partieron lejos, ¡adelante!» —exclamó, poniéndose de pie—. ¡Eso! Los cinco Nidos partieron adelante. Pero ¿a qué momento?
F’lar se volvió hacia ella, mudo de asombro.
—¡Vinieron adelante hasta nuestro tiempo! Cinco Nidos llenos de dragones —repitió ella con la voz mudada.
—No, es imposible —la contradijo F’lar.
—¿Por qué? —preguntó Robinton, ansioso—. ¿No resuelve eso el problema que nos acucia? ¿La necesidad de dragones maduros para la lucha? ¿No explica la razón por la que se fueron de pronto, sin dejar más rastro que la Canción de las Preguntas?
F’lar se apartó el mechón de cabellos de los ojos.
—Explicaría que se fueron —admitió— y nada más, porque no podían dejar ninguna clave sobre el lugar adonde fueron o eso lo echaría todo a perder. Yo tampoco podía decirle a F’nor que sabía que la aventura del Sur tendría problemas. Pero ¿cómo llegaron aquí…, si es aquí cuando vinieron? Y ése es el verdadero problema: ¿cómo puedes darle referencias a un dragón sobre un cuando que todavía no ha ocurrido?
—Alguien tiene que volver a darles las referencias correctas —replicó Lessa con voz tranquila.
—Estás loca, Lessa —le gritó F’lar, con el rostro lleno de alarma—. Ya sabes lo que te pasó hoy. ¿Cómo puedes pensar en volver a un cuando que ni siquiera puedes imaginar? ¿A un cuando de hace cuatrocientos Giros? Volver diez te dejó desmayada y débil.
—¿No valdría la pena? —le preguntó ella con una mirada grave—. ¿Te parece que Pern no lo merece?
F’lar la tomó de los hombros y la sacudió con los ojos enloquecidos de miedo.
—Ni siquiera Pern valdría la pena si te perdiera. O a Ramoth. Lessa, Lessa, no te atrevas a desobedecerme en esto. —Bajo la voz a un murmullo intenso, helado, sacudiéndola con furia.
—Eh…, tiene que haber una solución aunque en este momento se nos escape, Jefa del Nido —interrumpió Robinton con habilidad—. ¿Quién sabe qué pasará mañana? Desde luego, no es algo que podamos hacer sin haber considerado antes todos los aspectos.
Lessa no se sacudió la mano de F’lar apoyada con fuerza en su hombro mientras miraba al Maestro Cantor.
—Ramoth no tiene miedo de intentarlo —dijo Lessa, la boca fría en una línea de determinación.
F’lar echó una mirada de furia al dragón dorado que miraba a los humanos con el cuello doblado hasta casi tocar el hombro junto a la gran ala.
—Ramoth es joven —ladró F’lar y después captó el pensamiento ácido de Mnementh al mismo tiempo que Lessa.
Lessa echó la cabeza atrás y su risa de plata despertó ecos en la bóveda de la gran cámara.
—Yo también necesito una broma en este momento —señaló Robinton.
—Mnementh le dijo a F’lar que él no era joven y que tampoco tenía miedo de intentarlo. Que era solamente un paso muy largo —explicó Lessa, secándose las lágrimas de los ojos.
F’lar miró hacia el corredor con amargura. Al final de ese pasaje, Mnementh esperaba, acostado en su cornisa de siempre.
Viene un dragón cargado, advirtió el bronce a los del Nido. Es Lytol, detrás del joven B’rant sobre el castaño Fanth.
—¿Ahora trae sus propias malas noticias? —preguntó Lessa con amargura.
—Ya es bastante duro para Lytol cabalgar en el dragón de otro y venir aquí, Lessa de Ruatha. No aumentes su tormento con tus chiquilladas —dijo F’lar con dureza.
Lessa bajó los ojos, furiosa porque F’lar la había reprendido delante de Robinton.
Lytol entró a trompicones en el nido de la reina. Tenía un rollo grande de tela entre las manos. El joven B’rant, que sostenía con fuerza el otro extremo del rollo, sudaba con el esfuerzo. Lytol se inclinó respetuosamente frente a Ramoth y dirigió un gesto al joven jinete del castaño para que lo ayudara a desenrollar lo que había traído. A medida que se abría el enorme tapiz, F’lar entendió la razón por la que el Maestro Tejedor Zurg se acordaba de él. Los colores, aunque saltaba a la vista que eran muy antiguos, seguían vibrantes y llenos de vida. El tema era todavía más interesante.
—Mnementh, que alguien vaya a buscar a Fandarel. Éste es el modelo que necesita para sus lanzallamas —dijo F’lar.
—Ese tapiz es de Ruatha —exclamó Lessa, indignada—. Lo recuerdo de cuando era niña. Colgaba en el Salón Principal y era la más preciada de las posesiones de mi Línea de Sangre. ¿Dónde estaba? —Le brillaban los ojos.
—Señora, ahora está donde debía estar —replicó Lytol con seriedad, sin mirarla—. Es una obra maestra —continuó, tocando la pesada tela con dedos llenos de respeto—. Esos colores, el tejido… Si no me he olvidado de cómo juzgar un trabajo como éste, un hombre puso toda su vida en preparar el telar, y se necesitó todo el arte de un tejedor para completarlo.
F’lar caminó alrededor del inmenso tapiz, mientras pensaba cuánto le hubiera gustado colgarlo para ver la escena heroica en perspectiva. Una formación de tres alas de dragones en vuelo dominaba la parte superior. Arrojaban fuego mientras se lanzaban sobre manojos de Hilos en el cielo brillante. Un cielo que tenía ese azul perfecto que sólo es posible en otoño, decidió F’lar, un azul que no se da nunca en verano. Sobre las laderas bajas de las montañas, el follaje de las hojas amarilleaba con el frío de las noches. Las rocas pizarra sugerían la región de Ruatha. ¿Era por eso que el tapiz había estado colgado en la Sala de Ruatha? Más abajo, los hombres habían dejado la protección del Fuerte y subían al acantilado. Estaban cargados con los curiosos cilindros de los que había hablado Zurg. Los tubos que había en sus manos soltaban largas llamaradas en lenguas brillantes, dirigidas a los Hilos que se retorcían tratando de hundirse en la tierra.
Lessa soltó una exclamación ahogada y caminó sobre el tapiz mirando el perfil del Fuerte, la puerta maciza entreabierta, los detalles de los adornos de bronce que se destacaban en un trabajo que debió de costar tiempo y dedicación infinitos.
—Me parece que es el diseño de las puertas del Fuerte Ruatha —hizo notar F’lar.
—Sí y no —dijo Lessa, intrigada.
Lytol la miró con los ojos brillantes y después examinó la puerta tejida.
—Cierto. No es la puerta pero lo es. Y yo pasé por ella hace apenas una hora. —Miró el dibujo a sus pies.
—Bueno, aquí está el diseño que quiere estudiar Fandarel —dijo F’lar con alivio mientras miraba los lanzallamas.
No se atrevía a preguntarse si a partir de ese dibujo, el herrero podría producir un modelo que les sirviera de ayuda al cabo de tres días. Pero si Fandarel no podía hacerlo, ningún otro hombre lo haría.
El Maestro Herrero expresó su alegría al ver el tapiz. Se acostó sobre la tela con la nariz contra el dibujo y estudió los detalles. Gruñó, gimió y murmuró para sí, y después se sentó con las piernas cruzadas a mirar desde arriba y dibujar.
—Se hizo. Puede hacerse. Debe hacerse —se lo oyó rumiar.
Lessa pidió klah, pan y carne cuando supo por el joven B’rant que ni él ni Lyton habían comido nada todavía. Sirvió a todos los hombres con modales tranquilos y bienhumorados. F’lar se sintió mejor por Lytol.
Lessa logró incluso obligar a Fandarel a alimentarse, una figura diminuta junto al coloso, pidiéndole que se apartara del tapiz y tomara algo antes de volver a sus murmullos, gruñidos y dibujos.
