Capítulo 14
Sábado, ocho de la tarde
—Cook ha captado una conversación muy interesante por Internet —Murphy se dirigió a los reunidos en la gran sala de su cuartel general—. Y mi contacto en el FBI me ha confirmado, a su pesar, que ha sido declarada la alerta máxima por ataque terrorista no sólo en Washington sino también aquí, en Montana.
—¿Como resultado del golpe contra el embajador alemán? —preguntó alguien.
—¿Por qué no nos explicas la conversación que has intervenido? —le preguntó Murphy a Cook.
—Por lo que he podido entender, parece que el golpe del embajador no fue más que un señuelo. Se está preparando algo más grande.
—¿Como qué?
—No lo sé con seguridad —dijo Cook—. Pero la palabra «la cita de hoy» salió a colación: supongo que se refiere a la fiesta del gobernador. No he conseguido desentrañar nada en concreto, pero teniendo en cuenta que Petrov asistirá, es lógico deducir que el objetivo será él.
—¿Estás hablando de un intento de asesinato personalizado o de algo… masivo? —inquirió Aidan. El corazón se le había acelerado, porque sabía que Kaitlyn iba a asistir a aquella fiesta. Quizá incluso ya estuviera allí en aquellos momentos.
Se moría de ganas de sacar su móvil para llamarla, pero antes tenía que escuchar a Cook. Tenía que saber exactamente con qué tipo de amenaza se estaban enfrentando.
—Estoy hablando de una bomba.
Aidan maldijo entre dientes.
—Pensamos que era por eso por lo que necesitaban a Fowler —intervino Murphy—. Dudábamos de que el tipo estuviera metido en algún tipo de complot internacional, ¿no? Pues ésta es la respuesta. A la hora de poner una bomba en un edificio de gente inocente, ¿quién mejor que un viejo veterano como Fowler?
Aidan se inclinó sobre la mesa, con la adrenalina corriendo a torrentes por sus venas.
—Tenemos que evacuar inmediatamente ese edificio.
—Por desgracia… —Murphy frunció el ceño—… Eso es más fácil de decir que de hacer.
—Tiene que haber alguna manera. Llama a tu contacto del FBI —insistió, levantándose de un salto—. Por el amor de Dios, no podemos quedarnos aquí sentados… Tenemos que sacar a toda esa gente de allí.
Murphy negó con la cabeza.
—Es demasiado tarde. La mansión está hasta los topes y no evacuarán a nadie basándose en una simple conjetura. Los federales se han comprometido a incrementar la seguridad: el resto es cosa nuestra. Voy a mandar a dos hombres dentro, y quiero que el resto rodeéis el edificio.
—Yo iré —se ofreció Aidan.
El primer impulso de Murphy fue rechazarlo: Aidan podía leerlo en sus ojos. Casi podía escuchar al coronel sermoneándolo, pero no tenía tiempo para eso. Esa vez no. No con la vida de Kaitlyn en juego.
Cómo y cuándo había llegado a convertirse en una persona tan importante para él no parecía importar en aquel momento. Lo único importante ahora era llegar hasta ella lo antes posible.
Jefe y subordinado se miraron fijamente durante unos segundos hasta que Murphy asintió, reacio.
—De acuerdo. Brown y tú trabajaréis desde dentro. El resto, ojo avizor. Si Fowler logra colarse en nuestra red, ocurrirá una nueva tragedia.
«Y Kaitlyn se encontrará justo en el medio», añadió Aidan para sus adentros.
Edén no habría podido pedir unas mejores condiciones meteorológicas para la fiesta del gobernador ni aunque las hubiera encargado a propósito, pensó Kaitlyn mientras bajaba del coche y se identificaba ante el personal de seguridad. Hacía una noche fresca y despejada, sin rastro alguno de la tormenta que habían estado vaticinando durante toda la semana.
