42

Joshua había sido un atolondrado y lo sabía. Debería haber esperado al día siguiente para ver a Jacqueline. ¡Diantres! Acababa de llegar de Irlanda. Su familia ni siquiera sabía que estaba en Londres. Pero la necesidad de verla después de tanto tiempo había sido más fuerte que su voluntad o su sentido común.

En cuanto descargó el equipaje en su casa, sorprendiendo a los sirvientes por su repentina aparición, pasó por la pensión donde se alojaba la muchacha. Frances, muy feliz de verlo, le había informado de que estaba en el baile de caridad que se estaba celebrando en la mansión de los duques.

Imaginar a Jack Ellis con galas de fiesta, bailando, había sido el aliciente necesario para aquella locura. Sin pensarlo dos veces, pasó por casa para vestirse para la ocasión.

Aun escondido tras una máscara, se esforzó en ocultarse de las personas que lo podían reconocer. Vio a sus padres y sus hermanos y la necesidad de abrazarles y decirles que había regresado fue intensa, pero no prioritaria. Su prioridad era dar con ella.

Entonces la encontró. En medio del salón de baile, moviéndose con gracia al ritmo de una contradanza. No importaba que también llevase una máscara, supo que era ella sin dudar por el vuelco que le dio el corazón al verla. Su cuerpo actuó por voluntad propia y se incorporó al baile sin importar quién lo pudiese ver.

La conexión que había entre ellos se hizo evidente por el destello de reconocimiento que hizo brillar los ojos de la muchacha. Bailaron hasta encontrarse, guiados por la música, hasta el centro del salón, rodeados de los bailarines que ejecutaban sus pasos.

Cuando la tuvo delante por primera vez, a solo un paso de distancia, y pudo aspirar su familiar aroma a limón, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no cargársela sobre el hombro como un bárbaro y sacarla de allí para hacerla suya.

En cambio, controló su repentino instinto de posesión y la citó en el invernadero.

Sabía que acudiría. Ella estaba enamorada de él. Y él… ¡Maldición!

Cuando la tuvo entre sus brazos, en el invernadero, le fue imposible no tocar su piel. Pero no la besó, aunque ver el hambre en los ojos de ella casi lo había hecho caer de rodillas. Y no lo hizo porque sabía que, si empezaba, no se podría detener.

Dejarla en aquel momento sin probar sus labios había sido la segunda cosa más difícil que Joshua había hecho en su vida.

Superar su adicción era la primera. Y todavía no tenía claro si lo había conseguido del todo. Ahora se enfrentaba a la prueba final: regresar a la rutina diaria sin perder el control.

Patrick O’Sullivan lo interceptó en mitad del pasillo. Durante el tiempo que estuvo en la clínica, él había sido todo para él: su confesor, su confidente, su tormento y su salvación. Con su ayuda, había podido reducir poco a poco el consumo de opio hasta conseguir anularlo de su vida. Pero el proceso había sido una verdadera pesadilla.

Reconocer su adicción ante sí mismo y ante los demás había sido el primer paso. Decidir hacer algo para ponerle remedio, como ir a la Clínica O’Sullivan, el segundo. Pero el camino hacia la curación era largo y tortuoso. Así se lo había explicado Patrick cuando llegó a sus dominios, y solo los hombres con un objetivo claro que alcanzar podían conseguir escapar del infierno.

Y él tenía un objetivo muy claro: Jacqueline.

—¿El reencuentro ha sido tal y como esperabas?

—No.

—Por cómo tiemblas, diría que ha ido mucho mejor —observó el hombre con humor.

Joshua lo fulminó con la mirada, pero no tenía sentido enfadarse con él. Lo había descubierto meses atrás. Cuanto más se encolerizaba Joshua, más sonreía el irlandés.

Así que optó por la sinceridad.

—Me siento intranquilo —admitió al tiempo que apretaba las manos en puños en un intento por controlar el temblor que las recorría.

—Es algo normal. El primer día en que te reencuentras con tus personas cercanas es el peor. Te abrumarán con su alegría, pero te darás cuenta de que sus ojos brillan con cautela, preguntándose lo mismo que te estás preguntando tú ahora mismo: ¿En verdad estás curado? Y luego vendrán las preguntas: querrán saber con pelos y señales cómo fue tu estancia en la clínica, y revivirás tus peores pesadillas, aunque no se lo cuentes. Pero eso no será lo peor —advirtió con voz serena—. Tus sentimientos, que habías conseguido controlar a la perfección en esa burbuja de sosiego que te ofrecía mi clínica, se desbordarán. Y aquí es donde sabrás si has superado o no tu adicción, porque tendrás que aprender a vivir en ese carrusel de emociones que es la vida sin recurrir al opio. Si consigues superar tu primera crisis sin beber láudano, entonces tendrás la certeza de que has ganado.

Joshua asintió con solemnidad, pues sabía que las palabras de O’Sullivan hablaban por propia experiencia. En su juventud, el irlandés fue capitán de barco en una ruta comercial con China y se dejó seducir por los placeres de Oriente, uno en concreto: el opio.

Fue un médico de allí, acostumbrado a tratar una adicción que se había convertido en la lacra de aquel país, el que le mostró el camino hacia la sanación. Y O’Sullivan, ya recuperado, decidió crear una clínica en su tierra para ayudar a las personas que habían caído bajo el yugo del fruto de la adormidera, cada vez más extendido.

—¿Joshua? No creí a Connor cuando me dijo que te había visto en la pista de baile. Pero mírate, ¡estás impresionante!

La voz de su hermana le indicó que su tiempo de pasar desapercibido había pasado.

Buscaron una estancia a salvo de miradas indiscretas y, durante los minutos siguientes, los Richmond dieron la bienvenida al hijo pródigo que regresaba al hogar. Besos, abrazos, lágrimas y alegría. Pero, tal y como O’Sullivan había predicho, también cautela.