Finalmente Fandarel decidió que ya tenía bastantes esquemas y bosquejos y desapareció rumbo a su taller sobre las alas de un dragón.
—No tiene sentido preguntarle cuándo piensa volver. Está demasiado sumido en sus propios pensamientos para oírnos —observó F’lar, divertido.
—Si no te importa, yo también me voy —dijo Lessa, sonriendo con gracia a los cuatro que todavía quedaban en la mesa—. Buen Guardián Lytol, el joven B’rant debería irse también. Se cae de sueño.
—Claro que no, Jefa del Nido —le aseguró B’rant con rapidez, abriendo los ojos para demostrar una vitalidad que no tenía.
Lessa se rió y se alejó hacia la cámara dormitorio. F’lar la miró, pensativo.
—Desconfío de la Jefa del Nido cuando habla con tanta docilidad —dijo lentamente.
—Bueno, todos debemos irnos ya —sugirió Robinton, levantándose.
—Ramoth es joven, pero no tan tonta —murmuró F’lar cuando los otros se fueron.
Ramoth dormía sin notar el escrutinio del Líder. F’lar buscó el consuelo de Mnementh, pero el dragón no le contestó. El gran bronce dormitaba sobre la cornisa.
Negro, más negro, negrísimo,
y frío, más frío que el alba congelada.
¿Dónde está el entre cuando la Vida aguarda,
a las frágiles alas del dragón tomada?
—Solamente quiero ver el tapiz colgado de nuevo de las paredes de Ruatha —insistió Lessa a F’lar al día siguiente—. Quiero que esté en el lugar a donde pertenece.
Habían ido juntos a ver a los heridos y ya habían discutido una vez porque F’lar había enviado a N’ton con el grupo del sur. Lessa quería que el joven intentara subir al dragón de otro. F’lar había preferido que aprendiera a liderar un ala propia en el sur, pues le faltaban muchos Giros para madurar. Le había recordado a Lessa los viajes de vuelta de F’nor y las dificultades que ella misma había experimentado ya en los viajes en el tiempo, con la esperanza de que eso la descorazonara de su idea de volver cuatrocientos Giros hacia atrás.
Ella lo había escuchado, pensativa, pero no había respondido.
Por lo tanto, cuando Fandarel envió decir a F’lar que deseaba mostrarle un nuevo mecanismo, el Líder del Nido se sintió razonablemente autorizado a permitir que Lessa disfrutara del triunfo de volver a Ruatha con el tapiz robado. Ella ordenó que prepararan la tela y subió con ella al cuello de Ramoth.
F’lar vio cómo Ramoth se elevaba con grandes golpes de sus anchas alas hasta la Roca de la Estrella antes de desaparecer en el entre hacia Ruatha. Justo en ese momento apareció R’gul en la cornisa. Venía a avisarle de que estaba llegando una gran caravana con piedras de fuego por el Túnel. Ocupado con esos detalles, F’lar no pudo acercarse hasta media mañana al nuevo lanzallamas de Fandarel, todavía inconcluso. A esa hora el fuego todavía no salía con fuerza suficiente por el tubo. F’lar estuvo de vuelta en el Nido cuando ya casi anochecía.
R’gul le anunció con amargura que F’nor lo había estado buscando. Dos veces, en realidad.
—¿Dos veces?
—Dos veces, como digo. No quiso dejarme un mensaje. —Era evidente que R’gul se sentía insultado por la negativa de F’nor.
A la hora de la comida nocturna, Lessa todavía no había regresado y F’lar envió un mensajero a Ruatha para preguntar si la Jefa había llegado allí con el tapiz. Lessa había incordiado a todo el Fuerte durante la mañana, había indicado y mirado y vuelto a empezar hasta que pareció conformarse con el lugar donde habían colocado el tapiz. Después se había sentado frente a él varias horas y lo había mirado fijamente, caminando frente a la tela de vez en cuando.
Ella y Ramoth se habían elevado sobre la Gran Torre y habían desaparecido. Lytol, como todos en Ruatha, pensaba que habían vuelto al Nido Benden.
—Mnementh —aulló F’lar cuando el mensajero desapareció—, Mnementh, ¿dónde están?
La respuesta de Mnementh tardó mucho tiempo en llegar.
No las oigo, dijo finalmente con la voz mental suave y tan llena de preocupación como puede ser la voz de un dragón.
F’lar se aferró a la mesa con las dos manos, mirando el nido vacío de la reina. Conocía, en la angustia privada de su mente, el lugar a donde había intentado ir Lessa.
Frío como la muerte, de muerte henchido,
quédate y muere aquí, sin guía, sin camino.
Valiente, tú que intentaste, éste es tu sitio,
así fue dos veces decidido.
Allá abajo estaba la Gran Torre de Ruatha. Lessa hizo que Ramoth se moviera un poco a la izquierda, ignorando los ácidos comentarios de la reina porque sabía que el dragón también estaba nervioso.
Muy bien, querida, ése es el ángulo exacto en que aparece la puerta del Fuerte en el tapiz. Pero cuando diseñaron ese tapiz, nadie había tallado los dinteles ni rematado la puerta. Y no había Torre, ni Patio Interior, ni portones. Acarició la piel sorprendentemente suave del cuello curvado, riendo para ocultar su nerviosismo y su miedo ante lo que estaba a punto de intentar.
Se dijo a sí misma que había buenas razones para hacerlo. La frase del comienzo de la Balada, «Partieron lejos, adelante», era claramente una referencia al vuelo entre tiempos. Y el tapiz le había dado las indicaciones necesarias para el salto entre cuandos. Ah, le estaba tan agradecida al Maestro Tejedor que había plasmado esa puerta. Tendría que felicitarlo por lo bien que lo había hecho. Esperaba poder hacerlo. No más de esas ideas. Claro que podría. ¿Acaso no habían desaparecido los Nidos? Ella sabía que se habían ido hacia el futuro, sabía cómo volver a ellos para ser su guía, así que era ella, obviamente, la que debía regresar.
Era muy simple: solamente ella y Ramoth podían hacerlo. Porque ya lo habían hecho.
Lessa rió de nuevo, nerviosa, y respiró hondo varias veces, temblando.
—De acuerdo, cariño dorado —murmuró—. Ya tienes la referencia. Sabes adonde quiero ir. Llévame entre, Ramoth, entre cuatrocientos Giros atrás.
El frío fue intenso, más penetrante de lo que ella había imaginado. Y sin embargo no era un frío físico. Era la conciencia de la ausencia de todo. Ni luz. Ni sonido. Ni tacto. Caían más y más en esa nada y mientras caían Lessa conoció el pánico total, un pánico que amenazaba con llevarse su razón para siempre. Sabía que estaba sentada sobre el cuello de Ramoth, pero no podía sentir a la gran bestia entre sus muslos, bajo sus manos. Trató de gritar sin darse cuenta y abrió la boca a…, nada…, ni un sonido en sus oídos. Ni siquiera podía sentir las manos que se había llevado a las mejillas.
Estoy aquí, oyó que decía Ramoth en su mente. Estamos juntas, y esa seguridad fue lo único que le impidió caer en la locura de ese cono terrorífico inundado de una nada intemporal, infinita.
Alguien tuvo la cordura suficiente como para llamar a Robinton. El Maestro Cantor encontró a F’lar sentado a la mesa, con el rostro de una palidez mortal, los ojos fijos en el nido vacío. La voz calma del artesano sustrajo a F’lar de su ataque de parálisis. Robinton hizo un gesto para que todos los demás se marcharan.
—Se ha ido. Ha tratado de volver cuatrocientos Giros —dijo F’lar con la voz dura, tensa.
El Maestro Cantor se hundió en la silla frente al Líder del Nido.