Su entusiasmo fue aumentando conforme subía la escalinata de la mansión. Era, como si la hubieran transportado a un cuento de hadas. Tuvo que volver a enseñar la documentación en la puerta, pero por fin estuvo dentro de la casa. Nunca había estado antes en la mansión Denning. Mármol blanco por todas partes, elegantes columnas y techos policromados en oro… Y aquella noche, con el baile de máscaras, tenía un aspecto aún más añejo y aristocrático.
Sosteniendo la vistosa máscara de plumas delante de su rostro al igual que las demás invitadas, se fue abriendo paso entre la multitud. La fiesta prometía ser todo un éxito. El lugar estaba lleno, y todo el mundo parecía estar pasándoselo maravillosamente. Las mujeres reían y flirteaban luciendo sus sofisticados vestidos, y los hombres, atractivos y misteriosos, se paseaban con sus trajes de etiqueta y sus austeras máscaras de raso negro.
Apenas llevaba dentro unos minutos cuando el gobernador subió al estrado para pronunciar su discurso de bienvenida. No conocía personalmente a Peter Gilbert, aunque había asistido a numerosas conferencias de prensa suyas. Era un hombre seductor cuyo encanto y carisma sólo eran superados por su ambición. Más de una vez se había preguntado por el tipo de relación que lo unía a Edén. Corrían rumores de que tenía una aventura, y en alguna ocasión había descubierto en los ojos de su amiga un brillo sospechosamente extraño.
Tan elocuente como siempre, el gobernador no tardó en hacer reír a los invitados con sus bromas y ocurrencias.
—Ahora en serio: quiero daros las gracias a todos por haber venido esta noche, por el apoyo que me habéis dado durante la campaña y, por encima de todo, por vuestras generosas donaciones a una causa tan importante. En tiempos como los que corren, todos debemos hacer sacrificios. Estos son tiempos de sacrificio…
Tiempos de sacrificio… Kaitlyn se estremeció. ¿Dónde había escuchado antes aquella expresión? Un recuerdo pugnaba por abrirse paso en su memoria, pero no podía identificarlo…
—Esta noche noto a Gilbert un poco raro —pronunció de pronto una voz masculina, a su lado.
Se giró en redondo.
—¿Aidan? ¡Eres tú! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no me avisaste de que vendrías?
Incluso a través de la máscara negra que llevaba, percibía su expresión seria, tensa.
—Necesito hablar contigo…
—¡Sss! —lo acalló Kaitlyn cuando el gobernador se disponía a presentar a Nikolai Petrov y a su hermana Verónica.
La pareja recibió un estruendoso aplauso y Nikolai se colocó frente al micrófono para pronunciar algunas palabras. Tenía una voz profunda, rica en matices, con un leve acento. Era un consumado orador. Cuando empezó a hablar de la desesperada situación de sus compatriotas en Lukinburg, se hizo un respetuoso silencio. Aquel hombre poseía un magnetismo especial, que hipnotizaba a quienes lo escuchaban. Y de repente Kaitlyn comprendió por qué el mundo entero se había rendido a los encantos de Nikolai Petrov.
Después del discurso la orquesta continuó tocando y gradualmente el salón retornó a la normalidad. Aidan tomó a Kaitlyn del brazo en un intento por alejarla de la multitud… pero justo en aquel instante apareció Edén y la agarró del otro brazo.
—¡Por fin te encuentro! Llevo toda la tarde buscándote… —le reprochó—. ¡Estaba empezando a pensar que me habías dejado plantada!
—Te vi antes, pero estabas ocupada y no quería molestarte —se defendió Kaitlyn—. Te felicito, Edén. La fiesta, todo esto… es absolutamente extraordinario.
Edén sonrió, aunque parecía algo tensa.
—La verdad es que yo estoy deseando que termine… —se volvió hacia Aidan—. Hola. Me alegro de volver a verlo.
—Lo mismo digo.
