Primer acto
Jardín trasero de la casa de los Keller, en las afueras de una ciudad norteamericana. Agosto; época actual.
El escenario está flanqueado a derecha e izquierda por altos álamos, plantados muy cerca unos de otros, que aíslan el jardín del exterior. Al fondo, la fachada posterior de la casa, con un porche abierto y sin techo que se adentra un par de metros en el jardín. La vivienda consta de dos plantas y siete habitaciones. A principios de la década de los veinte, cuando se construyó, debió de costar unos quince mil dólares. Está bien pintada, ofrece un aspecto sólido y confortable, y entre el verde césped de su jardín algunas plantas empiezan ya a marchitarse. A la derecha, junto a la vivienda, se vislumbra el arranque del caminillo asfaltado para los coches, pero los álamos dificultan su visión desde el proscenio. En la esquina izquierda de éste, se alza un tocón de poco más de un metro de altura, y en el suelo junto a él, el resto del tronco y las ramas del esbelto manzano al que pertenecía, con frutos aún colgando de ellas. A la derecha del proscenio, un pequeño cenador con celosía, en forma de concha, de cuyo techo curvo cae una especie de tulipa decorativa. Algunas sillas de jardín y una mesa. Junto a los peldaños del porche, un cubo de basura y, al lado, un incinerador de hojas secas.
Se levanta el telón. Es domingo, por la mañana temprano. Joe Keller, sentado al sol, lee los anuncios por palabras del periódico; las restantes secciones del dominical se hallan ordenadamente apiladas en el suelo junto a él. Detrás de Keller, bajo el cenador, el doctor Jim Bayliss lee otra sección del periódico sentado a la mesa.
Keller ronda los sesenta. Es un hombre recio, duro de cuerpo y alma, que lleva bastantes años trabajando como empresario, pero aún conserva el aire de quien en otro tiempo fue operario y encargado de un taller. Cuando lee, habla o escucha, lo hace con la intensa concentración del inculto que todavía se maravilla ante cosas vulgarmente conocidas; es la clase de individuo cuyos criterios parten siempre de la experiencia y de un tosco sentido común. El hombre rudo por excelencia.
El doctor Bayliss ronda los cuarenta. Es un hombre contenido e irónico, buen conversador, pero con un fondo de amargura que se detecta incluso tras la modestia con que se burla de sí mismo.
Al inicio de la acción, Jim está de pie a la izquierda del escenario, contemplando el árbol caído. Da unos golpecitos con una pipa sobre el tocón, sopla en ella, hurga en sus bolsillos buscando tabaco y empieza a hablar.
JIM: ¿Dónde tienes el tabaco?
KELLER: Creo que lo dejé encima de la mesa. (Jim se acerca con parsimonia a la mesita del cenador, a la derecha del escenario, encuentra una petaca, y toma asiento en el banco para cargar la pipa). Esta noche tenemos lluvia.
JIM: ¿Lo dice el periódico?
KELLER: Sí, aquí viene.
JIM: Entonces no llueve seguro.
(Frank Lubey entra en escena por la derecha, a través de un pequeño hueco entre los álamos. Pese a sus treinta y dos años, muestra ya una incipiente calvicie. Es un hombre de maneras agradables e ideas dogmáticas, poco seguro de sí mismo, irritable cuando se le contraría, pero siempre dispuesto a mantener la cordialidad y el buen trato con sus vecinos. Se deja caer en el jardín de los Keller con aire despreocupado, sin propósito fijo. No repara en la presencia de Jim en el cenador. Cuando saluda, Jim no se molesta en levantar la vista).
FRANK: Buenas.
KELLER: Hola, Frank. ¿Qué te trae por aquí?
FRANK: Nada. Dando un paseo para bajar el desayuno. (Mira al cielo). Qué buen día, ¿eh? Ni una nube.
KELLER (mira al cielo): Sí, muy bueno.
FRANK: Así deberían ser todos los domingos.
KELLER (señalando el resto del dominical junto a él): ¿Quieres el periódico?
FRANK: Para qué, no trae más que malas noticias. ¿Qué desgracia toca hoy?
KELLER: No sé, yo ya no leo las noticias. Me interesan más los anuncios por palabras.
FRANK: ¿Por qué, tienes intención de comprar algo?
KELLER: No, por curiosidad. Por ver lo que busca la gente y eso. Mira, aquí, por ejemplo, hay uno que anda tras dos perros terranova. Ya me dirás tú para qué querrá un par de perros terranova.
FRANK: Curioso, sí.
KELLER: O este otro: «Se compran diccionarios antiguos. Pago muy bien». ¿Qué pensará hacer el hombre con un diccionario antiguo?
FRANK: Qué sé yo. Será coleccionista de libros.
KELLER: No me dirás que uno puede vivir de eso, ¿no?
FRANK: Claro, mucha gente lo hace.
KELLER (sacude la cabeza): Hay que ver la de negocios que hay por ahí. En mis tiempos te hacías abogado o médico o te metías a trabajar en una fábrica, no había más. Ahora…
FRANK: Pues yo iba para guarda forestal.
KELLER: ¿No te digo? En mis tiempos eso ni existía. (Escudriña la página, pasando el dedo por los renglones). Cuando ves estas páginas te das cuenta de lo ignorante que eres. (En voz baja, ojeando la página con asombro). ¡Psss!
FRANK (repara en el árbol): ¡Anda! ¿Qué ha pasado con el manzano?
KELLER: ¿Has visto qué lástima? El vendaval de anoche, que se lo llevó por delante. Lo oirías, ¿no?
FRANK: Sí, yo también tengo el jardín hecho un desastre. (Va hacia el árbol). Qué lástima. (Se vuelve hacia Keller). ¿Qué ha dicho Kate?
KELLER: Aún están todos acostados. Ya veremos cuando lo vea.
FRANK (cae en la cuenta de pronto): Lo que son las cosas…
KELLER: ¿Qué pasa?
FRANK: Que Larry nació en agosto. Este mes habría cumplido los veintisiete. Y mira tú por dónde, va el viento y tumba su manzano.
KELLER (conmovido): Vaya, te acuerdas hasta de su cumpleaños. Qué detalle, Frank.
FRANK: Bueno, es que estoy haciéndole el horóscopo.
KELLER: ¿El horóscopo? ¿Pero los horóscopos no eran para el futuro?
FRANK: Pues sí, pero es que… A Larry lo dieron por desaparecido el 25 de noviembre, ¿no?
KELLER: ¿Y?
FRANK: Pues que entonces se supone que tuvo que morir el 25 de noviembre, si es que murió. Y lo que Kate quiere…
KELLER: ¿Así que Kate te ha pedido que le hicieras el horóscopo?
FRANK: Sí, quiere averiguar si el 25 de noviembre fue un día favorable para Larry.
KELLER: ¿Cómo que un día favorable?
FRANK: Sí, hombre, un día favorable para una persona es un día de suerte, según sus astros. Es decir, que sería prácticamente imposible que Larry hubiera muerto en su día favorable.
KELLER: Bueno, ¿y…? ¿Era o no su día favorable aquel 25 de noviembre?
FRANK: Eso estoy intentando averiguar. ¡La cosa lleva su tiempo! Verás, el caso es que si el 25 de noviembre era su día favorable, es muy posible que esté vivo en alguna parte, porque…, bueno, que es posible quiero decir. (De pronto repara en Jim, que lo mira como si fuera imbécil. A Jim, con sonrisa vacilante): No te había visto siquiera.
KELLER (a Jim): ¿Tú crees que desvaría?
JIM: ¿Quién, él? No, hombre. Lo que pasa es que está mal de la cabeza, eso es todo.
FRANK (molesto): A ti lo que te pasa es que no crees en nada.
JIM: Y a ti que te lo crees todo. No habrás visto a mi hijo esta mañana, ¿verdad?
FRANK: No.
KELLER: ¿Te puedes creer que le ha birlado el termómetro? Se lo ha quitado del maletín.
JIM (se levanta): Menudo elemento. En cuanto le echa el ojo a una chica, ya está tomándole la temperatura. (Se dirige al caminillo asfaltado y tiende la vista hacia la calle al fondo).
FRANK: Ese chico acabará siendo un señor médico; es listo.
JIM: ¿Médico? Por encima de mi cadáver. Lo que no sería mal comienzo, por otra parte.
FRANK: ¿Por qué dices eso? Es una profesión bien respetable.
JIM (lo mira con hastío): Frank, ¿cuándo dejarás de hablar como un manual de civismo?
(Keller ríe).
FRANK: Precisamente, hace un par de semanas vi una película que me hizo pensar en ti. Iba sobre un científico que…
KELLER: ¡Don Ameche![*]
FRANK: Sí, ése era, creo. Trabajaba en un sótano haciendo experimentos. Eso es lo que tú deberías hacer, ayudar a la humanidad, en vez de…
JIM: Con un sueldo de la Warner, yo encantado de ayudar a la humanidad.
KELLER (apunta hacia él con el dedo, riéndole la gracia): Muy bueno, Jim.
JIM (mira hacia la casa): Oye, ¿y esa chica tan guapa que iba a venir?
FRANK (ilusionado): ¿Ha llegado Annie?
KELLER: Claro, hombre, está durmiendo arriba. Llegó anoche en el tren de la una, fuimos a recogerla a la estación. Impresionante. Se fue de aquí que era una canija escuchimizada. Pasan un par de años, y aquí la tienes, hecha toda una mujer. Trabajo me costó reconocerla, y mira que la niña se pasaba el día entrando y saliendo de este jardín… No sabes lo feliz que era aquella familia que vivía en tu casa, Jim.
JIM: Me gustaría conocer a esa chica. Buena falta está haciendo una vecina guapa en esta calle… No hay maldita cosa que merezca la pena en todo el barrio. (Entra Sue, la mujer de Jim, por la izquierda. Ronda los cuarenta, es una mujer entrada en carnes y con temor al sobrepeso. Al verla entrar, Jim añade con ironía): Aparte de mi mujer, naturalmente.
