Primer acto

La calle y la fachada de una casa pobre. El frente es totalmente escueto, apenas un bosquejo. La zona principal, donde se desarrolla la acción, es el comedor y sala de estar del apartamento de Eddie. Es una vivienda obrera, limpia, sobria, acogedora. Al fondo hay una mecedora; en el centro, una mesa de comedor redonda con sillas; y un fonógrafo portátil.

En la parte de atrás está la puerta del dormitorio y una abertura a la cocina; no se ve ninguna de estas habitaciones interiores.

A la derecha, en primer término, un escritorio. Es el bufete del señor Alfieri.

También hay una cabina de teléfono. Como no se utilizará hasta las últimas escenas, puede estar oculta o a la vista.

Una escalera conduce al apartamento, y luego sigue hasta el piso de arriba, que no se ve.

Unas rampas que representan la calle cruzan el escenario de derecha a izquierda.

Al levantarse el telón, Louis y Mike, dos estibadores, juegan a tirar monedas contra la pared del edificio de la izquierda.

A lo lejos se oye una sirena.

(Entra Alfieri, un abogado de unos cincuenta años, medio canoso; corpulento, jovial, reflexivo. Cuando pasa, los dos jugadores le saludan con la cabeza. Cruza el escenario hasta su escritorio, se quita el sombrero, se pasa los dedos por el pelo y, sonriendo, se dirige al público).

ALFIERI: Ustedes no lo saben, pero acaba de pasar una cosa divertida. ¿Han visto con qué recelo me han saludado? Es porque soy abogado. En este vecindario, encontrarse por la calle con un abogado o con un cura trae mala suerte. Nos relacionan con desastres y prefieren guardar distancias. A veces pienso que detrás de este saludo tan conciso hay tres mil años de desconfianza. Un abogado representa la ley, y en Sicilia, de donde vinieron sus padres, la ley no representa nada bueno desde que los griegos se fueron de allá. Tiendo a ver la ruina que ocultan las cosas, quizá porque nací en Italia… Cuando vine a este país tenía veinticinco años. En aquella época Al Capone, el más grande de los cartagineses, estaba aprendiendo su oficio en estas mismas calles, y a Frankie Yale lo partió por la mitad una metralleta en la esquina de Union Square, a dos manzanas de aquí. Oh, sí, aquí muchos recibieron una muerte justa de manos de hombres injustos. Aquí la justicia es una cosa muy importante. Pero esto es Red Hook, no Sicilia. Una barriada frente a la bahía, en el lado del puente de Brooklyn que mira al mar. El gaznate de Nueva York, que se traga el tonelaje del mundo entero. Y nosotros somos gente civilizada, americanos de los pies a la cabeza. Ahora nos conformamos con la mitad. Yo creo que así es mejor. Ahora ya no guardo una pistola en el archivador. Y mi trabajo no tiene nada de romántico. Mi mujer me lo ha advertido, y mis amigos también: dicen que la gente de este barrio no es elegante, que no tiene glamour. Al fin y al cabo, ¿con qué gente he tratado yo toda mi vida? Estibadores y mujeres de estibadores, y padres y abuelos, indemnizaciones, desahucios, riñas familiares —los pequeños problemas de los pobres—, y aun así… cada tantos años aún se presenta un caso, y cuando las partes me cuentan su problema, el aire quieto de mi oficina se llena de repente del olor verde del mar, una brisa limpia el polvo y uno piensa que en el reinado de algún César, quizás en Calabria o en los acantilados de Siracusa, otro abogado, vestido de otro modo, oyó la misma demanda, y se quedó sentado, sin poder hacer nada, como yo, viéndola seguir su infortunado curso. (Entra Eddie y se pone a jugar con los dos hombres, la luz lo individualiza. Tiene unos cuarenta años, es un estibador fornido, algo grueso). Su nombre es Eddie Carbone, un estibador que trabaja en los muelles que van del Puente hasta el rompeolas, donde empieza el mar abierto.

(Alfieri desaparece en la oscuridad).

EDDIE (avanzando unos pasos hacia la entrada de la casa): Bueno, hasta la vista.

(Catherine entra desde la cocina, cruza la pieza hasta la ventana, mira hacia fuera).

LOUIS: ¿Trabajas mañana?

EDDIE: Sí, aún queda un día en el barco. Hasta luego, Louis.

(Eddie entra en la casa y sube la luz en el apartamento. Catherine saluda a Louis por la ventana y se vuelve hacia Eddie).

CATHERINE: ¡Hey, Eddie!

(Este recibimiento complace a Eddie y al mismo tiempo le trastorna; cuelga la gorra y la chaqueta).

EDDIE: ¿Adónde vas vestida de esta manera?

CATHERINE (pasándose las manos por la falda): Lo acabo de comprar. ¿Te gusta?

EDDIE: Sí, es bonito. ¿Y qué te has hecho en el pelo?

CATHERINE: ¿Te gusta? He cambiado de peinado. (Gritando hacia la cocina): ¡Bea, ya está aquí!

EDDIE: Preciosa. Date la vuelta, deja que te vea por detrás. (Ella se da la vuelta para que él la vea). ¡Ay, si tu madre viviera para verte así! No se lo creería.

CATHERINE: Te gusta, ¿eh?

EDDIE: Pareces una de esas chicas que han ido a la universidad. ¿Adónde vas?

CATHERINE (cogiéndole del brazo): Espera a que venga Bea y te diré una cosa. Ven, siéntate. (Lo lleva a la butaca. Gritando hacia fuera). ¡Venga, date prisa, Bea!

EDDIE (sentándose): Pero bueno, ¿qué pasa aquí?

CATHERINE: Te traigo una cerveza, ¿vale?

EDDIE: Venga, dime qué ha pasado. Ven aquí y cuéntamelo.

CATHERINE: Quiero esperar a que venga Bea. (Se pone en cuclillas a su lado). Adivina cuánto he pagado por la falda.

EDDIE: La encuentro un poco corta, ¿no?

CATHERINE (levantándose): ¡No! Si estoy de pie, no.

EDDIE: Sí, pero en algún momento te habrás de sentar.

CATHERINE: Eddie, es como se llevan ahora. (Camina para que él la vea). Quiero decir, si me vieras venir andando por la calle…

EDDIE: Oye, cuando te veo andando por la calle se me ponen los pelos de punta, te lo digo en serio.

CATHERINE: ¿Por qué?

EDDIE: Catherine, no quiero ser un pelma, pero de verdad te lo digo, que te meneas al andar.

CATHERINE: ¿Que yo me meneo?

EDDIE: Sí, y no me lleves la contra, Katie, ¡te meneas! Y no me gusta cómo te miran en el bar. Y luego con esos tacones por la acera, clac, clac, clac. Todos se dan la vuelta como si fueran molinos.

CATHERINE: Bah, los chicos miran a todas las chicas, tú ya lo sabes.

EDDIE: Tú no eres «todas las chicas».

CATHERINE (a punto de llorar porque él la censura): ¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que…?

EDDIE: Va, niña, va, no te pongas así.

CATHERINE: Es que no sé qué quieres que haga.

EDDIE: Katie, se lo prometí a tu madre en su lecho de muerte. Soy responsable de ti. Tú eres una niña y estas cosas no las entiendes. Como…, como cuando estabas ahora asomada a la ventana, diciendo adiós.

CATHERINE: ¡Estaba saludando a Louis!

EDDIE: Oye, te podría contar unas cosas de Louis y no le volverías a saludar nunca más.

CATHERINE (tratando de cambiar de tema en broma): Ay, Eddie, ¡ojalá hubiera un chico del que no me pudieras contar alguna cosa!

EDDIE: Mira, Catherine, hazme un favor, ¿quieres? Te estás haciendo una mujer y tienes que cuidarte más; niña, no puedes ser tan cariñosa. (Gritando): Eh, Bea, ¿qué andas haciendo ahí dentro? (A Catherine): Ve a buscarla, ¿quieres? Le he de dar una noticia.

CATHERINE (camino de la cocina, sorprendida): ¿Qué noticia?

EDDIE: Sus primos. Ya han llegado.

CATHERINE (juntando las manos): ¡No! (Da la vuelta en el acto y corre hacia la cocina). ¡Bea! ¡Tus primos!

(Entra Beatrice secándose las manos con una toalla).

BEATRICE (ante el grito de Catherine): ¿Qué?

CATHERINE: ¡Han llegado tus primos!

BEATRICE (sorprendida, se vuelve a Eddie): ¿Qué estáis diciendo? ¿Dónde?

EDDIE: Hace un rato, estaba a punto de salir del trabajo, y viene Tony Bereli y me dice que el barco está en el North River.

BEATRICE (ha cruzado las manos sobre el pecho; parece dominada en parte por el temor y en parte por una inefable alegría): ¿Están bien?

EDDIE: Aún no los había visto, todavía están a bordo. Pero en cuanto desembarquen los irá a buscar. Calcula que a eso de las diez estarán aquí.

BEATRICE (se sienta, casi debilitada por la tensión): ¿Y les dejarán salir del barco sin problemas? Eso está arreglado, ¿eh?

EDDIE: Claro, les darán los papeles como si fueran marineros normales y saldrán con la tripulación. No te preocupes, Bea, que no va a pasar nada. En un par de horas los tienes aquí.

BEATRICE: ¿Y cómo ha sido? No llegaban hasta el jueves que viene.

EDDIE: No lo sé; los meten en el primer barco que pueden. A lo mejor el barco que tenían que coger era más peligroso. ¿Por qué lloras?

BEATRICE (atónita y asustada): Es…, yo es que…, ¡no me lo puedo creer! Ni siquiera he comprado un mantel nuevo; iba a limpiar las paredes…

EDDIE: Oye, al lado de como viven ellos esto les va a parecer la casa de un millonario. Deja estar las paredes. Agradecidos van a estar. (A Catherine): ¿Por qué no te llegas en un salto a comprar un mantel? Anda, ve. Toma. (Se mete la mano en el bolsillo).

CATHERINE: A estas horas están cerradas las tiendas.

EDDIE (a Beatrice): Ibas a poner una funda nueva en la silla.

BEATRICE: Ya lo sé…, bueno, yo contaba que sería la semana que viene. Iba a limpiar las paredes, iba a encerar el suelo. (Se queda quieta, contrariada).

CATHERINE (señalando al techo): A lo mejor la señora Dondero de arriba…

BEATRICE (se refiere al mantel): No, el suyo es peor que éste. (De golpe): ¡Dios mío, ni siquiera tengo nada que darles de comer! (Sale corriendo hacia la cocina).

EDDIE (adelantándose y reteniéndola por el brazo): ¡Eh!, ¡eh!, ¡tranquila!

BEATRICE: No, es que estoy un poco nerviosa. (A Catherine): Voy a hacer el pescado.

EDDIE: Oye, les estás salvando la vida, ¿por qué te preocupas del mantel? Probablemente en el lugar de donde vienen no han visto un mantel en su vida.

BEATRICE (mirándole fijamente a los ojos): Estoy preocupada por ti. Por eso estoy preocupada.

EDDIE: Escucha, con tal que sepan dónde van a dormir…

BEATRICE: Ya se lo decía en las cartas. Tendrán que dormir en el suelo.

EDDIE: Beatrice, lo que a mí me preocupa es que tienes tan buen corazón que yo acabaré durmiendo en el suelo contigo y ellos en nuestra cama.

BEATRICE: Está bien, calla ya.

EDDIE: Porque lo que es tú, en cuanto ves a un pariente cansado, al suelo me voy.

BEATRICE: Hala, ¿cuándo te ha tocado dormir en el suelo?

EDDIE: Cuando se quemó la casa de tu padre, ¿no acabé en el suelo?

BEATRICE: Hombre, ¡es que se les quemó la casa!

EDDIE: ¡Sí, joder, pero no estuvo ardiendo quince días!

BEATRICE: Está bien, mira, les diré que se vayan a otro sitio. (Va hacia la cocina).

EDDIE: Espera un segundo. ¡Beatrice! (Ella se detiene. Él va hacia ella). Yo, es que no quiero que te hagan ir de aquí para allá. Sólo es eso. Eres demasiado buena. (Le coge la mano). ¿Por qué estás tan picajosa?

