Cap. XVII

La petición de manos se celebró formalmente, con asistencia de las amigas más cercanas de Itza, que no cabían en si del asombro –por lo de: ¡que calladito te lo tenías!—, y de la felicidad; porque la veían a ella radiante.

También sus padres, pues ni en sueños hubiesen pretendido un mejor esposo para su hija.

Ya por cumplirse los seis meses que ellos se habían dado de plazo, y en una cena en la casa familiar, Pedro José sugirió:

—Mi amor, ¿no crees que es momento de fijar una fecha? Si vamos a celebrar una boda sencilla, como hemos planeado, podemos casarnos en un  mes.

— Está bien por mi parte, respondió Itza.

Intervino la mamá.

—¿Se casa nuestra única hija y vamos a hacer una pequeña boda?

—Bueno, bueno, mujer, intercedió el papá. Recuerda que son ellos los que van a casarse. Por cierto: ¿Dónde van a vivir?

—De momento en mi apartamento, acotó Itza.

—Lo decía porque recuerda que en este mismo fraccionamiento está tu terreno, hija. Podría ser cosa de ir pensando en construir.

—Pedro José respondió de inmediato:

—Si Don Alfredo, ya Itzayana me ha hablado de ese lote. No se moleste conmigo, pero me gustaría ser yo quien construya la casa para mi familia. En esa parcela, por supuesto.

La boda para nada fue tan sencilla como originalmente habían pensado. Pedro José tenía pocos compromisos, pero los del suegro, especialmente en el aspecto de negocios eran muchos, y lógico que ante un acontecimiento como ese no podía dejarlos fuera.

Así que bueno, fue de esas bodas socialité que las revistas se pelean por cubrir. Maritza, como madrina principal, y un cercano amigo del novio como padrino, además de damas de honor, pajecillos, y toda la parafernalia conocida.

El apartamento de Itza fue remodelado y re—amueblado al gusto de ambos, y para la luna de miel se decidieron por Huatulco, una zona de playas doradas y fina arena, ubicada en el Edo.de Oaxaca, México, que pareciera que aún permaneciera intocada por el hombre, a pesar de que se han construido unos maravillosos hoteles.

Eran felices. Itzayana se veía radiante, en su hermoso traje de novia blanco. Cuando le tocó lanzar el ramo, según la tradición, fue a caer justamente a las manos de Maritza; ambas rieron.

Habían decidido tomarse solo 8 días de vacaciones, más que nada por el trabajo de Pedro José, que necesitaba regresar en una fecha más o menos prevista. Su suegro en una ocasión le había sugerido que se viniera a trabajar en la empresa familiar, pero era un asunto que el novio no terminaba de considerar. Don Alfredo le había dicho:

—Mi retiro no está lejos. Quisiera hacerlo cuando mi esposa y yo aún estemos relativamente jóvenes y podamos disfrutar de nuestra mutua compañía, viajar;  ¡en fin!, lo que no hemos podido hacer debidamente. Itza está perfectamente capacitada para manejarla, pero Uds. tendrán familia y seguramente querrá dedicarles algún tiempo a los niños. No dejes de considerarlo, por favor.

Después de platicarlo, los nuevos esposos tomaron una decisión de mutuo acuerdo: buscarían un  bebé pronto. Así que, a los 4 meses de casados, anunciaron que estaban embarazados.

No existían sombras en la vida de Itzayana Gálvez. 

Había dejado de ir a la consulta con la Dra. Santillana, y jamás, en ningún momento, se le pasó por la cabeza vivir una de sus intrépidas aventuras. Ambos estaban muy enamorados, tenían una satisfactoria vida sexual, y todo se deslizaba plácidamente.

En cuanto conocieron del embarazo, Pedro José decidió que era  tiempo de comenzar a construir la casa. Lo único que no terminaba de aceptar, era dejar su puesto ejecutivo, donde le iba muy bien, para trabajar en la empresa de su suegro, el cual, por cierto, cada vez iba menos por las oficinas.

La maravillosa noticia de que iban a ser gemelos, niño y niña, colmó de dicha a la pareja, a los abuelos y a todos los amigos y familiares cercanos.

Una tarde, platicando con sus padres, Itzayana sugirió que había que darle más responsabilidades a Juan Antonio Calles.

—Pero no la Presidencia!, dijo Don Alfredo.

—No, no, eso no, aceptó Itza, pero algo así como una Vicepresidencia Ejecutiva,  y que nombre un asesor para que lo apoye, porque va a llegar el momento, al menos por el primer año de mis bebés, que cada día iré menos a la oficina.

—¡Que terco es tu marido hija!, Esto podría arreglarse perfectamente si él aceptara venir a trabajar con nosotros. ¡Por Dios Santo!, agregó, ¡si esto un día va a ser de Uds.!

Itza sonrió.

—Te prometo que seguiré intentando convencerle, papá. Por cierto, hay algo que hace tiempo deseo decirles y que espero no cambie para nada el cariño que le tienen.