SUE (con el mismo talante): Tienes a la señora Adams al teléfono, sabandija.
JIM (a Keller): Así es la vida (yendo hacia su mujer), amor mío, vida mía…
SUE: Déjate de pamplinas. (Señala hacia la casa de ambos, a la izquierda). Y no te andes con contemplaciones. A ésa se le huele el perfume hasta por teléfono.
JIM: ¿Ahora qué le pasa?
SUE: Yo qué sé, amor mío. Por cómo suena, parece que esté retorciéndose de dolor…, a menos que se haya llenado la boca de caramelos.
JIM: ¿Por qué no le dices que se acueste un rato y ya está?
SUE: Porque a ella le gusta que seas tú quien le diga de acostarse. ¿Y al señor Hubbard cuándo vas a ir a verlo?
JIM: Amor mío, el señor Hubbard no está enfermo. Además, tengo mejores cosas que hacer que sentarme a su vera y tomarle la manita.
SUE: Pues para mí que por diez dólares bien podrías tomársela.
JIM (a Keller): Dile a tu hijo que si le apetece jugar al golf, cuando quiera estoy dispuesto. (Yendo hacia la izquierda). O como si quiere irse a dar la vuelta al mundo y no volver en treinta años. (Sale por la izquierda).
KELLER: ¿Por qué lo martirizas? Es médico, es normal que lo llamen las mujeres.
SUE: Yo sólo he dicho que la señora Adams estaba al teléfono. ¿Me das un poco de perejil?
KELLER: Sí, faltaría más. (Sue va hacia la mata de perejil, a la izquierda, y arranca unas ramitas). Fuiste enfermera demasiado tiempo, Susie. Eres demasiado…, demasiado… realista.
SUE (apunta hacia él riéndose): ¡Tú lo has dicho!
(Entra Lydia Lubey por la derecha. Es una joven de veintisiete años, risueña y lozana).
LYDIA: Frank, la tostadora… (Repara en los demás): ¿Qué tal?
KELLER: ¡Hola!
LYDIA (a Frank): La tostadora, que se ha estropeado otra vez.
FRANK: Tú enchúfala, que la acabo de arreglar.
LYDIA (de buen talante, pero firme): Anda, cielo, ve y déjala como estaba, haz el favor.
FRANK: ¡Parece mentira que no sepas ni enchufar una simple tostadora!
(Frank sale por la derecha).
SUE (ríe): Thomas Edison.
LYDIA (disculpando a Frank): La verdad es que es muy manitas. (Ve el árbol caído). ¡Vaya! ¿Lo ha tirado el viento?
KELLER: Sí, anoche.
LYDIA: Qué lástima. ¿Ha venido Annie?
KELLER: Enseguida bajará. Quédate y la conoces, Sue, es una mujer de bandera.
SUE: Una tendría que haber nacido hombre. Todo el mundo está empeñado en presentarme a mujeres guapas. (A Joe): Dile que se pase luego por casa; supongo que tendrá curiosidad por ver los cambios que hemos hecho desde que se marcharon. Ah, y gracias por el perejil. (Sale por la izquierda).
LYDIA: ¿Aún sigue apenada, Joe?
KELLER: ¿Quién, Annie? Supongo que no va por ahí dando saltos de alegría, pero yo diría que lo ha superado.
LYDIA: ¿Algún compromiso a la vista? ¿Alguien que…?
KELLER: Me figuro…, a ver, han pasado ya un par de años. No va a guardarle luto toda la vida.
LYDIA: Se me hace tan raro… Annie aquí, soltera aún. Y yo con tres niños ya. Siempre pensé que sería al revés.
KELLER: Bueno, es lo que traen las guerras. Yo tenía dos hijos, y no me queda más que uno. La guerra descuadró todas las cuentas. En mis tiempos tener un hijo varón era un honor. Hoy día los médicos se harían de oro si descubrieran cómo traer al mundo niños incapaces de darle al gatillo.
LYDIA: Ahora que lo dices, precisamente estaba leyendo… (Chris Keller sale de la casa y se detiene en el umbral). ¡Hola, Chris!…
(Frank llama a voces a su mujer, desde la derecha).
FRANK: ¡Lydia, ven aquí! Si quieres que la tostadora funcione, no enchufes la batidora.
LYDIA (ríe abochornada): ¿He enchufado la bati…?
FRANK: ¡La próxima vez que te arregle algo no me trates de inútil! ¡Ven aquí ahora mismo!
LYDIA (a Keller): Ésta la voy a pagar cara.
KELLER (en dirección a Frank, a voces): ¿Qué más da, hombre? ¡En vez de tostadas te haces un batido y ya está!
LYDIA: ¡Chisss! (Sale por la derecha, riendo).
(Chris la sigue con la mirada. Tiene treinta y dos años y es recio de constitución, como su padre. Sabe escuchar y es un hombre con una enorme capacidad de afecto y lealtad. Entra en escena con una taza de café en una mano y una rosquilla a medio comer en la otra).
KELLER: ¿Quieres el periódico?
CHRIS: No te preocupes, con la sección de libros me conformo. (Se agacha y extrae parte del periódico que está en el suelo).
KELLER: Siempre leyendo sobre libros y luego no compras ninguno.
CHRIS (acercándose al banco): Me gusta estar al corriente de lo mucho que ignoro. (Toma asiento).
KELLER: ¿Qué pasa, que sale un libro nuevo cada semana?
CHRIS: Uno, no, muchos.
KELLER: Todos distintos.
CHRIS: Todos distintos.
KELLER (sacude la cabeza, deja la navaja sobre el banco y lleva la piedra de afilar al armario): ¡Psss! ¿Se ha levantado ya Annie?
CHRIS: Mamá está poniéndole el desayuno en el comedor.
KELLER (se acerca a la parte delantera del escenario y contempla el árbol caído): ¿Has visto cómo ha quedado el manzano?
CHRIS (sin levantar la vista): Sí.
KELLER: ¿Qué va a decir tu madre?
(Bert llega corriendo por el caminillo asfaltado. Tendrá unos ocho años. Salta sobre la banqueta y luego sobre la espalda de Keller).
BERT: Por fin se ha levantado.
KELLER (le hace dar una voltereta y luego lo deja en el suelo): ¡Hombre, ya está aquí Bert! ¿Y Tommy dónde se ha metido? Otra vez le ha birlado el termómetro a su padre.
BERT: Está tomándole la temperatura a alguien.
CHRIS: ¿Qué?
BERT: Pero sólo la oral, ¿eh?
KELLER: Ah, bueno, mientras sólo sea la oral… ¿Qué nuevas me traes esta mañana, Bert?
BERT: Ninguna. (Va hacia el árbol caído y da vueltas en torno a él).
KELLER: Eso es que no has patrullado la calle como es debido. Al principio de nombrarte vigilante, me traías nuevas cada mañana. Últimamente, nunca tienes nada que contarme.
BERT: Bueno, sí, unos niños de la calle Treinta… Se pusieron a darle patadas a una lata calle abajo y los eché para que no lo despertaran a usted.
KELLER: Ah, bueno, eso ya es otra cosa, Bert. Así me gusta, que no se te escape nada. El día menos pensado tendré que ascenderte a detective.
BERT (tira de él hacia sí por la solapa y le susurra al oído): ¿Me enseña el calabozo entonces?
KELLER: Ah, no, eso está prohibido, Bert. Ya sabes que el calabozo no se puede ver.
BERT: Bah, porque no existe, ¿a que no? No veo que haya ninguna reja en el sótano.
KELLER: Bert, palabra de honor de que en ese sótano hay un calabozo. Bien que te enseñé mi escopeta, ¿no?
BERT: Pero si era una escopeta de caza.
KELLER: ¡Es una escopeta de reglamento!
BERT: Entonces, ¿por qué nunca mete a nadie en el calabozo? Ayer Tommy le dijo otra palabrota a Doris, tendría que haberlo bajado de categoría.
KELLER (ríe entre dientes y guiña un ojo a Chris, que está escuchando la conversación divertido): Sí, la verdad es que el tal Tommy es un pájaro de cuidado. (Hace un gesto a Bert para que se acerque). ¿Qué palabrota era ésa, eh?
BERT (retrocede enseguida, avergonzado): Ah, eso no se dice.
KELLER (lo agarra por la camisa y tira de él hacia sí): Bueno, pues dame una pista al menos.
BERT: No puedo. Es una palabra muy fea.
KELLER: Pues dímela al oído. Yo cierro los ojos. Lo mismo ni la oigo siquiera.
BERT (de puntillas, acerca los labios al oído de Keller, pero enseguida se arrepiente, corrido de vergüenza, y da un paso atrás): No puedo, señor Keller.
CHRIS (riéndose): Papá, no fuerces al crío.
KELLER: Está bien, Bert. Confío en tu palabra. Y ahora sal ahí fuera y abre bien los ojos.
BERT (intrigado): ¿Para qué?
KELLER: ¿Cómo que para qué? Bert, el barrio entero depende de ti. Un polizonte no hace preguntas. ¡Venga, y bien abiertos esos ojos!
BERT (desconcertado, pero dispuesto): Sí, señor. (Echa a correr hacia la derecha, por detrás del cenador).
KELLER (antes de que el niño desaparezca): Y ya sabes, Bert, de esto ni una palabra a nadie.
BERT (se detiene y asoma la cabeza por el cenador): ¿De qué?
KELLER: De todo en general. Ándate con cien ojos.
BERT (asiente con la cabeza, confundido): Sí, señor. (Bert sale por la derecha).
KELLER (se echa a reír): ¡Traigo locos a estos chiquillos!
CHRIS: El día menos pensado se te presentan aquí todos y te muelen a palos.
KELLER: ¿Qué va a decir tu madre? No sé si debiéramos decírselo antes de que lo vea.
CHRIS: Ya lo ha visto.
KELLER: ¿Cómo que lo ha visto? Yo he sido el primero en levantarme. La he dejado en la cama durmiendo.
CHRIS: Estaba aquí fuera cuando se partió.
KELLER: ¿A qué hora fue eso?