Kaitlyn tuvo la impresión de que la sonrisa de Aidan era un tanto forzada. Advirtió de inmediato la mirada de apreciación que le lanzó su amiga y no pudo evitar una violenta punzada de celos. Por lo demás, no le extrañaba lo más mínimo: estaba verdaderamente soberbio vestido de esmoquin.
—No me avisaste de que pensabas presentarte acompañada —le recriminó nuevamente Edén.
—Hemos venido separados.
—Oh, en ese caso… —sonrió a Aidan—. ¿Le importaría que le robase a Kaitlyn un momento? Quiero presentarle a alguien.
Antes de que Aidan pudiera responder, Edén ya se estaba alejando con su amiga.
—Vamos. Ya es hora de que conozcas a Petrov.
No tardó en encontrarse delante del príncipe. No conocía el protocolo de los personajes reales, así que se limitó a tenderle la mano.
—Encantada.
Nikolai Petrov se la tomó y se la llevó a los labios.
—Edén me ha dicho que es usted su mejor y más querida amiga.
—Sí, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Estudiamos juntas en el instituto…
¿Dónde estaba Edén? Parecía haber desaparecido de repente, y Kaitlyn no pudo evitar preguntarse si habría salido en busca de Aidan. ¿Habría sido todo aquello una estratagema para separarlos? Pero no, era ridículo. Edén se había esforzado por conseguirle aquella presentación. Lo menos que podía hacer era mostrarse agradecida. «Concéntrate, por el amor de Dios», se ordenó. Estaba hablando con todo un personaje…
—Las amistades de la escuela suelen ser las más duraderas. Son ustedes muy afortunadas.
—¿Está disfrutando de su estancia en Montana? —inquirió, esperando prolongar la conversación lo suficiente como para poder deslizar una pregunta o dos sobre la situación en Lukinburg.
—Es un gran estado. Bellísimo, con unas preciosas montañas. E incluso un poquito peligroso —añadió con un brillo en los ojos—. En cierta forma, me recuerda a mi hogar.
Kaitlyn se dijo que aquélla era su oportunidad. Tenía que aprovecharla.
—Debe de echar mucho de menos Lukinburg. Yo nunca he estado allí, claro, pero mi padre me ha dicho que es una maravilla. Y bastante violento también…
—Sí, la violencia… —soltó un suspiro.
Su expresión pareció nublarse de pronto, y Kaitlyn llegó a pensar que había sido por algún comentario suyo. Pero no. Estaba mirando a alguien detrás de ella.
—¿Me disculpa, por favor? Acabo de ver a alguien con quien tenía que hablar… —y, dicho eso, se marchó.
Kaitlyn se volvió para verlo dirigirse hacia la multitud. Su hermana Verónica estaba bailando con un hombre que le resultaba vagamente familiar. No llevaba máscara y tenía una expresión ligeramente adusta.
Nikolai tomó a su hermana del brazo e intentó separarla del hombre, pero ella se liberó bruscamente. Ambos intercambiaron unas breves y acaloradas palabras antes de que Verónica continuara bailando con su pareja. Nikolai, por su parte, se marchó visiblemente contrariado.
—Todo esto resulta muy misterioso —comentó Aidan, apareciendo nuevamente a su lado.
—No parecía que le gustara mucho la pareja de su hermana. ¿Conoces a ese tipo?
—Se llama John Brown. Trabaja conmigo.
—¿Un cazador de recompensas? —inquirió, sorprendida—. ¿Cómo es que está bailando con la princesa Verónica? Aidan, ¿quieres explicarme qué está pasando aquí?
Una repentina explosión hizo temblar los cristales del edificio. Cuando Aidan agarró a Kaitlyn para apartarla de los ventanales, el caos se había apoderado de la enorme sala.
—Espera aquí —le ordenó—. No te muevas. Vuelvo ahora mismo.
—Damas y caballeros, por favor, guarden la calma —tronó el gobernador desde el estrado—. No son más que fuegos artificiales. No hay motivo alguno para alarmarse…
Más de una carcajada nerviosa se alzó entre los presentes. Pero, en general, todo el mundo parecía demasiado alterado para encontrarle humor alguno a la situación. Con la presencia de Petrov en la fiesta, la amenaza de un atentado terrorista estaba en la mente de todos y la explosión se lo había recordado.