—De quien hablas hija, ¿de Pedro José?. preguntó su mamá...

—No mami. De Maritza, se va a casar.

—¡Qué bueno! ¿Y cuándo?, y quien es el novio. ¿Lo conoces?

—Bueno, ese es precisamente el asunto mamá;  es novia.

Sus padres se miraron... y la miraron...

—¿Maritza es homosexual, lesbiana?

—Pues si padres, así es.

—Y tú, ¿desde cuándo lo sabes?, inquirió su madre.

—Desde hace mucho mami. No la irán a rechazar, ¿verdad?

—¡Claro que no! dijeron al unísono.

—No saben lo que ella se los agradecerá. Estaba preocupada con perder su cariño, su amistad. Ella los quiere muchísimo, y es, además, un gran ser humano.

—¿Y a su pareja la conoces hija?,  dijo Don Alfredo.

—¡Claro que sí!, y Uds. también; es la chica que vino a mi boda con ella y que tu, mami, pusiste a dormir en mi cuarto de soltera.

—Pues fíjate que me cayó bien, dijo la señora.

—   También a mí, reafirmó el papá.

Itzayana, para sus adentros, respiró aliviada.

La casa les quedó preciosa y los bebés nacieron como esperaban;  sanos y hermosos. Itza se buscó una súper niñera, pues a pesar que les daba pecho, no podía desatenderse por completo de la empresa. Pedro José había sido ascendido en su trabajo, por lo que cada día era menos probable que aceptara dejar su actividad para incorporarse a Transportes Gálvez.

A veces cuando estaba en su casa, y observaba a su marido jugando con los niños en el jardín, ya grandecitos, caminando y corriendo detrás de su padre, le parecía como un sueño lejano el pasado ciertamente escabroso que había vivido, y daba gracias, no solo por lo que tenia; por la bella familia que habían logrado, sino por haber salido indemne de aquélla fase tal vez oscura para muchos que pudiesen conocerla, aunque a ella realmente nunca la llegó a atemorizar. No dejando de reconocer que, en algún momento, de haber continuado con sus locuras, pudo haberse encontrado en una situación de riesgo.

No era capaz de recordar el rostro u otra seña particular de ninguno de aquéllos hombres. Ni del arquitecto, o el sobrino de los medianeros; o el tipo del cine, al que apenas le alcanzó a ver sus facciones;  ni siquiera al rubio y a su amigo; los del hotel. Al único que no había podido olvidar, era al Sr. Chun—Ho.  Es más, se preocupaba por no hacerlo, por afirmar su recuerdo. Era una mujer feliz, realizada, amaba intensamente a su marido, y su vida y su familia no las cambiaría por ninguna cosa en el mundo, pero sentía que, olvidar al Sr. Chun—Ho, hubiese sido como traicionarse; como enterrar algo que era parte muy íntima de su ser más profundo.

En una ocasión, después de algunos titubeos, Pedro José se atrevió a preguntarle:

—¿Podrías decirme porqué ibas con la Dra. Santillana?

—¡Vaya!, respondió Itza, ¿y eso?,  ¿por qué ahora?

—Discúlpame amor, .—recogió velas de inmediato— Creo que he sido imprudente. Es algo que  no me concierne.

—No, cielo, fíjate que no. Creo que ha llegado la hora de que te lo cuente. Pero eso sí, sírvenos un poco de vino, por favor.

Mientras él se levantó para descorchar una botella y buscar las copas, ella pensó que la historia iba a reducirse a los sucesos de su infancia, que eran más que suficientes; de lo otro, jamás, le diría una palabra. Por muy emancipado que estuviese, y por mucho que la amara, iba a ser difícil que lo comprendiera. Además, no tenia objeto hacerlo sufrir.

Se le notaba horrorizado cuando ella comenzó a narrarle todo lo que era capaz de recordar, e incluso el final que esos canallas tuvieron, según las averiguaciones que había hecho su padre. La besó y abrazó cálidamente.

—¡Mi amor!, como habrás sufrido. ¡Nada más de pensar en nuestros niños!

—¿Y cómo fue que supiste que tenias que ir con un sicoanalista?, ¿recordaste todo de pronto?

—No, mi amor. Fue que comencé a tener sueños extraños; imágenes que no lograba aclarar, pero que me angustiaban mucho. Esto vine a saberlo bajo hipnosis. Una vez que escuché las grabaciones de la doctora, los recuerdos me llegaron casi todos juntos.

—Tuvo que haber sido muy traumático.

—Sí que lo fue. Por eso estuve algún tiempo yendo con ella.

—¿Y ahora?, ¿cómo te sientes?

—Perfectamente. He podido aprender a convivir con ese hecho, sin los sentimientos de culpa que tuve al principio.

—Dejémoslo así, mi amor: cambiemos de tema. y discúlpame, no debí haberte preguntado.

Este asunto no volvió a tocarse jamás.