—Llevó el tapiz a Ruatha —siguió F’lar con la misma voz ahogada—. Yo le conté lo de los regresos de F’nor. Le dije lo peligroso que era. Ella no discutió mucho y sé que volar entre tiempos la asustaba, si es que algo podía asustar a Lessa. —Golpeó la mesa con un puño impotente—. Tendría que haber sospechado algo. Cuando Lessa cree que tiene razón, no analiza, no piensa. ¡Actúa!
—Pero no es tonta —le recordó Robinton lentamente—. Ni siquiera ella querría saltar entre tiempos sin un punto de referencia. ¿O sí?
—«Partieron muy lejos, adelante»… ésa es la única clave que tenemos…
—No, esperad un momento —lo detuvo Robinton y después hizo chasquear los dedos—. Anoche, cuando caminó sobre el tapiz, se interesó mucho en la puerta del Fuerte. Demasiado. Recordad. Lo discutió con Lytol.
F’lar estaba de pie ahora, casi corría ya por el pasaje.
—Vamos, hombre, tenemos que ir a Ruatha.
Lytol encendió todas las antorchas del Fuerte para que F’lar y Robinton examinaran el tapiz con claridad.
—Se pasó toda la tarde mirándolo —dijo el Guardián, meneando la cabeza—. ¿Estáis seguros de que intentó ese salto increíble?
—Debe de haberlo hecho. Mnementh no puede oírla. Ni a ella ni a Ramoth. En cambio, sí recibe un eco de Canth hace varios Giros en el Continente Sur. —F’lar caminaba de un lado a otro frente al tapiz—. ¿Qué tiene esa puerta, Lytol? Pensad…
—Se parece a la de ahora. Pero no hay dinteles tallados, ni Patio externo, ni Torre…
—Ahí está. Ah, por el Huevo, ¡qué simple resulta! Zurg dijo que el tapiz es antiguo. Lessa debe de haber decidido que tiene cuatrocientos Giros y lo usó como punto de referencia para volver entre tiempos.
—Ah, entonces está allá, a salvo —exclamó Robinton, suspirando de alivio y dejándose caer en una silla.
—Ah, no, Cantor. No es tan fácil como suponéis —murmuró F’lar y Robinton miró su cara llena de horror mientras la desesperación subía también al rostro de Lytol.
—¿Qué pasa?
—No hay nada entre —dijo F’lar con voz muerta—. Ir entre lugares lleva más o menos el tiempo que uno puede tardar en toser tres veces. Pero volar entre cuatrocientos Giros… —La voz se le quebró.
El que quiere,
puede.
El que intenta,
hace.
El que ama,
vive.
Había voces que primero parecían rugidos en los oídos de Lessa, que se retorcían de dolor. Después, de pronto, empezaron a sonar leves, casi por debajo del umbral de la percepción. Jadeó cuando la sensación de asco, de levedad intensa le revolvió la cabeza y la cama que sentía debajo de ella giró y giró. Se aferró a los costados del lecho mientras el dolor le sacudía la cabeza desde algún lado, directamente en la mitad del cerebro. Aulló en parte por el dolor y en parte por la sensación terrorífica de girar y caer sin nada a que aferrarse.
Pero una necesidad asfixiante hizo que siguiera tratando de comunicar el mensaje que había venido a entregar. A veces sentía a Ramoth, que trataba de rescatarla de esa oscuridad vasta y penetrante. Entonces intentaba aferrarse a la mente de la reina y esperaba que Ramoth pudiera sustraerla de la tortura de esa nada. Exhausta, se dejaba caer, abajo, abajo, y entonces lo que la rescataba del desmayo era su imperiosa necesidad de comunicarse.
Finalmente notó una mano suave, dulce sobre el brazo; un líquido tibio y sabroso en la boca. Lo saboreó y el líquido se le deslizó por la garganta ardiente. Un ataque de tos la dejó débil, jadeando. Después, intentó abrir los ojos. Las imágenes que había frente a ella estaban firmes. Nada giraba.
—¿Quién… eres? —Se las arregló para gruñir…
—Ah, mi querida Lessa…
—¿Yo soy Lessa? —preguntó, confusa.
—Eso nos dice vuestra Ramoth… Soy Mardra, Jefa del Nido Fort.
—Ah, ¡qué furioso se pondrá F’lar! —gimió Lessa como si su memoria volviera a ella de pronto, en una corriente que no podía detener—. Me va a sacudir y sacudir y sacudir. Siempre me sacude cuando lo desobedezco. Pero yo tenía razón. Tenía razón. ¿Mardra? Ah, esa horrible nada… —Sintió que se deslizaba de nuevo hacia el sueño, incapaz de resistir la urgente necesidad de descanso. Pero ahora la cama le parecía cómoda y ya no se movía debajo de su cuerpo.
La habitación, iluminada apenas por algunas antorchas de pared, era igual a su habitación en el Nido Benden, pero sutilmente distinta. Lessa se quedó quieta, tratando de detectar la diferencia. Ah, aquí las paredes del nido eran suaves. La habitación era más grande también, el techo más alto y curvo. Los muebles, ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la luz y podía distinguir los detalles, estaban tallados con mayor esmero. Lessa se movió, inquieta.
—Ah, te has despertado de nuevo, dama misteriosa —dijo un hombre. La luz que venía de detrás de la cortina inundó la habitación desde el nido exterior. Lessa sintió más que vio la presencia de otras personas en la habitación que quedaba al otro lado.
Una mujer pasó bajo el brazo del hombre y se movió con rapidez hacia el costado de la cama.
—Te recuerdo —dijo Lessa, sorprendida—. Eres Mardra.
—Sí, soy Mardra. Y él es T’ton, Líder del Nido Fort.
T’ton estaba avivando la antorcha de la pared, mientras miraba por encima del hombro para ver si a Lessa le molestaba el brillo.
—¡Ramoth! —exclamó Lessa, sentada de pronto en la cama, consciente por primera vez de que no era la mente de Ramoth la que estaba ahí afuera, en el nido exterior, tocando la suya con cautela.
—Ah, ésa —rió Mardra con desesperación divertida—. Quiere acaparar todo el Nido y hasta mi Loranth tuvo que llamar a las otras reinas para dominarla.
—Se queda sobre las Rocas de la Estrella como si le pertenecieran y llama constantemente —dijo T’ton con menos cariño. Levantó una ceja—. Vaya, ahora se ha detenido.
—Podéis venir, ¿verdad? —estalló Lessa de pronto.
—¿Ir? ¿Ir adónde, querida? —le preguntó Mardra, confusa—. Has estado repitiendo todo el tiempo eso de «venir» y de que llegan los Hilos y la Estrella Roja encerrada en la Roca del Ojo y… querida, ¿no sabes que la Estrella Roja pasó hace ya dos meses?
—No, acaba de empezar. Por eso he vuelto entre tiempos…
—¿Has vuelto? ¿Entre tiempos? —exclamó T’ton, acercándose a la cama y mirando a Lessa con los ojos muy abiertos.
—¿Podría tomar un poco de klah? Sé que no me estoy expresando bien y no estoy del todo despierta todavía. Pero no estoy loca ni deliro; todo esto es bastante complejo de explicar.
—Eso parece —hizo notar T’ton con mansedumbre engañosa. Pero pidió klah y acercó una silla al costado de la cama para escucharla más cómodo.
—Claro que no está loca —la tranquilizó Mardra, echando una mirada furiosa al Líder del Nido—. De lo contrario no habría venido en una reina.
T’ton tuvo que aceptar la sensatez de estas palabras. Lessa esperó que llegara el klah y cuando llegó, lo tomó despacio, agradecida por ese calor estimulante.
