Cap. IV
Un día intenso de trabajo. Se reunió brevemente con Juan Antonio quien la puso al tanto de algunos detalles, y ella hizo lo propio con Félix Guerra, el colega que la sustituiría en Recursos Humanos.
Carmen su secretaria, súper contenta con el ascenso, pues ahora pasaba a ser asistente de la gerencia, trajo al nuevo despacho todas las cosas personales de su jefa y entre las dos decoraron la oficina para que no se viese tan austera. El único detalle nuevo que Itza puso, fueron dos fotos; una de sus padres, y otra de los tres, en la últimas vacaciones que habían tomado en el campo, ¡que ganas tenía de regresar!
El día se le hizo insuficiente, pero ya cerca de las 8 de la noche, muy cansada, decidió que era hora de retirarse. Apenas he comido, y me siento muerta. Creo que el haber retomado el gimnasio después de algún tiempo sin haber hecho ejercicio, también tiene mucho que ver.
Después de una comida ligera y un relajante baño de bañera, y ya acostada, llamó a Maritza.
—¡No me digas que te desperté!
—¡Para nada!, estaba leyendo. ¿Estás bien?
—Creo que no, y por eso te llamo.
Itzayana le contó sin omitir detalle, las aventuras sexuales en las que se había mezclado recientemente. Maritza la escuchaba sin interrumpirla. Al finalizar su relato, Itza le preguntó:
— ¿Estaré volviéndome una ninfómana? Te parecerá extraño que yo, sicóloga, te pregunte esto a ti, pero bien sabes que mi especialidad es la sicología industrial, y probablemente no estoy capacitada para evaluarme.
—Amiga, francamente no lo creo. Ya eres una mujer de 29 años, y si eso fuera, desde hace mucho hubieras andado en esas lides. Yo creo más bien que esto tiene que ver con la decepción que sufriste con tu novio. tal vez un efecto subconsciente de venganza por lo que te hicieron.
—¿De verdad lo crees así?
—¡Pues que te digo Itza! Es lo que me parece, pero claro que tampoco mi opinión es muy profesional, ni mi experiencia de la vida es tanta. Además, de alguna forma estas relaciones... “todas”, recalcó, han sido fortuitas, no has salido tú en búsqueda de aventuras, que es lo que tengo entendido que les sucede a esas personas.—¿Y qué me sugieres?, porque comprenderás que una cosa como esta no puedo hablarla con cualquiera.
—¡No, no, por supuesto que no! Si algo similar vuelve a sucederte, te recomiendo que hagas una cita con un especialista, pero por favor, no te preocupes de más. No tengas ¡nunca! relaciones con desconocidos y menos sin protección. Te recomiendo, si no lo haces ya, que siempre lleves condones contigo, ¡por si acaso!
—Pero estos eran desconocidos, amiga.
—Me refiero a completos extraños tomados al azar…
Itzayana se quedó despierta por largo rato, imaginándose que hubiese sucedido si aquellos dos hombres, por ejemplo, hubiesen sido violentos. Se le erizaba la piel de imaginarse envuelta en una situación de esa clase, pero al mismo tiempo, volvía a sentir en cada poro la excitación que vivió esa noche. Unas fiestas patrias cercanas, le iban a proporcionar un puente que iba a utilizar para descansar. Le pidió a su papá que llamara a Jeremías, el medianero que cuidaba la casa que su madre heredó de sus padres, y que él y su esposa mantenían, a cambio de que sembrara para uso de ellos, en las huertas que la rodeaban. Al Sr. Gálvez le había parecido un buen trato, pues el pueblo era muy hermoso, y de vez en cuando, para aprovechar el frío que allí hacía, se pasaban Las Navidades o algunas vacaciones cortas.
Eran unas buenas personas; un matrimonio solo que vivía de lo que cosechaban, y que incluso les sobraba para vender algo. Los Gálvez se conformaban con que la casa estuviese bien cuidada, que Jeremías se preocupara de algún arreglo que fuese necesario para mantenerla en buen estado, y con disfrutar de una buena ensalada cuando iban de vacaciones, y de alguna que otra fruta.
Don Alfredo le dijo:
—Bien, hija, como gustes, pero... ¿te vas a ir sola?