CHRIS: Serían las cuatro de la mañana. (Señala la ventana de arriba). Me desperté con el crujido y me asomé a ver. Estaba de pie aquí mismo cuando se partió.
KELLER: ¿Qué hacía en el jardín a las cuatro de la mañana?
CHRIS: No lo sé. Luego entró enseguida en la cocina y estuvo un rato llorando.
KELLER: ¿Bajaste a hablar con ella?
CHRIS: No, pensé…, pensé que preferiría estar sola… (Pausa).
KELLER (visiblemente afectado): ¿Lloraba mucho?
CHRIS: Se la oía desde mi habitación.
KELLER (tras una breve pausa): ¿Qué estaría haciendo aquí fuera a esas horas? (Chris guarda silencio. En la voz de Keller asoma un punto de enojo). Ya está otra vez soñando con él. Venga a dar vueltas por la noche.
CHRIS: Será eso.
KELLER: Igual que cuando murió tu hermano. (Breve pausa). ¿A qué se deberá?
CHRIS: Yo qué sé. (Breve pausa). Pero lo que sí sé, papá, es que hemos cometido una gran equivocación con ella.
KELLER: ¿Por qué equivocación?
CHRIS: Por tenerla engañada. Esas cosas se pagan tarde o temprano, y es lo que está pasando ahora.
KELLER: ¿Qué quieres decir con que la hemos tenido engañada?
CHRIS: Tú sabes tan bien como yo que Larry no va a volver. ¿Por qué la hemos dejado creer que también nosotros tenemos esperanzas?
KELLER: ¿Qué quieres hacer, pelearte con ella?
CHRIS: No, pelearme, no, pero ya va siendo hora de que acepte que nadie tiene esperanzas de que Larry siga vivo. (Keller se aparta sin responder, pensativo, con la mirada fija en el suelo). ¿Por qué no iba a soñar con él y pasarse las noches en vela esperándole? ¿La hemos desengañado nosotros acaso? ¿Le hemos dicho claramente que ya hemos perdido toda esperanza? ¿Que hace años que la perdimos?
KELLER (horrorizado de pensarlo): No se le puede decir eso.
CHRIS: Pues hay que hacerlo.
KELLER: ¿Cómo piensas demostrarlo? ¿Tienes pruebas?
CHRIS: ¡Por amor de Dios, si han pasado ya tres años! Nadie aparece de buenas a primeras al cabo de tres años. Es un disparate.
KELLER: Lo será para ti, y también para mí. Pero no para ella. Ya puedes desgañitarte todo lo que quieras, pero sin cuerpo ni tumba que valgan, ya me dirás tú cómo se la convence.
CHRIS: Papá, siéntate. Tengo que hablar contigo.
KELLER (mira a su hijo, intrigado por un instante, y al ir a sentarse…): La culpa la tienen esos malditos periódicos. Cada mes te vienen con alguno que ha aparecido de la noche a la mañana, y, claro, no es de extrañar que ella espere que el próximo sea Larry…
CHRIS: Sí, sí, pero escúchame un momento. (Breve pausa. Keller se sienta en el banco). Sabes por qué le he pedido a Annie que viniera a esta casa, ¿verdad?
KELLER (lo sabe, pero…): ¿Por qué?
CHRIS: Lo sabes perfectamente.
KELLER: Bueno, algo barrunto, pero… Cuéntamelo tú.
CHRIS: Quiero pedirle que se case conmigo. (Breve pausa).
KELLER (asiente con la cabeza): Tú sabrás, eso es cosa tuya, Chris.
CHRIS: Sabes muy bien que no es sólo cosa mía.
KELLER: ¿Y qué quieres de mí? Ya tienes edad para saber lo que haces.
CHRIS (indagando, disgustado): Entonces, ¿qué? ¿Te parece bien? ¿Tiro adelante?
KELLER: Bueno, antes tendrías que saber si tu madre no…
CHRIS: Pues entonces no es sólo cosa mía.
KELLER: Yo sólo digo que…
CHRIS: A veces me sacas de quicio, ¿sabes? Si se lo digo a mamá y le da el ataque, es cosa tuya también, ¿o no, eh? Hay que ver lo bien que te las ingenias para escurrir el bulto.
KELLER: ¡Si no queda más remedio! Estamos hablando de la novia de Larry…
CHRIS: Annie ya no es novia de Larry.
KELLER: Para tu madre Larry no ha muerto todavía y tú no tienes derecho a quitarle la novia. (Breve pausa). Tú verás lo que haces sabiendo lo que sabes, yo sólo te digo que yo no sé por dónde tirar. ¿Qué quieres que haga yo?
CHRIS: No sé por qué será, pero cada vez que le echo el ojo a algo, me toca dar marcha atrás para no hacer sufrir a otro. Toda mi puñetera vida, siempre lo mismo.
KELLER: Porque eres una persona considerada, ¿qué hay de malo en eso?
CHRIS: Que ya estoy harto.
KELLER: ¿Te has declarado ya a Annie?
CHRIS: Antes quería aclarar el asunto.
KELLER: ¿Cómo sabes que te va a decir que sí? ¿Y si ella lo ve como tu madre?
CHRIS: Pues entonces, fin de la historia. En sus cartas daba la impresión de haberlo superado. Ahora me enteraré. Pero después se lo soltamos a mamá, ¿eh? No me evites, papá, haz el favor.
KELLER: Tu problema es que sales poco con chicas. De siempre te ha pasado lo mismo.
CHRIS: ¿Y qué? No se me da bien el trato con las mujeres.
KELLER: No entiendo por qué tiene que ser Annie…
CHRIS: Porque sí.
KELLER: Buena respuesta, pero eso no aclara nada. No la has visto desde que te marchaste al frente. Cinco años va a hacer ya.
CHRIS: No lo puedo evitar. Conozco a Ann mejor que a ninguna otra mujer. Éramos vecinos, nos criamos juntos. En todo este tiempo, cuando pensaba en una mujer con la que casarme, era Annie quien me venía al pensamiento. ¿Qué quieres, un gráfico que te lo explique?
KELLER: No, no quiero gráficos… Es que… yo… Ella cree que va a volver, Chris. Casarte con esa chica sería como darlo por muerto. ¿Y qué será de tu madre entonces? ¿Eh? A ver, dime tú, porque yo no lo sé. (Pausa).
CHRIS: Entendido, papá.
KELLER (pensando que Chris se ha echado atrás): Piénsatelo mejor.
CHRIS: Llevo tres años pensándolo. Confiaba en que mamá se olvidara de Larry con el tiempo y que pudiéramos casarnos tranquilamente, tan felices todos. Pero si aquí no va a poder ser, tendré que irme.
KELLER: ¿Qué demonios quieres decir con eso?
CHRIS: Que me iré. Me casaré y me marcharé a vivir a otra ciudad. Nueva York, por ejemplo.
KELLER: ¿Tú estás loco?
CHRIS: Llevo demasiado tiempo siendo un buen hijo, siempre haciendo el primo. Ya estoy harto.
KELLER: Tienes un negocio que atender aquí. ¿A qué demonios viene esto?
CHRIS: ¡Negocio! A mí el negocio no me dice nada.
KELLER: ¿Y es que tiene que decirte algo?
CHRIS: Sí. Le encuentro interés como mucho una hora al día. Si he de trabajar como un burro todo el santo día para ganarme la vida, al menos por la noche quiero sentirme satisfecho. Quiero tener una familia, hijos, crear algo a lo que poder entregarme en cuerpo y alma. Annie es el centro de ese sueño. Ahora dime tú…, ¿dónde crees que voy a encontrar eso?
KELLER: ¿Insinúas…? (Se acerca a él). Dime una cosa, ¿insinúas que dejarías el negocio?
CHRIS: Sí. Si fuera preciso, sí.
KELLER (después de una pausa): Pues… ni se te ocurra pensarlo.
CHRIS: Entonces pon de tu parte para que me quede.
KELLER: Está bien…, pero ni se te ocurra pensarlo. Porque, si no, ¿para qué he trabajado yo entonces? ¡Todo el tinglado este que he montado es tuyo, Chris, tuyo y sólo tuyo!
CHRIS: Lo sé, papá. Tú pon de tu parte para que me quede.
KELLER (alza el puño hacia la mandíbula de su hijo): Pero ni se te ocurra pensarlo, ¿me oyes?
CHRIS: Ya lo he pensado.
KELLER (baja el puño): No te comprendo, ¿verdad?
CHRIS: No, no me comprendes. Soy más fuerte de lo que imaginabas.
KELLER: Ya. Ya lo veo.
(La madre aparece en el porche. Es una mujer de cincuenta y pocos años, de carácter impulsivo y con una desmedida capacidad de amar).
LA MADRE: ¿Joe?
CHRIS (va hacia el porche): Hola, mamá.
LA MADRE (señalando hacia la casa a su espalda. A Keller): ¿Has cogido tú una bolsa que había debajo del fregadero?
KELLER: Sí, la saqué al cubo de fuera.
LA MADRE: Pues vete a por ella. Dentro estaban mis patatas.
(Chris suelta una carcajada y va hacia el callejón).
KELLER (entre risas): Creí que era basura.
LA MADRE: La próxima vez, Joe, no me seas tan servicial, haz el favor.
KELLER: Ya te compraré otra bolsa de patatas, mujer. Será por dinero…
LA MADRE: Anoche Minnie fregó el cubo de fuera con agua hirviendo. Está más limpio que tus dientes.
KELLER: Por cierto, no entiendo que después de cuarenta años trabajando y pagando como pago una criada, tenga que ser yo quien saque la basura.
LA MADRE: Si te entrara en la cabeza que no todas las bolsas que están en la cocina son de basura, no andarías tirándome la comida. La última vez fueron las cebollas.
(Chris vuelve a escena y tiende a su madre la bolsa con las patatas).
KELLER: No me gusta guardar basura en casa.
LA MADRE: Pues entonces no comas. (Entra en la cocina con la bolsa).
CHRIS: Ya te han puesto en tu sitio por hoy.
