SOBRE LA GUERRA INTERMINABLE

Joe Haldeman

Cuando comencé a escribir La guerra interminable, no sabía que acabaría siendo una novela. Me limité a sentarme ante la máquina de escribir y a redactar la primera línea. «Hoy vamos a mostraros ocho formas silenciosas de matar a un hombre».

Esa línea tiene mucho que ver con lo que el libro llegó a ser, con lo que significaba. Se me ocurrió una noche de diciembre, en Fort Leonard Wood, Missouri, cuando cien de nosotros, involuntarios reclutas, llevábamos varias horas avanzando penosamente con la nieve hasta la cintura, en un absurdo entrenamiento para la guerra en la selva.

A las dos de la madrugada creíamos haber terminado. La temperatura era bajísima. Nos dieron una comida fría, que comimos de pie, a la intemperie, rodeados de la oscuridad más absoluta. Luego nos metieron en una choza prefabricada sin calefacción, donde un teniente que no había pasado las últimas horas sometido a una tarea extenuante se subió a una tarima y pronunció esta frase dramática. Casi todos nosotros estábamos dormidos como un tronco mucho antes de que llegara a describir la octava forma silenciosa de matar.

De modo que la escribí con la máquina y seguí adelante. Al cabo de unas páginas, se hizo evidente que el relato acabaría siendo una novela, de forma que redacté unas notas para organizar el contenido y me puse manos a la obra. Sabía que, tarde o temprano, terminaría escribiendo una novela de ciencia ficción sobre Vietnam, y en el cuento corto titulado «Time Piece» (Momento) ya había vertido algunos de los conceptos. Mi anterior novela sobre Vietnam —que no es de ciencia ficción—, War Year («Año de guerra») había sido un éxito de crítica, mas ello no le impidió pasar sin pena ni gloria. Tal vez esta otra novela me diese fama y fortuna…

El comienzo no fue prometedor. La novela parecía adquirir forma de episodios y creí poder ganarme algunos dólares vendiendo cada capítulo a las revistas del género. Envié el primero, «Héroe», a la publicación Analog. Me parecía una elección lógica, por tratarse de un relato de tecnología especializada sobre una guerra futura. El editor, John Campbell, me la devolvió con premura inusitada, junto con una carta de varias páginas, donde detallaba las razones por las cuales no debía haber desperdiciado mi tiempo escribiéndola. (La carta se extravió entre tantas mudanzas; me encantaría volver a leerla. Creo que, según decía, la idea de un ejército educativo no daría resultado; ¡tampoco le había gustado tanto sexo, y sostenía que no se trataba de un relato de guerra, sino de una narración «antibélica»!).

También envié el capítulo «Héroe» junto con un bosquejo del argumento completo, con esperanzas de obtener un contrato para publicar la novela. Los que habían editado Año de guerra dijeron que no. Era demasiado extremista y le sobraba sexo. Las novelas sobre Vietnam no se vendían bien. De modo que se la envié a Terry Carr, quien por entonces editaba la audaz colección de los Ace Specials. La aceptó, ¡oh, maravilla!, pero en ese momento lo despidieron y le indicaron que se llevara consigo sus manuscritos. Contraté un agente y dejé que él se preocupara de venderla.

Mientras tanto, John Campbell había muerto. Su sucesor, Ben Bova, llamó y solicitó dar un vistazo a «Héroe». Le gustó y lo publicó, y me dio valiosos consejos sobre el resto del libro (y, con el tiempo, publicó todos los demás capítulos en forma de novelas cortas y relatos).

Paralelamente, todos los editores importantes de ciencia ficción y unos cuantos de los que jamás había oído hablar rechazaron la novela. Ben Bova intervino nuevamente, en un cóctel de la SFWA en Nueva York, y me presentó a Tom Dunne, quien era su editor en St. Martin’s Press. Éste accedió a examinar el mamotreto, aunque en ese entonces no publicaban ciencia ficción para adultos. Con el tiempo, decidió probar suerte. En ese momento descubrí que dieciocho editores lo habían rechazado alegando, con ligeras variaciones, que «es un buen libro, pero nadie va a comprar una novela sobre Vietnam».

Afortunadamente, se equivocaban. Ha sido, sin ninguna duda, mi libro con más éxito; se ha reimpreso una y otra vez ininterrumpidamente y sigue vendiéndose bien.

La recepción que la crítica ofreció al libro fue interesante. La mayoría de los críticos lo vio como una réplica a Tropas del espacio, de Robert Heinlein, aunque nunca tuve esa intención. Mi único propósito había sido expresar mis sentimientos sobre Vietnam en un contexto de ciencia ficción, y si bien Tropas del espacio ejerció cierta influencia, también la tuvieron Bill, el héroe galáctico, los relatos de Gordon R. Dickson, y un sinfín de libros de ciencia ficción y de otros géneros literarios.

(Valga decir que, en mi opinión, el libro de Heinlein constituyó un logro notable, aunque obviamente difiero de su política. Lo he leído tres veces, y si pudiera saber cómo logra que disfrute tanto leyendo y releyendo un ensayo tan polémico escrito en forma de novela, probablemente le robaría la técnica y trataría de unirme a él en las listas de libros más vendidos…).

El único problema que me ha planteado el éxito de La guerra interminable es que, según parece, me ha catalogado para siempre como un «escritor de guerra». La verdad es que, si bien soy autor de dos novelas de corte bélico, también he escrito once libros acerca de otros temas. Mientras La guerra interminable siga reimprimiéndose y las demás caigan fácilmente en el olvido, supongo que no tengo derecho a quejarme…