Después respiró hondo y empezó a hablar. Les habló del Largo Intervalo entre los Pasos peligrosos de la Estrella Roja; les contó cómo el único Nido que quedaba había caído en desgracia y cómo todos lo despreciaban; les contó la forma en que Jora había deteriorado a su reina, Nemorth, y después perdido el control sobre ella, les explicó que cuando la Estrella Roja se acercó de nuevo, no hubo un aumento en el tamaño de las camadas de dragones. Les contó que ella había Impresionado a Ramoth y se había convertido en la Jefa del Nido Benden. Que F’lar había triunfado de palabra sobre los Señores de los Fuertes el día que siguió al primer vuelo nupcial de Ramoth y había llegado al poder en Pern y el Nido. Que había intentado prepararlo todo para los Hilos, porque sabía que se estaban acercando de nuevo. Contó a un público que ahora tenía en vilo sus primeros intentos para volar a Ramoth y la forma en que sin darse cuenta había vuelto entre tiempos al día en que Fax había invadido el Fuerte Ruatha.
—¿Invadió… el Fuerte de mi familia? —exclamó Mardra, atónita.
—Ruatha ha dado a los Nidos muchas Jefas de Nido famosas —dijo Lessa con una sonrisa astuta y T’ton lanzó una carcajada.
—No cabe duda de que es de Ruatha —aseguró Mardra, mirándola.
Les contó la situación a que se enfrentaban ahora los hombres del dragón, tan pocos para resistir los ataques de los Hilos. Les habló de la Canción de las Preguntas y del gran tapiz.
—¿Un tapiz? —exclamó Mardra, y se llevó las manos a la cara, alarmada—. ¡Descríbelo!
Y cuando Lessa lo hizo, vio en los ojos de los dos que por fin la creían.
—Mi padre acaba de encargar un tapiz con esta escena. Me lo dijo el otro día, porque la última batalla contra los Hilos fue sobre Ruatha. —Incrédula todavía, Mardra se volvió hacia T’ton, que ya no parecía divertido—. Debe de ser cierto. En otro caso, ¿cómo sabría lo del tapiz?
—También podrías preguntárselo a tu reina dragón, y a la mía —sugirió Lessa.
—No dudamos de ti ahora, querida —dijo Mardra con sinceridad—, pero es un salto increíble.
—No creo que pudiera intentarlo de nuevo —dijo Lessa—, ahora que sé lo que se experimenta.
—Sin embargo, este problema subsiste, porque si a todos les pasa lo mismo que a ti, el salto entre tiempos no proporcionará muchos jinetes en condiciones a F’lar —hizo notar T’ton.
—Entonces, ¿vais a venir? ¿Vendréis?
—Hay una buena posibilidad de que vayamos —afirmó T’ton con seriedad, y su cara se quebró en una sonrisa extraña—. Has dicho que dejamos los Nidos, que los abandonamos y que no dejamos ninguna explicación. Nos fuimos a algún lado…, a algún tiempo, quiero decir, porque de momento seguimos aquí ahora…
Se quedaron en silencio porque una misma alternativa cruzó las mentes simultáneamente. Los Nidos estaban vacantes pero Lessa no tenía forma de probar que los cinco Nidos habían reaparecido en su tiempo.
—Tiene que haber una forma de hacerlo. Tiene que existir —exclamó Lessa, perturbada—. Y no hay tiempo que perder. No nos queda tiempo.
T’ton se rió.
—En este lado de la historia hay mucho tiempo, querida.
La obligaron a descansar, más preocupados que ella por el hecho de que había estado enferma varias semanas, aullando en el delirio que se estaba cayendo y que no veía, no oía, no tocaba nada. Ramoth también, le dijeron, había sufrido el efecto de esa nada terrible, ese tiempo demasiado largo en el entre, y había emergido sobre Ruatha siendo una sombra de su anterior corpulencia.
Cuando Lessa se sintió lo bastante recuperada, T’ton convocó un Consejo de Líderes del Nido. Curiosamente, no hubo oposición ante la idea de la partida, siempre que se pudiera resolver el problema de emerger enteros y tranquilos del viaje en el tiempo y encontrar puntos de referencia en el camino. Lessa no tardó mucho en comprender la razón por la que los jinetes estaban tan dispuestos a intentar el viaje. La mayoría de ellos había nacido durante la invasión de los Hilos. Acababan de enfrentarse a cuatro meses de patrullas sin peligro y estaban aburridos por la monotonía. Los Juegos de Entrenamiento en primavera eran pálidos sustitutos de las batallas reales en las que habían combatido. Los Fuertes, que hacía poco agradecían devotamente la intervención de los Nidos, empezaban a demostrar indiferencia. Los Líderes del Nido se daban cuenta de que los incidentes se multiplicarían cada vez más a medida que se disipara el miedo a los Hilos. La baja de la moral era tan insidiosa como una enfermedad y se estaba dando en los Fuertes y en los Nidos al mismo tiempo. Para esos hombres hechos a la batalla, la alternativa que ofrecía el ruego de Lessa era mejor que una declinación lenta en la seguridad de su propia época.
De Benden asistió solamente el Líder del Nido. Benden era el único Nido que había llegado a los tiempos de Lessa, así que debía permanecer ignorante e intacto hasta ese momento. Y la presencia de Lessa tampoco podía aparecer en los Registros, porque su aventura no se conocía en tiempos de F’lar.
Ella insistió en que convocaran al Maestro Cantor porque en los Registros decía que lo habían llamado, pero cuando él le pidió que le recitara la Canción de las Preguntas, ella sonrió y se negó.
—Vos la escribiréis, vos o vuestro sucesor cuando encontréis los Nidos abandonados —le dijo—. Pero debe ser vuestra, no una canción que hayáis copiado de mí.
—Escribir una canción que cuatrocientos Giros después proporcionará la clave del problema es una tarea difícil cuando se sabe que sucederá así.
—Solamente aseguraos —le advirtió ella— de que sea una canción Maestra. No debe caer en el olvido porque plantea preguntas que nosotros tendremos que hacernos.
Él sonrió y Lessa comprendió que ya le había dado una pista.
Las discusiones —cómo llegar tan lejos a salvo, sin perturbaciones mentales— se hicieron cada vez más agitadas. Se aportaron muchas sugerencias, la mayoría de las veces poco prácticas, sobre cómo encontrar puntos de referencia en el camino. Nadie en los cinco Nidos había estado en el futuro y Lessa, en su único salto gigantesco hacia atrás, no se había detenido a registrar marcas intermedias.
—Dijiste que un salto hacia atrás de diez Giros no causó problemas, ¿verdad? —le preguntó T’ton a Lessa cuando todos los Líderes de Nidos y el Maestro Cantor se reunieron a discutir el estancamiento en que se encontraban.
—Ninguno. Se tarda más o menos el doble que en un salto entre lugares.
—Lo que te perjudicó fue el salto de cuatrocientos Giros. Mmmm. Tal vez veinte o veinticinco Giros también serían seguros.
Esa sugerencia tuvo eco hasta que el cauteloso Líder de Ista, D’ram, dijo:
—No quiero ser jinete de Fuerte, pero hay una posibilidad que no hemos mencionado. ¿Cómo sabemos que realmente llegaremos a los tiempos de Lessa? Saltar entre es un asunto difícil. Muchas veces perdemos jinetes. Y Lessa por poco no llega viva.
—Buen punto, D’ram —aceptó T’ton—, pero siento que hay muchas pruebas de que vamos, bueno iremos…, fuimos delante. Las pistas, en primer lugar, eran para Lessa. El hecho mismo de que cinco Nidos hubieran desaparecido la llevó a buscar nuestra ayuda.
—De acuerdo, de acuerdo —interrumpió D’ram acalorado—, pero lo que quiero decir es que no podemos estar seguros de que llegamos allá, sólo de que fuimos desde aquí. Cuando ella partió, todavía no había sucedido. ¿Sabemos que realmente se puede hacer?
T’ton no fue el único que buscó una respuesta a eso en su cabeza. De pronto, golpeó la mesa con las palmas.