KELLER: Sí, en la cola, para variar. Hay que ver, antes pensaba que cuando volviera a hacer dinero, meteríamos a una criada y así mi mujer no se pasaría el día trajinando. Y ahora que tengo dinero y criada, resulta que mi mujer le hace la faena a ella. (Se sienta en una silla. La madre sale a escena durante la última frase, con una cacerola llena de judías verdes).
LA MADRE: Es su día libre, ¿de qué reniegas?
CHRIS (a la madre): ¿Aún no ha terminado de desayunar Annie?
LA MADRE (contemplando con desazón el jardín): Ahora sale. (Va hacia el manzano). El viento se ha cebado con el jardín. (Hablando del árbol). Se lo llevó, gracias a Dios.
KELLER (señalando la silla a su lado): Siéntate, mujer, descansa un rato.
LA MADRE (se lleva la mano a la coronilla): Se me ha puesto un dolor muy raro aquí en lo alto de la cabeza.
CHRIS: ¿Te traigo una aspirina?
LA MADRE (recoge unos pétalos del suelo, se queda de pie oliéndolos y luego los esparce sobre las plantas): Adiós a las rosas. Es curioso como…, como todo ha decidido pasar a la vez. Este mes cumple años, el viento se lleva su manzano, viene Annie. Es como si el pasado entero volviera de pronto. Hace un momento estaba en el sótano y, mira por dónde, me encuentro su guante de béisbol. Hace siglos que no lo veía.
CHRIS: ¿A que Annie tiene buen aspecto?
LA MADRE: Sí, muy bueno. De eso no hay duda. Está muy guapa… Sigo sin entender qué la trae por aquí. No es que no me alegre de verla, pero…
CHRIS: Pensé que a todos nos sentaría bien un reencuentro. (La madre lo mira sin más, asintiendo muy levemente con la cabeza, casi como admitiendo algo). Además, que tenía muchas ganas de volver a verla.
LA MADRE (deja de mover la cabeza. A Keller): Aunque parece que se le ha afilado la nariz. En fin, en mi corazón siempre habrá sitio para esa chica. No fue como otras, que les faltó tiempo para acostarse con otros en cuanto se supo lo de sus novios.
KELLER (como si eso fuera impensable de Annie): Pero ¿qué…?
LA MADRE: Yo sé lo que me digo. Muchas ni esperaron a abrir los telegramas. En fin, me alegro de que haya venido, para que veáis que tan loca no estoy. (Se sienta y se pone inmediatamente a partir las judías en la cacerola).
CHRIS: Que no se haya casado no significa que esté guardando luto por Larry.
LA MADRE (tanteando el terreno): ¿Pues por qué no se ha casado entonces?
CHRIS (un tanto azorado): Pues… puede haber muchas razones.
LA MADRE (dirigiéndose a él): ¿Como por ejemplo?
CHRIS (avergonzado, pero firme): Yo qué sé. Muchas. ¿Quieres que te traiga una aspirina?
LA MADRE (se lleva la mano a la cabeza, se levanta y va casi inconscientemente hacia los árboles): No es jaqueca lo que tengo.
KELLER: Que no duermes, eso es lo que tienes. Esta mujer gasta más pantuflas que zapatos.
LA MADRE: He pasado una noche horrorosa. (Se detiene). Como nunca en mi vida de mala.
CHRIS (mira a Keller): ¿Y eso por qué, mamá? ¿Algún sueño?
LA MADRE: Peor, peor que un sueño.
CHRIS (titubeante): ¿Soñaste con Larry?
LA MADRE: Estaba dormida profundamente, y… (Levanta el brazo en dirección al público). ¿Os acordáis de cuando Larry estaba en prácticas y pasaba junto a la casa volando raso con su avión, y casi le veíamos la cara metido en la cabina? Así fue como lo vi. Sólo que a más altura. Volando muy alto, cerca de las nubes. Era tan real que casi podía alargar la mano y tocarle. Y de pronto empezó a caer. Lloraba, me llamaba… «¡Mamá, mamá!». Lo oía como si estuviera en mi cuarto. «¡Mamá!…». Era su voz. Yo sabía que si conseguía tocarle, dejaría de caer… Ojalá hubiera podido… (Se interrumpe y baja la mano alzada). Cuando desperté, fue todo tan extraño… El viento… sonaba como el motor de su avión… Salí aquí… Aún debía de estar medio dormida. Oía aquel motor como si estuviera sobrevolando la casa. El manzano se partió justo delante de mí… y como que… me desperté sobresaltada. (Está mirando el manzano. De pronto repara en algo, se vuelve y agita levemente un dedo admonitorio en dirección a Keller). ¿Ves? Nunca debimos plantar ese árbol. Lo dije desde el primer momento. Era demasiado pronto para plantar un árbol en su memoria.
CHRIS (alarmado): ¡Demasiado pronto!
LA MADRE (enfadándose): Sí, demasiado precipitado. Todo el mundo con tanta prisa por enterrarlo. Yo decía que era demasiado pronto para plantarlo. (A Keller): ¡Te dije que…!
CHRIS: ¡Mamá, mamá! (Ella lo mira a los ojos). Ha sido el viento el que lo ha tirado. No le busques tres pies al gato. ¿De qué hablas? Por favor, mamá… No sigas dándole vueltas, haz el favor. No es bueno, no sirve de nada. Mira, he estado pensando que…, que quizá deberíamos hacer todos un esfuerzo por olvidarlo.
LA MADRE: Es la tercera vez que dices eso en lo que va de semana.
CHRIS: Porque no está bien; ya tendríamos que haber rehecho nuestras vidas. Es como si estuviéramos en una estación de ferrocarril esperando un tren que nunca llega.
LA MADRE (se lleva la mano a la coronilla): Anda y tráeme una aspirina, hijo.
CHRIS: Ahora mismo, y vamos a dejar el tema de una vez, ¿eh, mamá? He pensado que podríamos salir a cenar fuera los cuatro un par de noches, incluso bajar al lago a echar un baile.
LA MADRE: Bueno. (A Keller): Podría ser esta noche.
KELLER: ¡Por mí, fantástico!
CHRIS: Venga, vamos a divertirnos un poco. (A la madre): Primero, te tomas esa aspirina. (Chris entra en la casa, ya de mejor talante. La sonrisa de ella se desvanece).
LA MADRE (con un deje de reproche): ¿A qué viene invitarla ahora?
KELLER: ¿Y por qué no?
LA MADRE: Hace ya tres años y medio que se marchó a Nueva York. ¿Por qué de pronto…?
KELLER: Pues será que…, será que le apetecía verla simplemente…
LA MADRE: Nadie recorre mil kilómetros «simplemente» para ver a una persona.
KELLER: ¿Qué estás insinuando? Vivieron puerta con puerta toda la vida, es normal que tenga ganas de verla. (La madre lo mira con reproche). No me mires así, a mí no me ha dicho nada que no te haya dicho a ti.
LA MADRE (a modo de pregunta a la par que advertencia): No va a casarse con Annie.
KELLER: ¿Tú qué sabes si se le ha pasado por la cabeza siquiera?
LA MADRE: Da toda la impresión.
KELLER (expectante): Bueno, ¿y qué? ¿Qué mal habría en ello?
LA MADRE (intranquila): ¿Qué está pasando aquí, Joe?
KELLER: Mira, nena…
LA MADRE (evita el contacto con él): No es su novia, Joe; Ann sabe que no es su novia.
KELLER: No puedes leerle el pensamiento.
LA MADRE: Entonces, ¿por qué sigue soltera? En Nueva York hay hombres a patadas, ¿por qué no se ha casado ya? (Pausa). Seguro que le habrán dicho cientos de veces que está haciendo el tonto, pero ella ha seguido esperando.
KELLER: ¿Y tú qué sabes por qué ha esperado?
LA MADRE: Porque Annie sabe lo mismo que yo, por eso. Y porque es fiel como ninguna. Cuando tengo un mal momento, pienso en ella allí esperando y me convenzo otra vez de que estoy en lo cierto.
KELLER: Mira, hace un día precioso. ¿Para qué vamos a discutir?
LA MADRE (en tono de advertencia): Nadie de esta casa va a quitarle la esperanza, Joe. Un extraño, puede. Pero no el padre de su novio, ni su hermano.
KELLER (exasperado): ¿Qué quieres que haga yo? ¿Qué quieres?
LA MADRE: Quiero que hagas como que Larry va a volver. Y Chris, lo mismo. No creas que no os lo he notado desde que la invitó a venir. No pienso consentirlo.
KELLER: Pero, Kate…
LA MADRE: Porque si Larry no va a volver, ¡yo me mato! Ríete. Ríete de mí todo lo que quieras. (Señala el árbol). Pero ¿por qué ha pasado eso precisamente ahora, justo la noche en que llega Annie? Tú ríete, pero esas cosas tienen su razón de ser. Ella durmiendo en el dormitorio de Larry y el árbol plantado en su memoria se hace pedazos. Míralo; mira. (Se sienta en el banco, a la izquierda de su marido). Joe…
KELLER: Cálmate.
LA MADRE: Ten fe como la tengo yo, Joe. Yo sola no puedo.
KELLER: Cálmate.
LA MADRE: La semana pasada sin ir más lejos apareció un soldado en Detroit al que habían dado por desaparecido antes que a Larry. Tú mismo lo leíste.
KELLER: Está bien, está bien, cálmate.
LA MADRE: Tú, más que nadie, tienes que tener fe, tú…
KELLER (se pone en pie): ¿Por qué yo más que nadie?
LA MADRE: No pierdas la fe, eso es todo…
KELLER: ¿Qué insinúas con que yo más que nadie?
(Bert entra a toda prisa por la izquierda).
BERT: ¡Señor Keller! Jo, señor Keller… (Señalando hacia la calle). ¡Tommy la ha dicho otra vez!
KELLER (ha olvidado por completo el asunto): ¿Decir qué?… ¿De quién me…?
BERT: La palabrota.