BEATRICE: Tengo miedo de que si las cosas no salen bien te enfades conmigo.

EDDIE: Oye, si todo el mundo cierra la boquita, aquí no puede pasar nada. Y pagarán el alojamiento.

BEATRICE: Ah, sí, sí. Ya se lo dije.

EDDIE: Entonces, ¿qué coño? (Pausa. Se aleja). Es un honor, Bea, de verdad te lo digo. Mira, hace un momento, de camino aquí, venía yo pensando: imagínate que mi padre no hubiera venido a este país, y que yo estuviera allí, muriéndome de hambre, como ésos… y que alguien en América me pudiera mantener un par de meses. Para esta persona sería un honor dejarme un sitio para dormir.

BEATRICE (tiene lágrimas en los ojos. Se vuelve a Catherine): ¿Pero tú ves cómo es? (Se vuelve y coge la cara de Eddie entre las manos). ¡Mmm! ¡Eres un ángel! Que Dios te bendiga. (Él sonríe agradecido). Ya verás, ya verás como Dios te lo premiará.

EDDIE (riendo): Con mi cama ya me conformo.

BEATRICE: Anda, niña, pon la mesa.

CATHERINE: Aún no le hemos dicho lo mío.

BEATRICE: Que coma primero y se lo decimos luego. Tráelo todo. (Hace salir deprisa a Catherine).

EDDIE: ¿Eh, qué habláis? ¿Qué pasa?

BEATRICE: Nada de particular. Buenas noticias, Eddie. Quiero que seas feliz.

EDDIE: Sí, pero ¿qué coño pasa?

(Entra Catherine con platos, tenedores).

BEATRICE: Que ha encontrado trabajo.

(Pausa. Eddie mira a Catherine, luego a Beatrice).

EDDIE: ¿Qué trabajo? Si aún no ha acabado los estudios…

BEATRICE: Eddie, no te lo vas a creer…

EDDIE: No…, no, tú a acabar los estudios. ¿Qué clase de trabajo?, ¿a qué viene esto? De repente te…

BEATRICE: Escucha un segundo, que es algo fenomenal.

EDDIE: No es fenomenal. Si no acabas los estudios no llegarás a ninguna parte. No puedes ponerte a trabajar. ¿Por qué no me has consultado antes de aceptar ese empleo?

BEATRICE: Te lo pregunta ahora. Y aún no ha aceptado nada.

CATHERINE: ¡Escucha un momento! Esta mañana estaba en la escuela y el director me ha hecho salir de la clase, ¿vale? Que vaya a su despacho…

EDDIE: ¿Y?

CATHERINE: Y voy y me dice que ha estado viendo mi expediente, ¿vale?, y que hay una empresa que necesita una chica ya. No exactamente una secretaria, vale; al principio, una mecanógrafa, pero enseguida te hacen secretaria. Y dice que soy la mejor estudiante de toda la clase…

BEATRICE: ¿Qué te parece?

EDDIE: Bueno, ¿y por qué no? Por supuesto que es la mejor.

CATHERINE: Que soy la mejor estudiante, dice, y que si quiero, que coja el trabajo y que al final del curso me dejará examinar y me dará el certificado. ¡Así que me ahorraré prácticamente un año!

EDDIE (extrañamente nervioso): ¿Y dónde es ese trabajo? ¿En qué empresa?

CATHERINE: En una grande, de instalaciones, en Nostrand Avenue.

EDDIE: ¿Nostrand Avenue y qué?

CATHERINE: Pues por ahí, cerca de los astilleros.

BEATRICE: Cincuenta dólares a la semana, Eddie.

EDDIE (a Catherine, sorprendido): ¿Cincuenta?

CATHERINE: Te lo juro.

(Pausa).

EDDIE: ¿Y con todo lo que dejas de aprender ese año, qué pasa?

CATHERINE: No hay nada más que aprender, Eddie, a partir de ahora sólo he de hacer prácticas. Ya me sé todos los signos y ya me conozco el teclado. Sólo he de coger velocidad y nada más. Y conforme trabaje iré mejorando, y mejorando, ¿entiendes?

BEATRICE: El trabajo es la mejor práctica.

EDDIE: Pero eso no es lo que yo quería.

CATHERINE: ¿Por qué? Es una empresa grande, importante…

EDDIE: No me gusta ese vecindario.

CATHERINE: Dice que queda a una manzana y media del metro.

EDDIE: Cerca de los astilleros pueden pasar muchas cosas en una manzana y media. ¡Y una empresa de instalaciones, joder! Casi es lo mismo que los muelles. Son prácticamente estibadores.

BEATRICE: Sí, pero ella estará en las oficinas, Eddie.

EDDIE: Ya sé que estará en las oficinas. Pero no es esto lo que yo tenía en la cabeza.

BEATRICE: Oye, tarde o temprano tiene que ir a trabajar.

EDDIE: Escucha, Bea, ¿va a estar con un montón de fontaneros?, ¿y con la calle llena de marineros? ¿Entonces para qué coño ha ido a la escuela?

BEATRICE: Pero son cincuenta dólares a la semana, Eddie.

EDDIE: Oye, ¿te he pedido yo dinero? Os he mantenido hasta el día de hoy, y te mantendré un poco más. Anda, hazme este favor, ¿quieres? Yo quiero que estés con otra clase de gente. Quiero que estés en una oficina bien. Quizás un bufete de abogado, en Nueva York, en uno de esos edificios… Quiero decir, si has de salir de aquí, sal; pero no para ir a un barrio que es lo mismo.

(Pausa. Catherine baja la mirada).

BEATRICE: Anda, niña, trae la cena. (Catherine sale). Piénsalo un poco, Eddie. Haz el favor. Está loca por empezar a trabajar. No es un tienducho, es una gran empresa. Algún día llegará a secretaria. La han escogido entre toda la clase. (Eddie permanece callado, mirando fijamente el mantel y recorriendo con los dedos el estampado). ¿De qué tienes miedo? Se sabe cuidar sola. Saldrá del metro y se plantará en la oficina en dos minutos.

EDDIE (un poco hastiado): Conozco esa zona, Bea. No me gusta.

BEATRICE: Escucha, si en este barrio no le ha pasado nada, no le va a pasar nada en ningún otro sitio. (Le vuelve la cara de él hacia ella). Mira, más vale que te vayas acostumbrando, ya no es una niña. Dile que lo coja. (Eddie aparta la cara). ¿Me oyes? (Se está irritando). No te entiendo; tiene diecisiete años, ¿piensas tenerla metida en casa toda la vida?

EDDIE (ofendido): ¿A qué viene este comentario?

BEATRICE (con afecto, pero cada vez con más fuerza): Bueno, es que yo no veo el final. Primero iba a ser cuando acabara el colegio, así que acabó el colegio. Luego, cuando aprendiera mecanografía, así que aprendió mecanografía. Y ahora, ¿a qué estamos esperando? En serio, Eddie, a veces no te entiendo; la han seleccionado entre toda la clase, para ella es un honor.

(Catherine entra con la comida, que va poniendo en la mesa en silencio. Después de mirarla un rato, Eddie sonríe, pero casi parece que las lágrimas acuden a sus ojos).

EDDIE: Con este pelo pareces una madonna, ¿lo sabías? Tienes el mismo aire que una madonna. (Ella no lo mira, y sigue sirviendo comida en los platos). Quieres empezar a trabajar, ¿eh, madonna?

CATHERINE (en un susurro): Sí.

EDDIE (con el sentimiento de su niñez y del paso de los años): Está bien, está bien, ve a trabajar. (Ella lo mira, luego se abalanza y le abraza). ¡Hey, Hey! ¡Tranquila! (Le coge la cara y la aparta para mirarla bien). ¿Por qué lloras? (Él también está afectado, pero aleja la emoción con una sonrisa).

CATHERINE (sentándose en su sitio): Es que… (con vehemencia): ¡Con el primer sueldo voy a comprar una vajilla nueva! (Todos se ríen con cariño). Lo digo en serio. ¡Voy a reformar toda la casa! ¡Compraré una alfombra!

EDDIE: Sí, y entonces te largarás.

CATHERINE: ¡No, Eddie!

EDDIE (sonriendo): ¿Por qué no? ¡Si es la vida! Primero nos vendrás a ver los domingos, luego, una vez al mes, y al final, por Navidad y Año Nuevo.

CATHERINE (cogiéndole el brazo para tranquilizarle y borrar su acusación): No, por favor.

EDDIE (sonriente, pero dolido): Sólo te pido una cosa… que no te fíes de nadie. Tu tía es buena, pero tiene un corazón demasiado grande, te ha enseñado mal. Créeme.

BEATRICE: Tú sigue siendo como eres, Katie, no le hagas caso.

EDDIE (a Beatrice, de pronto extrañamente rencoroso): ¿Y tú qué sabes? Te has pasado la vida metida en casa. No has trabajado nunca.

BEATRICE: Le caen bien las personas, ¿qué tiene eso de malo?

EDDIE: Pues que muchas personas no son personas. A trabajar, dice que va… ¡Fontaneros! Se la comerán a bocados si se descuida. (A Catherine): Créeme, Katie, cuanto menos te fíes, menos te habrás de arrepentir.

(Eddie se santigua y las mujeres hacen lo mismo, y los tres comienzan a comer).

CATHERINE: Lo primero que compraré será una alfombra, ¿eh, Bea?

BEATRICE: No me parece mal. (A Eddie): He estado oliendo a café todo el día. ¿Estáis descargando café?

EDDIE: Sí, un barco de Brasil.

CATHERINE: Yo también lo he olido. Se olía por todo el barrio.

EDDIE: Hay veces que ser estibador es una gozada, de veras. Podría trabajar en un barco de café el día entero, mañana, tarde y noche. Bajas a la bodega, ¿eh?, y es como si oliera a flores. Mañana afanaremos un saco, ya te traeré un poco.

BEATRICE: Tú asegúrate de que no haya arañas. Lo digo en serio. (Habla en dirección a Catherine, levantando los ojos). Una vez trajo un saco y aún me acuerdo de la araña que salió. De poco me muero.

EDDIE: ¿A eso le llamas tú una araña? Tendrías que ver lo que sale a veces de los racimos de plátanos.

BEATRICE: ¡No me lo cuentes!

EDDIE: He visto arañas que podrían parar un Buick.

BEATRICE (tapándose las orejas con las manos): ¡Está bien, cállate!

EDDIE (riendo y sacando un reloj del bolsillo): Bueno, ¿quién ha empezado lo de las arañas?

BEATRICE: Está bien, está bien, lo siento, ha sido sin querer. Sólo que no traigas ninguna a casa. ¿Qué hora es?

EDDIE: Las nueve menos cuarto. (Vuelve a guardar el reloj en el bolsillo).

(Siguen comiendo en silencio).

CATHERINE: ¿Tony los traerá a las diez?

EDDIE: Sobre las diez, sí. (Come).

CATHERINE: Eddie, supón… suponte que alguien pregunta si viven aquí. (Él la mira como si ya hubiera divulgado algo. A la defensiva). Quiero decir, si preguntan.

EDDIE: Oye, nena, me parece que nos estamos haciendo otra vez un lío.

CATHERINE: No, yo sólo digo… que la gente los verá entrar y salir.

EDDIE: Me da lo mismo que los vean entrar y salir con tal de que tú no los veas entrar y salir. Y esto también reza para ti, Bea. No has visto nada de nada, ni sabes nada de nada.

BEATRICE: ¿Qué quieres decir? Ya lo sé.

EDDIE: ¿Tú qué vas a saber? Todavía te crees que puedes hablar de este asunto con cualquiera siempre que sea un poquito. Voy a decirlo de una vez por todas, porque entre las dos me estáis poniendo otra vez nervioso. Aunque alguien entre en casa y los encuentre durmiendo en el suelo, vosotras no digáis ni una palabra, ni quiénes son, ni qué están haciendo aquí.