—Por el Huevo, es morir despacio sin hacer nada o morir rápido intentándolo. Si pienso en la vida sedentaria que debemos llevar los hombres del dragón después del Paso de la Estrella Roja hasta que nos vayamos entre cuando viejos, confieso que casi lamento ver cómo la Estrella se esfuma en el horizonte del cielo de la noche. Yo digo: tomemos el disco con las manos y sacudámoslo hasta que desaparezca. Somos hombres del drágon, ¿verdad? Nos entrenan para pelear contra los Hilos, ¿cierto? ¡Vayamos de caza…, cuatrocientos Giros adelante!
La cara tensa de Lessa se relajó. Había reconocido la validez de la alternativa que planteaba D’ram y un miedo terrible había entrado en su corazón. Arriesgarse a sí misma era su propia elección, su responsabilidad, pero arriesgar a esos cientos de hombres y dragones, a la gente del Nido que los acompañaría…
Las palabras sonoras de T’ton acabaron de una vez por todas con cualquier tipo de dudas.
—Yo creo —la voz exultante del Maestro Cantor cortó la voz de todos los que gritaban su acuerdo— que ya tengo vuestros puntos de referencia. —Una sonrisa de sorpresa maravillada le iluminó la cara—. No importa si son veinte Giros o veinte mil, ¡siempre tendréis una guía! Y T’ton acaba de encontrarla cuando ha dicho: «Ver cómo la Estrella Roja se esfuma en el horizonte».
Más tarde, mientras trazaban la órbita de la Estrella Roja, descubrieron lo fácil que era la solución al problema y rieron al pensar que el antiguo enemigo de siempre se había convertido en un guía involuntario.
Por encima del Nido Fort, como en todos los otros Nidos, había grandes piedras. Estaban colocadas de forma que en determinados momentos del año marcaban el acercamiento y el retroceso de la Estrella Roja en su errática órbita de doscientos Giros alrededor del sol. Consultando los Registros que, entre otras informaciones, incluían los vagabundeos de la Estrella Roja, no resultó difícil planear saltos entre de unos veinticinco giros para cada Nido. Se había decidido que los Nidos saltarían entre sobre su propia base, porque estaban seguros de que se producirían accidentes si casi ochocientos dragones cargados lo intentaban en un solo lugar.
Pero después de que se tomara la decisión, Lessa empezó a sentir que cada minuto que pasaba lejos de su época se alargaba como un año. Hacía un mes que no veía a F’lar y lo echaba de menos más de lo que hubiera creído posible. Además, tenía miedo de que Ramoth se apareara con un dragón que no fuera Mnementh. Había dragones de bronce y jinetes de bronce dispuestos a hacerle ese servicio pero Lessa no estaba interesada en ellos.
T’ton y Mardra la ocuparon en los muchos detalles de organización del éxodo para que no quedaran pistas del viaje en los Nidos, nada, excepto el tapiz y la Canción de las Preguntas.
Con un alivio casi cercano a las lágrimas, Lessa llevó a Ramoth hacia arriba en el cielo de la noche para ocupar su lugar junto a T’ton y Mardra por encima de la Roca de la Estrella del Nido Fort. En los otros cinco Nidos grandes alas se alzaban en formación, listas para partir.
Cuando todos los Líderes del Nido informaron a Lessa de que estaban listos, con la mente fija en los puntos de referencia determinados por los viajes de la Estrella Roja, fue la viajera del futuro la que dio la orden de saltar entre.
La noche más negra también termina en alba,
el sol disipa el miedo del que sueña:
¿cuándo habrá consuelo para el dolor negro de mi alma
que espera en el Nido ya sin luz, sin huellas?
Habían hecho once saltos entre. Los bronces de los Líderes de Nidos hablaban con Lessa mientras descansaban un momento entre dos saltos. De los más de ochocientos viajeros, solamente cuatro se habían quedado atrás, y eran dragones viejos. Los cinco Nidos decidieron hacer una pausa para una comida rápida y un poco de klah caliente antes del salto final, de sólo doce Giros.
—Es más fácil saltar veinticinco Giros que doce —comentó T’ton mientras Mardra servía el klah. Levantó la vista hacia la Estrella Roja, esa guía titilante y segura—. En doce giros la posición no cambia tanto. Confío en ti, Lessa, para que nos des referencias adicionales.
—Quiero volver a Ruatha antes de que F’lar descubra que me fui. —Lessa tembló mientras miraba la Estrella Roja y bebía un sorbo de klah—. La he visto así solamente una vez…, no, dos…, en Ruatha. —Miró fijamente a T’ton y se le cerró la garganta al recordar esa mañana: el momento en que había decidido que la Estrella Roja era una amenaza para ella, tres días antes de que Fax y F’lar reaparecieran en el Fuerte Ruatha. Fax había muerto con la daga de F’lar clavada en el pecho y ella se había marchado al Nido Benden. De pronto se sintió débil, mareada, sin equilibrio. No se había sentido así cuando se detuvieron en los otros saltos.
—¿Te encuentras bien, Lessa? —preguntó Mardra, preocupada—. Se te ve pálida y estás temblando. —Le pasó un brazo alrededor del cuerpo, mirando preocupada a su compañero.
—Hace doce Giros yo estaba en Ruatha —murmuró Lessa, aferrando la mano de Mardra para sostenerse—. Estuve dos veces ahí. Marchémonos enseguida. Sois demasiadas personas esta mañana. Tengo que volver a mi tiempo. Tengo que volver con F’lar. Estará muy enfadado.
La nota de histeria en la voz de Lessa alarmó a Mardra. T’ton, asustado, impartió las órdenes necesarias para que extinguieran los fuegos, montaran los dragones y se prepararan para el último salto hacia delante.
Con la mente en un caos, Lessa dio referencias a los dragones de los demás Líderes: Ruatha en la luz de la tarde, la Gran Torre, el Patio Interno, la tierra en primavera…
Un punto rojo en un cielo frío y negro
una gota de sangre los guía en el vuelo.
Vete ya, vete ya, vete, adelante,
una Estrella Roja llama a los que parten.
Entre Lytol y Robinton obligaron a F’lar a comer, emborrachándolo deliberadamente. En el fondo de su mente, F’lar sabía que tendría que seguir adelante, pero el esfuerzo era inmenso ahora que no tenía ánimo ni razones para continuar. No lo consolaba saber que todavía tenían a Pridith y a Kylara para conservar la estirpe de los dragones, y no enviaba a nadie a buscar a F’nor, incapaz de enfrentarse a la realidad: incapaz de aceptar que al enviar a buscar a Pridith y Kylara, estaba admitiendo que ni Lessa ni Ramoth volverían al Nido.
Lessa, Lessa, llamaba su mente. En un momento la maldecía por su coraje absurdo, su falta de criterio, y al siguiente la adoraba por haber intentado algo tan increíble.
—Creo, F’lar, que os conviene dormir más que seguir tomando vino. —La voz de Robinton llegó hasta él a través de la nube de preocupaciones.
—¿Qué habéis dicho?
—Venid. Os llevaré a Benden. En este momento, no podréis convencerme de alejarme de vos. Habéis envejecido años en unas pocas horas.
—¿Y no os parece lógico? —le gritó F’lar, levantándose. Su rabia incontrolable se volvía hacia el único blanco que tenía a la mano, el Maestro Robinton.
Los ojos de Robinton estaban llenos de compasión. Buscó el brazo de F’lar y se lo apretó con fuerza.
—Hombre, ni siquiera el Maestro Cantor tiene palabras para expresar el dolor que siente por vos y la forma en que os honra. Pero debéis dormir. Tenéis que sobrevivir mañana, y pasado mañana debéis pelear. Los hombres del dragón necesitan un líder… —Se le perdió la voz—. Mañana debéis enviar a buscar a F’nor…, y a Pridith.
F’lar giró sobre sus talones sin moverse del lugar y se alejó caminando hacia la puerta de la gran cámara de Ramoth.
Ah, Lengua, di nuestras alegrías en el son,
canta las promesas y esperanzas del dragón.
Frente a ellos se alzaba, amenazadora, la Gran Torre de Ruatha; las altas paredes del Patio Exterior se veían claramente bajo la agonizante luz vespertina.