Kaitlyn, observando desde una esquina, procuró tranquilizarse mientras esperaba a Aidan.
—Acabo de recibir noticias de Murphy —informaba poco después Joseph Brown a Aidan—. Tenemos que regresar inmediatamente al cuartel general.
—¿Por qué? ¿Qué diablos está pasando?
—Cook ha tropezado con una nueva información. Parece que, después de todo, este lugar no es el verdadero objetivo.
Aidan se volvió para contemplar la mansión. Se habían alejado unos metros por el jardín.
—Murphy no puede sacarnos ahora. ¿Y si Cook se equivoca?
—Yo me limito a seguir las órdenes —Brown se encogió de hombros—. Si tienes algún problema, háblalo con el coronel.
—Buena idea —sacó su móvil. Segundos después estaba hablando con su jefe—. Coronel, ¡qué diablos está pasando? Brown dice que usted quiere que regresemos al cuartel general.
—Estás utilizando una comunicación no segura —gruñó Murphy—. No puedo darte detalles, pero hemos equivocado el objetivo. Estamos fijando las nuevas coordenadas. Cuando las tengamos, necesito que salgáis disparados de allí.
—Coronel, no puedo marcharme ahora. Todavía no.
—Campbell, vuelve ahora mismo. Trae a Kaitlyn contigo si es necesario, pero te quiero en el cuartel general lo antes posible. Es una orden.
Aidan estuvo a punto de recordarle que ya no era un militar para estar bajo sus órdenes, pero en lugar de ello cortó la llamada y salió corriendo a buscar a Kaitlyn.
Edén apareció al lado de Kaitlyn:
—¿Dónde está Aidan?
—Salió de la mansión hace unos minutos. Me dijo que volvería en seguida.
—¿Adonde fue? —inquirió, desconfiada.
—Lo ignoro.
—¿Y tú? ¿Estás lista para partir? La gira relámpago en tren, ¿recuerdas? Espero que no te hayas olvidado. Porque contaba contigo.
—No me he olvidado, pero no puedo marcharme hasta que vuelva Aidan. Le dije que lo esperaría aquí.
—Llámale al móvil y dile que ha habido un cambio de planes. Pero no le digas a dónde vas. Es alto secreto —le brillaban los ojos—. Se supone que nadie tiene que saberlo, así que tienes que mantener la boca bien cerrada hasta que salgamos de aquí, ¿entendido?
—Pero… ¿y si me lo pregunta? No puedo mentirle.
—Entonces dile que no es asunto suyo.
—¡Edén! Aidan me salvó la vida —«más de una vez», añadió Kaitlyn para sus adentros. Últimamente se había mostrado distante con él, pero no podía hacerle eso. Además… quería esperarlo. Quería volver con Aidan a su apartamento y fingir que no había levantado aquel estúpido y absurdo muro entre ellos.
—Mira —insistió su amiga, impaciente—. No quería decírtelo hasta que no estuviéramos lejos de aquí, pero… que nadie nos escuche… —se acercó aún más a ella—. Petrov acompañará al gobernador en la gira. Lo de los fuegos artificiales fue una maniobra de diversión para que pudiera marcharse sin que se montara un revuelo. Si todavía quieres esa exclusiva, tenemos que irnos ahora mismo. No tienes tiempo para esperar a Aidan. Ya lo llamarás desde el coche. Petrov subirá al vagón privado del gobernador dentro de quince minutos. Es tu última oportunidad. ¿Qué dices?
Kaitlyn se mordió el labio. Era la oportunidad de su vida. Aidan tendría que comprenderlo. Además, si su principal preocupación era su seguridad… ¿dónde podría estar más segura que con el gobernador? En cuanto a Petrov, estaba rodeado de federales y de sus propios guardaespaldas. A nadie se le ocurriría acercarse a ella.