KELLER: Ah. Pues…
BERT: ¡Jo! ¿No va a meterlo en el calabozo? Se lo había advertido.
LA MADRE (con brusquedad): Ya basta, Bert. Vete a tu casa. (Bert retrocede ante el avance de Kate). Aquí no hay ningún calabozo.
KELLER (contrariado porque su mujer no le sigue el juego): Kate…
LA MADRE (se vuelve hacia Keller, furiosa): ¡Aquí no hay calabozo que valga! ¡Haz el favor de acabar con esa historia de una vez!
(Keller se vuelve, abochornado, pero con fastidio).
BERT (a Keller, haciendo caso omiso de ella): Tommy está ahí mismo, en la acera de enfrente…
LA MADRE: Vete a casa, Bert. (Bert se da la vuelta y se aleja por el caminillo. La madre está muy alterada. Habla a trompicones, en tono imperioso). Quiero que acabes de una vez con esa historia, Joe. ¡Ya está bien de ese dichoso calabozo!
KELLER (alarmado y, por tanto, con ira): ¡Mira, pero mírate, si estás temblando!
LA MADRE (intentando dominarse, va de un lado para otro, nerviosa, con las manos entrelazadas): No puedo evitarlo.
KELLER: ¿Qué tengo que ocultar? ¿Qué demonios te pasa, Kate?
LA MADRE: Yo no he dicho que tuvieras nada que ocultar, ¡sólo digo que dejes de una vez esa historia! ¡Ya basta!
(En ese momento Ann y Chris salen al porche. Ann tiene veintiséis años, es una chica dulce y amable, pero capaz aun así de defender férreamente sus ideas. Chris le abre la puerta).
ANN: ¡Hola, Joe! (Al hacer ella entrada, las risas de todos brotan de manera natural y nada forzada, pues se conocen de toda la vida).
CHRIS (ayuda a Ann a bajar los peldaños, con el brazo caballerosamente extendido): Respira este aire, nena. Ya quisierais tener un aire como éste en Nueva York.
LA MADRE (con franca admiración): Annie, ¿de dónde has sacado ese vestido?
ANN: No pude resistirme. Ahora mismo me lo quito para que no se me estropee. (Gira exhibiéndolo). No está mal por el sueldo de tres semanas, ¿verdad?
LA MADRE (a Keller): ¿A que es la chica más…? (A Ann): Es precioso, precioso de verd…
CHRIS (a la madre): Bromas aparte, ¿a que es la chica más guapa que habéis visto en la vida?
LA MADRE (desprevenida ante la evidente admiración de su hijo, alarga la mano automáticamente hacia el vaso de agua y la aspirina que le trae y…): Has engordado un poquitín, ¿verdad, hija? (Traga la aspirina y bebe).
ANN: Bueno, unos kilitos que van y vienen.
KELLER: ¡Fíjate qué piernas se le han puesto!
ANN (corre hacia la valla de madera a la izquierda): ¡Pero, bueno, cómo se han puesto de frondosos los álamos!, ¿no?
KELLER (va hacia el banco y se sienta): Han pasado tres años, Annie. Nos vamos haciendo mayores, hija.
LA MADRE: ¿Qué tal tu madre?, ¿está contenta en Nueva York?
(Ann atisba una y otra vez entre los árboles).
ANN (disgustada): ¿Por qué han quitado la hamaca que teníamos en el jardín?
KELLER: No la quitaron, se rompió. Hace un par de años.
LA MADRE: ¿Cómo que «se rompió»? El vecino, que se tumbó a echar la siesta después de un atracón de los suyos.
ANN (ríe y se vuelve hacia el jardín de Jim): ¡Uy, perdón!
(Jim se ha acercado a la valla y se asoma, fumando un puro. Cuando Ann lo descubre sobresaltada, Jim se vuelve y entra en escena).
JIM: ¿Qué tal? (A Chris): ¡Parece una chica muy inteligente!
CHRIS: Ann, te presento a Jim…, el doctor Bayliss.
ANN (estrecha la mano de Jim): Encantada, Chris lo menciona mucho en sus cartas.
JIM: No te creas nada de lo que te diga. Chris siempre tiene una palabra amable para todo el mundo. En su escuadrón lo llamaban Madre McKeller.
ANN: No me extraña… ¿Sabe una cosa…? (A la madre): Se me hace tan raro verlo salir de ese jardín. (A Chris): Será que me siento aún como una cría. Casi parece que mis padres estuvieran en esa casa ahora mismo. Y mi hermano y tú estudiando álgebra, y Larry intentando copiarse mis deberes. Dios mío, la de agua que ha pasado bajo el puente desde entonces.
JIM: Oye, no insinuarás que quieres echarme, ¿verdad?
SUE (a voces desde la izquierda): ¡Jim, ven! ¡El señor Hubbard al teléfono!
JIM: Ya te he dicho que no quiero…
SUE (con dulzura imperiosa): ¡Por favor, cariño! ¡Por favor!
JIM (resignado): Ya va, Susie (con voz apagada), ya va, ya va… (A Ann): Aunque acabemos de conocernos, Ann, si me permites un consejo: cuando te cases, ni se te ocurra, jamás, que no se te pase por la cabeza siquiera, llevarle las cuentas a tu marido.
SUE (fuera de escena): ¡¿Jim?!
JIM: ¡Ya voy! (Se vuelve y va hacia la izquierda). Ya voy. (Sale por la izquierda).
LA MADRE (con segundas, dirigiéndose a Ann, que se ha quedado mirándola): Le dije a su mujer que aprendiera a tocar la guitarra. Para que tuvieran algo en común. (Los demás ríen). ¡Si es que a él le encanta la guitarra!
ANN (de pronto muy animada, como queriendo desairar a la madre, va hacia el banco donde está sentado Keller y se sienta en sus rodillas): ¿Por qué no vamos a cenar al lago esta noche? ¡Venga, vámonos de juerga como antes de que Larry se marchara!
LA MADRE (enternecida): ¡Lo tienes presente! ¿Veis? (Triunfal). ¡Lo tiene presente!
ANN (sonriendo sin comprender): ¿A qué te refieres, Kate?
LA MADRE: Nada. Que te… acuerdas de él, nada más, que lo tienes en el pensamiento.
ANN: Qué tontería. ¡Cómo no iba a acordarme!
LA MADRE (advierte que el derrotero que está tomando la conversación no le conviene y cambia de tema. Se levanta y va hacia Ann). ¿Has deshecho ya la maleta?
ANN: Sí… (A Chris): Por cierto, ya veo que te ha dado por la ropa, ¿eh? Me ha costado encontrar donde colgar mis cosas de lo atestado que tienes el armario.
LA MADRE: No, ¿pero no te acuerdas? Te he puesto en el dormitorio de Larry.
ANN: Ah…, ¿es la ropa de Larry?
LA MADRE: ¿No la has reconocido?
ANN (levantándose despacio, un tanto avergonzada): Es que no se me había ocurrido que…, como los zapatos están tan relucientes…
LA MADRE: Sí, hija. (Breve pausa. Ann no puede apartar la vista de ella. La madre intenta cambiar de conversación, la toma por la cintura con ademán cómplice y va con ella hacia la izquierda del escenario). Hace siglos que estaba deseando hablar contigo y que me cuentes, Annie.
ANN: ¿Qué quieres que te cuente?
LA MADRE: Yo qué sé. Cosas bonitas.
CHRIS (con sorna): Lo que quiere saber es si sales mucho o qué.
LA MADRE: Calla la boca, Chris.
KELLER: Y si alguno te ronda en serio.
LA MADRE (se sienta, riendo): No os callaréis, no.
KELLER: Annie, ya no hay quien coma en un restaurante con esta mujer. A los cinco minutos tenemos la mesa llena de desconocidos que vienen a contarle su vida.
LA MADRE: ¿Es que no voy a poder preguntarle a Annie por sus cosas o qué?
KELLER: No, si por preguntar no pasa nada, pero no me la atosigues, mujer, que la estás atosigando. (Ríen).
ANN (a la madre. Quita la cacerola con las judías de la banqueta, la deja en el suelo y se sienta): Tú no te cortes por éstos. Pregunta lo que quieras. ¿Qué quieres saber, Kate? Venga, vamos a chismorrear un poco.
LA MADRE (a Chris y Keller): Es la única con un poco de sentido común. (A Ann): Tu madre… no se irá a divorciar, ¿verdad?
ANN: No, ya lo tiene más asumido. Creo que cuando mi padre salga, quizá vuelvan a vivir juntos. En Nueva York, claro.
LA MADRE: Me parece muy bien. Porque tu padre sigue siendo…, quiero decir, que es un buen hombre al fin y al cabo.
ANN: A mí me da igual. Si quiere que vuelva, ella sabrá.
LA MADRE: ¿Y tú? ¿Tú… (sacude la cabeza negativamente)… sales mucho? (Breve pausa).
ANN (con delicadeza): ¿Quieres decir si sigo esperando a Larry?
LA MADRE: Bueno, no, no digo que tengas que esperarle, pero…
ANN (con amabilidad): Pero es eso lo que quieres saber, ¿no?
LA MADRE: Pues… sí.
ANN: No, Kate, la verdad sea dicha.
LA MADRE (en voz baja): ¿Cómo que no?
ANN: Qué tontería, ¿no? ¿No creerás de verdad que aún…?
LA MADRE: Lo sé, hija, pero de tontería nada, porque bien que ha salido en la prensa; no sé en Nueva York, pero aquí sacaron una noticia a media plana sobre un soldado que llevaba aún más tiempo desaparecido que Larry y de buenas a primeras salió de Birmania.
CHRIS (yendo hacia Ann): No tendría muchas ganas de volver a casa, mamá.
LA MADRE: No te hagas el listillo.
CHRIS: En Birmania te lo puedes pasar en grande.
ANN (se levanta y se coloca detrás de Chris): Eso me han dicho.
CHRIS: Mamá, debes de ser la única mujer de este país que aún espera que al cabo de tres años…
LA MADRE: ¿Tú lo sabes con seguridad?