La alarma sonó en el aire, apenas audible sobre los truenos que dividían la tierra mientras aparecían cientos de dragones, volando en formación de combate, ala tras ala, sobre todo el valle.
Una aguja de luz manchó las piedras del Patio cuando se abrió la puerta del Fuerte.
Lessa ordenó a Ramoth que bajara cerca de la Torre, desmontó y corrió rápidamente hacia los hombres que se habían reunido en las puertas. Descubrió la figura robusta de Lytol, iluminada por una luz que alguien sostenía sobre su cabeza. Sintió tanto alivio al verlo que se olvidó de su antagonismo.
—Os equivocasteis en el cálculo del último salto. Dos días, Lessa —exclamó él en cuanto se acercaron lo suficiente como para que ella lo oyera sobre el ruido de los dragones que aterrizaban.
—¿Equivocarme? ¿Cómo? —jadeó ella.
T’ton y Mardra se les acercaron.
—No hay motivo de preocupación —les aseguró Lytol, tomando las manos de Lessa entre las suyas y apretándolas con fuerza, los ojos brillantes. Le sonreía, realmente le estaba sonriendo—. Os habéis pasado. Volved al entre, volved a la Ruatha de hace dos días. Eso es todo. —La sonrisa se le ensanchó al ver la confusión que había en Lessa—. Todo va bien —repitió, palmeándole las manos—. Tomad la misma hora, el Gran Patio, todo exactamente igual, pero visualizad a F’lar, a Robinton y a mí aquí, sobre estas piedras. Poned a Mnementh sobre la Gran Torre y a un dragón azul en el fuste. Ahora marchaos.
¿Mnementhf?, preguntó Ramoth a Lessa, deseosa de ver a su compañero de Nido. La reina bajó la gran cabeza y sus ojos inmensos brillaron con chispas de fuego.
—No entiendo —se quejó Lessa. Mardra le pasó un brazo sobre el hombro para consolarla.
—Pero yo sí, yo sí…, confiad en mí —le rogó Lytol, palmeándole el hombro con incomodidad y mirando a T’ton para que lo apoyara—. Es como dijo F’nor. No puedes estar en varios sitios al mismo tiempo sin sentirlo y cuando te detuviste aquí hace doce Giros, Lessa se derrumbó.
—¿Ya lo sabes? —exclamó T’ton.
—Claro que sí. Volved dos días. Yo sé que habéis vuelto. Entonces me sorprenderé, claro, pero ahora, esta noche, sé que todos reaparecisteis dos días antes. Vamos, id. No discutáis. F’lar estaba medio loco de preocupación por vos.
—Estará furioso —exclamó Lessa como una niñita.
—¡Lessa! —T’ton la tomó de la mano y la llevó de nuevo hasta Ramoth, que se agachó para dejar subir a su amazona.
T’ton se encargó de todo. Hizo que su Fidranth pasara la orden de volver y las referencias de Lytol, agregando, a través de Ramoth, la descripción de los hombres que había nombrado Lytol y la de Mnementh.
El frío del entre devolvió el sentido a Lessa aunque su error había sacudido su confianza. Pero ahí estaba Ruatha otra vez. Los dragones se acomodaron en una formación impresionante y alegre y ahí, contra la luz que salía del Fuerte, estaba Lytol, Robinton y también F’lar.
La voz de Mnementh dio la bienvenida en bronce y Ramoth no pudo dejar a Lessa tan rápido como deseaba para ir a reunirse con su compañero.
Lessa se quedó donde la había dejado Ramoth, incapaz de moverse. Tenía conciencia de la presencia de Mardra y T’ton a su lado. Pero en realidad, solamente veía a F’lar, que corría atravesando el Patio hacia ella. Sin embargo, no podía moverse.
Él la abrazó y la estrechó con tanta fuerza contra su cuerpo que ella no pudo dudar de la alegría que le causaba su regreso.
—Lessa, Lessa —cantaba la voz de él, quebrada, en los oídos de la Jefa del Nido. Le apretó la cara contra la suya, dejándola casi sin aliento. Sin la distancia de siempre. La besó, la abrazó, la sostuvo y después volvió a besarla con urgencia. Después, de pronto, la apoyó en el suelo y la tomó de los hombros—. Lessa, si vuelves a… —advirtió, enfatizando cada palabra con un movimiento de los dedos. Después se detuvo, consciente del círculo de sonrientes desconocidos que los rodeaban.
—Ya os advertí que estaría furioso —decía Lessa, con la cara inundada de lágrimas—. Pero los traje a todos, F’lar…, a todos menos al Nido Benden. Por eso los Nidos estaban abandonados. Yo fui a buscarlos.
F’lar miró a su alrededor, miró más allá de los líderes las masas de dragones que se posaban en el valle, sobre las alturas, en todas partes. Había dragones azules, verdes, bronces, castaños y toda un ala de reinas doradas.
—¿Has traído los Nidos? —preguntó, como un tonto, atónito.
—Sí, ella es Mardra, y T’ton, del Nido Fort, y D’ram, y…
Él la detuvo con una pequeña sacudida y la apretó contra sí para contemplar a los recién llegados y saludarlos.
—Estoy más agradecido de lo que pueda expresar —dijo y se le quebró la voz.
T’ton se adelantó con la mano extendida y F’lar la tomó y la apretó con fuerza.
—Os traemos mil ochocientos dragones, diecisiete reinas y todo lo que necesitamos para fundar los Nidos de nuevo.
—Y lanzallamas —interrumpió Lessa, excitada.
—Pero…, venir…, intentarlo… —murmuró F’lar, admirado, atónito todavía.
T’ton y D’ram y los otros rieron.
—Vuestra Lessa nos mostró el camino…
—Somos hombres del dragón —siguió T’ton, con solemnidad—, como tú, F’lar de Benden. Nos dijeron que aquí había Hilos contra los cuales luchar y ése es el trabajo de los hombres del dragón…, en cualquier tiempo.
Que toquen las flautas, que suene el tambor,
que vuelen las arpas, que parta el dragón,
Liberad la llama y quemad el pasto
hasta que la Estrella termine su Paso.
A pesar de que los cinco Nidos se establecieron alrededor de Ruatha, F’nor tuvo que traer del sur a su Nido. Todo el grupo había llegado al límite de la tolerancia de la vida en dos tiempos y se alegraron de volver al cuartel que habían dejado hacía dos días y también diez Giros.
R’gul, que no había sabido nada de la zambullida de Lessa en el tiempo, recibió a F’lar y a su Jefa del Nido con la noticia de la aparición de F’nor con setenta y dos nuevos dragones y la novedad de que probablemente ninguno de los jinetes estaría en condiciones de combatir.
—Nunca he visto hombres más agotados —se quejaba R’gul—, no entiendo qué puede haberles pasado con el sol y mucha comida y ninguna responsabilidad…
F’lar y Lessa se miraron.
—Bueno, el Nido del Sur debería mantenerse, R’gul.
—Soy un hombre del dragón, un guerrero, no una mujer —gruñó el viejo jinete—. Estoy seguro de que harían falta muchos viajes en el tiempo para convertirme en eso.
—Ah, volverán a ser ellos mismos en muy poco tiempo —dijo Lessa y para sorpresa y desagrado de R’gul, rió entre dientes.
—Más vale que lo hagan —ladró el jinete, furioso— si queremos limpiar los cielos de Hilos.
—Ahora ya no hay problema con eso —le aseguró F’lar con tranquilidad.
—¿No hay problema? ¿Con ciento cuarenta y cuatro dragones?
—Doscientos dieciséis —lo corrigió Lessa con firmeza.
R’gul la ignoró y dijo:
—Y ese Maestro Herrero, ¿ya inventó un lanzallamas que funcione?
—Claro que sí —le aseguró F’lar, sonriendo de oreja a oreja.
