Capítulo 4

Jacob Powell esperaba a Aidan en el pequeño aeródromo de las afueras de la población, donde había aterrizado con su helicóptero. Mientras su compañero se dirigía al hospital, él se había quedado para revisar el motor.

¿Qué tal la paciente?

No demasiado mal, teniendo en cuenta las circunstancias. Una pequeña conmoción y varios cortes y arañazos: nada serio. El médico dice que en un par de días estará recuperada del todo.

Bueno, ésa es una buena noticia —comentó Jacob—. ¿Has podido hablar con ella?

Sólo por unos minutos. No me ha contado gran cosa. Parece ser que padece amnesia temporal y no recuerda nada de lo que le pasó inmediatamente antes de la caída.

Eso es algo muy conveniente, ¿no te parece?

¿Qué quieres decir? —le preguntó Aidan, frunciendo el ceño.

Estamos suponiendo que se cayó por ese cañón en medio de la oscuridad. O que se vio sorprendida por un alud de barro. Pero… ¿y si no fue así?

Explícate.

Murphy tiene un contacto en la prisión. Por eso pudo conseguir una copia del libro de visitas: el nombre de Kaitlyn Wilson aparece repetidamente en él. Durante el último mes y medio, ha estado haciendo visitas semanales a La Fortaleza. Y siempre a Fowler.

Aidan intentó disimular su sorpresa.

¿Estás seguro?

Completamente.

¿No pensarás que está conchabada con Fowler, verdad? Vamos, pero si trabaja para un pequeño diario local… Se acerca el quinto aniversario del atentado. Es normal que intentara hablar con Fowler.

¿Cinco veces seguidas? Respóndeme a esto, Campbell… ¿qué diablos estaba haciendo en aquella montaña en medio de una tormenta? ¿Quién en su sano juicio se habría acercado a ese barranco?

Aidan se encogió de hombros.

Ella sostiene que se dirigía a la cárcel para cubrir la rueda de prensa del alcaide cuando la sorprendió la inundación.

Ya, pero nosotros la encontramos a kilómetros de distancia de esa carretera —le recordó Powell—. ¿Y por qué se alejó de cualquier pista señalizada? Y ahora resulta que tiene amnesia. No sé. A mí no me huele nada bien esta historia…

Ten cuidado —le advirtió Aidan—. Creo que tu mente desconfiada está trabajando demasiado.

Tú y yo sabemos que Fowler y sus hombres contaron con la colaboración de alguien del exterior para salir de La Fortaleza. Piensa en ello. Alguien tuvo que suministrarles la ayuda necesaria. ¿Y si esa mujer hubiera tenido unos motivos bien diferentes para internarse en aquella montaña?

La acusación disgustaba sobremanera a Aidan. Lo que no entendía era por qué.

¿Qué clase de ayuda habría podido transportar a pie y en medio de una tormenta?

Información —Jacob subió al helicóptero y esperó sentado a su compañero—. Mira, sé que no es más que una conjetura, pero creo que no deberíamos desestimarla.

Está bien, en eso estoy de acuerdo contigo —admitió Aidan a regañadientes—. ¿Pero qué es lo que sugieres que hagamos?

Mantenerla vigilada, eso para empezar. Por si acaso se le ocurre volver a hacer alguna excursión campestre. Y quizá volver a la zona donde la encontramos y echar un vistazo. ¿Alguna objeción?

¿Por qué habría de tenerla?

Porque me parece que le has tomado mucho cariño a esa mujer. Ya sabes, el típico síndrome de los salvadores hacia las víctimas que rescatan.

Aidan le lanzó una mirara irritada:

No sabes lo que estás diciendo.

Vamos, Campbell. Admítelo. Es típico de ti. Siempre te enamoras de las mujeres que rescatas. ¿O es que ellas se enamoran de ti y tú no sabes cómo decirles que no?

¿Sabías que dices muchas tonterías?

No sería la primera vez que me lo dicen —Powell se ajustó el casco y encendió el motor. Por encima del ruido de las aspas, le preguntó a gritos:

¿Qué tal está la chica?

Aidan fingió no escucharlo mientras se colocaba su casco.

¿Qué?

La mujer. ¿Qué aspecto tiene sin todo ese barro en la cara?

Es… Guapa —«demasiado guapa», añadió para sus adentros.

Powell se sonrió, pero no dijo nada más.

 

 

Veinte minutos después estaban en el cuartel general de los Cazarrecompensas Big Sky, una remota base situada en medio de los bosques de Montana. Levantado al estilo de las cabañas de troncos de la región, el rústico edificio albergaba una de las empresas más eficaces y tecnologizadas del país.