CHRIS: Sí, lo sé.
LA MADRE: Pues allá tú con tu seguridad. (Vuelve la cabeza un instante). Las demás no lo dirán por la radio, pero estoy convencida de que por la noche, a oscuras, siguen esperando que sus hijos vuelvan.
CHRIS: Mamá, estás completamente…
LA MADRE (con un ademán despectivo): ¡Haz el favor de no hacerte el listillo! ¡Ya está bien! (Breve pausa). Hay muchas cosas que tú no sabes. Que no sabéis ninguno. Y te voy a decir una de ellas, Annie: en el fondo, en el fondo, siempre has estado esperándole.
ANN (con firmeza): No, Kate.
LA MADRE (cada vez más apremiante): ¡He dicho en el fondo, Annie!
CHRIS: ¿Lo sabrá ella mejor que tú, mamá?
LA MADRE: No te dejes llevar por lo que digan los demás. Tú haz caso a tu corazón. Sólo a tu corazón.
ANN: ¿Y el tuyo por qué te dice que está vivo?
LA MADRE: Porque tiene que estarlo.
ANN: Pero ¿por qué, Kate?
LA MADRE (yendo hacia ella): Porque en la vida hay cosas que pueden ser y cosas que no pueden ser. Como que el sol sale por fuerza cada mañana, porque así debe ser. Para eso existe Dios. Si no, podría pasar cualquier cosa. Pero como Dios existe, hay cosas que no pueden pasar nunca. Yo lo sabría, Annie…, igual que supe aquel día que él (señala a Chris) estaba viviendo aquella horrible batalla. ¿Hubo una carta que me lo anunciara? ¿Lo vi en el periódico? No, sin embargo aquella mañana yo no tenía fuerzas ni para levantar la cabeza de la almohada. Pregúntaselo a Joe. ¡Fue una corazonada, una corazonada! Y de milagro no me lo mataron aquel día. ¡Ann, tú sabes que tengo razón!
ANN (guarda silencio, luego se vuelve temblorosa y va hacia el fondo del escenario): No, Kate.
LA MADRE: Necesito un té.
(Frank entra por la izquierda, con una escalera de mano).
FRANK: ¡Annie! (Yendo hacia el fondo del escenario). ¿Qué tal? ¡Pero qué caray!
ANN (estrechándole la mano): ¡Frank, te estás quedando calvorota!
KELLER: Es un hombre con responsabilidades.
FRANK: ¡Qué caray!
KELLER: Sin Frank las estrellas no sabrían cuándo brillar.
FRANK (ríe. A Ann): Te veo así como más mujer. Más madura. Más…
KELLER: Para el carro, Frank, que eres un hombre casado.
ANN (entre las risas de los demás): ¿Sigues vendiendo ropa para caballero?
FRANK: ¿Por qué no? Igual llego a presidente también.[*] ¿Qué tal tu hermano? Acabó la carrera, me han dicho.
ANN: ¡Uy, George tiene ya hasta bufete propio!
FRANK: ¡No me digas! (Con voz grave): ¿Y tu padre? ¿Está…?
ANN (con brusquedad): Bien. Luego me paso a ver a Lydia.
FRANK (compasivo): ¿Cómo va la cosa?, ¿le darán pronto la condicional?
ANN (cada vez más incómoda): La verdad es que no lo sé, no…
FRANK (rompiendo una lanza por su padre, para complacer): Es que para mí que, no sé, cuando se mete entre rejas a un hombre inteligente como tu padre, tendría que haber una ley que dijera que al año o se le ejecuta o se le deja en libertad.
CHRIS (interrumpiéndolo): ¿Te echo una mano con esa escalera, Frank?
FRANK (se percata de la indirecta): No, ya me apaño, luego… (Agarra la escalera). Esta noche te tengo terminado ese horóscopo, Kate. (Turbado). Luego nos vemos, Ann, estás preciosa. (Sale por la derecha. Los demás miran a Ann).
ANN (a Chris, mientras toma asiento lentamente en la banqueta): ¿Todavía se sigue hablando de lo de papá?
CHRIS (se acerca al proscenio y toma asiento sobre el brazo de una silla): No, ya no.
KELLER (se levanta y va hacia ella): Asunto zanjado y olvidado, hija.
ANN: Decidme la verdad. No quisiera cruzarme con ningún vecino si van a…
CHRIS: Tú no te preocupes por eso.
ANN (a Keller): ¿Todavía recuerdan el caso, Joe? ¿Hablan de lo vuestro?
KELLER: La única que saca el tema es aquí mi señora.
LA MADRE: Porque tú estás empeñado en jugar a policías y ladrones con los críos. Qué pensarán sus padres cuando los oigan, todo el santo día hablando del dichoso calabozo ese…
KELLER: A ver, lo que pasó es que cuando volví al barrio tenía a los chavales encandilados por aquello de haber estado en presidio. Ya sabes cómo son los niños. De pronto (ríe) me veían como el gran experto en rejas y calabozos. Luego con el tiempo se armaron un lío y mira por dónde… acabé convertido en policía. (Ríe).
LA MADRE: El lío se lo armaste tú, que no es lo mismo. (A Ann): Reparte entre los chavales las chapas de pega que vienen en los paquetes de cereales como si fueran placas auténticas.
(Risas).
ANN (los contempla feliz y contenta. Se levanta, va hacia Keller y le pasa el brazo por los hombros): No sabes lo mucho que me alegra oíros bromear sobre ello.
CHRIS: ¿Por qué? ¿Qué esperabas?
ANN: El último recuerdo que tengo del vecindario es la palabra… «¡Asesinos!». ¿Tú te acuerdas, Kate?… La señora Hammond plantada ahí fuera, delante de nuestra casa, llamándonos asesinos a voces… Sigue en el barrio, supongo.
LA MADRE: Sí, aquí siguen todos.
KELLER: No hagas caso a Kate. Si cada sábado por la noche tenemos a la cuadrilla entera jugando al póquer en este cenador… Todos los que entonces me llamaron asesino bien que aceptan ahora mi dinero.
LA MADRE: No le digas esas cosas, Joe, Annie es una chica sensible, no la engañes. (A Ann): Sí que se recuerda lo de tu padre, sí. Con él no es lo mismo (señala a Joe), él salió absuelto, pero tu padre allí que sigue. Por eso no veía yo muy clara esta visita tuya. La verdad, sé lo sensible que eres, y le dije a Chris…
KELLER: Mira, hija, tú haz como yo hice y verás lo bien que te va. El día de mi vuelta, me apeé del coche…, pero no aquí, delante de casa no…, en la esquina. Lástima que no estuvieras aquí, Annie, y tú también, Chris; tendríais que haberlo visto. Todos sabían que aquel día me soltaban; estaban los porches a reventar de gente. Ya os podéis hacer una idea: ni uno siquiera creía en mi inocencia. Que había amañado mi absolución, decían. En fin, servidor se apeó del coche y echó a andar para aquí. Pero paso a paso. Y con la sonrisa en los labios. ¡Ya estaba aquí el monstruo! La mala bestia que había vendido a las Fuerzas Aéreas aquellas culatas defectuosas, el asesino, el culpable de que se estrellaran aquellos P-40 en Australia. Aquel día, hija mía, el hombre que venía por la calle era el más culpable del mundo. Sólo que no lo era, en el bolsillo llevaba una sentencia judicial para demostrarlo, así que servidor echó a andar… y pasó… por delante de un porche tras otro. ¿Y qué ocurrió? Que catorce meses más tarde ya estaba otra vez al frente de una de las mejores fábricas del Estado, otra vez era un hombre respetado; más importante que nunca.
CHRIS (con admiración): ¡Qué agallas!
KELLER (con vehemencia súbita): ¡Es la única manera de darles en las narices, echarle agallas! (A Ann): Lo peor que pudisteis hacer fue marcharos de aquí. Ahora tu padre no lo va a tener fácil cuando salga. Por eso te digo que me gustaría que volviera a mudarse al barrio.
LA MADRE (afligida): ¿Cómo van a volver?
KELLER: ¡Sería la única forma de ponerle fin a esto! (A Ann): Hasta que se sienten con él a echar la partida, a charlar y gastar bromas…, no se juega a las cartas con un asesino. Y la próxima vez que le escribas, se lo dices así mismo de mi parte. (Ann lo mira fijamente, pero guarda silencio). ¿Has oído lo que te he dicho?
ANN (asombrada): ¿No le guardas rencor?
KELLER: Annie, conmigo no va eso de crucificar a la gente.
ANN (confundida): Pero era tu socio, manchó tu reputación…
KELLER: Bueno, mi amigo del alma no es, pero uno tiene que perdonar, ¿no?
ANN: ¿Y tú, Kate? ¿Tú tampoco tienes nada contra…?
KELLER (a Ann): La próxima vez que escribas a tu padre…
ANN: No nos escribimos.
KELLER (asombrado): Bueno, seguro que de vez en cuando…
ANN (un tanto avergonzada, pero firme): No, no le he escrito ni una sola carta. Tampoco mi hermano. (A Chris): ¿Y tú? ¿También lo ves así?
CHRIS: Ese hombre asesinó a veintiún aviadores.
KELLER: ¿Qué barbaridades estás diciendo?
LA MADRE: Ésa no es forma de hablar de una persona.
ANN: ¿Qué se puede decir, si no? Cuando se lo llevaron preso, yo me marché tras él, iba a la cárcel a verle cada día de visita. Me pasaba el día llorando. Hasta que se supo lo de Larry. Entonces comprendí que no se puede sentir compasión por esa clase de personas. Sea mi padre o no, no hay más que un modo de verlo. Despachó aquella remesa defectuosa a sabiendas de que podía causar un accidente. Además, ¿cómo sabéis que Larry no fue una de las víctimas?
LA MADRE: Lo estaba viendo venir. (Va hacia ella). Mientras estés en esta casa, Annie, haz el favor de no volver a repetir esas palabras.
ANN: No te entiendo. Te imaginaba furiosa con él.
LA MADRE: Lo de tu padre no tuvo nada ver con Larry. Nada.