—Adelante. Vamos.
Edén sonrió.
—Sabía que dirías eso.
La llevó por un intrincado laberinto de pasillos. Kaitlyn no tardó en perder el sentido de la orientación. No habría podido volver sola al salón ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Salieron de la mansión por una entrada lateral, donde un coche las estaba esperando. Cuando se estaban acomodando en el asiento trasero, Edén soltó una carcajada.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Kaitlyn.
—De ti. De mí. Vestidas de esta guisa, tan elegantes…
—Nada que ver con los vaqueros y los deportivos que llevábamos en el instituto —le recordó Kaitlyn.
—Hemos recorrido las dos un largo camino, querida —le dijo Edén.
Y se echaron a reír.
Aidan contemplaba consternado su teléfono móvil. Kaitlyn se había escapado del salón y no tenía ni la menor idea de dónde podía estar. Ella no se lo había dicho. Sólo lo había llamado para asegurarle que estaba a salvo, que no se preocupara, que ya hablaría con él cuando volviera…¿Que volviera de dónde? Cerró el móvil y se lo guardó en el bolsillo.
—¿Problemas? —le preguntó Brown con su habitual gesto adusto.
—No lo sé.
—¿Vas a volver al cuartel general ó no? No voy a quedarme aquí toda la noche esperando a que tomes una decisión.
A Aidan le entraron ganas de soltarle un puñetazo, pero finalmente se encogió de hombros.
—Salgamos de una maldita vez de aquí.
Poco después, mientras el helicóptero se elevaba del jardín, Aidan se preguntó por qué se sorprendía tanto. Ya desde que regresaron de la cabaña de las montañas, Kaitlyn había mantenido una actitud distante hacia él, como si hubiera levantado un muro invisible entre ellos. Lógicamente, había terminado por cansarse de tener que soportar su continua presencia en todos los aspectos de su vida. Además de que no tenía la culpa de que él se hubiera sentido demasiado atraído hacia ella…
¿Demasiado atraído? ¿A quién quería engañar? Tenía que afrontarlo: se estaba enamorando perdidamente de ella, pero el problema era suyo. Kaitlyn había sido sincera con él desde el principio. Tenía planes para su futuro. Planes profesionales. Planes que no lo incluían a él. Y aquella noche se lo había dejado muy claro.
Cuando Edén la hizo subir al vagón privado del gobernador, Kaitlyn se extrañó de no ver al príncipe Petrov. El vagón estaba amueblado como un despacho, con muebles tapizados en cuero negro y un gran escritorio de madera de ébano. Sentado al mismo estaba Peter Gilbert, que se levantó nada verlas entrar.
—Bienvenida a bordo, Kaitlyn. Edén me ha dicho que nos acompañarás en nuestra gira por el estado.
—Sí, muchas gracias por la invitación. Creo que nunca antes había estado en un vagón privado… —comentó, aunque seguía preguntándose por el paradero de Petrov.
—Siempre hay una primera vez para todo. Edén, ¿por qué no nos sirves una copa?
—Ahora mismo —dejó el bolso y el chal a un lado y se acercó al mueble de las bebidas para servir unos martinis. Cuando terminó, le tendió uno a Gilbert y el otro a Kaitlyn.
—Oh, no, gracias. No me apetece.
Edén arqueó una ceja.
—¿Estás segura? Pareces un poquito nerviosa.
—Sólo estoy un poco confundida. Desorientada —murmuró Kaitlyn.
—¿No me dijiste que tenías algunas preguntas que hacerle al gobernador?
—Me encantaría quedarme a responder esas preguntas, de verdad —se disculpó Gilbert, exhibiendo una encantadora sonrisa—. Pero, en cualquier momento, Edén recibirá una llamada que nos requerirá para volver a la capital del estado inmediatamente, por una emergencia. El tren seguirá su camino y nosotros volveremos a incorporarnos en la parada siguiente.
