Capítulo 31

Lo primero que pensó Laura al despertar el domingo fue que alguien estaba martilleando dentro de su cabeza. Abrió los ojos y gimió cuando la brillante luz del mediodía incidió en sus pupilas. Y gimió todavía más fuerte cuando los recuerdos de la noche anterior golpearon su mente. Había hecho el ridículo de una forma garrafal. Enterró la cabeza debajo de la almohada y juró que nunca más saldría de allí.

No oyó la puerta de la calle abrirse y volverse a cerrar, pero la voz de Adán le llegó alta y clara.

—¿Aún no has despertado, pelirroja?

Se quedó inmóvil en la cama, todavía con la cabeza escondida, actuando como una niña en plan «si no te veo, no me ves», porque no tenía valor para enfrentarse a Adán después de su comportamiento. ¡Por Dios, si le había vomitado en los pies! Era imperdonable.

—¿Te encuentras bien?

La voz de Adán se oyó demasiado cerca, haciéndola contener el aliento.

—No —masculló, cerrando los ojos con fuerza—. La cabeza me va a explotar.

Adán le quitó la almohada de la cabeza y la obligó a incorporarse.

—Tomate esta pastilla y date una ducha mientras preparo algo de comer —instó, tendiéndole un paracetamol y un vaso de agua—. Te sentirás mucho mejor dentro de nada.

Su mirada burlona, su sonrisilla condescendiente y su amabilidad la hicieron desear estrangularlo. ¿Por qué tenía tan buen aspecto cuando ella se sentía morir? ¿Por qué estaba tan enamorada de un hombre al que no podía tener? ¿O sí?

Todavía recordaba el calor de su mirada cuando la abrazó al salir del pub, justo antes de que ella le vomitase. ¿Había estado a punto de besarla de nuevo? Y lo más importante… ¿qué había pasado después?

Los recuerdos se nublaban a partir de aquel momento.

—¿Lo soñé o me subiste en brazos hasta aquí?

—No lo soñaste —respondió Adán, haciendo una mueca—. Y debo decir que para estar tan delgada, pesas bastante.

—¿Y después?

—Después te dejé en la cama.

—¿Y ya está? ¿Nada más? —inquirió, azuzándolo para que contase algo más.

—No, después de que intentases besarme y meterme mano, no pasó nada más.

—¡¿Qué?! ¡Dime que es una broma! ¡Dime que no hice eso, por Dios!

—Cálmate, ¿quieres? Me estaba quedando contigo. En cuanto tu cabeza tocó la almohada, te quedaste dormida. No hubo nada más.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo —afirmó, poniéndose de pie—. Créeme, cuando me acueste contigo lo recordarás —añadió, mascullando tan bajito que Laura no supo si lo había oído bien.

Se quedó mirándolo, descolocada.

—¿Qué has dicho?

—Que te voy a hacer una ensalada de pepino que alucinarás —respondió Adán, con mirada inocente—. Y ahora sé buena y métete en la ducha —instó, sacándola de la cama y arrastrándola hasta el baño.

Tal y como Adán había indicado, después de una ducha caliente y de una comida ligera, se sintió mucho mejor. Lo suficiente para coger el portátil y ponerse a trabajar en su blog, mientras él se sumergía en el libro que estaba leyendo. Esa era una de las cosas que más le gustaban de su convivencia con él: que podían estar en la misma habitación, cada uno sumidos en sus cosas pero, a la vez, eran conscientes de su mutua presencia.

No supo cuánto tiempo estuvo trabajando en un nuevo relato para su blog; el tiempo volaba cuando escribía, hasta que el timbre de su teléfono la sobresaltó. Era su móvil de empresa, el que utilizaba para mantenerse comunicada con el personal de Watson Airlines y con su abuelo. Y lo cogió al instante.

—¿Qué tal llevas esa gripe?

La voz preocupada de Borja la hizo sentir mal. Para poder tener una excusa para no acudir al trabajo en toda la semana, lo había llamado para decirle que había cogido la gripe y tenía que hacer reposo. Él se había mostrado muy preocupado, insistiendo en ir a visitarla y llamándola casi a diario. Y no solo le había mentido, también le había pedido que no le dijera nada a su abuelo al respecto, con la excusa de que no quería preocuparlo, aunque lo único que le importaba es que no se enterase de su falta de asistencia al trabajo. Borja había sido muy comprensivo, incluso le pasaba informes a diario de los avances para que ella se los pudiese reenviar a su abuelo por correo electrónico y no sospechase nada.

Él había demostrado ser un buen amigo, y ella lo estaba engañando.

—Me encuentro mucho mejor, gracias —respondió Laura, sintiendo cómo la atención de Adán se había desviado hacia ella—. Tal vez mañana pueda ir ya a trabajar —añadió, con un murmullo vacilante, solo para ver cómo Adán negaba con la cabeza.