BEATRICE: Sí, pero mi madre sabrá…

EDDIE: Ya sé que acabará sabiéndolo, pero que no seas tú la que se lo diga, ¿está claro? Te la estás jugando con la Oficina de Inmigración del Gobierno de Estados Unidos. Si lo has dicho, es que lo sabías; si no lo has dicho, no lo sabías.

CATHERINE: Sí, pero, Eddie, supón que alguien…

EDDIE: Me importa un bledo. Tú-no-sabes-nada. Tienen soplones por todo el barrio, cada semana les pagan para que pasen información, y tú no sabes quiénes son. Puede ser tu mejor amigo. ¿Te enteras? (A Beatrice): Como Vinny Bolzano. ¿Te acuerdas de Vinny?

BEATRICE: Oh, sí, Dios nos libre.

EDDIE: Cuéntale lo de Vinny. (A Catherine): ¿Te crees que hablo por hablar? (A Beatrice): Anda, cuéntaselo. (A Catherine): Tú todavía eras una niña. Había una familia que vivía al lado de tu madre, él no tendría más de dieciséis años…

BEATRICE: No, ni siquiera había cumplido los catorce, porque yo fui a la confirmación, en Santa Inés. Pero la familia tenía un tío escondido en la casa, y él fue con el cuento a Inmigración.

CATHERINE: ¿El chico lo delató?

EDDIE: ¡A su propio tío!

CATHERINE: ¿Por qué?, ¿estaba sonado?

EDDIE: Sonado se quedó luego, eso te lo aseguro.

BEATRICE: Oh, fue terrible. Tenía cinco hermanos y un padre, ya mayor. Entre todos le agarraron en la cocina y le hicieron bajar hasta la planta baja…, tres pisos con la cabeza dando golpes como un coco. Y le escupieron en la calle, su propio padre y sus hermanos. Todo el vecindario lloraba.

CATHERINE: Pse. ¿Y qué fue de él?

BEATRICE: Creo que se largó. (A Eddie): No le he vuelto a ver. ¿Y tú?

EDDIE (se levanta mientras ella habla, saca el reloj): ¿A ése? A ése nunca le volverás a ver. Un pájaro que hace una cosa así, ¿con qué cara quieres que vaya por ahí? (A Catherine, mientras se levanta con dificultad): Recuerda, niña, es más fácil recuperar un millón de dólares que te han robado que una palabra que se te ha escapado. (Está de pie, estirando la espalda).

CATHERINE: Está bien, no diré una palabra a nadie, lo juro.

EDDIE: Mañana va a llover. Ya me veo patinando por todo el muelle. Quizá tendrías que prepararles algo, están a punto de llegar.

BEATRICE: Sólo tengo pescado y no quiero que se eche a perder si ya han comido. Me esperaré, lo hago en cinco minutos; lo puedo hacer a la plancha.

CATHERINE: Eddie, ¿y qué pasará cuando el barco zarpe y ellos no estén a bordo? ¿El capitán no dirá nada?

EDDIE (cortando una manzana con su navaja): El capitán también se ha llevado un mordisco, ¿qué te crees?

CATHERINE: ¿También el capitán?

EDDIE: ¿Qué pasa?, ¿el capitán no tiene que vivir? El capitán se lleva una parte, quizás uno de los oficiales, el fulano de Italia que les hizo los papeles, Tony también se llevará un pellizco…

BEATRICE: Espero que encuentren trabajo; eso es lo único que espero.

EDDIE: El sindicato les conseguirá trabajo; hasta que hayan pagado, tendrán trabajo día sí día también. Cuando hayan liquidado es cuando tendrán que espabilarse, como hacemos los demás.

BEATRICE: Bueno, siempre estarán mejor aquí que allí.

EDDIE: Seguro, bueno, mira. Así que el lunes empiezas, ¿eh, madonna?

CATHERINE (azarada): Sí, supongo que sí.

(Eddie está de pie frente a las dos mujeres sentadas. Al principio Beatrice sonríe, luego Catherine, porque una intensa emoción le domina, una emoción infantil, y un temor clarividente, y las lágrimas acuden a sus ojos… y ellas se sienten avergonzadas delante de esta manifestación).

EDDIE (sonriendo con dificultad, pero orgulloso de ella): Bueno… Espero que tengas suerte. Te deseo lo mejor. No hace falta que te lo diga.

CATHERINE (levantándose, tratando de reír): Lo dices como si me fuera a mil kilómetros.

EDDIE: Ya lo sé. Lo que pasa es que nunca me imaginé esta cosa.

CATHERINE (sonriendo): ¿Qué cosa?

EDDIE: Que algún día te harías mayor. (Esboza una sonrisa silenciosa, para sí mismo, tanteando el bolsillo de la camisa). Me parece que me he dejado un cigarro en la otra chaqueta. (Va hacia el dormitorio).

CATHERINE: Quédate aquí. Yo voy a por él.

(Sale corriendo. Hay una pequeña pausa, y Eddie se vuelve a Beatrice, que ha estado evitando su mirada).

EDDIE: ¿Por qué estás enfadada conmigo últimamente?

BEATRICE: ¿Quién está enfadado? (Se levanta y empieza a retirar los platos). Yo no estoy enfadada. (Recoge unos platos y se vuelve hacia él). Eres tú el que está de mal humor.

(Se da la vuelta y se mete en la cocina cuando Catherine entra desde el dormitorio con un cigarro y una caja de cerillas).

CATHERINE: Aquí está. Déjame que te lo encienda. (Rasca una cerilla y se la acerca al cigarro. Eddie aspira. Despacio). No te preocupes por mí, ¿vale, Eddie?

EDDIE: No te quemes. (Justo a tiempo ella sopla la cerilla). Más vale que vayas a ayudarla con los platos.

CATHERINE (se vuelve rápidamente y, al ver la mesa recogida, dice, casi culpable): ¡Oh! (Corre a la cocina y mientras sale): ¡Bea, Bea, yo friego los platos!

(A solas, Eddie se queda un momento de pie, mirando hacia la cocina. Luego saca el reloj, le echa un vistazo, se lo vuelve a meter en el bolsillo, se sienta en el sillón y mira el humo que le sale de la boca.

Las luces bajan, luego se proyectan sobre Alfieri, que ha avanzado hasta la parte delantera del escenario).

ALFIERI: Era un hombre tan bueno como una vida dura y monótona le permitía ser. Trabajaba en los muelles cuando había trabajo, llevaba a casa su salario, y vivía. Y aquella noche, a eso de las diez, cuando ya habían cenado, llegaron los primos.

(Las luces se oscurecen sobre Alfieri y suben en la calle.

Entra Tony, guiando a Marco y Rodolpho, cada uno de ellos con una maleta. Tony se detiene, señala la casa. Los otros se quedan mirándola un momento).

MARCO (es un campesino de constitución cuadrada, suspicaz, tierno; habla con voz pausada): Gracias.

TONY: A partir de ahora es asunto vuestro. Ir con cuidado y nada más. La planta baja.

MARCO: Gracias.

TONY: Mañana os veo en el muelle. Empezaréis a trabajar.

(Marco asiente. Tony sigue caminando calle abajo).

RODOLPHO: ¡Será la primera vez que entro en una casa en América! ¡Figúrate! ¡Y ella decía que eran pobres!

MARCO: Ssst. Vamos.

(Van a la puerta. Marco llama con los nudillos. Sube la luz en la habitación. Eddie va a abrir. Abre. Entran Marco y Rodolpho, se quitan las gorras. Beatrice y Catherine entran desde la cocina. Se oscurece la luz de la calle).

EDDIE: ¿Tú eres Marco?

MARCO: Marco.

EDDIE: Pasa. (Estrecha la mano de Marco).

BEATRICE: ¡Dadme las maletas!

MARCO (asiente, mira a las mujeres, se queda mirando a Beatrice. Se le acerca): ¿Tú eres mi prima?

(Ella dice que sí con la cabeza. Él le besa la mano).

BEATRICE (llevándose la mano al pecho): Beatrice. Éste es mi marido, Eddie. (Todos mueven la cabeza en señal de reconocimiento). Catherine, la hija de mi hermana Nancy. (Los dos hermanos saludan con la cabeza).

MARCO (señalando a Rodolpho): Mi hermano. Rodolpho. (Rodolpho saluda con la cabeza. Marco va hacia Eddie con cierta rigidez formal). Antes que nada, Eddie, te quería decir… que cuando tú digas que nos vayamos, nosotros nos vamos.

EDDIE: Oh, no… (Coge la maleta de Marco).

MARCO: Ya veo que la casa es pequeña, pero, quién sabe, a lo mejor pronto tenemos nuestra propia casa.

EDDIE: Estás en tu casa, Marco, aquí hay sitio de sobra. Katie, dales de cenar, ¿quieres?

(Entra en el dormitorio con las maletas).

CATHERINE: Venid, sentaros. Os daré un poco de sopa.

MARCO (yendo hacia la mesa): Ya hemos comido en el barco. Gracias. (A Eddie, gritando hacia el dormitorio): ¡Gracias!

BEATRICE: Entonces, un café. Venga, nos tomamos un café. Sentaros.

(Rodolpho y Marco se sientan a la mesa).

CATHERINE (con extrañeza y admiración): Rodolpho, ¿cómo es que él es tan moreno y tú tan blanquito?

RODOLPHO (dispuesto a reír): No lo sé. Dicen que los daneses invadieron Sicilia hace mil años.

(Beatrice da un beso a Rodolpho. Se están riendo cuando entra Eddie).

CATHERINE (a Beatrice): ¡Es realmente rubio!

EDDIE: ¿Y ese café?

CATHERINE (casi sobresaltada): ¡Ahora va! (Se marcha corriendo a la cocina).

EDDIE (se sienta en la mecedora): ¿Habéis tenido buen viaje?

MARCO: El océano siempre es bravo. Pero somos gente de mar.

EDDIE: ¿No tuvisteis problemas para entrar?

MARCO: No. Él nos trajo. Un hombre muy agradable.

RODOLPHO (a Eddie): Dice que empezamos a trabajar mañana. ¿Es de fiar?

EDDIE: No. Pero mientras le debáis dinero, os dará trabajo a manta. (A Marco): ¿Habéis trabajado alguna vez en los muelles, en Italia?

MARCO: ¿En los muelles? Pse…, no.

RODOLPHO (sonriendo al pensar en la pequeñez de su pueblo): En nuestro pueblo no hay muelles, sólo la playa y unas cuantas barquitas de pesca.

BEATRICE: ¿Pues qué clase de trabajo hacíais?

MARCO (se encoge de hombros con timidez, casi avergonzado): Lo que salía, cualquier cosa.

RODOLPHO: Si hacen una casa, o arreglan un puente… Marco es albañil. Y yo…, bueno, yo llevaba el cemento. (Se ríe). Cuando la cosecha trabajamos en el campo… si hay trabajo. Lo que caiga.

EDDIE: Las cosas siguen mal por allí, ¿eh?

MARCO: Mal, sí.

RODOLPHO (riendo): ¡Terrible! Nos pasamos el día entero en la plaza, oyendo el ruido de la fuente, como los pájaros. Todo el mundo esperando el tren.

BEATRICE: ¿Qué tiene de particular el tren?

RODOLPHO: Nada. Pero si hay muchos viajeros y tienes suerte, te puedes ganar unas liras empujando el taxi por la cuesta arriba.

(Entra Catherine; se queda escuchando).

BEATRICE: ¿Tenéis que empujar el taxi?

RODOLPHO (riendo): ¡Oh, claro que sí! Es una atracción típica del pueblo. En el pueblo los caballos están más flacos que las cabras. Así que si hay muchos viajeros, empujamos los carros hasta el hotel. (Se ríe). En el pueblo los caballos sólo están para hacer bonito.

CATHERINE: ¿Por qué no hay taxis de motor?

RODOLPHO: Sí, uno. Pero también lo hemos de empujar. (Se ríen). ¡En nuestra ciudad hay que empujarlo todo!

BEATRICE (a Eddie): ¿Qué te parece?

EDDIE (a Marco): Entonces, ¿qué queréis hacer, quedaros en este país o volver a casa?

MARCO (sorprendido): ¿Volver?

EDDIE: Bueno, estás casado, ¿no?

MARCO: Sí. Y tengo tres hijos.