Provistos de los más modernos equipos de seguimiento por satélite, los cazadores de recompensas a las órdenes de Cameron Murphy podían perseguir y capturar a los fugitivos de la justicia en cualquier punto del globo. Y con su sofisticado helicóptero Jet Ranger y la flotilla de todoterrenos y trineos a motor de que disponían, ningún territorio, por difícil y accidentado que fuera, les era vedado.

Durante los cinco años transcurridos desde que Cameron Murphy dimitió de su cargo en las fuerzas armadas y fundó la compañía, Big Sky se había convertido en un gran éxito. El reclutamiento de los mismos hombres que antaño había comandado se traducía en un grado de lealtad y eficacia que ninguna otra empresa podía encontrar en sus empleados. Y su brillante carrera en el ejército le había permitido mantener estrechos contactos con los cuerpos de seguridad de todo el país, incluido el FBI.

Aidan era su último reclutado: cerca de un año atrás había abandonado el ejército tras una acción fallida. Los antiguos comandos que se habían incorporado con anterioridad a Big Sky, Jacob Powell, Trevor Blackhaw y Bryce Martin, entre otros, lo habían acogido encantados. Pero ninguno de ellos, excepto Murphy, conocía los detalles de la dimisión de Aidan.

Cuando entró en la sala de reuniones, varios miembros del equipo se hallaban sentados alrededor de la gran mesa central. Mientras esperaban a que Powell terminara de hacer la revisión al helicóptero, Aidan procedió a informarlos sobre la misión de rescate de la víspera.

Cuando terminó, Murphy se levantó para servirse una taza de café. Para entonces Powell ya se había incorporado a la asamblea.

No pensarás en serio que esa mujer ha estado ayudando a los fugados —fue lo primero que le dijo Murphy.

Powell bebió un sorbo de café.

Puede que sea absolutamente inocente, pero alguien tiene que hacer de abogado del diablo. Tengo la sensación de que detrás de la historia que nos ha contado hay muchas más cosas… tanto si las recuerda como si no. Usted ha visto el libro de visitas de la prisión. Sabemos que fue a hablar con Fowler por lo menos en cinco ocasiones diferentes. Sólo ese detalle basta para que sospechemos de ella.

Todavía no sabemos de seguro si Fowler aceptó hablar con ella o no —le recordó Murphy.

Y aunque lo hubiera hecho, no sería la primera periodista en acceder a La Fortaleza para entrevistar a Fowler —señaló Aidan.

Ya, pero… ¿qué diablos estaba haciendo en el bosque? —preguntó Powell—. Una vez que la sorprendió la inundación, ¿por qué no se quedó allí, esperando ayuda? ¿Por qué se internó en la montaña, sola y sin armas en medio de la tormenta?

Según ella, pretendía conseguir cobertura para su móvil. Y si no era así, al menos llegar a Eagle Falls antes del anochecer.

Todo eso resulta bastante creíble —murmuró Riley Watson con su clásico acento tejano, sentado al otro extremo de la mesa—. En el tramo de la carretera nueve que va de Ponderosa a la prisión no hay cobertura para móviles. Es una zona muerta. Seguro que la inundación la sorprendió allí.

De acuerdo —concedió Powell—. Pero una cosa es caminar durante un cuarto de hora en cualquier dirección en busca de cobertura para el móvil, y otra muy diferente hacer lo que hizo ella. Cuando la encontramos, estaba a kilómetros de la carretera, en mitad de la nada. Y ahora resulta que, muy oportunamente, no recuerda nada de lo que le sucedió.

Murphy desvió la mirada hacia Aidan:

¿Qué piensas tú, Campbell?

Sinceramente, no sabía qué pensar. Habría jurado que Kaitlyn le había dicho la verdad en el hospital. Pero también había traicionado sus verdaderas intenciones cuando le hizo aquel comentario sobre la entrevista con Murphy. Y luego estaba el dato de sus numerosas visitas a la prisión para ver a Fowler…

Aidan ya se había tropezado antes con periodistas ambiciosos, y sabía lo lejos que podían llegar con tal de conseguir un buen reportaje. No era inconcebible, aunque sí improbable, que un periodista con más agallas que sentido común pudiera haber llegado a algún tipo de acuerdo con Fowler.

Creo que la posibilidad de que haya hecho alguna clase de trato con Fowler es bastante remota. Me inclino a creer en su versión, pero supongo que no perdemos nada con investigar a la chica.

Bien —asintió Murphy—. La investigaremos, aunque dudo que encontremos nada. Sé algo de ella. Su padre es una especie de ídolo en el mundo del periodismo y la información. Ha ganado prácticamente todos los premios de esa industria. A mí me entrevistó una vez y no me causó mala impresión. Me pareció un tipo básicamente honesto, pero también algo arrogante, pagado de sí mismo. Imagino que será un ejemplo difícil de seguir.

