Capítulo 34

—Criatura, ¿alguna vez te han dicho que tu cabello parece hecho de llamas?

Sí, Adán se lo había susurrado varias veces mientras le cepillaba el pelo antes de que se fuera a dormir, con un tono ronco que erizaba la piel de Laura, provocando descargas de placer por todo su cuerpo.

Pensar en él la volvió a poner de mal humor, pero lo cierto es que tenía razón. Ella era la menos indicada para dar consejos sobre ocultarse ante nadie cuando su vida era un teatro de marionetas, en el que ella era un títere en manos de su abuelo. Así es cómo se sentía la mayor parte del tiempo.

Durante ese pequeño interludio en Madrid, había podido deshacerse de los hilos que dirigían su persona pero, tarde o temprano, se los tendría que volver a poner. Al menos hasta que le quedase un resquicio de esperanza.

Tal vez por eso, por la mezcla de rabia e impotencia, no recibió de buen grado que interrumpieran su tranquilidad

—Muy original —masculló, sin ni siquiera mirar al hombre que la había piropeado.

Pero parecía que su falta de interés lo acicateó más.

—Permítame que me presente. Soy Zeus.

Eso sí que captó el interés de Laura. ¿Así que ese era el infame Zeus? Miró con curiosidad al espectacular espécimen masculino parado al lado de ella. Se podría decir que era una versión en moreno de Adán. Guapo hasta decir basta, con el pelo largo, ojos azules, facciones perfectas y un cuerpazo por el que cualquier mujer se derretiría.

Cualquier mujer que no fuera ella. Laura solo se derretía por el rubio de sus sueños.

Pensar en Adán suavizó su mirada de una forma que el hombre debió de malinterpretar como interés, porque se sentó en la mesa en la que ella estaba tomándose un café.

—¿Y bien? ¿Cuál es tu nombre, hermosura?

Había oído hablar mucho de él, pero hasta el momento no había tenido la oportunidad de conocerlo en persona y, por la confianza en que le cogió la mano y le depositó un teatral beso en sus nudillos, dio crédito a los rumores que decían que era todo un seductor.

—Laura —respondió ella, más divertida que seducida.

—Precioso nombre, ¿vives o trabajas por aquí, o solo estás de paso?

—¿Y si te dijera que las tres cosas?

—Te pediría que me lo contases con calma durante la cena de esta noche.

—Yo no he dicho que vaya a cenar contigo.

—Tampoco has dicho lo contrario, así que me reservo la esperanza de que aceptes mi proposición.

Ni loca iba a cenar con él, pero Laura decidió seguirle el juego, solo por diversión.

—Aclárame una cosa, ¿por qué te haces llamar Zeus cuando tu nombre real es Ángel?

—¿Me conoces? —inquirió el hombre, sorprendido.

—Personalmente no, pero durante dos días trabajaste para mí en Pecado Original.

—¿Tú eres Laura Watson? ¿La socia de Adán y de Eva?

Laura sonrió ante su evidente sorpresa.

—Vaya, qué giro más interesante —murmuró él—, durante la cena estaré encantado de contarte por qué se me conoce como Zeus.

Laura estaba a punto de decirle que no tenía tanta curiosidad por su nombre cómo para aceptar la cena cuando una voz intervino.

—Olvídalo Zeus, ella no va a cenar contigo —gruñó Adán, parándose al lado de la mesa dónde estaban sentados—, ni esta noche ni nunca.

—¿No tenías que estar trabajando? —inquirió Zeus.

—Lo mismo que tú.

—Yo lo estaba haciendo hasta que, por el ventanal de la peluquería, vi a esta diosa de cabellos de fuego y no he podido evitar venir a conocerla.

Laura se ruborizó. Adán gruñó.

—Pues ya la has conocido. Ahora vete.

Zeus la miró de forma inquisitiva, ignorando a Adán.

—¿Sois pareja?

—¡No! —exclamó Laura, sorprendida por la posesividad que demostraba el rubio.

—Entonces dame tu teléfono, y te llamo luego para quedar.

—Ni lo sueñes —masculló Adán, lanzándole al hombre una mirada intimidatoria.

—¡Ya está bien! —protestó Laura, enfadada por su actitud.

Ya tenía a un hombre autoritario y déspota en su vida: su abuelo. Y no iba a consentir que nadie más le ordenara lo que tenía que hacer o con quién. Estaba tan furiosa que decidió aceptar la invitación de Zeus solo para llevarle la contraria a Adán.

—Ni lo pienses, Laura —ordenó Adán, observando la decisión en su rostro.

Ella lo ignoró.

—No cojas ese bolígrafo.

Laura lo empuñó, con una mirada retadora.

—No te atrevas a escribir tu teléfono en esa servilleta —masculló, al ver que ella comenzaba a garabatear los números—. Ni se te ocurra darle ese papel —añadió, viendo que ella le tendía la servilleta a Zeus.

Adán lo interceptó antes de que Zeus lo pudiese coger y, con una mueca triunfal, rompió el papel a trocitos.

«¿En serio me he enamorado de este idiota?», pensó Laura, al ver que se estaba comportando como un crío. Lo miró con fastidio y comenzó a decir en voz alta los números de teléfono, mientras Zeus los apuntaba en su móvil con una sonrisa de satisfacción. Ahora le iba a tocar ir a una cena que no le apetecía, con un hombre que no le interesaba, solo para darle una lección a Adán.

—No puedes quedar esta noche con él, ya tienes planes —declaró Adán de pronto—. Luis va a celebrar su cumpleaños, y estás invitada.

—No me lo habías mencionado antes.

—Se me olvidó —reconoció él, con un encogimiento de hombros.

¿Se lo estaría inventando? Laura lo observó con los ojos entrecerrados. Adán le sostenía la mirada con tranquilidad, sin inmutarse. No parecía estar mintiendo. Aun así, era consciente de que estaba haciendo todo lo posible porque no quedase con Zeus. ¿Estaría celoso? Aquella posibilidad provocó una agradable calidez en su interior.

—Pregúntale a Eva si no me crees. Por cierto, Zeus, ¿sabes que Eva, la novia de tu jefe —aclaró, incidiendo en la palabra «jefe» —, y Laura son primas? Y además están muy unidas. Dile a Max que quieres salir con Laura y ya verás lo contento que se pondrá —añadió, rezumando ironía.

Ese comentario borró la sonrisa de Zeus de golpe. Una cosa era flirtear con una desconocida y otra, con alguien cercano a su jefe. Para lo que él andaba buscando, una cuña más en su cabecera de la cama, ella no servía.

Zeus musitó un «mejor lo dejamos para otra ocasión», que sonó a «voy a borrar tu número en cuanto pueda y espero no volverme a cruzar contigo», y volvió a Paradiso.

—¿Ya estás contento? —inquirió Laura, enfadada.

—No, pero esta noche espero estarlo —musitó Adán, dirigiéndole una mirada que no supo identificar.

Y con un gesto de despedida, la dejó sola y volvió a entrar en Pecado Original.