BEATRICE: ¡Tres! Yo pensaba que sólo tenías uno.

MARCO: Oh, no. Ahora tengo tres. Cuatro, cinco y seis años.

BEATRICE: Ah…, me figuro que ya estarán llorando porque te has ido, ¿eh?

MARCO: ¿Qué le voy a hacer? El mayor está enfermo del pecho. Mi mujer… les da de comer quitándose la comida de la boca. Hablando lisa y llanamente, si me quedo allí, no llegan a mayores. Viven del aire que respiran.

BEATRICE: Dios mío. ¿Cuánto te piensas quedar?

MARCO: Con vuestro permiso, estaremos quizás…

EDDIE: No se refiere a la casa, se refiere al país.

MARCO: Oh, no sé, cuatro años, o cinco, o seis, supongo.

RODOLPHO (sonriendo): Confía en su mujer.

BEATRICE: Ya. Bueno, a lo mejor ganas bastante y puedes volver antes.

MARCO: Eso espero. No sé. (A Eddie): Según me han dicho, aquí las cosas tampoco están muy bien.

EDDIE: Oh, a vosotros os irán bien…, al menos hasta que les paguéis lo que les debéis. Después, tendréis que espabilaros, y asunto concluido. Siempre os irá mejor aquí que allá.

RODOLPHO: ¿Cuánto? Hemos oído cantidades de todo tipo. ¿Cuánto puede ganar un hombre? Trabajando duro, ¿eh?, porque vamos a trabajar todo el día, toda la noche…

(Marco levanta una mano para hacerle callar).

EDDIE (cada vez más se dirige solamente a Marco): ¿Por término medio, al año? Quizá…, bueno, es difícil de saber, a ver si me entiendes lo que te quiero decir. A veces estamos mano sobre mano, no hay un solo barco en tres o cuatro semanas.

MARCO: ¡Tres o cuatro semanas!… ¡Ts!

EDDIE: Pero creo que podríais sacar, a lo largo del año, en conjunto, pongamos…, treinta o cuarenta a la semana.

MARCO (se levanta, se acerca a Eddie): Dólares.

EDDIE: Claro, coño, dólares.

(Marco rodea con el brazo a Rodolpho y se ríen).

MARCO: Si pudiéramos quedarnos aquí unos pocos meses, Beatrice…

BEATRICE: Marco, estás en tu casa…

MARCO: Porque si me quedara aquí les podría mandar un poco más.

BEATRICE: Todo el tiempo que quieras, nos sobra espacio.

MARCO (a sus ojos asoman las lágrimas): Mi mujer… (A Eddie): Mi mujer… quiero mandarle inmediatamente…, no sé… veinte dólares…

EDDIE: La semana que viene ya le puedes mandar algo.

MARCO (está al borde de las lágrimas): Eduardo… (Va hacia Eddie tendiéndole la mano).

EDDIE: No me has de dar las gracias. Joder, tampoco me lo sacas de mi bolsillo. (A Catherine): ¿Qué coño pasa con el café?

CATHERINE: Ya está listo. (A Rodolpho): Tú también estás casado, ¿no?

RODOLPHO (levantándose): Oh, no…

BEATRICE (a Catherine): Ya te dije que no…

CATHERINE: Ya lo sé, pero pensé que se habría casado hacía poco.

RODOLPHO: No tengo dinero para casarme. Tengo una cara bonita, pero no dinero. (Se ríe).

CATHERINE (a Beatrice): ¡Es rubio, rubio!

BEATRICE (a Rodolpho): Tú también te quieres quedar aquí, ¿eh? ¿Para siempre?

RODOLPHO: ¿Yo? ¡Sí, para siempre! Yo…, yo quiero ser un americano. Entonces volveré a Italia, cuando sea rico, y me compraré una moto. (Sonríe. Marco le zarandea afectuosamente).

CATHERINE: ¡Una moto!

RODOLPHO: En Italia con una moto ya no vuelves a pasar hambre nunca más.

BEATRICE: Voy a por el café. (Sale a la cocina).

EDDIE: ¿Y qué coño haces con una moto?

MARCO: Sueña, sueña.

RODOLPHO (a Marco): ¿Por qué? (A Eddie): ¡Mensajes! La gente rica, la del hotel, siempre necesita que alguien le lleve un mensaje. Pero deprisa, y con mucho ruido. Con una moto azul yo me pararía en la puerta del hotel y al cabo de un rato ya tendría mensajes.

MARCO: Cuando no se tiene una mujer, se tienen sueños.

EDDIE: ¿Por qué no puedes ir andando, o coger el autobús o algo?

(Entra Beatrice con el café).

RODOLPHO: Oh, no, una máquina, una máquina, es imprescindible. Un hombre entra en un gran hotel y dice: Soy un mensajero. ¿Quién es este hombre? Se va andando, no hay ruido, nada. Quizá no volverá nunca, quizá nunca llevará el mensaje. Pero un hombre montado en una gran máquina, este hombre es responsable, este hombre existe. A él le darán mensajes. (Ayuda a Beatrice a poner las tazas y platos para el café). Ah, y también soy cantante.

EDDIE: ¿Quieres decir profesional…?

RODOLPHO: Oh, sí. Una noche, el año pasado, Andreola se puso enfermo. El barítono. Y yo salí a cantar en su lugar, en el jardín del hotel. ¡Tres arias canté, sin una sola equivocación! Me tiraban billetes de mil liras, desde las mesas, el dinero caía como una cascada. Fantástico. Seis meses vivimos de esa noche, ¿eh, Marco?

(Marco asiente dubitativo).

MARCO: Dos meses.

(Eddie se echa a reír).

BEATRICE: ¿Y no podías conseguir trabajo ahí mismo?

RODOLPHO: Andreola se puso bueno. Es un barítono, muy fuerte.

(Beatrice se echa a reír).

MARCO (con pesar, a Beatrice): Cantó demasiado alto.

RODOLPHO: ¿Por qué demasiado alto?

MARCO: Demasiado alto. Los huéspedes del hotel son ingleses. No les gustan los gritos.

RODOLPHO (a Catherine): Nadie dijo que cantara demasiado alto.

MARCO: Yo lo digo. Era demasiado alto. (A Beatrice): En cuanto empezó a cantar, me di cuenta. Demasiado alto.

RODOLPHO: Entonces, ¿por qué me tiraron tanto dinero?

MARCO: Por el coraje. A los ingleses les gusta el coraje. Pero una vez y no más.

RODOLPHO (a todos menos a Marco): Nunca oí decir a nadie que fuera demasiado alto.

CATHERINE: ¿Has oído hablar del jazz?

RODOLPHO: ¡Ya lo creo! Yo canto jazz.

CATHERINE (se levanta): ¿Sabes cantar jazz?

RODOLPHO: Oh, sí, yo canto napolitano, jazz, bel canto… Sé cantar Muñeca de papel. ¿Te gusta Muñeca de papel?

CATHERINE: ¡Claro! Me vuelve loca Muñeca de papel. Anda, cántala.

RODOLPHO (se pone en situación después de recibir una señal de asentimiento de Marco, y con una voz alta de tenor empieza a cantar):

I’ll tell you boys it’s tough to be alone,

And it’s tough to love a doll that’s not your own.

I’m through with all of them,

I’ll never fall again,

Hey, boy, what you gonna do?

I’m gonna buy a paper doll that I can call my own,

a Doll that other fellows cannot steal

(Eddie se levanta y va al fondo del escenario).

And then those flirty guys

With their flirty, flirty eyes

Will have to flirt with dollies that are real[*]

EDDIE: Eh, chico, espera un segundo…

CATHERINE (embelesada): Déjale acabar, ¡es preciosa! (A Beatrice): ¡Es sensacional, ¿verdad?! Es sensacional, Rodolpho.

EDDIE: Oye, chico, tú no quieres que te trinquen, ¿verdad?

MARCO: No…, no, no. (Se levanta).

EDDIE (señalando el resto del edificio): Porque aquí nunca ha habido cantantes… y de repente hay un cantante en la casa, ¿entiendes lo que te quiero decir?

MARCO: Sí, sí. Calla ya, Rodolpho.

EDDIE (vehemente): Tienen agentes por todas partes, Marco. En serio.

MARCO: Sí, sí. Ya no lo hará más. (A Rodolpho): No lo hagas más.

(Rodolpho asiente.

Eddie consigue, a base de esfuerzo, una sonrisa. Va hacia Catherine).

EDDIE: ¿A qué vienen estos tacones, Garbo?

CATHERINE: Pensé que para esta noche…

EDDIE: Hazme un favor, ¿quieres? Aire.

(Avergonzada, irritada, Catherine sale al dormitorio. Beatrice la mira salir y se levanta; al pasar dirige a Eddie una mirada fría, reprimida por la presencia de extraños, y va a la mesa a servir el café).

EDDIE (esforzándose por reír y dirigiéndose a Marco, pero en realidad para que lo oiga Beatrice): Todas quieren ser actrices por aquí.

RODOLPHO (la mar de contento): ¡En Italia también! Todas las chicas.

(Catherine reaparece del dormitorio con zapato plano, va a la mesa. Rodolpho está levantando una taza).

EDDIE (está tratando de calar a Rodolpho, y hay en él una sospecha encubierta): Ah, ¿sí?

RODOLPHO: Sí. (Ríe, señalando a Catherine). ¡Sobre todo cuando son tan guapas!

CATHERINE: ¿Quieres azúcar?

RODOLPHO: ¿Azúcar? Sí. ¡Me encanta el azúcar!

(Eddie está en el frente del escenario, mirando cómo ella le echa una cucharada de azúcar en su taza, la cara marcada por la preocupación, y la habitación se oscurece.

La luz ilumina a Alfieri).

ALFIERI: ¿Quién puede saber jamás lo que sucederá? Eddie Carbone nunca se imaginó que tenía un destino. Un hombre trabaja, saca adelante una familia, va a la bolera, come, se hace viejo, y entonces se muere. Ahora, a medida que pasaban las semanas, el futuro existía, y en el futuro había un problema sin resolver.

(Las luces se apagan sobre Alfieri, suben sobre Eddie de pie a la puerta de la casa. Beatrice entra en la calle. Ve a Eddie, le sonríe. Él mira hacia otra parte. Beatrice está entrando en la casa cuando Eddie habla).

EDDIE: Son más de las ocho.

BEATRICE: Bueno, el programa del Paramount es largo.

EDDIE: A estas alturas ya deben de haber visto todas las películas de Brooklyn. Y si no me equivoco, él tendría que estar en casa cuando no está trabajando. Si no me equivoco, no debería ir por ahí, pregonando su existencia.

BEATRICE: Bueno, es asunto suyo, ¿a ti qué más te da? Si lo pescan, lo pescan y ya está. Entra en casa.

EDDIE: ¿Y qué ha sido de la mecanografía? Ahora nunca la veo practicar.

BEATRICE: Ya volverá, Eddie. Está excitada.

EDDIE: ¿Te ha contado algo?

BEATRICE (va hacia él, ahora que sale el tema): ¿Qué te pasa? Es un buen chico, ¿qué más quieres de él?

EDDIE: ¿Eso es un buen chico? A mí me da grima.

BEATRICE (sonriendo): Va, venga, estás celoso.

EDDIE: ¿De ése? Joder, por muy poco me tienes.

BEATRICE: No te entiendo. ¿Qué le ves de malo?

EDDIE: Ah, ¿a ti te parece bien? ¿Que se acabe casando con ése?

BEATRICE: ¿Por qué no? Es simpático, trabajador, un chico bien parecido.

EDDIE: Canta en los barcos, ¿no lo sabías?

BEATRICE: ¿Qué quieres decir, canta?

EDDIE: Pues lo que acabo de decir, que canta. En la cubierta, de repente, abre la boca y larga una canción entera… con ademanes. ¿Sabes cómo lo llaman? Muñequita de Papel, así lo llaman. Canario. Es un bicho raro. Aparece en el muelle y, ¡a la una, a las dos, a las tres!, ¡espectáculo gratis!

BEATRICE: Es muy joven, todavía no sabe cómo se ha de comportar.