—O’Sullivan es la persona que dirige la clínica —explicó Joshua tras las presentaciones—. Estará conmigo durante un mes para… asegurarse de que todo va bien.

No le pasaron desapercibidos los gestos de preocupación que despertaron sus palabras, pero sabía que era normal. Su familia también había compartido su sufrimiento de una forma indirecta, y sus miedos tardarían en desaparecer.

—¿Has hablado con Jacqueline? —inquirió Connor, de repente.

—Sí.

—Estupendo, entonces ya podemos anunciar el compromiso en los periódicos —comentó la duquesa, entusiasmada—. Hemos llegado a tomar mucho cariño a esa joven. Sin duda será una esposa perfecta para ti.

Joshua cruzó una mirada con O’Sullivan y recordó una de las muchas cosas que le había estado aleccionando durante el viaje: «Tu familia te presionará de forma involuntaria, ansiosa por dejar atrás los malos tiempos y ver que retomas tu rutina, pero tienes que ser fuerte y marcar tu propio ritmo. No olvides que eres tú el que ejerce el control de tu vida».

—No hay compromiso alguno que anunciar —declaró para asombro de los allí presentes.

—¿Te ha rechazado? —inquirió Samantha, extrañada.

—No se lo he propuesto.

Sus familiares intercambiaron miradas desconcertadas, no sabiendo muy bien cómo tomarse su declaración. Por una vez, los Richmond permanecieron callados, sin saber qué decir. Incluso su padre, el duque, lo miraba en un inusual silencio.

Pero ahí estaba MacDunne para poner voz a los pensamientos de todos.

—Escúchame bien, Doc. Esa muchacha te ama y ha estado esperando tu regreso todo este tiempo con una lealtad inigualable. Y me consta que sientes algo por ella —añadió, con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué esperar?

Esa era una pregunta que se había estado haciendo desde que sus ojos se posaron en ella aquella noche, y conocía bien la respuesta.

—Por su bien, porque necesito tener la certeza de que no voy a volver a caer en el infierno y arrastrarla conmigo en el proceso.

Los Richmond intercambiaron miradas inciertas. No parecían estar conformes con aquella explicación. En ese punto intervino O’Sullivan.

—Sé que esto es tan difícil para ustedes como para él. Este próximo mes va a ser clave para su recuperación, por eso es importante que sienta que tiene todo su apoyo en cada decisión que tome.

—Por supuesto que tiene todo nuestro apoyo —afirmó la duquesa con rotundidad—. Siempre lo ha tenido.

—Y que no lo presionen.

La duquesa hizo un mohín contrariado, reflejo del ánimo de los demás. Ese punto iba a ser difícil, pero asintieron conformes. Aunque Joshua intuyó que su padre, que seguía sin hablar, tenía mucho que decir al respecto.

Por eso, cuando los demás regresaron al baile, le pidió unos minutos a solas para poder hablar. Era una conversación que tenían pendiente desde el día que Joshua fue a la mansión y reconoció ante sus padres que tenía un problema de adicción y que debía ingresar en una clínica para recuperarse. En aquel momento él se sentía demasiado débil anímicamente como para querer hablar de su problema y los duques estaban tan sorprendidos que no supieron qué decir.

En el tiempo que estuvo en la clínica, O’Sullivan le enseñó que hablar sobre su debilidad le daba fuerzas para afrontarla.

—Estás enfadado y lo siento —comenzó a decir, sintiéndose tan compungido como cuando era un niño y tenía que confesarle alguna fechoría—. Sé que esperabas más de mí y te he defraudado, pero…

—Tú no me has defraudado. En todo caso, creo que lo he hecho yo —declaró Nathaniel, sorprendiéndolo. Joshua fue a protestar, pero el duque le hizo un gesto de que se mantuviera en silencio y le dejase hablar—. Desde que me hablaste sobre tu… —La voz se le quebró—. ¡Maldición! Incluso me cuesta decirlo. —Se pasó una mano por el pelo, con un gesto intranquilo—. Tenía que haberme dado cuenta. ¡Soy tu padre! Samantha ya nos comentó que estabas extraño, tu madre también me habló sobre ello, pero hice oídos sordos, pensé que estaban exagerando. No quise ver que pudieras tener algún problema. Tú no. —Lo miró y Joshua se encogió al ver sus ojos llorosos—. Desde pequeño has tenido las ideas tan claras… Siempre he estado tan orgulloso de ti…

—Y ya no.

—Sigo estándolo, pero siento que te he fallado. Mi deber es protegerte de todo lo que te pueda hacer daño, y una simple muchacha disfrazada de chico lo ha hecho mejor que yo. Si hubieses muerto en aquel callejón, yo… —La garganta se le cerró en un sonido inarticulado.

Ver así de afectado a un hombre como su padre lo conmovió.

—Pero no estoy muerto, ya no —añadió, pues sentía que en Irlanda había vuelto a la vida—. Tú me enseñaste a tomar mis propias decisiones, no tienes la culpa de que no fueran las acertadas. Y en cuanto a Jacqueline, creo que dista mucho de ser una simple muchacha —declaró con una sonrisa involuntaria cuando su mente conjugó su imagen.

—Sí, es una mujer singular. Tiene el carácter, la fuerza y el coraje que nos gustan en las mujeres de la familia.

La indirecta no le pasó desapercibida.

—Intentaré que no se me escape —aseguró Joshua con una sonrisa ladeada.

Justo cuando iba a salir, su padre lo alcanzó. Sus brazos lo rodearon antes de que se diera cuenta, en un estrecho abrazo que le hizo regresar a la infancia.

—Bienvenido a casa, hijo.