—¿Estás segura? No le he dicho nada a tu abuelo, pero la verdad es que la semana que viene, mientras hacemos las reformas y ponen a punto el sistema informático, no vamos a poder hacer mucho. Si quieres, puedes tomarte toda la semana libre, y así te recuperas del todo.

—Bueno, si no te importa… —musitó, aferrándose a la excusa que le había ofrecido Borja.

—Hoy por ti, mañana por mí —afirmó él, afable—. Si vamos a asociarnos íntimamente, debemos aprender a formar equipo frente a nuestras familias, ¿no crees? —comentó, en tono conspirador, y se despidió de ella.

¿Una sociedad? ¿A eso se iba a reducir su matrimonio si se casaban? Parecía algo bastante frío respecto a la clase de relación que siempre había deseado tener. Le vinieron a la mente las palabras de Anabel… amor, pasión, complicidad, humor. Eso es a lo que ella aspiraba.

—¿Quién era? —preguntó Adán en cuanto colgó.

—Mi compañero de trabajo. Bueno, es casi mi socio —aclaró, encogiéndose de hombros—. Él y yo estamos trabajando juntos para poner en marcha las oficinas de Watson Airlines en Madrid.

No tenía sentido decirle que, si todo iba según el plan de su abuelo, en poco tiempo Borja se convertiría en su prometido.

—¿Solo compañeros de trabajo o hay algo más? —inquirió Adán, como si le hubiese leído la mente.

Laura lo miró con curiosidad. El cuerpo se le había puesto tenso, y la miraba con los ojos entrecerrados, como si la respuesta de ella tuviera más importancia de la que él debiese darle. Podían ser… ¿celos? Decidió investigar aquella posibilidad.

—¿Te importaría si hubiese algo más? —preguntó Laura, tanteando su reacción.

—¿A tu abuelo le importaría? —replicó él, eludiendo la respuesta.

—Pues la verdad, mi abuelo estaría más que satisfecho si se diese el caso. Ya sabes, es el tipo de chico que él aprueba.

—Déjame adivinar: un pijo reprimido con traje y con menos personalidad que un trozo de plastilina —bufó, molesto.

—Pues la verdad es que es un hombre atractivo, inteligente y encantador.

—¿Es a él al que le escribes mensajes cuando te despiertas?

Laura se quedó blanca. No se había dado cuenta de que él se había percatado de ello.

—No es asunto tuyo —replicó, zanjando el tema.

Él debió de intuir que no estaba a dispuesta a seguir con la conversación, porque dejó el libro a un lado y se levantó del sofá, enfadado.

—¿A dónde vas? —preguntó, al verlo coger la cazadora.

—Necesito un poco de aire —masculló Adán—. Vuelvo en unos minutos. No salgas ni abras la puerta a nadie.

Y sin más, se fue.

Laura se quedó mirando a la puerta, asombrada. ¿Eso había sido un ataque de celos en toda regla? Las dudas volvieron a invadir su mente. Adán era gay. ¿Por qué entonces iba a sentirse celoso porque ella nombrara a otro?

Tras meditarlo un poco, sin llegar a ninguna conclusión, cogió su portátil. Era tiempo de reflexionar con madurez sobre su relación con Adán. Había llegado el momento de hacer un análisis serio de las evidencias. Estaba claro que ella no tenía la suficiente experiencia como para sacar una conclusión determinante, así que optó por hacer un estudio contrastado buscando una segunda opinión.

Nueva entrada del blog:

Título: ¿Gay o no gay? Esa es la cuestión.

Hasta ahora he compartido con vosotros retazos de mi imaginación. Ahora quiero hablaros de mi realidad. Estoy enamorada de mi nuevo compañero de piso, pero no estoy segura de sus tendencias sexuales. Por las evidencias, cualquiera pensaría que no hay duda de que es gay: trabaja como peluquero, sabe cocinar, entiende de moda y de maquillaje, tiene una relación de amistad/amor con un chico con el que además se dio su primer beso, ha sido modelo de una revista gay, ha participado en el desfile del Orgullo Gay, vive en Chueca… Lo sorprendente es que una vez me besó. Un beso profundo y carnal que me derritió por dentro y sacudió los cimientos de mi existencia. Y no solo eso. A veces, cuando me mira, siento que sus ojos abrasan mi piel. ¿Son imaginaciones mías o de verdad se siente atraído por mí?

La única posibilidad que se me ocurre es que sea bisexual, pero parece que no es el caso. Así que hoy os escribo para pediros consejo. ¿Cómo saber con certeza si el chico que te interesa es gay sin que él se dé cuenta de que estás intentando descubrirlo?