Aquello no hizo sino acentuar aún más las sospechas de Kaitlyn.
—Me temo que no entiendo…
—No, claro que no lo entiendes —la interrumpió Gilbert—. Pero lo entenderás. ¿Sabes, Kaitlyn? Acabas de tropezar con el reportaje más importante de tu vida. Es una pena que no puedas vivir para escribirlo.
Kaitlyn se quedó sin aliento y empezó a tambalearse cuando un recuerdo la asaltó de pronto. Había escuchado antes aquellas mismas palabras.
—Era usted… estaba con Fowler con las montañas… Usted debió de preparar la fuga de la prisión. Tenía que ser alguien muy poderoso.
—¿Lo ves? —el gobernador se encogió de hombros—. Te dije que acabarías entendiéndolo.
—Pero… —se llevó una mano a la boca—… ¿por qué?
—Fowler y yo compartimos las mismas ideas. Este país nuestro ha equivocado su rumbo desde hace mucho tiempo. Yo soy el único que puede encaminarlo de nuevo en la dirección correcta. Un salvador, si quieres llamarlo así. Por desgracia, se necesita algo más que talento y ambición para hacer realidad un sueño. Se necesita también mucho dinero.
—¿Fue por eso por lo que Fowler y su banda asesinaron al embajador? A usted le pagaron para que anulase ese voto.
—Muy bien, Kaitlyn —comentó con tono aprobador—. Pero un solo voto no puede impedir que prospere una resolución del Consejo de Seguridad. Hay más votos, otros embajadores que deben de ser interceptados: nos pagan para eso, efectivamente. Puede que te sorprenda saber que dos de ellos se encuentran ahora mismo en este tren, mientras tú y yo hablamos. Nunca llegarán a participar en esa votación secreta, al igual que tú nunca vivirás para contar tu historia. Este tren va a sufrir un terrible accidente, un descarrilamiento. Será muy trágico y requerirá de toda mi atención… hasta justo antes de las elecciones.
Kaitlyn se volvió hacia Edén: ¿Tú sabías todo esto?
—Por supuesto que lo sabía —respondió Gilbert por ella—. Fowler y ella son viejos conocidos, ¿verdad, Edén?
—Oh, Dios mío —de repente lo comprendió todo—. Fuiste tú quien reclutó a Jenny en la Milicia de Montana.
—No fue difícil —Edén se encogió de hombros—. Jenny no era la persona débil que tú creías que era, Kaitlyn. Desde la muerte de su hermano, tenía mucha rabia acumulada. Yo lo único que hice fue facilitarle una válvula de escape.
—¿Con Fowler? —inquirió indignada.
—Boone Fowler es un hombre muy brillante. Especial. Lo descubrí la primera vez que mis amigos y yo lo escuchamos en la universidad, en una conferencia. Quería cambiar el mundo, o al menos este país, y yo me comprometí a ayudarlo.
—¿Haciendo explotar edificios y matando a gente inocente?
—Estamos en guerra —repuso Edén—. Y en la guerra muere gente: a eso se le llama «daño colateral». Jenny pudo habernos sido muy útil, pero luego tú volviste al pueblo y lo estropeaste todo. Comprendí que tarde o temprano la convencerías de que nos traicionara: es una virtud que siempre has tenido. Siempre has querido hacer las cosas a tu manera. Y tenía razón. Jenny acudió a ti en busca de ayuda y tuvimos que encargarnos de ella.
—¿La mataste tú?
—No, fue Fowler. Pero yo me aseguré antes de que supiera que ya no confiaba en ella.
Kaitlyn sacudió la cabeza. Todo aquello le parecía de una crueldad increíble…
—¿Qué vas a hacer?
—Justo lo que Peter te ha dicho. Una vez que recibamos esa llamada, abandonaremos el tren.
—¿Y luego?
Edén se sonrió.
—No creo que quieras saberlo.