¿Qué quiere decir? —le preguntó Aidan.

Una hija que piensa que tiene algo que demostrar puede llegar a cometer una estupidez con tal de conseguir un buen reportaje. Un reportaje que la haga merecedora de los elogios de su padre. Dado que ya la conoces, Campbell, me gustaría qué le hicieras el seguimiento. No la presiones todavía. Simplemente tírale un poco de la lengua por si se le escapa algo.

¿Quiere que la ponga bajo vigilancia?

Eso lo decidirás tú. Convengo contigo en que la posibilidad de que esté conchabada con Fowler es bastante remota, pero a estas alturas no podemos descartar nada. Sabemos que Fowler cuenta con ayuda del exterior. Lo que me recuerda el objetivo principal de esta reunión: la rueda de prensa de Craig Green.

Haciendo a un lado su taza de café, se levantó de la mesa. Los miembros del equipo lo miraban expectantes.

La mayor parte de vosotros ya lo sabéis, pero para aquéllos que estaban fuera cuando Clark y yo regresamos de la prisión, voy a resumir los principales hechos de la fuga. Punto uno: a eso de las diez de la noche del lunes, se arma un alboroto en el Pabellón C, el de los condenados de larga duración. Fowler y los suyos insultan a gritos a los otros presos. Surgen las primeras peleas y el resultado es un amotinamiento masivo. Punto dos: las autoridades ordenan medidas de aislamiento. Fowler y su banda son encerrados en celdas separadas mientras los guardias intentan restaurar el orden en el pabellón. Punto tres: a la mañana siguiente, un guardia se encuentra con las celdas vacías. De alguna manera los presos se las arreglaron para escapar durante el motín, pero nadie sabe cómo ni quién los ayudó. Y tampoco habla nadie, claro. Ni los presos ni los guardias.

Tuvo que ser un trabajo desde dentro —afirmó Michael Clark, experto en psicología criminal, con una capacidad asombrosa para interpretar el lenguaje gestual y no verbal—. Yo siempre trabajo con la teoría de que se puede aprender mucho más de un individuo a partir de lo que no dice que de lo que dice. En el caso de Green, sin embargo, su intervención resultó bastante reveladora. Aprovechó para anunciar que abandonaría el cargo en el lapso de seis meses. Muy oportuno, ¿no os parece?

¿Dio alguna razón para ello? —preguntó alguien.

Edad avanzada, mala salud, presiones del trabajo, deseos de estar más tiempo con su familia…

La versión típica de cara a la galería de un hombre al que han despedido o quieren despedir —observó Bryce Martin. Serio e introvertido, rara vez hablaba durante las reuniones.

Lo mismo me parece a mí también, pero mis fuentes indican lo contrario —repuso Murphy—. Francamente, me sorprende que no lo hayan despedido hace tiempo. Durante años lo han acompañado rumores de corrupción, y no me sorprendería que tuviera una jugosa cuenta esperándolo en algún banco. Sospecho que esperará a que haya pasado el escándalo para abandonar el país —se aclaró la garganta—. Por eso quiero vigilarlo de cerca. Como bien ha observado Clark, la fuga ha sido un trabajo desde dentro, y Green el principal sospechoso de que disponemos hasta ahora. Pero a la vez hemos de tener mucho cuidado de no pisar a nadie…

Se refiere a los federales, ¿verdad? •—insinuó Trevor Blackhaw, sonriendo.

He hablado con mi contacto en el FBI para informarlo de nuestras intenciones. Hasta el momento, la Agencia ha mantenido el secreto de costumbre, pero se les ha escapado algo. Caballeros, aquí viene lo más interesante —apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia delante, con un brillo de entusiasmo en los ojos.

A Aidan se le aceleró el pulso cuando vio el rostro de Murphy. Estaba a punto de revelarles algo trascendental.

Parece ser que todo un ejército de agentes especiales del FBI desembarcó en Montana… antes de la fuga de la prisión.

Una filtración del proyecto de fuga —especuló Watson—. Alguien debió de hablar más de la cuenta.

Es posible —Murphy se apartó de la mesa y continuó paseando por la habitación—. Pero yo me inclino a pensar que esa avalancha de agentes tiene algo que ver con la visita de Nikolai Petrov.

Aidan se dijo que aquella posibilidad tenía sentido. La gira de Petrov por todo el país llevaba semanas en las primeras planas de los medios de información. Desde que pronunció su discurso en la sede de las Naciones Unidas, la prensa se había puesto incondicionalmente de su lado para convertirlo en una especie de dios, algo en lo que también habían tenido que ver sus legiones de admiradoras. Pero Petrov era algo más que un rostro bonito. Se necesitaba coraje para haber desafiado a su padre frente a todo el mundo, como medio de llamar la atención hacia la desesperada situación de su país.