EDDIE: Y con ese pelo estrambótico; parece una corista o yo qué sé qué.

BEATRICE: Bueno, es rubio, y qué…

EDDIE: En fin, espero que al menos sea su verdadero pelo, eso espero.

BEATRICE: ¿Estás loco o qué te pasa? (Trata de darle la vuelta).

EDDIE (sigue con la cabeza ladeada): ¿Qué tiene de loco lo que digo? No me gusta cómo es.

BEATRICE: Oye, ¿no has visto un hombre rubio en tu vida? ¿Whitey Balso, por ejemplo?

EDDIE (se vuelve con aire de triunfo): Claro, pero Whitey no canta; no se pasa el rato cantando en los barcos, joder.

BEATRICE: Bueno, a lo mejor en Italia es costumbre.

EDDIE: Entonces su hermano ¿por qué no canta?, ¿eh? Marco va por el mundo como un hombre; de Marco no se burla nadie. (Se aleja de ella, se detiene. Ella se da cuenta de que él se trae algo entre manos). Te lo digo en serio, me sorprende que tenga que decirte estas cosas. Estoy sorprendido de veras, Bea.

BEATRICE (se acerca a él intencionadamente): Oye, no vas a montar ningún número.

EDDIE: No estoy montando nada, pero quieto, viendo lo que pasa, yo no me voy a quedar. Yo no la he criado para que un mequetrefe como ése se la lleve. Esto te lo juro. Joder, Bea, es que me dejas de una pieza; estoy aquí, esperando que te despiertes y a ti todo te parece de maravilla.

BEATRICE: No, todo no me parece de maravilla.

EDDIE: ¿Ah, no?

BEATRICE: No. Pero tengo otras preocupaciones.

EDDIE: Ah, ya. (Ya está empezando a ceder).

BEATRICE: Ya. ¿Quieres que te las cuente?

EDDIE (en retirada): ¿Por qué? ¿Qué te preocupa?

BEATRICE: Eddie, ¿cuándo voy a ser otra vez tu mujer?

EDDIE: No me acabo de encontrar bien. Desde que vinieron ésos estoy… preocupado.

BEATRICE: Va para tres meses que no te encuentras bien, y ésos sólo llevan aquí dos semanas. Tres meses, Eddie.

EDDIE: No sé, Bea. No quiero hablar de esto.

BEATRICE: ¿Qué pasa, Eddie, no te gusto?, ¿es eso?

EDDIE: ¿Qué quieres decir, no te gusto? Ya te he dicho que no me encuentro bien. Y ya está. Punto.

BEATRICE: Oye, dime, ¿estoy haciendo algo mal? Anda, dímelo.

EDDIE (Pausa. No puede hablar, luego): No puedo. No puedo hablar de eso.

BEATRICE: Bueno, dime qué…

EDDIE: ¡No tengo nada que decir! ¡Y punto!

(Ella está quieta, de pie, un momento; él mira hacia otro lado; ella se da la vuelta para entrar en la casa).

EDDIE: Ya me pondré bien, Bea; tú déjame, ¿quieres? Estoy preocupado por ella.

BEATRICE: La chica está a punto de cumplir dieciocho años, ya va siendo hora.

EDDIE: ¡Bea, le está tomando el pelo!

BEATRICE: Muy bien, pero es su pelo. ¿Vas a estar encima de ella hasta que cumpla los cuarenta? Eddie, quiero que cortes este rollo ahora mismo, ¿me oyes? ¡No me gusta! Y ahora entra en casa.

EDDIE: Me voy a dar una vuelta, vuelvo enseguida.

BEATRICE: No volverán antes aunque te quedes en la calle. Esto no está bien, Eddie.

EDDIE: Vuelvo enseguida. Ve pasando.

(Eddie se va caminando. Ella entra en la casa. Eddie mira calle arriba, ve venir a Louis y Mike y se sienta en una barandilla de hierro. Entran Louis y Mike).

LOUIS: ¿Qué, te vienes a la bolera?

EDDIE: Estoy hecho polvo. Me voy a dormir.

LOUIS: ¿Cómo van tus dos ilegales?

EDDIE: Bien.

LOUIS: Sí, ya veo que tienen trabajo todos los días.

EDDIE: Oh, sí, les va de miedo.

MIKE: A lo mejor tendríamos que hacer eso, ¿no? Irnos del país y volver nadando por debajo del agua. Así tendríamos trabajo.

EDDIE: Pues no es ninguna tontería eso que dices.

LOUIS: Bueno, qué coño. Vamos, digo yo.

EDDIE: Que sí, hombre, que sí.

LOUIS (se sienta en la barandilla, al lado de Eddie): De verdad te lo digo, Eddie, eso que haces es una buena acción de cojones.

EDDIE: Bah, a mí no me molestan… y no me cuestan nada.

MIKE: El mayor, oye, es un toro. El otro día lo veo cargando sacos de café de la Matson Line, y si le dejan solo descarga todo el barco por su cuenta.

EDDIE: Sí, es fuerte de cojones. Su padre era un auténtico gigante, o eso dicen.

LOUIS: Sí, se echa de ver. Tiene madera de esclavo.

MIKE (con una sonrisa): En cambio ese rubio… (Eddie lo mira). Sentido del humor no le falta. (Louis se ríe por lo bajo).

EDDIE (tratando de sacar algo en limpio): Sí, es divertido…

MIKE (empezando a reír): Bueno, divertido, lo que se dice divertido, no es, pero está siempre como haciendo unos comentarios como…, bueno, ya sabes. Aparece él y todo el mundo se descojona. (Louis se echa a reír).

EDDIE (sonriendo con incomodidad): Sí, bueno…, tiene… sentido del humor.

MIKE (riendo): Sí, quiero decir, siempre haciendo como… comentarios… como, ya me entiendes.

EDDIE: Sí, ya te entiendo. Pero aún es un crío, ya me entiendes. Es…, es…, sólo es un crío, nada más, ¿eh?

MIKE (partiéndose de la risa con Louis): Sí, ya. Basta con echarle una mirada… y todo el mundo contento. (Louis se echa a reír). Un día, la semana pasada, estaba trabajando con él en la Moore-MacCormack Line y, de verdad te lo digo, todos se mataban de la risa. (Louis y él estallan en carcajadas).

EDDIE: ¿Por qué? ¿Qué hizo?

MIKE: No sé…, era… cómico. Nunca te acuerdas de lo que dice, ya me entiendes. Pero es la manera como lo dice. Quiero decir, a veces te mira y ya te pones a reír.

EDDIE: Sí. (Preocupado). Tiene un gran sentido del humor.

MIKE (con voz rota por la risa): Sí.

LOUIS (levantándose): Bueno, hasta la vista, Eddie.

EDDIE: Hala, a pasarlo bien.

LOUIS: Eso. Hasta luego.

MIKE: Si luego te animas a venir a la bolera, estamos en Flatbush Avenue.

(Sin dejar de reír, Louis y Mike van hacia la salida y se cruzan con Rodolpho y Catherine, que entran de la calle. Su risa aumenta cuando ven a Rodolpho, que no entiende de qué se ríen, pero también se ríe. Eddie empieza a entrar en la casa cuando Louis y Mike salen. Catherine lo para en la puerta).

CATHERINE: Hey, Eddie… ¡Menuda película hemos visto! ¡Lo que nos hemos reído!

EDDIE (no puede evitar sonreír al verla): ¿Adónde habéis ido?

CATHERINE: Al Paramount. Era con esos dos tipos, ya sabes cuáles digo. Esa…

EDDIE: ¿Al Paramount de Brooklyn?

CATHERINE (con una punta de irritación, molesta delante de Rodolpho): Claro, al Paramount de Brooklyn. Ya te dije que no íbamos a ir a Nueva York.

EDDIE (en retirada ante la amenaza del enfado de ella): Está bien, vale, sólo te lo preguntaba. (A Rodolpho): Es que no quiero que ande paseando por Times Square, ya me entiendes. Aquello es un nido de golfos.

RODOLPHO: Me gustaría ir a Broadway alguna vez, Eddie. Me gustaría mucho ir a pasear, aunque sólo fuera una vez, con Catherine, por donde los teatros y la ópera. Desde pequeño he visto fotos de todas esas luces…

EDDIE (su poca paciencia empieza a agotarse): Oye, Rodolpho, quería hablar un minuto con Catherine, ¿te importaría entrar?

RODOLPHO: Eddie, no hacemos más que pasear juntos. Ella me enseña cosas…

CATHERINE: ¿Sabes lo que no hay forma de que entienda? Que en Brooklyn no haya fuentes.

EDDIE (sonriendo involuntariamente): ¿Fuentes? (Rodolpho sonríe de su propia ingenuidad).

CATHERINE: Dice que en Italia todos los pueblos tienen fuentes y que allí se junta la gente. ¿Y sabes qué? Que en su tierra hay naranjas en los árboles, y limones. ¿Te imaginas?, ¡en los árboles! Quiero decir, es curioso. Pero le encanta Nueva York.

RODOLPHO (forzando la familiaridad): Eddie, ¿por qué no podemos ir una vez a Broadway…?

EDDIE: Oye, tengo que decirle algo…

RODOLPHO: Podrías venir tú también… Quiero ver todas esas luces… (No advierte respuesta por parte de Eddie. Mira de reojo a Catherine). Voy a dar una vuelta por el río antes de acostarme. (Se va caminando calle abajo).

CATHERINE: Eddie, ¿por qué no quieres hablar con él? Él te quiere mucho, y tú ni le diriges la palabra.

EDDIE (envolviéndola con la mirada): Yo también te quiero mucho a ti y tú ya no quieres hablar conmigo. (Trata de sonreír).

CATHERINE: ¿Que yo no hablo contigo? (Le da un golpe en el brazo). Venga, hombre, ¿qué quieres decir?

EDDIE: Ya no te veo nunca. Vuelvo a casa y tú andas correteando por ahí…

CATHERINE: Bueno, es que él quiere verlo todo, ¿no?, de manera que… ¿Estás enfadado conmigo?

EDDIE: No. (Se aparta de ella, sonriendo tristemente). Sólo que antes, llegaba a casa, y allí estabas tú, siempre. Y ahora, a la que me despisto, te has vuelto una chica mayor. Y ya no sé cómo he de hablar contigo.

CATHERINE: ¿Por qué?

EDDIE: No sé. Vas muy deprisa, Katie, muy deprisa. Tengo la impresión de que ya no me escuchas.

CATHERINE (yendo hacia él): Ah, Eddie, claro que sí. ¿Qué pasa?, ¿eh?, ¿que no te gusta Rodolpho?

(Pausa breve).

EDDIE (volviéndose hacia ella): ¿Te gusta a ti, Katie?

CATHERINE (ruborizándose, pero sin ceder terreno): Sí. Me gusta.

EDDIE (se le borra la sonrisa): Te gusta…

CATHERINE (bajando la mirada): Sí. (Vuelve a mirarle a los ojos en busca de las consecuencias, sonriendo, pero tensa. Él la mira como un niño perdido). ¿Qué tienes contra él? No lo entiendo. Él te adora.

EDDIE (se da media vuelta): Él no me adora, Katie.

CATHERINE: Que sí. ¡Que eres como un padre para él!

EDDIE (se vuelve hacia ella): Oye, Katie…

CATHERINE: ¿Qué, Eddie?

EDDIE: ¿Te vas a casar con él?

CATHERINE: No lo sé. Sólo hemos estado… saliendo, nada más. (Se vuelve hacia él). ¿Pero tú qué tienes contra él? Anda, dímelo, por favor. ¿Qué es?

EDDIE: Que no te respeta.

CATHERINE: ¿Por qué no?

EDDIE: Oye, Katie…, si tú no fueras huérfana, ¿no le pediría permiso a tu padre antes de ir todo el día contigo, así como así?

CATHERINE: Oh, bueno, no pensó que a ti te importara.

EDDIE: Él sabe muy bien que sí me importa, pero le trae sin cuidado que me importe, ¿no lo ves?