Kaitlyn desvió rápidamente la mirada hacia la puerta, pero antes de que pudiera hacer el menor movimiento, Edén sacó una pistola.
—No lo hagas. No quiero tener que matarte yo misma, Kaitlyn. Pero lo haré si me obligas a ello.
—¿Por qué? —inquirió, indefensa—. ¿Por qué haces todo esto?
—Porque yo también tengo sueños y ambiciones. Me entiendes perfectamente, ¿verdad?
Su teléfono sonó en aquel preciso instante. Gilbert y ella se miraron. Edén lo descolgó, se quedó escuchando por un momento y volvió a colgarlo. Acto seguido recogió su bolso y su chal.
—Hora de marcharse.
—Sí, permíteme que… —Gilbert, con una mano en el corazón, no pudo terminar la frase. Por un momento se quedó mirando estupefacto la copa vacía que acababa de dejar sobre su escritorio—. ¿Edén?
—Lo siento, Peter. Uno de los dos sobra, y me temo que ése eres tú.
El gobernador se abalanzó hacia ella, pero perdió el equilibrio y cayó pesadamente al suelo.
—Hasta nunca, Kaitlyn —murmuró Edén mientras retrocedía hasta la puerta.
En cuanto se marchó, Kaitlyn corrió hacia la puerta y probó a abrirla. Edén la había cerrado con llave. Chilló y golpeó en vano: el vagón estaba insonorizado. Nadie podía oírla.
Consciente de que sus esfuerzos eran inútiles, se dedicó a registrar el vagón en busca de algún objeto con que forzar la puerta o romper una ventana. Entonces lo sintió. Una pequeña vibración bajo sus pies, señal de que el tren comenzaba a moverse.
A su espalda, todavía derribado en el suelo, Peter Gilbert gimió levemente.
—Me equivoqué —reconoció Cook cuando Aidan y los demás volvieron al cuartel general poco después.
—¿Qué quieres decir? —exigió saber Aidan.
—Como ya os expliqué, la palabra «cita de hoy» surgió a colación en la conversación que intercepté, así que pensé que tenía que tratarse del baile de máscaras. Pero me he tropezado con una nueva información: parece que alguien ha estado haciendo un montón de preguntas sobre cómo hacer descarrilar un tren de manera que parezca un accidente.
—¿Por qué un accidente?
—Eso no lo sabemos —terció Murphy—. Lo que de momento necesitamos averiguar es el tren en cuestión. Cook y yo llevamos una hora consultando recorridos y horarios y creo que lo hemos encontrado —alzó la mirada—. El gobernador Gilbert tenía que salir para su gira relámpago por el estado a primera hora de la mañana, pero ha habido un adelanto. Se marcha esta noche.
Aidan se estremeció al recordar algo que le había dicho Kaitlyn unos días atrás:
—Y después de la fiesta está la gira relámpago que quiere hacer el gobernador por todo el estado.
—¿Una gira relámpago?
—Sí, en tren. Lleva ya algún tiempo planeada. El tren saldrá en algún momento después de la fiesta, y Edén me ha pedido que me incorpore al vagón de la prensa. Luego, por supuesto, están las elecciones. No puedo echarme atrás ahora. Le debo ese favor.
La sangre se le heló en las venas al terminar de recordar la conversación.
—Kaitlyn está en ese tren, coronel —estaba seguro de ello.
—Entonces será mejor que corras —le sugirió Murphy.
Kaitlyn llevaba varios minutos intentando abrir la puerta con un abrecartas que había encontrado en el escritorio de Gilbert. No había confiado en tener mucha suerte, pero de repente sintió que el pestillo cedía. Lo había conseguido.
Abrió la puerta y se asomó. El ruido resultaba casi ensordecedor. Rápidamente pasó al siguiente vagón e intentó abrir la puerta: la habían cerrado desde dentro. Al parecer, Edén había pensado en todo. Se disponía a volverse cuando se quedó helada.