Los cinco Nidos también habían traído equipo. Fandarel les arrancó los modelos de las alforjas y los dragones y sin duda todos los herreros y talleres de Pern podrían duplicar el diseño para el amanecer. T’ton le había dicho a F’lar que en su tiempo, cada Fuerte tenía lanzallamas para todos los hombres que se quedaban en el suelo. En el curso del Largo Intervalo, los lanzallamas debían de haberse fundido y se perdió la memoria de ellos hasta que se los consideró elementos inservibles e incomprensibles. D’ram, en cambio, se interesó muchísimo en el aparato que había fabricado Fandarel para arrojar agentrés y lo consideró mejor que un lanzallamas, porque también actuaba como fertilizante.
—Bueno —admitió R’gul con amargura—, dos o tres lanzallamas servirán de ayuda pasado mañana.
—Encontramos algo que ayudará mucho más —le hizo notar Lessa y después se excusó y se alejó corriendo hacia los dormitorios.
Los sonidos que salieron de detrás de las cortinas podían ser risas o sollozos y R’gul hizo un gesto despectivo hacia las dos cosas. Esa muchacha era demasiado joven para ser Jefa del Nido en un momento como éste. No tenía estabilidad.
—¿Se da cuenta de la situación en que estamos, a pesar de los dragones de F’nor? Es decir, si pueden volar para dentro de dos días… —preguntó R’gul con rabia—. No deberías dejarle abandonar el Nido.
F’lar lo ignoró y empezó a servirse una taza de vino.
—Una vez me dijiste que creíais que los cinco Nidos abandonados apoyaban vuestra teoría de que ya no habría más Hilos.
R’gul carraspeó pensando que las disculpas —si es que tenía que darlas— no servirían de mucho contra los Hilos.
—Había algo de mérito en esa teoría —continuó F’lar, mientras le servía una copa—. Pero no como la interpretaste. Los cinco Nidos estaban vacíos porque…, vinieron aquí.
R’gul, con la copa a medio camino de sus labios, miró a F’lar fijamente. Ese hombre también era demasiado joven para cumplir con sus responsabilidades. Sin embargo, parecía seguro de lo que estaba diciendo.
—Lo creas o no, R’gul, y en un día lo creerás, te lo aseguro, los cinco Nidos ya no están vacíos. Están aquí, en el lugar que ocupaban antes, y en este tiempo. Y se unirán a nosotros, mil ochocientos más, pasado mañana en Telgar, con lanzallamas y mucha experiencia en el combate.
R’gul miró a ese pobre hombre por un largo momento. Luego bajó la taza con cuidado y se fue del Nido. Se negaba a que se burlaran de él. Tendría que planear cómo tomar el poder. Tendría que hacerlo si el Nido pensaba luchar contra los Hilos al día siguiente.
Por la mañana, cuando vio los grandes dragones de bronce llevando a los Líderes del Nido y a sus líderes de ala a la reunión previa a la batalla, R’gul se metió en un rincón y se emborrachó cuidadosamente.
Lessa dio los buenos días a sus amigos y después, sonriendo, dejó el Nido. Tenía que alimentar a Ramoth, dijo. F’lar la miró, pensativo, y después fue a dar la bienvenida a Robinton y Fandarel, que habían pedido estar presentes en la reunión. Ninguno de los dos Artesanos dijo gran cosa, pero no se perdieron ni una sola palabra de lo que decían los demás. La gran cabeza de Fandarel giraba de orador a orador y sus ojos hundidos parpadeaban de vez en cuando. Robinton se sentó con una sonrisa divertida en los labios, absolutamente encantado con aquellos visitantes ancestrales.
F’lar quería dejar su titularidad como Líder de Benden por su falta de experiencia, pero lo convencieron rápidamente de que renunciara a la idea.
—Lo hiciste muy bien en Nerat y Keroon. Excelente —dijo T’ton.
—¿Consideráis buena una batalla en la que dejé a veintiocho hombres o dragones fuera de combate?
—¿Para una primera batalla con todos los dragones y los jinetes verdes como la hierba? ¿Estás de broma? No, hombre, llegasteis a tiempo a Nerat —y T’ton sonrió, malicioso—, que es lo que debe hacer un hombre del dragón. No, estuvo bien volado, digo yo. Bien volado. —Los otro cuatro Líderes murmuraron su acuerdo—. Vuestro Nido tiene poca fuerza, eso sí, así que os prestaremos jinetes de ala hasta que lo pongas en condiciones otra vez. ¡Ah, a las reinas les gustan estos tiempos! —Y su sonrisa se amplió para indicar que a los jinetes de bronces también les gustaban.
F’lar le devolvió la sonrisa, pensando que Ramoth estaba casi lista para otro vuelo nupcial y que esta vez, Lessa…, ah, esa muchacha estaba tan dócil…, sería mejor que la vigilara bien.
—Ah —continuó T’on—, hemos dejado todos los lanzallamas en el taller de Fandarel para que los hombres de tierra tengan armas mañana.
—Sí, os lo agradezco —dijo Fandarel—. Fabricaremos más aparatos de ésos lo más rápido que podamos y os devolveremos los vuestros.
—No os olvidéis de adaptar el agentrés para arrojarlo desde el aire —interrumpió Dram.
—De acuerdo. —T’ton dirigió una mirada a los otros jinetes—. Todos los Nidos se reunirán en pleno tres horas antes sobre Telgar para seguir los ataques de los Hilos a través de Crom. A propósito, F’lar, esos mapas que me mostró Robinton son soberbios. Nosotros no los teníamos.
—¿Y cómo sabíais cuándo empezaría el ataque?
T’ton se encogió de hombros.
—Llegaban con tanta regularidad desde los tiempos en que yo era un niño que uno sabía cuándo iban a caer de nuevo. Pero así es mucho mejor.
—Más eficiente —dijo Fandarel y asintió.
—Después de mañana, cuando todos los Nidos aparezcan en Telgar, podremos pedir suministros para los cinco Nidos —sonrió T’ton—. Como en los viejos tiempos: arrancándoles algo a los Fuertes. —Se frotó las manos, contento—. Como en los viejos tiempos.
—Queda el Nido del Sur —sugirió F’nor—. Nos fuimos hace seis Giros en este tiempo y dejamos el ganado. Tienen que haberse multiplicado y ese lugar está lleno de fruta y grano.
—Me gustaría que la aventura del Sur continuara —observó F’lar, dirigiendo un gesto a F’nor.
—Sí, y que Kylara se quede allí, por favor —agregó F’nor con urgencia, con los ojos brillantes de entusiasmo.
Discutieron el envío de algunos suministros para ayudar a los Nidos recién ocupados y después levantaron la sesión.
—Es algo desagradable —dijo T’ton, mientras compartía el vino con Robinton— descubrir que el Nido que uno acaba de dejar hace dos días se ha convertido en una cáscara polvorienta. —Rió—. Las mujeres de las Cavernas Inferiores estaban un poco molestas.
—Nosotros limpiamos esas cocinas —replicó F’nor, indignado. Una buena noche de descanso había hecho mucho para recuperarlo de su fatiga.
T’ton carraspeó.
—Según Mardra, ningún hombre sabe limpiar nada.
—¿Crees que vas a volar mañana, F’nor? —le preguntó F’lar, solícito. Veía claramente la tensión en la cara de su hermanastro a pesar de la mejoría de la mañana. Sin embargo, esos Giros agotadores habían sido necesarios y no se habían convertido en algo fútil ni siquiera ahora, comparados con la llegada de los mil ochocientos dragones del pasado. Cuando F’lar había ordenado a F’nor volver diez Giros en el tiempo, todavía no había aparecido la Canción de las Preguntas ni se había sabido nada de tapiz.
—No me perdería esa pelea ni siquiera si me hubiera quedado sin dragón —declaró F’nor, convencido.
—Lo que me recuerda —intervino F’lar— que necesitaremos a Lessa en Telgar, mañana. Puede hablar con cualquier dragón, ya lo sabéis —explicó como pidiendo disculpas a T’ton y D’ram.