CATHERINE: No, Eddie, me tiene todo el respeto del mundo. ¡Y a ti también! Cuando cruzamos la calle me coge del brazo…, ¡casi me hace reverencias! Estás completamente equivocado, Eddie; te lo digo de veras, tú…

EDDIE: Katie, ese chico sólo le hace reverencias al pasaporte.

CATHERINE: ¡Al pasaporte!

EDDIE: Claro. Si se casa contigo puede ser ciudadano americano. Y eso es lo que está pasando aquí. (Ella está confusa y sorprendida). ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Ese chico está buscándose su oportunidad, esto es lo único que está buscando.

CATHERINE (dolida): Oh, no, Eddie, yo no lo veo así.

EDDIE: ¿Que tú no lo ves así? Katie, me vas a hacer llorar. ¿Qué clase de trabajador es ése? ¿Qué ha hecho con el primer dinero que ha ganado? Comprarse una chaqueta nueva de chulo, discos, un par de zapatos de punta, y los hijos de su hermano, allá, con tuberculosis. Éste lo que es es un vivales, niña: sólo ve las luces de Broadway… ¡Estos fulanos no piensan más que en sí mismos! ¡Cásate con él y la próxima vez que lo veas será para el divorcio!

CATHERINE (dando un paso hacia él): Eddie, él nunca me ha comentado nada ni de sus papeles ni…

EDDIE: ¿Y qué esperas?, ¿que te lo cuente a ti?

CATHERINE: No creo que se le haya pasado ni siquiera por la cabeza.

EDDIE: ¡Pues sería mejor que se le pasara! El día menos pensado le pueden echar el guante y ya lo veo de vuelta, empujando taxis por la cuesta arriba.

CATHERINE: No, no me lo creo.

EDDIE: No me hagas sufrir, Katie, escucha lo que te digo.

CATHERINE: No quiero oírlo.

EDDIE: Katie, escucha…

CATHERINE: ¡Me quiere!

EDDIE (profundamente alarmado): ¡No digas eso, por Dios bendito! Es el negocio más antiguo de este país…

CATHERINE (desesperadamente, como si las palabras de él hubieran hecho mella en ella): ¡No me lo creo! (Entra corriendo en la casa).

EDDIE (siguiéndola): ¡Se ha estado haciendo desde que sacaron la Ley de Inmigración! Cogen un polluelo recién salido del cascarón y lo…

CATHERINE (sollozando): ¡No me lo creo y quiero que te calles ahora mismo!

EDDIE: ¡Katie!

(Entran en el apartamento. La intensidad de las luces de la sala ha subido y Beatrice está allí. Mira de reojo a Catherine, que pasa sollozando, y de hito en hito a Eddie, que en presencia de su mujer hace un gesto torpe de autoridad perdida, señalando a Catherine).

EDDIE: ¿Por qué no la llamas al orden?

BEATRICE (interiormente encolerizada por su desbordada emoción, que para ella es un motivo de alarma): ¿Cuándo piensas dejarla en paz?

EDDIE: ¡Bea, ese chico no es trigo limpio!

BEATRICE (de repente, con miedo y furia no disimulados): ¿La vas a dejar en paz? ¿O me vas a volver loca? (Eddie se da la vuelta, tratando de mantener su dignidad, pero empujado por el sentimiento de culpa sale de la casa, echa a andar por la calle y se va. Catherine se dirige al dormitorio). Oye, Catherine. (Catherine se detiene, se vuelve hacia Beatrice tímidamente). ¿Qué piensas hacer contigo misma?

CATHERINE: No lo sé.

BEATRICE: No me digas que no lo sabes; ya no eres una criatura, ¿qué piensas hacer contigo misma?

CATHERINE: Él no quiere escucharme.

BEATRICE: No lo entiendo, Catherine. Eddie no es tu padre. No entiendo lo que está pasando aquí.

CATHERINE (como alguien que está tratando de racionalizar un impulso enterrado): ¿Y qué puedo hacer yo? ¿Echárselo a la cara?

BEATRICE: Oye, cariño, ¿tú quieres casarte o no quieres casarte? ¿Qué es lo que te preocupa, Katie?

CATHERINE (con un ligero estremecimiento): No lo sé, Bea. Si él está tan en contra, a mí no me parece bien…

BEATRICE (sin perder nunca la sensación de alarma): Siéntate, cariño, te voy a decir algo. Aquí, siéntate. ¿Ha habido alguna vez algún chico que le gustara para ti? Nunca ha habido ninguno, ¿verdad?

CATHERINE: Pero dice que Rodolpho sólo va detrás de los papeles.

BEATRICE: Déjalo, está dispuesto a decir cualquier cosa. ¿A él qué más le da decir una cosa que otra? Si de repente apareciera aquí un príncipe, sería lo mismo. Eso ya lo sabes, ¿o no?

CATHERINE: Sí, supongo que sí.

BEATRICE: ¿Y qué quiere decir?

CATHERINE (volviendo la cabeza lentamente hacia Beatrice): ¿Qué?

BEATRICE: Pues quiere decir que tienes que ser más tú misma. Te crees que todavía eres una nena, cariño. Pero nadie puede decidir por ti. Nunca más, ¿lo entiendes? Tienes que hacérselo entender. Que ya no te puede dar órdenes.

CATHERINE: Sí, pero ¿cómo lo hago? Él aún me ve como una criatura.

BEATRICE: Porque tú misma te ves como una criatura. Te lo he dicho mil veces: no puedes comportarte de esa manera. Vas por la casa en bragas, delante de él…

CATHERINE: Es que no me fijo…

BEATRICE: Pues te has de fijar. O cosas como sentarte en la bañera a hablar con él mientras se afeita en calzoncillos.

CATHERINE: ¿Cuándo he hecho yo eso?

BEATRICE: Esta misma mañana, que yo te he visto.

CATHERINE: Ah, bueno, sí…, es que quería decirle una cosa…

BEATRICE: Ya lo sé, cariño. Pero si tú te portas como una niña, entonces él va y te trata como una niña. Como cuando vuelve a casa y tú te le echas encima, como cuando tenías doce años.

CATHERINE: Es que me alegro de verle y estoy tan contenta y…

BEATRICE: Oye, no te estoy diciendo lo que tienes que hacer, cariño, pero…

CATHERINE: No, ya me lo puedes decir. Joder, Bea, estoy hecha un lío. Sabes, yo… Tiene un aire tan… tan triste, y a mí me duele…

BEATRICE: Pues, hija, si tanto te duele, acabarás aquí hecha una solterona.

CATHERINE: ¡Ah, eso no!

BEATRICE: Te lo digo yo, y no es broma. Desde hace un año o así, te lo he intentado decir un par de veces. Por eso estaba tan contenta cuando vi que salías y que ibas a tener trabajo, cuando pensé que no ibas a estar tanto aquí y a ser un poco más independiente. Lo digo en serio. Es fantástico que todos se quieran en una familia, pero ya eres una mujer y vives en la misma casa con un hombre hecho y derecho. Así que a partir de ahora actuarás de otra manera, ¿vale?

CATHERINE: Sí, claro. No me olvidaré.

BEATRICE: Porque no depende sólo de él, Katie, ¿lo entiendes? A él ya le he dicho lo mismo.

CATHERINE (rápidamente): ¿El qué?

BEATRICE: Que tiene que dejarte hacer. Pero si sólo se lo digo yo, se cree que le estoy echando el sermón o…, o que tengo celos o algo por el estilo.

CATHERINE (asombrada): ¿Él te ha dicho que tienes celos?

BEATRICE: No, lo digo porque a lo mejor es lo que él piensa. (Coge la mano de Catherine; con una sonrisa tensa). ¿Tú crees que yo estoy celosa de ti, cariño?

CATHERINE: ¡No! Ni se me había pasado por la cabeza.

BEATRICE (con una sonrisa un punto triste): Pues se te tendría que haber pasado…, pero no lo estoy. Todo saldrá bien. Sólo hace falta que él lo entienda; no tienes que luchar, sólo… Tú eres una mujer, eso es así, y has encontrado un chico estupendo, y ha llegado la hora de decir adiós. ¿Entendido?

CATHERINE (extrañamente conmovida ante esta perspectiva): Entendido… Si puedo…

BEATRICE: Cariño…, tienes que poder.

(Catherine, presintiendo ahora una imperiosa petición, se vuelve con cierto temor, con una revelación, a Beatrice. Está al borde de las lágrimas, como si un mundo familiar acabara de romperse en pedazos).

CATHERINE: Vale.

(La luz se oscurece poco a poco y sube de intensidad sobre Alfieri, sentado tras su mesa de despacho).

ALFIERI: Fue entonces cuando vino a verme por primera vez. Años atrás yo había representado a su padre en un caso de accidente y conocía a la familia, más o menos. Lo recuerdo ahora, cuando cruzó el umbral de mi puerta… (Entra Eddie por la rampa de la derecha). Sus ojos eran como túneles; mi primera impresión fue que había cometido un delito (Eddie se sienta a la mesa, con la cabeza apoyada en la mano, mirando hacia fuera), pero pronto vi que sólo era una pasión lo que se le había metido en el cuerpo, como un forastero. (Alfieri hace una pausa, baja la mirada a la mesa, luego mira a Eddie como si continuara una conversación con él). No acabo de ver lo que puedo hacer por ti. ¿Hay alguna cuestión de tipo legal?

EDDIE: Eso es precisamente lo que he venido a consultarle.

ALFIERI: Porque el que una chica se enamore de un inmigrante, eso no es ilegal.

EDDIE: Ya, pero ¿qué pasa si el único motivo de todo eso es conseguir los papeles?

ALFIERI: Para empezar, tú no lo sabes.

EDDIE: Lo veo con estos ojos; ese mequetrefe se está riendo de ella y se está riendo de mí.

ALFIERI: Eddie, no soy más que un abogado. Sólo puedo ocuparme de lo que se puede demostrar. Esto lo entiendes, ¿verdad? ¿Puedes demostrar lo que estás diciendo?

EDDIE: ¡Yo sé lo que él tiene en la cabeza, señor Alfieri!

ALFIERI: Eddie, aun cuando pudieras demostrar eso…

EDDIE: Oiga…, ¿quiere escucharme un minuto? Mi padre siempre decía que usted era un hombre inteligente. Quiero que me escuche.

ALFIERI: No soy más que un abogado, Eddie.

EDDIE: ¿Quiere hacer el favor de escucharme un minuto? Estoy hablando de la ley. Deje que le explique lo que quiero decir. Un hombre, cuando entra ilegalmente en el país, ¿no es razonable que se guarde en un calcetín todo lo que gana? Porque no sabe lo que puede pasar el día menos pensado, ¿no?

ALFIERI: Ajá.

EDDIE: Pues él va gastando, oiga. Va y se compra discos. Zapatos. Chaquetas. ¿Me entiende? Ese tipo no está preocupado. Ese tipo está aquí. Y esto quiere decir que ya lo tiene todo planeado…, que se queda. ¿Lo ve?

ALFIERI: Bueno, ¿y eso qué?

EDDIE: Vale. (Mira a Alfieri, luego al suelo). Hablamos confidencialmente, ¿verdad?

ALFIERI: Por supuesto.

EDDIE: Quiero decir que no va a salir de aquí. Porque no me gusta decir esto de nadie. Ni siquiera a mi mujer se lo he dicho exactamente así.

ALFIERI: ¿De qué se trata?

EDDIE (aspira hondo y echa un vistazo rápido por encima de cada hombro): Ese chico no es normal, señor Alfieri.

ALFIERI: ¿Qué quieres decir?

EDDIE: Quiero decir que no es normal.

ALFIERI: No te entiendo.

EDDIE (cambia de postura en la silla): ¿Lo ha visto alguna vez?

ALFIERI: No, que yo sepa, no.

EDDIE: Es rubio. Como… platino. ¿Me entiende lo que le quiero decir?

ALFIERI: No.

EDDIE: Quiero decir, que si cierra esa carpeta de golpe… se desmaya del susto.

ALFIERI: Bueno, eso no significa…

EDDIE: Espere, espere un segundo, le voy a decir algo. Canta, ¿sabe? Eso…, ya lo sé, eso no tiene nada de malo, pero a veces le sale una voz, ¿cómo le diría?, que me deja de un aire. Quiero decir… aguda. ¿Me entiende lo que le quiero decir?