ANN: Eso no lo podemos saber.
LA MADRE (intentando dominarse): ¡He dicho mientras estés en esta casa!
ANN (perpleja): Pero, Kate…
LA MADRE: ¡Quítatelo de la cabeza!
KELLER: Porque…
LA MADRE (a Keller, interrumpiéndole): Se acabó, ya basta. (Se lleva la mano a la cabeza). Ven adentro ahora mismo y te tomas un té conmigo. (La madre se vuelve y sube los peldaños).
KELLER (a Ann): Lo único que…
LA MADRE (con brusquedad): ¡Larry no está muerto y no hay más que hablar! ¡Venga, vamos!
KELLER (airado): ¡Un momento! (La madre se vuelve y entra en la casa). Mira, Annie…
CHRIS: Déjalo, papá, déjalo ya.
KELLER: No, ella no lo ve así. Annie…
CHRIS: Estoy harto del tema, déjalo ya de una vez.
KELLER: ¿Qué quieres, que Annie se quede con la duda? (A Ann): Las culatas aquellas sólo fueron a parar a cazabombarderos P-40, nada más. ¿Se puede saber qué te pasa? Sabes muy bien que Larry nunca pilotó un P-40.
CHRIS: ¿Y quién pilotaba esos aviones entonces?, ¿fantasmas?
KELLER: Ese hombre cometió un disparate, pero de ahí a llamarlo asesino… ¿Estás mal de la cabeza o qué te pasa? ¡Mira cómo se ha quedado ella! (A Ann): Escucha, hija, tienes que comprender lo que estaba pasando en aquel taller durante la guerra. ¡Y tú lo mismo, Chris! Aquello era una locura. Cada media hora llamaban de comandancia exigiendo más culatas, el teléfono echaba chispas. Se nos llevaban las dichosas remesas casi calientes en aquellos camiones. Quiero que comprendáis el lado humano del asunto, humano. De pronto, sale un lote defectuoso. Cosas que pasan, gajes del oficio. Una fisura de nada, ni se veía casi. De acuerdo, sí…, era un pobre hombre, tu padre, no soportaba una voz más alta que otra. ¿Cómo se lo iba a tomar el comandante?… Medio día de trabajo echado por tierra… ¿Cómo me lo iba a tomar yo? ¿Entendéis por dónde voy? El lado humano. (Hace una pausa). Así que el hombre pone manos a la obra y… a tapar fisuras. De acuerdo, sí…, hizo mal, esas cosas no se hacen, pero ¿qué se puede esperar de un pobre hombre? Si yo hubiera podido personarme en el taller aquel día le habría dicho: «Tíralas, Steve, de perdidos al río». Pero le pilló solo y tuvo miedo. Yo sé que no lo hizo con maldad. Estaba convencido de que aquellas culatas aguantarían lo que les echaran. Se equivocó, sí, pero eso no lo convierte en asesino. No deberíais pensar así de él. ¿Entendéis? No es justo.
ANN (lo observa un instante): Joe, más vale dejar el tema.
KELLER: Annie, el día que se supo lo de Larry, estaba en la celda de al lado…, tu padre, me refiero. No sabes cómo lloró, Annie…, media noche se la pasó llorando.
ANN (conmovida): La noche entera tendría que haber llorado. (Breve pausa).
KELLER (enojado casi): ¡Annie, no entiendo cómo…!
CHRIS (lo interrumpe nervioso, apremiante): ¿Quieres dejar el tema de una vez?
ANN: No le grites. Sólo quiere tenernos a todos contentos.
KELLER (la agarra por la cintura, sonriendo): Tú lo has dicho. ¿Qué, te atreverías con un buen chuletón?
CHRIS: ¡Y champán!
KELLER: ¡Así se habla! ¡Ahora mismo reservo mesa en Swanson! ¡Prepárate para una gran noche, Annie!
ANN: Yo me apunto a lo que me echen.
KELLER (a Chris, señalando a Ann): Me gusta esta chica, me gusta. No la dejes escapar. (Ríen. Keller sube los peldaños del porche). ¡Bonitas piernas, Annie!… Esta noche os quiero borrachos a todos. (Señalando a Chris). ¡Mira éste, si se le han subido los colores! (Sale de escena, riendo, y entra en la vivienda).
CHRIS (dirigiéndose a su padre, en voz alta): ¡Que te aproveche ese té, Don Juan! (Se vuelve hacia Ann). Buen tipo, ¿verdad?
ANN: ¡Eres el único chico que conozco que quiere a sus padres!
CHRIS: Ya. Estoy algo desfasado, ¿verdad?
ANN (con un repentino deje de tristeza): No, hombre. Es bueno que así sea. (Mira alrededor). ¿Sabes una cosa? Me encanta estar aquí. Qué bien se respira.
CHRIS (ilusionado): ¿No te arrepientes de haber venido?
ANN: No, arrepentirme, no. Pero no…, no voy a quedarme…
CHRIS: ¿Por qué?
ANN: Pues para empezar, porque tu madre me ha dicho poco más o menos que me fuera.
CHRIS: Bueno…
ANN: Ya lo has visto tú mismo…, además, que te…, te veo así como…
CHRIS: ¿Como qué?
ANN: Pues… como incómodo desde que he puesto el pie en esta casa.
CHRIS: El problema es que yo quería dejártelo caer poco a poco a lo largo de la semana. Pero ellos ya han dado por hecho que lo tenemos todo hablado.
ANN: Era de esperar. Por parte de tu madre al menos.
CHRIS: ¿Por qué lo dices?
ANN: Bajo su forma de ver, ¿qué pinto yo aquí, si no?
CHRIS: Bueno…, ¿y qué me dices?, ¿que sí o que no? (Ann lo observa). Supongo que sabrás que fue por eso por lo que te pedí que vinieras.
ANN: Supongo que por eso vine, sí.
CHRIS: Ann, te quiero. Te quiero mucho. (Finalmente). Te quiero. (Pausa. Ella aguarda). Soy un hombre sin imaginación…, no sé qué más decirte. (Ann, esperando, dispuesta). Te estoy haciendo pasar un mal rato. No quería habértelo dicho aquí. Hubiera preferido algún lugar donde nunca hubiéramos estado antes; un lugar donde fuéramos completamente nuevos el uno para el otro… No te parece propio este marco, ¿verdad? ¿Este jardín, esta silla? Quiero que estés dispuesta a entregarme tu corazón, Annie. No quiero forzarte a nada.
ANN (rodeándolo con los brazos): ¡Ay, Chris, hace tanto, tanto tiempo que estoy dispuesta!
CHRIS: Entonces ya te has olvidado de él definitivamente. Estás segura.
ANN: Hace dos años estuve a punto de casarme.
CHRIS: ¿Y qué pasó?
ANN: Que empezaron a llegar tus cartas… (Breve pausa).
CHRIS: ¿Ya sentías algo por mí entonces?
ANN: ¡Desde el primer día!
CHRIS: Ann, ¿por qué no me dijiste nada?
ANN: Esperaba que lo hicieras tú, Chris. Hasta entonces nunca me habías escrito. Y cuando empezaron a llegar tus cartas, ¿qué era lo que me decías? A veces puedes ser ambiguo como tú solo, ¿sabes?
CHRIS (mira hacia la casa y luego a ella, tembloroso): Dame un beso, Ann. Dame un… (Se besan). Dios mío, te he besado, Annie, he besado a Annie. ¡No sabes la de tiempo que llevaba esperando este momento!
ANN: No te lo perdonaré en la vida. ¿Por qué has esperado tantos años? Y yo venga a preguntarme si me había vuelto loca por pensar en ti.
CHRIS: ¡Annie, ahora vamos a vivir! ¡Voy a hacerte tan feliz! (La besa, pero sin que sus cuerpos se toquen).
ANN (con cierto pudor): Así muy feliz no me harás.
CHRIS: Acabo de besarte…
ANN: Sí, como el hermano de Larry. Bésame como lo harías tú, Chris. (Chris se aparta bruscamente). ¿Qué pasa, Chris?
CHRIS: Vámonos a dar una vuelta en coche…, quiero estar a solas contigo.
ANN: No…, ¿qué pasa, Chris, es por tu madre?
CHRIS: No…, qué va, no es eso…
ANN: ¿Entonces qué te pasa?… Ya en tus cartas me parecía notar como si te avergonzaras de algo.
CHRIS: Sí, supongo que algo de eso había. Pero ya se me está pasando.
ANN: Tienes que decirme…
CHRIS: No sé por dónde empezar. (Le toma la mano. Habla en voz baja, al principio sin excesiva pasión).
ANN: Así lo nuestro nunca podría funcionar. (Breve pausa).
CHRIS: Hay tantas otras cosas de por medio… ¿Recuerdas, cuando estaba en el frente, que tenía una compañía a mi mando?
ANN: Sí, cómo no voy a recordarlo.
CHRIS: Pues la perdí, perdí a mis hombres.
ANN: ¿A cuántos?
CHRIS: A todos, prácticamente.
ANN: ¡Qué horror!