—Ah, lo sabemos —le aseguró T’ton—, y a Mardra no le importa. —Vio la expresión de profunda extrañeza en el rostro de F’lar, y agregó—: Como Líder del Nido más antigua, Mardra es la jefa del ala de reinas, por supuesto.
F’lar lo miró todavía más confundido.
—¿El ala de reinas?
—Por supuesto —T’ton y D’ram se miraron sin entender la sorpresa de F’lar—. No impedís que vuestras reinas peleen, ¿verdad?
—¿Las reinas? T’ton, en Benden hemos tenido solamente una reina dragón por vez durante tantas generaciones que algunos consideran que la leyenda de las reinas en las batallas es una herejía.
T’ton lo miraba, atónito.
—Hasta este momento no me había dado cuenta de lo reducido de vuestras fuerzas. —El entusiasmo lo llenó de nuevo—. De todos modos, las reinas son muy útiles con los lanzallamas. Ven Hilos que los otros jinetes se pierden. Vuelan bajo, más abajo que las alas principales. Por eso D’ram está tan interesado en el agentrés. No quema el cabello de los hombres de tierra, por así decirlo, y es mucho más útil sobre campos de cultivo.
—¿Queréis decir que permitís que vuestras reinas vuelen… contra los Hilos? —F’lar ignoró el hecho de que F’nor sonreía y T’ton también.
—¿Permitir? —aulló D’ram—. No podemos mantenerlas en tierra. ¿No recuerdas las Baladas?
—¿El vuelo de Moreta?
—Exactamente.
F’nor rió ante la expresión perpleja de F’lar, que se apartaba un mechón rebelde de la cara. Después, el Líder de Benden sonrió.
—Gracias. Eso me da una idea.
Despidió a sus compañeros, que levantaron el vuelo en sus dragones. Saludó con la mano a Fandarel y Robinton, más contento de lo que hubiera creído poder estar el día anterior a la segunda batalla. Después preguntó a Mnementh dónde estaba Lessa.
Bañándose, replicó el bronce.
F’lar echó una mirada al nido vacío de la reina.
Ah, Ramoth está en el Pico, como siempre. Mnementh parecía ofendido.
F’lar oyó que el ruido del agua en el baño se detenía, así que pidió un poco de klah. Iba a disfrutar de esto.
—¿Fue bien la reunión? —le preguntó Lessa con dulzura mientras salía del baño con una tela alrededor del cuerpo delgado.
—Excelente. Supongo, Lessa, que te darás cuenta de que vamos a necesitarte en Telgar.
Ella lo miró con mucha atención antes de sonreír de nuevo.
—Soy la única Jefa del Nido que habla con todos los dragones —dijo con picardía.
—En efecto —admitió F’lar—. Y ya no eres la única amazona de reina en Benden…
—¡Te odio! —Le ladró Lessa y no pudo evitar que él la apretara contra su cuerpo.
—¿Incluso si te digo que Fandarel tiene un lanzallamas para ti y que te unirás al ala de las reinas?
Ella dejó de resistirse en sus brazos y lo miró, desconcertada ante el hecho evidente de que F’lar se había dado cuenta de lo que ella pensaba hacer.
—¿Y qué pondré a Kylara como Jefa del Nido en el sur… en este tiempo? Como Líder del Nido necesito tranquilidad entre una batalla y otra…
La tela cayó al suelo y el cuerpo desnudo de Lessa respondió a los besos de F’lar como si lo sacudieran los deseos ardientes de un dragón.
Azul y verde, oro y bronce,
desde el fondo del Nido en grandes alas,
se elevan en Pern hombres y dragones,
arriba, volando volando juntos; después, nada.
Formados sobre el Pico del Nido de Benden unas tres horas antes del amanecer, doscientos dieciséis dragones esperaron en silencio mientras F’lar pasaba revista montado en Mnementh.
Más abajo, en el fondo del Nido, se había reunido la gente y algunos de los heridos de la primera batalla. Todos, claro está, excepto Lessa y Ramoth. Ellas se habían marchado al Nido Fort, donde se reunía el ala de las reinas. F’lar no podía evitar una punzada de inquietud cuando pensaba que ella y Ramoth también participarían en la contienda. Un prejuicio de los días en que Pern tenía una sola reina. Si Lessa podía saltar cuatrocientos Giros entre tiempos y guiar la vuelta de cinco Nidos, también podría cuidar de sí misma y de su dragón contra los Hilos.
El Líder del Nido controló que cada uno de los hombres tuviera su carga de bolsas llenas de piedras de fuego y que todos mostraran buen color, sobre todo los del Nido del Sur. Los dragones estaban listos, no cabía duda, pero las caras de los hombres todavía evidenciaban rastros de la tensión que habían soportado. Pero ya se recuperaban y los Hilos caerían pronto en los cielos de Telgar.
Dio la orden de volar entre. Aparecieron sobre el Fuerte Telgar y no fueron los primeros. Al oeste, al norte, y sí, al este también, llegaban alas y el horizonte se llenó de grandes V, la forma de cientos de alas de dragones. Oyó de lejos el sonido de las alarmas de la Torre de Telgar que saludaban esa formación de fuerza inesperada.
—¿Dónde está? —le preguntó F’lar a Mnementh—. La necesitaremos para transmitir las órdenes…
Ya viene, lo interrumpió Mnementh.
Justo sobre el Fuerte acababa de aparecer otra ala. Incluso desde lejos, F’lar veía la diferencia: el oro de los dragones brillaba bajo la luz del sol.
Un murmullo de aprobación recorrió las filas de dragones y a pesar de su preocupación, F’lar sonrió con indulgencia al cielo lleno de soles.
Y en ese momento, las alas este se elevaron hacia el cielo. Los dragones intuían la llegada de su ancestral enemigo.
Mnementh levantó la cabeza y emitió el viejo grito de guerra. Luego volvió la cabeza como muchos otros, esperando la piedra de fuego de manos de su jinete. Cientos de grandes mandíbulas masticaron la piedra, la engulleron y dejaron que los ácidos digestivos la transformaran en gases productores de llamas que se inflamaban al contacto con el oxígeno.
¡Hilos! F’lar los veía con claridad contra el cielo primaveral. El corazón se le aceleró, pero no debido al miedo. Lo que sentía era una alegría salvaje. Mnementh le pidió más piedra y luego se elevó con grandes aletazos en el aire, preparándose para subir con fuerza cuando se lo ordenaran.
El Ala que ya había entrado en acción arrojaba bocanadas de llamas rojas y anaranjadas en el pálido azul del cielo. Los dragones entraban y salían del entre, arrojaban llamas y se lanzaban en picado.
Las grandes reinas doradas volaron como rayos, bien abajo, para atrapar lo que podía perderse.
Después, F’lar ordenó subir a los suyos para encontrarse con los Hilos a medio camino. Mnementh se lanzó hacia arriba y F’lar levantó el puño hacia el Ojo Rojo de la Estrella.
—Un día —gritó—, no nos sentaremos aquí como tontos a esperar que caigas. Un día caeremos sobre ti, en el lugar en que tejes tus Hilos, y te quemaremos en tu propio terreno.
Por el Huevo, se dijo, si podemos viajar cuatrocientos Giros hacia atrás y cruzar el mar y la tierra en un abrir y cerrar de ojos, ¿qué puede significar para nosotros el viaje entre un mundo y otro? Otro tipo de salto. Nada más.
Sonrió para sí mismo. Sería mejor no mencionar esa idea en presencia de Lessa.
Hilos arriba, le advirtió Mnementh.
Y mientras el dragón de bronce se lanzaba adelante, la boca en llamas, F’lar apretó las rodillas sobre su cuello fuerte. Madre de todos, sí, estaba feliz porque ahora, de todos los tiempos concebibles, él, F’lar, jinete del bronce Mnementh, era un hombre del dragón en Pern.