ALFIERI: Bueno, tendrá voz de tenor.

EDDIE: Yo sé lo que es un tenor, señor Alfieri. Y eso no es un tenor. Quiero decir que si entrara usted en mi casa y no supiera quién está cantando, no esperaría ver a un hombre, sino a una mujer.

ALFIERI: Sí, bueno, pero esto no…

EDDIE: Le estoy explicando algo, espere un segundo. Por favor, señor Alfieri. Estoy tratando de aclararle lo que pienso. Mire, hará un par de noches mi sobrina trae un vestido que le viene demasiado pequeño, porque este último año ha crecido una barbaridad. Bueno, pues él coge el vestido, lo extiende en la mesa, lo corta y a la una, a las dos y a las tres, le hace un vestido nuevo. Y mientras cosía tenía un aspecto tan…, como un ángel, ¿sabe?…, tan dulce que le habría dado un beso.

ALFIERI: Mira, Eddie, escucha…

EDDIE: Señor Alfieri, en el muelle se ríen de él. Estoy avergonzado. Le llaman Muñeca de Papel. Rubita. Su hermano dice que es porque tiene mucho sentido del humor, sabe…, y es verdad, lo tiene…, pero no se ríen por eso, no. De lo que se ríen no lo van a decir, porque saben que es pariente mío, y que tendrían que vérselas conmigo si hacen un comentario socarrón, usted ya me entiende. Pero yo sé de qué se ríen, y cuando pienso que ese mequetrefe le pone las manos encima a… podría… Quiero decir que está acabando conmigo, señor Alfieri, porque yo he luchado por esa chica, sabe. Y ahora aparece ése en mi casa y…

ALFIERI: Eddie, mira…, yo también tengo hijos. Te comprendo. Pero la ley es una cosa muy concreta. La ley no…

EDDIE (dejando fluir toda su indignación): ¿Qué me quiere decir?, ¿que no hay una ley para que un fulano que no es normal trabaje y se case con una chica y…?

ALFIERI: No hay ninguna ley a la que puedas recurrir, Eddie.

EDDIE: Sí, pero si no es normal, señor Alfieri, no irá usted a decirme…

ALFIERI: No puedes hacer nada, Eddie, créeme.

EDDIE: Nada…

ALFIERI: Nada de nada. Yo aquí sólo veo una cuestión legal.

EDDIE: ¿Cuál?

ALFIERI: La forma como entraron en el país. Pero no creo que quieras hacer nada en este sentido, ¿verdad?

EDDIE: ¿Se refiere a…?

ALFIERI: En fin, han entrado ilegalmente.

EDDIE: Oh, no, por Dios bendito, yo no haría nada en este sentido, vaya…

ALFIERI: Muy bien, pues ahora déjame hablar a mí, ¿quieres?

EDDIE: Señor Alfieri, no puedo creer lo que me está diciendo. Quiero decir, tiene que haber alguna ley de alguna clase que…

ALFIERI: Eddie, haz el favor de escucharme. (Pausa). Mira, a veces Dios confunde a las personas. Todos queremos a alguien, a la mujer, a los hijos…, todo el mundo tiene alguien al que quiere, ¿no? Pero a veces… es… demasiado. ¿Tú me entiendes? Demasiado, y no siempre donde tendría que estar. Un hombre se mata a trabajar, cría a una niña, a veces es una sobrina, a veces incluso una hija, y no se da cuenta, pero al cabo de los años… siente demasiado cariño por esa hija, demasiado cariño por esa sobrina. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

EDDIE (con sarcasmo): ¿Qué me está diciendo?, ¿que no me he de preocupar de su bienestar?

ALFIERI: Sí, pero estas cosas se acaban, Eddie, no le des más vueltas. La chica ha de hacerse mayor y se ha de ir, y el hombre ha de aprender a olvidar. Porque al fin y al cabo, Eddie, ¿de qué otra manera se puede acabar? (Pausa). Déjala que se vaya. Éste es mi consejo. Tú ya hiciste lo que tenías que hacer, ahora su vida es su vida; deséale suerte y deja que se vaya. (Pausa). ¿Lo harás? Porque no existe ninguna ley, Eddie; métete esto en la cabeza; a la ley estas cosas ni le van ni le vienen.

EDDIE: O sea, que aunque él sea un mangante. Aunque sea…

ALFIERI: No puedes hacerle nada.

(Eddie se pone de pie).

EDDIE: Bueno, está bien, gracias. Muchas gracias.

ALFIERI: ¿Qué piensas hacer?

EDDIE (con un gesto desvalido pero irónico): ¿Qué puedo hacer? He hecho el primo, ¿y qué puede hacer un primo? Durante veinte años he trabajado como un perro para que venga un mangante y se la lleve, esto es lo que he hecho. Quiero decir, cuando venían mal dadas, en los momentos malos, cuando no atracaba ni un barco, nunca me quedé aquí, dando vueltas, esperando ayuda… Me buscaba la vida. Si los muelles de Brooklyn estaban vacíos, me iba a Hoboken, a Staten Island, al West Side, a Jersey, a todas partes… porque había hecho una promesa. Me quité el pan de la boca para dárselo a ella. A mi mujer le quité el pan de la boca. ¡Muchos días iba por la ciudad muerto de hambre! (Empieza a poner al descubierto sus emociones). Y ahora me tengo que sentar, en mi propia casa, y ver cómo un mangante hijo de puta como ése… ¡salido de ninguna parte…! ¡Le he ofrecido mi casa para vivir! ¡Para dársela a él me he quitado la manta de la cama y él va y le pone encima las manos sucias y asquerosas como un jodido ladrón!

ALFIERI (levantándose): Pero, Eddie, ella ya es una mujer.

EDDIE: ¡Me la está robando!

ALFIERI: Ella quieres casarse, Eddie. Y no quiere casarse contigo, ¿no lo ves?

EDDIE (furioso): ¡De qué está hablando, casarse conmigo! ¡No sé de qué cojones está hablando!

(Pausa).

ALFIERI: Ya te he dado mi opinión, Eddie. No hay más que hablar.

(Eddie recobra la tranquilidad. Una pausa).

EDDIE: Está bien, gracias. Muchísimas gracias. Es que… se me parte el corazón, ¿sabe? Yo…

ALFIERI: Te entiendo. Pero quítatelo de la cabeza. ¿Crees que podrás?

EDDIE: Yo… (Presiente la inminencia de los sollozos y hace un gesto desvalido). Hasta la vista. (Sale por la rampa de la derecha).

ALFIERI: Hay veces en que uno querría dar la voz de alarma, pero no ha pasado nada. Yo lo sabía, lo supe entonces, allí… Aquella misma tarde podría haber acabado de contar el resto de la historia. No había ningún misterio que resolver. Vi venir todos los pasos, uno tras otro, como una figura oscura caminando por un corredor hacia una puerta señalada. Sabía hacia dónde se dirigía, sabía dónde iba a acabar. Y durante muchas tardes, sentado aquí, me preguntaba por qué, siendo yo un hombre inteligente, no podía hacer nada para impedirlo. Incluso fui a ver a una anciana del barrio, una vieja muy sabia, y se lo conté, y ella se limitó a mover la cabeza y dijo: «Reza por él…». De modo que… me quedé esperando.

(A medida que la luz se oscurece sobre Alfieri, sube en el apartamento donde todos están acabando de cenar. Beatrice y Catherine están recogiendo la mesa).

CATHERINE: ¿Y sabes adónde fueron?

BEATRICE: ¿Adónde?

CATHERINE: A África, una vez. En un barco de pesca. (Eddie la mira). Es verdad, Eddie.

(Beatrice va a la cocina cargada de platos).

EDDIE: Yo no he dicho ni mu. (Va a su mecedora, coge un periódico).

CATHERINE: Y yo ni siquiera he estado en Staten Island.

EDDIE (sentándose con el periódico): No te has perdido nada. (Pausa. Catherine recoge los platos). ¿Cuánto tiempo tardasteis, Marco…, en llegar a África?

MARCO (levantándose): Oh…, dos días. Vamos de aquí para allá.

RODOLPHO (levantándose): Una vez fuimos a Yugoslavia.

EDDIE (a Marco): ¿Y pagan bien en esos barcos?

(Entra Beatrice. Entre ella y Rodolpho apilan los platos que quedan).

MARCO: Si la pesca se da bien, no pagan mal. (Se sienta en un taburete).

RODOLPHO: Pero cada barco es de una familia. En nuestra familia nadie tenía barco. Así que sólo trabajábamos cuando se ponía enfermo alguien de otra familia.

BEATRICE: Sabes lo que te digo, Marco, que hay una cosa que no entiendo…, hay un océano lleno de peces y os morís de hambre.

EDDIE: Hacen falta barcos, redes, en fin, dinero.

(Entra Catherine).

BEATRICE: Sí, pero ¿no podrían, no sé, pescar en la playa? Es lo que hacen en Coney Island…

MARCO: Sardinas.

EDDIE: Pues claro. (Riendo). ¿Cómo van a pescar sardinas con anzuelo?

BEATRICE: Anda, yo no sabía que eran sardinas. (A Catherine): ¡Sardinas!

CATHERINE: Sí, las persiguen por todo el mar, África, Yugoslavia… (Se sienta y empieza a mirar una revista de cine. Rodolpho se pone a su lado).

BEATRICE (a Eddie): Es curioso, sabes. Nunca lo habría pensado; que las sardinas van nadando por el mar. (Sale a la cocina con los platos).

CATHERINE: Ya lo sé. Como las naranjas y los limones en un árbol. (A Eddie): Quiero decir, ¿tú te imaginas las naranjas y los limones en un árbol?

EDDIE: Sí, sí. Suena raro. (A Marco): He oído decir que pintan las naranjas para que se vuelvan de color naranja.

(Entra Beatrice).

MARCO (que ha estado leyendo una carta): ¿Que las pintan?

EDDIE: Sí, he oído decir que cuando salen, las naranjas son verdes.

MARCO: No, no, en Italia las naranjas son de color naranja.

RODOLPHO: Los limones son verdes.

EDDIE (molesto por la corrección): Ya sé que los limones son verdes, por Dios bendito. En la tienda, a veces son verdes. Yo he dicho que pintan las naranjas, coño, no he dicho nada de los limones.

BEATRICE (sentándose y desviando su atención): Tu mujer, ¿recibe el dinero sin problemas, Marco?

MARCO: Oh, sí. Ya ha comprado medicinas para el chico.

BEATRICE: Es fantástico. Estarás más animado, ¿no?

MARCO: ¡Oh, sí! Pero muy solo.

BEATRICE: Espero que no hagas como algunos de por aquí, que se pasan veinticinco años, y no ahorran ni para ir dos veces a casa.

MARCO: Ah, sí, ya sé. En el pueblo hay muchas familias en las que los niños no han visto nunca a su padre. Pero yo iré a casa. En tres o cuatro años, calculo.

BEATRICE: Quizá tendrías que mandar menos dinero. Lo digo porque a lo mejor tu mujer se cree que lo ganas como si nada y gasta más de la cuenta.

MARCO: Oh, no, mi mujer ahorra. Y todo lo que gano, se lo mando. La pobre está muy sola. (Sonríe con timidez).

BEATRICE: Debe ser encantadora. ¿Es guapa? Seguro que sí, ¿eh?

MARCO (ruborizándose): No, pero lo entiende todo.

RODOLPHO: ¡Oh, tiene una mujer la mar de lista!

EDDIE: Me juego lo que sea a que hay un montón de sorpresas cuando los hombres vuelven. A que sí.

MARCO: ¿Qué sorpresas?

EDDIE (riendo): Quiero decir, ya sabes…, cuentan los niños y hay un par más que cuando se fueron.

MARCO: No, no… Las mujeres esperan, Eddie. La mayoría. La mayoría. Muy pocas sorpresas.

RODOLPHO: En nuestro pueblo son más estrictos. (Eddie lo mira fijamente). No hay tanta libertad.