Gilbert estaba en el umbral del vagón que acababa de abandonar, encañonándola con una pistola. Disparó: la bala erró por poco el blanco. El gobernador empezó a acercarse a ella, tambaleante, y Kaitlyn miró a su alrededor desesperada. Sólo había una salida. Subir. Al tejado del vagón.
Cuando el helicóptero se internaba en el valle, Aidan descubrió el tren. Marchaba a toda velocidad y no tardaría en llegar a la siguiente población, donde un coche que habían atravesado en la vía lo haría descarrilar. Murphy estaba ocupado con los teléfonos, alertando a todo el mundo para intentar detenerlo.
El accidente sería devastador, pero Aidan no podía pensar en eso ahora: tenía que concentrarse en encontrar a Kaitlyn. No tenía ningún plan elaborado aparte de descolgarse hasta el tren y registrar hasta el último vagón si era necesario.
En aquel momento lo estaba sobrevolando, y gracias a su equipo de visión nocturna vio moverse algo en el tejado de uno de los vagones del final. Había alguien allí.
—¡Baja! —le gritó a Powell.
Powell inició la maniobra de descenso y conectó el potente foco. El corazón de Aidan dio un vuelco. ¡Kaitlyn estaba en lo alto de aquel vagón!
Se estaba esforzando por guardar el equilibrio.
De repente vio que se giraba en redondo para quedar arrodillada en el suelo. No tardó en comprender por qué. Había alguien allí arriba, con ella… y disparándole con una pistola.
Se quitó el casco, abrió la trampilla inferior y lanzó una cuerda. Dado que el tren estaba en movimiento, a Powell le resultaba imposible permanecer suspendido sobre un mismo punto, lo que complicaba enormemente la maniobra. Pero Aidan ya la había ensayado antes, y estaba seguro de que podría repetirla.
Había empezado a bajar cuando una bala le pasó silbando cerca de una oreja. Y otra más. Agarrándose a la cuerda con una mano, devolvió el fuego.
Acertó al hombre al primer disparo y lo vio precipitarse al vacío, gritando. Kaitlyn seguía de rodillas. Ni siquiera estaba seguro de si lo había visto o no.
De repente miró detrás de ella y distinguió un vehículo atravesado en la vía, a lo lejos. Se estaba acercando a toda velocidad.
—¡Salta! ¡Salta para que pueda agarrarte! —le gritó.
Sólo entonces pareció Kaitlyn salir de su trance y reconocerlo.
—¡Salta! —le ordenó de nuevo—. ¡Vamos!
Sin vacilar, Kaitlyn se levantó y dio un salto para alcanzarlo. Aidan le agarró una, mano. Por un terrible instante, la sintió resbalar entre sus dedos.
Pero entonces Kaitlyn hizo un nuevo esfuerzo y se aferró a él con la otra mano mientras el helicóptero viraba. Justo a tiempo.
Segundos después el tren colisionaba de lleno con el coche atravesado en la vía.
Kaitlyn no quiso verlo. Cerró los ojos y se agarró con fuerza a la mano de Aidan mientras los vagones descarrilaban uno tras otro.
Edén McClain recogió su móvil y su ordenador portátil, bajó de su Mercedes y subió a la limusina que la esperaba al pie de la carretera de montaña.
Una vez dentro, tanto ella como su compañero abrieron sus ordenadores y establecieron la conexión por satélite. Edén pudo ver cómo los millones iban ingresando en su cuenta en un banco suizo.
Completada la transacción, alzó la mirada con una sonrisa.
—Ha sido un placer hacer negocios contigo. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse alguna vez.
—No me sorprendería.
Bajó de la limusina todavía sonriendo y se sentó al volante de su coche. Volvió a dejar el portátil y el móvil en el asiento contiguo.
Justo en aquel momento escuchó un timbre de móvil… dentro de su bolso. Qué extraño, pensó. Si lo tenía justo al lado…
La limusina partió a toda velocidad. El hombre se volvió para contemplar la inminente explosión.