Aidan había pasado alguna temporada en Lukinburg, y sabía lo muy cruel y opresivo que se había tornado su actual régimen durante los últimos años. Antiguo satélite de la URSS, el pequeño país había alcanzado la independencia durante los noventa y el gobierno había restaurado el régimen monárquico anterior a la Segunda Guerra Mundial. En su ascenso al trono, el rey Aleksandr había sido saludado como un heroico luchador por la libertad que nunca llegó a perder el contacto con su pueblo. Pero con el tiempo se había convertido en un arrogante tirano enriquecido gracias a la explotación de sus súbditos.

Una vez confirmada esa versión en el famoso enfrentamiento escenificado entre padre e hijo en las Naciones Unidas, la comunidad internacional no pudo ya ignorar el sufrimiento del pueblo de Lukinburg, Tras topar con la resistencia del Consejo de Seguridad a legitimar una intervención armada, Nikolai se había servido de su fama para trasladar su caso al debate público. Y según las últimas encuestas, la gira estaba resultando todo un éxito, motivo por el cual Aleksandr acababa de nombrar enemigo público a su hijo.

Un intento de asesinato —concluyó Aidan después de repasar mentalmente toda la información que había reunido hasta el momento—. Ese podría ser el motivo por el que los federales han desembarcado masivamente en Montana.

Sí, lo mismo pienso yo —afirmó Murphy—. Un atentado contra la vida de Nikolai Petrov en suelo americano desencadenaría un incidente internacional de consecuencias catastróficas. Lo que significa que Boone Fowler no se encuentra precisamente a la cabeza de las prioridades de los federales. Y ahí es donde intervenimos nosotros. Tenemos el campo libre.

Un extraño brillo asomó de pronto a los ojos de Murphy… una mirada que Aidan no había visto desde la última misión clandestina en la que habían coincidido.

La recompensa ofrecida por cada uno de los fugitivos es muy alta, pero seré sincero con vosotros: no es el dinero lo que me preocupa. Se trata de un asunto personal. Pretendo capturar a Boone Fowler cuesta lo que cueste. A cualquier precio. Si alguno de vosotros tiene alguna objeción al respecto, es el momento de expresarla.

Nadie dijo una sola palabra. Todos conocían la amarga historia que Murphy compartía con Fowler. El sanguinario líder de la Milicia de Montana había asesinado a la hermana de Murphy en el sangriento atentado con bomba perpetrado cinco años atrás, y a punto había estado de hacer lo mismo con la mujer con la que había terminado casándose. A cambio, Murphy había dado a caza a Fowler y a sus seguidores, enviándolos a prisión con una condena de cadena perpetua.

Durante el juicio, Fowler había jurado vengarse de Murphy y de su familia, y ahora tenía las manos libres para hacerlo. Si podía encontrar alguna manera de llegar hasta la esposa de Murphy y su hija, lo haría sin dudarlo.

Lo que significaba que sus cazarrecompensas tendrían que atraparlo antes, a cualquier precio. Y si Kaitlyn Wilson estaba de alguna forma relacionada con él… que Dios la ayudara.

Muy bien. Esto es todo por hoy —Murphy dio por terminada la reunión—. Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Buena caza y buena suerte.

Mientras los hombres abandonaban la sala, Murphy llamó a Aidan:

Dime… ¿hay algo más que debería saber sobre tu misión de rescate de ayer?

¿Qué quiere decir? —le preguntó Aidan, desconfiado.

En tu informe de hace unos minutos, te dejaste unos cuantos detalles en el tintero. Anoche estuve hablando con Powell mientras tú seguías en el hospital. Te arriesgaste bastante en la operación, ¿no?

Bueno, sí. Pero eso no cambia nada.

¿Eso crees? —el coronel arqueó una ceja—. Yo diría que lo cambia todo. Hace seis meses buscabas la muerte a toda costa. Cuanto más riesgo, mejor. Lo de ayer demuestra que continúas con la misma actitud.

Sí, es verdad —repuso Aidan, endureciendo su tono de voz—. Pero, desgraciadamente, por muchas personas que logre rescatar de un cañón durante lo que me quede de vida, Elena Sánchez seguirá estando muerta.

Elena continuaba atormentando su sueño cada noche. Por su culpa continuaría despertándose de madrugada, acosado por sus gritos y por su terrible súplica: ¡No me sueltes! ¡Por favor, Aidan! ¡No quiero morir! Era tan joven y tan hermosa… Una víctima inocente de los estragos de la guerra, aferrada al esquivo sueño de una vida mejor para ella y para su familia. Y que había amado a Aidan como ninguna mujer lo había amado antes, ni lo amaría nunca.