Capítulo 53

—Señorita Watson, es un placer volver a verla —murmuró Adán, ofreciendo su mano con educación, hablando en perfecto inglés—. Espero que no le moleste mi presencia. Estaba en Londres para cerrar un trato y, al saber que Borja iba a venir aquí esta noche, insistí en que me permitiese acompañarlo. He oído tanto hablar de sir Edmund Watson que tenía muchísimas ganas de conocerlo en persona. Es toda una leyenda en el mundo empresarial —añadió, haciendo que el anciano sonriera con aprobación ante el elogio.

Laura estrechó su mano de forma automática.

Que hablase tan bien inglés no la sorprendió. Había ido a una academia desde pequeño y veía todas las series y películas en versión original. Lo que la descolocó fue todo lo demás.

Era su voz. Era su tacto. Pero no era su Adán.

El rubio que había delante suyo era un hombre elegante que lucía un traje clásico. Llevaba el pelo corto y peinado con la raya a un lado. Y su forma de hablar… Adán nunca hablaba así, con falsos halagos. El hombre que había ante ella era todo por lo que él se había rebelado de joven. Era el tipo de hombre al que su abuelo aprobaría. ¿Y se había transformado por ella? Aquella posibilidad la destrozó.

—No —musitó, negando con la cabeza, sintiendo que las lágrimas acudían a sus ojos—. No… es ninguna molestia —rectificó, cuando él clavó en ella una mirada de advertencia.

Si alguien le preguntase qué había cenado aquella noche, no sabría qué decir. Actuó como una autómata, tratando de reprimir todo lo que bullía en su interior, oyendo como un murmullo de fondo la fluida conversación que se desarrollaba entre los tres hombres.

—Entonces, ¿os conocéis desde hace mucho tiempo? —comentó sir Edmund, mientras tomaban el postre.

—Cursamos bachiller juntos —explicó Borja—. El padre de Adán es Francisco Arjona, juez del Tribunal Supremo.

Aquel simple dato hizo que los ojos de sir Edmund brillaran con más interés.

—¿Tú también te has decantado por el derecho?

—Me temo que no. Mis intereses siempre se han desviado hacia el mundo empresarial.

—¿En qué sector?

—La imagen —respondió Adán, evasivo.

—Nunca he considerado respetable ese tipo de negocios —bufó sir Edmund, despectivo—. Los transportes, las energías y las telecomunicaciones. Eso sí que son los pilares del mundo empresarial.

—Teniendo en cuenta que Amancio Ortega es el segundo hombre más rico del mundo y que se dedica al mundo de la moda, creo que es un negocio a tener en cuenta —replicó Adán, con una sonrisa ladeada.

Sir Edmund lo miró con los ojos entrecerrados. No le gustaba que nadie le refutara sus opiniones, mucho menos si le quitaban la razón. La mesa quedó por un momento en un tenso silencio.

Sir Edmund, me gustaría comentar unos cuantos temas con usted en privado, si no es mucha molestia —solicitó Borja, saliendo en ayuda de Adán—. No os importa que os dejemos a solas, ¿verdad? —añadió, girándose hacia ellos.

—Laura, acompaña al señor Arjona a la biblioteca, sírvele un coñac y ofrécele, si quiere, un puro —ordenó sir Edmund—. Nos reuniremos con vosotros en cuanto acabemos.

Los dos hombres salieron de la habitación dejando a Laura y a Adán a solas.

—Laura…

—Sígame, señor Arjona —indicó Laura, levantándose de la mesa.

Salió del comedor sin mirar atrás, esperando que él la siguiese, y lo condujo hasta la biblioteca con un único pensamiento en mente: «¿Qué había hecho con su pendiente?»

Lo hizo pasar a la biblioteca con un gesto y luego cerró la puerta tras de sí.

—Laura, yo…

No lo dejó terminar. Se acercó a él y empezó a desabotonarle la camisa con ansias. Necesitaba encontrar algo familiar en aquel desconocido que estaba ante ella.

—Laura, ¿pero…?

—No hables. No hasta que vea que eres tú —susurró ella, conteniendo el aliento.

No pudo respirar hasta que no descubrió la serpiente tatuada en su piel. Un dibujo que había delineado con los dedos, que había recorrido con los labios, y que le era tan familiar como su propia piel. Apoyó la palma de la mano sobre ella, notando la calidez del cuerpo masculino y solo entonces lo miró a los ojos.

—¿Por qué lo has hecho? ¡Mírate! Este no eres tú —murmuró, sintiendo que las lágrimas que había contenido durante todo ese tiempo comenzaban a derramarse—. ¡Dios, te has cortado el pelo! —añadió, con un quejido, mientras pasaba una mano temblorosa por el cabello rubio pulcramente cortado, echando de menos la forma en que se ensortijaba entre sus dedos cuando lo tenía largo—. ¿Cómo has podido?

—Porque sabía que era la única forma de verte —respondió él, tomando su mano y llevándosela a los labios.

Lo había hecho por ella, sus palabras lo confirmaban. Laura sintió un vuelco en el corazón. Recordó una conversación que tuvieron hace tiempo:

Si me corto el pelo, me quito el pendiente, me pongo traje, cuido mi lenguaje, cambio de profesión y declaro mi amor por las mujeres, ¿tu abuelo me aprobaría?

—¿En serio podrías hacer eso?

—Si la mujer a la que amase me lo pidiera, lo haría sin dudar. Pero eso nunca sucederá.

—¿Porque nunca te enamorarías de una mujer?

—No, porque la mujer a la que ame nunca me pedirá que deje de ser yo mismo. Porque entonces me habría enamorado de la mujer equivocada.

—Yo no quería esto —susurró ella, desesperada—. Nunca te pediría que dejases de ser tú mismo por mí.

—No, nunca lo harías —convino él, abrazándola con ternura—. Tú escaparías sin decir nada para enfrentarte sola a tus demonios El problema es que se te olvida que ya no estás sola. Tienes amigos. Me tienes a mí —añadió, alzando su rostro y depositando un suave beso en sus labios.

—Me dijiste que no volviera —señaló Laura, mirándolo herida.

—Tenía miedo y dije una tontería —reconoció él, dejando caer su frente contra la suya—. Te llamé, pero tenías el móvil apagado. También te dejé varios mensajes.

—Mi abuelo hizo desaparecer mi móvil y mi portátil.

—Lo siento muchísimo, Laura. Tenías bastantes preocupaciones en la cabeza como para encima cargar con mis inseguridades.

—Lo bueno y lo malo —recordó ella, sonriéndole entre las lágrimas—. Si quieres a alguien, tienes que cargar con el paquete completo, ¿no?

—Exacto. Así que ya va siendo hora de que me cuentes qué está pasando para que pueda hacer lo posible para ayudarte. Quiero saber la verdad sobre Paul. ¿Sigue en coma?

—Sí —admitió ella finalmente. Y al compartirlo con él sintió que se quitaba un peso de encima.