EDDIE (se levanta, camina arriba y abajo): Oye, que aquí tampoco hay tanta libertad como tú te crees. He visto algunos pardillos meterse en líos por no saber ver… Se creen que sólo porque una chica no va con la cabeza envuelta en un pañuelo ya no es estricta, a ver si me entiendes. Y no hace falta que las chicas vayan vestidas de negro para ser estrictas. ¿Me entiendes lo que te quiero decir?

RODOLPHO: Bueno, yo siempre he tenido respeto…

EDDIE: Ya lo sé, pero en tu pueblo no andarías callejeando con una chica sin permiso, a ver si me entiendes. (Se vuelve). ¿Ves lo que quiero decir, Marco? No hay tanta diferencia entre esto y aquello.

BEATRICE: Bueno, pero él no va exactamente callejeando, Eddie.

EDDIE: Ya lo sé, pero algunos confunden las cosas, a veces. (A Rodolpho): Vaya, que quizás aquí haya un poco más de libertad, pero es igual de estricto.

RODOLPHO: Yo la respeto, Eddie. ¿He hecho algo mal?

EDDIE: Oye, chico, yo no soy su padre, sólo soy su tío…

BEATRICE: Bueno, pues entonces, pórtate como un tío. (Eddie la mira, consciente de la carga crítica). Vamos, digo yo.

MARCO: No, Beatrice, si hace algo que no está bien, hay que decírselo. (A Eddie): ¿Qué es lo que hace mal?

EDDIE: No sé; mira, Marco, hasta que llegó a esta casa, ella nunca había estado en la calle a las doce de la noche.

MARCO (a Rodolpho): A partir de ahora vuelves pronto.

BEATRICE (a Catherine): Bueno, tú dijiste que la película acababa tarde, ¿no?

CATHERINE: Eso.

BEATRICE: Pues díselo, cariño. (A Eddie): La película se acabó tarde.

EDDIE: Oye, Bea, lo que quiero decir es que…, que él se cree que ella siempre ha estado por ahí hasta tarde.

MARCO: A partir de ahora, a casa temprano, Rodolpho.

RODOLPHO (confuso): Está bien, vale. Pero no puedo estar metido en casa todo el tiempo, Eddie.

EDDIE: Mira, chico, no hablo sólo por ella. Cuanto más andes por ahí, más posibilidades hay de que te enganchen. (A Beatrice): No sé, tú suponte…, suponte que lo atropella un coche o algo por el estilo. (A Marco): ¿Dónde están los papeles? ¿Quién es? ¿Me entiendes lo que te quiero decir?

BEATRICE: Sí, pero dime tú, ¿y de día qué pasa? Lo mismo le puede pasar en pleno día, digo yo.

EDDIE (con una voz contenida pero llena de rabia): Bueno, pero no hace falta que las vaya a buscar, Beatrice. Si ha venido a trabajar, pues a trabajar; ahora, si ha venido a pasarlo bien, entonces que vaya por ahí haciendo el tonto. (A Marco): Porque yo tenía entendido, eh, que los dos habíais venido a ganar dinero para vuestra familia. ¿Me entiendes lo que te quiero decir, o no me entiendes lo que te quiero decir? (Va hacia su mecedora).

MARCO: Eddie, no entiendo lo que me quieres decir.

EDDIE: Joder, pues quiero decir que eso es lo que yo tenía entendido, a ver si me entiendes.

MARCO: Sí. Por eso vinimos, sí.

EDDIE (se sienta en su mecedora): Bueno, pues es lo que yo quería decir.

(Eddie comienza a leer el periódico. Hay una pausa embarazosa.

De pronto Catherine se levanta y pone un disco en el fonógrafo: Muñeca de papel).

CATHERINE (con la cara enardecida por el desafío): Rodolpho, ¿quieres bailar? (Eddie da un respingo y se queda petrificado).

RODOLPHO (por deferencia hacia Eddie): No, esto… estoy cansado.

BEATRICE: Venga, Rodolpho, baila.

CATHERINE: Va, hombre, ven aquí. Este cuarteto toca de fábula. Ven.

(Le ha cogido la mano; él se levanta con cierta rigidez, sintiendo los ojos de Eddie en la nuca, y bailan).

EDDIE (a Catherine): ¿Qué es esto, un disco nuevo?

CATHERINE: No, el mismo. Lo compramos el otro día.

BEATRICE (a Eddie): Sólo han comprado tres discos. (Los mira bailar; Eddie vuelve la cara. Marco se queda sentado, esperando. De pronto Beatrice se vuelve a Eddie). Debe ser fantástico ir en un barco de pesca. A mí me encantaría. Ver todos esos países.

EDDIE: Sí.

BEATRICE (a Marco): Pero las mujeres no deben ir, a que no.

MARCO: No, en los barcos no. Faena dura.

BEATRICE: ¿Qué llevan, una cocina y todo eso?

MARCO: Sí, no se come mal en los barcos, no…, sobre todo cuando viene Rodolpho; entonces hasta engordamos.

BEATRICE: Ah, ¿sabe cocinar?

MARCO: Ya lo creo, muy buen cocinero. Arroz, pasta, pescado. De todo.

(Eddie baja el periódico).

EDDIE: Conque también cocinero, ¿eh? (Mirando a Rodolpho): Canta, cocina…

(Rodolpho sonríe agradecido).

BEATRICE: Bueno, pues no está nada mal, con eso se puede ganar uno la vida.

EDDIE: Hombre, sensacional. Canta, cocina, hace vestidos…

CATHERINE: Y cobran una barbaridad. Los jefes de cocina de los grandes hoteles son todos hombres. Sale en las revistas.

EDDIE: Pues eso es lo que estoy diciendo.

(Catherine y Rodolpho siguen bailando).

CATHERINE: Sí, bueno, pues eso.

EDDIE (a Beatrice): Tiene suerte, ya ves. (Breve pausa. Eddie desvía la mirada, luego vuelve a mirar a Beatrice). Por eso los muelles no son sitio para él. (Dejan de bailar. Rodolpho para el fonógrafo). Quiero decir, mírame a mí: ni sé cocinar, ni sé cantar, ni sé hacer vestidos…, por eso hago los muelles. Pero si supiera cocinar, si supiera cantar y si supiera hacer vestidos, no estaría en los muelles. (Sin darse cuenta ha estado enrollando el periódico hasta formar un cilindro. Todos los demás lo están mirando; Eddie advierte que está poniendo las cartas sobre el tapete y se lanza). Estaría en cualquier otra parte. Estaría, no sé, en una tienda de ropa. (Ha doblado el rollo de periódico y de repente lo parte en dos. Bruscamente se pone de pie, se sube los pantalones por encima de la tripa y se dirige a Marco). A ver qué te parece, Marco, este sábado podríamos ir al boxeo. Seguro que nunca has visto un combate, a que no.

MARCO (incómodo): Sólo en las películas.

EDDIE (va hacia Rodolpho): Os invito a los dos. ¿Qué te parece, danés? ¿Te haría gracia venir? Yo compro las entradas.

RODOLPHO: Claro. Me encantaría.

CATHERINE (va hacia Eddie; ahora nerviosa y contenta): Voy a hacer un poco de café, ¿vale?

EDDIE: ¡Buena idea, café! Que sea bueno, y cargado. (Confusa, Catherine sonríe y se dirige a la cocina. Eddie está extrañamente exaltado, se frota los puños en las palmas de la mano. Va hacia Marco). Vas a ver, Marco, vas a ver lo que es un combate de veras. ¿Has boxeado alguna vez?

MARCO: No, nunca.

EDDIE (a Rodolpho): ¿Y tú? A que tú sí has boxeado alguna vez, a que sí.

RODOLPHO: No.

EDDIE: Bueno, pues ven, que te voy a enseñar.

BEATRICE: ¿Y para qué tiene que aprender?

EDDIE: Nunca se sabe, a lo mejor cualquier día alguien le pisa un pie. Venga, Rodolpho, te voy a enseñar un par de golpes. (Se coloca delante de la mesa).

BEATRICE: Venga, Rodolpho. Es un buen boxeador, te puede enseñar mucho.

RODOLPHO (azorado): Bueno, no sé ni cómo… (Avanza hacia Eddie).

EDDIE: Tú levanta las manos. Así, ¿ves? Eso es. Muy bien, ten la izquierda levantada, porque con la izquierda es con la que guías, ¿ves?, así. (Suavemente coloca su izquierda en la cara de Rodolpho). ¿Lo ves? Ahora lo que has de hacer es bloquearme, ¿ves?, y cuando yo venga así, tú… (Rodolpho para con la izquierda). ¡Coño, eso está pero que muy bien! (Rodolpho se ríe). Venga, ahora ataca tú. Dale.

RODOLPHO: Es que no te quiero pegar, Eddie.

EDDIE: No tengas miedo, hombre. Tú dale duro, y ya te enseñaré yo cómo se bloquea. (Rodolpho lanza un corto riendo. Los otros se ríen). ¡Eso es! Venga, dale, otra vez. A la mandíbula. (Rodolpho lanza otro corto con más confianza). ¡Muy bien!

BEATRICE (a Marco): ¡Lo hace muy bien!

(Eddie cruza directamente hacia el fondo del escenario, frente a Rodolpho).

EDDIE: ¡Ya lo creo que lo hace bien! Venga ya, chico, échale huevos, que no me vas a hacer daño. (Rodolpho, más en serio, lanza unos golpes a la mandíbula de Eddie y la roza). Eso es. (Catherine entra desde la cocina y mira). Ahora te doy yo, tú bloquea, ¿estamos?

CATHERINE (con creciente alarma): ¿Qué están haciendo?

(Los dos boxean ligeramente).

BEATRICE (que sólo ve lo que hay de camaradería): Le está enseñando; y Rodolpho lo hace muy bien.

EDDIE: Ya lo creo que sí, cojonudo. ¡Mira cómo pega! (Rodolpho coloca un golpe). ¡Eso es! ¡Y ahora vigila, danés, que voy! (Hace un amago con la izquierda y pega con la derecha. Rodolpho vacila aturdido. Marco se levanta).

CATHERINE (corre hacia Rodolpho): ¡Eddie!

EDDIE: ¿Qué pasa? No le he hecho daño. ¿Te he hecho daño, chico? (Se pasa el dorso de la mano por la boca).

RODOLPHO: No, no. No me ha hecho daño, no. (A Eddie, con un cierto brillo en la sonrisa). Es que me ha pillado por sorpresa.

BEATRICE (llevándose a Eddie a la mecedora): Ya basta, Eddie; y lo ha hecho muy bien.

EDDIE: Sí. (Frotándose los puños). Podría llegar a ser bueno, Marco. Ya le volveré a enseñar.

RODOLPHO: Ven, Catherine, bailemos.

(La coge de la mano; van hacia el fonógrafo y lo ponen en marcha. Suena Muñeca de papel.

Rodolpho la rodea con los brazos. Bailan. Eddie se sienta pensativo en su silla y Marco coge una silla, la pone delante de Eddie y se queda mirándola. Beatrice y Eddie lo miran).

MARCO: ¿Tú crees que podrías levantar esta silla?

EDDIE: ¿Cómo quieres decir?

MARCO: Desde aquí. (Se arrodilla con una mano a la espalda y coge la parte inferior de una pata de la silla pero no la levanta).

EDDIE: Claro, ¿por qué no iba a poder? (Va hasta la silla, se arrodilla, coge la pata, levanta la silla unos centímetros pero la silla se inclina hasta tocar el suelo). Coño, es jodido, no me lo imaginaba. (Vuelve a intentarlo y vuelve a fallar). Es por el ángulo, ¿no?, por eso es.

MARCO: Vamos a ver.

(Se arrodilla, la coge y, con esfuerzo, lentamente levanta la silla cada vez más alto. Se pone de pie. Rodolpho y Catherine han parado de bailar mientras Marco levanta la silla por encima de la cabeza.

Marco está cara a cara con Eddie, la tensión se le marca en los ojos y la mandíbula, el cuello esta rígido, la silla está levantada como un arma sobre la cabeza de Eddie, y lo que podría parecer una mirada de advertencia se transforma en una sonrisa de triunfo, y la sonrisa de Eddie se desvanece al percibir esta mirada).

(Telón).