— Si papá, realmente quiero descansar, cambiar por completo de aires, pensar un poco. Está algo lejos, lo se; son 4 horas de carretera, pero sabes cómo conduzco. Soy responsable, y jamás ando a altas velocidades. Por otro lado, me llevo el celular, y además, allí todos me conocen.
Su padre no puso ninguna otra objeción. Inmediatamente pensó en el reciente rompimiento con su novio, reflexionando que quizás eso era lo que su hija deseaba... aislarse por unos días, tener tiempo de poner su mente en claro, y para eso, nada mejor que la soledad... Su padre solo agregó algo:
— La única cosa que te pido es que salgas temprano. Si vas a trabajar, que sea solo hasta las 12 o 1 de la tarde. No quiero que andes en carretera de noche.
—¡Bien papi!
Al otro día fue a pasarlo con su madre, no tantas horas como acostumbraba, pues ahora sus responsabilidades eran mayores, pero de todas formas, este era un hábito que por nada del mundo iba a permitir que se terminara.
—¡Ay mamá!, no pude venir como te prometí, pero aquí estoy.
—¡Qué bueno mi amor, te había extrañado! Preparé una riquísima merienda, hice pastel de zanahoria. Por cierto, ya me dijo tu papá que te vas al pueblo.
—Si, deseo estar sola unos días, y el siguiente fin de semana es puente, como sabes. Por eso traje el tejido. Tengo hoy, y todavía la próxima semana, martes o miércoles, para adelantarlo y poderme llevar el trabajo, tal vez allí se me antoje tejer, al calor de la chimenea.
—Ok. Entonces pongamos manos a la obra. ¡Qué hermoso estambre compraste! Es precioso el color.
Mientras Luz María preparaba la labor y le iba explicando, ella la miraba. ¡Como le gustaría poder contarle sus inquietudes! Pero definitivamente, por mucha confianza que se le tenga a una madre, hay cosas que prácticamente son imposibles de hablarlas. Se te hace un nudo en la garganta, no solo sientes el temor de ser juzgada o incomprendida por una persona a la que amas tanto, sino que te da miedo que ya no te vea como su niña, que le horrorice y hasta se sienta culpable por tus actos, pensando en donde habría fallado. Su mamá levantó la mirada y le preguntó:
—¿Te sucede algo hija?
— No mami, solo estoy atenta a lo que me explicas.
Merendaron, rieron, conversaron de muchas cosas y ya pasadas las ocho de la noche, cuando su padre llegó, ella se retiró, no sin antes preguntarle:
—¿Y cómo se desenvuelve Juan Antonio?
—Bien, muy bien. ¿Te preocupa algo?
—En lo absoluto papá, solo quiero saber que todo está bien con él, en su nueva responsabilidad.
Poniéndole un brazo por los hombros, mientras la acompañaba al coche, le preguntó:
—Hija ¿aún te duele?
—¡Para nada! De hecho a veces me parece imposible que haya podido tener con ese hombre un noviazgo relativamente largo.
Se abrazaron y besaron, e Itza subió a su vehículo. Al mirar a los ojos de su padre, tuvo la certeza de que él sabía lo que había sucedido entre ellos.
Le gustaba el nuevo puesto. Más responsabilidad, como era lógico, pero también muchas satisfacciones. Sabía que esta empresa algún día sería suya y le complacía pensar que desde muy joven, apenas terminada su carrera, se había dedicado a ella con entusiasmo. Esto era algo de lo que su padre presumía algunas veces, especialmente cuando los amigos se sentían decepcionados de sus hijos varones que, o no querían, o no les interesaba el negocio familiar, prefiriendo otra carrera o actividad. Eso les sucede solía decirles con orgullo, porque no tomaron en cuenta a sus hijas. Quién sabe si alguna de ellas se hubiese interesado, ¡ya ven a mi hija!
Antes de dormirse, pensó. El lunes voy a ordenar que me revisen el coche. Quiero que todo este perfecto para esas mini vacaciones que espero disfrutar a mis anchas.
Recordó el rostro, la expresión de la mirada de su padre, como si hubiese querido decirle algo más. Estoy casi segura que llegó a sus oídos el motivo de mi ruptura con Juan Antonio, se dijo: querido papá, no sabes cómo agradezco tu discreción y el enorme amor que me profesas.
Se sentía más tranquila. Sus padres, tal vez sin darse cuenta, eran su mejor medicina.