CHRIS: Asimilar una cosa así lleva su tiempo. Porque no eran hombres vulgares y corrientes. Una vez, por ejemplo, hacía días que no paraba de llover, y uno de aquellos muchachos vino y me regaló el último par de calcetines secos que le quedaba. Me los metió en el bolsillo. No es más que un detalle…, pero… así eran los hombres que estaban bajo mi mando. Aquellos soldados no murieron; dieron la vida los unos por los otros. No estoy exagerando; si hubieran sido un poco más egoístas, aún estarían aquí. Y me asaltó una idea… al verlos caer uno tras otro. Verás, estábamos rodeados de destrucción, pero me pareció que allí nacía algo nuevo. Una especie de… responsabilidad. Una responsabilidad, la del hombre para con el hombre. ¿Me entiendes?… La responsabilidad de dejar constancia de aquello, de devolverlo a la tierra como una especie de monumento conmemorativo que se erigiría en nombre de todos, que nos serviría a todos de respaldo y nos aportaría algo. (Pausa). Y luego, cuando volví a casa al acabar la guerra, no me lo podía creer. Yo…, aquí nada de aquello tenía sentido; para ellos no había sido más que un…, un simple accidente de autocar. Entré a trabajar otra vez con mi padre, en la competitividad feroz de siempre, y sentí… justo lo que tú has dicho…, una especie de vergüenza. Porque aquí nadie había cambiado, todos seguían como si nada. Y daba la impresión de que otros muchos habían hecho el primo. Me parecía injusto seguir vivo, abrir la cartilla del banco, conducir el coche nuevo, ver la nueva nevera. No es que esté mal sacar esas cosas de una guerra, pero al sentarte al volante de ese coche tienes que ser consciente de que se lo debes al amor que un hombre es capaz de sentir por sus semejantes, y deberías ser mejor persona por ello. De lo contrario, lo único que tienes en tus manos no es más que pillaje, un botín manchado de sangre. Yo no deseaba parte alguna de ese botín. Y supongo que tú ibas incluida en él.
ANN: ¿Y aún te sientes así?
CHRIS: Ahora quiero que seas mía, Annie.
ANN: Porque ya no debieras sentirte así. Lo que tienes te corresponde por derecho. Todo lo que tienes, Chris, ¿entiendes? Yo incluida… En cuanto al dinero, ¿qué tiene de malo tu dinero? Tu padre contribuyó a que despegaran cientos de aviones, deberías sentirte orgulloso. Deberían pagarle por…
CHRIS: Oh, Annie, Annie…, ¡voy a poner una fortuna a tus pies!
KELLER (fuera de escena): ¿Diga?… Sí. Ahora mismo.
ANN (ríe en voz baja): ¿Qué voy a hacer yo con todo ese dinero?… (Se besan. Keller sale de la casa).
KELLER (señala con el pulgar en dirección a la casa): Ann, tu hermano… (Ann y Chris se separan cohibidos. Keller baja los peldaños del porche y dice con sorna): ¿Qué pasa, es el Día del Trabajo o qué?[*]
CHRIS (con un ademán desdeñoso de la mano, sabiendo que su padre va a explotar la bromita): Ya estamos…
ANN: No deberías salir tan de sopetón.
KELLER: A ver, no sabía que estuviéramos en ferias. (Mira alrededor). ¿Y los puestos de perritos calientes?
CHRIS (encantado con la broma): Vale, papá. Ya lo has dicho una vez.
KELLER: Nada, ahora que sé que estamos en ferias, me colgaré un cencerro del cuello.
ANN (cariñosamente): ¡Discreto como él solo!
CHRIS: El mismísimo George Bernard Shaw disfrazado de elefante.
KELLER: ¡Uy, George! Casi se me olvida… Annie, tienes a tu hermano al teléfono.
ANN (sorprendida): ¿Mi hermano?
KELLER: Sí, George. Es conferencia.
ANN: ¿Qué quiere?, ¿ha pasado algo?
KELLER: No lo sé, ahora mismo está hablando con Kate. Como no aligeres, la llamadita le va a salir por un riñón.
ANN (da un paso hacia el fondo del escenario y luego baja hacia Chris): ¿Tú crees que deberíamos decírselo ya a tu madre? Es que no sirvo para discutir.
CHRIS: Esperaremos a esta noche. Después de la cena. Tú tranquila, déjamelo a mí.
KELLER: ¿Qué le andas diciendo?
CHRIS: Vamos, Ann, no te entretengas más. (Ann, recelosa aún, se da la vuelta y entra en la casa). Nos casamos, papá. (Keller asiente con la cabeza, displicente). ¿Qué pasa, no tienes nada que decir?
KELLER (distraído): No, si me alegro, Chris, es que estoy… George llamaba desde Columbus.
CHRIS: ¡Así que ha ido a la penitenciaría!
KELLER: ¿Te había dicho Annie que George iría a ver a su padre hoy?
CHRIS: No, no creo que estuviera enterada.
KELLER (incómodo): ¡Chris! ¿Tú…, tú estás seguro de que conoces bien a Annie?
CHRIS (molesto y alarmado): ¿A qué viene esa pregunta…?
KELLER: No, es que da que pensar… George no le ha hecho ni una visita a su padre en todos estos años. Tenía que ser hoy precisamente…, mientras ella estaba aquí.
CHRIS: ¿Y qué pasa?
KELLER: Ya sé que es un disparate, pero da que pensar. Esa chica no tendrá nada contra mí, ¿verdad?
CHRIS (enfadado): No sé de qué me estás hablando.
KELLER (un poco más agresivo): Yo sólo te digo que ese hombre estuvo empeñado en cargarme toda la culpa hasta el último día del juicio; y estamos hablando de su hija. ¿Y si la ha enviado aquí para que indague?
CHRIS (molesto): ¿Qué tendría que indagar?
ANN (al teléfono, fuera de escena): ¿Por qué estás tan alterado? George, ¿ha ocurrido algo?
KELLER: ¿Y si quieren abrir otra vez el caso, por jorobar, para hacernos daño?
(Chris y Ann, hablando a la vez).
CHRIS: Papá…, ¿cómo puedes pensar eso de Annie?
ANN (todavía al teléfono): Pero, por el amor de Dios, ¿se puede saber qué te ha dicho?
KELLER: No puede ser, ¿no? Ya sabes.
CHRIS: Papá, me dejas atónito…
KELLER (queriéndose convencer): Está bien, olvídalo, no he dicho nada. (Enérgico, moviéndose de un lado para otro). Quiero que hagamos borrón y cuenta nueva, hijo. Quiero que cuelgue un nuevo letrero en la empresa: «CHRISTOPHER KELLER, S. A.».
CHRIS (un tanto incómodo): «J. O. KELLER» suena perfectamente.
KELLER: Ya hablaremos de eso. Te voy a hacer una casa, una casa de piedra, con acceso al garaje desde la calle. Quiero que amplíes fronteras, Chris, que saques partido a lo que he levantado por ti… (se ha acercado a él)… pero con alegría, hijo, sin vergüenza…, con alegría.
CHRIS (conmovido): Lo haré, papá.
KELLER (con sentimiento): Repítemelo.
CHRIS: ¿Por qué?
KELLER: Porque a veces me da la impresión de que…, de que te avergüenzas de ese dinero.
CHRIS: No, no digas eso.
KELLER: Que sepas que se hizo honradamente, no tienes de qué avergonzarte.
CHRIS (con cierta alarma): Papá, no hace falta que me lo digas.
KELLER (ya más seguro de sí, agarra cariñosamente a Chris por el cogote y, en su rictus resuelto, asoma una carcajada): Y por tu madre no te preocupes, Chris, que yo me la trabajo. ¡Esta noche la vamos a hacer pillar una curda que no va a saber ni quién se casa! (Se aparta y hace un ademán ampuloso con el brazo). ¡Va a ser la boda del siglo, hijo mío! ¡Champán, esmóquines…! (Se interrumpe al oír a Ann, todavía al teléfono, levantando la voz).
ANN: Pues por la sencilla razón de que cuando estás alterado pierdes los estribos… (La madre sale de la casa). Vamos, dime de una vez qué te ha contado, por el amor de Dios. (Pausa). Como quieras, ven entonces. (Pausa). Sí, aquí estarán todos. Nadie va a salir huyendo de ti. Pero procura calmarte un poco, ¿eh? (Pausa). Está bien, está bien. Adiós. (Breve silencio entre el momento en que Ann cuelga y sale por la puerta de la cocina).
CHRIS: ¿Ha ocurrido algo?
KELLER: ¿Viene para aquí?
ANN: En el tren de las siete. Está en Columbus. (A la madre): Le he dicho que no tendríais inconveniente.
KELLER: ¡Pues claro que no, mujer! ¿Es que ha enfermado tu padre?…
ANN (confusa): No, no ha dicho que estuviera enfermo… (Restándole importancia). No sé, supongo que será alguna bobada, ya conocéis a mi hermano… (Se acerca a Chris). Vamos a dar una vuelta en coche o no sé…
CHRIS: Venga. Pásame las llaves, papá.
LA MADRE: Id a ver el parque. Está precioso.
CHRIS: Vamos, Ann. (A sus padres): Enseguida estamos de vuelta.
ANN (saliendo de escena con Chris para coger el coche): Hasta luego.
(La madre va hacia Keller con la mirada fija).
KELLER: No tengáis prisa. (A la madre): ¿Qué querrá George?
LA MADRE: Lleva toda la mañana en Columbus con Steve. Me ha dicho que tiene que ver a Annie urgentemente.
KELLER: ¿Para qué?
LA MADRE: No lo sé. (En tono de advertencia). Ahora es abogado, Joe. George ya es abogado. En todos estos años ni siquiera le ha mandado una tarjeta postal a su padre. Ni una, desde que volvió de la guerra.
KELLER: ¿Y qué?
LA MADRE (con los nervios a flor de piel): Que de pronto se viene de Nueva York en avión para hacerle una visita. ¡En avión!
KELLER: ¿Y? ¿Qué pasa?
LA MADRE (temblando): ¿Con qué fin?
KELLER: Yo no soy adivino, no sé tú.
LA MADRE: ¿Con qué fin, Joe? ¿Qué tendría Steve que contarle para que de pronto George tome un avión y venga a verle?
KELLER: ¿A mí qué me importa lo que tuviera que contarle?
LA MADRE: ¿Seguro que no te importa, Joe?
KELLER (asustado, pero con ira): Seguro.
LA MADRE (se yergue en el asiento): Ándate con cuidado, Joe. El chico viene hacia aquí. Ándate con cuidado.
KELLER (con desesperación): ¿No me has oído o qué? ¡He dicho que estoy seguro!
LA MADRE (asiente débilmente): Tú sabrás, Joe. (Keller se endereza). Pero… ándate con cuidado. (Keller, con furia impotente, la mira, se vuelve, sube al porche y entra en la casa dando un portazo. La madre se queda sentada, envarada, con la mirada perdida).
(Telón).