Capítulo 30
A la mañana siguiente Adán se despertó con un pitido de su móvil que anunciaba que acababa de recibir un wasap. El mensaje de Eva era escueto, señal de que continuaba enfadada.
A las doce en A la vuelta de la esquina.
Miró el reloj. Le quedaba el tiempo justo para darse una ducha, no se podía entretener. A pesar de ello, su mirada se desvió hacia su compañera de cama. Tenía la trenza medio deshecha; el rímel se le había corrido oscureciéndole la parte de debajo de los ojos; un hilillo brillante de baba discurría por la comisura de su boca, y el suave ronquido que escapaba de entre sus labios no tenía nada que envidiar al sonido que emitía un rinoceronte en celo. Aun así, no hubiese preferido despertar al lado de ninguna otra mujer en el mundo.
Le dejó una nota donde explicaba que estaría fuera un par de horas y, dándole un beso en la frente, se marchó.
Cuando llegó a su cita, Eva ya estaba allí esperando, sentada en su mesa habitual. El lugar estaba bastante concurrido, ya que era la hora punta de los almuerzos, y las tapas del bar tenían buena fama en el barrio.
—¿Te pongo una cerveza? —preguntó Álvaro al verlo entrar.
—Mejor un café con leche.
—Dime que no te has acostado con mi prima —gruñó Eva, a modo de saludo.
—Buenos días a ti también —ironizó Adán, sentándose enfrente de ella. En ese momento vio entrar a Esther por la puerta y frunció el ceño—. ¿También has quedado con tu hermana?
—Es un asunto familiar, tiene todo el derecho a estar aquí.
—¿No crees que estás exagerando un poco?
—Buenos días, chicos. ¿Qué es esa emergencia tan urgente para que tenga que dejar a Hugo con mi vecina y venir aquí de inmediato? —inquirió Esther, mirando a su hermana con curiosidad.
Antes de que le contestase, Álvaro se acercó hasta allí.
—Hola, Esther, no sabía que te ibas a pasar esta mañana por aquí. Estás preciosa —añadió, desbordando admiración por la mirada—. ¿Sigue en pie nuestra cita de esta tarde?
—¿Cita?
—Bueno, te dije si te apetecía ir al cine conmigo, y dijiste que sí.
—Sí, claro. Es que al llamarlo «cita» me has confundido —explicó ella, sin darse cuenta de la expresión de decepción que cruzó el rostro del hombre por un momento—. Si no te importa, podíamos ir a ver la de Baila, esa de dibujos. Hugo está deseando verla.
—Pensé que íbamos a ir tú y yo solos —murmuró él hombre, con los hombros cada vez más hundidos.
—Es que también le prometí a mi hijo que lo llevaría a ver esa peli. Así mato dos pájaros de un tiro. No te importa, ¿verdad?
—No, claro que no —musitó él, con una sonrisa tensa—. Luego te llamo, y concretamos hora —añadió, antes de volver al trabajo.
—¿Has oído eso? —preguntó Adán, llevándose una mano a la oreja, como si quisiera agudizar el oído.
—¿El qué?
—El sonido de un corazón que se hace pedazos.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Esther, sin comprender.
—Que acabas de romperle el corazón al pobre Álvaro.
—No digas tonterías. Él y yo solo somos amigos —afirmó ella, frunciendo el ceño.
—¿Cómo puedes estar tan ciega? Tú puede que lo veas solo como un amigo, pero te aseguro que él está loco por ti. Díselo, Eva —añadió, invitando a su amiga a darle la razón ya que hasta el momento había permanecido en silencio.
—Álvaro está enamorado de ti —convino, seria—, y Adán se ha acostado con Laura —añadió, fulminando a su amigo con la mirada.
—¡¿Qué?!
—Dejad de mirarme así —protestó, a la defensiva—. No me he acostado con Laura.
—Ya, seguro —masculló escéptica Eva.
—Te lo juro por mi madre —añadió serio, mirando a su amiga con fijeza.
Eso la convenció.
—Pero la has besado —adujo, sin rendirse.
—Sí, la he besado. Pero no ha pasado de ahí. Te respeto demasiado para hacer algo con tu prima sin hablarlo antes contigo, y lo sabes.
—Eso espero —gruñó Eva, cruzándose de brazos.
—¿Tan malo sería que yo tuviera una relación con Laura? —inquirió Adán, molesto—. ¿Es que acaso no me consideras lo suficiente bueno para ella?
—¿Eres tonto o muy tonto? Sabes lo mucho que te quiero y estoy segura de que no habría mejor hombre en el mundo para Laura… siempre que estuvieses enamorado de ella. La cuestión es… ¿lo estás?
Adán se quedó en silencio. No podía negar que sentía algo especial por ella, algo que crecía en intensidad a cada momento que estaba a su lado. Pero… ¿amor? No podía asegurarlo.
La duda debió de leerse en su semblante, porque Eva intentó que comprendiera el miedo que sentía por su prima.
—Laura es una chica muy inmadura para su edad en ciertos aspectos, y uno de ellos es el sentimental. Por la forma en que te mira cuando está contigo, creo que está enamorada de ti. Así que, si no estás seguro de que puedes corresponder a ese sentimiento, déjala en paz. Te lo pido como amiga —añadió, cogiéndolo de la mano y apretándosela con cariño.
—Te aseguro que no le pondré un dedo encima hasta que tenga la certeza al cien por cien de que estoy enamorado de ella —aseveró, serio.
Solo esperaba tener la suficiente fuerza de voluntad como para cumplir su palabra y no sucumbir en el fuego de la pelirroja.
—Pero, ¿Laura sabe que no eres gay? —inquirió Esther.
—Pues eso es lo más irónico de todo… que ella está convencida de que lo soy.